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1. A modo de introducción
El Maestro Fray Henrique Flórez, en su magna obra España Sagrada, refiriéndose a la sede episcopal de Coria señala:
Coria, como otras Ciudades antiguas Episcopales, tiene el infortunio de carecer de monumentos antiguos, en que la posteridad conociesse el origen de su predicación Evangélica y Silla Pontificia, que sin duda gozaría en los primeros siglos de la Iglesia, como promete la antigüedad y fama de la Ciudad, y ver que es una de las que gozaban Obispo, al tiempo del primer Concilio Nacional celebrado depues de ser Cathólicos los Godos. Omitiendo pues las novedades que algunos han querido introducir, por falta de documentos antiguos; alegaremos las memorias ciertas, que tenemos en las Actas de los Concilios[1].
Su intuición acerca de los tempranos orígenes del cristianismo en Coria se ha visto confirmada por los datos aportados por la arqueología. Las excavaciones llevadas a cabo en el claustro de la catedral[2] vienen a ratificar que el primitivo culto se desarrolló en una vivienda construida antes de la llegada de los primeros cristianos a Coria. Los inquilinos se convertirían al cristianismo y transformarían alguna estancia de su casa en una Domus Ecclesiae, donde la comunidad pudiera reunirse, al menos, para las celebraciones dominicales[3]. Es muy probable que posteriormente los visigodos construyeran su basílica sobre este mismo templo primitivo o adosada a él.
A falta de datos sobre los primeros tiempos del cristianismo en la Ciudad hubo un intento de llenar el hueco mediante las correspondientes fabulaciones. Aún hoy se le sigue dando pábulo a cierta peregrina información acerca de un tal San Evasio, primer obispo de Coria, que en el siglo I fue martirizado en Casar de Cáceres. Tal inventiva hagiográfica salió de la mente del falsario Jerónimo Román de la Higuera, que hacia 1594 redactó el conocido como Cronicón de Dextro[4], un amplio tratado que presentaba como traducción de textos paleocristianos. Las alusiones de Román de la Higuera al fabuloso San Evasio fueron aceptadas como históricas, entre otros, por Gil González Dávila[5], Juan Solano de Figueroa[6] o Juan Tamayo Salazar[7]. Aunque Henrique Flórez[8] puso en evidencia tales escritos, los desmentidos no consiguieron desterrar las invenciones en torno al imaginado San Evasio, y las evocaciones al supuesto obispo y mártir se han venido sucediendo[9], ocupando su hueco incluso en recientes publicaciones diocesanas[10].
La tradición, sin base documental que le sirva de apoyo, apunta que la diócesis fue instaurada por el Papa San Silvestre en el año 338. Lo cierto es que no existe ninguna referencia escrita hasta el 586, año en el que el obispo de Coria, de nombre Jacinto, estampa su firma en el Acta del III Concilio de Toledo. Sigue a éste Elías, del que se tiene constancia en el año 610, por ser uno de los que refrendaron el Decreto dado por el rey Gundemaro en el que se declara la supremacía de Toledo sobre el resto de las sedes episcopales. Las rúbricas de los siguientes obispos Bonifacio I y Juan aparecen en el IV y VII Concilio toledano, por lo que sabemos que presidían la diócesis cauriense en los años 633 y 646, respectivamente. Del sucesor, Donato, únicamente se conoce su asistencia, en 666, al Concilio Provincial de Mérida. A Donato lo sustituye en la sede Atala, del que también se rastrea la huella en los Concilios de Toledo celebrados en los años 681, 683 y 688. El obispo Bonifacio, que ya regía la diócesis en el año 693, fue testigo de la irrupción musulmana. Aunque Flórez concluye que éste es el último obispo visigodo de Coria y que se vio obligado a refugiarse en tierras de Asturias, para Gil Dávila el listado se cierra con Pedro, del que afirma, según colige del Cronicón de Luitprando[11], que murió a manos de los invasores junto a otros siete obispos que pretendieron ocultarse en tierras de la actual Extremadura. Curiosamente aquí no aparece citado ningún nombre, solo su procedencia. Sin embargo, la relación nominal la encontramos en el cronicón del arcipreste Juliano, donde se lee Bonifacius Cauriensis. He aquí la transcripción que del texto hace Tamayo Salazar:
Huyendo de la persecucion, y rabia Morisca, vinieron este mismo año de DCC.XIV. muchos Prelados de Andalucía a las Sierras de la Vera y en una Iglesia fuerte, que desde los tiempos de los Godos avía edificado un Obispo lIamado Richila con el Título de San Salvador, que oy se conserva entre Quacos, y Xarandilla, se recogieron, adonde destavan fortalecidos, y adonde se exercitavan en obras de piedad, confortando, y socorriendo, con Doctrina, y Limosna a los Christianos, que remorosos, y fugitivos iban buscando las gargantas, y esconces, que aquellos montes descubrian, para ampararse de la cruel persecución, que a las espaldas le venía de hambienta saña de los Moros. En este sitio, pues, se recogieron Faustino Obispo de Sevilla, Floro de Iaen, Bonifacio de Coria, Zaqueo de Cordova, Honorio de Malaga, Arvidio de Ezija, Pupulo de Niebla, Habito de Urce, Arcesindo de Cabra, Teodiselo de Baeza, Centurio de Granada, y otros muchos, cuyos nombres se ignoran, y de algunos Sacerdotes, y Diáconos santissimos. Estos gloriosos Prelados estando en la Ermita de San Salvador celebrando el sagrado Sacrificio de la Missa, en el temor confuso, tomó la sagrada, y consagrada Hostia, y la echó en un poço, que le ofreció su cuidado cerca, que después los Christianos bolvieron a sacar, y la colocaron con honorífica veneración. Los Moros con algazara viendo el pequeño, pero santo rebaño de fieles, como lobos crueles, descargaron su rabiosa dureza en ellos, en cuyo fiero enojo dexaron la bien venturosas vidas. Después otros Christianos á quien, ó por ausentes, ó por escondidos, perdonó el destroço, vinieron, y en la Ermita sepultaron a los sagrados Mártires, en cuya memoria ha quedado una fuente milagrosa, y algunas Imágenes de muy notable antigüedad, y solo la tradición de q. aquella Ermita de San Salvador esconde el tesoro de sus sagradas Reliquias[12].
Abandonada la diócesis, aunque no así la dignidad episcopal, los obispos caurienses siguieron siendo nombrados y ejercieron como tales en los territorios del norte, hasta la recuperación de la diócesis. Sabemos que al obispo de Coria y al de Salamanca, por decisión del rey Alfonso III se le designa la iglesia de San Julián, en el arrabal de Oviedo, para que la compartan y ejerzan en ella sus funciones episcopales[13]. Conocemos el nombre de uno de estos metropolitanos en el exilio asturiano. Se trata de Jacobo[14], que con el título de obispo cauriense asistió a la consagración de la primitiva Iglesia de Santiago. Muchas dudas nos supone la existencia de Badila, al que cita el Cronicón de Luitprando, consagrado como obispo de Coria en torno al año 860.
Lo realmente importante es que durante varios siglos se mantuvo el hecho episcopal de Coria lejos de sus límites diocesanos. El último obispo en la diáspora fue Iñigo Navarrón, electo por mandato del Papa Calixto II (1119-1124) y reinvestido tras la conquista de la ciudad, en el 1142, por el Pontífice Inocencio II (1130-1143). La conquista de Coria, con la llegada del obispo, trajo consigo la consagración de la mezquita que los musulmanes habían edificado sobre el espacio basilical.
La conversión de una mezquita en templo cristiano requería de una serie de rituales[15] del tipo de los descritos por Jiménez de Rada, en el siglo XIII, referente a la mezquita mayor de Toledo, donde destaca que el obispo «puso sobre el altar mayor muchas y valiosas reliquias que había traído de la sede apostólica y otras que le habían entregado el rey y la reina de su tesoro y del de sus antepasados»[16]. Con gran lujo de detalles se describen los actos que se llevan a cabo en Antequera, tras su conquista en el año 1410:
(…) congregados en el real por disposición del infante todos los grandes, señores, capitanes, ricos-hombre, eclesiásticos y demás personas de distinción, salieron en forma de procesión para consagrar la mezquita que tenían los moros dentro del castillo. Los clérigos y regulares llevaban cruces y reliquias de los santos mártires, para mayor selemnidad del acto, y por ser requisitos indispensables para la ceremonia[17].
Y algo así sucedió en Coria en el momento en que el obispo Navarrón toma posesión de la sede diocesana. La sacralización de la mezquita trajo consigo la instauración de algunas reliquias en el espacio recuperado para el culto cristiano. No sabemos si tales reliquias ya pertenecieron a la iglesia visigoda y fueron trasladadas hacia el norte, si las adquirieron los obispos nombrados en Asturias o si fueron donaciones hechas por la nobleza.
2. El sueño del mantel
Un equipo de investigadores del Turin Shroud Center, de Colorado, bajo la dirección del profesor John Jackson, llevó a cabo un primer estudio del Mantel de la Última Cena, que se conserva en la catedral de Coria, en los meses de noviembre de 2006 y abril de 2007. Junto a los científicos americanos participaron miembros del Centro Español de Sindonología[18]. Con posterioridad, tal y como anunciaron tras esta visita, la reliquia fue objeto de un posterior análisis, utilizando en él técnicas más avanzadas y contando con la colaboración del Instituto del Patrimonio Histórico Español, del Ministerio de Educación[19].
Salvo algunas especulaciones ya preconcebidas por los analistas, a las que luego nos referiremos, estos estudios apenas han aportado nada a lo que ya conocíamos. Las medidas de la tela, el tipo de trama y hasta la posible antigüedad ya fueron reseñadas en su momento, concretamente en el año 1960, tras la observación de la que fue objeto en los laboratorios del Museo de Ciencias Naturales de Madrid, bajo la dirección de los catedráticos Francisco Hernández Pacheco y Alfredo Carrato Ibáñez. Al año siguiente el testigo comisionado por la diócesis de Coria-Cáceres en estas pruebas, Miguel Muñoz de San Pedro, publicó un libro en el que señalaba que
El análisis, que consta documentalmente en minucioso informe técnico y científico, ha puntualizado de manera concreta que en la trama del Mantel no interviene otro material que el lino, blanco en una parte y teñido en otra. La tela es, pues, de hilo, con lo que la fecha de fabricación puede llegar perfectamente al período que interesa, ya que desde siglos antes del nacimiento del Señor, la humanidad utilizaba esa fibra vegetal en los tejidos.
… Tras el análisis científico, el primer especialista español en telas, el ilustre arqueólogo y académico don Manuel Gómez Moreno, procedió al estudio del Mantel, en presencia del citado profesor Hernández Pacheco y del que esto escribe. Después de largo y escrupuloso examen, dictaminó que, sin la más mínima duda, por garantizarlo así su estructura y técnica de fabricación, no usados en Occidente, el tejido es oriental, de manera más concreta, de procedencia arábiga[20].
Dado que las observaciones del doctor Gómez Moreno podría inducir a suponer la presencia de tejidos semejantes entre los pueblos islámicos peninsulares, el autor determina la autenticidad de la reliquia, puesto
que el Mantel se fabricó con una fibra en uso en tiempos de Jesucristo y con una técnica practicada en las tierras en las que está Jerusalén[21].
Y concluye acerca de su antigüedad, luego de renunciar a la prueba con el carbono catorce por considerarlas menos positivas que «las disposiciones pontificias, el culto esplendoroso y la fe inquebrantable de los que durante siglos veneraron por indiscutido y auténtico el Santo Mantel», concluye:
… que son cuatro los problemas históricos que pueden plantearse en torno a la importante reliquia que nos ocupa y que quedan resueltos en la siguiente forma:
Primero: en la Sagrada Cena se uso mantel.
Segundo: el Mantel de Coria es el único en el mundo.
Tercero: la tela es de antigüedad remota y se fabricó con una fibra en uso en tiempos de Jesucristo y en las tierras en la que está Jerusalén.
Cuarto: el Mantel vino a Coria dentro de un plazo que se inicia con la fecha de la creación de la diócesis y termina poco después de la reconquista.
Tres de las conclusiones son concretas y definitivas; la otra, la fecha de llegada, hay que dejarla en conjeturas, sin posibilidades de puntualización dentro del período indicado[22].
La longitud del mantel, en la medición hecha por Muñoz de San Pedro, alcanza los 4,42 metros. Y su anchura llega a los 0,92 metros. Es un tanto extraña la falta de coincidencia con las dimensiones ofrecidas por el equipo americano del profesor John Jackson, para quien el largo y el ancho disminuyen en diez y en dos centímetros respectivamente. La sorpresa sería menor si la extensión del lienzo no constituyera uno sus apoyos para certificar el emparentamiento del Mantel de Coria con la Sábana Santa de Turín, y asegurar que ambos estuvieron extendidos en la mesa de la Última Cena. La primera medición se aproxima más a la superficie del Sudario turinés: 4,40 metros de largo y 1,10 metros de ancho.
La relación con la Sábana Santa la estiman en la presunción de que el lienzo cauriense estaba colocado sobre la mesa de la Última Cena, en contacto con los platos y viandas, mientras que el Síndone se utilizó para cubrir el conjunto y evitar la suciedad antes de que los invitados se acercaran a comer. Las premuras en el enterramiento de Cristo fue lo que obligó a tomarlo para envolver su cuerpo.
En cuanto a la fecha de la fabricación el equipo de expertos no aporta nada nuevo que se aleje de la hipótesis que, en 1961, defendiera el citado Muñoz de San Pedro. Responsables del Centro Español de Sindonología puntualizaron en su momento que la trama del hilo del Mantel presenta una torsión en «Z», al igual que el Síndone, algo que resultaba común en la Palestina del tiempo de Cristo. Y, por otro lado, atendiendo a los tintes azules, proveniente del índigo natural, que aparecen en las bandas del Mantel, vuelven a incidir en su antigüedad y, de paso, en su origen. Afirman que el índigo natural no llega a Europa hasta el siglo xvi, lo que equivaldría a doscientos años más tarde que el descubrimiento del Mantel de la Última Cena, hecho que deducen de una Bula del Papa Benedicto XIII.
A este respecto cabe señalar que lo que ocurre con el índino natural es que se populariza en el centro de Europa en el siglo xvi, y su demanda llega a tales niveles que tanto en Francia como en Alemania se dictan normas sobre la importación con el fin de proteger sus tintes locales. Ello fue posible a partir de que a finales del siglo xv los navegantes portugueses abrieran la ruta marina hacia la India y posibilitaran el comercio de este colorante. Por otro lado, se sabe que en Al Andalus el índino natural se usaba para el teñido de tejidos suntuosos y, puesto que parece que no existía el cultivo de esta planta, su adquisión se hacía a través de un comercio concentrado en manos de los judíos[23]. En lo que atañe a la Bula de Benedicto XIII, fechada en 1404, para nada alude al Mantel de la Última Cena, sino a otras reliquias de la catedral de Coria.
Si nos centramos en el estudio de los orígenes de esta reliquia veremos que se han barajado diferentes hipótesis, algunas de ellas muy poco consistentes. La más reciente hace que el Mantel de la Última Cena sea una herencia de los caballeros de la Orden Templaria, que custodiaron la fortaleza de Alconétar hasta el año 1312. Situada en la Vía de la Plata, en el actual término de Garrovillas, constituía un baluarte defensivo sobre el paso del río Tajo a través del viejo puente romano.
En torno a este lugar y sus moradores se han publicado recientemente una serie de leyendas, recopiladas por Rafael Alarcón, que han dado pie a sorprendentes especulaciones acerca del Mantel de la Última Cena. Se asegura que el Mantel y otras muchas reliquias, como una Vera Cruz y una Santa Espina, se veneraban en la ermita de Santa María Magdalena, que los templarios habían construido junto al puente. Tales objetos suponían una fuente de ingresos para los miembros de la orden, dada las numerosas visitas que se hacían a las reliquias que ya gozaban de fama dado su carácter milagrero.
El Mantel en cuestión llegaría a Alconétar, al decir de estas narraciones fantásticas, de manos del emperador Carlomagno[24], que hasta aquí arribó para tomar posesión de la fortaleza conquistada por uno de sus caballeros, Guido de Borgoña. Y en Alconétar lo encontraron los templarios al producirse su llegada en el año 1167.
El emperador quiso festejar la conquista con un banquete, pero se encontró escaso de provisiones. En tal dilema, dicen unos que utilizó el Mantel de la Sagrada Cena, que llevaba en su equipaje, aunque otros afirman que un musulmán cautivo le reveló la existencia, bajo la Torre de Floripes, de un tesoro del que formaban parte unos “manteles mágicos”. Con ellos puestos sobre la mesa, y pronunciadas ciertas palabras secretas, organizó Carlomagno una cena admirable. Al conjuro de las fórmulas mágicas aparecieron toda clase de alimentos y bebidas deliciosas, hasta quedar los comensales tan satisfechos que no necesitaron nada más en tres o cuatro días.
Hay, sin embargo, otra leyenda que atribuye la posesión de tan mágicos objetos a los templarios de Alconétar. Cuentan que poseían unos manteles que, ‘al conjuro de ciertos rezos’, llenaban la mesa de ricos y variados manjares. Los templarios organizaban cada Jueves Santo una comida de caridad, con los ‘manteles mágicos’ expuestos sobre una gran mesa en el patio del castillo. Cuando el capellán recitaba estas misteriosas invocaciones, aparecían de la nada toda clase de alimentos que eran repartidos, sin límite alguno, entre los necesitados de la comarca[25].
Este autor hace hincapié en las conocidas teorías de que las reliquias estuvieran ya en Coria en un tiempo relativamente lejano y que fueran escondidas por los clérigos en el subsuelo de la catedral en los siglos VIII o XII, obligados por la conquista de los musulmanes y la presencia de los almohades. Pero, al mismo tiempo, ve muy posible que llegaran a la seo cauriense tras el abandono del enclave de Alconétar por parte de los caballeros de la Orden del Temple.
La Iglesia no estaba dispuesta a dejar pasar la ocasión de rentabilizar las numerosas reliquias heredadas tan oportunamente de los infortunados caballeros templarios, aunque para ello debiera hacerlas desaparecer durante un tiempo para borrar la mala fama que la propia jerarquía eclesiástica había arrojado sobre ellas, al atribuir un cúmulo de herejías diabólicas a los monjes guerreros que las poseían y adoraban.
Reinstaurarles un culto apropiado, libre de toda sospecha, requería desvincularlas de sus antiguos poseedores. Para ello, nada mejor que una nueva “aparición” casual o milagrosa, adjudicándoles un origen “antiquísimo” para situar su ocultamiento en fecha anterior a la creación del Temple. De esta manera, su pasado templario resultaba borrado de un plumazo y quedaban dispuestas para atraer de nuevo a los crédulos fieles y a sus generosas limosnas[26].
Esta curiosa teoría se emparenta con otra que también pretende que el Mantel proceda de los tesoros de Carlomagno. Y se iría a buscarlo directamente. De este modo se cuenta que en sus alforjas lo trajo de Francia el obispo cauriense Iñigo Navarrón cuando asistió al concilio de Reims, en 1148.
3. Cuando las bulas no dicen nada
En todo caso apunta la tradición que una serie de reliquias, entre ellas el Mantel de la Última Cena, fueron encontradas entre los años 1370 y 1403. Se ocultaban dentro de un arca en el subsuelo del presbiterio. En un intento de corroborar tal creencia se ha recurrido una y otra vez a una bula del Papa Benedicto XIII como la prueba certificadora del hallazgo y de la autenticidad del lienzo sobre el que Cristo instituyó la Eucaristía. La bula del Papa Luna, encabezada con el clásico Licet is de cuius munere venit, fue firmada en Génova el 16 de julio de 1405[27]. La parte que de ella nos interesa fue dada a conocer por el historiador y deán de la catedral de Plasencia don Eugenio Escobar y Prieto a principios del siglo xx[28]. De ese discurso pontificio el Archivero de la Concatedral de Santa María, de Cáceres, don Gregorio Carrasco Montero, como él mismo afirma, nos ofrece una traducción libre y resumida:
En la Iglesia de Coria existe un arca con Reliquias de los Santos y con ellas una cierta parte importante de la digna y preciosa y salutífera Cruz del Señor. Llegan el día de la Invención de la Cruz fieles de remotas tierras a la Iglesia de Coria[29].
En el texto no hay ninguna referencia al Mantel de la Última Cena. La razón de este silencio es evidente: El Mantel no existía o aún no había llegado a Coria. La intencionalidad de la bula pontificia, motivada por el propio cabildo, es la de ofrecer hasta cinco años de indulgencia a quienes visiten las reliquias de los santos y una parte del lignum crucis, al tiempo de ayudar al mantenimiento de la fábrica de la catedral. Pero también da cuenta de la gran multitud de devotos que, atraídos por estas reliquias, acuden hasta de lugares lejanos:
Relicarium reverentiam plures Christi fideles de remotis partibus die inventionis dictae crucis affluant at Ecclesiam Cauriem.
La misma apreciación se constata en una posterior bula, la emitida en 1444, por el pontífice Eugenio IV, que se despacha con los siguientes términos:
Reverentiam et honorem in die inventionia Sactae Crucis ingens fidelium multitudo devotionis causa, confluere consueverunt[30].
La primera alusión al Mantel de la Última Cena se encuentra en un inventario de reliquias del año 1553, bajo el episcopado de don Diego Enríquez de Almanza, donde se cita un «cofre de terciopelo blanco, guarnecido de clavazón dorada, en que están los Manteles en que Nuestro Señor cenó el Jueves de la Cena». No creo que mucho tiempo antes debió hacerse su adquisión y resulta evidente que en esos momentos no se le da demasiada importancia, posiblemente debida a una desconfianza en su autenticidad.
Todo apunta a que fue un clérigo de la catedral el que, en 1575, responde al formulario de las Relaciones Topográficas, mandadas hacer por Felipe II, en lo que atañe a la ciudad de Coria[31]. Entre la larga lista de reliquias que ofrece, también reseña el Mantel junto a la espina y el lignum crucis:
ay los manteles en que nuestro Señor Jesucristo ceno el jueves de la cena con sus santos apostoles en los quales instituyo el santissimo sacramento del altar todos enteros. ay una de las espinas de que fue coronado nro señor Jesucristo la qual tiene vestigio de la sagrada sangre del Señor… Yten un pedazo de la santissima cruz en que nuestro señor fue crucificado.
Fuera del ámbito catedralicio será el Padre Francisco Gonzaga, en el año 1587, el que nos ofrezca una alusión al Mantel, que cita sin aportar nada reseñable[32]. Por su parte, el Padre Juan Bautista Moles, en 1592, al referirse el convento franciscano fundado en Coria en el año 1561, vuelve a informarnos acerca de las reliquias conservadas en la catedral, y en concreto sobre el Mantel de la Última Cena:
Gozan aquí todos los años por la fiesta de Santa Cruz de mayo de ver una grande reliquia que tiene la Iglesia Catedral de esta ciudad, que es los manteles en que Cristo Nuestro Señor cenó la noche de la Cena, sobre los cuales consagró su Santísimo Cuerpo y Preciosa Sangre. Los cuales están enteros y tan buenos, como si diez años acá fueran guardados, con aver tantos años. Muestranlos el sobredicho día con gran solemnidad y con otras muchas Reliquias[33].
En el año 1597 don Sancho Dávila, entonces obispo de Cartagena, que había sido penitenciario y deán en Coria, afirma haber pensado comprar una arca para los Manteles, aunque al final optó por hacer esa contribución a favor de las obras de la catedral.
Apunta Muñoz de San Pedro que el 30 de abril del citado 1553 se encarga a don Sancho Dávila la custodia de las reliquias[34]. Es algo que resulta a todas luces imposible, dado que había nacido en el año 1546. Su estancia en Coria se constata hacia 1582, tras la muerte de Santa Teresa de Jesús, de la que fue confesor, permaneciendo al servicio de la catedral hasta ser nombrado obispo de Cartagena, en el año 1591[35]. Sería entonces cuando tuvo a su cargo el relicario. Podría suponerse, aunque sin afirmar tal veracidad, dada su afición a recolectar reliquias, que al paso por Coria recibiera un trozo del Mantel para su colección particular. Tras su muerte, acaecida en Jaraicejo el 5 de diciembre de 1625, el relicario con el trozo del Mantel de la Última Cena, por decisión del propio prelado, sería devuelto a la catedral cauriense.
Conocedor del relicario de Coria, y poseedor de un trozo del Mantel, hay quienes se sorprenden que no lo incluya en su tratado De la veneración que se debe a los Cuerpos de los Sanctos y a sus Reliquias y de las singular con que se a de adorar el cuerpo de Iesu Christo nro Señor en el Santissimo Sacramento[36]. Tal silencio ya fue destacado en su momento:
Crece de punto nuestra extrañeza, al ver que Don Sancho Dávila y Toledo, Tesorero y Deán de esta Catedral, y encargado durante algunos años de custodiar las Reliquias, no obstante la singular devoción que las profesaba, y mencionar entre las de su oratorio un pedazo de los Manteles, hace por completo caso omiso de ellas en su libro titulado ‘La veneración que se debe á los cuerpos de los Santos y á sus Reliquias’ que publicó en Madrid en 1611, en cuya obra se ocupa por extenso de otras Reliquias, referentes al Señor, y de las de mayor importancia de nuestras Catedrales[37].
Hay que reseñar que el escrito de Sancho Dávila no es un inventario de reliquias, y que solo acude a citar las que considera de utilidad para apoyatura de cada uno de los apartados de su disertación.
Y es cierto que nada apunta en su tratado acerca del citado Mantel, como tampoco lo hace de otras reliquias relacionadas con la Última Cena, a pesar de dedicar el cuarto libro de su obra a cuanto atañe a la veneración de la Eucaristía:
El quarto profiguiendo la misma materia de Veneracion, sube á otro grado mas alto della, porque de la que se deue a los cuerpos de los sanctos, passa á tratar de la singular y propia, conque á de ser venerado el cuerpo de I.x.nr.s. que en el Sanctissimo Sacramento del altar tenemos[38].
Esta omisión del Mantel de la Última Cena es interpretada por Muñoz de San Pedro de una forma un tanto peregrina, y fruto de una sustracción por parte de don Sancho Dávila de un trozo de la reliquia para su uso privado. En su opinión, el silencio con respecto al mantel es consciente:
El fervor especialísimo de Dávila y Toledo al Mantel lo patentiza el hecho probado de tener en su oratorio, con gran veneración, el repetido trocito. Pero como no parece que fuese muy legal la procedencia, estimó lo más prudente guardar silencio sobre la gran reliquia y su existencia en la Catedral cauriense. Por eso, al escribir su libro, La veneración que se debe a los cuerpos de los Santos y a sus reliquias, publicado en Madrid, en 1611, pese a ocuparse en él de las más importantes que se conservan en nuestras catedrales y de varias relacionadas con el Señor, no menciona siquiera el Mantel de Coria, que estuvo bajo su expreso cuidado, y del cual había sustraído el trozo que guardaba, y devolvió luego, posiblemente, por póstumo mandato[39].
Sancho Dávila jamás ocultó estar en posesión de un trozo del Mantel de la Última Cena y sin ningún problema lo reflejó en el catálogo de reliquias que obraban en su poder:
De la mesa en q[ue] ceno I. x. ne. s. quando instituyó el sanctisimo Sacramento.
De los manteles y pan q[ue] en ella se puso[40].
Y, por otro lado, resulta ilustrativo que toda su colección de reliquias fue «autentificada» por el propio obispo de Coria, como él deja claro, de modo que nada evidencia su ocultación:
De todas estas sanctas Reliquias, y de otras que estan sin titulo y testimonios autenticos de su certeza, examinados, y aprabados por el sr obispo de Coria Don Pedro Garcia de Galarça en vna junta q[ue] para esto hiço en su Yglesia Cathedral de Prebendados della, y de otros hombres doctos, siendo su Dean yo el año de mil y quinientos y ochenta y tres[41].
El motivo de tal hecho cabe analizarse desde otra perspectiva: la sospecha que don Sancho Dávila tiene acerca de la autenticidad de la reliquia del Mantel. Ya en esos momentos existe una corriente que niega la utilización de manteles en las mesas del mundo antiguo, concretamente entre judío y romanos, hipótesis que posteriormente será defendida y documentada por Antoine Agustín Calmet[42]. Y por otro lado, la superchería en torno a las reliquias se hace cada vez más evidente, sobre todo a partir de que el Concilio de Trento, en su vigesimoquinta sesión, dedicada al asunto De la invocación, veneración y reliquias de los Santos y de las sagradas imágenes, en el año 1563, concede la total competencia a los obispos para certificar su autenticidad y su culto.
Las sucesivas incongruencias a cargo de los obispos en el cumplimiento de las ordenanzas tridentinas acarrearían inexorables críticas a cargo de personas de relevancia en el espectro político y religioso, cual es el caso de Bartolomé Carranza. Al tratar De la veneración de las reliquias de los santos, en la segunda parte de su Catechismo Christiano, dice al respecto:
En estos tiempos… se han fingido reliquias donde no las ay, y se han publicado milagros por escrito y por palabra donde no los ay. Ha sido causa esto que se aya perdido la estima que solíamos tener de las verdaderas reliquias y la fe de los verdaderos milagros. En algunas partes han hecho las reliquias tan venales que no las tiene sino para en ciertos días ponerlas en las puertas de sus yglesias para pidir limosna con ellos…[43].
Tampoco desmerece la opinión del Padre Juan de Marina, que plasma en un Memorial que, en 1597, envía al Felipe II:
La verdad es que oy reyna en muchos un increýble appetito de hallar nuevas reliquias: el qual suele ofuscar la raçón[44].
En cierto modo la jerarquía eclesiástica, en vista de la proliferación de reliquias, casi siempre falsas, al amparo de un comercio de gran negocio y pocos escrúpulos, trató de poner freno a estos desmanes. Obispos y cabildos, a través de las más insospechadas adquisiciones y a por medio de un simple certificado de autenticidad, trataban de convertir sus sedes en centros de masivas peregrinaciones, con el beneficio económico que ello suponía. Sería el Papa Sixto V el que dictaminara que a partir de 1588 la prerrogativa de declarar una reliquia corresponderá exclusivamente a la Congregación de Ritos.
Son estos condicionantes y no otros los que pueden inducir a Sancho Dávila a silenciar una reliquia, de la que tiene dudas acerca de su autenticidad. Como buen coleccionista, está capacitado para discernir.
Lo cierto es que por los finales del siglo xvi el culto a las reliquias vinculadas a la pasión de Cristo atraía a Coria a cientos de peregrinos, especialmente el día 3 de mayo. Y se intenta potenciar aún más la llegada de visitantes con iniciativas que les concedan algún tipo de gracia divina, como es la indulgencia plenaria. En este sentido se redacta el siguiente texto en las Actas Capitulares del 23 de mayo del año 1599:
Así mismo se suplique á Su Santidad que el dia de la Invención de la Cruz, que es á tres de Mayo, cuando en esta Santa Iglesia se muestran todas las Reliquias que en ella hay, que son muchas, entre las cuales hay el Mantel de la Cena y la Espina de la Corona de Nuestro Señor, y otras muchas aprobadas por los sumos Pontífices y a donde concurre mucha gente, ansí de Castilla como del Reino de Portugal, de licencia para que en esta Iglesia se celebre fiesta como de primera clase con Octava, y que conceda Jubileo plenísimo á quien visitare estas santas Reliquias, desde las primeras vísperas hasta otro día puesto el sol[45].
La alusión en el Acta a las «muchas [reliquias] aprobadas por los sumos Pontífices» solamente se explica si se refiere a las bulas de Benedicto XIII y Eugenio IV, en fechas cercanas a la supuesta aparición del relicario, en las que no hay mención al Mantel.
A partir de esa fecha siguen siendo muy escuetos los informes con respecto a la singular reliquia y quienes hablan de ella suelen despacharla como una más dentro del conjunto de las que se custodian en la catedral. Un ejemplo de ello lo tenemos en la anotación que hace Gil González Dávila en el año 1647:
Tiene en sus Sacristia Reliquias de mucha estima. Una parte del Lignum Crucis. Los manteles en que Christo cenó con sus discipulos el Iueves Santo. Parte de los pañales en que Christo Niño fue embuelto. Una espina de su Corona. Una quijada de san Iuan Baptista con quatro muelas. Huesos de san Pedro, san Pablo, san Bartolome, Santiago y san Lucas. Un colmillo de san Christoval. Reliquias de san Lorenço, y otros muchos Martires, y Santos[46].
Un lustro más tarde Juan Tamayo Salazar traduce al latín la parrafada de Dávila en su denigrado Martyrologio Hispano:
Pro Coronide Reliquias quas in sacrario honorifice custodit, repetere non grauabor. Habet partem Ligni Crucis non minimam. Mappa supra quas D. N. Iesus-Chriftus cum Difcipulis Feria V. Coenæ, coenauit. Partem pannorum, quibus Dominus recens natus fuit inuolutus. Vnam ex SPINIS Coronæ Domini. Partem integram mandibulae S.Ioanni Baptistae cum IV dentibus molaribus. Ossa SS. Petri, Pauli, Bartholomaei, Iacobi Apostolorum, & Lucae Euangelistae. Vnum demtem Columellarem S.Christophori, & alia diuersorum Sanctorum offa[47].
Los recelos sobre la autenticidad del Mantel de la Última Cena son latentes también en Roma, como se pone de manifiesto en la tardanza en dar respuesta a una solicitud que se hace al Pontífice desde el Cabildo de Coria. El 11 de octubre de 1666, según consta en el Acta Capitular, se acuerda solicitar a la Santa Sede, «motivada la petición en razón de los Manteles», autorización para realizar todos los jueves del año el oficio votivo del Santísimo Sacramento. Es posible, como ya apuntara Escobar y Prieto, que antes de dar el plácet desde Roma se requiriera la auténtica de la reliquia o, en su caso, una información detallada de la misma[48]. Puesto que la auténtica era inexistente, se optó, a instancias del Cabildo y autorización del obispo don Frutos Bernardo y Patón de Ayala, por la declaración testimonial de diferentes personas[49]. El procedimiento se lleva a cabo entre los día 9 y 19 de febrero del año 1669 y los encuestados son ocho individuos: tres regidores, un licenciado, un procurador de causas, un notario de la Audiencia Episcopal y un canónigo doctoral.
El interés de este informe radica en querer demostrar la veneración que a las reliquias de la catedral, y de manera especial al Mantel de la Última Cena, se le profesa en toda la comarca y en el vecino reino de Portugal, de donde acuden hasta Coria miles de personas cada tres de mayo. Se enfatiza que «han venido a verlas y adorarlas con toda devoción muchos príncipes eclesiásticos y seglares, así obispos como duques y condes y otros muchos caballeros muy nobles». El segundo aspecto que tratan de destacar los declarantes es la antigüedad del Mantel. Así lo reafirma el corregidor Antonio Atiliano del Hoyo:
En particular se acuerda que todos decían y publicaban se alegraban de haber visto la Reliquia de los Santos Manteles, los cuales por tradición antiquísima inmemorial que no la hay de cuando pudieron venir a esta Santa Iglesia y Reliquias; porque se ha dicho y es notorio se instituyó en estos Santos Manteles el Santísimo Sacramento del Altar y por tales son reverenciados y tenidos.
Por su parte el canónigo doctoral, don Diego del Horno, pretende hallar la autenticidad de la reliquia mediante la tradición oral:
Y entre dichas Santas Reliquias, en una caja están unos manteles que es público son los mismos en que se instituyó el Santísimo Sacramento del Altar, y así en esta provincia es público y notorio, pública voz y fama, y este testigo lo oyó así a sus padres y a otras personas que decían haberlo oído a los suyos.
Una reliquia que se precie, como es ésta, debe contar en su haber con algunos milagros debidos a su mediación, y la información se reitera en tres de ellos. El más conocido, por ser cercano al momento de la redacción, corresponde a una rogativa por los buenos temporales, incidiendo que fue testigo del prodigio el obispo actual don Frutos Bernardo:
Y sabe que habrá cuatro años que siendo muy grande la lluvia y que hacía grandísimo daño a los panes y había grandísima ruina de casas en esta ciudad y para que se aplacase se habían hecho muchas rogativas, no se aplacó hasta tanto que sacaron los Santos Manteles en una procesión general a que acudió el Señor Obispo Don Frutos Bernardo de Ayala, el Cabildo, ciudad y clerecía y todo el pueblo desde entonces fue S. D. M. servido de aplacar el agua y dar muy buenos temporales, con que hubo un año muy abundante de pan[50].
De gran significación es igualmente el papel que se le atribuye al Mantel de la Última Cena durante la Guerra de Restauración Portuguesa, de 1640 a 1668, que tantas repercusiones negativas tuvo para las tierras de obispado de Coria:
Y tiene por cierto y sin género de duda y se tiene en esta ciudad y su comarca que por medio de estas Santas Reliquias ha sido Dios servido de haber guardado y defendido a esta ciudad de las invasiones de el portugués como se ha experimentado en la levantación de este Reino de Portugal en veintiocho años que duró.
En un tercer milagro de los enviados de los comunicados a Roma observamos el carácter disuasorio para aquellas personas que, mediante cualquier artimaña busca el deterioro de la reliquia. Cualquier ultraje al Mantel es castigado:
Y asimismo ha oído decir que un religioso movido de su religión yendo a besar la Santa Reliquia de los Manteles, por ser tan largo que con ser la ventana de donde se enseñaban bien alta, alcanzaban abajo, sacó una hila con los dientes y luego al punto se le torció la boca y dio al Presidente de esta Santa Iglesia la dicha hila que llevaba, reconociendo por este atrevimiento Dios le había castigado.
Con fecha de 27 de febrero de dicho año 1669 se acepta el informe por parte del Previsor y se acuerda el envío a Roma. La respuesta de la Santa Sede llegará el 22 de julio de 1670. El Papa Clemente X expide un Breve por el que se acepta la solicitud del Cabildo de Coria para realizar todos los jueves del año, excepto Adviento y Cuaresma, el oficio votivo del Santísimo Sacramento[51].
Aunque el episodio del fraile castigado por sacar un hilo del Mantel con los dientes pueda parecer anecdótico, refleja muy a las claras los devotos atentados que debía soportar la reliquia en aquellos momentos. Cada tres de mayo el Mantel era colgado desde el balcón de las reliquias, situado en el exterior de la catedral, con el objeto de que los miles de peregrinos que se congregaban pudieran venerarlo, tocarlo y besarlo. A ello se deben unir los recortes recomendados o permitidos desde la propia curia. Consta que el 2 de mayo de 1704, al paso de Felipe V por Montehermoso camino de Portugal, con motivo de la Guerra de Sucesión, se acercó a cumplimentarlo una representación del Cabildo de Coria, haciéndole entrega de doscientos doblones de oro, trescientas fanegas de trigo y un pedazo del Mantel de la Última Cena. Y tal vez algún otro deterioro debió sufrir a consecuencia del obligado traslado a que se vio sometido cuando las tropas del Archiduque Carlos estaban prestas a la conquista de Coria. El 10 de abril de 1706, a petición del Cabildo, las reliquias son llevadas a Hervás y, posteriormente, buscando mayor seguridad, son reenviadas a Lagunilla, localidad salmantina perteneciente a la diócesis de Coria. Tras dos años volverían a la catedral.
A lo largo del siglo XVIII las reliquias siguen deteriorándose, y de manera especial el Mantel, al ser más difícil su protección. Por ese tiempo presenta en un estado lamentable, que en nada se parece a la que viera el Padre Moles a finales del siglo XVI, cuando afirmaba que los Manteles «están enteros y tan buenos, como si diez años acá fueran guardados, con aver tantos años»[52]. Ante esta situación el Cabildo, en una Junta celebrada el 27 de abril de 1791, se ve obligado a tomar unos acuerdos que el Deán transmite al obispo Juan Álvarez de Castro:
… los excesos e irreverencias que de algunos años a esta parte se habían experimentado en el templo y capilla mayor de esta Santa Iglesia en el día de la Invención de la Cruz y su víspera, con la ocasión de manifestar al pueblo y darse a adorar las Santas Reliquias (…) pues aunque se ponían bancos a modo de valla, para contener las gentes que concurrían de uno y otro sexo, ni esta prevención ni el respeto de cuatro sacerdotes capellanes, que … asistían en el Altar Mayor para darlas a adorar, bastaba para contener la multitud, que amontonada rompía la valla, entrándose por cima de los bancos, y las mujeres hasta el presbiterio, tanto que, descomponiendo algunos relicarios y rompiendo sus cristales, habían llegado a sacar algunas reliquias, trayéndolas de mano en mano la multitud de gentes (…) como también de los excesos que a proporción se experimentaban al tiempo en que procesionalmente se subía con las Santas Reliquias a la torre después de la Nona del día de la Cruz para manifestarlas al pueblo por el balcón, pues igualmente se llenaba de hombres y mujeres la escalera de la torre y la sala donde las Reliquias se colocaban, sin poderse guardar la formalidad y gravedad de procesión, que el tropel del concurso y confusión de gentes que en mucha parte declinaba a curiosidad, inútiles conversaciones y falta de reverencia, devoción y honesta seriedad…
El obispo se muestra partidario de la continuidad de la veneración de las reliquias, aunque considera necesario «cortar de raíz estos excesos». Considera que el hecho de haberlas mostrado públicamente desde la torre había venido condicionado por la inexistencia de una capilla para acoger las reliquias, que ahora sí se tenía[53]. Por ello dispone:
Que en adelante no se saquen de la capilla ni de sus relicarios las Santas Reliquias: Que abiertas las puertas exteriores y cerradas las de los cristales en que se custodian, se manifiesten para que el pueblo las adore…
En consecuencia, a partir de esa fecha cesaron las exhibiciones públicas del Mantel de la Última Cena, con lo que paulatinamente el número de visitantes a Coria fue disminuyendo de manera progresiva, hasta el punto de que el tres de mayo se acabó convirtiendo en un simple recuerdo. Solo en ocasiones puntuales se contradijo lo dispuesto por Álvarez de Castro. Así ocurrió en el año 1961. Animado por los estudios que acababan de realizarse al lienzo, el obispo Llopis Ivorra promovió unos actos en un intento de recuperar su memoria. Oficiaría sobre él los oficios del Jueves Santo y los domingos de Ramos y de Resurrección lo ofrecería a los fieles para besarlo.
Ya en este siglo, tras varias décadas de olvido, el Mantel ha vuelto a tomar algún protagonismo. Durante el mes de mayo de 2005 fue expuesto en la capilla de San Miguel de la Concatedral de Santa María de Cáceres y se sacó en procesión en la mañana del Corpus Christi. Ese mismo año forma parte, como pieza destacada en la exposición Verum Corpus, organizada por el obispado de Coria-Cáceres, desde el día 30 de septiembre al 1 de noviembre en la iglesia cacereña de la Preciosa Sangre[54]. En fechas más recientes el Mantel de la Última Cena estuvo presente en la exposición Eucharistia, dentro del ciclo Las Edades del Hombre, en la localidad burgalesa de Aranda de Duero, entre los meses de mayo a noviembre de 2014. Y por último reseñar que fue procesionado el día del Corpus Christi de 2016 por las calles de Coria. Sin olvidar que actualmente el Mantel se está utilizando en las diferentes ediciones de FITUR como el principal reclamo para traer visitantes a la ciudad.
Actualmente el Mantel se exhibe en el Museo de la Catedral de Coria, junto al arca de plata que lo ha contenido desde el año 1678, cuando fue donada por el obispo fray Francisco VII Sarmiento de Luna Enríquez, que ocupó la sede entre los años 1675 y 1683. Posiblemente de procedencia mexicana, presenta la labra del escudo cuartelado del obispo y la inscripción alusiva a su donación: «Esta urna dio el Illmo Sr D. Fr Franco de Luna Obispo de Coria Año de 1678»[55].
NOTAS
[1] FLÓREZ, Fr. Henrique: España Sagrada. Theatro Geográphico-Histórico de la iglesia de España. Origen, divisiones y límites de todas sus provincias. Antigüedad, Traslaciones, y estado antiguo y presente de sus sillas, con varias Disertaciones críticas. Tomo XIV. De las Iglesias de Abila, Calabria, Coria, Coimbra, Ebora, Egitania, Lamego, Lisboa, Ossonoba, Pacense, Salamanca, Viseo, y Zamora, según su estado antiguo. En Madrid, Oficina de Antonio Marín, Año de MDCCLVIII. Tratado XLIV (De la iglesia cauriense), capítulo III (Catálogo de los Obispos antiguos de Coria), pág. 56.
[2] MARTÍNEZ DE LA TORRE, Mª Victoria, Memoria de la intervención arqueológica desarrollada en la catedral de Coria, dentro del proyecto “Rehabilitación y restauración de la catedral de Coria”, Huelva, Arqveocheck, S.L., Arqueología y Patrimonio HisctóricoArtístico, Gestión Ambiental, Cultural y Turística, 2007.
[3] SANABRIA SIERRA, María del Carmen: La Catedral de Coria (Cáceres): Estudio histórico-artístico. Tesis doctoral. Departamento de Historia del Arte. Facultad de Geografía e Historia. UNED, 2015, págs. 20-21.
[4]Flavii Lucii Dextri Barcinonensis Chronicon Omnimodae Historiae. Fue publicado en 1627.
[5]Teatro Eclesiástico de las Iglesias Metropolitanas, y Catedrales de los Reynos de las dos Castillas. Vida de sus Arzobispos, y Obispos, y cosas memorales de sus sedes. Tomo Tercero. Madrid, por Diego Díaz de la Carrera., Año M.DC.L, pág. 442.
[6]San Jonás, Presbítero y Mártir, Apóstol, Predicador y Maestro de la Noble y muy leal Villa de Cáceres y otros Santos, sus Hijos y Naturales del Obispado de Coria. Madrid, Ioseph Fernández de Buendía, Año 1665, pág. 243-248.
[7] San Epitacio Apóstol y Pastor de Tui, Ciudadano Obispo y Mártir de Ambracia oy Plasencia: su vida y martirio. Madrid, por Diego Diaz de la Carrera, 1646, pág. 15.
[8]España Sagrada... Tomo XIII. De la Antigua Lusitania en común y su Metrópolis Mérida en particular. Tratado 41, capítulo 7. Madrid, Oficina de Antonio Marín, Año, M.DCC.LVI, págs. 117-119.
[9] SÁNCHEZ DE DIOS, Gregorio: Descripción y noticias del Casar de Cáceres, 1794. Publicaciones del Deparramento Provincial de Seminarios de F.E.T y de la J.O.N.S. Cáceres, 1952, pág. 53. LÓPEZ DE VARGAS MACHUCA, Tomás: La Provincia de Extremadura al final del siglo XVIII. Asamblea de Extremadura. Mérida, 1991, pág. 131. BARRIO Y RUFO, José María: Historia de la Muy Noble y Leal Ciudad de Plasencia (Manuscristo del siglo XIX). Cit. SÁNCHEZ LORO, Domingo: Historias Placentinas Inéditas. Primera Parte. Catalogus Episcoporum Eclesial Placentinae. Volumen A. Institución Cultural “El Brocense”. Cáceres, 1982, págs. 88-89. ARROYO MATEOS, Francisco: «El gran prelado de Coria San Evasio», en XIV Coloquios Históricos de Extremadura. Trujillo, 1981.
[10] «Amad y cuidad la Iglesia de Dios. Nueva Carta Pastoral de D. Francisco Cerro Chaves», Iglesia en Coria-Cáceres. Semanario Diocesano, 04-04-2011.
[11] A Luitprando, obispo de Cremona (922-972), atribuyó el falsario Jerónimo Román de la Higuera uno de sus falsos Cronicones.
[12]San Epitacio Apóstol y Pastor de Tui…, pág. 46-48. AZEDO DE LA BERRUEZA, Gabriel: Amenidades, Florestas y Recreos de la Provincia de la Vera Alta y Baja en la Extremadura. Madrid, por Andrés García de la Iglesia, año de 1667, capítulo XVI, págs. 100-104.
[13] FLÓREZ, Fr. Henrique: España Sagrada… Tomo XIV. Apéndice XI: Episcoporum Sedes Ovetl in Concilio Singulis Designate (Ex Códice Ms. Ovetenfí Pelagij Episcopi), pág. 401.
[14] Gil González Dávida (Teatro Eclesiástico… pág. 43) le atribuye el nombre de Diego.
[15] CALVO CAPILLA, Susana: «De mezquita a iglesia: el proceso de cristianización de los lugares de culto de al-Andalus», en Transformació, destrucció i restauració dels espais medievals. Pilar Giráldez y Màrius Vendrell (coords.), Barcelona, 2016, págs, 129-148.
[16] JIMÉNEZ DE RADA, Rodrigo: Historia de los Hechos de España. Ed. y trad. de J. Fernández Valverde. Madrid, 1989, pág.
[17] FERNÁNDEZ, Crostóbal: Historia de la Ciudad de Antequera desde su fundación hasta el año 1800. Málaga, Imprenta del Comercio, 1842, pág. 163.
[18] «Científicos internacionales analizan la autenticidad del Mantel de la Última Cena de Coria», en El Periódico Extremadura, 30-10-2011. La noticia proviene de la agencia EFE.
[19] LÁRARO, Jaime: «El mantel de Coria y la Sábana Santa se hicieron a la vez», en El Mundo, 5-1-1015.
[20] MUÑOZ DE SAN PEDRO, Miguel (Conde de Canilleros y de San Miguel): Coria y el Mantel de la Sagrada Cena. (La ciudad, su catedral, su relicario y la gran reliquia). Obra cultural de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Cáceres. Madrid, 1961, págs. 71-72,
[21]Ibídem, pág. 73.
[22]Ibídem, págs. 74-75.
[23] RODRÍGUEZ PEINADO, Laura: «La producción textil en al-Andalus: origen y desarrollo», en Anales de Historia del Arte, 2012, Vol. 22, Núm. Especial (II), pág. 272.
[24] Según el Cronicón del Pseudo-Turpin, en el capítulo III, libro IV del Liber Sancti Iacobi incluido en el Codex Calixtinus, Carlomagno llegó a la tierras de la actual Extremadura, llegando a vencer a los pobladores de la vieja ciudad de Cáparra, a la que maldijo porque su conquista le costó un gran esfuerzo: mais á este chaman Calrros ó Mano, porque conquireu toda las Españas por sua lança; é despois que conquireu toda las estos lugares, maldiso estas tres çidades por que lle foron maas de tomar; conven á saber: Lucerna, Ventosa, Capara; é despois nunca en elas ningen prouou. FITA, Fidel: «Libro IV del Códice Calixtino. Traducción gallega», en Boletín de la Real Academia de la Historia. Tomo 6, Año 1885, págs. 258.
[25] ALARCÓN HERRERA, Rafael: «Las prodigiosas reliquias templarias de Alconétar. El Mantel de la Sagrada Cena», en Año Cero, núm. 10-123 (Octubre, 2000), págs. 23-25. Al contrario de lo que ocurre con otras narraciones legendarias sobre el castillo, el puente y los personajes fabulosos a estos enclaves vinculados, muy conocidas por los lugareños, existe una ignorancia casi general sobre estas leyendas de los manteles mágicos, lo que nos hace dudar de la antigüedad de tales fabulaciones.
[26]Ibídem, pág. 23.
[27] CUELLA ESTEBAN, Ovidio: Bulario de Benedicto XIII, IV. El papa Luna (1394-1423), promotor de la religiosidad hispana. Institución «Fernando el Católico» (C. S. I. C.) Excma. Diputación de Zaragoza. Zaragoza, 2009, pág. 132.
[28] ESCOBAR Y PRIETO, Eugenio: Noticias históricas acerca de las Santas Reliquias que se veneran en la catedral de Coria. Cáceres, 1908. Da esta bula como fechada en La Jana el 26 de julio del año 1404.
[29] «El Mantel de la Sagrada Cena. ¿Está en la catedral de Coria?», en Confederación Nacional de Cabildos Catedrales y Colegiales de España, boletín núm. 8. (Salamanca, 2010), pág. 64
[30] MUÑOZ DE SAN PEDRO, Miguel: Coria y el Mantel de la Sagrada Cena, pág. 87.
[31] MALDONADO ESCRIBANO, José: «Descripción de la Ciudad de Coria en las Relaciones Topográficas de los Pueblos de España, hechas a Orden del Sr. Felipe II», en Norba-Arte, Vol. XXVII (Cáceres, 2007), págs. 315-320.
[32]De Origine Seraphicae Religionis Franciscanae eiusque progressibus, de Regularis Observanciae institutione, forma administrationis ac legibus, admirabilique eius propagatione. Romae: Dominico Basae, 1587, pág. 962.
[33]Memorial de la provincia de San Gabriel de la Orden de los frayles menores de observancia. Madrid, por Pedro Madrigal, 1592, pág. 208. Esta información y la del Padre Gonzaga en alguna ocasión ha sido interpretada como que el Mantel se guardaba en el convento de San Francisco de Coria. ÁMEZ PRIETO, Hipólito: La Provincia de San Gabriel de la Descalcez franciscana extremeña. Madrid, 1999, pág. 440.
[34] MUÑOZ DE SAN PEDRO, Miguel: Coria y el Mantel de la Sagrada Cena, pág. 75.
[35] SANZ HERMIDA, Jacobo: «Un coleccionista de reliquias: don Sancho Dávila y el Estudio Salmantino», en Via Spiritus: Revista de História da Espiritualidade e do Sentimento Religioso, núm 8, Faculdade de Letras da Universidade do Porto. Porto, 2001, pág. 63.
[36] He manejado el manuscrito existente en la Biblioteca Nacional, en el que falta el título general, cuya data parece corresponder al año 1610. Con la titulación indicada fue publicado el año siguiente, dividido en Quatro libros, siendo obispo de Jaén, en Madrid, por Luis Sánchez.
[37] ESCOBAR Y PRIETO, Eugenio: «Reliquia insigne de la Catedral de Coria», en Revista de Extremadura. Cáceres, marzo de 1904, pág. 109.
[38] DÁVILA Y TOLEDO, Sancho: Cuerpos de los Sanctos y a sus Reliquias y de las singular con que se a de adorar el cuerpo de Iesu Christo nro Señor en el Santissimo Sacramento. Fol. III r.
[39] MUÑOZ DE SAN PEDRO, Miguel: Coria y el Mantel de la Sagrada Cena, pág. 76.
[40]De la veneración que se debe a los Cuerpos de los Sanctos y a sus Reliquias y de las singular con que se a de adorar el cuerpo de Iesu Christo nro Señor en el Santissimo Sacramento. Lo inserta en el apartado que institula: «Memoria de las sanctas Reliquias que estan en mi oratorio y por cuya veneracion me moui á escribir este libro», fol. IV r.
[41]Ibídem., fol. VI v.
[42]Commentaire littéral sur tous les livres de l’Ancien et du Nouveau Testament. Sus 23 tomos se publicaron entre los años 1707 y 1716. En el tomo 12 se refiere a estos aspectos.
[43]Comentarios del Reverendissimo Señor Frai Bartholome Carrança de Miranda, Arçobispo de Toledo, sobre el Cathecismo Christiano, divididos en quatro partes: las quales contienen todo lo que professamos en el sancto bapthismo, como se verá en la plana siguiente. Dirigido al Serenissimo Rey de España, Don Phelipe N. S. En Anvers, casa de Martin Nucio, Año M.D.LVIII., pág. 172.
[44] Cit. SANZ HERMIDA, Jacobo: «Un coleccionista de reliquias: don Sancho Dávila y el Estudio Salmantino», págs. 69-70.
[45] ESCOBAR Y PRIETO, Eugenio: «Reliquia insigne de la Catedral de Coria», pág. 110.
[46]Teatro Eclesiástico de las Iglesias Metropolitanas, y Catedrales de los Reynos de las dos Castillas. Vida de sus Arzobispos, y Obispos, y cosas memorables de sus sedes. Al muy Catolico, Piadoso y Poderoso Señor Rey don Felipe Quarto, de las Españas y Nuevo Mundo. Dedicasele su Coronista Mayor de las Indias, y de los Reynos de las dos Castillas. El Maestro Gil Gonzalez Davila, Tomo Segundo, que contiene las Iglesias de Sevilla, Palencia, Avila, Zamora, Coria, Calahorra, y Plasencia. Con privilegio, en Madrid, en la Imprenta de Pedro Hornas y Villanueva, Año M.DC.XL.VII, pág. 441.
[47] TAMAYO SALAZAR, Juan de: Martyrologium Hispanum. Anamnesis sive Commemoratio Sanctorum. Hispanorum, Pontyficum, Martyrum, Confessorum, Virginum, Viduarum, ac sanctarum mulierum. Lugduni (Lyon), Philip Borde, Laurent, Arnaud, & Cl. Rigaud, 1652. Pág. 623
[48] ESCOBAR Y PRIETO, Eugenio: «Reliquia insigne de la Catedral de Coria», pág. 111.
[49] MUÑOZ DE SAN PEDRO, Miguel: Coria y el Mantel de la Sagrada Cena, págs. 78 ss.
[50] El texto parece aludir a la rogativa que se llevó a cabo el 8 de febrero de 1665 por malos temporales. Con este mismo fin también hubo rogativa el día 9 de noviembre de 1675. Consta que en diferentes ocasiones se recurre al mantel en demanda de lluvias (1593, 1638, 1679, 1694, 1716, 1720, 1737 y 1743). Igualmente reaparece para erradicar de una plaga de langosta (1675), eliminar la peste (1581), procurar la salud de Carlos II (1698) o propiciar el triunfo de Felipe V sobre Carlos de Austria (1705).
[51] Posteriormente, mediante un Rescripto, emitido el 26 de abril de 1738, la Sagrada Congregación de Ritos extendió el permiso para esta celebración a toda la diócesis.
[52] Ver nota 14.
[53] Las obras de la capilla de las reliquias comenzaron en el año 1783, siendo ocupada 1789, un año antes de la llegada del obispo Alvarez de Castro.
[54] CORRALES GAITÁN, Alonso José R.: «Cáceres: Tierra de reliquias», en Coloquios Históricos de Extremadura. Centro de Iniciativas Turísticas, Trujillo, Octubre de 2006.
[55] GARCÍA MOGOLLÓN, Florencio-Javier: La orfebrería religiosa de la diócesis de Coria (Siglos XIII-XIX). Cáceres, 1987, págs. 487-488.