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Revista de Folklore número

442



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El bodigo y sus rituales

RODRIGUEZ PLASENCIA, José Luis

Publicado en el año 2018 en la Revista de Folklore número 442 - sumario >



La palabra bodigo –antiguamente bodivo– proviene del latino panis votivus, pan ofrecido en voto –del bajo latín voticulum, diminutivo de votum, voto, ofrenda–. Es un panecillo hecho de la flor de la harina que solían llevar las mujeres a la iglesia como ofrenda en las celebraciones religiosas y cuya finalidad era atender las necesidades de los más pobres, tradición muy extendida por la Península. También es conocido como bolla dulce.

Estos panecillos suelen comerse en distintas fechas. Así, en la abulense localidad de San Bartolomé de Pinares, el bodigo y la bola dulce son especialidades del pueblo en Semana Santa; en la riojana Aguilar del Río Alhama es el día 3 de mayo –Día de la Cruz– cuando se realiza una romería a la ermita de la Virgen de los Remedios en Gutur –alquería local– son tradicionales los bodigos «preñados» de huevo y chorizo.

En la fiesta de Todos los Santos existe igualmente la tradición –en algunas localidades de Badajoz– de comer estos panes, bien como acompañamiento de las castañas en el badajocense pueblo de Puebla de Alcocer, donde el pan tiene forma de estrella, bien endulzado y adornado con almendras y con apariencia de animal –sobre estas formas volveré más adelante– en Herrera del Duque. En Siruela el día 1 de noviembre, día de los Santos, se celebra el Día del Bodigo. Ese día el pueblo sale al campo a comerlo. Rellenan el pan –algo más grande que una empanadilla– de carne, productos de matanza –lomo, jamón y/o chorizo– y se termina con un huevo cocido incluida la cáscara. Y se cubre de huevo batido y almendras hincadas en la masa, cubierto de azúcar, almendras y se cuece en horno de leña.

En Tamurejo –también localidad badajocense–, el día 1 de noviembre se celebra el día de Todos los Santos elaborando los bodigos, rellenos de membrillo, calabacín o tomate o bien leche condensada al baño María y envuelto con azúcar molida y salpicado de almendras cocidas. Y mientras las familias se reúnen en los parajes del Pilar de la Dehesa, los muchachos se van todo el día al campo a comerse el bodigo junto con las castañas, las nueces e higos. Esta copla recoge la costumbre.

Venimos de la dehesa
de comernos el bodigo
y si no lo queréis creer,
aquí traemos los higos.

Igualmente hacía referencia a los panes benditos o de caridad que partidos en trozos se repartían a los fieles los domingos al salir de la misa en algunos pueblos españoles; pan que era pagado cada domingo por un vecino por riguroso turno. En Los Villares de La Reina, Mieza de la Ribera y otros pueblos salmantinos esta Caridad se ofrecía a los vecinos que acompañaban a los dolientes durante los funerales, bien a la entrada del velatorio, bien una vez concluido el entierro. Estos panecillos se presentaban en un cestillo acompañados de queso o vino. En el también salmantino Palacios del Arzobispo –en las tierras de Ledesma–, el día de los Difuntos y en las misas de cabo de año, los familiares de los difuntos tenían que llevar al altar –durante el ofertorio de la misa– un pan, que posteriormente era partido en trozos y repartidos por el cura entre la chiquillería. Este acto era conocido en el pueblo como dar el bodigo. En Duruelo de la Sierra –provincia de Soria– en la festividad de Todos los Santos bendecían el bodigo en las sepulturas del camposanto y se repartía –en la casa del sacerdote– entre todos los vecinos.

En Cospedosa de Tormes –municipio de la comarca de Guijuelo, en Salamanca– hubo un sacerdote al que en San José los mayordomos tenían que darle un bodigo cada uno. Por ello, se solía juntar con bastantes panecillos que, por no poderlos consumir todos, se le ponían duros. Pero el buen buen cura no los desaprovechaba: Se los daba a una burra blanca que tenía para ir al vecino Guijo de Ávila a decir misa. (Historia de Cospedosa. Google). Esto me recuerda las numerosas alusiones que en el tratado segundo de El Lazarillo de Tormes se hace al bodigo y a las mañas que el pobre Lázaro tuvo que recurrir para agenciarse alguno y no morirse del hambre al que le tenía sometido el avaro clérigo. Entre otras cosas, dice: «Él tenía un arcaz viejo y cerrado con su llave, la cual traía atada con una agujeta del paletoque, y en viniendo el bodigo de la iglesia, por su mano era luego allí lanzado, y tornada a cerrar el arca». Lo que me lleva al refrán que recoge José Mª Sbarbi en su Diccionario de refranes, adagios, proverbios, modismos, locuciones y frases proverbiales de la lengua española: ‘Abad avariento, por un bodigo pierde ciento’, que él explica diciendo que «... en las aldeas se ve esto con frecuencia, que riñe el cura con el que no le ofrece, sin que por esto consiga que le dé algo; con lo que la avaricia redunda en daño del avariento».

Lope de Vega, también dedicó una composición alusiva a la costumbre de dar bodigos a los sacerdotes por los funerales. Su título es El cuerdo loco, y escribe:

Mi mala suerte maldigo
que tal desgracia es
que en discurso de un mes
no se me ofrece un bodigo.
Pues que entierros no cae uno
por nuestros grandes pecados
que de diez que están oleados[1]
aún no se ha muerto ninguno.

Tirso de Molina en su poema Segadores, afuera:

Si en las manos que bendigo
fuera yo espigo de trigo,
que me hiciera harina digo
y luego torta o bodigo
porque después me comiera.

Y Miguel de Unamuno en Baratero de la gracia:

Departían así en el refectorio:
Más negro cada vez es el bodigo…
Parece de bellota de quejigo…
¡A qué ha venido a dar el ofertorio!
Es decreto de Dios y bien notorio,
por andarlo buscando de trastrigo[2],
a la gula nos manda este castigo.
¡Debe de estar en quiebra el purgatorio!

Marcos de Sande escribió –pp. 139-140– que en Casar de Cáceres, en el oficio de ánimas y aniversario de difuntos se repartían limosnas a los pobres, consistentes en bollas o en dinero, y añade que los entierros de gente adinerada se llamaban «‘entierros de pan y cera’ y acompañaban 50 pobres con velas encendidas» y a la terminación del acto se les daba de limosna a estos pobres –que se llamaban veleros– dos pesetas a cada uno.

Según recojo en mi trabajo Las Cofradías de Ánimas en Extremadura –pg. 176– que en Casar de Cáceres, el sábado anterior al segundo domingo de mayo, se amasaban cuatro o cinco fanegas de trigo para hacer bollas –panecillos redondos hechos de harina con granos de anís– y roscas de un kilo para el cura y los monaguillos. Una parte de las bollas se repartían entre los pobres y otra se dedica al banquete que ofrecía el mayordomo ese día. Esta curiosa práctica congregaba por los años 40 a los escolares en el Arandel[3] de la Iglesia por la tarde, y con el fúnebre son de las campanas como fondo, se iniciaba el reparto de las bollas que traían las diputadas, vestidas de riguroso luto en grandes cestas de mimbre. En la actualidad, el reparto se hace en los colegios.

El resto de los panes se llevaba en un gran cesto a la sinagoga, una capillita que se situaba al lado del presbiterio, donde eran bendecidos por el sacerdote antes de que éste los repartiese en rebanadas entre los asistentes a la misa de difuntos, lo que le daba un carácter sacramental de pan bendito, puesto que con ellos se comulgaba. Después salía la procesión por la puerta de la Justicia, con la asistencia del mayordomo vestido con sus mejores galas y de la mayordoma con traje regional y matilla de blonda. La procesión era presidida por la Cruz Alzada, mientras el sacerdote iba rezando responsos.

El último domingo de abril, los vecinos de La Torre de Esteban Hambrán y Santa Cruz de Retamar –localidades toledanas ambas– celebran la romería de Ntra. Sra. de Linares, donde tras la misa tiene lugar la tradicional Caridad de Linares, consistente en repartir pan, queso y vino entre todos los asistentes. La verdadera advocación mariana de los torreños es la Virgen de la Misericordia; lo de Linares hace referencia a un lugar de ese nombre –hoy despoblado– próximo a la Torre, donde también era costumbre repartir la caridad entre los romeros.

En Linares recibía culto la Virgen de la Misericordia, que contaba con gran devoción entre los torreños y los vecinos de la cercanas Santa Cruz del Retamar. Tras despoblarse Linares la romería siguió celebrándose en la ermita que allí había, hasta que finalmente se decidió trasladar la imagen a La Torre, a pesar de la oposición de los churriegos, gentilicio de los vecinos de Sta. Cruz. Aunque eso no fue óbice para que la Virgen se siguiera llevando al lugar conocido con el nombre de Caridad de Linares, que ha recibido este nombre por el tradicional reparto, pasando posteriormente la romería a la ermita de Sta. Ana, próxima a La Torre. Y es en este momento cuando la tradicional caridad pasa a denominarse bodigo, mollete que lleva impresa la imagen de la Virgen de Linares que –una vez bendecidos por el sacerdote– se repartía entre los devotos la víspera de la fiesta, sólo que ahora sin el queso y el vino. Actualmente, la Torre de Esteban Hambrán mantiene las dos tradiciones: la romería a la Caridad de Linares y el reparto del pan, el queso y el vino, y en la víspera el tradicional bodigo.

La tradición de la Caridad se mantiene también vigente en localidades próximas, como Villa del Prado y Méntrida.

Ortí Belmonte recoge en su trabajo –Ofrendas y costumbres en los entierros cacereños, pp. 3-5– sobre las costumbres y las ofrendas de los entierros cacereños desde el siglo XIV, pues faltan del siglo anterior. Del siglo XIV cita el de Garci Blázquez, primer poseedor el Mayorazgo de Blasco Muñoz, otorgado en Cáceres en 1342, en el que entre las mandas que se consignan para los pobres, se citan «una y otra de mil varas de sayal para trajes y cubiertas en las alberguerías de las parroquias», además de 1300 «maravedises para aceite y misas».

Del siglo XV recoge el testamento del Obispo de Coria, don Vasco Ramírez de Rivera, que ordenaba que durante un año llevaran a su sepultura –todos los días– ofrendas «de pan, vino y caza».

El 11 de noviembre –año de 1486–, Dña. Elvira de Ulloa testó que durante dos años le ofrendasen pan y vino «y que el bodigo sea de dos maravedises».

Siguiendo con el bodigo, Diego García de Paredes dispuso en 1534 que le ofrendasen «un año de pan, vino y cera» y que el bodigo y la cera fuesen a voluntad de sus testamentarios «y que la misa de réquiem sea cantada con sus velas e bodigos».

El pariente de D. Diego –García Hernández– mandaba que le ofrendasen durante medio año en la iglesia de San Mateo, «e que el bodigo que por mi ánima se ofreciere sea de dos libras y la cera doblada e que se entregue con cada bodigo dos palmas y de vino un maravedí a cada ofrenda y que en lugar de la tabla queden doce libras de cera a la dicha iglesia de velas».

Las exequias fúnebres que por la muerte de Isabel la Católica se celebraron en la iglesia cacereña de Sta. María importó al municipio –incluido el catafalco– 34.641 maravedíes, por las ofrendas de pan, vino, cera y un carnero.

De lo que se deduce que la costumbre más arraigada era la de ofrendar pan, vino y cera, aunque a mediados del siglo XVI ya sólo se nombra el pan, que «empieza a sustituirse por trigo».

Los testadores no solían olvidarse de los ministros que hicieran las exequias, como señalé al tratar de Cospedosa. Así, en el testamento del trujillano Alonso Altamirano, ordenaba «que las ofrendas para los sacerdotes fueran de seis fanegas de trigo, cuatro carneros y un cuero de vino». Y Teresa Díaz que a todos los clérigos que el día de las exequias quisieran decir misas por su ánima, les diesen «pitanza de pan y cera y dinero como se da por otros de mis iguales». Y en el siglo XVI –según recoge Ortí Belmonte, pg. 5– en Coria, «después del entierro, volvía el clero a la casa [del difunto] y en la puerta rezaba un responso». La ofrenda para él era de diez panes y diez velas, y de «un cuartillo de vino para el sacristán con dos panes».

Tampoco se olvidaba a la persona comisionada de llevar las ofrendas. En el caso de Alonso Altamirano, éste delegaba en Leonor de Montánchez, madre de las Beatas de Santa María, «a las que donaba treinta fanegas de trigo, cuatro arrobas de cera, dos cuartillos de vino, dos ducados de lino y 4.000 maravedises y 1.500 a la que llevara las ofrendas». En el caso de su pariente García Hernández mandaba que a la persona que le ofrendase le dieran «un ducado de oro sencillo».

En el trabajo sobre el primer libro de difuntos conocido –perteneciente al municipio salmantino de Macoteras, en la comarca de Peñaranda de Bracamonte– [4] que data del 20 de agosto de 1585, Hernández dice que estaba ordenado que, cuando una persona fallecía, a los tres días, se presentase un familiar con el testamento en la vicaría, para que el cura tuviese conocimiento de las mandas de misas y responsos del difunto, como «reparación de los extravíos de su ánima». Y añade que este requisito era exigido con la mayor severidad del mundo, «pues había familiares que, si podían escabullirse del pago de las misas encargadas por el difunto, lo hacían con el mayor descaro; por eso, los curas estaban atentos a lo escrito, pues, de ello, dependía su condumio», como se ha visto en casos a los que me he referido más arriba.

La primera voluntad que aparece apuntada en el libro –«en relación con su ánima»– corresponde a una tal Sabina Ximenez, mujer que fue de Marcos Ximenez, quien testó:

Primeramente, mando el día que Dios me llebare una misa con vigilia como es uso e costumbre; item, mando ttres misas a la Santísima Trinidad; item, nuebe misas a Nuestra Señora; item mando siete misas a las siete angustias de Nuestra Señora; item, mando cinco misas a las cinco plagas, item, mando doce misas a los doce Apóstoles; item, mando ottra misa al ángel de la guarda; ítem mando ottra misa a sant Miguel; ottra a sant Bartolomé; item, ottra misa a Nuestra Señora del Rosario; item, mando se ofrendar un año de pan, vino y cera, y sea el bodigo cada semana de medio celemín y medio de arina, e le llebe Cathalina Sánchez, mi nuera, y le den por su trabajo dos ducados, una jofaina y un paño de lienzo bueno. Dexo por testamentarios y cabazaleros a Gonzalo Ximenez, alcalde, e a Pero Celador, mozo, vecinos de Macotera.

Aunque este no es el único caso en que además de donar una limosna como en casos antes citados –que solía ser en dinero y en especie– a la persona –generalmente un familiar– que debía llevar la ofrenda en su nombre a la iglesia, el testador donaba algo a los pobres, bien en forma de pan –caso de Juan Pajares, quien mandó «... que las tres Pascuas del año se den a los pobres, cada Pascua, una fanega de pan»–, bien en otro tipo de especie, como Juan Gutiérrez, que llegó ochenta reales, importe de ocho varas de paño, «para los cuatro pobres que le llevaran de su casa a la iglesia el día de su entierro, a dos varas por cabeza».

Sin embargo, no todos las misas ordenadas por los difuntos se cumplían a rajatabla, según pudo comprobar el representante del obispo salmantino en la visita que el 26 de julio de 1751 hizo a esta localidad, pues aún quedaban por cumplir 262 misas, de ahí que el obispo debió de ordenar a los curas que –despreciando las falsas excusas que cada heredero o testamentario alegase– se pagasen dentro de quince días y si pasado ese tiempo no se cumplían, «los compelen por embargo y ventta de vienes», llegando a proponer una drástica medida: «Eso es querer que abrasemos la hacienda; ha de ser la conclusión; pegarla fuego, que menos inconveniente es que queme la hacienda, que el que se abrasen las almas».

Gabriel Llompart –pg. 96– escribe que dentro del «folklore religioso» –en este caso funerario– estaba el llamado «pan de difuntos», costumbre que en el ámbito balear se trataba de la repartición de cuévanos o cestos llenos de panes a los pobres necesitados, limosna que a menudo iba unida a la quema de un cirio mientras duraba el oficio de conmemoración.

Y Llompart señala que el investigador ibicenco Isidoro Macabich recogió varias recomendaciones a los jurados –que se remontaban a la segunda migad del siglo XIV– sobre esta costumbre. Así, recoge una que mandaba invertir 15 libras «en pan para los menesterosos a repartir el Viernes Santo y el día de Todos los Santos»; o la de otro ciudadano mallorquín prescribiendo que se diera pan «todos los domingos en la puerta de la iglesia».

Igualmente, Llompart –pg. 99– hace referencia al artículo que Gabriel Llabrés Quintana publicó en el Correo de Mallorca el 31 de octubre de 1925 –titulado Los panellets de mort, bollos de muerte– en el que sostenía que las pequeñas galletas circulares que se fabricaban en Mallorca para primeros de noviembre, y que se ensartaban, «a guisa de largos rosarios» para obsequiar a los niños por el día de Todos los Santos, «eran una sobrevivencia de los panecillos que se daban antes a los pobres, y que se fueron reduciendo progresivamente de tamaño». Presunción que también tenía el Rvdo. D. Rafael Caldentey, quien le comentó que tal vez los panellets fueran «los póstumos continuadores de los panes, cada vez más chicos, que los pobres recogían de iglesia en iglesia y que ensartaban en una varilla de rama.»

De igual opinión es Violant y Simorra –pg. 301–, quien escribe que en Cataluña, cuando unos años atrás se amasaba el pan para el consumo doméstico casa semana o cada quince días –era costumbre muy generalizada– «con carácter de rito», que las madres elaborasen unos panecillos de figura humana, animal, floral o de hogaza miniaturizada para sus hijos. «Muchos de estos y otros panes[5], antes de pasar a los niños –como tantos otros elementos etnográficos–», habrían figurado «en el ritual popular los mayores de carácter mágico, sobre todo, tal como nos informan de ello, diversas costumbres antiguas y modernas de varios países».

Simorra menciona –pg. 341– a R. Maisch-F. Pohlhammer –Instituciones griegas. Barcelona, Editorial Labor, 193– que –además de hacer referencia a las ofrendas divinales griegas que exigían efusión o derramamiento de sangre– existían otras, como por ejemplo de tortas de harina de trigo candeal, frutos del campo, rebanadas de queso e incienso, pues el ciudadano humilde que no podía permitirse el lujo de ofrecer víctimas animales en especie, «... las hacía imitar con pasta de harina o con cera» –pg. 120–. Y que «... en las fiestas dedicadas a la caza del ciervo o ‘elefobolias’, que se celebraban en el mes ‘elefebolion –que corresponde aproximadamente a nuestro marzo–, la gente ofrecía pastelillos en forma de dicho animal, o sea, de ciervo, a la casta cazadora, la diosa Artemisa» –pg. 13 –.

Y tras hacer referencia a las adonías de Alejandría –fiestas dedicadas a Adonis, pg. 347–, donde se celebraba una solemne procesión con mujeres que llevaban, «ya cestos de tortas y vasos con perfumes, ya ramas de árboles, o enseñaban ricos tapices con los amores de Venus y Adonis» y a las teorías de la escuela de las supervivencias, capitaneadas por Frazer y sus seguidores no nos engañan, Violant y Simorra –pg. 350– dice creer que diversos de nuestros panes y tortas, antes de pasar a ser juguete-golosina de los niños o bien para amenizar las costumbres, han tenido un objeto más serio y formal de sentido cultural, de tradición precristiana, «por lo que podemos considerarlos como persistencias de ofrendas, de sacrificios simbólicos, de víctimas o de exvotos propiciatorios ofrecidos a las diversas divinidades agro-fecundantes paganas».

Ofrendas –en mi opinión– que la Iglesia católica no dudó en inscribir en el culto a los difuntos como una forma de hacer olvidar aquellos cultos paganos y a sus dioses, tal y como hizo con otras tradiciones religiosas de la antigüedad.

Y para concluir, un refrán o dicho relacionado con lo que antecede: Besamano y daca pan. «Un amo –cuenta Correas– [6] quiso poner a oficio a su negro [criado] y él, no agradándose de ninguno de trabajo[7], escogió el de cura y dijo que quería el oficio de ‘besamano y daca pan’, [8] por la ofrenda que se usa dar al cura por las fiestas».

Besamanos, en la liturgia religiosa, es la acción de besar la mano del celebrante al entregarle algunos objetos de culto, o bienes materiales –trigo, animales, etc.–, o con ocasión de alguna celebración relacionada con su persona: primera misa, bodas de oro sacerdotales, etc.

El criado –negro, en germanía, es astuto y taimado–, como puede verse, no era ningún lelo. Habría visto en determinadas celebraciones eclesiásticas que los feligreses se aproximaban al cura y, tras besarle la mano –de mano besada–, le entregaban sus ofrendas: bodigos. Entonces comprendería que aquél era un oficio descansado y provechoso y decidió ejercerlo.

Lázaro[9], refiriéndose al escudero que tenía por amo, dice: «Este –decía yo– es pobre, y nadie da lo que no tiene; mas al avariento ciego y el malaventurado mezquino clérigo, que, con dárselo Dios a ambos, el uno de mano besada y el otro de lengua suelta[10] me mataban de hambre».



BIBLIOGRAFÍA


Alberro, Manuel. El antiguo festival céltico pagano de Samain y su continuación en la fiesta laica de Halloween, el día de los difuntos cristiano y el día de muertos en México. Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política, Humanidades y Relaciones Internacionales. Volumen 6 nº 12, 2004.

Anónimo. Lazarillo de Tormes. Ed. de Francisco Rico. Planeta, Barcelona, 1976.

Correas, Gonzalo. Vocabulario de Refranes y Frases Proverbiales. Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. Madrid, 1924

Llompart, Gabriel. CR. Una nota de folklore funerario mallorquín. Revista de Dialectología y Tradiciones Populares. Tomo XXI, Cuadernos 1º y 2º. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Instituto Miguel de Cervantes. Madrid, 1965.

Marcos de Sande, Moisés. Costumbres funerarias. Revista de Dialectología y Tradiciones Populares. Tomo VI, Cuaderno 1. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid, 1950.

Ortí Belmonte, Miguel A. Ofrendas y costumbres en los entierros cacereños. Alcántara nº 30. Año VI. Cáceres, 1950, 30 de abril.

Rodríguez Plasencia, José L. Las Cofradías de Ánimas en Extremadura. Ars et Sapientia. Revista de la Asociación de Amigos de la Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes. Nº 27, Año IX. Cáceres, diciembre 2008.

Sbarbi y Osuna, José Mª. Diccionario de refranes, adagios, proverbios, modismos, locuciones y frases proverbiales de la lengua española. Biblioteca Digital Hispánica. Madrid, 1922.

Violant y Simorra, Ramón. Panes rituales, infantiles y juveniles, en el Nordeste y Levante español. Revista de Dialectología y Tradiciones Populares. Tomo XII, cuaderno 3º. Madrid, 1956.

Vega Carpio, Lope de. El cuerdo loco: comedia famosa. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, Madrid, 2002.



NOTAS


[1] Oleados. Sacramentados. Que han recibido la extremaunción.

[2] Trastrigo, o de trastrigo significa pretender uno cosas fuera de tiempo o mezclarse en las que solo daños pueden ocasionarle.

[3] Arandel es el nombre que en la localidad se da a la zona empedrada, limitada por un pequeño muro, que rodea a la iglesia parroquial.

[4] Artículo extraído de la bibliografía de Eutimio Cuesta Hernández sobre Macotera. WikiSalamanca.

[5] Violant y Simora cita: pastelillos y roscones navideños en Cataluña y Baleares; roscones y pastelillos del Domingo de Ramos en Cataluña y Aragón; la Mona de Pascua en Cataluña; la rosca o mona de Valencia; los sabres – sables – de San Simón en Mataró; las tortas de carnaval en Capafonts (Tarragona); las tortas de Ayuno de la Encarnación en Garguás; la merienda del gallo en Híjar…

[6]Vocabulario de Refranes.

[7] No le agradaba ningún trabajo.

[8] Correas recoge también Basamano y daca torta.

[9]Lazarillo, tractado 3º, pág. 54. Ed. de F. Rico.

[10]Con lengua suelta se refiere al ciego, que se sabía de corrido ciento y tantas oraciones para muchas y diversas ocasiones y efectos. El clérigo era también de los de mano besada, por lo que he dicho de las ofrendas que solían dársele en determinadas fiestas.



El bodigo y sus rituales

RODRIGUEZ PLASENCIA, José Luis

Publicado en el año 2018 en la Revista de Folklore número 442.

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