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Revista de Folklore número

429



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Los animales invertebrados mencionados en los escritos cervantinos (I): El Quijote

SANTIAGO ALVAREZ, Cándido

Publicado en el año 2017 en la Revista de Folklore número 429 - sumario >



1. Introducción

La obra cumbre de nuestra literatura, El Ingenioso Hidalgo D. Quijote de la Mancha, es sin lugar a dudas una de las que más estudios ha suscitado y aun sigue suscitando con inagotable manantial de inspiración. El propio autor, en el Prólogo a la 1ª Parte, es quien concede la licencia para ejecutar el propósito: «puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temor que te calunien por el mal ni te premien por el bien que dijeres della». Por eso, cualquier lector apasionado de tan inmortal libro tiene absoluta libertad para enjuiciar, en consonancia con su bagaje de conocimientos, aquel aspecto que considere de su interés.

El relato de las aventuras del Ingenioso Hidalgo está realizado en modo discontinuo con un desfase de dos lustros entre la primera (a. 1605) y segunda (a. 1615) partes, aunque todo sucede por un territorio real, de cuya delimitación geográfica, caracterización paisajística y biodiversidad imperante nos apercibe el autor a medida que discurre la narración.

Los protagonistas salen por la parte meridional, de un innominado lugar de la Mancha, tras caminar varias jornadas por el Campo de Montiel, el de Calatrava y adentrarse en Sierra Morena regresan al mismo reconducidos; luego, cumplida la forzada estadía hogareña vuelven al Campo de Montiel, de improviso giran con rumbo nororiental para introducirse en el reino de Aragón, por Albacete, Cuenca, Guadalajara, Zaragoza, alcanzan Barcelona, se asoman al mar Mediterráneo y al cabo toman la derrota de la patria donde a poco de llegar el Hidalgo rindió el alma (de los Ríos, 1780; Perona Villarreal, 1988).

La marcha transcurre durante la estación del verano, en permanente contacto con la naturaleza, por parajes que acreditan un paisaje agreste con incrustadas superficies cultivadas y praderosas de pasto y rozo, promotoras del ambiente rural en el que se ven inmersos, hidalgo y escudero. Ellos van camino adelante con la ayuda de sus monturas, Rocinante y el Rucio, sortean corrientes de agua, atraviesan florestas, áreas despejadas, se acogen al reposo cuando procede pero no les falta la ocasional compañía de otros viandantes, gentes a pie o en cabalgaduras, ganados conducidos, etc. cuyos encuentros, en más de una ocasión, dan origen a enfrentamientos de consecuencias nada gratas para nuestros protagonistas.

Así ocurrió en la dolorosa y desagradable situación provocada por la imprudencia de Rocinante cuando alterado por sus bajos instintos perturba la tranquilidad de la recua de los yangüeses (1ª Parte, Cap. XV) quienes, de resultas, lo molieron a palos, también a su dueño, al escudero y al Rucio. No menos lacerante encontramos la respuesta de los pastores a la alocada carga de nuestro héroe sobre los rebaños trashumantes confundidos con ejércitos (1ª Parte, Cap. XVIII); y qué decir de la temeraria provocación de aquél a los leones enjaulados (2ª Parte, Cap. XVII pág. 406); o de las clamorosas y humillantes envestidas de los que pasan en tropel: la manada de toros bravos y mansos cabestros (2ª Parte, Cap. LVIII); la piara de cerdos (2ª Parte, Cap. LXVIII), etc.; e incluso, la despiadada broma gatuna urdida por el pérfido Duque resulta enojosa e hiriente para cualquier corazón sensible (2ª Parte, Cap. XLVI pág. 543).

Pero en el periplo descubren de manera paulatina la diversidad florística, plantas tanto de porte leñoso, árboles y arbustos, como herbáceo (Colmeiro, 1895), donde halla cobijo y sustento una rica fauna de animales salvajes con el complemento de los sometidos al manejo pecuario. El conjunto aparece mencionado por un centenar largo de nombres en el que se incluyen autóctonos, exóticos y alguno fabuloso (Colmeiro, 1895); aunque en el inventario prevalecen vertebrados: mamíferos, aves, reptiles, peces, batracios y cetáceos, sobre invertebrados: artrópodos, moluscos y otros. Por otro lado, resulta deleitoso, el continuo desfile de animales domésticos y domesticados en el relato: equino, bovino, ovino, caprino, cerda, aves, etc., así como también el de los implicados en las actividades cinegéticas, etc.

Las menciones de que son objeto en la narración, como metáfora, como símil, como sujetos activos en más de una de las hazañas han atraído la atención a muchos estudiosos de la obra unos hacen enumeración (Colmeiro, 1895; Garet Mas, 1969; Gavalda, 1951; Gómez Tejedor, 1994 ; Pardos, 2005), otros se adentran en la simbología (García-Casillas, 2016, Martín, 2014) pero no conocemos ninguno que aborde en detalle los aspectos más propiamente zoológicos. En el presente trabajo nos planteamos el análisis de los animales invertebrados mencionados en el relato de las andanzas de nuestros personajes así como la significación de los mismos en la narración.

2. La lista de animales invertebrados

Las voces vernáculas encontradas en El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha relativas a invertebrados alcanzan el valor numérico veinte, de las cuales siete están presentes en ambas partes de la novela, sin embargo las trece restantes aparecen, de manera exclusiva, cuatro en la primera (1605) y nueve en la segunda (1615) respectivamente (Tabla, 1).

Tabla 1. Las voces vernáculas relativas a invertebrados en cada una de las partes del Quijote

nombre

parte

nombre

parte

nombre

parte

nombre

parte

abeja

almeja

avispa

caracol

carcoma

1ª,2ª

1ª,2ª

chinche

coral

esponja

grana

grillo

1ª,2ª

gusano

hormiga

mosca

mosquito

piojo

1ª,2ª

,2ª

1ª,2ª

1ª,2ª

polilla

pulga

pulpo

púrpura

zángano

1ª,2ª

Estos nombres eran de uso popular y general, de antigüedad contrastada como lo prueba el hecho de estar registrados en escritos de muy diversa índole: «Diccionario Latino-Español» (Nebrija, 1492), «Vocabulario Español-Latino» (Nebrija 1495), «Libro de las propiedades de las cosas» (Ánglico, 1494), «Acerca de la materia medicinal y de los venenos mortíferos» (Dioscórides, 1555), «Introducción al Símbolo de la Fe» (Fray Luis de Granada, 1583), entre otros.

El conjunto de invertebrados consignado en este inventario muestra elevada coincidencia con los correspondientes a dos novelas coetáneas, el Guzmán de Alfarache (I. 1599; II. 1604) de Mateo Alemán (Santiago-Álvarez, 2017a) y el Libro de entretenimiento de La Pícara Justina (1605) de Francisco López de Úbeda (Santiago-Álvarez, 2017b) así como con el que los engloba, el recogido en el acervo paremiológico, la cultura popular llegada a nosotros por transmisión oral (Santiago-Álvarez, 2014).

3. Consideración de las voces[1]

Abeja

Este insecto himenóptero social, domesticado en los albores de la civilización para el aprovechamiento de sus elaboraciones, la cera y la miel, aparece citado en tres párrafos del Quijote. El primero forma parte del memorable discurso que D. Quijote dirigió a los cabreros aquella apacible noche en la que fue su huésped, al inicio de sus aventuras, donde expone la llevadera existencia del hombre cazador y recolector a quien, sin apenas esfuerzos, le resultaba fácil alcanzar su sustento:

En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquier mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo. (1ª Parte, Cap. XI)

La estampa sintetiza de un modo claro la vida natural, salvaje, de este laborioso animal que en espacios confinados, las oquedades, dispone sus sociedades de lo cual muy pronto se percató el hombre prehistórico. Así nos lo atestigua la pintura rupestre donde se ve la recogida de miel, esa perenne impronta presente en el sureste español, hallada en la Cueva de la Araña (Hernández-Pacheco, 1921; 1924), en Bicorp (Valencia). Esta representación pictórica es la prueba fehaciente del temprano aprovechamiento de estas producciones por el hombre y de la consecuente domesticación del insecto (Townsend y Crane, 1973).

El segundo párrafo procede de la conversación entre Sancho y su mujer, cuando aquel le advierte de que va a salir por segunda vez con su amo. Ahora da por hecho que alcanzará el gobierno de la ínsula de donde les vendrá el encumbramiento social, muy en particular el de sus vástagos; pero ella llena de escrúpulos rehúsa ese ascenso porque activaría a los lenguaraces, muchedumbre que cuantifica por medio del símil:

¿Sabeis por qué, marido? -respondió Teresa-; por el refrán que dice: “¡Quien te cubre, te descubre!” Por el pobre todos pasan los ojos como de corrida, y en el rico los detienen; y si el tal rico fue un tiempo pobre, allí es el murmurar y el maldecir, y el peor perseverar de los maldicientes, que los hay por esas calles a montones, como enjambres de abejas. (2ª Parte, Cap. V)

En cada una de las sociedades formadas por este insecto se contabilizan varios miles de efectivos, pero llegado el momento, experimentan un fenómeno natural, la enjambrazón, que propicia la extensión de la especie en el espacio; una reina abandona la sociedad seguida por una multitud de trabajadoras, el enjambre, en busca de un lugar donde instalarse. A este hecho es al que se refiere Teresa Panza porque resultaba sorprendente, ocurría de manera más o menos sincronizada en todas las colmenas florecientes de una determinada área.

Por último, el tercer párrafo forma parte de los principios que regirán la acción del bueno de Sancho Panza, gobernador de la Ínsula Barataria:

y en siendo la hora, vamos a rondar; que es mi intención limpiar esta ínsula de todo género de inmundicia y de gente vagamunda, holgazana y mal entretenida; porque quiero que sepáis, amigos, que la gente baldía y perezosa es en la república lo mesmo que los zánganos de las colmenas, que se comen la miel que las trabajadoras abejas hacen. Pienso favorecer a los labradores, guardar sus preeminencias a los hidalgos, premiar a los virtuosos, y, sobre todo, tener respeto a la religión y a la honra de los religiosos. (2ª Parte, Cap. XLIX)

Sancho exalta en esta perorata a la casta de las abejas trabajadoras, la más abundante en una colmena, la que produce la miel a partir del néctar recolectado durante sus viajes de pecoreo.

Las frases analizadas son un claro exponente del conocimiento que Cervantes tenía sobre la biología de este provechoso insecto el cual era objeto de una actividad lucrativa, la apicultura, practicada en los territorios por donde transcurrió su vida. Una pequeña pincelada sobre ella la encontramos en el relato de la infeliz Dorotea:

Y del mismo modo que yo era señora de sus ánimos, ansí lo era de su hacienda: por mi se recebían y despedían los criados; la razón y cuenta de lo que se sembraba y cogía pasaba por mi mano; los molinos de aceite, los lagares de vino, el número del ganado mayor y menor, el de las colmenas. (1ª Parte, Cap. XXVIII)

La ilustración mostrada por Cervantes, no nos cabe duda, procede de varias fuentes: la observación personal, las enseñanzas provenientes de la sabiduría popular (Santiago-Álvarez, 2006; 2010; Serra Fábregas, 1955), las muchas lecturas (Cotarelo Valledor, 1943) a saber, los textos donde se hallaba contenido el valioso soporte doctrinal de carácter práctico: Libro IX de Columela, Libro V de la Obra de Agricultura (Alonso de Herrera, 1513) y el Tractado breue de la cultiuaciō y cura de las colmenas (Méndez de Torres, 1586). Este último tiene un capitulo en el que se explica el modo de aprovechar el tipo de colmenas silvestres: «Cap. XVI. Muestra la orden que se ha de tener en buscar las colmenas silvestres, que se han metido en huecos de árboles, y en huecos de peñas, y debaxo de tierra.», aviso que también traen en sus obras Columela (Cap. VIII) y Alonso de Herrera (Cap. IV).

Almeja

El molusco acéfalo así referido, o bivalvo, vive en hábitat acuático encerrado en una concha de naturaleza calcárea compuesta por dos valvas unidas por la charnela. La única cita encontrada aparece en la defensa que D. Quijote hace de la veracidad de los libros de caballería, ante el incrédulo Canónigo, cuando le narra la supuesta inmersión de un caballero en «un gran lago de pez hirviendo a borbotones» lleno de peligrosos animales, a los que sortea, hasta llegar a un florido campo donde:

acá vee otra (fuente) a lo brutesco ordenada, adonde las menudas conchas de las almejas, con las torcidas casas blancas y amarillas del caracol, puestas con orden desordenada, mezclados entre ellas pedazos de cristal luciente y de contrahechas esmeraldas, hacen una variada labor, de manera que el arte, imitando a la naturaleza, parece que allí la vence. (1ª Parte, Cap. L)

Cervantes habla tan solo de los despojos calcáreos, «las menudas conchas», esos elementos que acaparan la atención en zonas litorales, adonde han llegado arrastrados por las corrientes del agua una vez que ha muerto el huésped y productor.

Avispa

El insecto así nombrado, himenóptero social, de color amarillo con manchas negras, establece colonias temporales en panales apergaminados, aéreos o subterráneos, que no suscitan especial interés; sin embargo es temida la hembra por el aguijón punzante que lleva al extremo del abdomen.

Una sola vez aparece citada en el Quijote cuando nuestro aventurero personaje, que va en retirada camino de su lugar humillado por el Caballero de la Blanca Luna, al raso, en lo profundo de la noche, desvelado, se ve atropellado de mala manera, junto con su escudero, por una desconsiderada piara de puercos inmundos; esto irritó al pusilánime Sancho, quien, a tropel pasado, pretende emplearse en una cruenta venganza, pero nuestro héroe, sereno, le conmina a la resignación:

Déjalos estar, amigo; que esta afrenta es pena de mi pecado, y justo castigo del cielo es que a un caballero andante vencido le coman adivas, y le piquen avispas, y le hollen puercos. (2ª Parte, Cap. LXVIII)

En esta expresión Cervantes alude al comportamiento agresivo que muestran las hembras del insecto, que por reacción defensiva pican con el aguijón caudal a quien interfiere en su normal actividad.

Caracol

Este vocablo refiere al molusco gasterópodo de hábitat aéreo que vive en ambiente húmedo, oculto en la retorcida concha calcárea de la que asoma en la escotofase cuando sale en busca de su alimento. Por dos veces aparece en el Quijote, la primera junto a la almeja (v. supra), en el episodio con el escéptico Canónigo:

acá vee otra (fuente) a lo brutesco ordenada, adonde las menudas conchas de las almejas, con las torcidas casas blancas y amarillas del caracol, puestas con orden desordenada, mezclados entre ellas pedazos de cristal luciente y de contrahechas esmeraldas, hacen una variada labor, de manera que el arte, imitando a la naturaleza, parece que allí la vence. (1ª Parte, Cap. L)

Cervantes, al igual que en el caso anterior, habla tan solo de los despojos calcáreos, «las torcidas casas blancas y amarillas», elementos variopintos que quedan esparcidos por el hábitat una vez que ha muerto el habitante y productor.

El hecho de ser un molusco terrestre ha propiciado que ocupe un lugar destacado en el acervo paremiológico (Santiago-Álvarez, 2011).

La segunda surge en el recibimiento de que fue objeto nuestro héroe a su llegada a Barcelona, allí, en la playa, oye estático los elogios que profiere el caballero advertido de su venida, pero:

No respondió D. Quijote palabra, ni los caballeros esperaron a que la respondiese, sino, volviéndose y revolviéndose con los demás que los seguían, comenzaron hacer un revuelto caracol al derredor de don Quijote; el cual, volviéndose a Sancho, dijo: Estos bien nos han conocido: yo apostaré que han leído nuestra historia, y aun la del aragonés recién impresa. (2ª Parte, Cap. LXI)

La sentencia no hace referencia directa al animal indica que los seguidores de Roque Guinart circundaron a D. Quijote antes de introducirlo en la ciudad. Esta acción se encuentra recogida en el refranero, «Hacer caracoles», o «Hacer como el caracol», esto es dar vueltas a una parte y a otra, torciendo el camino (Santiago-Álvarez, 2011). Con este mismo sentido aparece en el Libro de Entretenimiento de la Pícara Justina (Santiago-Álvarez, 2017b).

Carcoma

El sustantivo señala a coleópteros xilófagos de pequeñas dimensiones, sinantrópicos, que perforan la madera, donde además se reproducen y la dejan reducida a polvo. La voz está documentada desde el s. XIII en los Libros del Saber de Astronomía (Corominas y Pascual, 1987), proporcionó dos derivadas, en secuencia temporal, el participio carcomido (Nebrija, 1495) que significa “lo que está roydo de carcoma” (Covarrubias, 1611), y el infinitivo carcomer (Alonso de Herrera, 1513) que significa “roer la carcoma la madera” (Dic. Autoridades, 1726).

La primera cita recogida en el Quijote emplea el participio, nos habla de la lamentable situación en la que se encontraban los pergaminos hallados dentro de la caja de plomo:

Estos fueron los versos que se pudieron leer; los demás, por estar carcomida la letra, se entregaron a un académico para que por conjeturas los declarase. (1ª Parte, Cap. LII)

La atribución del señalado deterioro a la carcoma no carece de verosimilitud pues está considerada entre los animales dañinos en archivos y bibliotecas (Kraemer Koeller, 1973) porque no solo ataca a los elementos en madera sino también al papel rico en celulosa tal cual el de los siglos XV y XVI (Rico y Sinobas, 1941).

Algo más adelante aparece el sustantivo en un momento de la plática que mantuvieron D. Quijote y Sancho camino del Toboso; el escudero se reafirma en la imagen de zafia aldeana que había creado de Dulcinea en contraposición a la idealizada por el enamorado caballero quien lejos de sentirse zaherido achaca el trueque a la acción de un mal encantador, por eso para su consuelo lanza un quejumbroso razonamiento:

¡Oh, envidia, raíz de infinitos males, y carcoma de las virtudes! Todos los vicios, Sancho, traen un no sé qué de deleite consigo, pero el de la envidia no trae sino disgustos rencores y rabias.» (2ª Parte, Cap. VIII)

Esta expresión admirativa es una metáfora que con toda probabilidad Cervantes la tomó de los «Lugares comunes de conceptos, dichos y sentencias, en diuerfas materias» de Aranda (1595): «La invidia es un peccado triste, y dessabrido, sin deleyte ni gusto, y atormenta el coraçon donde està, y le gasta y consume, como el gusano el madero donde nace.», aunque advertimos que no aparece en la relación de posibles lecturas que se atribuyen a nuestro autor (Cotarelo Valledor, 1943).

Por último anotaremos el atrevimiento de aquel deslenguado que vitupera a D. Quijote en la tarde que paseaba acompañado de su huésped por Barcelona, quien también usa de la metáfora pero emplea la tercera persona del plural del presente de indicativo de carcomer:

Vuélvete, mentecato a tu casa, y mira por tu hacienda, por tu mujer y tus hijos, y déjate destas vaciedades que te carcomen el seso y te desnatan el entendimiento. (2ª Parte, Cap. LXII)

Chinche

Este insecto hemíptero-heteróptero, hematófago, lucífugo, vive con el hombre desde los más remotos tiempos (Doby, 1998), sinantrópico. La única cita hallada aparece en la digresión que nos hace el autor sobre la amistad que se profesaban el Rucio y Rocinante:

y si esto fue así, se podía echar de ver, para universal admiración, cuán firme debió ser la amistad destos dos pacíficos animales, y para confusión de los hombres, que tan mal saben guardarse amistad los unos a los otros. Por eso se dijo:

No hay amigo para amigo:

Las cañas se vuelven lanzas;

y el otro que cantó:

De amigo a amigo, la chinche, etc. (2ª Parte, Cap. XII)

En realidad se trata de una paremia incompleta presente en el repertorio del Maestro Vallés (1549): «De amigo a amigo, chinche en el ojo», aunque hay una variante más antigua en el del Marqués de Santillana (1499): «De compadre a compadre, chinche en el ojo.»

Nosotros obviamos el sentido que pueda tener el refrán, pero en lo que hace al entomológico sabemos que la chinche es ambulante, para picar necesita sentir presión por todo su cuerpo “tigmotropismo” (del gr θίγμα, tacto; τρόπος, giro, cambio, dirección), el área ocular no es la más apropiada a tal fin, no obstante, una vez realizada la toma de sangre se aleja de la víctima, vuelve para su refugio. (Santiago-Álvarez, 2010)

Coral

Este animal, sésil, con aspecto de planta, que vive en las profundidades marinas llegó al conocimiento del hombre en épocas remotas (Bodenheimer, 1960); extraído a la superficie se endurece al contacto con el aire, por lo que resulta susceptible de pulido, transformación que acrecienta el valor. Las citas encontradas en el Quijote superan la decena.

En la primera, D. Quijote emplea el término en sentido figurado para exaltar las prendas de su amada, cuando prosigue su marcha con los mismos caminantes que le acompañaron al entierro de Grisóstomo:

Yo no podré afirmar si la dulce mi enemiga gusta, o no, de que el mundo sepa que yo la sirvo; sólo se decir, respondiendo a lo que con tanto comedimiento se me pide, que su nombre es Dulcinea; su patria, el Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad, por lo menos, ha de ser de princesa, pues es reina y señora mía; su hermosura, sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas: que sus cabellos son oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve, (1ª Parte, Cap. XIII)

Más adelante por boca del cautivo leonés conocemos la importancia comercial del coral en el Mediterráneo:

Murieron en estas dos fuerzas muchas personas de cuenta, de las cuales fue una Pagán de Oria, caballero del hábito de San Juan, de condición generosa, como lo mostró la suma liberalidad que usó con su hermano el famoso Juan Andrea Oria; y lo uqe más hizo lastimosa su muerte fue haber muerto a manos de unos alárabes de quien se fió, viendo ya perdido el fuerte, que se ofrecieron de llevarle en hábito de moro a Tabarca, que es un portezuelo o casa que en aquellas riberas tienen los ginoveses que se ejercitan en la pesquería del coral; (1ª Parte, Cap. XXXIX)

El resto de las citas son un canto a la estimación y valoración ornamental:

«Pardiez, que según diviso, que las patenas que había de traer son ricos corales, y la palmilla verde de Cuenca es terciopelo de treinta pelos.» (2ª Parte, Cap. XXI)

«y con una sarta de corales ricos presentados.» (2ª Parte, Cap. L)

«Y saco de la faldriquera una sarta de corales con extremos de oro, y se la echó al cuello» (2ª Parte, Cap. L)

«y estos corales son de mi señora la Duquesa,» (2ª Parte, Cap. L)

«Ahí le envío, querida mía, una sarta de corales con extremos de oro;» (2ª Parte, Cap. L)

« y estos que traigo al cuello son corales finos;» (2ª Parte, Cap. L)

«Quitóle el Cura los corales del cuello, y mirolos y remirólos, y, certificándose que eran finos,» (2ª Parte, Cap. L)

«veo y toco la fineza de estos corales,» (2ª Parte, Cap. L)

« pero la fineza de los corales y el vestido de caza» (2ª Parte, Cap. L)

«La sarta de corales es muy buena,» (2ª Parte, Cap. LII)

«a no venir los corales y el vestido, tampoco yo creyera», (2ª Parte, Cap. LII)

« y los corales que me envió mi señora la Duquesa al cuello,» (2ª Parte, Cap. LII)

Esponja

Otro animal de hábitat acuático marino, sésil, que llegó al conocimiento del hombre en épocas muy tempranas (Bodenheimer, 1960), objeto de múltiples usos; adiestrados buceadores hacían acopio (Oppiano, Halieutica, 5:612) para el abastecimiento. La esponja aparece citada una sola vez en el Quijote, en concreto, en el discurso que de su vida y sucesos hace el cautivo leonés:

Pero a muchos les pareció, y así me pareció a mi, que fue particular gracia y merced que el cielo hizo a España en permitir que se asolase aquella oficina y capa de maldades, y aquella gomia o esponja y polilla de la infinidad de dineros que allí sin provecho se gastaban, sin servir de otra cosa que de conservar la memoria de haberla ganado la felicísima del invictísimo Carlos Quinto; (1ª Parte, Cap. XXXIX)

La aptitud de la esponja para embeber líquidos es el fundamento para la metáfora por medio de la cual el cautivo expresa la satisfacción por la pérdida de la Goleta que era una plaza que consumía el erario público sin provecho alguno.

Grana

El término alude a un insecto hemíptero-homóptero, al cóccido o cochinilla, que parasita a la coscoja, de cuyas hembras se extrae un preciado colorante el cual recibe diversos nombres: escarlata, carmesí, carmín (Canals y Martí, 1768). También se emplea para nombrar a los tejidos teñidos con aquél. Aquí aparece una sola vez.

El uno de los estudiantes traía, como en portamanteo, en un lienzo de bocaci verde envuelto, al parecer, un poco de grana blanca y dos pares de medias de cordellate; (2ª Parte, Cap. XIX)

Grillo

Este nombre patrimonial derivado del latín gryllus, refiere a un insecto ortóptero de color oscuro, con los fémures de las patas posteriores engrosados para el salto, no suele volar y el macho produce una estridulación monótona y molesta.

El término aparece en el Quijote tres veces en plural, las dos primeras hacen alusión a los grilletes, esos elementos utilizados para entorpecer la marcha; tal es el sentido que hallamos en la descripción que nos hace de la embarazosa situación de Sancho cuando en la aventura de los batanes, inmerso en la oscuridad, pegado a Rocinante y el amo, el relente de la noche y el miedo causado por el ignoto ruido ensordecedor se ve forzado a desatacarse para dar rienda suelta a la imperiosa y pestilente urgencia fisiológica:

bonitamente y sin rumor alguno, se soltó la lazada corrediza con que los calzones se sostenían, sin ayuda de otra alguna, y, en quitándosela, dieron luego abajo, y se le quedaron como grillos; tras esto, alzó la camisa lo mejor que pudo, y echó al aire entrambas posaderas, que no eran muy pequeñas. (1ª Parte, Cap. XX)

El mismo sentido hallamos en las amenazas que profirió Sancho gobernador cuando realizó la ronda por la Insula:

Dime, demonio –dijo Sancho-, ¿tienes algún ángel que te saque y que te quite los grillos que te pienso mandar echar?

Ahora, señor gobernador –respondió el mozo con muy buen donaire-, estemos a razón y vengamos al punto. Prosuponga vuesa merced que me manda llevar a la cárcel y que en ella me echa grillos y cadenas, y que me meten en un calabozo, (2ª Parte, Cap. XLIX)

Sin embargo, el tercer encuentro del término, cuando llegan de regreso a su lugar, responde con claridad al cantarín ortóptero:

Y fuele respondido por el que había dicho “no la verás más en toda tu vida” que él había tomado al otro mochacho una jaula de grillos, la cual no pensaba volvérsela en toda su vida. (2ª Parte, Cap. LXXIII)

La captura de grillos es una actividad practicada en todos los tiempos por chiquillos, para confinarlos en jaulas con el fin de oír su monótono canto o realizar algún juego, p. e. “capar” grillos (Vázquez Lesmes y Santiago Álvarez, 1993).

Esta cita viene a sustentar la hipótesis por la que se pretende adecuar el recorrido de la tercera salida a la estación del verano (Perona Villarreal, 1988); porque los muchachos todavía andaban a la caza de grillos (en 16 de septiembre) cosa que de haber transcurrido en el otoño, entrado el invierno (en 29 de diciembre), no sería factible.

Gusano

Este sustantivo masculino hace referencia a las larvas vermiformes de los insectos con metamorfosis complicada, holometábolos, sin embargo en aquellas fechas era de significado mucho más genérico.

El término aparece en diminutivo plural en la primera cita hallada en el texto:

Más, con todo esto, sube en tu jumento, Sancho el bueno, y vente tras mi; que Dios, que es proveedor de todas las cosas, no nos ha de faltar, y más andando tan en su servicio como andamos, pues no falta a los mosquitos del aire, ni a los gusanillos de la tierra, ni a los renacuajos del agua, y es tan piadoso, que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y llueve sobre los injustos y justos. (1ª Parte, Cap. XVIII)

Este párrafo forma parte del dialogo mantenido entre D. Quijote y Sancho después de la malhadada aventura de los dos rebaños de ovejas confundidos con ejércitos, cuando los pastores descalabran a nuestro héroe y el entristecido escudero da cuenta de que no tienen vituallas porque le faltan las alforjas. Pero el caballero, no obstante, aunque siente la necesidad, acude al consuelo con susodicho párrafo que rememora el pasaje evangélico: «Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? (Mateo, 6:25-26)»

Cervantes emplea de modo genérico el término gusanillo, no obstante, aunque el suelo es un hábitat rico en larvas de insectos (Santiago-Álvarez, 2017a), creemos que se refiere al anélido, la lombriz de tierra, inspirado nuestro autor en el pasaje que leemos en Calila e Dimna (Döhla, 2009): «et el gusano que está todavía en la tierra e non se farta della, et está siempre fanbriento con miedo que le fallesçerá la tierra e que quedara syn vito (Manuscrito A)», a pesar de que esta obra no figura en la relación de las posibles lecturas de Cervantes (Cotarelo Valledor, 1943). Aunque también se pudo valer de lo que en el verso 452d de «La vida de Santo Domingo de Silos» expone Gonzalo de Berceo, «tú cebas las lombrices que yacen soterradas».

Más adelante volvemos a encontrar el término en la quejumbrosa sentencia emitida por el enamorado caballeo ante la indolencia mostrada por Sancho para flagelarse y conseguir desencantar a la amada Dulcinea:

a quien tú agravias con la remisión que tienes en azotarte y en castigar esas carnes (que vea yo comidas de lobos), que quieren guardarse antes para los gusanos que para el remedio de aquella pobre señora. (2ª Parte, Cap. LXVII)

Ahora se refiere, de modo general, a las larvas de insectos de la fauna cadavérica, colaboradores en la descomposición de los cadáveres, pertenecientes a los dípteros, las llamadas «moscas de la carne»: moscones y moscardas o moscardones que difieren de la doméstica en comportamiento, tamaño y cromatismo (Mégnin, 1894; Santiago-Álvarez, 2012; 2017b).

Hormiga

Este insecto goza de enorme popularidad desde los tiempos más remotos, por su aspecto morfológico, por su abundancia y por el modo de vida: en colonias subterráneas, compuestas por numerosos efectivos ápteros. Cuatro citas hallamos en el Quijote, en la primera nos la presenta incluida en el listado de animales de los que el hombre ha sacado valiosas enseñanzas:

Y no le parezca a alguno que anduvo el autor algo fuera de camino en haber comparado la amistad destos animales a la de los hombres, que de las bestias han recebido muchos advertimientos los hombres y aprendido muchas cosas de importancia, como son: de las cigüeñas, el cristel; de los perros, el vómito y el agradecimiento; de las grullas, la vigilancia; de las hormigas, la providencia; de los elefantes, la honestidad, y la lealtad del caballo. (2ª Parte, Cap. XII).

La asombrosa actividad de acarreo que practican las hembras de la casta trabajadora para el aprovisionamiento de la colonia en tiempo favorable, siempre se ha señalado como un ejemplo a seguir. Esta enseñanza viene advertida en el Libro de los Proverbios[2]: «(6:6-8): Vete donde la hormiga, perezoso, mira sus andanzas y te harás sabio. Ella no tiene jefe, ni capataz, ni amo; asegura en el verano su sustento, recoge su comida al tiempo de la mies.» «(30: 24-25): Hay cuatro seres los más pequeños de la tierra, pero que son más sabios que los sabios: las hormigas -multitud sin fuerza- que preparan en verano su alimento;»

Las tres citas restantes salen de la boca del buen Sancho, así, en la aventura del barco encantado, la barca arrastrada por la sola fuerza de las corrientes del Ebro, cuando a ruegos de su amo accede a pasear “una mano por un muslo” para ver si está libre de inquilinos, esto es, despiojado, lo que se creía acontecía a los españoles que se embarcaban en Cádiz para ir a las Indias Occidentales (v. infra), advierte que no va a servir para nada pues con sus ojos ve que apenas se han distanciado de la ribera porque la marcha resulta lenta y lo expresa con un símil:

y tomada la mira, como yo la tomo ahora, voto a tal que no nos movemos ni andamos al paso de una hormiga. (2ª Parte, Cap. XXIX)

Cuando en plática con la Duquesa, después de haber sido propuesto para gobernador de la ínsula, esta le manifiesta algunas dudas sobre sus capacidades para ejercer el cometido, Sancho responde con cierto grado de arrogancia:

Y si vuestra altanería no quisiere que se me dé el prometido gobierno, de menos me hizo Dios, y podría ser que el no dármele redundase en pro de mi conciencia; que maguera tonto, se me entiende aquel refrán de “por su mal le nacieron alas a la hormiga”; y aun podría ser que se fuese más aina Sancho escudero al cielo, que no Sancho gobernador. (2ª Parte, Cap. XXXIII)

El refrán insertado es una variante de los recogidos en los repertorios de los Maestros Vallés (1549): «Nacieronle alas a la hormiga, por su mal.» y Correas (1992): «Por su mal y su ruina nacen alas a la hormiga.» todos expresan una evidencia y no un error de la historia natural como señaló Clemencín (1836). Las hormigas aladas son adultos sexuados, machos y hembras, que emergen del hormiguero para extender la especie en el espacio, fundar nuevas colonias; pero un considerable número no logra el objetivo porque los consumen animales insectívoros y otras calamidades (Santiago-Álvarez, 2006).

Una posible fuente de inspiración para nuestro autor pudo ser la obra de Mexia (1540) «Que a estotras nuestras hormigas les nazcan alas algunas veces, es cosa tan notoria que no fuera menester decirlo, pues ya se tiene por refrán que “a la hormiga, por su mal, le nacen alas”, porque, con ellas el viento las lleva y desbarata (Silva IV, cap. V)».

La última cita es la reflexión de Sancho cuando se vio tan mal tratado como Gobernador y se desvanecieron las ilusiones del cargo:

Quédense en esta caballeriza las alas de la hormiga, que me levantaron en el aire para que me comiesen vencejos y otros pájaros, y volvamos a andar por el suelo con pie llano; que si no le adornasen zapatos picados de cordobán no le faltarán alpargatas toscas de cuerda. (2ª Parte, Cap. LIII)

En esta metáfora se esclarece la adversidad que aguarda a las hormigas aladas, las cuales elevadas en el aire, como son malas voladoras, resultan pasto de «vencejos y otros pájaros». Además, se nos ofrece otro detalle, del que no creemos tuviera noticia clara Sancho, los adultos sobrevivientes una vez que han copulado se desprenden de las alas, el macho desaparece, pero la hembra a peón va en busca del lugar donde establecer el nuevo nido.

Mosca

El término alude a un insecto díptero, bien conocido, por importuno y molesto, asociado con el hombre desde los más remotos tiempos, sinantrópico (Doby, 1998); no está exento de ambigüedad por lo que a veces se aplica para otros de similar morfología y diferente comportamiento.

De las citas halladas en el Quijote, seis hacen referencia a la importuna y molesta mosca doméstica y una a otra u otras especies diferentes.

El comentario realizado ante don Quijote por el cura de su lugar en el que afea la acción de quien había soltado a los malvados galeotes, incluye varios animales para resaltar la torpeza de la acción, entre ellos la mosca:

Y es lo bueno que es pública fama por todos estos contornos que los que nos saltearon son de unos galeotes que dicen que libertó, casi en este mesmo sitio, un hombre tan valiente que, a pesar del comisario y de las guardas, los soltó a todos; y, sin duda alguna, él debía estar fuera de juicio, o debe de ser tan grande bellaco como ellos, o algún hombre sin alma y sin conciencia, pues quiso soltar al lobo entre las ovejas, a la raposa entre las gallinas, a la mosca entre la miel;» (1ª Parte, Cap. XXIX)

Aquí aflora un refrán «Soltar a la mosca entre la miel.» que hace referencia a la afamada mosca doméstica la cual es atraída por la miel de un modo particular. La expresión es una metáfora que da a entender que si a alguien con mala inclinación se le ofrece la oportunidad actuará en consecuencia (Serra Fábregas, 1955).

La mosca doméstica vuelve aparecer junto a la miel en la retahíla de refranes que suelta Sancho a su amo después de haber soportado los consejos de éste para la gobernación de la ínsula, encontramos:

No, sino haceros miel, y paparos han moscas; (2ª Parte, Cap. XLIII)

más tarde ya en la ínsula en plática con el Doctor Recio trae a colación otra variante del anterior:

No, sino haceos de miel, y comeros han moscas (2ª Parte, Cap. XLIX)

que es el recogido tanto en el repertorio del Maestro Vallés como en el del Maestro Correas («Haceos de miel, y comeros han moscas»). Por último Cervantes se vale del binomio mosca y miel para explicarnos lo que pasaba por la cabeza del humillado D. Quijote cuando desde Barcelona regresa para su lugar:

A la sombra del árbol estaba, como se ha dicho, y allí, como moscas a la miel, le acudían y picaban pensamientos: unos iban al desencanto de Dulcinea, y otros a la vida que había de hacer en su forzosa retirada. (2ª Parte, Cap. LXVII)

el refrán, «Como moscas a la miel», está recogido en el repertorio del Maestro Correas (1990).

En el coloquio entre D. Quijote y la Duquesa, cuando Sancho ya había partido para la Ínsula, aquél da cuenta de la melancolía que le embarga pero ella para suplir la falta le ofrece la asistencia de doncellas, sin embargo el honesto caballero encarece que nadie entre en su aposento a lo que ella le promete:

Por mí digo que daré orden que ni aun una mosca entre en su estancia, no que una doncella; (2ª Parte, Cap. XLIV)

aquí también sale a relucir la importuna y molesta mosca doméstica, pero en esta aseveración de la Duquesa volvemos a encontrar otra prueba más para aceptar la hipótesis de la adecuación de la tercera salida a la estación del verano (Perona Villarreal, 1988); las moscas están todavía activas porque de transcurrir avanzado el otoño ya habrían entrado en diapausa y a penas se las vería y sufriría.

Ahora, se insinúa también la presencia de la mosca doméstica pero con una metáfora:

por dar lugar a Sancho de cumplir su penitencia, que la cumplió del mismo modo que la pasada noche, a costa de la corteza de las hayas, harto más que de sus espaldas, que las guardó tanto que no pudieran quitar los azotes una mosca, aunque la tuviera encima. (2ª Parte, Cap. LXXII)

La última cita guarda relación con la ignominiosa agresión de los cerdos ante la que D. Quijote da muestras de resignación (v. avispa), pero Sancho, aunque asiente, se desahoga quejoso por tan mala fortuna:

También debe de ser castigo del cielo -respondió Sancho- que a los escuderos de los caballeros vencidos los puncen moscas, los coman piojos y les embista el hambre. (2ª Parte, Cap. LXVIII)

pero en esta ocasión salen a relucir moscas que tienen capacidad para picar y atravesar la epidermis, de la que carece la mosca doméstica, p. e. «la mosca brava o de los establos» que para el lego no resulta fácil diferenciarla, también «la mosca borriquera».

Mosquito

Este vocablo, familiar, señala a un insecto díptero de cuerpo alargado, color claro, largas patas, hematófago, que atormenta con sus picaduras; aunque también resulta ambiguo porque se aplica para especies inofensivas.

Las citas registradas en el Quijote son dos, la primera en la narración del desventurado episodio de los dos rebaños de ovejas tomados por ejércitos como parte integrante de la mentada evocación evangélica (v. gusano):

Más, con todo esto, sube en tu jumento, Sancho el bueno, y vente tras mi; que Dios, que es proveedor de todas las cosas, no nos ha de faltar, y más andando tan en su servicio como andamos, pues no falta a los mosquitos del aire, ni a los gusanillos de la tierra, ni a los renacuajos del agua, y es tan piadoso, que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y llueve sobre los injustos y justos. (1ª Parte, Cap. XVIII)

Pero en realidad trae a colación a pequeños dípteros inofensivos que pululación en enjambres durante las horas de luz y al crepúsculo, en las inmediaciones de los ríos u otras corrientes de agua así como en espaciosos recintos con agua retenida; no se acercan al hombre para picarle y extraer sangre.

La siguiente cita aparece en la toma de posesión del gobierno de la ínsula cuando nuestro escudero sentado en la silla curul, no sufre el tratamiento que se le dispensa por el rango social alcanzado, Don Sancho Panza, por eso exclama:

y yo imagino que en esta insula debe haber más dones que piedras; pero basta: Dios me entiende, y podrá ser que si el gobierno me dura cuatro días, yo escardaré estos dones, que, por la muchedumbre, deben enfadar como los mosquitos. (2ª Parte, Cap. XLV)

Aquí se hace uso del símil porque en realidad la insidiosa acción de los mosquitos hematófagos, en general durante la noche, resulta dolorosa y desagradable aunque las únicas que enfadan son las hembras porque acuden al hombre y otros mamíferos para conseguir la sangre que precisan para madurar los ovarios.

Piojo

Este insecto anopluro, hematófago, es un parásito sedentario del hombre con el que guarda estrecha relación desde antiguo (Doby, 1998), sinantrópico.

En el encuentro con los caminantes que le acompañan al entierro del pastor Grisóstomo, D. Quijote hace un pequeño discurso en el que contrapone la vida del caballero andante a la de los monjes:

No quiero yo decir, ni me pasa por pensamiento, que es tan buen estado el de caballero andante como el del encerrado religioso; sólo quiero inferir, por lo que yo padezco, que, sin duda, es más trabajoso y más aporreado, y más hambriento y sediento, miserable, roto y piojoso; porque no hay duda sino que los caballeros andantes pasados pasaron mucha malaventura en el discurso de su vida. (1ª Parte, Cap. XIII)

Aquí trae un vocablo, piojoso, que delata la condición surgida de la infestación por piojos, los cuales se asientan, una raza en la cabeza, el cuero cabelludo y otra en el cuerpo del hombre (Fernández-Rubio et al. 2008).

En la siguiente cita Cervantes nos habla de una fuente en Madrid, llamada del Piojo, por boca del humanista que acompañó a Don Quijote a la cueva de Montesinos:

Otro libro tengo también, a quien he de llamar Metamorfóseos, ó Ovidio español, de invención nueva y rara; porque en él, imitando a Ovidio a lo burlesco, pinto quién fue la Giralda de Sevilla y el Ángel de la Magdalena, quién el Caño de Vecinguerra, de Córdoba, quienes los Toros de Guisando, la Sierra Morena, las fuentes de Leganitos y Lavapiés, en Madrid, no olvidándome de la del Piojo, de la del Caño Dorado y de la Priora; (2ª Parte, Cap. XXII)

La mentada fuente, nos dice Rodríguez Marín (1922), estaba al final del Prado, junto a la puerta de recoletos no lejos de unos miserables casuchos en que se albergaban muchedumbre de mendigos, y probablemente se llamaría así por la vecindad y calidad de tal gente, como se colige de unos versos de Quevedo[3]:

A las bodas de Merlo,

el de la pierna gorda,

con la hija del ciego

Marica la Pindonga:

En Madrid se juntaron

quantos pobres, y pobras

a la Fuente de el Piojo

en sus zahúrdas moran»

Por último asistimos a un bello coloquio entre don Quijote y su escudero en la aventura del barco encantado donde abundan las lecciones sobre cosmología y se asevera cuan beneficiosa, en aspecto higiénico, resulta la travesía de la mar Océano rumbo a las Indias:

Sabrás, Sancho, que los españoles, y los que se embarcan en Cádiz para ir a las Indias Orientales, una de las señales que tienen para entender que han pasado la línea equinocial que te he dicho es que a todos los que van en el navio se les mueren los piojos, sin que les quede ninguno, ni en todo el bajel le hallarán, si le pesan a oro; y así, puedes, Sancho, pasear una mano por un muslo, y si topares cosa viva, saldremos desta duda; y si no, pasado habemos. (2ª Parte, Cap. XXIX)

El fenómeno no tiene una clara explicación, el piojo requiere temperaturas ambientales en torno a los 29-30 ºC, un hospedante para verse libre de ellos, tiene que padecer hipotermia o bien una enfermedad que le provoque estados febriles, con sudación (Fernández-Rubio et al. 2008).

La sentencia no está exenta de curiosidad pero la idea proviene de la observación plasmada por Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés en su libro, Sumario de la Natural Historia de Indias, publicado en 1525 en Toledo: «De los animales pequeños y importunos que se crían en las cabeças y cuerpos de los hombres, digo que los christianos muy pocas veçes los tienen, ydos a aquellas partes, sino es alguno uno o dos, y aquesto rarísimas veces; porque después que pasamos por la línea del diametro, donde las agujas haçen la diferencia del nordestear o norestear, que es el pasaje de las yslas de los Açores, muy poco camino más adelante, siguiendo nuestro viaje y navegación para el poniente, todos los piojos que los christianos llevan o suelen criar en las cabeças y cuerpos, se mueren y alimpian, que como dicho es, ni se veen ni parescen, y poco a poco se despiden,» (Capítulo LXXXI)

A partir de aquí fue adquiriendo el rango de creencia, así fue recogida por Fray Bartolomé de las Casas (1552), en su Apologética Historia de las Indias: «Generalmente las naos y la gente que por la mar anda hierven de aquesta fruta, en tanto que para los que de nuevo en la mar caminan no es poco cuidado y trabajo, pero por el viaje de estas Indias vemos una cosa singular y de notar: que hasta las Canarias y cient leguas acá, o por el paraje de las islas de los Azores, son muchos los piojos que se crían, pero desde allí para acá comienzan a morirse todos y llegando a las primeras islas no hay hombre que crie ni vea uno; a la tornada para Castilla van todas las naos y la gente dellas limpios destas criaturitas, hasta llegar en la dicha comarca; desde allí adelante, como si nos esperasen, nos tornan luego en mucho número a inquietar.»

Por Abrahan Ortelio (1612), en su Teatro del Orbe: «he oido una cosa de maravillar del suelo (o cielo, no se si diga) del natural de estas islas: y es que navegando de nuestro hemisferio hacia América o al Nuevo mundo que llaman, en dejando las islas Azores a las espaldas, luego son libres de pulgas, chinches y toda suerte de piojos que suelen molestar a los hombres, que luego en pasando estas islas se mueren»

Mas tardíamente por Fray Domingo Fernández Navarrete (1676) en su Tratados históricos, políticos, ethicos, y religiosos de la monarchia de China: «Los animales que ordinariamente criamos los hombres, en llegando a la isla de Barlouento, se fueron extinguiendo del todo, sin quedar uno solo. Cierto que es una maravilla rara, aunque común a todo europeo. De Portugueses, y Franceses estoy también informado. De manera, que en pasando el mar, no ay Europeo que crie piojo alguno. De mi puedo con toda verdad afirmar que en veinte y seis años, que estuve por todas las partes, que iré refiriendo en este papel, jamás crié alguno, ora vistiese algodón, ora lana, ora me mudase de quinze en quinze días la ropa, ora menos, ora mas, siempre del mismo modo, ni una liendre. Después que pasé de Portugal a Castilla, reuiuió el humor antiguo. No alcanzo esta philosophia.» (Tratado sexto, de los viajes, y navegaciones, que el autor de este libro ha hecho. Cap. I, 12. pág. 294).

Lo que resulta sorprendente es que nadie se hizo eco de la rectificación de planteamientos que cinco lustros más tarde el propio Fernández de Oviedo (1548) plasmó en su magna Obra, Historia Natural de la Indias: «En aquella relaçión que escrebí en Toledo, año de mil e quinientos e veynte e cinco, dixe de los animales pequeños e importunos que se crian en las cabeças e cuerpos de los hombres, que muy pocas veçes los tienen, venidos a estas partes, sino es alguno, uno o dos: y aquesto rarísimas veçes, porque después que passamos del paraje de las islas Açores haçia estas partes, se acaban los que los hombres traian de España o criaban hasta lli, e poco a poco se despedían. E después acá no los criaban, sino algunos niños que acá nasçen, hijos de chripstianos; pero los indios si y muchos en los cuerpos y en las cabeças. Dixe mas; que tornando a Europa, llegados en aquel paraje de las mesmas islas de los Açores se tornaban a cobrar, como si allí nos estuviesen esperando: e cargaban muchos, e con trabajo se agotaban por la limpieça e mudar camisas a menudo, hasta que tornaban al ser, o como primero, segund la diligençia y complission de cada uno. Y quando aquello escrebí, avia yo experimentado en mi persona e visto en otros lo mesmo que allí dixe, quatro veçes que avia pasado el mar Oçeano. Yo dixe verdad e que lo vi; pero ya son ocho veçes las que he andado este camino, porque después vine a las Indias e volví a España y torné a esta cibdad de Sancto Domingo, e después torné a España; y en esta vez postrera y en la penúltima he visto otra cosa y que nunca faltaron en todo el camino, e muchos, e tantos que eran mucho trabajo y enojo. No se en que está este secreto, o si esta plaga se ha atrevido también al camino, o si los tiempos lo causan;» (Lib. XV. Cap. III.)

La última cita es el colofón al diálogo mantenido entre D. Quijote (v. avispa) y su escudero Sancho (v. mosca) en el oprobioso lance de los gorrinos:

También debe de ser castigo del cielo –respondió Sancho- que a los escuderos de los caballeros vencidos los puncen moscas, los coman piojos y les embista el hambre. (2ª Parte, Cap. LXVIII)

pero en esta ocasión salen a relucir los piojos que eran abundantes en personas de aseo corporal descuidado y cambio de ropa poco frecuente.

Polilla

Este insecto lepidóptero, mariposilla de colores apagados que vuela en la obscuridad, se cría y desarrolla en la habitación del hombre, sinantrópico, sus larvas viven a expensas de lana, tejidos, pieles, etc. que destrozan por completo.

El término aparece una sola vez en el Quijote, en el relato que de su vida realiza el cautivo leonés donde expresa la satisfacción causada por la pérdida de la Goleta:

Pero a muchos les pareció, y así me pareció a mi, que fue particular gracia y merced que el cielo hizo a España en permitir que se asolase aquella oficina y capa de maldades, y aquella gomia o esponja y polilla de la infinidad de dineros que allí sin provecho se gastaban, sin servir de otra cosa que de conservar la memoria de haberla ganado la felicísima del invictísimo Carlos Quinto; (1ª Parte, Cap. XXXIX)

La polilla figura en este párrafo para recalcar las pérdidas que ocasionaba el enclave a las arcas reales.

Pulga

El diminuto insecto afaníptero (del gr. άφανής, invisible; πτερόν, ala; sin alas visibles), compañero inseparable del hombre, sinantrópico, con larva detritívora y adulto hematófago, infligen molestias por picadura (Doby, 1998).

La primera vez que aparece en el Quijote sale de la boca de Sancho Panza, cuando la simpar Dorotea, fingida princesa Micomicona, inducida por el Cura y el Barbero del lugar, trata de arrastrar al andante caballero para que se encamine a la recuperación del reino Micomicón:

¡Eso juro yo -dijo Sancho- para el puto que no se casare en abriendo el gaznatico al señor Pandahilado! Pues ¡monta que es mala la reina! ¡Así se me vuelvan las pulgas de la cama! (1ª Parte, Cap. XXX)

El refrán resulta una variante del recogido por el Maestro Correas (1992), «Ni más fea ni peor tocada, ansí se te vuelvan las pulgas en la cama.» nosotros obviamos el sentido que pueda tener este refrán, sin embargo, en la consideración entomológica la cama no es un lugar apropiado para que este insecto complete su desarrollo desde el estado de huevo al de adulto, aunque no es descabellado pensar que en tiempos pasados se pudieran criar en los dormitorios, por la acumulación de detritos en algunos puntos, y en las camas cuando se empleaba el “Jergón” para el reposo. (Santiago-Álvarez, 2010)

Algo más adelante cuando Sancho recrimina a D. Quijote la negativa para casarse con la reina Micomicona a la que ensalza en detrimento de su amada Dulcinea lo que provoca en su amo una airada respuesta:

¿Y no sabéis vos, gañán, faquín, belitre, que si no fuese por el valor que ella infunde en mi brazo, que no le tendría yo para matar una pulga? (1ª Parte, Cap. XXX)

La eliminación física de tan molesto parásito es el remedio más eficaz para verse libre del tormento, no requiere un exceso de fuerza, por eso D. Quijote exclama que sin el apoyo de aquella no podría llevar a buen término ninguna acción, ni la tan simple de matar una pulga.

En la última cita registrada:

Dejamos al gran don Quijote envuelto en los pensamientos que le había causado la música de la enamorada doncella Altisidora. Acostóse con ellos y, como si fueran pulgas, no le dejaron dormir ni sosegar un punto, y juntábansele los que le faltaban de sus medias; (2ª Parte, Cap. XLVI)

vienen en una metáfora porque las pulgas en la noche desasosiegan y atormentan.

Pulpo

El vocablo se refiere al molusco cefalópodo, comestible, cuya captura se practicaba en aguas litorales poco profundas.

Aparece una sola vez en el texto:

Finalmente, el licenciado le contó a estocadas los botones de una media sotanilla que traía vestida, haciéndole tiras los faldamentos, como colas de pulpo, (2ª Parte, Cap. XIX)

En esta frase aplica el término en un símil para señalar que la sotanilla quedó rasgada con la apariencia de los brazos del pulpo.

Púrpura

Este sustantivo femenino polisémico, alude a un molusco gasterópodo marino, al tinte que de él se extrae y al paño teñido con éste.

La cita que aparece en el Quijote, en el discurso a los cabreros hace mención al producto de mejor calidad que se obtenía allá en Tiro:

y no eran sus adornos los que ahora se usan, a quien la púrpura de Tiro y la por tantos modos martirizada seda encarecen, (1ª Parte, Cap. XI)

Zángano

La etimología del término resulta confusa, no obstante señala a otra de las tres castas presentes en la colmena, el macho.

La única cita encontrada, sale de la boca de Sancho Panza, gobernador de la Ínsula Barataria, cuando expone uno de los principios que regirán su acción:

porque quiero que sepáis, amigos, que la gente baldía y perezosa es en la república lo mesmo que los zánganos de las colmenas, que se comen la miel que las trabajadoras abejas hacen. Pienso favorecer a los labradores, guardar sus preeminencias a los hidalgos, premiar a los virtuosos, y, (2ª Parte, Cap. XLIX)

Aquí se hace eco de la idea de improductividad que se tenía del macho porque por aquellas fechas aun no se sabía que su función era la fertilización de la reina, se creía que solo estaban para alimentarse de la miel producida por las trabajadoras.


4. Apéndice

A esta relación habría que añadir los invertebrados que reconocemos de manera implícita en los términos: agalla, aljófar, margarita y perla, sarna, capullo y seda que aparecen en el texto.

Agalla

Una agalla o cecidia es el resultado del crecimiento anormal en el tejido de cualquier parte de una planta, originado por un estímulo externo a la misma, proveniente de muy diversos agentes entre otros los insectos.

En la primera parte del Quijote aparece una sola vez el término. Durante la penitencia de Sierra Morena nuestro héroe, a imitación de Amadis, quiere entrar en oración:

Ea, pues, manos a la obra, venid a mi memoria cosas de Amadis, y enseñarme por donde tengo de comenzar a imitaros: mas ya se, que lo más que hizo, fue rezar; assi lo haré yo. Y sirvieronle de rosario unas agallas grandes de un alcornoque que ensartó, de que hizo un diez; (1ª Parte, Cap. XXVI)

para ello utiliza el producto generado sobre el alcornoque, agallas, por un insecto himenóptero, un cinípedo gallícola. Como la especie o especies causantes de este tipo de agallas no reciben un nombre vulgar las dejaremos recogidas bajo el de la familia castellanizado: Cinípedo*.

Las agallas generadas por himenópteros cinípedos en alcornoque, roble, etc. han sido objeto de aprovechamiento por el hombre, para la obtención de ciertos compuestos, como el ácido tánico, utilizados en el curtido de pieles, en la fabricación de tintas permanentes, otras aplicaciones tintóreas, también en medicina y hasta en la industria alimentaria.

Más adelante regresa al relato por boca de Sancho quien se disgusta por el trueque de un objeto bello, de superficie lisa, suave, la perla, por otro grosero, de superficie rugosa, burda, agalla:

Bastaros debiera, bellacos, haber mudado las perlas de los ojos de mi señora en agallas alcornoqueñas, y sus cabellos de oro purísimo en cerdas de cola de buey bermejo (2ª Parte, Cap. X)

Finalmente la vuelve a nombrar pero ahora usa de la comparación, enaltece a las perlas igualando su tamaño al de la agalla:

¡Qué de finísimas perlas

cada cual como una agalla,

que a no tener compañeras,

las solas fueran llamadas! (2ª Parte, Cap. XLIV)

Aljófar, margarita (del gr. μαργαρίτης, perla) y perla

Las tres voces hacen referencia a una producción zoógena generada dentro del molusco bivalvo, ostra*, cuando un cuerpo extraño (grano de arena, larvas de Trematodos o Cestodos) penetra entre el manto y la concha, el epitelio paleal reacciona segregando láminas concéntricas y alternantes de conquiolina y de calcita alrededor del intruso con resultado final de la apreciada perla.

La margarita aparece citada una sola vez en la Novela del Curioso Impertinente:

Deseaba mucho la noche, y el tener lugar para salir de su casa, e ir a verse con su buen amigo Lotario, congratulándose con el de la margarita preciosa que había hallado en el desengaño de la bondad de su esposa.» (1ª Parte, Cap. XXXIV)

La perla y el aljófar aparecen citados en diversos pasajes, en unos se refiere al producto:

Traía en las muñecas unas cuentas de vidro, pero a él le dieron vislumbres de preciosas perlas orientales. (1ª Parte, Cap. XVI)

Pues, ¿qué será cuando me ponga un ropón ducal a cuestas, o me vista de oro y de perlas, a uso de conde extranjero? (1ª Parte, Cap. XXI)

A buen seguro que la hallaste ensartando perlas, o bordando alguna empresa con oro cañutillo para este su cautivo caballero. (1ª Parte, Cap. XXXI)

Pues haz cuenta –dijo don Quijote- que los granos de aquel trigo eran granos de perlas, tocados de sus manos (1ª Parte, Cap. XXXI)

solo diré que más perlas pendían de su hermosísimo cuello, orejas y cabellos que cabellos tenía en la cabeza. (1ª Parte, Cap. XLI)

Las perlas eran en gran cantidad y muy buenas, porque la mayor gala y bizarría de las moras es adornarse de ricas perlas y aljófar, y así hay más perlas y aljófar entre moros que entre todas las demás naciones; (1ª Parte, Cap. XLI)

de rubíes, de perlas, de oro, (1ª Parte, Cap. L)

y vieron que venía con unas medias de seda encarnada, con ligas de tafetán blanco y rapacejos de oro y aljófar; (2ª Parte, Cap. XLIX)

y se sentaron a labrar en el prado verde aquellas ricas telas que allí el ingenioso poeta nos describe, que todas eran de oro, sirgo y perlas contextas y tejidas. (2ª Parte, Cap. VIII)

Real y verdaderamente –respondió el del Bosque-, señor escudero, que tengo propuesto y determinado de dejar estas borracherías destos caballeros, y retirarme a mi aldea, y criar mis hijitos; que tengo tres como tres orientales perlas. (2ª Parte, Cap. XIII)

Quisiera yo que fuera corona de su linaje, pues vivimos en siglos donde nuestros reyes premian altamente las virtudes y buenas letras; porque letras sin virtud son perlas en el muladar. (2ª Parte, Cap. XVI)

no medre yo si no son anillos de oro, y muy de oro, y empedrados con perlas blancas como una cuajada, que cada una debe valer un ojo de la cara. (2ª Parte, Cap. XXI)

pero ya tengo yo dicho que aquel trigo ni era rubicón ni trigo, sino granos de perlas orientales; (2ª Parte, Cap. XXXII)

del Sur las perlas, (2ª Parte, Cap. XXXVIII)

¡Qué de finísimas perlas

cada cual como una agalla,

que a no tener compañeras,

las solas fueran llamadas! (2ª Parte, Cap. XLIV)

la doncella es como una perla oriental, (2ª Parte, Cap. XLVII)

hermosa como mil perlas. (2ª Parte, Cap. XLIX)

una sarta de corales con extremos de oro: yo me holgara que fuera de perlas orientales; (2ª Parte, Cap. L)

Envíame tú sartas de perlas, si se usan en esa ínsula, (2ª Parte, Cap. LII)

porque tuvimos nuevas que habían quitado a tu cuñado y a tu mujer muchas perlas y mucho dinero en oro, que llevaban por registrar. (2ª Parte, Cap. LIV)

Dejó encerradas y enterradas en una parte de quien yo sola tengo noticia muchas perlas y piedras de gran valor, (2ª Parte, Cap. LXIII)

ofreció Ricote para ello más de dos mil ducados que en perlas y en joyas tenía. (2ª Parte, Cap. LXIII)

en otros se emplea el término en sentido figurado:

porque la claridad de su prosa y aquellas entricadas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos, (1ª Parte, Cap. I)

perlas sus dientes (1ª Parte, Cap. XIII)

revolviósele el estomago, vomitó las tripas sobre su mismo señor, y quedaron entrambos como de perlas. (1ª Parte, Cap. XVIII)

y si no, ahí está nuestro Licenciado, que lo hará de perlas. (1ª Parte, Cap. XXXI)

Aquí descubre un arroyuelo, cuyas frescas aguas, que líquidos cristales parecen, corren sobre menudas arenas y blancas pedrezuelas que oro cernido y puras perlas semejan; (1ª Parte, Cap. L)

Y yo lo digo también –replicó don Quijote-. Decid, Sancho amigo; pasá adelante, que habláis hoy de perlas. (2ª Parte, Cap. VII)

Sus doncellas y ella todas son una ascua de oro, todas mazorcas de perlas, todas diamantes, todas rubíes, todas telas de brocado de más de diez altos; (2ª Parte, Cap. X)

Bastaros debiera, bellacos, haber mudado las perlas de los ojos de mi señora en agallas alcornoqueñas, y sus cabellos de oro purísimo en cerdas de cola de buey bermejo, (2ª Parte, Cap. X).... que el amor según yo he oído decir, mira con unos antojos que hacen parecer al oro cobre, a la pobreza riqueza, y a las lagañas perlas. (2ª Parte, Cap. XIX)

Capullo, seda

Estas dos voces hacen referencia a otra producción zoógena tenida en muy alta estima, la seda, fibra que resulta de la secreción por vía oral de un lepidóptero, llamado gusano de seda, que vive a expensas de las hojas de la morera. Este lepidóptero es el único insecto domestico.

El segundo día de las andanzas de nuestro héroe, una vez armado caballero en la venta, regresa para su casa, aconsejado por el ventero para tomar provisión, y a poco de haber comenzado la marcha:

habiendo andado como dos millas, descubrió don Quijote un gran tropel de gente, que, como después se supo, eran unos mercaderes toledanos que iban a comprar seda a Murcia. (1ª Parte, Cap. IV)

El arte de la sericicultura estaba implantado en Murcia desde tiempos antiguos tal como advierte Cascales (1621) en sus Discursos históricos de Murcia y su Reyno (Discurso XVI, Cap. I) y en las Cartas filológicas (1634) (Década segunda, Carta VIII). A la ciudad de Murcia concurrían mercaderes de Toledo y otros lugares por una ruta predeterminada para hacer acopio de tan delicada fibra (Díaz, 1981).

En la provocación del escudero del Caballero del Bosque a Sancho para que ellos entrasen también en batalla como sus amos, Sancho se muestra cobarde:

¡Mirad, cuerpo de mi padre –respondió Sancho-, qué martas cebollinas, o qué copos de algodón cardado pone en las talegas, para no quedar molidos los cascos y hechos aleña los huesos! Pero aunque se llenaran de capullos de seda, sepa, señor mío, que no he de pelear: peleen nuestros amos, y allá se lo hayan, y bebamos y vivamos nosotros, que el tiempo tiene cuidado de quitarnos las vidas, sin que andemos buscando apetites para que se acaben antes de llegar su sazón y término y que se cayan de maduras. (2ª Parte, Cap. XIV)

La alusión a los capullos de seda indica que nuestro autor tenía conocimiento de la sericicultura que se practicaba por muchos lugares por donde él se movió. Es probable que hubiera llegado a su conocimiento el tratado «Arte Nuevo para criar Seda» de Gonzalo de las Casas publicado el año 1581 en Granada.

Sarna

La sarna es una dolencia dérmica causada por un ácaro sarcoptido, el arador*, descubierto en el siglo XII por el médico hispano-árabe Avenzoar (Martínez de Anguiano, 1884) pero durante mucho tiempo estuvo considerado efecto y no causa; la implicación en la generación de las lesiones cutáneas, no quedó establecida hasta mediado el siglo XIX (Doby, 1998).

En el apacible encuentro con los cabreros surge una pequeña discusión entre nuestro héroe y uno de ellos en la que sale a relucir el término, sarna:

Y quiéroos decir agora, porque es bien que lo sepáis, quién es esta rapaza: quizá, y aun sin quizá, no habréis oído semejante cosa en todos los días de vuestra vida, aunque viváis más años que sarna.

-Decid Sarra –replicó don Quijote, no pudiendo sufrir el trocar de los vocablos del cabrero.

-Harto vive la sarna –respondió Pedro-; y si es, señor, que me habéis de andar zaheriendo a cada paso los vocablos, no acabaremos en un año.

-Perdonad amigo –dijo don Quijote-; que por haber tanta diferencia de sarna a Sarra os lo dije; pero vos respondisteis muy bien, porque vive más sarna que Sarra; y proseguid vuestra historia, que no os replicaré más en nada. (1ª Parte, Cap. XII)

5. Conclusión

Los veinte nombres vernáculos de invertebrados reconocidos en El Ingenioso Hidalgo D. Quijote de la Mancha, se reparten del siguiente modo, catorce refieren a artrópodos y seis a no artrópodos (Tabla 2), todos aluden a animales de vida libre pertenecientes a nuestra abundante fauna. Sin embargo el número total de invertebrados registrados es ligeramente superior dada la ambigüedad que manifiestan algunas de las voces y la aparición de términos que de modo implícito nos los señalan.

Tabla 2. Los invertebrados en Don Quijote

No Artrópodos

Artrópodos

almeja

caracol

coral

esponja

pulpo

púrpura

abeja

avispa

carcoma

chinche

grana

grillo

gusano

hormiga

mosca

mosquito

piojo

polilla

pulga

zángano

Los invertebrados no artrópodos incrementan en dos su número dado que en los «gusanillos de la tierra» reconocemos a la lombriz* y en los términos aljófar, margarita y perla a la ostra*. Estos ocho invertebrados se distribuyen entre cuatro Tipos de la Escala Zoológica: Poríferos, Cnidarios, Anélidos y Moluscos, son de hábitat acuático, con la excepción de la lombriz* y el caracol, terrícolas, que viven en suelos húmedos (Tabla 3). Todos son útiles aunque el caracol también puede causar daños.

Tabla 3. Animales invertebrados no artrópodos

Tipo

nombre

modo de vida

motivación

Poríferos

esponja

marino

beneficio

Cnidarios

coral

marino

beneficio

Anélidos

lombiz*

terrestre

beneficio

Moluscos

pulpo

marino

beneficio

almeja

marino

beneficio

ostra*

marino

beneficio

púrpura

marino

beneficio

caracol

terrestre

beneficio

daño

El incremento de los invertebrados artrópodos se debe en primer lugar a las agallas alcornoqueñas que señalan al cinípedo* gallícola generador, a la voz sarna que delata al ácaro productor de la dolencia, el arador*. Los dieciséis términos se reparten entre dos Clases: 1 a arácnidos y 15 a insectos (Tabla 4), estos destacan debido a su mayor abundancia numérica en la Naturaleza.

Tabla 4. Los invertebrados artrópodos

Clase Arácnidos

Clase Insectos

arador*

abeja,

avispa,

carcoma,

chinche,

cinípedo*

grana,

grillo

gusano,

hormiga,

mosca,

mosquito,

piojo,

polilla,

pulga,

zángano

El único arácnido, arador*, pertenece al orden de los ácaros, se trata de un parásito del hombre y otros animales mamíferos.

Los 15 vocablos referidos a insectos se distribuyen en ocho Órdenes, todos son de hábitat aéreo, unos viven en ambiente natural, otros en la habitación y compañía del hombre, sinantrópicos (Tabla 5). Aquí hay otro motivo de incremento procedente del término gusano que anotamos en dos Órdenes, Lepidópteros, el productor de la seda, y Dípteros, los elementos de la fauna cadavérica que colaboran en el proceso de descomposición.

Tabla 5. La distribución de los insectos del Quijote

Orden

nombre

modo de vida

motivación

Ortópteros

grillo

a. natural

daño

Ptirápteros

piojo

sinantrópico

daño

Hemípteros

chinche

sinantrópico

daño

grana

a. natural

beneficio

Lepidópteros

gusano

sinantrópico

beneficio

polilla

sinantrópico

daño

Dipteros

gusano

a. natural

beneficio

mosca

sinantrópico

daño

mosquito

a. natural

daño

Coleópteros

carcoma

sinantrópico

daño

Sifonápteros

pulga

sinantrópico

daño

Himenópteros

abeja

sinantrópico

beneficio

avispa

a. natural

daño

cinípedo*

a. natural

beneficio

hormiga

a. natural

daño

zángano

sinantrópico

beneficio

Cinco insectos generan beneficios por sus producciones: la domesticada abeja, el cinípedo, la grana y el gusano de seda, único insecto doméstico; o por su función ecológica: el gusano sarcó/necrófago.

Los otros diez originan daños. Así los de ambiente natural: avispa, grillo, mosquito, al hombre; hormiga, a sus intereses. Los sinantrópicos: chinche, mosca, piojo, pulga, son dañinos al hombre; carcoma, polilla, a los bienes.

Cándido Santiago Álvarez

Catedrático emérito de Entomología Agrícola.

E. T. S. I. A. M. Universidad de Córdoba (España).




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NOTAS

[1] En todo el artículo, las citas textuales de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, proceden de la edición preparada por Florentino Sevilla Arroyo y Antonio Rey Hazas. Alcalá de Henares, 1994.

[2] Las referencias bíblicas se realizan en base a la Biblia de Jerusalem. Desclee de Brouwer. Bilbao. 1983

[3] Musa V, Boda de pordioseros. Bayle VIII , en: El Parnaso Español Monte en dos cumbres dividido con las nueve musas castellanas. Donde se contienen poesías. Madrid. 1724.


Los animales invertebrados mencionados en los escritos cervantinos (I): El Quijote

SANTIAGO ALVAREZ, Cándido

Publicado en el año 2017 en la Revista de Folklore número 429.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz