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Las canciones siempre han acompañado las tareas cotidianas, tanto agrarias como domésticas, para hacerlas más llevaderas o para marcar el ritmo cuando debían realizarse en grupo. En esta ocasión, nos centraremos en la producción de tejidos de lino en la localidad abulense de Navalosa, desde el proceso de cultivo y manufactura hasta el repertorio musical que acompañaba dicha labor.
El proceso de elaboración tradicional de tejidos de lino era muy laborioso, pero de gran importancia para la economía doméstica, siendo numerosos los refranes que ponen de relieve sus características: «Lino y algodón, para el frío y el calor», «Antes pan que vino, y antes vino que tocino, y antes tocino que lino» o también «Marido, comprad vino, que no lino».
El proceso comenzaba con la preparación de la tierra empleada para sembrar la linaza, nombre que recibe la simiente del lino, que debía ser llana y de abundante riego. Ésta llegaba a ararse hasta en tres ocasiones y era la primera que se preparaba puesto que «El lino y el haba, la primera obrada», entendiendo por obrada la labor realizada en una jornada por una persona cavando la tierra o por una yunta arándola.
Durante el mes de marzo se abonaba de manera uniforme con el estiércol de los corrales, construcción típica de la localidad a base de piedras de granito para las paredes y cubierta vegetal de piornos que servía para cerrar el ganado (Tomé Martín 1996, 363-388), de la que quedan numerosos ejemplos por toda la geografía del municipio (Grande 2009).
La siembra se realizaba a voleo, en grandes cantidades y en la luna creciente de abril, de manera que «Si abril fuera frío, habrá vino y lino, y si fuera mojado, seguro está el grano».
No se sembraba dos años seguidos en la misma tierra porque, según los labradores, es una planta que «chupa» la tierra y plantarlo dos años seguidos en el mismo lugar no era bueno; esto se debe a que la semilla contiene una proteína tóxica llamada lineína que hacía recomendable esperar de seis a ocho años entre dos cosechas de lino sobre un mismo terreno.
Tras brotar las plantas se procedía a la eliminación de las malas hierbas a mano, tarea de vital importancia puesto que, al sembrarse en primavera, podían aparecer gran cantidad de plantas rivales que impidieran su crecimiento por tener un desarrollo más temprano, o como dice el refrán: «El lino, mientras nace y florece, una cuarta crece», por lo que otras plantas podían apoderarse de su espacio.
En el mes de mayo se producía la floración, existiendo varios refranes que así lo recogen: «Lino bueno, lino malo, muchas flores en mayo» o también «Lino bueno, lino malo, todo florece en mayo» así como «El lino, temprano o tardío, por San Juan florido».
Durante los meses de junio y julio se regaban las plantas hasta que empezaba a caerse la flor. A medida que la planta comenzaba a madurar, había que «esvarar» las plantas casi a diario, tarea consistente en golpear las plantas con una vara para que se mantuvieran erguidas y así evitar que el peso de la flor o el tamaño de la planta hiciera que se doblara, con el riesgo de pudrirse, de manera que «En julio, lino y cáñamo, enredados y levantados». Todo esto nos da una idea de la importancia de cuidar la planta para obtener un buen resultado final puesto que «Del lino mordido no es bueno el hilo».
A finales de agosto, cuando la planta comenzaba a tomar un color dorado, se arrancaba a mano en los momentos de mayor rocío para que no se desgranara la linaza; posteriormente, se ataba en gavillas de unas veinte plantas, colocándolas sobre una piedra con las raíces hacia arriba y las gárgolas hacia abajo para recoger las semillas para el año siguiente, golpeándolas con un palo sobre una piedra plana a fin de no dañar las fibras. Las semillas se limpiaban por medio del aventamiento y del cribado de la misma manera que los cereales.
Tras recogerse la linaza, comenzaba el proceso para separar la fibra de la cascarilla o tasco, que era la parte leñosa del tallo. Para ello se empleaba la técnica del «enriado o cocido», consistente en llevar las gavillas al río o a una charca donde quedaban totalmente cubiertas de agua, utilizando para ello piedras y ramas. Allí permanecían de una a dos semanas hasta que se ablandaba y mostraba un color rosado claro.
Este periodo de fermentación por medio del agua variaba en función de la calidad del lino, de manera que el procedente de tierras «bondosas» permanecía cuatro días, y el de tierras «flojitas» unos ocho días (González-Hontoria et al. 1985). Ésta era la fase más desagradable debido al olor que producía en su fermentación, que generaba molestos picores de garganta y que posteriormente tuvo que ser reglamentado por el perjuicio que ocasionaba en la fauna (Tomé Martín 1996, 495), o como decían quienes realizaban esta tarea, «El trabajo del lino no es fino».
Tras sacarlo del agua se extendía para que se secara y se machacaba sobre una piedra con un mazo de madera en forma de cilindro y de mango corto, a fin de separar la fibra textil o médula de la envoltura leñosa del tallo. Para separar definitivamente la fibra de la envoltura del tallo se espadaba, es decir, se golpeaba y alisaba contra un soporte de madera de unos sesenta centímetros de alto llamado gramejón o gramilla, construido a partir de un tronco de árbol con ramas, que servían de patas, terminado en un borde oblicuo.
Sobre el filo del gramejón se colocaba el lino sujetado con una mano y con la otra se golpeaba con una tabla en forma de cuchillo con mango y hoja biselada, la espadilla, para que se cayeran las partes leñosas.
Mientras se realizaba esta tarea, en el mes de septiembre, una pierna sujetaba la base del gramejón para que no se moviera, al tiempo que se cantaban las canciones típicas de esta labor. En esta tarea del espadado a veces intervenían otras personas, que solían ser vecinas con las que se ayudaban en diferentes tareas a lo largo del año, de ahí que apareciera la expresión siguiente: «Aunque estoy espadando, no es mío el lino, como no lo he sembrado, no lo he cogido».
Tras el proceso de espadado, mediante el que se desprendían los tascos de la fibra, venía el rastrillado, última operación del proceso de limpieza y refinado del lino, consistente en desenredar las fibras separando las largas y de mejor calidad de las demás. Para ello se utilizaba el rastrillo, una tabla de madera rectangular con púas de hierro agrupadas a modo de cepillo en el centro en forma de círculo sujetas por aros metálicos, por las que se hacía pasar el lino. Las púas presentaban diferentes disposiciones según la zona geográfica, de manera que «las púas dentro de un cuadrado pertenecen al área aranesa, catalana y vasca, y dentro de un círculo, a la zona aragonesa y castellana»[1].
De esta manera se obtenían tres tipos de fibras: en primer lugar el «lienzo», que era lo mejor, se empleaba para tejer sábanas llamadas lizares, a continuación los «copos», que se empleaban para hacer la trama con la que se tejían las mantas y, por último, los «tascos», que era lo más basto y que se empleaba para la trama de los sacos llamados costales[2].
También hace referencia a las distintas calidades del lino el refrán «Del lino aristoso, haz camisa a tu esposo» puesto que, cuanto más delgado fuera el tallo de la planta, menos ramas y por tanto menos desperdicio tendría el lino y de más calidad sería la fibra obtenida.
El siguiente proceso era el hilado, consistente en retorcer las fibras para convertirlas en hilos con los que fabricar tejidos, para lo que se empleaban la rueca y el huso.
La rueca estaba construida con una vara de mimbre con un ensanchamiento en la parte superior (el rocadero), en la que se colocaba el lino, y el mango o varilla, de unos 50 centímetros de largo. Esta pieza se sujetaba en la cintura, debajo del brazo izquierdo.
El huso es una vara fina de madera con un surco en espiral en la parte superior. Dependiendo del tamaño de esta abertura, se lograba un hilo de mayor o menor grosor. En su parte inferior se situaba un círculo de madera de unos cinco centímetros de diámetro sobre el que se iba enrollando el hilo que se obtenía al hacer girar el huso con los dedos pulgar e índice.
Al completar una husada, ésta era transformada en madeja utilizando el aspador, utensilio formado por un soporte de madera con una vara vertical que tenía un eje en la parte superior. Este eje permitía girar, a modo de molino, a cuatro varillas de metal de unos veinte centímetros con los extremos cerrados con listones curvados.
Las madejas obtenidas se blanqueaban metiéndolas mojadas en cestos con ceniza y cociéndolas en el horno, para después llevarlas al río o a algún arroyo para lavarlas y posteriormente ponerlas a secar al sol. Con las madejas ya listas se hacían ovillos en las devanaderas, instrumento de unos setenta centímetros de alto formado por un soporte de madera sobre el que se situaba un eje, alrededor del cual giraban dos cruces de madera con los extremos unidos por cuatro varas verticales. Sobre los cuatro brazos se colocaba la madeja para devanarla y formar así el ovillo; con los ovillos ya listos se acudía al telar donde se realizaban los diversos tipos de tejidos.
Una vez explicado el proceso de elaboración, vamos a analizar el repertorio vocal que hemos podido recoger puesto que, mientras las mujeres estaban sentadas a la puerta de casa espadando, cantaban la canción Grillo verde, que consta del siguiente texto:
Grillo verde, grillo verde,
grillo verde del pinar.
Tienes novia en Navalosa
y la tienes que pagar.
Niña no digas que no,
que esa es la pura verdad,
dame un besito de amor
y vámonos a bailar, a bailar a bailar.
Navalosilla la sierra,
bien te puedes alabar.
Que tienes mejores mozas
que Ávila con ser ciudad.
Niña no digas que no,
niña responde que sí,
dame un besito de amor
y vámonos a dormir, a dormir a dormir.
Se trata de una canción de ritmo sencillo y un ámbito de sexta que consta de dieciséis versos octosílabos, agrupados en cuatro estrofas y con rima asonante en los versos pares. Musicalmente consta de dos frases, de manera que los dos primeros versos de cada estrofa utilizan una frase musical que se repite para los dos siguientes, dando como estructura la forma aa’bb’a’’a’’’b’’b’’’.
La primera estrofa (Grillo verde del pinar, tienes novia en Navalosa y la tienes que pagar) hace referencia a la costumbre de pagar una ronda de bebida a los quintos del año por parte de todo aquel varón que, no siendo del pueblo, se casara con una mujer de Navalosa. Musicalmente predominan los grados conjuntos con un salto de cuarta al inicio y una tercera a mitad de la frase.
La segunda estrofa (niña no digas que no, que esa es la pura verdad, dame un besito de amor y vámonos a bailar) estaría haciendo referencia al proceso de cortejo por parte del novio, inicialmente invitándola a bailar. También predominan grados conjuntos con dos saltos de tercera y tiene la peculiaridad de que se enfatiza el final del verso repitiendo tres veces «a bailar».
La tercera estrofa (Navalosilla la sierra, bien te puedes alabar, que tienes mejores mozas que Ávila con ser ciudad) de nuevo menciona directamente la localidad, haciendo referencia a un tema recurrente en la literatura de tradición oral (Tejero Robledo 1994), que es el de la belleza de las mozas del lugar, comparándolas en este caso no ya con otras localidades próximas sino con las de la capital, con lo que se enfatiza aún más.
La última estrofa (niña no digas que no, niña responde que sí, dame un besito de amor y vámonos a dormir) retoma el cortejo por parte del mozo.
Tras el análisis del texto podemos decir que se trata de una canción «durante el trabajo» y no «de trabajo» (Manzano 1999), puesto que no hace ninguna referencia a la labor que se está realizando mientras se canta, en este caso el espadado del lino.
A modo de conclusión podemos decir que, a diferencia de otros acontecimientos como puedan ser la fiesta de los quintos, de la que se conservan gran cantidad de canciones (Martín Sánchez 2008, 168-74), las canciones de trabajo constan de un repertorio más limitado y, concretamente del lino, sólo hemos podido recoger la canción analizada. Esto sería debido, no solamente a la laboriosidad de dicha tarea, sino también al largo periodo de alrededor de sesenta años que ha transcurrido desde la última vez que se elaboraron tejidos de lino, lo que habría llevado a la pérdida del repertorio.
BIBLIOGRAFÍA
Fraile Gil, José Manuel. «El cultivo del lino en Lanseros (Zamora). Un pequeño corpus romancístico». Revista de Folklore, núm. 182 (1996): 39-50.
González-Hontoria, Guadalupe, Consolación González, Blanca Emma Lobato, Carmen Padilla, María Pía Timón y Ana Belén Tallés. El Arte popular en Ávila. Ávila: Diputación Provincial, Institución Gran Duque de Alba, 1985.
González-Hontoria, Guadalupe. Las artesanías de España. IV Zona Central Norte: Castilla y León, La Rioja y Aragón. Barcelona: Ediciones del Serbal, 2004.
Grande, Julio. Los corrales de Navalosa. Ávila: Fundación Asocio, 2009.
Klemm, Albert. La cultura popular de Ávila. Edición de Pedro Tomé, Madrid: CSIC, Institución Gran Duque de Alba, Excma. Diputación de Ávila, 2008.
Manzano Alonso, Miguel y Joaquín Díaz. «Castilla y León». En Diccionario de la música española e hispanoamericana, coordinado por Emilio Casares Rodicio. Madrid: SGAE, 1999.
Martín Sánchez, David. «El carnaval de Navalosa: estudio etnográfico-musical». Revista de Folklore, núm. 329 (2008): 168-74.
Puerto, José Luis. «Puebla de Yeltes: la memoria del lino». Revista de Folklore, núm. 136 (1992): 128-31.
Tejero Robledo, Emilio. Literatura de tradición oral en Ávila. Ávila: Diputación Provincial, Institución Gran Duque de Alba, 1994.
Tomé Martín, Pedro. Antropología ecológica Influencias, aportaciones e insuficiencias. Ávila: Diputación Provincial, Institución Gran Duque de Alba, 1996.
NOTAS
[1] Fritz Kruger, Die Hochpyrenäen (Hamburgo, 1936), citado por Guadalupe González-Hontoria et. al., El Arte popular en Ávila (Ávila: Diputación Provincial, Institución Gran Duque de Alba, 1985), 255.
[2] González-Hontoria (1985, 256) emplea otros términos, de manera que a las fibras del primer rastrillado las denomina cerro y se empleaba para ropa fina o lienzos, apareciendo una segunda categoría a la que denomina sedeñas. Las fibras de la segunda vuelta de rastrillo (más ásperas y con restos de artistas), las denomina estopa, con las que se hacían sacos, bolsas y talegos. Por último, a las de peor calidad las denomina cabezadas, o cáñamos en algunos lugares, de las que se obtenían cordeles o bizcales.