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Podría considerarse el lino como uno de los cultivos más antiguos y, paradójicamente, con mayor futuro. Su uso entre los egipcios, los árabes, los áticos, los judíos, los sirios o los etruscos bastaría para colocarlo en cabeza de las industrias que han acompañado al género humano desde los tiempos más antiguos, junto a fibras de origen animal como la lana. Pese a que el proceso desde la siembra era largo y complicado, el producto final era muy apreciado principalmente para la indumentaria y en el ajuar doméstico. La ropa interior y las túnicas fueron durante mucho tiempo de lino hasta que fueron sustituidas por tejidos de algodón que cambiaron el color crudo de las prendas por tonos más blancos. El comercio que generó la industria derivada del lino no se redujo al vestido o a la moda: lienzos utilizados por pintores y el uso del aceite de linaza para la pintura al óleo colocaron a la fibra y a la semilla del lino entre los cultivos más preciados. La preferencia de muchos artistas por la fibra vegetal tuvo a veces razones prácticas: los cuadros se podían transportar más fácilmente y ofrecían muchas más ventajas frente a la inmovilidad de los frescos o el peso de la tabla. Solo el costo del lienzo desanimaba a veces al pintor, en particular si pasaba por épocas de carencias económicas.
Si la historia del lino es larga y provechosa en aspectos como el textil y por extensión en el terreno del arte pictórico, no puede considerarse menor su actualidad y sus propiedades de cara a un futuro en el que la salud y el cuidado corporal parecen obligatorios. La semilla de lino se usa hoy para determinadas harinas que son imprescindibles en panadería y alimentación, mientras que la flor de lino se utiliza en perfumería. La semilla está considerada, en estos momentos en que tanta importancia tienen los ácidos grasos como complemento de una salud equilibrada, como una de las fuentes que más omega 3 pueden aportar en una dieta.
El hecho de que el lino contribuya con todos estos beneficios a la vida del ser humano no sólo ratifica su importancia histórica en la economía y en el bienestar de amplias zonas rurales sino que extiende su industria actualmente a las grandes ciudades donde la artesanía casi ha desaparecido o se ha visto sustituida por máquinas desde el siglo de las luces. El siglo xviii trajo innumerables estudios de los ilustrados en los que el lino se recomendaba por sus cualidades y por el abaratamiento de los costos. En el Discurso sobre el fomento de la industria popular se constataban esas ventajas y se recordaban otras: «Hay gentes que nunca han gastado seda. Ninguno puede pasar sin el lienzo. Hasta el más mendigo lo necesita para conservar su salud y libertar su cuerpo de la inmundicia. La lepra tan común, y la peste en los tiempos antiguos, y de que con frecuencia hablan las crónicas de España, casi han desaparecido desde que el uso del lino se ha hecho común y general». El Discurso se extiende en la defensa del cultivo y de sus derivados llegando a asegurar que muchas de las personas que estuviesen dedicadas a esa industria en el medio rural no necesitarían emigrar de su país ni buscar otros medios de subsistencia fuera de la tierra que les vio nacer.