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EL JUGADOR
Era un matrimonio que tenía un hijo solo, y tenía el vicio del juego. Un día se le apareció un señor que le dijo:
"Toma esta baraja y siempre jugarás con ella y en el mismo sitio".
El joven así lo hizo, jugó y ganó muchísimo y entonces vio otra vez al mismo señor, que en esta ocasión le dijo que tenía que dejar a sus padres y marcharse al palacio de "ir y nunca volverás". Ese señor era el diablo que se disfrazó de gran señor.
El joven le dijo a su madre que se iba de casa, y la madre toda angustiada no dejó de decirle cosas para convencerle, pero el joven tenía que hacer caso a aquel señor. La madre, por más cosas que le dijo no le pudo convencer, y le preparó entonces comida para unos días y el joven se puso en camino.
Después de andar y andar, se encontró con un río muy grande, muy grande, al verle se asustó, pensó que era imposible cruzarle, pero enseguida una nutria salió del agua, se montó en ella y pasó el río. El joven se puso muy contento porque aquella difícil prueba ya la había solucionado; siguió andando y vio otro río, en el que se estaban bañando tres señoritas, el joven vio que habían dejado la ropa allí las tres, pues las tres eran hermanas, y además hijas del diablo; una era buena y las otras dos eran muy malas, el joven cogió la ropa de una de las jóvenes. La ropa que cogió era de la joven buena. Al poco tiempo la joven buena salió del agua, fue a coger su ropa y no estaba; entonces empezó a gritar y llorar. El joven que estaba allí escondido la dijo que lo tenía él, que no llorara. La joven se vistió y después, como era tan buena no se había enfadado con el joven. Le preguntó, qué es lo que hacía allí.
El joven la contó todo lo que le había pasado desde que se le presentó aquel señor tan elegante. Entonces la joven, que se llamaba Mari Flor, le dijo: "Yo te ayudaré en todo pero no tienes que decir nada a nadie. Nosotras tres somos hermanas y el diablo es mi padre, por eso vivimos en el palacio de "ir y nunca volverás".
Llegó el joven al palacio y enseguida salió el diablo, y le explicó el joven todo lo que había hecho; entonces el diablo le dijo:
"Mira, ¿ves aquellas cuestas?, pues detrás de ellas tienes que ir a arar, sembrar, segar, moler y cocer el pan, además lo pondrás en la mesa en término de un día".
El joven quedó asustado, pero enseguida apareció la niña y él la contó todo lo que le había mandado su padre. Ella le dijo:
"Yo te ayudaré y verás como todo lo cumples".
Y así fue, el joven hizo todo lo que le ordenó la niña y al día siguiente estaba la mesa como el diablo le había exigido.
Al verlo el diablo se sorprendió otra vez y le pidió otra prueba.
"Mira, le dijo, ahora te meterás en ese río y tienes que sacar un anillo que se le cayó a mi mujer un día".
Enseguida salió la niña Mari Flor sin que nadie la viera, como las otras veces, y le dijo que llevara una mesa pequeña, la pusiera en la ribera y la hiciera tajadillas a ella y la tirara al río, pero no tenía que quedar nada en la mesa porque si quedaba algo ella no podría salir nunca.
El joven no quería hacerla tajadillas, pero ella le convenció, y por fin lo hizo todo. Cuando ya la había tirado al río, vio que había quedado una gotita de sangre en la mesa; y la joven salió con el anillo, pero le faltaba un trocito del dedo pequeño de una mano.
El diablo, al ver el anillo, quedó maravillado del joven. Y le dijo:
"En recompensa te casarás con una de mis tres hijas, pero la escogerás tú sin verlas".
"Ellas se esconderán y sacarán las manos por unos agujeros", y como el joven y la niña buena eran amigos, cogió a la buena porque la conocía, ya que le faltaba un trocito del dedo pequeño.
Se casaron y por .la noche, al irse a acostar, la joven sabía las malas intenciones del padre; metieron dos pellejos de agua en la cama, en el pellejo que figuraba ser la hija echó ella misma un poco de su saliva, para que se oyera su voz y confundir al padre.
Cuando el padre subió a matarlos los novios ya se habían marchado en uno de los tres caballos que tenían en la cuadra; uno corría, otro andaba y otro volaba.
La joven le dijo a su marido que cogiera el caballo que volaba, pero el marido se confundió y se llevó el que corría. Cuando se dieron cuenta no pudieron descambiarle porque les hubieran visto.
Cuando el padre subió a la habitación para matarlos porque quería vengarse, ya que le daba coraje que aquel joven hubiera cumplido todo lo que le ordenó y además se hubiera casado con la mejor de sus hijas, todo lleno de ira, dijo pensando que estaban acostados: Mari Flor, y se oyó una voz dulce y potente que decía: "Señor". Más tarde dijo el padre por segunda vez :"Mari Flor", y con voz más suave se oyó: "Señor". Y, por tercera vez, el padre llamó a la niña: "Mari Flor", y casi sin voz se oyó: "Señor". El padre creyó que estaban dormidos y esperó un poquito. Y entonces clavó un puñal en el bulto de la cama, pero como era un pellejo de agua se puso calado como una sopa y se llenó de cólera, al ver que se habían burlado de él. Se lo contó a su mujer y le dijo que fuera a la cuadra. Contaron los caballos y faltaba el corredor. Entonces él cogió el volador y se fue en su busca.
Enseguida la hija se dio cuenta de que su padre les seguía con el caballo volador. Entonces ella echó un fuerte aliento de su boca y se hizo una nube, y el caballo no podía volar.
El diablo se vino a su casa, se lo contó a su mujer, y ella le dijo: "Tonto, eran ellos, vete otra vez y los alcanzarás enseguida".
Se fue otra vez, y como el caballo volaba, enseguida le vio su hija, y le dijo a su marido:
"Ya viene otra vez mi padre, tenemos que confundirle para que no nos descubra. Tú serás un ermitaño, el caballo el santuario, yo seré la Virgen. Cuando mi padre te pregunte algo, tú sólo le dirás: las 11 han dado, a misa han tocado y el alcoro van a hacer".
Efectivamente, el padre llegó al santuario, y le preguntó al ermitaño: ¿"Ha visto a una pareja en un caballo?", y él siempre le contestaba: "Las 11 han dado, a misa han tocado y el alcoro van a hacer". Y así una y otra vez, hasta que el padre se aburrió y se fue a casa.
Al contarle a su mujer lo que le había pasado, ella le dijo:
"Eran ellos, eran ellos, anda vete otra vez y abre bien los ojos que no te engañen más".
Otra vez se marchó en su busca, y cuando llegaba a ellos estalló una gran tormenta por encima de padre y el caballo volador, y le fue imposible volverlos a ver.
Entonces, los jóvenes casados cruzaron un gran río y se fueron a vivir con los padres del joven que eran muy ricos.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
Contado por: Teófila Guijarro Bartolomé
Fuentecén (Burgos)
Recopilado por: Angelines de Diego Arranz.