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La Vera es una comarca extremeña situada en la parte nororiental de la provincia de Cáceres, en la vertiente sur de la Sierra de Gredos, vinculada desde la Edad Media a la ciudad y tierras de Plasencia. La proximidad con las montañas le confiere un microclima especial, de suaves inviernos y frescos veranos, y con un exponente común: La calidad de las aguas de las gargantas y los arroyos que la atraviesan. Esta comarca cacereña limita al Norte y Este con la provincia castellano-leonesa de Ávila y más concretamente con la comarca de Arenas de San Pedro, también conocida como del Valle del Tiétar; río, el Tiétar, hidrónimo de origen incierto. Para unos, cabría la posibilidad de que procediese de la voz prelatina têtere, que conectaría con la raíz indoeuropea teter, empleada de manera común para diversos tipos de gallinácea. Sin embargo, el origen latino têtter –oscuro, tétrico– «se considera menos probable». (Chavarría Vargas, Juan Antonio; Martínez Enamorado, Virgilio I: 159-168). Para Vicente Paredes Guillén –arquitecto y humanista verato (Gargüera, 1840-Plasencia, 1916) –, citado por Castaño Fernández –Los nombres de Extremadura pg. 323– su primitivo nombre era teitar, que significa río de las vacas, o río vacar. Y añade: «De qué lengua es la voz Teite, que significa vaca, ó buey, no lo sé, pero está en uso en el país para llamarlas y se dice teite teiteo para que vengan».
Por su parte, Fulgencio Castañar –Conozca el Valle del Tiétar, pág. 16–, tras indicar que quienes lo conocieran inicialmente en su tramo final pudieron definirlo como un río pantanoso, con propensión a lo infecto y corrompido, añade que esta circunstancia tal vez pudo justificar que los hispanorromanos «pudiesen aplicar al flumen –no conocemos ningún texto latino en el que se mencione este río– el calificativo de ‘tetarum’, adjetivo de donde, con la pérdida usual de la M y U que cierra la palabra y la diptongación de la E breve, frecuentísima en los orígenes del castellano, en IE, naciese, a nuestro parecer, el nombre con que se le conoce ya en 1189, ‘riuum Tietar’, al asignar Alfonso VIII términos al alfoz de Plasencia». E igualmente, añade, que este carácter de río de aguas infectas fue un hándicap a la hora de que en sus orillas creciesen asentamientos humanos, que prefirieron buscar zonas de asentamiento más elevadas, lejos de tan nocivas aguas. Pequeños asentamientos de grupos familiares de pastores de ganado lanar y cabrío –y algo de vacuno– que recorrían ambos valles –el salmantino y el extremeño– en busca de un mejor aprovechamiento de los pastos. Para concluir, puede decirse que el Tiétar, al cruzar ambos territorios, sirvió como eje vertebrador para que antaño fuese clave en la ruta de los ganados trashumantes que se dirigían tanto a Extremadura como a Ciudad Real. Actualmente, en el pueblo verato de Guijo de Santa Bárbara, el último fin de semana de junio y primera de julio, coincidiendo con la subida de las vacas de las dehesas a los pastos de la sierra, se celebra –con actividades divulgativas relacionadas con la ganadería– la fiesta de la trashumancia, en recuerdo de aquellos tiempos. O las ferias de ganado que siguen celebrándose en Candeleda, Casavieja, Guisando e Higuera de Vargas, que se construyó a lo largo de la cañada que sirvió de paso a los ganados trashumantes que se dirigían a Extremadura o Castilla la Nueva, al igual que Hontanares –pedanía de Arenas de San Pedro–, que se fundó y creció por ser un punto de paso de los ganados que se embarcaban para pasar a la orilla derecha del Tiétar.
Igualmente, como se verá, son numerosos nexos de unión o conexión social y cultural existentes entre ambas comarcas, pues no sólo forman parte de una única cultura religiosa, la católica, sino que también –como escribe Fulgencio Castañar, El valle del Tiétar en fiestas, pg. 34– «en el fondo subyace el mismo substrato, cuyos orígenes más remotos habría que buscarlos en los pueblos prerromanos que se asentaron por amplias zonas de Castilla la Vieja y Castilla la Nueva, especialmente los vettones»… Pueblos de cultura celta que además de asentarse en las provincias de Salamanca y Ávila, lo hicieron en parte de las de Cáceres, Toledo, Zamora y en la oriental de Portugal.
Para reflejar los nexos de unión entre ambas comarcas podemos empezar citando las balconadas floridas, el arqueo de los aleros, la utilización de la madera como elemento principal en la trabazón de los elementos, los cerramientos con gruesos muros de piedra en la parte baja de las casas y en la segunda y en la tercera planta, cuando las hay, del adobe «encasillado entre maderos que en algunas casas sirven para sostener las vigas que soportan el peso de la planta y, en otros, para dar una consistencia mayor al adobe evitando por la rigidez de la madera las posibles panzas que con el paso del tiempo podría alcanzar ese material» (Castañar, pp. 95-96), los volados o voladizos, los balcones de madera torneada, los soportales, la presencia de cruces o motivos religiosos en las portadas o la fecha de construcción… Todo ello como elementos de semejanza en la arquitectura popular de ambos valles, similitudes que en algunos aspectos pueden hacerse extensibles también al Valle del Jerte, que limita con la Vera por el este.
También existen semejanzas importantes entre ellos respecto a costumbres, fiestas y tradiciones. Por ejemplo, los toros, las vaquillas y las capeas, donde los aficionados trastean con los animales sin matarlos, abundan en numerosos pueblos de ambas comarcas. Corridas y capeas que tal vez rememoren la importancia que el ganado vacuno tuvo en ambos valles si no rememoran otras tradiciones más antiguas, enraizadas en mitos de fertilidad o de culto a divinidades primitivas.
En la Vera, tienen lugar las capeas al estilo tradicional. En Pasarón celebra las fiestas del Salvador con la suelta de un toro en una plaza cercada con carros y talanqueras para que los más arriesgados capeen al animal, que posteriormente recorre las calles de la localidad, como en Jaraíz, en honor a San Cristóbal –en Carnaval existió la vaquilla, que era un hombre que se cubría de una indumentaria con cuernos, que atacaba a la chiquillería que lo perseguía–. En Jarandilla tenía lugar la capea al Cristo de la Caridad y se realiza en un recinto cerrado semejante al de Pasarón, pero el astado no sale por las calles; en Aldeanueva, se hacen al Cristo de la Salud, en una plaza cuadrangular ubicada en la parte antigua del casco urbano, habilitada desde tiempo inmemorial –dicen– para este tipo de festejos.
Otra característica de las capeas veratas es que, aparte de los tablados o talanqueras que montan las peñas, también suelen erigir en el centro de la plaza el cinorrio[1] –en el decir verato, árbol talado y seco al que se le coloca una plataforma de madera para ver las capeas–, también llamado horca o roble. Allí suben bebidas –vino, cerveza, refrescos…– o comida, embutidos y fruta, principalmente.
En Pedro Bernardo –ya en el Valle del Tiétar– se hace el encuentro con los toros a campo abierto con los caballistas en la fiesta de San Roque. En otros pueblos como Mombeltrán –Virgen de la Puebla–, La Adrada –el Salvador– o Mijares –con San Bartolomé–, junto a la lidia profesional tienen lugar las capeas de novillos para todo aquél que quiera arriesgarse a dar unos muletazos al morlaco.
Pero tal vez sea más curiosa la fiesta de los Nanitos en El Hornillo, que estaba ligada a los quintos. Durante el Carnaval corrían por las calles la vaquilla, un carro con cuernos cubierto por una tela roja, que los mozos acompañaban de una muñeca que simulaba una mujer, llamada la Nanita, que los quintos transferían al mozo menos avispado, que era llamado el Nanito. Según información recibida desde el Ayuntamiento, en 1996 la Asociación de Mujeres Río Cantos «recreó aquella situación durante el carnaval en una celebración a la que también se invitó a las quintas de ese año y en la que confeccionó un muñeco de corte masculino al que llamaron ‘el Nanito’ y al que junto a su ‘homóloga’ femenina los mozos sacaron por las calles del pueblo pidiendo el aguinaldo (chorizos y morcillas), como antiguamente también era costumbre».
Pero aún hay más correspondencias.
En la verata localidad de Guijo de Santa Bárbara los días 7 y 24 de diciembre tienen lugar la tradición de los campanillos. Numerosas persona salen en procesión por las calles locales provistos de cencerros y de una manta, que desde sus orígenes no sólo se utilizaba para guarecerse del frío, sino también para cubrirse el rostro, ya que esta costumbre social estaba prohibida tanto por la Iglesia como por las autoridades civiles, veto que se remontaba, según mis informantes, hasta bien entrado el siglo xv. Estas campanilladas o cencerradas, por una parte y al igual que en otras localidades extremeñas y españolas, se daban a los matrimonios que se separaban, a los viudos que volvían a casarse –a quienes se les dedicaban canciones expresamente compuestas para tal evento– o a las parejas que vivían sin estar casadas, es decir, arrejuntadas en el decir extremeño. Los campanillos únicamente los tocaban los hombres. Y si alguna mujer participaba, lo hacía chocando tapas de cazuelas. Esta misma costumbre, y con igual motivo, se celebraba en el municipio abulense de Piedralaves, haciendo extensible la protesta a los enlaces de personas de avanzada edad. Actualmente tiene lugar el 13 de diciembre una fiesta para homenajear a Santa Lucía, pues según una tradición local ésa era la fecha que marcaba el inicio de la Navidad, ya que durante la Edad Media, y debido al retraso acumulado por el Calendario Juliano, la festividad de Sta. Lucía coincidía con el solsticio de invierno.
Y como protesta a la Virgen se hacían los campanillos las noches del 7 –víspera de la Inmaculada y 24 de diciembre, por ser víspera del nacimiento de Cristo–, en Guijo de Santa Bárbara. «La gente del pueblo no podía comprender o aceptar que se viera mal y se condenara socialmente que una pareja que no estaba casada viviera ‘arrejuntada’ y en cambio se viera normal que la Virgen hubiera tenido un hijo sin estar casada y que además que su hijo fuera Dios. ¿Cómo es eso posible?, se decían». En estas dos ocasiones únicamente solían tocar los niños y los jóvenes; en las cencerradas participaba todo el pueblo.
También es común en ambas comarcas la fiesta de los calbotes[2] o calbotada, el día 1 de noviembre, fiesta de Todos los Santos. Este día, en la comarca de la Vera, es costumbre, además de visitar los cementerios, salir al campo para pasar el día al aire libre con familiares y amigos, donde no podían faltar los productos típicos de la temporada –nueces, almendras, granadas, higos pasos…– y, por supuesto, las castañas asadas y alguna parrillada. Asimismo, es uno de los días más esperados por los niños que, además de salir al campo, suelen visitar a sus padrinos y familiares para recibir la tradicional chaquetía, como sucede, por ejemplo, en Arroyomolinos. En esta comarca esa fiesta es conocida como moragá –de morago o moraga, genéricamente todo aquello que se asa al aire libre– en Talaveruela y como de los calbotes en Madrigal, Guijo de Santa Bárbara, Jaraíz, Torremenga y Valverde.
En la comarca abulense, en su mayor parte, se conoce como calbotada o calbotá –de calbote, nombre de la castaña asada, tradición de origen medieval procedente del Samahain celta– aunque igualmente se cita como moragá en El Arenal, Guisando, Lanzahita, Santa Cruz del Valle y Candeleda. En esta última localidad, por la noche, también es habitual que se junten las familias para cenar magro con pimientos.
Por lo que respecta al asado de las castañas, tradicionalmente solía hacerse en el rescoldo de las fogatas o bien en sartenes agujereadas u ollas de barro, llamadas en Extremadura calbocheros o calbocherus –de calboche, de etimología discutida–. A este respecto y como referencia a la localidad abulense de Pedro Bernardo, el investigador Pedro Granados (Sangre Cucharera. Historia, tradición, raíces y folklore de la Villa de Pedro Bernardo. Madrid: LuLu Enterprises Co. 2007) escribe que se han inventado utensilios para asar las castañas, como cilindros, sartenes agujereadas, y otros instrumentos, «pero –añade– el método genuino usado por los cuchareros (habitantes de Pedro Bernardo) consiste en elaborar un corralillo de piedra de unos 50 cm. de diámetro, donde se deposita una capa de agujúos secos (acículas del pino) al fondo; sobre ese lecho se deposita una capa de castañas, que a su vez se cubren de otra cama de agujúos donde se colocarán otras pocas castañas, y así sucesivamente hasta llenar el corral. Acto seguido se prende fuego a la primera capa de agujúos por entre las piedras del corral y una vez que se ha quemado todo, las castañas están listas. Hay que sacarlas del círculo de piedra y hacerlas sudar con hojas de helecho frescas, para que se pelen con facilidad».
Las danzas rituales de palos –también conocidas como paloteos–, quizás relacionadas –según escribe Fulgencio Castañar El valle del Tiétar en Fiestas, pg. 36–, con el carácter del pueblo vetón, por lo arraigadas que están en todo el sur de la cordillera central –Piedralaves, Pedro Bernardo, Jarandilla, Jaraíz, Nuñomoral...–, donde existen compañías de danzantes que realizan una serie de pasos de danza en los momentos cumbres de los ritos religiosos o conmemorativas, como sucede en Aldeanueva de la Vera, donde, según una tradición del siglo xvii, se celebran para evocar la victoria de las Navas de Tolosa por Alfonso VIII en el siglo xiii; aunque en su origen estas danzas deban entroncarse con ritos agrarios paganos de tipo propiciatorio y de fertilidad de la tierra, aserto que parece confirmarse, según algunos etnógrafos, en primer lugar, por el hecho de que los palos usados en el baile recuerdan los útiles de labranza de las primitivas sociedades agrarias y en segundo lugar por los gestos de inclinarse hacia la tierra que los mismos danzantes realizan durante algunos de sus movimientos, como sucede, por ejemplo, en el paloteo de Garganta la Olla, en honor al Cristo del Humilladero.
Y por el hecho de que estos floreos son muy comunes en España, también son tradicionales en las comarcas de estudio. Así, en la Vera se celebran en honor de Cristos, Vírgenes o Santos –por ejemplo, San Miguel, en Robledillo o Santa Bárbara, en el Guijo de igual apelativo–, algunas de cuyas fiestas incluyen también el uso de castañuelas o el trenzado y destrenzado de cintas, con marcado matiz de la fertilidad primaveral o pretendiendo conseguir la protección del santo o santa en cuestión –Aldeanueva, Garganta la Olla, Robledillo y Guijo de Santa Bárbara– o cordones –con igual sentido que las cintas–, Jarandilla, Jaraíz, Cuacos –con ofretorio al Cristo del Amparo– y Losar. Por el contrario, en Arroyomolinos actualmente no se conoce ni se recuerda nada sobre las danzas, aunque García Matos recogió allá por los años treinta del pasado siglo danzas de paloteo.
En la localidad abulense de Pedro Bernardo, donde se ha festejado durante siglos a San Esteban en una procesión ecuestre con danzantes que entonaban el Vítor en su honor, aunque hoy día las fiestas más sonadas sean las de San Roque y el Cristo de la Vera Cruz.
En la también abulense de Piedralaves el baile del paloteo se realizaba en torno al Maquilandrón, un pelele carnavalesco, relleno de serrín y restos vegetales, que «representaba –según Francisco Castañar, Narria, p. 39– el espíritu invernal y, por el peligro que significaba para la vida local, había que destruirlo», y que algunos han identificado o relacionado con un cobrador ladronzuelo de los tributos del aceite y los cereales, la llamada maquila, y que para otros no es más que un símbolo típico de los festejos carnavalescos similares a los de otros pueblos.
Actualmente se aprecia la demostración o danza escenificada de una lucha, que recoge la historia bíblica de David y Goliat: Cuando mozos y mozas están bailando, aparece el gigante Maquilandrón, que derrota a los mozos y los deja tendidos en el suelo, al pie de sus parejas. Entonces hace acto de presencia un pastorcillo que, con su honda vence al gigante y reanima a los mozos, que pueden seguir la danza.
Igual significado soteriológico que el Maquilandrón tenía en la localidad abulense de Candeleda otro muñeco llamado la Peropala, que hasta el pasado siglo salía durante el carnaval. Estaba pintado en forma de cruz, con sombrero castellano, ancho y repleto de heno seco para que ardiera bien y que era quemado en el torreón del castillo. De un romance, La Peropala, que Enrique Jiménez Suárez –citado por Fulgencio Castañar –El Valle del Tiétar en fiestas –reconstruye en su libro Cancionero español (Candeleda, Poyales del Hoyo, El Raso) como un Auto Sacramental –que Anta Rodríguez –igualmente citado por Fulgencio Castañar –también interpreta la muerte del pelele como una muestra del dominio de la religiosidad cristiana sobre lo pagano, puesto que el muñeco encarna el sentido precristiano propio de lo puramente carnavalesco, se deduce que el pueblo candeledano, molesto por la presencia de judíos y marranos –árabes –, que seguían practicando su religión en público sin el menor pudor para ofensa de los cristianos viejos, pidió al señor de la villa que les obligase a acatar la fe cristiana si no querían ser ejecutados. Finalmente, tanto unos como otros aceptaron convertirse, siendo perdonados. La última parte del romance –la quema de la Peropala – resume el sentido de la fiesta:
Quememos la Peropala
como signo de perdón,
amémonos todos juntos
como lo quiere el Señor.
Nobles, pues, candeledanos,
alegrémonos entre nos
porque el amor ha prendido
igual que la compasión.
Alegría y vítores
como mandas tú, oh Señor,
en el alma y en la vida
de esta villa de honor.
Que el fuego nos purifique
en nuestra recta intención,
que nunca quiso hacer mal,
sino justicia y honor.
Finalmente, sus cenizas eran esparcidas sobre los asistentes.
El Maquilandrón piedralaveño guarda relación, en cierto modo, con dos personajes carnavalescos veratos: El Manolo y el Peropalo. El primero se celebra en Losar. El pelele en cuestión, de cartón y trapo de tamaño natural, representa a un personaje que firma su testamento como Manolo Manoles Manolín, hijo de Manolo y Manuela; personaje que según unos fue un emigrante que regresó pobre y sin recursos de América y que según otros pudo tratarse de un ladrón[3] que robó cuanto pudo a sus vecinos, pero que al final de su vida les donó sus bienes para que le perdonasen sus desmanes. Y es en torno a este personaje imaginario que se desarrollan los distintos momentos de la fiesta: boda, bautizo del hijo, encarcelamiento, juicio, condena a muerte, ejecución y entierro.
Peropalo es el nombre con que se conoce un muñeco de tamaño natural en torno al cual gira el carnaval de Villanueva de la Vera. Solo que este personaje es enjuiciado y condenado a muerte por delitos relacionados con el sexo. Como la fiesta es de carácter tradicional –puede leerse en Peropalo, Wikipedia– no se conocen sus orígenes y hay diversas interpretaciones sobre su significado. Unas quieren explicar el festejo a partir de algún posible hecho histórico; en unos casos lo hacen girar en torno a un bandido que, por violar a las mujeres, es ajusticiado por los hombres del pueblo, o un traidor que es condenado en un proceso que parodia los de la Inquisición. En cambio, quienes lo analizan desde la Antropología, lo explican como una conjunción de rituales paganos, de carácter invernal, en los que se intentaba, por la creencia en las fuerzas mágicas, hacer renacer la naturaleza aletargada durante el frío invierno; por su importancia para la colectividad, estas fiestas invernales se perpetuarían a lo largo de los siglos y, cuando el cristianismo quiere desterrarlos se fusionan en uno solo ritual, como ocurre en todo el carnaval europeo. Naturalmente, con el paso del tiempo ha cambiado de significación y, ya con la cultura cristiana pudo ser el símbolo del paganismo y de lo carnal que debía ser destruido antes de empezar la cuaresma. Posiblemente, a partir del final del siglo xv, en tiempos de los Reyes Católicos, se le diera un carácter anti judaico. Esto es lo que se advierte en la mayoría de las coplas que se cantan en la fiesta en la actualidad, aunque desprovistas de la virulencia que debieron tener en su tiempo. En una copla se dice «El Peropalo de hogaño –lo queremos pa quemarle que es un Judas que hacemos pa afrenta de su linaje». «De esta forma –sigue el texto de Wikipedia– el Peropalo adquirió una significación parecida a la que tienen los festejos que se organizan en muchas localidades españolas en torno a unos muñecos que se plantan o cuelgan, generalmente, durante la semana santa, y se les conoce a estos rituales como ‘la quema del Judas’».
La quema de muñecos llamados Judas tiene lugar en algunas localidades veratas –al igual que en otras jerteñas, como Navaconcejo o Cabezuela– durante la Semana Santa. En Garganta la Olla, el Sábado Santo el pelele o muñeco de más de dos metros de alto lleno de petardos, es sometido a juicio y posteriormente se hace explotar, cuyos trapos y pajas acaban siendo pasto de las llamas; en Jarandilla, es el Domingo de Resurrección cuando queman un muñeco con cabeza de calabaza y cuerpo de paja relleno de tracas; antes se había colgado en sus espaldas una sentencia manifiesta: «Judas será quemado por traidor»; en Tejeda de Tiétar se quema a Satanás, muñeco de paja revestido de ropajes alusivos al demonio que, finalmente, arde envuelto en tracas y petardos. En Torremenga el Sábado Santo lo que se representa es una especie de Auto Sacramental – que incoa juicio a Judas– «con resonancias judeo-inquisitoriales»… porque en el juicio «se cumplen todos los pasos del ritual que la Inquisición reservaba a los sambenitos: representación en efigie del reo, paseos burlescos para exponerlos a la pública vergüenza, carteles condenatorios o pregones de censura…» (Flores del Manzano, p. 120). El pelele-Judas acaba siendo quemado, al igual que los condenados por el Santo Oficio.
También eran comunes los rituales de las luminarias y las hogueras destinados, como otros muchos de los que perviven en ambas comarcas, a ahuyentar los malos espíritus de los campos, impulsando el renacimiento de la vida vegetal, aletargada durante el invierno. O purificando animales –librándolos así de enfermedades – y personas, objetivo que se pretende con las fogatas que se encienden en calles y plazas o saltando sobre ellas al objeto de limpiarse de malignas impurezas, como acontece, por ejemplo, en Lanzahita, en honor a San Sebastián, o en Piedralaves el 14 de mayo donde se encienden hogueras con romero en varias calles del pueblo que los más lanzados saltan.
Estas hogueras estaban muy extendidas por el Valle del Tiétar. Así, en Candeleda el 2 de febrero, además de las Candelas –la fiesta de la luz, con las madres acudiendo a la iglesia con los niños menores de un año y con procesión portando velas encendidas que de no apagarse era señal de buenos augurios para la localidad–, el día siguiente, San Blas –santo que en algunos lugares, como Lanzahita, se considera que da protección contra los animales salvajes–, los niños salían al campo para ver aparecer la primera cigüeña, acontecimiento que marcaba la llegada del buen tiempo. Además también era típico saltar las hogueras. Igual acontece en Fresnedilla, donde son típicas las luminarias en las Candelas y donde se realiza una procesión con velas.
En Cuevas del Valle, el 9 de febrero, tienen lugar las fiestas en honor de la Virgen de las Angustias –con el vítor a ella dedicado– en la que los quintos recorren el pueblo a caballo y con antorchas encendidas.
En Poyales del Hoyo –puerta de la Vera– las luminarias se encienden el 20 de enero, en honor de San Sebastián. La fogata principal se prende en la plaza con leña de enebro –planta que abunda en los aledaños de la localidad–, por donde ha de pasar el santo. Además se encienden candiles en las ventanas y se quema romero en las proximidades de las casas, que mantienen sus puertas abiertas, para que, por una parte, el humo las purifique y por otra promueva las energías positivas, a la vez que se proclama: «Romero quemo, que salga lo malo y entre lo bueno». También celebran los hoyancos –gentilicio local– el toro de fuego o vaca loca, un armazón metálico que imita la forma de un astado, que transporta un mozo a sus espaldas. Sobre el armazón se coloca un bastidor con elementos pirotécnicos que se encienden para que el portador del artefacto persiga a la gente.
En Ramacastañas –donde los niños salen pidiendo limosnas para el culto del santo– las luminarias de San Sebastián se hacen con tomillos, símbolo de purificación, y dicen: «Tomillo salsero, que salga lo malo y que entre lo bueno».
San Sebastián también es festejado en Hontanares –pedanía de Arenas de San Pedro– donde los quintos encienden una gran fogata, en San Esteban del Valle, donde salen los quintos montados a caballo con antorchas, en Pedro Bernardo, con procesión ecuestre y el vítor al santo, Casillas y Villarejo del Valle.
En Guisando siguen celebrando en Navidad la fiesta pagana que daba paso al solsticio de invierno con una gran hoguera en la plaza.
En La Iglesuela –provincia de Toledo–, la noche anterior a la celebración de la Virgen de la Oliva –8 de septiembre– se prendían las luminarias en las puertas de las casas con aquellos trastos viejos o cualquier otra cosa que se pudiera quemar. Igualmente se hace en Pedro Bernardo el 1 de enero la hoguera de los quintos.
Pero además de los actos mencionados, donde era casi obligada la actuación de los quintos, hubo otros papeles que les estuvieron reservados desde antiguo, como las caballadas de Casavieja durante el carnaval, donde los quintos con las mozas a la grupa, vestidos con sus trajes típicos, recorren las calles del pueblo o las antiguas corridas de gallos en Piedralaves, Guisando, El Arenal, La Parra o Candeleda, grandes momentos durante los festejos populares donde eran protagonistas indiscutibles.
Igualmente los quintos participaban en las rondas locales durante Navidad, Nochevieja, Domingo de Resurrección, como en Casavieja, o en La Adrada, antes de entrar la Virgen de la Yedra en su ermita o en las rondeñas veratas al son de guitarras, panderos, botellas o almireces merodeaban las calles donde dormían sus enamoradas en Sotillo, o Mombeltrán, además de en las otras localidades abulenses mencionadas. Aunque estas rondas no eran exclusivas de los quintos. En Candeleda, por ejemplo, las agrupaciones de amigos y vecinos salían durante las fiestas para cantar y bailar por las rúas, y en La Iglesuela la noche anterior a la Virgen de la Oliva, donde los devotos hacen la ronda a la puerta de la iglesia con coplas populares. Y respecto a la Vera, son los grupos de coros y danzas locales, entre las que cabe destacar el de Jaraíz o Aldeanueva, los que mantienen vivo este espíritu festero.
La pedida de chorizos y huevos también ha sido tradicional en la Vera durante el Carnaval, donde el sentido de fertilidad y sexualidad era patente. En Cuacos son los niños quienes se encargan de hacer la cuestación, en Guijo de Santa Bárbara los quintos y en Jarandilla las comparsas. Unos y otros salen luego al campo para consumir lo colectado.
También en algunas localidades del Valle del Tiétar tienen costumbres parecidas. Así, en Guisando los quintos piden chorizos a sus vecinos y el Domingo de Resurrección se regala a los niños huevos cocidos pintados de colores, que obtienen de hierbas y plantas; en Candeleda celebran el día del chorizo, ocasión que los candeledanos aprovechan para asar chorizos de la matanza, al igual que en Fresnedilla tras saltar las hogueras en las luminarias de las Candelas.
Las hogueras y luminarias son menos frecuentes en la Vera. En Jarandilla, además de la pira que se enciende para la quema del Judas el domingo de Resurrección, están las que se encienden al paso de la Inmaculada, aunque la fiesta más celebrada –declarada de Interés Turístico Regional por su singularidad– es la de los Escobazos, el 7 de diciembre, que recuerda la bajada de los cabreros y pastores al pueblo para festejar a la Virgen al día siguiente. El descenso se hacía de noche, de ahí que para evitar posibles percances durante el trayecto habían decidido preparar unas antorchas con retamas y escobones de brezo, teas que apagaban a golpes, dándose amistosos escobazos unos a otros cuando llegaban al pueblo. Actualmente la tradición de dar golpes a diestro y siniestro con los escobones encendidos a quien se pone por delante, persiste, tanto por parte de los mayores como de los pequeños, mientras se toca el caldero, el tambor, las tapaderas o la sartén, que acompañan los vítores a la Virgen.
En Madrigal, también se encienden grandes hogueras que dejan un intenso olor a jara y romero por el pueblo la víspera de la Inmaculada, ocasión que se aprovecha para bailar las típicas jotas veratas durante la subasta del ramo de San Esteban.
Igualmente, en Aldeanueva, la tarde-noche del 7 de diciembre se celebra la Viva-viva, fiesta que está en fase de recuperación. Consiste en una procesión precedida del estandarte de la Inmaculada, que pasa por las calles donde se han encendido numerosas hogueras relacionadas con el cambio de solsticio, aunque hoy no coincide en fecha, pues debía celebrarse el 22 de diciembre. Según puede leerse en una página del Ayuntamiento local, «para contribuir a crear ambiente de época, la parte antigua del casco urbano se quedará a oscuras durante el tiempo que se prolongue la procesión, iluminada únicamente por mechones encendidos, que como otros años serán colocados en lugares estratégicos de las calles, suspendidos en palomillas de hierro». El ambiente se completa con las antorchas que portan los jinetes y las lumbres de los vecinos para ahuyentar el frío y preparar migas, carne o asar la panceta que regala el ayuntamiento –«a razón de cinco kilos por hoguera»–, mientras dan buena cuenta del vino de pitarra, junto con otros licores.
Una representación popular de gran valor cultural y etnográfico es el tradicional baile o jura de la bandera, que se ha conservado en algunas localidades de ambos valles; baile o danza que según ciertos eruditos pudo originarse como conmemoración de algún suceso bélico y que según otros –con más verosimilitud– tuvo su origen en los revoleos de las banderas que en la Edad Media servían como preludio a las justas y torneos, pero que corriendo los tiempos esta actividad civil acabó añadiéndose a festividades religiosas, donde hoy perdura.
En el Valle del Tiétar este baile estuvo ligado a diversas festividades, especialmente a los ofertorios que se hacían a la Iglesia, a los Difuntos o a algún santo en particular. Así, por ejemplo, en El Hornillo, la tradición se remonta a cuando el sacristán el 17 de enero, día de San Antón, salía por las calles pidiendo la pata del cerdo, donativos que el sacerdote se encargaba luego de repartir entre los más necesitados. Además, durante el Martes de Carnaval se hacían ofrendas para las ánimas del Purgatorio y para el mantenimiento de la Iglesia; ofrendas donadas por quienes bailaban la bandera, en el que intervenían tanto hombres como mujeres. Es una fiesta que se está recuperando, al igual que en Arenas de San Pedro el mismo día y con iguales actos.
En Candeleda, también el Martes de Carnaval, los componentes de la soldadesca recorren las calles tendiendo la bandera y recogiendo aquellos productos que a su paso les van dando los vecinos, bienes que son entregados al párroco para ser subastados en un posterior Ofertorio de Ánimas por la tarde. El acto empieza con el sonido de los tambores que acompaña la posterior tendida de la bandera, donde los tendeores demuestran su destreza lanzándola por los aires, pasándosela por la cabeza o por la espalda, metiéndosela entre las piernas o haciéndola bailar tumbados sin que el pendón se le caiga…
En otros pueblos, como en Pedro Bernardo, antes de bailar la bandera y para entregar la ofrenda, había que pasar bajo un arco formado por los palitroques de los danzantes enmascarados, que eran los que bailaban ante S. Sebastián, a los que acompañaba el General de Ánimas.
En la Vera esta tradición únicamente existe en Villanueva, durante la fiesta del Peropalo, con la jura de la bandera. La ceremonia tiene lugar durante el Carnaval y como sucede en las localidades castellanas antes reseñadas, trata de mostrar la habilidad de los hombres en el manejo de la enseña, después de haber ofrecido una cantidad de dinero. Al concluir, cada participante es izado en el aire por sus amigos y familiares. La ceremonia se repite una y otra vez mientras haya oferentes. El último participante es aquel que ha sido escogido como Capitán de los festejos del siguiente año.
Igualmente son semejantes los ofertorios, las subastas y las pujas de las andas –que generalmente se hacen por promesa, por devoción o para dar gracias por algún concedido– en fiestas tanto de Santos como de Vírgenes en ambos valle. En la zona abulense, Candeleda se subastan los banzos –probablemente del celta wankjos, travesaño– de las andas de San Blas para entrar la imagen en la iglesia tras la procesión. También se subastan los banzos –brazos– de las andas en El Arenal la segunda semana de octubre con el Cristo de la Expiación; en La Adrada con la Virgen de la Yedra en septiembre y en Ramacastaña el 20 de enero con San Sebastián y en octubre con la Virgen del Rosario. Estas subastas suelen agregarse a los ofertorios de regalos o productos variados que hacen los devotos para ser posteriormente subastados.
Más numerosos son los ofertorios de platos típicos, dulces o productos del campo o de la matanza que se hacen en la comarca verata para ser subastados posteriormente mediante puja: Aldeanueva al Cristo del Sepulcro y de la Salud; en Arroyomolinos a San Sebastián; en Collado a la Virgen del Rosario; en Gargüera a Ntra. Sra. de la Asunción; en Jaraíz a la Virgen del Salobral; en Jarandilla al Cristo de la Caridad y a la Virgen de Sopetrán; en Madrigal dos ofertorios al Cristo de la Luz; en Pasarón a Nuestra Señora la Blanca; en Robledillo a San Miguel Arcángel, con puja para entrar las andas en la iglesia; en Talaveruela a San Antonio de Padua, y a Ntra. Sra. del Rosario el primer; en Tejeda a Ntra. Sra. de la Torre; en Valverde a la Virgen de Fuentes Claras y al Cristo del Humilladero; y en Villanueva durante la romería de San Isidro… Estos ofertorios –llamado ramo en Arroyomolinos– suelen estar acompañados de música de tamboril –caso de Pasarón–, de danzantes en Losar o de bailes de jotas en Arroyomolinos o Collado. En Garganta la Olla son las ocho jóvenes que forma el grupo de danza de las Italianas –corrupción de gitanas o gitanianas– quienes, acompañadas del maestro, depositan ante la imagen las ofrendas de los fieles, el ramo de roscas, adornado con los ofrecijos, en la fiesta que conmemora la visita que hizo la Virgen a su prima Santa Isabel.
Varias son las hipótesis que pretenden explicar el origen o motivo por el cual los muñecos o esperpentos conocidos como gigantes y cabezudos entraron a formar parte, primero del Corpus precediendo a la procesión, y más tarde de otras festividades populares españolas y por tanto de las festejadas en las dos comarcas objeto de este estudio. Generalmente se piensa que representan –como antaño sucedía con los enemigos vencidos en las batallas que formaban parte de los desfiles militares del general victorioso– los dioses paganos con sus enseñanzas idolátricas, que son humillados a la postre por la fe cristiana. Igualmente se ignora cuándo exactamente entraron a formar parte de nuestras procesiones y festejos, aunque hay quienes creen que pudo ser a raíz de la expulsión de los árabes de la Península, porque la primitiva indumentaria que se les colocaba tenía bastante semejanza con el atuendo propio de los musulmanes.
Y como no podía ser menos, este tipo de personajes, aunque en menor representación, siguen estando presentes en el Valle del Tiétar en Arenas de San Pedro, anunciando –según dicen los arenenses– la primavera en la festividad de San Pedro de Alcántara, y en sus anejos Ramacastañas y Hontanares en San Sebastián. En la Vera, durante los carnavales en Losar y Madrigal y en Arroyomolinos el 16 de agosto, festividad de San Roque.
La antigua tradición de tiznarse la cara el martes de Carnaval, en lo que se dio en llamar día del tizne o del tiznote, ha ido desapareciendo paulatinamente en estas comarcas de estudio y sólo perdura, por lo que respeta a la abulense, en Piedralaves, Casillas y La Adrada. En esta última localidad, el día de Sta. Águeda –cinco de febrero– era costumbre embadurnarse con patatas cortadas por la mitad untadas en el hollín de la lumbre o manchadas con la grasa del eje de los carros o de los culos ennegrecidos de sartenes y calderos. Actualmente los adradenses organizan auténticas batallas con huevos y harina entre mozos y mozas. En Piedralaves el martes de Carnaval tiene lugar el baile del tizne, preludio del Miércoles de Ceniza, conocida como mañana del yeso, pues las calles del pueblo quedan cubiertas de harina y yeso –la nevada – en recuerdo nostálgico del fenecido Carnaval.
En la Vera ya ha perdido la prestancia que hubiera podido tener antaño, si es que alguna vez la tuvo. Hoy, únicamente se dan los tiznados en Villanueva, durante el Peropalo, al que más atrás he aludido, donde además del muñeco que se cuelga el domingo frente al Ayuntamiento, el martes por la mañana sale un émulo del pelele, éste de carne y hueso, que es paseado por el pueblo sobre un burro entre una multitud de nativos y foráneos con las caras tiznadas como seña de identidad del Carnaval.
Y para concluir cabe preguntarse si tanto el uso de máscaras como el untado de las caras –sinónimo de enmascaramiento – durante estas fiestas, el ocultar la propia cara, no tendría como objeto liberarse de los tabúes sociales que nos constriñen durante el resto del año, igualando así a las personas que, de ese modo, se inhiben y pueden, libres de perjuicios, dar rienda suelta a sus instintos.
ANEXO. VÍRGENES Y SANTOS
SANTOS
San Sebastián
*La Vera. -Arroyomolinos, Tejeda y Viandar.
*Valle del Tiétar.- Casillas, Hontanares, Lanzahíta, Pedro Bernardo, Perales del Hoyo, Ramacastaña y Villarejo del Valle.
San Blas
*La Vera. -Collado, Garguera, Pasarón y Valverde.
*Valle del Tiétar. -Candeleda, Casavieja, La Adrada (S. Blas y S. Blasino), Lanzahíta (procesión con vítor) y Mombeltrán.
San Antonio de Padua
*La Vera. -Jaraíz y Talaveruela.
*Valle del Tiétar. -Casillas. Como S. Antón en Fresnedilla y Villarejo del Valle.
San Juan Evangelista
*La Vera. -Cuacos, Torremenga y Valverde.
*Valle del Tiétar. -El Hornillo.
San Isidro
*La Vera. -Losar. En Villanueva, fiesta del agricultor. Romería, el 15 de mayo hay bendición de los campos.
*Valle del Tiétar. -Candeleda, el 15 de mayo, agricultor y ganadero, Higuera de las Dueñas y Mijares.
Santiago
*La Vera. -Torremenga, 25 de julio, patrón del pueblo.
*Valle del Tiétar. -Patrón de El Roso de Candeleda, 25 de julio.
San Pedro
*La Vera. -Patrón de Madrigal.
*Valle del Tiétar. -Guisando, el 29 de junio. Mombeltrán. Con el tradicional Vítor, consistente en recorrer a caballo las principales calles cantando loores al santo.
San Miguel Arcángel
*La Vera. -Patrón de El Robledillo y de Tejeda, 29 de septiembre.
*Valle del Tiétar. -Guisando.
OTROS SANTOS
*La Vera
-San Cristóbal. -Collado.
-San Bartolomé. -Casavieja (patrón), Mijares y Villarejo del Valle.
*Valle del Tiétar
-San Marcos. -El Hornillo, con la bendición de los campos.
-San Roque. -Mombreltrán. Pedro Bernardo y Piedralaves (patrón).
-San Pedro Bernardo. -En San Esteban del Valle. San Pedro fue sacrificado en Nagasaki en 1597. Se celebra el vítor.
VÍRGENES
*La Vera.
-Del Salobral. Jaraíz.
-De Sopetrán. Jarandilla.
-De las Nieves. Losar. Fiesta de los cabreros. Primer domingo de Agosto.
-Del Rosario. Talaveruela, Viandar (fiesta del paseo, 1º domingo de octubre.
-De la Torre. Tejeda.
-Del Consuelo. Torremengas.
-De Fuentes Claras. Valverde.
*Valle del Tiétar
-Del Pilar. Arenas de S. Pedro.
-De la Chilla. Candeleda y El Raso de Candeleda.
-De las Angustias. Cuevas del Valle, patrona..
-De los Milagros. La Higuera.
-De la Fuensanta. La Iglesuela. Romería.
-De la Oliva. La Iglesuela. Patrona.
-De la Yedra. La Adrada.
-Ntra. Sra. de la Natividad. Higuera de Dueñas.
-Del Prado. Lanazahíta. Patrona.
-De la Asunción. La Parra.
-Sta. María de Tiétar. El Hornillo y La Parra.
-De la Sangre. Mijares.
-Ntra. Sra. de la Puebla. Mombeltrán. Patrona.
-De Gracia. Perales del Hoyo.
-Del Rosario. Ramacastañas, patrona.
-De los Remedios. Sotillo de la Adrada, patrona.
SANTAS
*La Vera.
-Sta. Bárbara. Guijo de Sta. Bárbara.
-Sta. Isabel. Garganta la Olla.
*Valle del Tiétar
-Santa Ana. Gavilanes.
CRISTOS
*La Vera.
-De la Luz. Madrigal.
-De la Misericordia. Pasarón.
-Del Humilladero. Valverde.
*Valle del Tiétar
-De la Expiacion. El Arenal
-De la Luz. Hontanares. Con romería, celebrada en el pueblo vecino de Lanahita.
-El Cristo. Lanzahíta, Sta. Cruz del Valle.
-De la Misericordia. La Parra.
De la Cruz
*Valle del Tiétar.
-Día de la Sta. Cruz en Santa Cruz del Valle.
-Fiesta de la Cruz en Villarejo del Valle. Familiares y cofrades disfrutan de una comida conjunta conocida popularmente como «la Boda de la Cruz».
SANTÍSIMA TRINIDAD
*Valle del Tiétar
-En Sotillo de la Adrada, el octavo domingo después de Pascua.
Castañar, Fulgencio.
-(1995) Conozca el Valle del Tiétar. Ediciones La Vera. Jaraíz de La Vera. Cáceres.
-(1996) El Valle del Tiétar en fiestas. Narria. Números 75-76, pág. 34 Diciembre.
Chavarría Vargas, Juan Antonio; Martínez Enamorado, Virgilio (2007). Otro Guadalquivir en al-Andalus: el hidrónimo Tiétar (Ávila). Diputación de Ávila, Institución Gran Duque de Alba. Ávila en el tiempo. Homenaje al Profesor Ángel Barrios, 3 vols. (Ávila) I: 159-168).
Flores del Manzano, Fernando. (1989). Judas. Gran Enciclopedia Extremeña, tomo 6º. Ediciones Extremeñas, Mérida.
Granados, Pedro. (2007). Sangre Cucharera. Historia, tradición, raíces y folklore de la Villa de Pedro Bernardo. Madrid: LuLu Enterprises Co.
Marcos Arévalo, Javier. (1984). Fiestas populares extremeñas. Cuadernos Populares, nº 1. Editora Regional de Extremadura, Mérida.
Paredes Guillén, Vicente (2004). Los nombres de Extremadura. Estudios de toponimia extremeña. Editora Regional de Extremadura. Mérida.
[1] Cinorrio es palabra antigua que designaba a una escalera muy inestable y endeble empleada para re-coger frutas
[2] Respecto a este nombre, Félix Barroso Gutiérrez me escribe: Partiendo del hecho de los «carvótih» o «carvóchih» son castañas asadas o cocidas a las que se les ha quitado la piel, o sea, que las han birlado su caperuza y las han dejado CALVAS, pues pienso que por ahí vendrán los tiros. De hecho, por estos pueblos, cuando se observa a una persona que tiene la cabeza como una pista de aterrizar aviones, se dice: «¡Vaya calvotera que tieni ési!». Por ello, creo que la palabra CALVOTE, CARVOTE O CARVOCHE (terminará en «i» en las comarcas de habla astur-leonesa) deberá escribirse con ‘v’.
[3] Del Taraballo de Navaconcejo –en el Valle del Jerte, lindante con la Vera –también se dice que pudo ser un ladrón, aunque hay quienes lo tienen por el espíritu del olivo, o el recuerdo del dios celta Taranis.