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La desaparición de antiguos oficios relacionados con la naturaleza y el entorno del ser humano deja al descubierto una de las debilidades de la sociedad actual, tan aparentemente segura de su organización y estructura como ignorante de los peligros que esa misma estructura lleva aparejados: la vida del individuo se desarrolló durante siglos en una permanente y fructífera convivencia con aquellos recursos que el medio natural le proporcionaba y de los que había aprendido, tras largo y útil meritoriaje, a extraer sólo lo necesario. Ese respeto secular partía de un análisis consecuente de la propia vida y de su duración –de una correcta apreciación del lugar y el tiempo que le correspondían en el cosmos– dejando para el ámbito de las creencias las promesas de los libros sagrados que le situaban en el centro del universo y le atribuían capacidades extraordinarias. La economía de subsistencia, tan lejana de los excesos actuales, impuso su sistema durante siglos y siempre le sirvió al ser humano para acercarle a una realidad en la que el sentido común y la relación con los demás eran tan cotidianos como la circulación de la sangre. El entramado sobre el que se sostenía y desarrollaba la vida estaba tan próximo que no daba ni tiempo para pensar que pudiesen llegar de lugares lejanos los recursos para alimentarse o para proporcionar calor, necesidades ambas primordiales. El espacio en el que cada uno nacía comenzaba bien pronto a hacerse tan familiar como necesario, de ese hábitat se derivaban los oficios en los que se iniciaba un obligado aprendizaje que solía perfeccionarse a lo largo de la existencia y por fin esa experiencia constituía un legado que se transmitía a los más cercanos, con quienes se creaban vínculos profesionales y culturales que facilitaban la entrega. El material entregado incluía conocimientos inmateriales, tanto las palabras con las que se construían los conceptos como los términos que servían para designar aquellos útiles con los que un oficio se convertía en tradición y ésta en costumbre. Las herramientas y su uso correcto venían a completar el adiestramiento con el que una persona, con el simple desempeño de su actividad, se incorporaba al colectivo del que formaría parte el resto de su vida cumpliendo una indispensable función.
Aunque esa labor fuese aparentemente solitaria como en el caso del carboneo, por ejemplo, los antecedentes seguidos hasta llegar al producto así como las consecuencias que se derivaban de su comercialización y uso transformaban el oficio en fecundo y solidario.