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Decíamos en el número anterior que una de las causas que motivó la crisis de dulzaineros y por tanto de su repertorio, riquísimo en formas rítmicas y melódicas, fue el abandono de la profesión por parte de tantos buenos intérpretes, motivado por razones sociales o económicas. Otra causa, tan grave como la anterior pudo ser la desritualización inconsciente y progresiva del oficio: el dulzainero, antes de serlo, debía de pasar por un período largo de aprendizaje en el tamboril, lo que le daba fluidez en el manejo de las baquetas y una familiaridad especial con los ritmos más difíciles. Al llegar el momento de su presentación como dulzainero (los hijos acompañaban al tamboril a los padres, y sólo a determinada edad se les consideraba ya dignos de sustituir o acompañar al progenitor) ya sabía cómo construir cada tema musical; tenía los cimientos rítmicos y, sobre ellos, edificaba la melodía con más o menos gusto según sus aptitudes.
Puede que en la actualidad los afanes desmitificadores hayan llegado hasta estos terrenos, confundiendo a algunos jóvenes y haciéndoles pensar que la dulzaina se puede dominar en dos días. No; para eso y muchas otras cosas se requiere un enorme sacrificio: que pregunten si no a los viejos intérpretes cuántas horas pasaban a vueltas con el "raque parraque" o el "que me la han tentao" intentando dominar por fas o por nefas un ritmo complicado. ¿Qué conclusión podemos sacar de todo esto? Creemos que, al menos, una positiva: tenemos un largo camino para podernos superar. El hecho de que la sociedad actual desprecie o eluda todo lo que suponga un esfuerzo o una disciplina, no es razón suficiente para que, por tal causa, desdeñemos una riqueza cultural tan abundante y valiosa que, además, nos identifica.