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Teófilo Arroyo Callejo (Sotillo de la Ribera, 1909-Burgos, 1989), Honorable de Burgos, músico, dulzainero, impulsor, docente y director de la Escuela Municipal de Dulzaina de la ciudad de Burgos, coetáneo del maestro segoviano Agapito Marazuela Albornos y, junto con él, responsable de la recuperación, mantenimiento y auge de un instrumento tan castellano y popular como la dulzaina y cuya figura ha sido injustamente olvidada.
En su momento se le realizaron tres entrevistas en prensa escrita que hoy nos ayudan a saber un poco más de su vida, su forma de ser y su historia.
Las entrevistas y periódicos en las que fueron publicadas son:
– «El mundo mágico de la dulzaina», en la publicación Palenque, en septiembre de 1978.
– «Teófilo Arroyo y la dulzaina», en la sección Mi entrevista del Diario de Burgos, en febrero de 1979.
– «Teófilo Arroyo, una vida dedicada a la dulzaina», en el Diario de Burgos, en octubre de 1982.
Las dos primeras entrevistas reflejan la preocupación por la creación de la Escuela Municipal de Dulzaina de Burgos, proyecto firmado en 1977 y que no vería la luz hasta dos años después. En ellas, Teófilo demuestra su preocupación por la transmisión a las nuevas generaciones de sus conocimientos sobre la música popular de la dulzaina. En la última, hace un repaso a su homenaje, el funcionamiento de la Escuela y al posible futuro de la dulzaina en Castilla, y más concretamente en Burgos.
Los entrevistadores encargados fueron Alberto Ortiz Arnaiz, que fuera director de la Escuela de Dulzaina de Burgos, en la primera; la segunda lleva la firma de Mary Angels, y de la última lo desconocemos.
En «El mundo mágico de la dulzaina» se nos muestra a Teófilo como una persona preocupada por el futuro de la música tradicional, así como una persona honesta, cumplidor de la palabra dada y de una increíble modestia. Él mismo nos cuenta: «Empecé a aprender música con mi padre cuando tenía 7 u 8 años [con un pito que le construyó su abuelo Hipólito] y seguí hasta los 15, que me dediqué a tocar por los pueblos», es decir, hasta 1924, para seguir aprendiendo música por su cuenta, y continuar así hasta 1942 que, con 33 años, se compra un clarinete al ser invadidos por las nuevas músicas como el jazz. Como anécdota, señalaremos que rompió su dulzaina en un acceso de desesperación ante la falta de interés de la sociedad por dicho instrumento y su repertorio. Pero compró otra a un antiguo cliente y amigo de la dulzaina y se presentó en el año 1967 (con 58 años) al Concurso Nacional celebrado en Palencia, donde consiguió el segundo premio y otro especial por ser el que mejor interpretó la obra obligada. En 1968 se vuelve a presentar, consiguiendo el primer premio. Con añoranza recuerda cómo las fiestas de los pueblos eran antaño de carácter familiar, alegres, en las cuales todos bailaban ritmos conocidos como el pasodoble, el vals, la mazurca, el corrido de rueda y la jota. Además, destaca que con la dulzaina se pueden tocar todo tipo de músicas, ejemplo que nos dejó en su legado musical, aunque su modestia no lo reconozca. Se le interpela también por la construcción de las dulzainas, no sabiendo exactamente cuándo empezaron a construir las dulzainas sus antepasados; ya lo hacía su abuelo Hipólito y hacia 1923 empezó a hacerlo su padre. Destaca que «el trabajo se hacía todo a mano [sin maquinaria alguna], las torneaba con una ballesta y un pedal que él se fabricó, después teníamos más de cuatro barrenas que iban de menor a mayor, hasta hacer el hueco suficiente, las llaves también se hacían en casa, todo a golpe de martillo y lima; afortunadamente, a mí me tocó trabajar algo en ello», y nos señala que realizaban instrumentos de 2 a 12 llaves y de 34 a 43 centímetros. Un tema controvertido en el mundo de la dulzaina fue la introducción de llaves y, aunque parece aceptado que el primero en hacerlo fuese Ángel Velasco, los Adrián de Baltanás y los Arroyo de Sotillo le fueron a la zaga. Según Teófilo, su abuelo Hipólito vio las llaves en otros instrumentos en un viaje a Bilbao a finales del 1800 o principios de 1900. También fabricaron pitos castellanos sin llaves y hasta con 6 o más, que se usaban para ensayar la música que luego iban a tocar con la dulzaina y para tocar en fiestas íntimas familiares. Bien afamadas debieron de ser, porque gustaban a muchos músicos. Modestamente, ante la pregunta de si es compositor, Teófilo refiere no tener conocimientos de armonía como para componer y que solamente compone alguna cosa para dulzaina, lamentándose de no tener con quién interpretarlas. Con entusiasmo, Teófilo propone que, además de la Escuela Municipal en vías de creación, debería haber un grupo de dulzaineros en las fiestas mayores… Ambas cosas se lograron pocos años después, aunque en ese momento no se le viese un claro futuro a la dulzaina.
En la segunda entrevista, se entra directamente en el problema de la creación de la Escuela Municipal de Dulzaina de Burgos, donde refleja su preocupación, ya que en ese momento estaba parado el proyecto y la Diputación no quería hacerse cargo de ella, pues «era cosa del Ayuntamiento»; se explica lo sencillo que sería echarla en marcha, pues no conllevaría muchos gastos, y se detallan los requisitos que deberían tener los alumnos, siendo el ideal que ya tuviesen conocimientos de solfeo y hasta en un total de 20 alumnos. De nuevo, se pasa revista a sus inicios como dulzainero, los antecedentes familiares como constructores de dulzaina y el motivo de olvido del instrumento. Se queja amargamente de que en las fiestas de Burgos nadie se ocupa en darla a conocer, salvo por un Festival de la Jota dotado con 3000 pesetas y patrocinado por la Caja de Ahorros. Se vuelve a hacer hincapié en el carácter modesto y humilde de Teófilo que no reconoce mérito alguno en ser uno de los mejores dulzaineros de la provincia, aludiendo a que es su obligación por ser descendiente de dulzaineros.
En la última entrevista, la de 1982, realizada cuando tenía 73 años, se pasa revista al homenaje que se le había realizado hacía poco; de nuevo sale la modestia del maestro a la palestra dirigiendo el asunto al bien general de la dulzaina. Ya se le encuentra contento porque la Escuela lleva unos años funcionando, aunque no disponen de local propio, se está llevando al instrumento a los términos justos interpretándose con él todo tipo de ritmos, pues para eso es de carácter cromático. Para concluir el artículo, hace referencia a varias anécdotas: «Hemos pasado mucho frío, ¿sabe? Porque tocábamos en las calles, a las tres de la mañana. ¡Ah! Íbamos desde las verbenas a rondar a las mozas, y luego a las dianas, sí; pero nos trataban bien, éramos uno más del pueblo. Antes nadie quedaba excluido de la fiesta. Los viejos esperaban el día con anhelo, incluso, y bailaban la jota. Ahora no es así». Recuerda cómo a su abuelo se le ocurrió empezar a poner llaves al instrumento y la continuidad por parte de su padre. «Recuerdo que empecé a tocar en Roa [tendría 15 o 16 años]. Mi padre me estaba haciendo por entonces una dulzaina con llaves. Yo cerré las luces con cera y me fui a Roa a pie, me dieron cuatro duros. Yo estaba contento, la gente decía: ¡Qué bien toca!, pero lo hacía muy mal porque era la primera vez, se notaba la fama de mi padre, la fama de los “Pollos”».
Como resumen, destacamos que en las tres entrevistas se hace referencia a:
– La humildad del autor.
– Su preocupación por el futuro del instrumento.
– El recuerdo con añoranza del origen como constructores de su familia, así como la integración de las llaves en el instrumento.
– Anécdotas varias que nos permiten acercarnos a la figura de este Hijo Adoptivo de Burgos y al mundo que tanto amaba: la dulzaina.