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De tiempo en tiempo vuelve a despertarse el interés hacia las menciones que hace Cervantes de algunos instrumentos musicales en el Quijote. Cecilio de Roda, Adolfo Salazar y Miguel Querol fueron, entre otros investigadores, quienes trabajaron el siglo pasado la cuestión con una visión fundamentalmente organológica, dado el oficio de musicólogos de los dos últimos, si bien hay asuntos que, todavía hoy en día, siguen siendo opinables y suscitan controversia. Uno de los casos más notables es el de la llamada gaita zamorana, instrumento sobre el que se han lanzado las opiniones más curiosas cuando lo más sencillo sería atenerse a la realidad de su propio enunciado: gaita, porque es un instrumento de fuelle con soplete y con puntero en el que va una lengüeta doble, y zamorana porque Zamora fue y sigue siendo, como provincia fundamentalmente rural, una de las que más modelos y variantes ha añadido al instrumento hasta nuestros días. Las piezas de Sanabria, de Aliste o de Sayago continúan siendo instrumentos observados con interés por los estudiosos que ven en sus hechuras (son instrumentos grandes y sólidos) y en las escalas que emiten una innegable antigüedad, mantenida hasta nuestros días a pesar de la evolución de la música y de sus parámetros. Pero esto, que podría ser una opinión más, se convierte en dogma cuando leemos en el Tesoro de Covarrubias, publicado cinco años después del Quijote: «Las gaitas zamoranas tienen nombre en España». Es decir, cuando hay que hablar de gaitas de fuelle, se habla de las de Zamora porque son las más famosas, igual que dos siglos más tarde la fama se la llevarán las gallegas o las asturianas, como se puede deducir leyendo el artículo correspondiente de Los españoles pintados por sí mismos dedicado al gaitero. El Diccionario de Autoridades trae una advertencia de que «regularmente se entiende por gaita el instrumento que se compone de un cuerecillo, a que está asida una flauta con sus orificios...» con «un cañón de largo de una vara el cual se pone encima del hombro y se llama roncón [...] y por un cañoncito que tiene el cuerecillo en la parte superior» por donde «se le llena de aire». A pesar de esa advertencia, el Diccionario añade dos acepciones más bajo la denominación de ‘gaita’, que corresponden a una dulzaina y a una lira mendicorum o zanfona. Pero si venimos a nuestros días nos encontraremos en la última edición del DRAE que gaita es, en su primera acepción, un «instrumento musical de viento parecido a una flauta o chirimía de unos 40 cm de largo». Curioso. Porque si es una flauta (se supone que de tres agujeros, pues así se sigue llamando todavía entre otros lugares en Salamanca: gaita charra), no es una chirimía, ya que ambos instrumentos tienen distintas fuentes de sonido —en el primer caso, un bisel contra el que incide el aire, y en el segundo una lengüeta doble—. Y si es de unos 40 cm será más bien una dulzaina que una chirimía, ya que esta, en el mismo diccionario, se dice que tiene 70 cm, es decir, casi el doble de longitud.Otro caso controvertido es el de los instrumentos llamados por Miguel Querol «lilíes» o «lelilíes», a los que califica como «instrumentos militares». Nos sorprende que el investigador no tuviese la curiosidad de mirar el DRAE, donde los lelilíes son descritos como «grita o vocería que hacen los moros cuando entran en combate o celebran sus fiestas y zambras»; esto es, el sonido gutural que lanzan modificando la emisión por medio de la lengua y que es tan parecido al ijujú o ujujú, clásico relinchido o algarabía con que se acababan las rondas y algunos bailes en España. En efecto, si leemos atentamente la mención a esta palabra en el Quijote nos daremos cuenta de que difícilmente podría tener otra interpretación: «Añadiose a toda esta tempestad otra que las aumentó todas, que fue que parecía verdaderamente que a las cuatro partes del bosque se estaban dando a un mismo tiempo cuatro rencuentros o batallas, porque allí sonaba el duro estruendo de espantosa artillería, acullá se disparaban infinitas escopetas, cerca casi sonaban las voces de los combatientes, lejos se reiteraban los lililíes agarenos».