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Durante el año 1981, Nicolás Rodríguez y yo realizamos una investigación casi exhaustiva acerca de los ritos y celebraciones veraniegas en Carbajales de Alba (Zamora). Los resultados aparecieron parcialmente publicados en el periódico local, El Correo de Zamora. Hoy he vuelto sobre los datos recogidos entonces y sobre otros registrados después, con el fin de situarlos en un marco hermenéutico que los haga comprensibles. Estudios comparativos más recientes me han llevado al convencimiento de que las conclusiones obtenidas en Carbajales son aplicables a todos los pueblos del antiguo señorío de Alba y a bastantes cercanos de Tábara y, sobre todo, de Aliste. Algunas de ellas pertenecen, por supuesto, al acervo común de la cultura rural en su variante agropecuaria.
1.-PRECEDENTES DE LAS TAREAS ESTIVALES.
La esquila y la mela vienen a ser el pórtico de las faenas veraniegas y también, en cierto modo, el final del ciclo de la meca (oveja), tan importante en estas latitudes. Suelen celebrarse cuando comienzan los primeros calores, constituyendo un complejo ritual, sólo equiparable a la matanza navideña. Contra lo que se acostumbra a creer, se trata de un trabajo duro, muy duro, al cual se le añaden algunos ingredientes lúdicos y festivos, dentro de un ceremonial que se repite cada año.
Finalizada la esquila y mela, los labradores se preparan para iniciar las geras (tareas) más arduas del calendario agrícola: siega, acarreo, trilla, limpia... Necesitan tener a punto los elementos materiales y los humanos. Para ello, revisan hoces, hocines, palos de gavillar, ataderas de encaño o vencejeras, carros, telerines, varisetos, trillos de Cantalejo, bieldos, etc. La canción popular ha plasmado este momento previo de las faenas veraniegas:
Echale hierro al carro,
échale hierro,
échale volanderas
de fino acero.
También se preparan los efectivos humanos, contratando el personal necesario. El día 24 de junio era el indicado para elegir el vaquero municipal. El 29, fiesta de San Pedro, se renovaba el contrato a los pastores, así como a los criados fijos. Se apalabraba también a los temporeros, cuyos servicios comprendían tres meses: de San Pedro a Santa Eufemia (16 de septiembre). A las mencionadas fechas se refiere una canción alistana:
San Miguel de vendimias,
San Juan de flores,
San Pedro de criadas
y de pastores.
La contratación de personal se realizaba en el pueblo (en un lugar céntrico: la Cruz de la Calle) o en Zamora, donde se organizaba un impresionante comercio humano, ya historiado por algunos autores. Era costumbre general, como en otros lugares, cerrar el trato con la robla o robra: el amo agasajaba a los criados -repitiesen o fuesen nuevos- con una suculenta comida a base de pan, vino y carne de oveja.
El día de Santiago era el indicado para contratar las cuadrillas de segadores. A veces estaban integradas por gente del mismo pueblo con exigua labranza. Pero, generalmente, se componían de individuos de otros pueblos cercanos y, sobre todo, de gallegos y de portugueses.
La situación de los diversos contratados en la familia que los recibía variaba mucho, según se tratase de segadores, temporeros o criados fijos. Los primeros eran considerados como asalariados, con un status y rol específicos. No se integraban en la familia, debiendo mantener siempre una respetuosa distancia. En cambio, los pastores y los criados/as fijos se convertían en domésticos; es decir, pasaban a engrosar el círculo familiar, haciéndose partícipes de su vida y aun de sus secretos más íntimos, siempre -claro está- que lo mereciesen por su comportamiento. Lo dice el refrán: "Criado obediente, de su amo se hace pariente". Otro dicho popular subraya la satisfacción del criado al sentirse asociado a la vida del amo: "No hay dicha mayor, que servir a buen señor". Cuando las cosas funcionaban bien, la vinculación amo-criado se prolongaba durante mucho tiempo, aunque cada año hubiese que cumplir la formalidad de renovación del contrato: "El buen criado, vive y muere en casa del amo". La experiencia negativa -que también se daba- sugirió, sin duda, el refrán contrario: "Criado y gallo, un año".
2.-0FRENDA DE PRIMICIAS.
Por la literatura etnográfica sabemos que en varios puntos de Cataluña ha existido la costumbre de ofrendar las primeras espigas maduras en el altar del patrono local. En Yanci (Navarra) ofrecían las primicias del maíz. Un alumno mío me ha dicho que en Garganta la Olla (zona de Vera, de Cáceres) hay una tradición antiquísima de ofrecer las primeras cerezas, juntamente con dulces, corderos..., que después se subastan.
La villa zamorana de Carbajales ha tenido también una tradición parecida, al menos desde el siglo XVII. En efecto, según consta en los libros parroquiales, el 30 de mayo de 1669 el Ayuntamiento en pleno, nemine discrepante, acordó "tomar y votar por su devoto al Señor San Agustín, para que su día se guarde como fiesta de precepto por la mucha debocion que esta Villa tiene al vendito Sancto..., por los infortunios de los tiempos y amenaza con que Dios nuestro Señor ha embiado sobre esta Villa de la plaga de la Langosta, y para que su Magestad se sirba con la intercesion de este Santo y la debocion tan grande que tiene la dicha Villa y sus vecinos, aplaque su ira". El voto de la corporación y villa implicaba que "ninguna persona sea osada a travajar en su dia, so pena que sera castigado por todo rigor con diez Ducados aplicados a las obras pias". La autoridad eclesiástica, por su parte, amenazaba con pena de "Excomunion mayor" al que no guardase el día de San Agustín (1).
En el Reglamento del Ayuntamiento de Carbajales de 1758 se dice textualmente: "Dia 28 de agosto: el dia veinte y ocho, dia de San Agustin, asiste el Ayuntamiento a la misa mayor del convento [de agustinos] por ser fiesta del Voto de Villa según se halla en los libros antiguos de la fábrica [de la parroquia], como oí a Don Pedro Linares, Parroco que fue de esta Villa" (2). Otros manuscritos parroquiales nos hablan de una vieja costumbre, vinculada a la misa celebrada en la iglesia del convento de los agustinos, que estuvo abierta al público hasta el siglo XIX. Durante el Ofertorio, se presentaban en el altar mayor las primeras espigas, segadas al comienzo del verano, así como los primeros granos, recolectados, generalmente, durante el mes de agosto. Permanecían en el altar de San Agustín hasta el año siguiente. Con esta ofrenda simbólica se intentaba, por una parte, significar el agradecimiento del pueblo ante los favores recibidos; por otra, impetrar el auxilio divino a través del santo para asegurar la cosecha próxima contra plagas y tormentas.
Las tormentas eran también conjuradas con dos prácticas mágico-religiosas, bastante comunes en algunas zonas de España. La primera consistía en encender, al escuchar el primer trueno, la vela que había ardido ante el Señor durante el Jueves Santo. La costumbre persiste todavía en muchos hogares. También se mantiene en algunos sitios la segunda, que ya trató de explicar "científicamente" el maestro Ciruelo: sonar alguna campana al acercarse el nublado. En Losacio de Alba tocan la campana de la ermita de la Virgen del Puerto en dicha ocasión y, además, cuando hay algún parto difícil en la localidad y cuando algún vecino es sometido a una operación quirúrgica de importancia.
De la antigua tradición carbajalina de ofrendar las primicias de las espigas queda aún la costumbre de llevar algunas al comienzo de la siega para adornar el altar, cual si fuesen flores.
3.-SIEGA y "RAPOSA".
La sabiduría popular ha legado una serie de principios destinados a realizar bien la siega. Unos se refieren a la sazón del fruto: "La cebada, en la gavilla grana". Otros, al tiempo propio de esta faena agraria: "En junio y julio, hoz en puño". Los más son recomendaciones a los segadores. Por ejemplo: "Segador, baja la mano; que la mies no es sólo grano". O también: "Cuando segares, no vayas sin dedales". O la siguiente: "A quien bien siega y mal ata, para buen segador algo le falta". Estos refranes, que se utilizan con frecuencia en la zona, son comunes a varias provincias de España.
La forma de segar es parecida a la de otros sitios. El hecho de tener distribuida la tierra en surcos bien definidos obliga a la cuadrilla a situarse del modo más adecuado para no estorbarse en el trabajo: delante el mayoral, a continuación los dos medieros, después el rabero, para terminar con el atador. Nos encontramos ante una consuetudinaria escala jerárquica, de carácter esencialmente funcional, que solía guardarse con una fidelidad casi escrupulosa. Gráficamente podría ser representada de la siguiente manera:
Durante las largas y penosas jornadas, que duraban de sol a sol, se entonaban las tradicionales canciones de siega. Unos cantaban La Serena, tan popular en la zona etnológica Oeste:
La serena de la noche,
la clara de la mañana;
el emperador de Roma
tiene una hija bastarda.
.....................
Un día de gran calor
se ha asomado a la ventana;
ha visto tres segadores
segando trigo y cebada.
Otros preferían El pinar del amor, que un informante septuagenario de Carbajales oyó cantar a su abuelo en las tierras, bajo un sol de justicia:
Estaba cortando un pino
en el pinar del amor;
del tronco saltó una astilla
que me dio en el corazón.
Muchos pueblos de Sayago, Alba y Aliste han entonado estrofas como las que siguen, casi hasta nuestros días:
Segadora, segadora,
¿quién te ha aguzado la hoz?
Me la aguzó un chavalillo
que me roba el corazón.
Arriba, segadores,
arriba, arriba,
que arriba está la fuente
del agua fría.
En otros pueblos se cantaban unos versos que han tenido gran aceptación en estas zonas rurales:
Voy a la siega, madre,
voy a la siega,
a ganar pa la boca
de mi morena.
O estos otros, referidos a las algarrobas:
A coger algarrobas
me llaman, madre.
El amo que las siembra,
que las apañe.
Dice E. Casas Gaspar que el canto electriza al labrador: "En España, el canto ha conseguido, al correr de los siglos, producir en el labrador una especie de hipnosis sonora, que le ata horas y más horas a su ruda tarea, sin que llegue a cansarle ni aburrirle la repetición monótona de los mismos gestos" (3). Para el etnólogo español, el canto vendría a ser una especie de anestesia contra el dolor, que le permitiría rendir más en el trabajo. Llega a afirmar: "Los ahorros de corcheas desfalcan el granero". Sin negar del todo lo anterior, creo que convendría matizar más el asunto. Veámoslo.
A veces se ha definido al hombre como animal laborans. En otras ocasiones se ha dicho de él que es animal festivum o animal ludicum. Opino que el trabajo y la fiesta son dos dimensiones esenciales del ser humano, como pueden serlo lo apolíneo y lo dionisíaco. Son dimensiones en cierta medida contrapuestas, aunque dentro de un ser unitario. Precisamente, porque coinciden en el hombre estructurando el mismo ser, no suelen darse en puridad. En el trabajo aparecen con frecuencia ingredientes festivos; y en la fiesta, aspectos laborales. No se puede definir una dimensión en función de la otra. La fiesta no es -no debe ser- un simple paréntesis en el trabajador; y viceversa. La relación entre ambas realidades es dialéctica. El cristianismo asegura que el enfrentamiento o lucha se resolverá finalmente a favor de la fiesta: el cielo es concebido como una gran fiesta. Estas ideas, expuestas de forma tan sucinta, nos permiten quizás interpretar mejor el canto del segador -canto amoroso casi siempre, y no es casualidad- durante su quehacer oneroso. La canción tal vez sea, en última instancia, una especie de protesta contra la unidimensionalidad del trabajo a que está condenado por razón de las circunstancias.
Las canciones del ciclo agrícola, y más concretamente las de la siega, solían tener en estos pagos un carácter dialogado, en contra de la opinión -bastante generalizada- de que aquí ha predominado el canto monológico, al contrario de lo que ocurre en otras áreas culturales de nuestra patria. En las comarcas zamoranas de Alba y Aliste, un segador o un grupo acostumbraban a entonar la primera estrofa, respondiendo otros con las siguientes, hasta finalizar la canción. Era muy frecuente entablar el diálogo sonoro entre diversas cuadrillas de fincas cercanas. Llamaban a esto "pique". Se trataba de una especie de competición lúdica, en la cual apenas existían elementos agresivos. Resulta curioso constatar que la misma estructura dialogada-competitiva la encontramos en el trabajo de la cuadrilla. En ambos casos se perseguía, como objetivo final, la "obra bien hecha".
En Olot y en otras poblaciones catalanas había celebraciones y ritos específicos en torno a los últimos surcos de la siega. Por lo que respecta a León y Castilla, la literatura etnográfica no ofrece datos sobre este punto. Sin embargo, las comarcas zamoranas de Alba, Aliste y Tábara han conservado, casi hasta nuestros días, un rito extraordinario -quizás único- de ese momento álgido de las tareas veraniegas. Me parece que es el más formalizado de cuantos existen en la península ibérica. Lo llaman la Raposa. Según averiguaciones que he realizado, el vocablo no tiene nada que ver con el sinónimo zorra, ya que en la citada región no se utiliza la palabra raposa con ese sentido. La gente lo emplea en su significación originaria y etimológica: "Raposa es variante del antiguo y dialectal rabosa, probablemente derivado de Rabo", afirma Corominas. La misma opinión tienen Covarrubias, Spitzer, etc. El rabo es la parte final del animal; de aquí que se haya llamado rabosa o raposa a la celebración de la última estaja o vuelta de la siega. Como vimos anteriormente, se llama también rabero al que ocupa el puesto último en la cuadrilla.
Describíamos así la original celebración en El Correo de Zamora: "La cuadrilla está ya segando la cortina postrera, seguramente la más productiva del amo. Se encuentran todos especialmente alegres. Llegados a un punto determinado, los segadores rompen el orden pre-establecido (mayoral, medieros, rabero) y cada uno se lanza por cuenta propia, surco adelante, para llegar el primero al final de la estaja, que es la última de la siega por ese año. El que lo consigue levanta con sus brazos robustos un muñeco o pelele de paja de gran tamaño, generalmente vestido con casaca y sombrero, que previamente ha colocado allí el amo, y exclama, rebosante de júbilo: ¡He cogido la Raposa! Los compañeros, a su vez, tiran las hoces al alto y gritan: ¡Cogimos la Raposa!, ante la envidia de las cuadrillas cercanas. La ocasión no es para menos: ¡se ha rematado la gera más pesada del verano! La importancia social de la Raposa ha quedado reflejada en el habla popular. Todavía hoy, cuando se quiere expresar el final de un quehacer oneroso, suele decirse: "Al fin cogí la raposa" (4).
Opino que no es arbitraria la utilización de un símbolo antropomorfo en esta celebración. Si las figuraciones vegetales o animales -frecuentes en las culturas primitivas- significan la continuidad entre hombre y naturaleza, las imágenes humanas suelen representar el dominio del Sapiens sobre las fuerzas o resistencias naturales. De hecho, la Raposa iba colocada en la parte cimera del carro, mientras se trasladaban los haces a la era. Todo un símbolo del triunfo del hombre, que se siente así autorrealizado como labrador.
Una vez hechas las morenas en la tierra, se pasaba al segundo momento de la espléndida celebración. Consistía en cargar el carro. Para esta ocasión, solía utilizarse el mejor de la casa (los labradores de cierta monta tenían dos). También se empleaba la mejor yunta de vacas o bueyes. Valiéndose de una técnica heredada y del ingenio personal, segadores y amo colocaban en el carro muchos más haces que de ordinario. Llegaban, en ocasiones, a dar ocho o más vueltas (lo normal eran cuatro o cinco), valiéndose del segundo carro, el de menor calidad, cual punto de apoyo. Cuando las maromas estaban ya bien atadas, un segador trepaba por una de ellas y ponía en la cúspide la Raposa entre los aplausos de los presentes.
Antes de pasar adelante, quiero hacer notar que esta celebración servía, entre otras cosas, para significar el status social. Por de pronto, sólo los labradores ricos podían hacer la Raposa. Además, todos aspiraban a llevar el mayor número de haces, utilizando el mejor carro y la mejor yunta. El público solía estar pendiente de que "pariese el carro": sería el ludibrio o hazmerreír de la gente. Este momento embarazoso ha sido perfectamente captado por la canción popular:
Diz que parió tu carro
junto a la era;
ya lo sabe tu novia,
la zalamera.
En tiempos de la República, sucedió algo que ilustra perfectamente cuanto dije del status y que expresa también la peculiar relación pobres-ricos en las zonas rurales. Se repartieron entre los menos pudientes, en Carbajales, varias parcelas del monte, que explotaron en plan de cooperativa. Incluso se les asignó un quiñón especial en la era municipal. Los agraciados hicieron aquel año la Raposa más sonada por su aparatosidad en la historia del pueblo. Aún la recuerdan los carbajalinos de cierta edad.
Pero pasemos a la tercera y última parte de la celebración. Después de cargado el carro, con la Raposa plantada en la parte más alta y un segador al lado, se emprende la marcha triunfal hacia la era. Durante el itinerario se suman a la comitiva las mujeres y los niños de los amos y los segadores, juntamente con otros allegados de la familia. Las mujeres van muy ataviadas; algunas llevan incluso el mantón de ramo negro. Casi todas portan instrumentos musicales: panderetas, castañuelas, almireces... En el cortejo se sigue un orden bastante riguroso:
1º Delante, distanciado, señero y ligeramente orgulloso, el amo con la vara al hombro (A).
2º A continuación, el carro, con la Raposa, objeto y símbolo principal de la celebración (O).
3º En último lugar, segadores, mujeres, niños... en un grupo indiferenciado, sin ninguna jerarquía (B).
Podríamos explicar esto gráficamente de la siguente manera
La colocación distanciada del amo en la comitiva es una pequeña concesión a las tendencias jerárquicas que existen en los grupos humanos. En Tierras de Alba y Aliste, estas tendencias son muy exiguas, a juzgar por múltiples manifestaciones comportamentales. Los mecanismos de nivelación funcionan con mayor fuerza que los de jerarquización. Esto aparece claramente, por ejemplo, en la ausencia del don. El título es reservado en exclusiva para los funcionarios con carrera: cura, maestro, médico... Jamás se aplica el don a los ricos y caciques, como es habitual en otras zonas. Todos, pobres y ricos, son tió, sin especiales diferencias en el trato.
Continuemos el relato. A lo largo del trayecto, camino de la era, suenan los instrumentos, se vocia, se canta, se baila... Con frecuencia, el lento caminar del carro va acompañado por una canción parsimoniosa:
Mírala por dónde viene,
mírala por dónde va
con su zapatito blanco
y la media colorá.
Algunas de las estrofas llevan recado, como dicen por aquí:
Acostúmbrate a querer,
no seas como el dinero
que de andar por tantas manos
ha perdido los letreros.
A veces se escuchan los sones de un cantar muy común en Tábara, pero que también conocen en Alba y Aliste:
Arre buey, arre vaca,
arre Romero.
Estas son las canciones
del carretero.
El carro de la Raposa -auténtica obra de técnica y arte popular- permanecerá varios días en la era para admiración de todos los vecinos. Termina la jornada con una suculenta cena en casa del amo, organizándose a continuación los bailes tradicionales en los que participan otras cuadrillas. La presencia de extraños (segadores portugueses, gallegos...) facilita el intercambio de melodías, ritmos, costumbres..., encontrándose aquí una clave importante para interpretar la cultura de estas gentes.
4.-TRILLA y "METEDURA".
Esta faena agrícola era realizada por toda la familia, incluidos niños y abuelos. Solía utilizarse en ella el ganado vacuno, aunque a veces se echaba mano de otros animales. La demosofía ha tratado de plasmar, de algún modo, este momento casi feliz del calendario agrícola: "El pan en la era, el ojo llena". Otros dichos aluden al tiempo y ritmo de la trilla: "Tardías eras, agua en ellas". O también: "Parva trillada, parva bieldada". En fin, algunos refranes se refieren a la técnica que se debe emplear en el acto: "En no saliéndose de la parva, todo es trillarla".
Durante la trilla, se cantaban o canturreaban muchas canciones, tradicionales y de moda. Algunas eran propias del momento, como ésta que ha sido habitual en grandes zonas de Salamanca y Zamora:
Qué salada va,
qué salada va;
subida en el trillo,
cuántas vueltas da.
El calor aplastante hacía a veces que el trillador elevase su voz cansina contra el astro solar:
Todo lo cría la tierra,
todo se lo come el sol,
todo lo puede el dinero,
todo lo vence el amor.
Terminada la trilla de los haces sueltos de los mornales, se hacía la parva, baleando la paja y el grano con escobas de tallo. La parva tiene aquí -como en otros sitios- forma alargada, en busca de la dirección propicia del viento. La paremiología de la región ofrece algunos consejos, fruto de una experiencia plurisecular. Por ejemplo: "Aire de arriba, aire traidor; por la mañana frío y por la tarde calor". La limpia era también una tarea familiar, realizada con rústicos instrumentos: viendo, pala de madera, ceranda, criba de las granzas, etc.
Después de la limpia se hacían los muelos: acumulaciones de grano en forma cónica. Se acostumbraba a dormir junto a ellos hasta que se transportaba el grano a casa. Los informantes han reconocido, casi unánimemente, que esto se hacía, "no por miedo a que robasen el trigo, sino para divertirse con chanzas, bromas, bailes, cantares e infinidad de fechorías que se prodigaban por doquier". Quizás sea esto verdad, ya que es una región donde no han existido suspicacias especiales en cuanto al hurto. Hasta hace bien poco, casi nadie cerraba la puerta de su casa, ni de día ni de noche. Si alguno lo hacía, era muy mal visto y enjuiciado por la opinión pública.
La última gera del verano era la metedura. Este nombre se reserva en la comarca para significar el ingreso de la novia en casa de sus padres políticos (segundo día de la boda) y la introducción de los cereales en el granero. Para realizar esta última, se pedía ayuda a familiares y amigos, sólo hombres, pues la dura faena era cosa del sexo fuerte. Se aviaban los carros y se preparaban las mejores yuntas, a las que se colocaban llamativos esquilones:
éstas sí que son señas
de labradores.
Las mujeres estaban en casa preparando las viandas: chorizos del cagalar, jamón, queso, vino... Una vez los carros en la era, se procedía a coger el trigo de los muelos, valiéndose de ochavas y medias ochavas, y a llenar los costales hasta atacarlos. A continuación, comenzaba la marcha solemne hacia la casa del amo. Como en la Raposa, era gala del dueño ir solo delante del carro. En unos momentos se transformaban aquellos hombres, de ordinario serios como los robles y carvajos de sus montes. La metamorfosis se verificaba con la introducción de elementos festivos en el acto, entre los cuales destacaba -una vez más- el canto. Era frecuente en esta ocasión entonar La Isabel, un romance melodramático que narra las aventuras de una chica madrileña, a quien no quieren entregar sus padres por ningún interés:
Ni por dinero que cuentan
tres contadores de vez.
Una noche la jugaron
a la flor del treinta y tres.
A todos, pero especialmente a los chiquillos que solían ir montados en el carro, les gustaba, por lo sencillo y jocoso, El Pepito, muy conocido en varias regiones de España:
Pepito subió a la torre
por ver si venía el tren ;
al ver que el tren no venía,
Pepito vino a caer.
Sin embargo, en Carbajales la canción por excelencia de la metedura es la Morena de la Plaza, canci6n de amor como otras muchas de los trabajos estivales. En ella se encuentra plenamente expresado el pueblo, con ella se identifica. Es su canción, la que mejor representa su idiosincrasia. Por cierto, existe una creaci6n o versi6n de la misma a cargo de Voces de la Tierra, con el título equivocado de Canción de Muelos. Más bien habría que llamarla Canción de Metedura. Comienza con estos versos:
A todos les da claveles
la morena de la plaza,
a todos les da claveles
y a mí me da calabazas.
Al escucharla por vez primera a un grupo de carbajalinos, un musicólogo madrileño me confesó entusiasmado: "Se me han puesto los pelos de punta". El ritmo de esta canción es lento, más lento aún que el de otras labriegas de la región. Es posible que originariamente estuviese marcado por el paso cansino de las vacas, ganado utilizado de forma generalizada para el transporte. Antonio Allué afirma que "donde no usan más que el ganado vacuno para todo, la canción es lenta, como el caminar de las uncidas bestias" (5). No sólo la canción, todo el tiempo vital del colectivo humano fluye despacio... Una frase popular lo expresa de forma gráfica: "Aquí el tiempo no corre". En otras latitudes, con otros animales de tracción, se agiliza el ritmo musical y el humano en general. La introducción del tractor ha desorientado y desequilibrado la vida de los pueblos. Al carecer de medidas y puntos temporales de referencia, han quedado perplejos, "sin saber literalmente a qué atenerse", en frase de Ortega. Necesitan todavía años para adaptarse a la nueva situación. Es éste un punto que habría que investigar con detenimiento.
Llegado el cortejo a la casa del amo, los hombres sacaban los costales y los iban subiendo, uno a uno, hasta el granero, generalmente el sobrado de la vivienda. Mientras tanto, las mujeres servían a los varones y a los niños trozos de jamón, lonchas de chorizo, alguna pinta de vino, dulces... Finalizaba la jornada con una cena, en la que no podía faltar, como plato fuerte, el gallo, al que llaman aquí, curiosamente, el diputado.
En bastantes pueblos de Alba y Aliste celebran en septiembre las fiestas patronales, estratégicamente distribuidas para que asistan los vecinos de las localidades próximas. Me parece que no resulta aventurado sospechar que muchas de ellas son reminiscencias cristianizadas de fiestas paganas, destinadas a celebrar el final de la recolección y del verano.
____________
(1) Archivo Parroquial de Carbajales, libro 4º de Fábrica
(2) Archivo Parroquial de Carbajales, cuaderno suelto.
(3) CASAS GASPAR, E.: Ritos agrarios. Folklore campesino español. Madrid, 1950, pag. 108
(4) RODRIGUEZ PASCUAL, F. Y RODRIGUEZ PELAEZ, N.: "La Raposa" en El Correo de Zamora, 21-7-1981
(5) ALLUE, A.: "El ganado de labor agrícola y los cantares y danzas populares" en Ceres. Enero de 1942