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1. Introducción
Urueña es una pequeña localidad vallisoletana ubicada en un lugar especial, donde el páramo termina y comienza la gran llanura de Tierra de Campos, convirtiéndose en un mirador o balcón[1] de bellas puestas de sol. Sobre ese borde accidentado se asientan las paredes del castillo y la muralla que rodean a la localidad. Su término municipal se extiende en parte por la paramera, en parte por los cerros y en parte por el valle, donde aparece la ermita románica en honor a la Virgen de la Anunciada, patrona del pueblo.
Fig. 1. Situación del municipio en su posición sobre la península ibérica.
Fuente de imagen: Instituto Geográfico Nacional[2]. Editado por Ó. Abril Revuelta[3]
Aunque la localidad es bien conocida por el Conjunto Histórico y Artístico[4] que forman las arquitecturas religiosa y militar anteriormente mencionadas y que han sido profundamente examinadas por numerosos expertos, existen otras edificaciones de gran interés vernáculo y patrimonial que han permanecido ocultas e incluso marginadas y que, lamentablemente, han desaparecido en casi su totalidad.
Eran elementos utilizados por los labradores y pastores, edificios que expresan la sobriedad de la población castellana, construcciones que han transmitido la tradición laboral del lugar. Esta arquitectura popular la definimos como rural, porque es la que encontramos fuera de los núcleos de población, sobre las eras de labranza, sobre los campos de cultivo, sobre los pastizales, etc. y, de esta manera, la diferenciamos de la arquitectura popular residencial que forma los tejidos urbanos. Otros autores han optado por otros términos más específicos, como arquitectura «secundaria» (Carricajo Carbajo, 1995: 59), «auxiliar» (Sánchez del Barrio, 1995: 41) o «complementaria» (García Grinda, 1988: 253), aunque el concepto principal coincide en todas ellas[5].
Hoy todavía se pueden encontrar restos de varias de estas edificaciones dando un paseo por los alrededores del municipio, y hasta se ha visto la recuperación de alguna de ellas, lo que muestra el interés por esta arquitectura. También aún es posible escuchar a ciertos hombres que trabajaron en el campo hablar sobre el levantamiento o reparación de estas construcciones. E, incluso, se ha podido localizar documentación gráfica y escrita acerca de varios de estos elementos, como palomares, chozos, fuentes o casetas, a través de libros, artículos, colecciones fotográficas, referencias electrónicas, etc.
Mediante todas estas indagaciones podemos acercarnos al conocimiento científico de una arquitectura tradicional desaparecida en muchos casos y efímera en otros. Todavía muchos creemos en la conservación y recuperación de este patrimonio propio y con este artículo pretendemos documentar los ejemplos más importantes para que, al menos, quede vivo el recuerdo de una tradición constructiva, además de intentar aumentar esa conciencia social sobre su importancia patrimonial. Para ello, se describirán sus características constructivas y se relacionarán con los factores externos que la condicionan y con el sentido utilitario que tuvieron estas edificaciones en la vida laboral del hombre rural: demostrar su «razón constructiva»[6] (Maldonado Ramos, 2005: 705).
2. Factores sobre la arquitectura rural
Las premisas capitales que inciden sobre la arquitectura popular se pueden resumir en tres: la primera es que la construcción sea lo menos costosa posible; la segunda, consecuencia de la primera, que utilice los materiales autóctonos del lugar, y la tercera, que sea un elemento muy práctico y funcional. A partir de estos puntos, incidiremos en los factores externos que en este lugar condicionan al levantamiento de esta arquitectura.
2.1 El medio físico. La naturaleza del suelo como principal aporte constructivo
Esta arquitectura popular está caracterizada principalmente por el empleo de los materiales humildes o de menor coste que el propio medio proporciona. Lo más lógico y barato para los constructores populares era utilizar lo que tenían más a mano. En nuestro caso se produce un aspecto interesante, ya que a través de la ubicación peculiar de esta localidad se tiene acceso a dos materiales de gran tradición constructiva: el barro y la piedra. Castilla y León se manifiesta como una gran llanura rodeada de montañas, tan solo irrumpida por páramos como el del Cerrato o el de los Montes Torozos en la zona centro de la comunidad autónoma. Las zonas llanas normalmente son tierras ricas en arcillas; en cambio, en los páramos predominan margas y calizas.
Fig. 2. Posición del municipio sobre el mapa geológico[7] editado por Ó. Abril Revuelta a partir de doce planos digitales. Fuente de los archivos originales: Instituto Geológico y Minero de España[8]
Por otro lado, la meseta casi plana de los Torozos queda cortada en forma de talud para dar paso a la llanura. De esta manera, podemos explicar el paso físico tan abrupto entre las dos regiones (ver fig. 3), pero que se muestra más suavizado en sus arquitecturas tradicionales. Así que, desde este punto de vista, podemos decir que quizá sea Urueña, junto con otros pueblos del borde como Montealegre de Campos (Valladolid) o Autilla del Pino (Palencia), los mejores ejemplos que representan esa transición entre el barro de Tierra de Campos y la caliza de los Montes Torozos a través de sus construcciones. En todos ellos coincide la ubicación del núcleo poblacional sobre el borde topográfico que separa ambas comarcas naturales y todos ellos se caracterizan por una arquitectura auxiliar que combina ambos materiales, en cada localidad con sus correspondientes matices, pero en todas ellas de una manera eficaz y solvente, con buenos ejemplos que han durado hasta nuestros días.
Otro punto que destacar en el plano físico es la escasez de masa arbórea en este territorio, sobre todo en un pasado relativamente reciente[9], lo que ha limitado el empleo de la madera para las edificaciones más humildes. Debido al costo de la misma, este material solo se ha visto en la arquitectura residencial y en la monumental. La ausencia de madera, empleada tradicionalmente como elemento de combustión, también incide en el escueto empleo de materiales cerámicos como el ladrillo. Solo en construcciones rurales más contemporáneas hemos podido encontrar el uso de estos dos materiales.
De esta manera, piedra y barro son los principales elementos utilizados para edificar. No obstante, existe otro de gran importancia en este lugar que también ha sido determinante para muchas construcciones: el agua. A pesar de encontrarnos en una de las zonas más secas de España, el hombre rural ha sabido nutrirse de las reservas de agua subterráneas y Urueña no ha sido una excepción[10].
La red hidrográfica en esta zona es escasa. La influencia del Pisuerga y del Duero queda lejos, y las corrientes del Hornija, Bajoz y Sequillo son muy limitadas. Por ello, en la búsqueda del hombre por un bien tan preciado han proliferado las perforaciones para la creación de pozos y fuentes. Estos elementos se nutren de la bolsa de agua bajo la costra terrestre que se extiende por gran parte del páramo (ver fig. 3) a una escasa profundidad, no más de tres metros. En otras ocasiones, por la propia acción de la naturaleza se han formado lavajos[11], como en la misma villa de Urueña.
Fig. 3. Sección esquemática realizada en enero de 2010. Fuente: Abril Revuelta, Raúl[12]
Para construir, nos encontramos en suelos relativamente estables. Tanto la peña de la paramera genera una excelente rigidez como el suelo de las campiñas constituyen un buen firme, «salvo en aquellas zonas donde existen arcillas expansivas o de bujeo» (Roldán Morales, 1996: 33), poco corrientes en el área carrasqueña[13]. Tan solo las zonas de ladera suponen un reto constructivo de adaptación de la edificación al terreno.
Sobre la obtención de la materia prima con la que hombre rural levantaba construcciones populares, hay que diferenciar entre los dos elementos principales. La piedra se recogía en muchas ocasiones de los afloramientos calizos del lugar y, sobre todo, del excedente pétreo de las tierras de labranza al paso de los arados, especialmente en aquellas que se encontraban en el páramo. Es muy frecuente encontrarse en las esquinas de estas parcelas montones de piedras que los agricultores agrupaban para luego usarlas en diferentes menesteres. Estas piedras extraídas son piezas que, aunque irregulares, podían utilizarse por su tamaño directamente para las mamposterías. Por otro lado, cuando se ejecutaba con barro, se cogía arcilla de la zona llana del valle. La formación de tapias era en la misma obra, pero las piezas de adobe se formaban en zonas cercanas al valle donde existía la aportación de algún afluente o charca o lavajo[14].
2.2 Exigencias edificatorias de las actividades económicas rurales
El hombre rural se las ha ingeniado para progresar en las actividades agropecuarias con el fin de aumentar la producción de la explotación que realizaba y mejorar su calidad de vida laboral.
El desempeño de ciertas tareas en lugares alejados de los núcleos de población le ha obligado a levantar refugios donde pasar la noche si las labores eran prolongadas o si se precisaba de la vigilancia de la producción recolectada o del rebaño que pastaba. Estos cobijos también han servido para protegerse de las inclemencias del tiempo, para descansar de la gran carga física que conllevaba su trabajo o para guardar herramientas o aperos. Muchos de estos trabajadores agrarios han considerado necesaria la edificación de elementos para guardar a los animales, tanto los utilizados como tracción que les ayudaba en su actividad, como para los que formaban la explotación ganadera.
Los dos grandes grupos de actividades económicas en el entorno rural han sido la agricultura y ganadería. Sobre el primero, en Urueña se han reconocido tres tipos de cultivo que han provocado el levantamiento de edificaciones para sus diferentes menesteres. El más dominante, al menos en tiempos recientes, es el cerealista y en él ha destacado la importancia en la operación de trillado para la separación de paja y granos. Esta tarea se desarrollaba en las eras, que frecuentemente presentaban trazados empedrados para facilitar que el paso del trillo sesgara las espigas cosechadas (fig. 5).
La viticultura ha sido otra labor agrícola frecuente en los campos de Urueña. Las parcelas de la zona llana fueron ocupadas hasta hace unos cincuenta años por viñas y majuelos[15]. La fiebre de la filoxera, que arrasó muchas tierras en Francia, dio un fuerte impulso económico a esta actividad en Castilla y León, que se convirtió en exportador[16]. Más tarde, la enfermedad llegó a estos campos y hundió miles de hectáreas. Finalmente, la horticultura, aunque en menor medida, también ha sido desarrollada en esta zona. Los productos recogidos eran para el consumo propio o para la venta en el mismo municipio. Sobre esta última actividad, era conveniente una importante aportación de agua para mejorar la producción, para lo que se creaban pozos o norias.
Fig. 5. (I) Vista aérea de Urueña en los años 70 donde se aprecian dos trazados de empedrados, uno rectangular y otro circular. Fuente: Paisajes españoles imagen 234.792, Fundación Joaquín Díaz. (II) Dibujo del trazado de circular en la era de las escuelas. Fuente: Carlos Carricajo (Carricajo Carcajo, 2010: 170)
Respecto a la ganadería, las únicas tareas establecidas en extramuros y que han generado construcciones para el desarrollo de su actividad han sido el pastoreo y la cría de palomas. Sobre el primero, destacamos que el fenómeno de trashumancia no ha sido muy practicado en este municipio y, de hecho, salvo un pequeño cordel, no pasan vías pecuarias de gran importancia por esta zona. Por eso los ganaderos han sabido aprovecharse de los pastizales que ofrecían el valle, el monte de Urueña y el monte de San Cebrián, para nutrir a un ganado principalmente ovino. Respecto a la cría de aves, el palomar ha sido una figura muy importante en la región castellana, ya no solo como fuente de alimento de pichones, sino también como el uso del excremento de la paloma como abono para las tierras. En Urueña encontramos aún algunos ejemplos de interés.
Fig. 6. Imagen de rebaño bajando por el valle de Urueña en busca de pastos. Al fondo vemos dos interesantes palomares que guardan fuerte armonía con el paisaje. Fuente: Fidel Raso[17]
Como complemento a las dos potentes actividades agropecuarias ha surgido la necesidad (tanto para el beneficio de las mismas como para otros muchos menesteres rurales) de la extracción de agua mediante fuentes, pozos y norias. El agua no solo es bien del ser humano, sino de los animales y de las tierras. Y, por ello, la importancia de estos elementos también ha provocado la necesidad de cubrirlos y protegerlos, y así también ha surgido una destacable arquitectura de agua que también ha estado presente en el lugar.
3. Análisis tipológico-constructivo de las construcciones rurales
A continuación se describen los diferentes tipos edificatorios de la arquitectura rural vista en la localidad de Urueña empleando los léxicos habituales del municipio. Se especificará su ubicación, sus características funcionales y sus cualidades constructivas a través de algunos de los ejemplos encontrados.
3.1 Chozos de era
Sobre estas construcciones, muy queridas por el que suscribe este trabajo, existe una publicación digital con título «Chozos y casetas en el corazón de Castilla. Del barro a la piedra en Tierra de Campos y Montes Torozos», en el que se aborda su estudio arquitectónico valorando la transición constructiva entre ambas comarcas[18].
En Urueña existen o existieron dos tipos de chozos. Uno de ellos destaca por ser un tipo único en las dos regiones, representado a la perfección el aprovechamiento de los materiales autóctonos de ambas. El otro tipo ya está extinguido, representa una construcción arcaica y solo podemos observar la huella de su cimentación.
3.1.1 Chozos de cúpula de adobe
Sobre el primer tipo hoy solo vemos el regular estado de uno de ellos, el chozo de Norberto, y el rastro de otros dos, el chozo de Carlos Gallego y el chozo de Vicente. También se pudo analizar hace un par de años el chozo de Mauro en buen estado antes de que los propietarios decidieran tirarlo para hacer una nueva nave agrícola. Sobre otro caso ya desaparecido hace más de dos décadas, el chozo de Salvador, tenemos buena documentación de dibujos e imágenes para analizarlo.
Fig. 7. Imagen en contrapicado de las eras de Urueña con cuatro de los cinco chozos analizados (años 1980).
Fuente original: colección de fotografías de la Fundación Joaquín Díaz[19]
Todos responden a la misma composición: cuerpo cilíndrico de piedra de unos cuatro metros de diámetro exterior que alcanza hasta la altura de la puerta, y una bóveda de barro para techar el único espacio interior. Se sitúan estratégicamente en la esquina o borde de la era en una posición muy cercana a la entrada de la misma, y el acceso del chozo mira siempre hacia el centro de la parcela.
Sobre su construcción, se observa que la mampostería es ordinaria en seco o a hueso, de unos 50-70 cm de sección, y debía comenzar desde una ligera excavación a modo de pequeña cimentación, lo que confeccionaba una buena base estructural y protectora de la humedad del terreno. Para el acceso se escogen buenas piezas de piedra buscando la cara en bruto más lisa para la formación del propio hueco.
La cúpula se hace con adobes, siendo siempre en el arranque falsa con el sistema de aproximación de hiladas o vuelos sucesivos, para terminar en algunos casos con piezas inclinadas o sistema auténtico, de una forma muy similar a la bóveda de los hornos. Aunque el equilibrio estructural era conseguido tanto por la compresión de las piezas de adobe en su sistema de colocación como por la propiedades adherentes de la arcilla, se utilizaban en ocasiones travesaños de madera dispuestos diametralmente o en cruz para absorber las tracciones de la bóveda. Hoy en día ya vemos los adobes desnudos por el desgaste del hostigo, pero toda la cúpula era revestida de barro con paja cada año o dos años formando una capa de protección de viento, sol y agua, llamada trullado[20]. Esta piel a veces se impregnaba también sobre el muro de piedra. La trulla, además, suponía un gran refuerzo estructural que aumentaba la rigidez del conjunto.
Fig. 8. (I) Imagen del chozo de Salvador (Delibes, 1980: 117). (II) Levantamiento métrico del mismo chozo. Fuente: autor
El labrador utilizaba esta edificación para guardar los aperos de labranza y evitar ese ir y venir con las pesadas herramientas de su casa al trabajo y del trabajo a su casa. Por eso, podía aprovechar los maderos de la bóveda para colgar los utensilios. En verano, cuando las jornadas se prolongaban, los agricultores se resguardaban del calor para los descansos o paradas de almuerzo, y también podían pasar la noche para vigilar la cosecha. Aunque la bóveda de arcilla ayudaba a mantener el espacio más fresco, se solían incorporar huecos en el cerramiento para mejorar la ventilación. Para tal efecto, la solución autóctona es curiosa: dos adobes inclinados y enfrentados (véase dibujo de la fig. 8-II).
El hueco de acceso se hacía con un dintel de madera sobre el muro de piedra. Este apoyo no era directo sino que se utilizaban unas tablas o listones sobre la mampostería para obtener una superficie lisa que no dañara el dintel. Para la puerta lo habitual era usar un viejo trillo unido a un quicio que rara vez alcanzaba más de un metro y medio. Un peldaño de madera en la parte inferior de la entrada completaba el acceso. En el interior, un ligero empedrado en el suelo aislaba de las humedades del terreno y para los muros se daba una ligera capa de barro, pero sin paja.
3.2.1 Chozos de cubierta vegetal
Todavía por la eras de Urueña se pueden encontrar vestigios de los chozos vegetales. Eran elementos más primitivos, formados con un cerramiento a base de ramajes y bálago[21] sobre una estructura de palos de madera. Según nos comenta algún vecino, estos chozos pertenecían a los agricultores menos pudientes[22]. Para las cúpulas de adobe se requiere una importante pericia en la ejecución de la misma, y seguramente para levantarlas se hacía el encargo a los maestros locales. Sin embargo, estos conjuntos más arcaicos y sencillos de construir eran alzados por los propios labradores que preferían ahorrarse la mayor cantidad de gastos.
Por su mayor fragilidad estas construcciones no se mantenían siempre permanentes. En muchas ocasiones el fuerte viento invernal las arrasaba y en verano se volvían a levantar, ya que tampoco costaba mucho esfuerzo. Podemos suponer, por ello, que su uso era principalmente en la época estival, aprovechando la mayor carga laboral agrícola. Servían para que el labrador almorzara o descansara protegiéndose del sol.
Fig. 9. (I) Restos del antiguo chozo de Angel en Urueña (diciembre de 2013). (II) Cabaña de Anastasio, construcción vegetal en Morales de Campos (diciembre de 2014), a 20 km de Urueña, con un estilo similar a los chozos que se levantaban en Urueña. Fuente: autor
Se han identificado ocho casos. La mayoría de los encontrados tienen planta circular, aunque se han visto dos casos de planta ortogonal. Normalmente se posicionan en las esquinas de las parcelas para aprovechar los muros que separan cada era. La mampostería también es ordinaria en seco, pero más baja, no supera la altura del murete de separación entre eras. Sobre esta mampostería se encajaban unos palos o maderos largos y finos y se posicionaban enfrentados atados con cuerdas. Además, están unidos por una segunda familia estructural a base de elementos horizontales formando anillos de sujeción.
El mismo sistema valía para los chozos circulares y los rectangulares, solo que en los primeros la cubierta era cónica y en los segundos se formaban a dos aguas. Hecha la armadura, se comienza a vestir el chozo. Para ello utilizaban normalmente bálago que se podía mezclar con barro y se ataba con cuerdas a la estructura. Se empezaban a colocar desde la parte inferior hasta la coronación. No había puerta, por lo que la zona de acceso se formaba por omisión de cerramiento.
Fig. 10. Esquema tridimensional de la estructura y alzado del chozo vegetal común en Urueña.
Fuente: autor, a partir de las explicaciones de vecinos del municipio
Este estilo de edificación débil, pero fácil de construir, debió de ser muy común por toda la región. En Urueña desapareció hace mucho tiempo, pero no solo ocupó las eras, ya que también eran levantadas en tierras, huertas y monte. En el resto de la comarca tan solo hemos podido observar unos pocos ejemplos con cierta similitud (ver fig. 9).
3.2 Tipo 2: casetas de labranza
En esta localidad designan con el léxico de caseta a aquellas construcciones que tienen cubierta inclinada, en contraposición de los chozos que tienen forma de cucurucho [23].
Son construcciones más grandes y modernas, e incluso las podemos considerar como las predecesoras de las naves agrícolas actuales, solo que en estas últimas ha muerto el carácter tradicional y vernáculo, tanto por su escala como por los materiales con los que se construyen. Surgen por la necesidad de albergar a los animales que el hombre rural ha desplazado de las cuadras de las casas, bien por mejorar la salubridad de las mismas, o bien porque ha aumentado el número de cabezas de ganado. En otros casos han servido para guardar el grano de las cosechas que cada vez era mayor, y a estas se las llamaba paneras[24]. También se utilizaban para dejar herramientas más pesadas o incluso maquinaria, y la mayoría de las veces una misma caseta cumplía a la vez todas estas funciones descritas.
Hoy en día tan solo queda en pie una de este tipo anexionada al chozo de Norberto, otras tres en estado ruinoso y alguna recién reparada. Lo lógico era aprovechar el borde de la parcela y combinarse con la construcción que existía previamente. Su tamaño y acceso es mayor, capaz de dar cobijo y entrada al ganado de tracción agrícola o a útiles de labranza de gran tamaño. En estas casetas existían una o varias ventanas de buen tamaño para ventilar y, aunque el espacio solía ser diáfano, también podría compartimentarse para separar a animales de zona de almacenaje.
Fig. 11. Imagen (septiembre de 2011) y sección de la caseta de Norberto. Fuente: autor
La planta de estos elementos es rectangular en todos los casos vistos. En su ejecución, tras una previa cimentación, se levanta un muro de piedra como prolongación de la misma de unos 80 cm de sección hasta una altura aproximada de 1 m, llegando a la mitad de la puerta. Sobre este gran zócalo descansan las paredes de barro que pueden ser de adobe o de tapial, aunque el último tramo siempre se ejecuta con filas de adobe donde se colocan los durmientes de madera previos a la estructura de la cubierta. La estructura de esta siempre es de madera; dadas las dimensiones de la edificación y dependiendo de la anchura, puede ser a un agua o dos aguas. Si es a un agua, el sistema habitual es el de pares inclinados sobre muros; si es a dos aguas, puede ser par y picadero o par e hilera con tirantes horizontales, como el ejemplar de la caseta de Norberto.
Fig. 12. Imágenes interiores de la caseta de Norberto (septiembre de 2011), donde se ve el pesebre,
la cubierta y la intersección con el chozo levantado anteriormente
En este caso, todavía podemos ver la pesebrera para alimentar a las mulas que tiraban del trillo, arados y carros. Incluso aún se conservan las arras a las que el agricultor las ataba. A través de estas construcciones comprendemos mejor la vida agraria del lugar. Según nos cuentan los vecinos, mientras unos animales trabajaban, otros descansaban. Además, sabemos que en ocasiones este espacio era ocupado por los mozos que solían dormir junto al ganado.
3.3 Tipo: casetas de campo
El campo que vemos hoy dista mucho del que hubo antiguamente. La mecanización de la agricultura y la ganadería no solo ha afectado a la arquitectura rural, sino también al paisaje agrario. Por otra parte, las concentraciones parcelarias que han servido para facilitar las labores de los ya pocos habitantes que se dedican a estas actividades ha cambiado la visión de la superficie rural. Se ha pasado de un campo compuesto por pequeñas parcelas que generaban una agradable plasticidad, sobre todo en la vertiente de Tierra de Campos, a un paisaje donde gobiernan las enormes y monótonas parcelas.
El hombre rural que poseía terrenos en zonas algo alejadas necesitó de construcciones en las mismas tierras para refugiarse y vigilar la cosecha. Y en Urueña debieron de existir muchas en viñas y huertas, hoy ya desaparecidas. Había un gran preocupación de sufrir el robo de la producción, por lo que existía la figura del guardián del campo que pasaba la noche en algún refugio, normalmente similar a los chozos vegetales con una base de piedra y un cerramiento de palos y bálago. La función de esta persona era vigilar las parcelas por si hubiera algún hurto, controlar que los rebaños no entraran en las tierras de labor, inspeccionar el estado de los caminos, etc. No era un agente de la ley, pero en caso de algún suceso o conflicto sus testimonios eran muy tenidos en cuenta por parte de las autoridades. Una de las últimas personas que se recuerda que ocupaba este encargo en Urueña era Tristán, el Manco[25].
A pesar de la existencia de este guardián, los más precavidos y acaudalados también incorporaban su pequeña edificación para la vigilancia, el descanso y el almacenaje de aperos o de parte de la cosecha. Las que se encontraban en las viñas o majuelos se las ha denominado como guardaviñas; las que aparecían en zonas de regadío o huertas se las conocía como caseta de huerta.
3.3.1 Caseta de Francisco
La funcionalidad de estos elementos cayó en picado por la mecanización del campo y por la transformación de su suelo, ahora mayoritariamente cerealista. Solo dos ejemplos podemos encontrar hoy en el comienzo de la gran llanura: uno recientemente rehabilitado y otro en mal estado.
El primero es la caseta de Francisco, situada en el borde de una tierra que fue viña antiguamente. Es una edificación de gran ejecución que nada tiene que ver con los guardaviñas de cerramiento vegetal más habituales en este territorio. Quizá por eso mismo ha aguantado mejor el paso del tiempo.
Su composición es la de un volumen sencillo, como toda arquitectura rural, que se configura con una planta cuadrada con muros de tierra y una cubierta a cuatro aguas con estructura de madera. Solo existe un hueco en toda la construcción que es la puerta de acceso que mira hacia el este y que está formada por un trillo atada a un quicial.
Los muros que dan a la vertiente sur-suroeste tienen una constitución diferente. Interiormente se ve que son de adobe, mientras que el resto del muro se ha formado con tapial. Por otro lado, estos has sido revestidos con piedra hace unos pocos años[26]. El resto del cerramiento, el que es principalmente levantado con tapia, se ha revestido con cemento.
Fig. 13. Imágenes de la caseta de Francisco (diciembre de 2014). Fuente: autor
Hay que destacar que los vientos dominantes cargados de lluvia se desplazan desde el sur-suroeste en esta zona. Esto, unido a la acción del sol, provoca un mayor desgaste en esta orientación, sobre todo en los cerramientos de tierra (Abril Revuelta, 2014: 76-77)[27]. Por ello, podemos suponer que el origen de este cerramiento vertical fuese en tapia y que, al sufrir varios desgastes, poco a poco se fuera reparando con adobes, piezas más sencillas de colocar en delicada situación. En la última reparación, la solución adoptada fue el empleo de piedra y cemento, materiales más resistentes a la erosión. Finalmente, todo este cerramiento se corona con listones de madera para preparar el apoyo de la estructura de la cubierta.
Fig. 14. Dibujo tridimensional de la estructura de la cubierta desde una perspectiva
del interior de la caseta y sección de la construcción. Fuente: autor
Esta es la joya de la construcción. A cuatro aguas con estructura de ocho pares, cuatro desde los vértices y otros cuatro desde la mitad de cada lado del perímetro, todos hasta el centro. Los troncos de madera de las esquinas se apoyan en su comienzo en unos maderos dispuestos en chaflán que, además de este apoyo, sirven para atar bien los muros. Luego, una familia de tres vigas sobre los mismos muros sirve para absorber los empujes y se aprovecha la viga central para la colocación de un madero vertical en forma de pendolón para sujetar el pico de la pirámide formada. Sobre los pares aparece una familia de parecillos[28] en cada faldón paralelos a su pendiente. Finalmente, un entablado sirve de soporte al revestimiento de la cubierta formado por una capa de bálago sobre la que se asienta la teja curva.
3.3.2 Caseta y noria de Joaquín Gañán
La caseta está ya casi desaparecida, tan solo se mantienen en pie parte de los muros de adobe que forman una planta cuadrada. Por su tamaño y forma debió de tener cubierta a un agua y además de la puerta que miraba al sur tenía otros huecos para ventilar. Su tamaño era pequeño, lo suficiente para el vigilante de la tierra (que era parte huerta y parte majuelo) y para guardar al animal que hacía girar la noria, la cual es el elemento de interés de este conjunto.
La construcción de esta perforación fue realizada por el propio Joaquín hace más de medio siglo, contando con la ayuda de algún familiar. Según nos cuentan vecinos del pueblo[29], ya existía un pozo y se decidió montar una noria para extraer el agua necesaria para aumentar la producción de los productos hortícolas que luego se vendían en el pueblo. Resultó que el agua tenía mucha concentración salina, por lo que el sistema no dio los beneficios esperados.
Cuando el gran agujero tenía cierta profundidad, el agricultor se ayudaba de una cuerda para continuar con la perforación. Luego el sistema de rotación de los calderos que sacaban el agua evidentemente no era artesanal y fue encargado a una empresa especializada. Un madero alargado, que todavía se mantiene, haca girar el sistema a modo de manivela gracias a la fuerza de una mula o caballo[30].
Sería conveniente proteger estos elementos que forman parte de la tradición laboral del lugar.
3.4 Chozos y corrales de pastores
Junto a la gran producción agrícola, actividad tradicionalmente dominante tal y como confirma el historiador Carlos Mier[31] (Mier Leal, 2013: 278), la ganadería era la otra actividad característica. Exceptuando a los animales de tracción agrícola, a los cuales también se cuidaba y explotaba, la mayoría de la ganadería estaba vinculada al pastoreo «fundamentalmente de ganado ovino: ovejas, carneros y cabras» (Mier Leal, 2013: 279). Aunque Urueña no ha estado vinculada a la trashumancia, el pastoreo ha sido el sistema utilizado por los habitantes del lugar. La estabulación solo ha sido empleada tradicionalmente para el ganado porcino y vacuno que, por otra parte, no estaba tan extendido en el municipio.
Las construcciones encargadas de ayudar al desarrollo de la actividad pastoril han sido tradicionalmente los chozos de pastor y los corrales, muy extendidos en toda la península. En los Montes Torozos todavía quedan en pie un destacado número de ejemplares, sobre todo en la vertiente este, menos influenciada por la riqueza agrícola que la llanura terracampense[32]. En Urueña no hemos tenido tanta suerte y tan solo se ha podido identificar la huella de algún caso gracias a la colaboración de algunos vecinos que nos han acompañado a la ubicación.
Por eso, en este caso no vamos a explicar su proceso constructivo, pues ni siquiera se ha sido capaz de ver la colocación de varias piezas de piedra[33]. Lo que sí sabemos es que su ubicación pertenece exclusivamente a las zonas de monte. Podemos destacar varios casos, como los corrales del Bueso[34], el chozo del tío Álvaro o el chozo y los corrales de Juan (ver ubicación en fig. 26). También existen en la zona de Pozolico restos que arqueólogos sacaron a la luz, que «acaso pudieran forma parte de un refugio de pastor» (Mier Leal, 2013: 30).
La causa de la desaparición de estos elementos empieza en su desuso. Un antiguo pastor[35] nos cuenta lo siguiente:
Cuando empezamos a utilizar la teleras dejamos de usar los corrales. Estas las poníamos cerca de las matas y las ovejas se arrimaban a ellas porque las daba más calor que las piedras de los corrales. El pastoreo estaba cambiando, ya que cargábamos en un carro las teleras y las poníamos donde se podía pastar y si hacía bueno dormíamos allí directamente en el suelo por lo que no necesitábamos chozos…
Por otro lado, se empezaron a construir establos para mejorar la calidad de vida de ganaderos y aumentar la producción. La posibilidad de conservar la leche extraída mediante tanques de refrigeración fomentó su venta, ya que lo habitual era hacer quesos.
No obstante, la completa desaparición de chozos y corrales se debió a la necesidad de utilizar piedra para la creación de nuevas vías de tránsito rodado para acceder a la localidad. El mismo pastor nos relata:
... cuando empezaron a construir la carretera de La Espina se obligaba a los vecinos dar una cantidad de kilos de piedra en función de los pares de mulas que tenía cada habitante, además como se pagaba bien, muchos pastores vendieron las piedras de chozos y corrales para la nueva vía [...]. Lo mismo pasó con los del Bueso cuando se construyó la carretera hacia la actual autovía [...]. Luego en el monte la máquina de replantación de pinos acabaría por borrar cualquier rastro…
Fig. 16. Imagen de los vestigios de los corrales del Bueso Antiguo. Fuente: autor
Lamentablemente, hoy no podemos documentar gráficamente ninguno de estos elementos pastoriles. Aunque, gracias a la aportación de algunos habitantes del lugar, al menos conocemos algo de su existencia.
3.5 Palomares
Debemos mencionar la gran cantidad de documentación existente sobre el estudio de estos elementos en el centro castellano donde, sin duda, encontramos en Roldán Morales (1983) la obra definitiva sobre los palomares de Tierra de Campos. El mismo autor incorpora un hueco en su trabajo para algún ejemplar de Urueña.
La existencia de estas edificaciones, no tan pequeñas como las vistas anteriormente, se explica en este ambiente rural por la «fuente de ingresos por su rentabilidad en cuanto a cría y comercio de ave para alimentación, así como la utilización de la palomina (excremento de palomas) como extraordinario fertilizante» (Roldán Morales, 1983: 14).
Se han identificado siete casos en el término municipal. Su ubicación es dispar: unos están en la meseta, otros se encuentran en la llanura y otros asentados en la misma ladera de transición entre los dos ambientes (ver fig. 26). El libre movimiento de las palomas se refleja en el asentamiento de estos ejemplares, ya que, aunque todos ellos están extramuros, no existen grandes determinantes claros, como en los chozos o casetas, a la hora de elegir un área idónea para su levantamiento, salvo un lugar tranquilo donde las palomas puedan protegerse de los depredadores. Sí que es cierto que lo ideal es buscar un lugar soleado y cercano a un aprovechamiento de agua. Además, si se encontraba en una tierra de cultivo de cereal, el dueño se evitaba continuos desplazamientos, ya que las palomas comían el grano de la misma tierra.
Fig. 17. Vista del palomar de Alejandro y del palomar de los hnos. Fernández Pérez-Minayo
en la ladera sur de Urueña. Fuente: autor
Respecto a su estado de conservación, uno ya está desaparecido (el palomar en el Tiro de la Bola) y otros dos en ruina inminente (el palomar de la tía Zeona y el palomar de Norberto). Otros dos se encuentran en un estado aceptable, aunque sin un cuidado adecuado (el palomar de Alejandro y el palomar de los hermanos Fernández Pérez-Minayo). Dos de ellos han sido recientemente restaurados, por lo que su estado es bueno (el palomar del señor Miguel y el palomar del veterinario).
La gran variedad tipológica de estas construcciones en Tierra de Campos, tal y como se refleja en la obra de Roldán Morales, no lo es tanto en nuestra localidad. Parece que en Urueña se ha establecido un estilo muy definido, pues la mayoría de ellos son de planta circular (excepto uno de planta cuadrada) y con un patio interior concéntrico (menos uno de los circulares). El patio supone un espacio de antesala para favorecer la llegada de las palomas, donde además se disponía un abrevadero que atraía aún más a estas aves.
La construcción sigue los mismos patrones en todos ellos: muros de tapia perimetral de unos 80 cm y dispuestos de manera concéntrica se ejecutan sobre un ligero zócalo de piedra que es prolongación de la pequeña cimentación. Normalmente, son tres muros equidistantes para forman dos naves interiores más el patio (a excepción del de planta cuadrada que tiene solo dos muros y una nave interior). La cubierta es inclinada a un agua hacia el interior de la edificación y se ejecuta con teja curva sobre estructura de madera. Las aguas caen por lo tanto al patio, donde existe el correspondiente desagüe, pues sin él la humedad arruinaría las fábricas. Para la formación de la cubierta se suelen utilizar piezas de adobe en los tramos más altos de los muros para facilitar la inclinación el apoyo de los parecillos sobre los que aparecen las tablas claveadas. En la coronación de los muros del perímetro exterior, se forman guardavientos con tejas para proteger la arista superior de la fábrica de barro.
La distribución y circulaciones del espacio creado responde a los «dos usos fundamentales que va a tener el edificio: habitual y circunstancial» (Abril Revuelta, 2012: 79). El habitual es el que realizan las palomas, es decir, el recorrido por el que entran hasta su lugar de reposo, donde entablan relación con las demás palomas, cuidan a sus crías y por donde se mueven para volver a salir en busca de alimento. Como circunstancial nos referimos al recorrido que realiza el dueño o trabajador del palomar para, de vez en cuando, llevar algo de agua y grano[36], recoger los pichones y el palomino. Por ello, la relación entre ambos usos marcará el diseño de la construcción. Esta es una tarea fundamental porque, de no realizarse de manera correcta, los inquilinos podrían no estar cómodos y marcharse en cualquier momento, con lo que tanto esfuerzo para el levantamiento de una edificación tan grande no tendría los beneficios esperados.
Fig. 18. Esquema de circulaciones. La circunstancial a la izquierda y la habitual en centro y derecha.
Fuente: Raúl Abril Revuelta (Abril Revuelta, 2012: 85)
De esta manera, podemos entender que la anchura de naves es generosa, de un metro libre entre paredes, pensada para el paso del ser humano para la recogida de los frutos de la actividad (pichón y palomina). Por otro lado, los aposentos de las palomas se distribuyen de manera que generen tranquilidad y seguridad a las aves. Estos, llamados nidos o nidales, se configuran como pequeñas hornacinas de los muros y están aislados entre sí para evitar enfrentamientos entre las palomas o la entrada de machos ajenos al nidal que puedan terminar con los huevos o los pichones. La planta del nidal tiene forma de semielipse con diámetros de 35 cm el más grande y 25 cm el pequeño, aproximadamente. La altura ronda los 25 cm, conformando una pequeña bóveda que se adapta muy bien a la figura del animal. La ubicación más común es a tresbolillo, separados 20 cm en horizontal y vertical respectivamente. Se trata de una solución que resulta menos dañina para la consistencia del muro que la cuadrícula.
La altura a la que empiezan a formarse estos nichos es a partir de los 60 cm, distancia cómoda para que el dueño se agache ligeramente a recoger el producto. Los nidos se forman en el muro normalmente a «golpe de piqueta» (Sánchez del Barrio, 1995: 45), empleando algún tipo de plantilla para hacer siempre las mismas oquedades.
Para acceder a la construcción, nos encontramos una situación para cada uso. El acceso circunstancial se realiza mediante una puerta que quedaba bien cerrada para evitar la entrada de depredadores o de ladrones. Esta tenía una altura de poco más de metro y medio y 60 cm de ancho, y su hueco se formaba mediante dinteles de madera. Además, solía orientarse hacia el núcleo rural, ya que desde la posición privilegiada de la villa de Urueña se podía observar y vigilar la edificación. Para entrar, había que bajar un par de escalones de piedra y así el hueco quedaba más oculto. Para el acceso habitual se disponía de cuatro huecos para la entrada de las palomas en la zona superior de los muros que daban al patio y que permitían el acceso directo a una de las naves. También existían otros cuatro huecos en la cubierta en forma de pequeñas buhardas para que las aves entraran en la otra nave. Luego, en el muro que separaba ambas naves, existían perforaciones para que las palomas circularan por ambos espacios (fig. 19).
Fig. 19. Sección del palomar de los Fernández Pérez-Minayo. Fuente: Raúl Abril Revuelta (Abril Revuelta, 2012: 85)
Los palomares han sido considerados como la seña de identidad de la arquitectura rural de esta región. La integración en el paisaje es total y esto no le resta del carácter artístico a través de la ornamentación y plasticidad que se observa en su construcción. La decoración de estas edificaciones destaca en las zonas que coronación en los guardavientos mediante antepechos con ladrillos o adobes, formando caprichosas formas geométricas. Por otro lado, el color blanquecino característico se consigue mediante el revestimiento del edificio. Para ello, lo normal era realizar un revoco de barro con paja de unos 4 cm, tanto interior como exterior, para conseguir mayor protección, y luego un tratamiento superficial con cal.
3.6 Fuentes y pozos
De la domesticación de los animales, el hombre ha sacado provecho para sus actividades agropecuarias. No solo les ha explotado para el tiro y la carga como energía motriz, sino también para beneficio económico a través de leche, canes, pieles, etc. Para ello ha tenido que alimentarles diariamente con piensos o pastos y también darles el agua necesaria.
A pesar de la sequedad del terreno, han existido ciertos elementos naturales de agua como el lavajo próximo al castillo, llamado la laguna, y algunos manantiales que saciaban al ganado como el arroyo de la Ermita, la fuente de Pozolico, las Fontanicas o la fuente de Marfeliz, muchos de ellos ya casi desaparecidos. A excepción de estas limitadas aportaciones del medio, las arquitecturas de agua, a través de fuentes y pozos, han sido fundamentales para surtir al vecindario de la necesaria aportación para la vida cotidiana.
Estas edificaciones surgen por la necesidad de proteger los lugares de extracción de agua para evitar la caída de animales o personas, o de vertidos indeseados. Vamos a describir tres edificaciones de interés que han servido para diferentes menesteres.
3.6.1 Los caños
Se trata de una construcción de piedra techada que aprovecha el curso del arroyo de la Ermita. Se sitúa en el valle y, según la inscripción en el interior, “Se izo esta obra en el 1907 Alcalde DN Manuel Pérez Minayo”. Sirvió durante muchos años para dotar de agua a los vecinos de la villa que bajaban a por ella por un camino directo que salía desde la puerta de mediodía, conocida en el municipio como puerta de la Villa.
Desde ella quedaba bien vigilada. Esta fuente sirvió como alternativa al lavajo, el cual estaba sufriendo un deterioro importante en su agua. Por eso hay que destacar que se trata de un elemento salubre para abastecer principalmente a la población de la localidad y no al ganado, pues carece de bebedero.
Fig. 20. (I) Imagen de los Caños a mediados del siglo xx. Fuente: Revista Argaya n.º 36, 2007: 10.
(II) los caños en 2011. Fuente: autor
Pese a ser una pequeña obra claramente popular, presenta un cierto carácter monumental, tal y como se manifiesta en el empleo de la piedra caliza tallada y en el sutil juego de formas curvas y planas de la cubierta. Se excava en el terreno casi dos metros hasta llegar a la altura del cauce. Una bóveda de cañón de metro y medio de diámetro y otro medio y metro de recorrido cubre el espacio de los dos grifos (o caños), que vierten agua sobre el pequeño estanque. Luego, mediante ocho escalones se accede a su interior, quedando completamente libre, ya que no tiene puerta.
Fig. 21. Sección longitudinal y transversal de la fuente de los Caños.
Fuente: Raúl Abril Revuelta (Abril Revuelta, 2012: 57)
3.6.2 Fuente Nueva
Se trata de un elemento que reconduce el agua de un regato para almacenarlo y distribuirlo a un abrevadero, por lo que muestra una función más propia de la actividad ganadera, aunque también era utilizado para otros menesteres. Aunque es difícil datar esta construcción, intuimos que por su nombre debió de ser de las últimas fuentes en crearse y por los testimonios de los habitantes del lugar sabemos que dejó de tener agua hace más de 50 años.
Se sitúa en la ladera noroeste, aprovechando la caída de un pequeño cauce. Unos árboles muy cercanos a la construcción plantados en el último siglo[37] debieron de absorber el poco caudal de esta fuente hasta dejarla en el estado de abandono que hoy podemos comprobar.
Fig. 22. Imágenes de la fuente Nueva en 2011. Fuente: autor
La construcción consta de una pequeña caseta cuadrada de poco más de metro y medio de lado con cubierta a dos aguas. El espacio cubierto forma un pequeño estanque que, mediante un caño metálico, dirigía el agua al bebedero de 4,4 m de largo, 1,40 de ancho y 70 cm de profundidad. Este se unía a una especia de canal que conducía el agua sobrante dando continuidad al cauce. Por el lado posterior de la caseta, existía un pequeño espacio a modo de depósito previo que permitía la entrada de agua desde la corriente de la ladera superior a la caseta.
Toda la construcción, incluida la parte de la cubierta, el bebedero, el depósito y el canal, está realizada completamente con ladrillo aplantillado y revestido con un mortero de cemento que poco a poco se ha desprendido. Las aristas del abrevadero no son vivas, sino que forman una curvatura para evitar cualquier posible corte a los animales que acudían a saciar su sed. Del canal que conducía gran parte del curso del riachuelo, tan solo se observan hoy unos 10 m, ya que por la remodelación de los caminos cercanos ha sido cortado drásticamente.
Esta fuente representa una construcción mucho más humilde que la de los caños en la que lo único que se busca es la funcionalidad. El empleo del ladrillo se aleja en parte de la monumentalidad que se veía en la piedra labrada de la otra fuente, donde se pretende buscar un reconocimiento a través de su estilística figura.
Fig. 23. Planta, sección longitudinal y sección transversal de la fuente Nueva.
Fuente: Raúl Abril Revuelta (Abril Revuelta, 2012: 59)
3.6.3 Caseta de pozo de Salva y Eustaquio
Hemos descrito dos arquitecturas de agua de uso público. En cambio, en este caso analizaremos una construcción de un particular, o más bien de dos, ya que tanto el pozo como la caseta se sitúan justo en el linde entre dos parcelas y, por lo tanto, se trata de un elemento que ha estado usándose por dos propietarios.
Fig. 24. Imágenes de la caseta de Salva y Eustaquio en 2014. Fuente: autor
La incorporación de un aporte de agua ha beneficiado a los animales del campo. Tanto para los estabulados y para aquellos de tracción, como para el refresco del hombre rural, la ejecución de un pozo ha supuesto una importante ayuda en la actividad agropecuaria. Aunque en el caso de Urueña han sido más comunes estas perforaciones en los propios hogares de la villa, en las eras encontramos algún caso para cubrir menesteres más agrarios.
La formación de la caseta no solo sirve para proteger la perforación ante posibles caídas o vertidos indeseados, sino que también se ha utilizado como lugar de refugio o para guardar herramientas de labranza. Es decir, se configura una edificación de entidad propia.
El caso que nos ocupa, sigue los patrones constructivos del lugar. Una buena base de piedra se prolonga desde la cimentación hasta una altura de 40 cm aislando de las humedades. Sobre esta base se asienta un muro de adobe formando una planta rectangular a modo de dos cuadrados, uno para cada propietario. Un tabique de ladrillo parte la caseta en dos mitades. Esta partición solo es omitida en la zona central por un arco formado por una chapa metálica y por el brocal de piedra de unos 80 cm de altura, 1 m de diámetro exterior y 60 cm de diámetro interior. En el punto más alto de la chapa, se sujetaba una polea que servía para subir los calderos de agua. La cubierta es de teja y a dos aguas, resuelta con el sistema de par e hilera. Sobre un grupo de los cuatro pares de madera aparece un tirante, que pudo haber servido para colgar aperos. No lleva correas, sino que el entablado apoya directamente sobre los pares que equidistan 50 cm entre sí.
Fig. 25. Planta y sección de la caseta de Salva y Eustaquio. Fuente: autor
Originalmente, la caseta era un único espacio por lo que no tenía ni tabique y disponía tan solo de una puerta que miraba al oeste. Esta es de madera y su hueco se hace con varios dinteles de madera. Al dividir el habitáculo, hubo que hacer otra puerta. El pozo ahora está tapado, pues ya no se usa, y sabemos que en uno de los lados el dueño utiliza esta construcción para guardar gallinas.
3.7 Mapa de construcciones
Hasta el momento, se ha descrito al menos una construcción de cada tipo edificatorio en función de las diferentes actividades tradicionales que hemos encontrado en la arquitectura rural del municipio de Urueña. En algunos casos, hemos explicado varias de ellas, por la peculiaridad del elemento constructivo.
A modo de resumen de lo analizado, y para poder comprender mejor la relación entre estas edificaciones y los límites del núcleo de población, a continuación se va a mostrar un mapa del término municipal de Urueña donde se indican todas estas construcciones analizadas y elementos destacables del medio rural. En él señalaremos a aquellos elementos que se encuentran en buen estado (círculo relleno), los que están en estado ruinoso (medio círculo relleno) y los que han desparecido (círculo vacío). También, mediante colores, distinguiremos las diferentes actividades o usos para los que se construyeron: agricultura (naranja), ganadería (verde) y agua (azul).
AGRICULTURA (cerealista, viticultura y horticultura) | |||||
1 | Chozo y caseta de Norberto | 2 | Chozo y caseta de Gallego | 3 | Chozo de Vicente |
4 | Chozo y caseta de Mauro | 5 | Chozo de Salva | 6 | Bodega y pozo, la Cueva |
7 | Chozo de Antonio Minayo | 8 | Chozo de Juan | 9 | Chozo de Adolfo |
10 | Chozo de Antonio de la Rosa | 11 | Chozo de Eusebio | 12 | Chozo de Leoncio |
13 | Chozo de Ángel | 14 | Chozo de Ángel Vallecillo | 15 | Caseta de Vicente Allende |
16 | Caseta y noria de Joaquín | 17 | Caseta de Francisco | ||
GANADERÍA (pastoreo y cría de palomas) | |||||
18 | Chozo y corrales de Juna | 19 | Chozo del tío Álvaro | 20 | Corrales y abrigo del Bueso |
21 | Chozo de Pozolico | 22 | Palomar hnos. Fernández Pérez-Minayo | 23 | Palomar de Alejandro |
24 | Palomar de la tía Zeona | 25 | Palomar Tiro de la Bola | 26 | Palomar de Señor Miguel |
27 | Palomar de Norberto | 28 | Palomar del veterinario | ||
AGUA (fuentes y pozos) | |||||
29 | El caño | 30 | Los caños | 31 | Fuente Nueva |
32 | Caseta de Salva y Eustaquio | 33 | Molino de las Cuatro Rayas | ||
OTROS ELEMENTOS | |||||
34 | Villa amurallada de Urueña | 35 | Ermita de la Anunciada | 36 | Lavajo, la laguna |
37 | Adobera, Charca de las Ranas | 38 | Monasterio del Bueso | 39 | Manantial del Bueso |
Fig. 26. Mapa y leyenda de las construcciones rurales estudiadas en el municipio de Urueña
4. Conclusiones
A través de la investigación realizada, se ha documentado a un determinado tipo de construcciones rurales pertenecientes a la pequeña villa vallisoletana de Urueña. En el trabajo se ha indagado en la razón constructiva de esta arquitectura popular situándola en el contexto socioeconómico en el que surgió, y relacionándola con los determinantes espaciales y geográficos que han permitido su creación. A partir de estas premisas de estudio, se ha derivado algunas cuestiones cuya respuesta podemos determinar en las siguientes conclusiones.
En primer lugar, debemos considerar a estos elementos como construcciones de gran interés arquitectónico. A pesar de la humildad edificatoria que se ve en los ejemplares analizados, el autor de esta obra ha demostrado habilidad y sabiduría en el manejo de los materiales autóctonos y en el desarrollo de las técnicas tradiciones. Han conseguido levantar edificaciones de gran utilidad e incluso de belleza gracias a la perfecta integración en el paisaje.
Por otro lado, el testimonio de estas construcciones, tanto las que siguen en pie como los restos de muchas de ellas, nos aproximan y nos ponen en conexión con el tradicional mundo rural que nos ha precedido. De esta manera, podemos considerarlas como parte de nuestro patrimonio histórico y vernáculo.
Continuando en esta línea, debemos hacer hincapié en que estas construcciones forman parte de nuestra cultura y de nuestras raíces y que deberían tener tanta importancia como las otras obras deslumbrantes y ostentosas que en nuestra villa han destacado como el castillo, la muralla o la ermita de la Anunciada, ya que esta otra arquitectura monumental no ha estado tan ligada a la vida del pueblo como las edificaciones analizadas. Esto debe hacernos plantear la necesidad de encauzar ciertas intervenciones con el fin de proteger nuestra tradición y preservar la arquitectura rural para las generaciones venideras.
Por último, queremos dejar constancia del enorme cambio que se ha producido en nuestros campos castellanos sobre todo en los últimos años que ha afectado profundamente a la sociedad, a la economía y, con ello, a la organización territorial. Por ello, debemos ser conscientes de lo importante que resulta documentar todos los elementos rurales, cada vez más efímeros. La investigación y su análisis supone la primera semilla para la protección y puesta en valor del medio agrario.
BIBLIOGRAFÍA
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Abril Revuelta, Óscar. «Chozos y casetas en el corazón de Castilla. Del barro a la piedra en Tierra de Campos y Montes Torozos». Urueña: Fundación Joaquín Díaz: http://funjdiaz.net/pubfich.php?id=516.
Carricajo Carbajo, Carlos. 50 1 construcciones vernáculas en la provincia de Valladolid. Valladolid: Diputación de Valladolid, 2010.
Cervera Vera, Luis. La villa murada de Urueña. Valladolid: Diputación Provincial de Valladolid, 1989.
García Grinda, José Luis. Arquitectura popular de Burgos. Burgos: Colegio Oficial de Arquitectos de Burgos, 1988.
González Garrido, Justo. Los Montes de Torozos: comarca natural. Valladolid: Falange Española Tradicionalista y de las J. O. N. S., 1955.
Maldonado Ramos, Luis. «La razón constructiva de la arquitectura negra de Guadalajara desde el punto de vista de la historia de la cultura material». Actas del Cuarto Congreso de Historia de la Construcción, Cádiz, 27-29 enero 2005. Cádiz: ed. S. Huerta, 2005: 706-713.
Mier Leal, Carlos. Urueña y su historia. Desde los orígenes al siglo xviii. Valladolid: Diputación Provincial de Valladolid, 2013.
Puente, Ricardo. Urueña: balcón de Tierra de Campos. León: Albanega, 1997.
Roldán Morales, Francisco Pedro. Palomares de barro de Tierra de Campos. Valladolid: Caja de Ahorros Provincial de Valladolid, 1983.
Roldán Morales, Francisco Pedro. Arquitectura popular de la provincia de Valladolid. Valladolid: Diputación Provincial de Valladolid, 1996.
Sánchez del Barrio, Antonio y Carricajo Carbajo, Carlos. Arquitectura popular. Construcciones secundarias. Valladolid: Castilla, 1995.
NOTAS
[1] Ricardo Puente (1997) emplea este término para su libro sobre esta localidad con título: Urueña, balcón de Tierra de Campos.
[2] http://www.ign.es/ign/layout/ignane.do
[3] Se marcan sobre el mapa la delimitación de la Comunidad Autónoma de Castilla y León, el límite provincial de Valladolid y las regiones naturales de Tierra de Campos (naranja) y Montes Torozos (azul).
[4] BOE núm. 290, de 3 de diciembre de 1975. Decreto 316/1975 de 7 de noviembre, por el que se declara conjunto histórico-artístico la villa de Urueña, con la iglesia de la Anunciada, de la provincia de Valladolid.
[5] Sobre estos autores que ya han investido este tema en Castilla y León, destacamos que Carlos Carricajo titula «construcciones secundarias» a las pequeñas edificaciones levantadas con los materiales humildes para las actividades agropecuarias. Por otro lado, Antonio Sánchez del Barrio agrupa a aquellos elementos que en el ámbito rural se añaden a las casas o permanecen aisladas fuera de ellas y que era utilizadas por el hombre agrario para las labores diarias y les califica de «auxiliares». Finalmente, el término de «arquitectura complementaria y común» es utilizado por José Luis García Grinda para aquellas construcciones no residenciales que complementan la actividad rural.
[6] Término empleado para designar al conjunto de factores externos directos e indirectos que actúan sobre el hombre para la creación de la arquitectura popular.
[7] Sobre el mapa, las zonas blancas corresponde a territorio rico en piedra caliza predominante en el área de los Montes Torozos. Las áreas azuladas del borde del páramo son margas o margas limosas. La superficie en color verde amarronado es tierra de arenas o arcillas arenosas. Finalmente, hacia Tierra de Campos la mancha en tonos marrón son arcillas ricas en hierro.
[8]http://info.igme.es/cartografia/
[9] Justo González Garrido (1955) advierte de la devastadora transformación de las áreas de bosque en este lugar por la tala de árboles para leña, madera y corteza, siendo abusiva por los propios vecinos desde el final de la Edad Media. Además, con la formación de caminos y la transformación del espacio arbóreo para hacer campos de cultivo han provocado lo que denomina como «desforestación». Los Montes de Torozos: comarca natural, pp. 178-192.
[10] Hay que destacar que el mismo término «Urueña» ha ofrecido hipótesis acerca de su significado relacionado con el agua, como el vocablo vacceo ur- o uru- (Cervera, 1989: 18); o el sufijo –eña, que en lengua celta (onna) significa fuente o arroyo.
[11] Según la RAE, es la ‘charca de agua llovediza que rara vez se seca’.
[12] Abril Revuelta, R. (2012). Agua, piedra y barro al borde de los Montes Torozos. Universidad Politécnica de Madrid. Departamento de Composición Arquitectónica, p. 26. (Trabajo Fin de Máster no publicado).
[13]Carrasqueño es el gentilicio de Urueña.
[14] Según fuentes directas del municipio, sabemos que en posiciones cercanas del arroyo de la Ermita, en la desparecida Charca de las Ranas anexa a la carretera hacia La Santa Espina (Castromonte), o en el propio lavajo al norte del Castillo, muchos albañiles solían hacer adobes.
[15] Sobre todo en la zona oeste de la localidad, donde existe el pago Las Viñas.
[16] Carlos Carricajo explica este fenómeno cuando describe los guardaviñas que analizó en la provincia de Valladolid en 50 1 Construcciones Vernáculas en la Provincia de Valladolid, p. 211.
[17] Fotógrafo colaborador del periódico local de Urueña El Cisco: https://www.facebook.com/pages/El-Cisco-Urueña/1524394644474565?fref=ts.
[18]http://funjdiaz.net/pubfich.php?id=516.
[19] En el archivo del Museo Etnográfico de Joaquín Díaz con sede en la Casona de Urueña.
[20] En el caso de Urueña, la cara sur-suroeste era la más desgastada y, por lo tanto, la que recibía la capa anual de revestimiento de protección.
[21] Según la RAE es ‘la paja larga de los cereales después de quitarles el grano’. Este elemento también era utilizado para las cubiertas inclinadas de estructura de madera, colocándose sobre el entablado.
[22] Según Gerardo Pelaz Negro, «estos chozos eran de pobres y los chozos de adobe eran de los ricos».
[23] Este término es empleado por los nativos del lugar para referirse a las cubiertas abovedadas o cónicas.
[24] Según la RAE, ‘troje o cámara donde se guardan los cereales, el pan o la harina’.
[25] Varios vecinos del pueblo nos han confirmado la existencia de esta persona durante la segunda mitad del siglo xx.
[26] Existe una inscripción en la parte exterior de uno de los muros reparados con fecha 20/09/2008. El albañil que lo hizo se llama Miguel de Castro, vecino de Tordehumos.
[27] La suma de los dos efectos meteorológicos provoca el degaste mayoritario, tal y como se puede observar actualmente en el desgaste de las cúpulas de adobe de los chozos de Urueña y de las regiones de Tierra de Campos y Montes Torozos: http://funjdiaz.net/pubfich.php?id=516.
[28] También llamados «cabios», son maderos más pequeños que los pares que, dispuestos paralelamente a estos, pueden apoyarse sobre correas para dar soporte al entablado de la cubierta.
[29] Gerardo Pelaz Allende o Eutiquia Pelaz de Dios, entre otros, nos han desvelado información acerca de este elemento.
[30] Se conoce el caso de un caballo que se cayó al fondo de la perforación.
[31] Además de historiador, es vecino de Urueña, a la cual ha dedicado gran parte de sus trabajos de investigación.
[32] Perteneciente a la región de Tierra de Campos.
[33] Estas construcciones debieron de ser muy similares a otros chozos de pastor de los Torozos, levantadas totalmente con piedra, con plantas circulares de pequeño tamaño y techumbre de cúpula falsa o por aproximación de hiladas. Solo disponían de un pequeño hueco para entrar.
[34] Junto a estos corrales existen unos restos que, aprovechando el borde topográfico, pudieron haber formado parte de un refugio o abrigo de pastor.
[35] Gerardo Pelaz Negro, natural de Urueña, de unos ochenta años.
[36] El agua y el grano se depositaba en abrevaderos o pilas y pesebres, respectivamente. Todos ellos normalmente estaban en el mismo patio, formando un espacio de comunicación entre las aves.
[37] La parcela superior a esta fuente fue cedida por parte de su propietario, D. Antonio Pérez Minayo, al monasterio de Villagarcía de Campos a mediados del siglo xx. Los frailes del monasterio decidieron plantar árboles, concretamente quejigos o robles carrasqueños.