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En nuestro mundo moderno o posmoderno, no todo es Internet o televisión, no todo es consumo e individualismo, no todo es desapego y estrés. Existen todavía diferentes narrativas que nos acompañan en nuestro caminar por la vida, de alguna manera nos influyen, tanto como nosotros las influimos: las creamos y recreamos, las desechamos o adaptamos. Una de ellas es la refranística popular que, aunque originada en otra época histórica y contexto social —hay también refranes de data reciente—, ha perdurado hasta nuestros días —no son supervivencias del pasado (Malinowski, 1976), se trata de readaptaciones actuales—; y si bien es verdad que, quizá, no son tan usuales como antaño, no es menos cierto que aparecen en nuestra oralidad popular de vez en cuando[1].
Desde el construccionismo social, se considera que la producción cultural del significado depende del lenguaje. Este organiza la experiencia personal dentro de los discursos culturales hegemónicos de una sociedad dada. Por ello, la comprensión del lenguaje es la comprensión de una representación mental en la memoria, una representación no de los datos verbales tal y como están en el texto, sino que es una interpretación, la naturaleza social del pensamiento (Ibáñez, 1988). El significado se construye. Y el conocimiento entreteje explicación —racional— y comprensión —emotiva— (Morin, 1999).
Para iniciar
Los refranes conforman un conjunto de enunciados que producen y reproducen definiciones sociales, formas de pensar y actuar, roles y estereotipos. Impone códigos sociales, los critica, los vuelve a imponer y los vuelve a criticar o legitimar, según sea el caso. Muestran, aconsejan, describen, interpretan, evidencian, prescriben. Porta un conjunto de ideas preconcebidas de «cómo son» o de «cómo deben ser las cosas» o «cómo no deben ser», en general, según los códigos sociales y las normas de conducta hegemónicas en cada modelo cultural; si bien, también, existe la mirada crítica sobre los diferentes temas, esta no es ni mucho menos tan abundante como el discurso que respalda al sistema normativo socialmente establecido. De ahí su calificación de didáctico-moral o de lapidario.
El objetivo de este texto es revisar la imagen que contiene el refranero popular sobre las mujeres muy jóvenes —en general tratadas en su rol de hijas— y las mujeres muy mayores —las que la oralidad popular designa generalmente bajo la palabra viejitas—. Nos interesa ver el reflejo de estos roles sociales según esta narrativa social, que, más o menos, podemos relacionar con nuestra realidad pasada o presente.
Los hijos y las hijas en el refranero popular
Los hijos y las hijas (y en especial los primeros) aparecen constantemente en el refranero. Se pueden asimilar a niños o infancia. Ya que, si bien todos los niños son hijos y todos los hijos son niños, el hijo es un rol social específico con sus características propias adjudicadas, mientras que el niño es una etapa etaria en el desarrollo de los seres humanos (Delval, 1999).
Hay también mensajes que pueden ser considerados serios y otros humorísticos. Entre los primeros están los que tienen que ver con la valoración positiva de los hijos, ya sea esta material, espiritual o emocional, si bien sobresale algo más la cuestión de propiedad o de bienes materiales, comparados incluso a la hacienda, por ejemplo. Nótese que se trata de un discurso fincado originalmente en el ámbito rural y de una época en la que los hijos representaban o eran percibidos desde otro punto de vista: fuerza de trabajo y mano de obra, así como una inversión para la supervivencia en la vejez de los padres. Esto es, una inversión. ¿Han cambiado mucho las cosas hoy?
«De los bienes temporales, los hijos son los mayores»
«Para vivir con alegría, hijos sanos y hacienda en medianía»
«Hijos y hogar son la única verdad»
Entre los segundos —menos usuales—, se subraya el hecho de la responsabilidad paterna y materna para toda la vida, esto es: llegan sin remitente y no son retornables. De hecho, se amenaza con su presencia, en el sentido de provocar dolores de cabeza.
«Los hijos son una enfermedad de nueve meses, y una convalecencia de toda la vida»
«Quien quiere tener hijos, quiere hacer dolores y litigios»
Las mujeres son valoradas en su papel materno como el más importante de sus vidas, conjuntamente con el desarrollo de las tareas domésticas (Fernández Poncela, 2002). Pero también los hombres son reconocidos socialmente cuando llegan a ser padres, es como una presentación en sociedad de su adultez a través de la supuesta responsabilidad paternal o, simplemente, el hecho biológico de la reproducción: la diseminación de genes y la continuación del linaje (Fisher, 1994). Se aúnan biología y parentesco, naturaleza y cultura, en una unión entre lo biológico, lo emotivo y lo racional, como acontece con el conocimiento (Morin, 1999) y la vida misma.
«Bendita la madre que tales hijos pare»
«Hombre entero es dicho el que tiene hija o hijo»
«La honra del hijo es gran gloria para el padre»
Los hijos bastardos también hacen su presencia en el refranero. Si bien el mensaje es polisémico respecto al comportamiento que desarrollarán.
«Madre no viste, padre no tuviste, diablo te hiciste»
«Hijo bastardo, o muy bueno, o muy bellaco»
«Hijo sin padre, caros son de balde»
Aunque la mayoría de los refranes consideran positivo el tener hijos, no descartan la parte negativa de este hecho: son, eso sí, los menos.
«Los hijos son un mal deseado»[2]
Y es que los hijos son lo mejor y lo peor a la vez, aportan alegría y recompensa, pero no dejan de traer problemas y preocupaciones, como el refranero puntualiza. Y en esto, el refranero podríamos decir que es real como la vida misma, aunque a veces por cuestiones de prescripción social, padres y madres, y especialmente estas últimas, subrayan la cara bonita de la cuestión y ocultan —o simplemente no reconocen, olvidan o no mencionan— el lado oscuro—. Por lo que el refranero parece ecuánime y sincero.
«No hay pesares ni regocijos en la casa donde no hay hijos»
El hecho de subrayar ciertos mensajes en torno al —y sin ánimos de exagerar— tener hijos como un bien material, no descarta el amor que se tiene hacia ellos. Es más, se considera que por el solo hecho de nacer ya se aman, antes incluso, y, por supuesto, son una prioridad para los padres ante otras relaciones interpersonales.
«Donde hay hijos, ni parientes ni amigos»
«Al hijo se quiere desde que se siente»
«Se quiere al hijo antes de ser nacido»
«Se quieren cuantos nacen»
«Quien a mi hijo quita el moco, a mí me besa el rostro»
«A nadie le parecen sus hijos feos»
El sexo de los hijos: las hijas mujeres
En general, abunda el mensaje que insiste en la importancia del hijo varón sobre la hija mujer, incluso sobre otras cualidades y características, tales como su honradez o futuro, lo que se debe a razones de diversa índole. Una de ellas es su fuerza de trabajo conjuntamente con el padre y en el campo, con relación a la mayoría de los refranes que surgen en etapas históricas, donde este era la fuente de subsistencia cotidiana para la mayoría de la población. Por ello, también aparece la indicación de que a los hijos se les debe educar con rectitud según las normas sociales y enseñar un oficio para defenderse en la vida. En ocasiones, cuando se refiere a hijos se trata de hijos e hijas, ambos inclusive; otras veces se circunscribe dicho término al sexo masculino, no siempre es fácil ver claramente dicha distinción.
«Nazca mi hijo varón, aunque sea ladrón»
«Más vale hijo en la horca, que la hija en la boda»
«A tu hijo, buen nombre y oficio»
«A tu hijo dale oficio; que el ocio es padre del vicio»
«Dios te da ovejas, e hijos para ellas»
«Quien hijo cría, oro cría»
Hay que reflexionar: de todo esto, ¿qué queda en la actualidad? Pensando en la realidad social, pero, y también, en el discurso narrativo oral.
Sin embargo, también se encuentran refranes donde la hija es valorada, y esto es así tanto por su papel en el trabajo doméstico de niña como pensando en el futuro, esto es: en que trabaje cuidando a los padres. Se trata de una inversión, como en el caso del hijo, pero de más largo alcance. Incluso la hija puede traer un hijo a la familia a través del matrimonio. Eso sí, hay buenas y malas hijas, como todo en la vida.
«Al hombre venturero, la hija le nace primero»
«Al hombre bienandante, la hija le nace delante»
«En la casa de bendición, primero, hembra; y después, varón»
«Una hija, una maravilla»
«La hija y la heredad, para la vejez»
«La hija y la heredad, para la mayor edad; o para la ancianidad»
«Heredad buena es, una hija para la vejez»
«Si tienes hijas, comerás sopas»
«Quien no tiene hija, no tiene amiga»
«La buena hija dos veces cada día viene a casa, y ni una la mala»
«La buena hija trae buen hijo; pues cuando se casa, trae buen yerno a casa»
«Quien casa a una hija, gana un hijo; quien casa un hijo, pierde el hijo»
Por todo esto, el matrimonio de la hija puede llegar a ser visto como una pérdida para los padres que habían depositado en ella la esperanza para su vejez, aunque, como se ha visto, también puede significar la suma de un hijo. Las dos posibilidades existen. Mientras que los hijos hombres, usualmente, se van.
«Hija casada, hija apartada»
«Hija desposada, hija ausentada»
«Hija hilandera, hija casadera»
«Hija desposada, hija enajenada»
Existen, eso sí, los que consideran negativo el hecho de tener una hija en primer lugar, los que invitan a la resignación ante tal circunstancia. También aquí hay dos posibilidades, que pueden ser juzgadas de forma negativa o positiva, según sea el caso.
«Mala noche y parir hija»
«Parto largo y parto malo, hija al cabo»
«Hija primera, ni nazca, ni muera»
«Matrimonio que primero tiene hija, aumentará mucho la familia»
En la comparación hijo-hija, se arguye que las hijas dan más problemas, con lo cual es mejor tener menos hijas que hijos.
«Quien tiene hijos varones, tiene cien desazones; y quien tiene hembras, doscientas»
«Matrimonio de buena fortuna, siete varones y hembra solo una»
Y dentro de los refranes humorísticos, hay varios que señalan las alianzas entre mujeres en el seno del hogar en perjuicio del padre, además de la problemática de cuidar su honra ya a cierta edad.
«Tres hijas y una madre, cuatro diablos para un padre»
«Hija y madre son como uña y carne, sobre todo, contra el padre»
«Hijas, la primera es juego; la segunda, venga luego; pero tres o cuatro son fuego»
«Cabra por viña, cual la madre tal la hija»
«Muchas hijas en casa, peores son que brasa»
Hay algunos que comparan directamente los hijos con las hijas, a modo de manual normativo de descripción de conductas de unos y otras, y de cómo son y para qué sirven, o cómo actúan y cómo deben actuar los padres sobre ellos, en función de su sexo y según la prescripción social hegemónica. Por ejemplo, los hijos deben estar bien alimentados por su importancia para el trabajo, mientras que para las hijas se prioriza el vestir, esto es, la imagen para su acceso al matrimonio. También en el matrimonio, como el hijo heredará el apellido del linaje se ha de ver y seleccionar con quién contrae nupcias, mientras que para la mujer esto no es importante. Por supuesto, los hijos se educan para el trabajo extradoméstico y también para la guerra, mientras que las hijas han de aprender a desenvolverse bien en el trabajo doméstico, pues serán responsables exclusivas del mismo.
«El hijo harto y rompido, la hija hambrienta y vestida»
«Al hijo, roto y no hambriento; a la hija, hambrienta y vestida»
«A la hija hambrienta y vestida, y el hijo, harto y descalzo»
«La hija a quien la pidiere; el hijo se ha de mirar a quien se ha de dar»
«Casa el hijo cuando quieras y la hija cuando pudieras»
«Quien tiene viñas y casas, presto sus hijas casa»
«La hija al uso y el hijo al escudo»
Sobre este tema hay opiniones plurales y para todos los gustos, la conveniencia o no de tener hijos o hijas, y en qué orden, así como su valoración. Quizá cierta tendencia hacia el hijo varón, y diferente calificación y valoración según el sexo. Eso sí, las mujeres son más difíciles, y las alianzas familiares entre mujeres dignas de temer, en un mensaje entre jocoso y serio. Ahora toca pensar: ¿cuántos de estos mensajes están vigentes en la actualidad para algunos grupos o sectores sociales?
Las viejitas en la oralidad popular
Las viejitas aparecen mucho menos en el refranero, debido en primer lugar a que, en ocasiones, bajo el vocablo viejo se ubican ambos sexos, y también en parte porque directamente se dirige el refranero más a los hombres mayores que a las mujeres de esa misma edad. Cuando aparecen, la crítica ahonda en tintes burlescos alrededor de sus condiciones físicas y mentales, como pasa con sus congéneres masculinos.
«Vieja que baila, mucho polvo levanta»
«Cuando la vieja se alegra, de su boda se acuerda»
«Vieja de tres treintas, aún se alboroza cuando sus bodas cuenta»
«Vieja y fea, el demonio que la vea»
«No hay viejo que no haya sido valiente, ni vieja que no haya tenido sus veinte»
A veces se compara hombres y mujeres mayores, con las características consideradas propias y alabadas de cada sexo: ellos valientes y ellas hermosas. También se compara viejas con mujeres jóvenes. Y la pérdida de la lozanía y belleza es, quizá, lo más preocupante para las mujeres ancianas, según advierte y señala el refranero.
«Cuando la vieja se remoza, más liviana es que la moza»
«La vieja a estirar su piel, y el diablo, a que la ha de encoger»
«Ni perlas ni diamantes hacen a una vieja elegante»
«Vejez y belleza, no andan juntas en una pieza»
«Vejez y hermosura, nunca se vieron juntas»
«Ayer lucía mi cara, y hoy está ajada»
«Cuanto más vieja, más pelleja»
El demonio en escena es tan o más popular que Dios en el refranero, y la personificación de la maldad. El diablo o demonio se relaciona siempre con mujeres y niños; en este caso, también, con la mujer mayor[3].
«Vieja y fea, el demonio que la vea»
«La vieja, a estirar su piel; y el diablo a arrugar»
«A pleito andan el diablo y la vieja: la vieja a estirar su piel, y el diablo a encogerla»
Además, y como a los hombres, se les agría el carácter. Los hay también, como para la población anciana masculina, que se burlan indirectamente o a través de insinuaciones de su sexualidad, pero no en la misma cantidad que los dedicados al sexo masculino.
«No hay vieja sin queja»
«La vieja de dos cuarenta, sus mocedades cuenta y el alma se calienta»
«De vieja galana no fíes nada»
Y no contento el refranero con burlarse de su estado y situación actual, se remonta a la crítica o señalamiento negativo sobre su pasado. Así como con los hombres mayores, se señala lo desbocado de su sexualidad pero, en comparación con ellos, aparece mucho menos; no obstante, repetimos, está presente.
«Vieja verde y caprichosa ni fue buena madre ni buena esposa»
«Las viejas hilan temblando, por temor a la muerte y al diablo»
«Vieja de tres veintes, no es raro que el diablo la tiente»
«No hay vieja que, al pensar en el trote, no galope»
De nuevo, un alto en el camino para reflexionar sobre la vigencia o no de esta narrativa social en nuestra realidad cotidiana, y, separando discurso y mensajes, de comportamiento y prácticas.
Para finalizar
Los refranes constituyen una acumulación de significados, objetivan y tipifican experiencias, como el lenguaje. Son una mirada, una manera de ver el mundo, de aprehenderlo y de entenderlo en un momento concreto y en una sociedad determinada. A pesar de su antigüedad, se siguen pronunciando y utilizando; aunque algunos hayan perdido su sentido, otros son «verdades» y muletas verbales para un importante grupo de hablantes todavía.
Los dichos, refranes y frases paremiológicas son ideas, creencias, «sabiduría popular», «enseñanza viva», «discurso normativo», «argumentar cotidiano», «verdades del habla popular», «resumen práctico de sabiduría popular», «viejos tópicos retóricos», según varios autores señalan o la gente comúnmente considera. Lo que queda claro es que se trata de una narrativa social en el discurso oral en la cotidianeidad de la comunicación intersubjetiva, y que contienen mensajes con ciertas tendencias ideológicas dentro de un discurso inscrito en un modelo hegemónico cultural, dado que llega hasta nuestros días.
Lo que hacen los refranes, o sus funciones concretas en el ámbito de la comunicación, es expresar por medio de su empleo un discurso normativo, predictivo, práctico, así como didáctico-moral y retórico que describen, evidencian, señalan, interpretan, orientan, prescriben, aconsejan, recomiendan, seducen, coaccionan, intimidan, transmiten experiencias, sancionan y prescriben socialmente, desafían, disuaden de seguir un comportamiento considerado inapropiado e inducen a seguir uno apropiado[4]. Su veracidad no es una condición —los hay de todas clases—, su incidencia tampoco —ya que no es fácil medir su influencia—.
Pero el análisis de sus mensajes resulta interesante para ver de dónde venimos. Y para constatar que, más allá de los discursos y campañas publicitarias por la equidad de género, cargamos viejos lastres —con más o menos peso, intensidad y fuerza— que aquí hemos revisado someramente, y no hay que olvidarlos, sino desvelarlos para hacernos conscientes y seguir avanzando.
Anna M. Fernández Poncela
Investigadora y docente de la UAM Xochimilco
REFERENCIAS
Delval, Juan. 1999. Desarrollo humano. Madrid: Siglo XXI.
Fernández Poncela, Anna M. 2002, Estereotipos y roles de género en el refranero popular. Charlatanas, mentirosas, malvadas y peligrosas. Proveedores, maltratadores, machos y cornudos. Barcelona: Anthropos.
Fisher, Helen E. 1994. Anatomía del amor. Historia natural de la monogamia, el adulterio y el divorcio. Barcelona: Anagrama.
Ibáñez Gracia, Tomás. 1988. Ideologías de la vida cotidiana. Barcelona: Sendai.
Malinowski, Bronislaw. 1976. Una teoría científica de la cultura. Buenos Aires: Sudamericana.
Morin, Edgar. 1999. El método. El conocimiento del conocimiento. Madrid: Cátedra.
Schilieben-Lange, Brigitte. 1987. Pragmática lingüística. Madrid: Gredos.
NOTAS
[1] Con objeto de profundizar sobre el refranero popular en cuanto a las relaciones de género ser refiere, véase: Fernández Poncela, Anna M. 2002. Estereotipos y roles de género en el refranero popular. Charlatanas, mentirosas, malvadas y peligrosas. Proveedores, maltratadores, machos y cornudos. Barcelona: Anthropos.
[2] Existe una versión del refrán que cambia hijos por mujeres; como se ve, niños y mujeres dan más problemas que satisfacciones, o ambas cosas a la vez...
[3]Op. cit.
[4] «Cuando aquel que no piensa él mismo en acciones, estructura la comunicación partiendo de sí, la conduce a la finalidad de la orientación de la acción. Puede querer persuadir a los demás a la acción, o intentar tranquilizar a uno dispuesto a la misma, o disuadirle de su propósito. Da consejos, advierte, incita, estimula, argumenta, pide que se vea el problema de diferente modo. De nuevo hay que pensar dos cosas, a saber, que da su orientación para la acción a un interlocutor, que sabe y está de acuerdo con ello o que intenta persuadir o disuadir a otro para la acción sin que se tematice este propósito de la comunicación y el otro lo adivine» (Schlieben-Lange, 1987: 132).