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(*) Este artículo fue publicado en el XIV Encuentro de Historiadores del Valle del Henares. Alcalá de Henares, 27 a 30 de noviembre de 2014. Libro de Actas, Madrid, Institución de Estudios Complutenses (Alcalá de Henares), Diputación Provincial de Guadalajara y Centro de Estudios Seguntinos-Ayuntamiento de Sigüenza (Guadalajara), 2014, págs. 667-684.
Plan de trabajo
A lo largo de este trabajo hemos recogido sesenta y dos artículos que escribió Fernando Jiménez de Gregorio referidos al entorno de la ciudad de Sigüenza o, mejor dicho, del entorno de Mandayona, localidad donde él descansaba algunas temporadas.
La mayor parte de estos artículos siguen siendo desconocidos para el gran público, incluso para muchos investigadores, pero nos hemos circunscrito a la zona geográfica que discurre entre Jadraque y Sigüenza, incorporando todos aquellos núcleos de población que pertenecen a los ayuntamientos de ambos.
Tras esta breve introducción, seguiremos con una semblanza biográfica de Fernando Jiménez de Gregorio, donde daremos cuenta de los datos más importantes para comprender la importancia de este investigador.
Después, reseñaremos todos aquellos artículos que ha publicado dicho autor que se analizan en este trabajo, y a continuación señalaremos el proceso de construcción de estos artículos, desde el momento de la visita a las diferentes localidades hasta que eran publicados.
Finalmente, nos centraremos en el análisis de los temas principales, las características, algunos aspectos curiosos de estos artículos, con el objetivo de mostrar el punto de vista del autor respecto a nuestros pueblos, sus monumentos, los personajes con los que se encuentra o el análisis de la toponimia.
Biografía
Fernando Jiménez de Gregorio nació en Belvís de la Jara (Toledo) el 30 de mayo de 1911 y murió en Madrid el 23 de julio de 2012. Durante su vida ha desempeñado la labor de maestro, geógrafo, arqueólogo, historiador y cronista oficial de Toledo.
Tras estudiar como alumno libre en el instituto San Isidro de Madrid, obtuvo la diplomatura en 1927. Posteriormente, cursó estudios de Geografía e Historia en la Universidad Central de Madrid, licenciándose como premio extraordinario de historia en 1932, y se doctoró un año después con el trabajo La opinión pública española durante la Constitución de 1812. Los resultados académicos de sus estudios le permitieron conseguir una beca en el Crucero Universitario que le dio la oportunidad de conocer in situ las culturas griega y romana.
También en el año de 1933 aprobó la oposición de Geografía e Historia, obteniendo como primer destino la ciudad de Plasencia. Se licenció en Derecho en 1940.
Participó como miliciano en la guerra civil por el lado republicano, y en 1944 logró recuperar su puesto como profesor de Geografía e Historia de varios institutos de bachillerato: Santa Isabel (Toledo), Isabel la Católica (Madrid) y Saavedra Fajardo (Plasencia). Además, impartió docencia en la Universidad de Murcia. El ayuntamiento de Talavera de la Reina tuvo un premio que llevaba su nombre.
Escribió numerosos libros y artículos sobre la provincia de Toledo y la de Madrid. Destaca especialmente el Diccionario de los pueblos de la provincia de Toledo hasta finalizar el siglo xviii: población, sociedad, economía e historia, que vio la luz entre 1962 y 1983. Colaboró en revistas como Hispania, Estudios Geográficos, Al-Ándalus, Toletum, Cuadernos de Estudios Manchegos, Anales Toledanos, Anales del Instituto de Estudios Madrileños, y en periódicos como La Voz del Tajo y El Día de Toledo.
Era miembro de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, miembro numerario de la Real Asociación de Cronistas de España, cronista de Getafe y fundador del Instituto de Estudios Históricos del Sur de Madrid junto a Manuel de la Peña. Ha sido galardonado con el Premio Fernando de Rojas de las Artes y las Letras en 2007.
Recopilación textual
Los artículos que escribió Fernando Jiménez de Gregorio en el periódico El Día de Toledo y que se refieren a las ciudades y pueblos que conforman el Valle del Henares son los siguientes[1]:
- «De cómo en un santiamén nos plantamos en la villa de Ledanca» (01/08/1991).
- «La iglesia y el camposanto de Ledanca» (26/08/1991).
- «Quien leyere sabrá por qué se llama Valfermoso de las Monjas, con otras ocurrencias que se dirán» (29/08/1991).
- «De la iglesia al Monasterio Benedictino de Valfermoso» (29/08/1991).
(*) «Hago la vía de Mandayona al lugar de Alcuneza, pasando por la ciudad de Sigüenza» (13/10/1991).
(*) «La soledad de Alcuneza» (20/10/1991).
(*) «Quien leyere sabrá las razones filosóficas de la Mujer de Horna y del posible significado de esta palabra» (27/10/1991).
- «En el abandonado lugar de Matillas» (03/11/1991).
(*) «Por la villa de Castejón» (10/11/1991).
- «La «Casa del Cid» y otros parajes» (08/12/1991).
- «La iglesia, el Camposanto, con otras cosas de interés de Ariecilla» (19/01/1992).
(*) «Visito el santuario de Barbatona. La antigua plaza de toros» (02/02/1992).
(*) «Los muchos siglos de la torre de Bujarrabal» (16/02/1992).
(*) «De la iglesia y el jamón de Bujalaro» (23/02/1992).
(*) «La historia de Jadraque» (01/03/1992). (El autor se queja de que el artículo está mal impreso.)
(*) «El paso de Baides» (06/03/1992).
- «La fábrica de papel de Los Heros» (15/03/1992).
- «En Palazuelos recuerdo a don Jerónimo López de Ayala» (22/03/1992).
(*) «De Palazuelos a Carabias» (29/03/1992).
- «De Ures a Pozancos» (05/06/1992).
- «El álamo de Mandayona» (12/06/1992).
- «Por las cumbres de Aragosa» (19/06/1992).
- «De Medranda a La Toba, en donde nació un obispo» (26/04/1992).
- «De La Cabrera y su piscifactoría» (08/05/1992).
- «Algo más sobre La Toba y su Torrecilla» (10/05/1992).
- «En los nidos de antaño» (12/07/1992).
- «Los dos castillos de Guijosa» (08/11/1992).
- «En Congostrina» (22/11/1992).
(*) «Sigo en Guijosa y paso a Cubillas del Pinar» (29/11/1992).
- «Las fuentes el agua de Almadrones» (06/12/1992).
- «En Almadrones me encuentro con un Gran Canciller del Estado de Milán» (13/12/1992).
- «En Negredo» (27/12/1992).
- «La villa de Mandayona» (17/01/1993).
- «La población, el callejero y otras cosas de Mandayona» (17/02/1993).
- «En San Andrés del Congosto y Membrillera» (28/02/1993).
- «El solitario templo de Angón» (11/04/1993).
- «Pálmaces y su embalse» (25/04/1993).
- «El paisaje desde el Pico de la Dehesa en Villaseca de Henares» (16/05/1993).
- «El hidrónimo Huérmeces y otros más de su término» (05/06/1994).
- «En Cendejas de la Torre» (12/06/1994).
- «El lugar de Viana de Jadraque, su Iglesia y la Fuente del Pradillo» (19/06/1994).
- «Cendejas de la Torre es un buen monte de oso» (26/06/1994).
- «En el 1885 tiembla la tierra en Cendejas de En medio, con otras fechas de interés en Cendejas de Padrastro» (30/06/1994).
(*) «Otra vez en Palazuelos» (06/11/1994).
- «De las razones que hubo para llamar a este lugar Santiuste» (13/01/1994).
- «El interesante claustro románico de Baides, con otras cosas dignas de escribirse» (20/11/1994).
- «Desde Sigüenza a Gajanejos» (31/12/1994).
(*) «En el entorno de Sigüenza» (15/02/1995).
- «A vueltas con Mandayona» (28/05/1995).
- «En Pelegrina» (05/11/1995).
- «De cómo en La Riba de Santiuste me encuentro con un artesano» (14/01/1996).
(*) «El cronista muestra su admiración por la ciudad de Sigüenza y se alarga a la villa de La Riba de Santiuste» (21/01/1996).
- «La «rocalla» de Almadrones y otras cosillas» (28/01/1996).
(*) «Los paseos por Mandayona» (04/02/1996).
- «Las ricas empanadas de doña Marí Fernández, la asturiana» (18/02/1996).
Además, publicó cuatro artículos en la revista de investigación Anales Seguntinos n.º 14, correspondiente al año 1998, bajo el nombre de «Viajes por los alrededores de Sigüenza»:
- «De Mandayona a Riosalido».
- «En donde se conocerán más cosas de Riosalido si se lee esta verídica crónica».
- «Desmantelamiento industrial».
- «En la vieja ciudad».
Igualmente, escribió otros escritos relacionados con la provincia de Guadalajara que también fueron publicados en El Día de Toledo:
- De Trillo: «A Trillo pasando por Cifuentes» (17/01/1993), «Trillo, el profesor Gómez Ortega y otros acontecimientos hasta llegar a Durón» (31/03/1993).
- De Sacedón y su contorno: «La monumental iglesia de Pareja. A Córcoles por Sacedón» (14/03/1993); «De Alcocer a Casasana y Escamilla» (28/03/1993), y «Escamilla y su Giraldillo. Tertulia en Córcoles» (14/04/1994).
- De la zona de Anguita: «Seguimos en Aguilar de Anguita» (06/02/1994); «La riqueza arqueológica de Aguilar de Anguita» (10/02/1994), y «En Algora con don Felipe Laina. El Cerro de San Cristóbal» (20/02/1994).
- De Hita: «De cómo en Hita me encuentro con su famoso arcipreste» (14/11/1993) y «Fita es un castillo fort et apoderado, in fito es agudo el fondo bien poblado (21/11/1993).
- Sobre Guadalajara y alrededores: «De Guadalajara a Alhóndiga. El obispo Suárez de Carvajal» (23/01/1994); «El Valle de Torija. Valdegrudas» (27/11/1994); «La iglesia de Santiago Apóstol de Guadalajara» (04/12/1994); «En Valdegrudas. La iglesia de Torija» (11/12/1994), y «La fuente de Torija» (18/12/1994).
- De la Sierra Norte: «Atienza es una peña fort» (02/05/1993); «Ante Santa Coloma de Albendiego» (18/06/1995), y «El contorno de Atienza» (23/03/1997).
- De Zorita de los Canes y aledaños: «El cronista llega a Zorita de los Canes y recuerda con nostalgia la fortaleza de Canturias» (03/12/1995); «En donde quien leyere puede conocer algo sobre la villa fuerte de Zorita» (17/12/1995), y «De cómo estoy en la vieja Recópolis y me llego a Almonacid de Zorita» (31/12/1995).
Viajes, redacción y publicación de los artículos
Podemos afirmar que las publicaciones que acabamos de reseñar de Fernando Jiménez de Gregorio constituyen series de artículos que corresponden a las diferentes salidas que hacía en sus periodos vacacionales.
El proceso compositivo es el siguiente: el cronista, que pasaba temporadas en Mandayona y que no conducía, salía a realizar viajes con Mariano como conductor exclusivo; otras veces les acompañaba la mujer de este, Mercedes.
Jiménez de Gregorio planeaba una ruta. En su pequeño cuaderno de viaje tomaba notas de aquello que le parecía interesante y ese mismo día o el siguiente, sentado en su terraza frente al río Dulce, redactaba los artículos para, a su vuelta a Madrid, pasarlos a la máquina de escribir y mandarlos al periódico El Día de Toledo, donde se publicaban los domingos. Los artículos fueron divididos en dos grandes epígrafes: los publicados hasta 1995, que llevaban como nombre «Camino por la Alcarria», y los de 1996, que se agrupaban bajo el título de «Por la Serranía».
Si cotejamos la serie de artículos con las memorias contenidas en los Anales Fernandinos (1989-2009) —publicados en el año 2011 por el Instituto de Estudios Históricos del Sur de Madrid «Jiménez de Gregorio»[2]—, podemos comprender con más claridad el proceso compositivo:
— Del 26 de abril al 2 de mayo de 1991 está en Mandayona y viaja un día a Ledanca y Valfermoso, y otro a Sigüenza, Alcuneza, Horna y Mojares, además de Bujarrabal.
— Del 20 al 31 de agosto de 1991 veranea en Mandayona y hace excursiones a Sauca, Barbatona, Ures, Palazuelos, Alcorlo, Aragosa, La Cabrera, Los Heros, Medranda, La Toba…
— En abril y mayo (sin especificar fechas exactas) de 1992 se acerca a Negredo y Atanzón.
— En agosto de 1994 vuelve a Mandayona y desde ahí se desplaza a Gajanejos, Trijueque, Torija, Pelegrina y Valdenoches.
— Del 13 de agosto al 4 de septiembre de 1995 viaja desde Mandayona hasta Riba de Santiuste.
— Del 17 de agosto al 3 de septiembre de 1998 se acerca desde Mandayona un día a Sigüenza y otro a Riosalido.
En cuanto a la impresión de los artículos en el periódico El Día de Toledo, nos manifestó su malestar porque el texto de la «La historia de Jadraque» (01/03/1992) no se ajustaba al original. También hemos detectado algún pequeño error en la publicación de las series; de este modo, de los dos artículos que aluden a la Riba de Santiuste correspondientes a enero de 1996, se debería haber publicado primero el titulado «El cronista muestra su admiración por la ciudad de Sigüenza y se alarga a la villa de La Riba de Santiuste».
La temática de los artículos
Más arriba hemos mencionado que Fernando Jiménez de Gregorio era catedrático en Historia del Arte y que desarrolló su labor profesional en las ciudades de Plasencia, Toledo, Murcia y Madrid. El arte de estas provincias, junto al de su Toledo natal, es conocido a la perfección por el cronista, por lo que no es extraño que en sus artículos haga comparaciones entre determinados templos del valle del Henares con iglesias de estas zonas: el Cristo Crucificado de Alcuneza le recuerda al de Urda.
También analiza como investigador las iglesias y realiza hipótesis. Al referirse a la iglesia de Alcuneza, señala: «Pienso que esta iglesia gótica de ahora es, pudiera ser, el tercer templo: el primero paleorromano o visigodo, ha desaparecido, del segundo queda la arquería a la que nos venimos refiriendo».
En su forma de narrar, en ocasiones imita a Cervantes, no solo en los títulos de los artículos que siguen la estructura de las divisiones de El Quijote: «Quien leyere sabrá las razones filosóficas de la Mujer de Horna y del posible significado de esta palabra», con el objetivo de crear interés e intriga, sino también en el uso de la ironía: del retablo de la iglesia de Riosalido dice que «… presidiendo la Capilla mayor un hermoso retablo de estilo renaciente, con varios cuadros de pinturas e imágenes, que debería ser limpiado».
A lo largo de los sesenta y dos artículos mencionados se fija también en la toponimia. Jiménez de Gregorio escribió numerosos artículos sobre la toponimia de Madrid y de Toledo.
De este modo, se enfrenta tanto a la toponimia menor como a la mayor. Nos dice que «Alcuneza es un vocablo árabe, al-kanysa, transmitido por los mozárabes con el significado de ‘la iglesia’», aunque en Horna duda de si tiene el significado de ‘caverna’, o el de ‘horno’, desde el latín fornus. También se muestra dubitativo con Carabias, «que puede estar relacionada con la situación del pueblo, en una cuesta, llamada de Los Yesares, no olvidemos que Carabias tiene un prefijo cara-, vocablo liga[do] con el significado de piedra de CARAU. Está en la misma línea que Carabanchel, Carabaña, Caravaca, etc.».
Más sencilla es la explicación de Castejón, «con restos de castillos a los que debe su nombre», y de Bujalaro que, apoyándose en Pavón Maldonado, «quiere decir ‘torre del faro’».
En cuanto a Barbatona, sugiere una hipótesis curiosa: «Barbatona, según su prefijo, está en la misma línea que Barbarroya, Barbate, que tienen su origen en el término barba que puede referirse a guerreros bárbaros (esto es, visigodos), o a los ‘beréberes’, lo que supone un territorio antiguamente poblado por gentes visigodas o beréberes». Barbolla le recuerda al autor la Barbarroya toledana, nombre de origen visigodo o beréber.
De Jadraque nos dice que posee el sufijo de origen mozárabe en la línea de Trijueque, Jirueque…; de Baides, que deriva del vocablo árabe al-bayda, con el significado de ‘la blanca’; de Cubillas, que recuerda «una torre o defensa redonda»; de Bujalcayado, que procede del árabe con el significado de ‘torre’; y de Riba (de Santiuste), que viene del latín rippa, ‘riba’.
Respecto a la toponimia menor, encontramos Barranco de los Alcobanes, de Cendejas de Padrastro, que relaciona con el árabe ‘bóveda’; La Bragadera, de Atienza, con el latín braca, que alude a la ‘colaboración de los bueyes o mulas falsas’; Carramolinos, de Cubillas del Pinar, con referencia a ‘un camino o carrera hacia los molinos’, y El Salobral, del mismo lugar, al ‘agua amarga, salobre o no potable’. La Lastra seguntina, que deriva del greco-latino emplastrum, y el arroyo Valdeterna, de Sigüenza, que bien «pudiera relacionarse con ‘valle de las aguas termales’ o ‘valle con fuente termal’».
Selección de textos (a modo de antología seguntina)
Seguidamente comentaremos algunos artículos de Fernando Jiménez de Gregorio que se refieren a los pueblos del valle del Henares y, por tanto, se encuentran próximos a Sigüenza. Los trabajos que recogemos son quince, que abarcan fechas incluidas entre el mes de noviembre de 1991 y el de febrero de 1996, a veces sin continuidad cronológica.
Hemos seleccionado los siguientes:
1. «Hago la vía de Mandayona al lugar de Alcuneza, pasando por la ciudad de Sigüenza» (domingo, 13/10/1991, pág. 4).
Don Fernando sale de Mandayona donde pasa unos días, generalmente en verano (esporádicamente en otoño), y quiere visitar Alcuneza.
En esta ocasión viaja acompañado por Mercedes y Mariano, y el día, según dice, es desapacible, pero ello no empece para que nos describa el camino que sigue «cerros calizos blancos, a veces teñidos de rojo del óxido ferruginoso. En la altura, en la derecha, el límpido caserío de Mirabueno, que desafía, junto al cielo, el frío reinante».
Es raro que don Fernando no ofrezca en este punto una nota, aunque fuera breve, sobre el significado del topónimo Mirabueno. ¡Otra vez será!
Camino adelante se encuentran con una finca cuyo nombre dice ser mozárabe: el Cerrillar, hasta llegar a unos chaparros donde nacen unas afamadas aguas mineromedicinales.
Después, barrancones. En uno de ellos, al fondo, se encuentra La Cabrera, «una blanca pincela en medio del verdor obscuro de los cerrejones, y claro de los álamos».
Parece ser que a los viajeros les esperaba allí una suculenta manduca a base de truchas asalmonadas que fueron muertas «de un certero golpe de palo que les proporciona en la cabeza una mujer rústica, insensible al hecho que realiza, con la más absoluta independencia, como si estuviera haciendo punto, digo por caso».
Terminada la pitanza siguen el camino y, más adelante, «expuesta a todos los vientos, del pasado y del presente, se alza Sigüenza, castillo y catedral, torres y más torres», pero, al paso, el viajero pudo leer: «Mesón de Castilla, restaurante, asados, horno de leña», y eso otro de «Bien venido a la ciudad del Doncel», que le recuerda a don Fernando la figura del ilustrado canónigo don Gregorio Sánchez Doncel, autor del libro Sigüenza, la Ciudad del Doncel[3].
Luego habla del humilladero y exalta las cualidades del barrio de San Roque, que fuera mandado construir por aquel «obispo albañil» llamado don Juan Díaz de la Guerra (1777-1800) y prosiguen el camino a través de «olmos mutilados, secos. Cerros pelados redondos, desamparados». Es el camino de Alcuneza, que corre paralelo a la vía del ferrocarril Madrid-Barcelona. Pasan, eso sí, por la llamada Huerta del Obispo, en cuyo muro está la fuente y el escudo de aquel obispo ilustrado que fundara el pueblo de Jubera y que, en Gárgoles de Abajo, mandara hacer una fábrica de papel... El viejo va pensando y, de pronto, sin darse cuenta, se encuentra en Alcuneza, «pero aquí hago punto, para continuar en la inmediata crónica».
2. «La soledad de Alcuneza» (domingo, 20/10/1991, pág. 4).
Alcuneza, dice, se levanta sobre un cerro calizo, donde quizás pudo haber, en el pasado, un castro, cuyos habitantes utilizarían las cuevas naturales abiertas en el roquedo. Cerca está la ermita de la Soledad.
Al viajero no se le olvida su vocación toponimista y señala que Alcuneza es vocablo árabe, al-kanysa, transmitido por los mozárabes, que significa ‘la iglesia’ y que, según su ilustre paisano y compañero Basilio Pavón Maldonado, indicaría la existencia anterior de un templo paleocristiano o visigótico[4].
El viajero, llegado a este punto, se pone tristón y dice que con el título de la crónica que va escribiendo no se refiere a la advocación de la Virgen, ni a la novela de Salvador García de Pruneda[5], sino a la soledad que preside el lugar, casi desierto, solitario, cuyo caserío consiste en unas pocas «casas humildes, de mampuesto calizo, distribuidas sin regla de calles, son más bien mínimos barrios, núcleos más o menos separados», quizá huella o testimonio de su ya lejano poblamiento.
No falta la descripción de la iglesia de San Pedro en su Cátedra, que es de dos naves, y termina con cierto tono de tristeza: «¡Todo es vejez en Alcuneza!».
3. «Quien leyere sabrá las razones filosóficas de la Mujer de Horna y del posible significado de esta palabra» (domingo, 27/10/1991, pág. 4).
El viajero y sus acompañantes prosiguen camino. Van a Horna, «donde los olmos también se mueren, a pesar del clima sano y vitalista, a pesar de este vientecillo sano y catarroso, a pesar de su antigüedad venerable». Allí posaron celtíberos, romanos y visigodos, cuyo testimonio aún queda reflejado en la advocación de su Virgen: Nuestra Señora de Quintanares, cercana su ermita a donde «comienza su vida de río andarín y beneficial, el Henares, que abre su valle aprovechado por la carretera y la vía del tren, antes, desde luego, por la imprescindible calzada romana».
Vivían entonces en Horna quince personas «ni más, ni menos», y como Alcuneza, es —era— y sigue siendo un pueblo en ruina, «próximo a su liquidación y abandono», aunque su iglesia tenga aire de fortaleza y conserve su pósito o cilla datado en 1787. El viajero para junto al frontón «en donde nadie juega ya a la pelota» que preside la torre del reloj «como un ojo blanco, en donde no penetra la luz».
Dice don Fernando que Horna, furna, forna, tiene el significado de ‘caverna’ o ‘gruta en la roca’, pero que también pudiera tener relación con furnus, equivalente a ‘horno’. (Quienes esto escribimos creemos que significa ‘manadero de agua’, de ahí el nacimiento del Henares). Pero el viajero se extiende en el horno porque ya no se amasaba, ni se cocía pan, ¡y si no que lo diga la mujer de Horna, con la que se encontraron! La única y de edad difícilmente calculable.
Aquí, en el diálogo entre el viajero y la paisana, surgen algunos puntos «filosóficos» a considerar: el viajero, dado el clima reinante, le dice a su acompañante que vaya a buscar el coche y lo acerque hasta la torre del reloj, ante lo que la buena mujer, ni corta ni perezosa, dice, sin más:
«Me explico que a ustedes les haga duelo morirse, con el auto a la puerta, no tienen que dar una pisá y ahora llegan a su casa y tendrán la calefacción encendida y no pasan frío. A mí —continúa su plática— me da igual morirme que no, estoy sola y con frío».
Al buen Fernando y a sus acompañantes, esta forma de pensar les impresiona. Habría que vivir sus palabras en aquel ambiente desamparado. La soledad, siempre la soledad, de estos lugares, de estos pueblos medio muertos.
Pero el camino sigue hasta Mojares, donde no hay nadie; un barrio despoblado de Sigüenza, con su iglesia herméticamente cerrada y el buzón de Correos acribillado a perdigonadas...
4. «Por la villa de Castejón» (domingo, 10/11/1991, pág. 4).
Comenta el profesor Jiménez de Gregorio que la primera vez que visitó Matillas «hace algunos años... en pleno y frío invierno», le pareció un pueblo abandonado del oeste, pero que en verano ha cambiado de opinión al ver a sus gentes caminar por sus calles. Se trata de la nueva Matillas, hasta hace poco fabril, cuando la industria del cemento estaba en todo su apogeo... «Hoy queda la estación, el cultivo de los huertos y la caza». Y su población sigue disminuyendo.
Por su término pasaba la vía romana que desde Emerita Augusta conducía a Caesaraugusta, por lo que, recuerda, no es de extrañar que de cuando en cuando aparezcan restos romanos de finales del siglo iii y comienzos del siguiente.
Luego, desandando el camino llegan —va acompañado— a un desvío por el que entran en Castejón de Henares: «El angosto caminejo se adentra en el estrecho valle, entre los cerros de La Cabeza (1065 m) y Picos (1050 m) y así llegamos a un lugar en extremo pintoresco e interesante, en el que se localiza el variado caserío de la villa de Castejón, encaramado en una cota de 960 metros, uno de los pueblos de más altura de esta provincia alcarreña». Mediante una breve disquisición señala que Castejón tiene dos ubicaciones: de Arriba y de Abajo, y que su nombre alude a los restos de los castillos que aún permanecen y que su mayor importancia la alcanzó en tiempos del Cid, que estuvo en Castejón acompañado por Alvar-Fáñez de Minaya[6]. Después aparecerá citado con frecuencia durante el reinado de Alfonso VII que, en 1139, concedía los diezmos del lugar a la Iglesia seguntina.
Visitando la iglesia dice Fernández de Gregorio que les «estalló una tormenta de relámpagos, truenos y agua que nos obligó a refugiarnos bajo el arco de la portada del templo. En pocos segundos la barbacana quedó barrida por las aguas. Así que hubimos de suspender la visita...», que promete repetir en la primera ocasión. De regreso, contempla despaciosamente el rollo-picota indicativo de la jurisdicción de villazgo.
5. «Visito el Santuario de Barbatona. La antigua plaza de toros» (domingo, 02/02/1992, pág. 4).
«Desde Mandayona, con Mercedes y Mariano emprendemos este camino». Queda atrás el río Dulce y a la entrada a Sigüenza les da la bienvenida un aserradero de madera, naves industriales, talleres, que indican que no todo es historia en la ciudad obispal. Desde allí el camino a Barbatona es fácil. «Al fin, en una lastra como dice Madoz, o piedra, está el caserío y Santuario de la Virgen de la Salud». El contorno está sin urbanizar y hay casas bien construidas con piedra de arenisca roja. Sobre el conjunto está la antigua iglesia de San Andrés Apóstol. Sorprende —dice el profesor— que esta reducida aldea fuese ayuntamiento y que, por añadido, posea una plaza de toros construida en 1873 por un benefactor apellidado Gil. «En su interior se ve el redondel bordeado de varias filas de gradas... Hoy este interior es un erial, antes fue huerta».
Hay, dice, otras buenas construcciones, entre las que destaca la escuela que antaño fuera palacio episcopal, con escudo presidiendo su fachada, construida por el obispo Diez Santos Bullón y que, un buen día, ardió, con los niños dentro, a mediados del siglo actual, que entonces era el xx.
La Virgen de la Salud también tiene su leyenda piadosa, puesto que se apareció sobre un pino en el Altillo del Pino de la Virgen (no tendría este nombre entonces y le fue añadido por haberse aparecido, aunque esto no lo refiere Jiménez de Gregorio). Allí, por el siglo xii, se erigió una diminuta ermita en su honor y una iglesia de una nave que, después, en 1790, se convirtió en parroquia. Al viajero y a sus acompañantes les llamó la atención el número de exvotos y lápidas que cubrían materialmente sus muros: «Cuento hasta ciento noventa y cuatro lápidas hechas en mármol blanco», amén de otras pintadas.
El profesor finaliza su artículo con unas breves notas acerca del posible significado de la palabra Barbatona que, como queda dicho más arriba, tal vez proceda de barbar, que puede referirse a guerreros bárbaros, o sea, a los visigodos o a los beréberes.
6. «Los muchos siglos de la torre de Bujarrabal» (domingo, 16/02/1992, pág. 4).
El viajero sale de Estriégana «por el acostumbrado carreterín», caminando cerca de un curso de agua, mínimo, que se va ensanchando a medida que sus aguas pasan por Jodra del Pinar, Pelegrina, La Cabrera, Los Heros, Aragosa y Mandayona. Se trata del río Dulce que afluye al Henares y que, finalmente, «tributará al padre Tajo».
Hay anchurosos campos de girasoles en las cercanías de Bujarrabal, donde lo primero que se ve es la ermita de la Virgen de los Dolores, con su portada bífora, típica de estos pueblos serranos de la zona seguntina.
Hoy [por entonces: 1992] Bujarrabal tiene 30 habitantes y es un barrio de Sigüenza. Jiménez de Gregorio describe minuciosamente su iglesia parroquial, dedicada a Santa María, y se detiene con la curiosidad propia del investigador que lo caracteriza, en el altar de Santa Jocunda, patrona de la villa, advocación que solamente figura en dos ocasiones en el martirologio romano, y «que fueron martirizadas, una en la Campania y otra en la Emilia, ambas comarcas italianas».
Tampoco pasan desapercibidas dos pinturas votivas que se conservan en la sacristía. Una es del año 1681 y representa a una tal María de Pelegrina, con una nube en un ojo, sin posible curación, que se encomendó a Santa Jocunda, adoró su reliquia y «Dios fue servido de quedar sana».
La otra pintura recoge cómo Lorena, de Bujarrabal, fue milagrosamente curada por la intervención de la santa citada, cuya fiesta se celebra el 25 de noviembre, onomástica de la santa sacrificada en la Campania.
Metido en historia, dice el profesor Jiménez de Gregorio que Bujarrabal perteneció al ducado de Medinaceli y que, probablemente, en algún momento perteneció al rey aragonés Alfonso I el Batallador. De todos modos, siguiendo a Pavón Maldonado, piensa que se trata de un lugar de repoblación en torno a una torre musulmana, de la que aún se mantienen algunos restos y recibe su nombre[7].
Después de este gratificante recorrido, los viajeros continúan su ruta mientras «¡los chopos nos dan esbelta compañía en el camino!».
7. «De la iglesia y el jamón de Bujalaro» (domingo, 23/02/1992, pág. 4).
Este que comentamos quizá sea uno de los artículos más breves de los escritos por Jiménez de Gregorio acerca de los pueblos de la zona seguntina, y quizás se pudiera dividir en tres partes. La primera describe el paisaje: «El río Dulce se abre difícil camino entre los cerros calizos, agrestes...». A la izquierda de la carretera, antes de avistar Villaseca de Henares, en el arroyo del Val, «mi amigo, el maestro Ángel Monje, me indica el lugar donde hubo poblamiento hispanorromano, probablemente una villa del siglo iv»; algo más allá queda el abandonado caserío de Matillas Viejo —«del que ya me ocupé en una de mis anteriores crónicas»—. En un alto, a la derecha, Villaseca de Henares, con sus 92 almas y, algo más lejos, Matillas Nuevo, en una tierra de cereal y girasoles.
Viene una segunda parte, evocadora, centrada en un viejo recuerdo de hace años cuando el profesor y sus amigos Inocente Yuste y Mayor, amigo de ambos, entraron muy de mañana en Bujalaro, a la casa de unos parientes de Inocente, «quien imperioso y familiar, dijo a sus deudos: “Sácanos un poco de jamón”. Y, al efecto, dimos cuenta de él y de un buen vinillo que sació nuestras hambres y seces matutinas».
Desde entonces, dice Jiménez de Gregorio, siempre que paso por Bujalaro me acuerdo del bueno de Yuste «que fue durante muchos años eficacísimo jefe de la oficina del Instituto de Enseñanza Media Isabel la Católica de Madrid, en donde le conocí y amisté».
El tercer apartado es el correspondiente a las descripciones de los monumentos más destacados de la población, en este caso, de la iglesia, que, como en tantos otros suele ser minuciosa y detallista en grado sumo.
8. «La historia de Jadraque» (domingo, 01/03/1992, pág. 4).
Como tantos otros escritores, nuestro viajero no puede pasar de largo sin mencionar el castillo de Jadraque, que junto a otro cerro cercano definen el paisaje de la villa, «que viene a ser la capital de una subcomarca con pueblos que toman el apellido de su nombre», por lo que puede apreciarse cierta incipiente industria representada por el labrado de alabastro y mármol.
Las calles son más bien estrechas que anchas. Hay una que hace de eje principal que lleva por nombre el del general Mola, que atraviesa la plaza Mayor, donde está enclavado el ayuntamiento, con su reloj, y una fuente en la que las avispas no le dejaron leer el año de su construcción. En la misma calle, una placa señala la existencia del Casino, fundado el 12 de marzo de 1886. En otra placa se puede leer: «En esta casa vivió el intelectual y mecenas don Iván A(rias) de Saavedra, que compartió estos muros con Goya y Jovellanos 1737-1811» y, sobre ella, un escudo excesivamente cuartelado y recargado de muebles.
En una placita recoleta, antes de llegar a la iglesia, hay un busto del poeta José A. Ochaíta (1905-1973), original del escultor Navarro Santafé, similar a otro ubicado en la explanada delantera de la iglesia del Carmen de Guadalajara.
La iglesia es barroca y llama la atención que un viajero, tan cuidadoso en sus descripciones, no haga alusión a los interesantes zurbaranes que cuelgan de sus muros.
Después, como de paso, alude a cierta publicación —de 1984— en la que se sostiene que el actual Jadraque fue el antiguo Castejón de Abajo, conquistado por el Cid en una de sus algaradas6, cosa que parece confirmar la existencia de una ermita dedicada a Nuestra Señora de Castejón, obra al parecer del siglo xvii, mencionada por Madoz.
9. «El paso de Baides» (domingo, 08/03/1992, pág. 4).
Desde Mandayona, la carretera de Sigüenza es ascendente y una vez pasados la Dehesa y el Cerrillar, a mano izquierda, se abre el camino que conduce a Baides, paralelo a las vías del tren. Se trata de una carreterilla estrecha, plagada de curvas peligrosas, que discurre entre encinares y rastrojos. Es tierra colorada, buena para la caza. En Baides, sobre un altozano, se encuentra la iglesia de Santa María Magdalena, edificada entre los siglos xvi y xvii y que «por mor de que está cerrada y no encontramos quien tenga la llave, nos quedamos sin ver su interior». En realidad se trata de una obra románica de gran interés.
El palacio del xix, pintado de color rosa, cercado y con jardín, coquetuelo y atractivo, pertenece a los condes de Salvatierra, últimos señores de la villa.
Cerca de la estación del ferrocarril hay casas de dos pisos. Bajo el puente discurren las aguas del Henares, que poco más abajo recibe las del Salado, cuyo nombre le viene tras atravesar las salinas de Imón y la Olmeda.
Hay un hermoso paseo dedicado al escritor Ángel María de Lera, que nació en Baides el 7 de mayo de 1912 y que fue autor, entre otras muchas obras, de Los clarines del miedo y Las últimas banderas (Premio Planeta, 1967). Entre sus más de veinte obras, cuya temática generalmente se refiere a la pasada guerra civil (1936-1939), se encuentra una buena biografía del activista anarco-sindicalista Ángel Pestaña (1977). Lera falleció en Madrid el 23 de julio de 1984.
Señala Jiménez de Gregorio que Baides es estación férrea en la línea Madrid-Barcelona y su «edificio está limpio, recién pintado». El viajero comenta a sus acompañantes Mercedes y Mariano que «prefería ver aquellas antañonas máquinas de vapor, humosas, ruidosas, espectaculares en su fortaleza, solemnes en su andar, con aquellos pitidos singulares, prolongados, severos. ¡Máquinas de vapor, yo os dedico un recuerdo entre nostálgico y cariñoso, sois las locomotoras de mis años infantiles, de mi inolvidable juventud!».
Baides está rodeado de montes y barrancos, de caliza blanca de la que, tal vez, reciba su nombre: al-bayda, ‘la blanca’. En un cerro, sobre el pueblo, quedan restos de un castillo de cien metros en cuadro, de origen musulmán, reutilizado por los reconquistadores castellanos que quizá guardara el paso que se menciona en 1293[8].
Baides debió de tener una pequeña judería, puesto que los judíos de la villa figuran como contribuyentes en Sigüenza, Cifuentes y Aldeaseca durante el siglo xv.
10. «De Palazuelos a Carabias» (domingo, 29/03/1992, pág. 4).
El viajero se encuentra nuevamente ante una ermita con dos puertas gemelas, arcadas y doveladas, cuya advocación es la de la Virgen de los Dolores; una de esas ermitas tan frecuentes en estas tierras. A la que aquí, en Palazuelos, llaman de la Soledad, aunque en esta ocasión le acompañe un Cristo yacente.
Carabias, que se alza sobre un cerrete, queda un poco más arriba, donde termina la carretera. A la entrada, a la izquierda, hay una fuente con frontón neoclásico con dos caños, donde una mujer hace la colada. Sin embargo, el pueblo carece de agua corriente.
La vena toponimista del profesor Jiménez de Gregorio surge al indicar al lector que el nombre de Carabias bien pudiera estar relacionado con su situación geográfica en una cuesta, la de los Yesares, dado que el prefijo cara- conlleva el significado de ‘piedra’, al igual que sucede con otros nombres como Carabanchel, Carabaña o Caravaca.
«Carabias parece un pueblo abandonado, en ruinas, con calles terrizas; a mi gusto le salva el hermoso atrio románico que está en lento proceso de restauración», que no duda en comparar con el atrio de la iglesia de Sauca, este más decorado.
Los viajeros desandan su camino dejando a la derecha la villa de Palazuelos y «cruzando el río del Vadillo y el arroyo de Valderas (hidrónimos que vienen a significar lo mismo), llegamos a Ures», lugares todos de largos y extremados inviernos y cortos y frescos veranos.
En Ures hay una fuente de dos caños que manan sin parar, cuyas aguas proceden del valle Bayo: «Bebo en estas frescas y limpias aguas». Fuera del caserío hay otra fuente llamada de la Calderona.
El silencio rural de Ures se rompe con la llegada de un colchonero: «¡Ha llegado el camión de los colchones!».
Hay chopos por todas las partes.
11. «Sigo en Guijosa y paso a Cubillas del Pinar» (domingo, 29/11/1992, pág. 4).
«La iglesia no puedo verla en su interior, pretexto: que la llave la tiene el cura que reside en Sigüenza. ¿Por qué esta prevención y falta de solidaridad? Buscamos al alcalde pero su casa está cerrada». Como al viajero no le es posible entrar, no puede comprobar que su estilo interior sea el románico, pero se conforma al ver ciertas casas con arcos de medio punto, de una o dos plantas, que sugieren un pasado feudal.
«Hay casas cerradas, calles sin un alma, ni siquiera algún perro vagabundo», solo la casa del médico parece abierta. El bar también está cerrado y, lo que fuera el ayuntamiento, en ruinas. Allí estuvo la escuela, a la que en 1849 asistían 10 niños, cuando el pueblo tenía 122 almas.
Sigue diciendo que la parte alta del caserío está despoblada y sus viviendas en ruina, que es un caserío en cuesta y, para mayor desgracia, como signo de mal agüero, cuando el viajero va a entrar al coche, se engancha en una zarza «testigo de este abandono».
Luego sigue el viaje por una estrecha carreterilla que conduce a Cubillas del Pinar: «Pienso con horror si viniese un coche en dirección opuesta a la que llevamos».
Cubillas se encuentra en un alto, en un ‘viso’ (como se dice en las tierras toledanas del viajero) y su nombre recuerda una ‘torre o defensa redonda’. En su término hay varias fuentes de sonoros nombres: del Salobral, de Navajera, del Mocho... y un paraje, al norte, que recibe el nombre de Carramolinos, o sea: ‘camino o carrera de los molinos’.
Cubillas, que perteneció a la tierra de Medinaceli, cuenta «hoy» con cinco matrimonios que habitan las cinco únicas casas abiertas, o sea: diez personas.
El viajero y sus acompañantes hablan con el cartero, que les pone en relación con Valentina Millán Antón, mujer del pedáneo, quien les franquea la puerta de la iglesia del lugar; una iglesita de pequeñas proporciones, de esas denominadas del románico rural, posiblemente del siglo xii y que carece de luz eléctrica, lo que dificulta la visión del retablo principal: «¡Qué abandono!».
El regreso lo hacen en un vertiginoso descenso y, ya cerca de Sigüenza, una cruz les recuerda el asesinato del P. José María Ruiz Cano, el 27 de agosto de 1936, siendo profesor del colegio de Sigüenza.
Hoy, «¡en su entorno hay un muladar con múltiples restos óseos!».
12. «Otra vez en Palazuelos» (domingo, 06/11/1994, pág. 4).
Nuestro autor se duele al comienzo del presente artículo de no haber podido ver el interior de la iglesia de Palazuelos en su anterior viaje. Hoy se acompaña de Lorenzo quien, al referirse a la insignificancia de los pueblos de la zona, le cuenta ese conocido dictado tópico que dice: «Pozancos, Ures y Matas, lugares de cuatro vecinos. El cura guarda los bueyes y el sacristán los cochinos».
Una vez en la villa murada, «la pequeña Ávila de Guadalajara», el viajero observa cómo muchas casas del pueblo están construidas con piedras arrancadas de la muralla. El castillo, piensa también el viajero, debería reconstruirse y conservarse. Desde él se ve «un estupendo paisaje de variado cromatismo»: el río Vadillo, afluente del Salado y, a lo lejos, en la altura, los breves caseríos de Ures y Pozancos.
Muchas casas se hicieron sobre las murallas, que se conservan en buen estado y rodean la villa en su totalidad; en los dinteles de algunas aparecen fechas variadas: 1741, 1856, 1869, 1919 y otras conservan antiguos esgrafiados. Las callejas son angostas.
En un letrero —no podía faltar el detalle mínimo— podía leerse: «Se vende miel de mi cosecha».
El viajero, en la plaza, se encuentra con uno de esos espontáneos lugareños «que surgen siempre por doquier», quien le explica que en esa misma plaza, la plazuela de la Fuente, se rodó la película titulada Réquiem por Granada[9]. Se trata de la plaza de Calvo Sotelo, donde antiguamente estaba el reloj de agua que servía para contar las horas de riego a que cada hortelano tenía derecho.
Y, por fin, ¡milagro! Nuestro viajero puede ver la iglesia detalladamente, gracias a las gestiones de la señorita María del Carmen Juberías Pérez (suponemos que la maestra), que después invita a los visitantes a su casa, donde les lee algunas de sus composiciones poéticas, unas dedicadas a Palazuelos y otras, algunas inéditas, a la Virgen y al mes de mayo[10].
13. «En el entorno de Sigüenza» (domingo, 19/02/1995, pág. 4).
El viajero declara que siempre que puede sale de Mandayona, donde reside, y se acerca a Sigüenza, «ciudad que me atrae por los consabidos motivos geográfico-históricos». No hace más que llegar y recuerda al lector la crónica del viajero al-Himiyari, que cita frecuentemente Levi Provençal, en la que figura con el nombre de Sigunza, que era una de las veinte villas que integraban al-Ándalus.
El viajero, escribe, está sentado en la barbacana que rodea el frontal catedralicio. La mañana es alegre y luminosa, tanto que en cuanto el sol llega a su asiento la estancia se hace incómoda y es preferible trasladarse a la plaza Mayor, donde antaño se alancearon toros y hoy se aparcan coches, y donde todavía está presente la huella del cardenal González de Mendoza. Las casas consistoriales ocupan uno de los lados.
El viajero y sus acompañantes salen por la puerta del Toril y se asoman al arroyo del Vado o del Vadillo, que está seco y aparece cubierto de hierba. Se trata de un arroyo que nace en los altos de la Lastra (1175 m), cercanos al vértice del Morretón (1200 m), que equivale a decir ‘ocico’ o ‘jetón’.
Al Vadillo, se recrea el viajero, le llegan por la derecha diferentes barranqueras, cargadas de agua cuando las lluvias son copiosas: Valdelobo, Obscuro, Peñasjuntas, Lueio, Barranegra, del Pino... que luego desagua en el Henares.
Pero el arroyo que bordea Sigüenza es el de Valdeterma, que quizás signifique ‘valle de aguas termales’.
Poco después, el viajero está —lo dice— sobre el puente del Vadillo, en cuya barbacana se apoya para escribir estas notas; allí se pueden ver todavía los estribos de un puente más antiguo. Suenan las once de la mañana en el reloj de la catedral. Luego regresa a la plaza Mayor donde, frente a la fachada sur de la catedral, una fuente con cabezas semejantes a máscaras de bronce deja manar unos hermosos y saltarines chorros de agua fresca. Y sobre ellas, sobre las cabezas, el escudo de la ciudad. «Los niños y los viejos apagan su sed en ella».
Al poco, paseando despacio, recreándose en todo, visita las Ursulinas, y recorre la Alameda y el barrio de San Roque que mandara construir el obispo «albañil» Díaz de la Guerra a finales del siglo xviii, en plena Ilustración...
14. «El cronista muestra su admiración por la ciudad de Sigüenza y se alarga a la villa de La Riba de Santiuste» (domingo, 21/01/1996, pág. 4).
«Sin prisa, con el calor encima y el sol picándonos, salimos Mariano Martín y este cronista hacia la encastillada villa de La Riba de Santiuste, por el camino que va a Sigüenza».
Sigüenza siempre ha sorprendido al viajero, al amanecer, con el sol en su cenit, a la hora solemne y misteriosa, sosegada, del atardecer. Las torres cuadradas del castillo vigilan el «proteico caserío» seguntino, al igual que las torres y veletas de las iglesias y conventos elevan sus verticales siluetas sobre el caserío horizontal y plano...
Los dos amigos ascienden hacia Palazuelos por la carretera de Soria. «¡Secadales!». A un lado y a otro de la recta carreteril quedan Pozancos, Riotovi del Valle de Sigüenza, Bujalcayado, chopos por el camino y, a la izquierda, Imón, de cuyas salinas se abastecieron tantos pueblos de Castilla.
Poco más arriba está La Riba de Santiuste, en el valle del Salado, sobre un paisaje lunar con estratos de arenisca roja y gris. La Riba, su castillo, fue junto con Atienza y Sigüenza uno de los tres formidables castillos tomados al asalto por Alfonso VI. Antes de ser castillo debió de existir alguna construcción celtíbera. Hay que cruzar un puente para ascender al castillo roquero. Alrededor, charcas salinas y verdosas de ovas y sal, pues allí se encuentran las salinas de la Victoria.
El contorno del pueblo es variado y pintoresco. «A partir de los ríos Salado y Querencia, está la Sierra de la Pila, la Sierra II, La Serrezuela, La Majada Blanca (que es la mayor altura del término), la Horca... y el caserío de Querencia, además de multitud de corralizas para el ganado esparcidas por el terreno; una de ellas se conoce como Elegío, o sea, El Ejido».
Hoy, La Riba es una pedanía de Sigüenza que tiene ocho habitantes en invierno y unos cien en verano. Una placita se llama de la Picota, porque en la antigüedad hubo allí un rollo del que actualmente no queda más que el topónimo y el recuerdo de un lugareño que dice que la llegó a ver de pequeño y que «era un fuste sin capitel, sobre un basamento de cuatro gradas».
Las campanas tocaban a muerto y el viajero aprovechó la ocasión para visitar el interior del templo parroquial de San Fortunato, que describe con detalle.
Y, finalmente, este otro artículo, tranquilo, sosegado, en el que el profesor Jiménez de Gregorio, tal vez algo cansado, escribe sobre los caminos de Mandayona, con cierta tristeza.
15. «Los paseos por Mandayona» (domingo, 04/02/1996, pág. 4).
El viajero sale a la terraza de su casa y una alta barrera de árboles, chopos cimbreantes, le impide ver los cerros calizos de los alrededores, cerros rematados por lisas coberteras que cobijan cuevas. Al fondo se adivina un hilillo de agua que es río Dulce, ahora no es posible verlo porque una abundante vegetación de mimbreras, zarzas, matorral y broza lo impide. Dicen que la culpa de esta colmatación es de la Confederación Hidrográfica del Tajo.
Pero, bueno: «Salir a la terraza, en donde discurren, plácidamente, los días estivales, es como vivir en plena naturaleza. ¡El milagro del agua!».
El viajero piensa que «quien mueve las piernas, mueve el corazón» y muy de mañana, garrota en ristre y sombrero a la cabeza, camina, observa y deduce. Unas veces sigue el camino de las Viñas, en buena parte abandonadas; otras veces toma los caminillos de la Vega, donde las tablas, bien regadas, ofrecen pepinos, calabacines, pimientos, tomates, algún que otro melón y judías verdes al hortelano. «Es —dice con cierta nostalgia propia de la edad— un placer, en esta España Seca escuchar el optimista rumor del agua, serpenteando por el yerbazal».
Otras veces el camino que sigue es el de la Veredilla, estrechado por los chopos, donde le salen al encuentro miles de mariposas de variados colores. Hay también unas zarzas plagadas de moras que hacen las delicias de su nieto Miguel Ángel. La senda es estrecha y el silencio apenas si se rompe con el aleteo de tanta mariposa, de modo que Jiménez de Gregorio rebautiza el caminillo con otros nombres: «vereda de las mariposas» o el más agreste de «senda de las zarzamoras».
También habla de un camino ancho que deja a su izquierda una antigua fábrica de papel y a la derecha un molino harinero y un horno que, según Ángel Monje, amigo del viejo profesor, es romano. En esto piensa el viajero que el origen de Mandayona debió de ser celta, dado que se encuentra entre dos barrancos: el de San Pedro y el de la Iglesia, que van a dar al río Dulce. Además, en la zona del Castillejo se ven numerosas bodegas excavadas en la roca.
Finaliza el buen cronista diciendo: «Con el diario y algún libro de lectura reservada para el verano, busco la continuación del sosiego en ese banco ya familiar, en la barbacana de la iglesia, allí descanso y leo; en esta placentera tarea me sorprenden don Gregorio, don Pedro y, a veces, don Juan Antonio, con ellos hablo».
«Así paso mis vacaciones, ni envidioso ni envidiado...».
NOTAS
[1] Los artículos señalados con asterisco (*) han sido los utilizados para la redacción de la presente comunicación.
[2] JIMÉNEZ DE GREGORIO, Fernando, Anales Fernandinos (1989-2009), Madrid, Instituto de Estudios Históricos del Sur de Madrid «Jiménez de Gregorio», 2011, 269 págs.
[3] SÁNCHEZ DONCEL, Gregorio, Sigüenza, la Ciudad del Doncel, Zaragoza, 1969, 24 págs.
[4] PAVÓN MALDONADO, Basilio, Guadalajara medieval. Arte y arqueología árabe y mudéjar, Madrid, CSIC, Instituto «Miguel Asín», 1984, pág. 150.
[5] GARCÍA DE PRUNEDA, Salvador, La soledad de Alcuneza, Madrid, Eds. Cid, 1962.
[6] Creemos que se trata de la misma obra de PAVÓN MALDONADO citada en la nota 4. Op. cit., Castejón, en págs. 81-82, y Jadraque, en págs. 83-90. La misma duda en PÉREZ ARRIBAS, Andrés, «Historia de Jadraque y su tierra», Guadalajara, Aache (colección Tierra de Guadalajara, 22), 1999, págs. 100-101.
[7] PAVÓN MALDONADO, op. cit., Bujarrabal en págs. 151-152.
[8]Ibidem, Baides en págs. 73-78.
[9]Réquiem por Granada (1990) fue una serie para televisión coproducida por España e Italia (TV-RAI), ASPA, Midega Films y Taurus, que constaba de ocho episodios en los que Boabdil cuenta su vida, desde su infancia hasta la pérdida de Granada. Fue dirigida por Vicente Escrivá, a quien también se le debe el guion, realizado en colaboración con Manolo Matji.
[10] Doña M.ª del Carmen Juberías Pérez, con 90 años de edad, participó activamente en la celebración de la Fiesta del Boto de Palazuelos del año 2013.