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Introducción
En el presente trabajo recogemos una serie de testimonios actuales sobre algunas creencias y supersticiones aún vivas dentro de la tradición canaria. A medio camino entre la leyenda y la realidad, tenemos la figura del guirre, ave agorera. Asimismo, recogemos una serie de testimonios, refranes y prácticas relacionadas con la predicción meteorológica.
Las islas Canarias son una zona de encrucijada y ello se refleja en sus tradiciones, supersticiones y creencias. El mundo anglosajón ha estado presente en las islas desde el siglo xviii y ha dejado su huella en ellas. Por su parte, la emigración canaria también fue muy frecuente durante siglos hacia América: Venezuela, Cuba, Argentina... Los canarios que regresaban, conocidos como los indianos, traían consigo las costumbres y supersticiones de esos países que los habían cobijado.
Por otro lado muchos de los santiguaos que hemos recogido son de origen campesino. El mundo de la labranza ha ido desapareciendo en Canarias; la ciudad y el turismo, potenciado por sus famosos carnavales, han ido absorbiendo la tradición rural y marinera, pero todavía queda gente, como nuestros entrevistados, que mantienen vivas en la memoria las costumbres del campo.
Las islas Canarias más próximas a la costa africana conservan una gran diversidad cultural y etnolingüística, que hemos querido reflejar en este trabajo de campo. Las entrevistas han sido realizadas sobre todo en la isla de Gran Canaria, tanto en su capital, como en alguno de sus pueblos.
Rezos y santiguaos
Eran fórmulas contra el mal de ojo. Como suele ser habitual en estos casos, se seguía un determinado ritual junto al recitado.
Así, María Molina Molina[1] nos habló en primer lugar de esta antigua práctica y de una oración que decía su padre:
S. Pedro y S. Pablo de Roma venían, S. Pedro a S. Pablo le preguntaría:
Que «el fuego salvaje» con qué curaría, con unto de pila y teja molida.
¡Fuego salvaje, yo te excomulgo!
¡Vete a lo más hondo de mar donde no crezcas, ni permanezcas, ni a madre más le hagas mal!
Más tarde nos explicó su aplicación y origen, ya que su padre le contaba a María que...
«... siendo él pequeño le salió como un herpes en la boca... como llamaban antes..., una hoguera grande junto a la boca y entonces la gente lo llamaba fuego salvaje[2].
»Y entonces los padres, a la vista de que no se le curaba —vivían pallá— sabían de una sanadora que vino, le dijeron... Y entonces él cogió una untura que tenía su razón de ser porque de las pilas[3] de destilar agua, el moho que tienen por fuera y el moho que cogían las tejas que ese moho verde tiene penicilina. Y entonces hacía una untura y lo untó allí en aquello [se entiende que sobre el labio]. Y después cogió dos pedernales, dos piedras de pedernal, que las frotas y salen chispas y le hizo la oración.
»Primero le untó la untura del moho; después le dio la oración y después cogió dos piedras de pedernal y le echó unas chispas por encima de aquello, que la razón de las chispas no la sé. Pero que el unto de la pila y la teja molida, creo que era mezclado, que eso tiene penicilina. Y dice mi padre que le curó, claro, un curandero de los montes. Y esa oración dice mi padre que nunca la olvidó».
Los santiguaos, que también reciben el nombre de rezaos, son «oraciones, recitados y signos, que se hacen sobre una persona o animal para echarle fuera el malhecho o maleficio» (Guerra, 1983: 263).
Añade este investigador de la cultura popular canaria que los santiguados están aún muy presentes en los medios rurales y populares, y así es, porque nosotros hemos podido recoger algunos de ellos en nuestras entrevistas a distintas personas en Gran Canaria.
Milagrosa Monzón ha creado un personaje, Pinito la de Tejeda, campesina canaria, a través del cual nos transmite el rezado al «pomo desarretado».
«El pomo —nos explica Milagrosa— se le llama a la zona por encima del ombligo y donde se forma una pelota, por los nervios, por un susto y duele. Se decía entonces que la persona tenía “el pomo desarretado”; para las mujeres se usaba “la madre”.
»Entonces Pinito tendía a la persona que estaba mala en una cama y cogía un vaso de ron caliente y le pasaba el vaso, dándole vueltas por donde estaba el pomo (la madre) y decía:
Pomo de Pepe, yo te llamo de la cabeza, de los brazos, de los pies, de todos los miembros que el cuerpo tiene, donde la Virgen alumbró siempre la gracia se “jalló” (se encontró), y la Virgen que fue Virgen antes del parto, en el parto y después del parto.
Jesucristo nació en Belén,
salga el mal y entre el bien.
El mal todo pa’l fondo de la mar,
y el bien para Pepe.
»Y mientras va haciendo todo eso, va dando vueltas con el vasito y bajando “pa que esa cosa que tienes encima del ombligo vaya a su ser (a su sitio)”. Después de acabar el rezado cogía el vaso y se lo echaba patrás y se lo bebía».
Teresa Santana nos dijo primero un rezado para encontrar una cosa que se ha perdido.
«Se coge un pañuelo y se le hacen cuatro nudos y se dice:
San Cucufato, san Cucufato,
[los timbales te ato,]
si no me lo devuelves,
no te los desato.
»Los nudos significan que le amarra los timbales (los testículos) al hombre. Se deja el paño allí y se va fuera, y suele aparecer lo que se ha perdido».
Igualmente, Teresa Santana nos contó un santiguado para quitar el mal de ojo:
Yo te santiguo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (hace una cruz con la mano derecha en el aire), que te corto, Pepa (nombre de la persona), el mal de ojo, susto o disgusto, pero no te lo corto con cuchillo, ni con hierro amartillado, sino con la palabra de Dios y el Espíritu Santo.
«Hace la cruz en la espalda de la persona y sigue:
Señor mío Jesucristo, treinta y tres años por el mundo anduviste, muchas enfermedades curaste, muchos males disipaste, a nuestro padre Lázaro resucitaste, así como esto es verdad, te doy las gracias por el bien de quitar el mal a esta criatura. Ni a mí, ni a nadie le hagas mal, Jesús, Jesús, amén.
Si te entró por la cabeza, santa Teresa.
Si te entró por la frente, san Vicente.
Si te entró por la nariz, san Luis.
Si te entró por la boca, santa Mónica.
Si por la garganta, san Gregorio.
Si por la barriga, la Virgen María.
Si por el pie, san Andrés.
Y por el cuerpo entero, Jesús verdadero, amén.
Este rezo y los siguientes padrenuestros se los ofrezco a Jesús Sacramentado, así como Jesús entró en Belén, en el cuerpo de Pepa entre el bien, y la salud, y salga el susto, disgusto o mal de ojo, si esto no fue suficiente bastará la palabra de Dios, que es grande, Jesús, Jesús, Jesús, amén.
»Se rezan tres padrenuestros y se repite el proceso tres veces».
Heriberto Rodríguez Arencibia nos proporciona este otro ejemplo:
Santiguao del mal de ojo
Criatura de Dios, yo te santiguo
con el único gozo de ángel y la misa de Navidad,
en el río Jordán.
San Juan bautizó a Cristo y Cristo bautizó a san Juan.
Juan, ¿quién está bautizado mejor, tú o yo?
Yo, Señor, estoy mejor bautizado
con tu divina mano poderosa,
así como estas palabras
son santas y verdaderas,
se te quite este mal de ojo
y todo mal que su cuerpo tenga,
lo tire en el fondo del mar
donde no crezca ni permanezca
ni en tiempo ninguno le haga mal.
(Rezar tres salves y tres credos.)
Teresa S. nos dice que a los niños se les ponía un trozo de tela roja pegado a la ropa para desviar el mal de ojo hacia lo rojo, y así no se les trasmitía el mal de ojo al resto del cuerpo.
Los niños recién nacidos también eran objeto de prácticas rituales que mezclaban la religión con la superstición.
Explica Francisca Rivero, vecina de Vegeta:
«Antiguamente, hasta que no bautizaban a los recién nacidos no apagaban la luz, sea una vela, o la luz eléctrica. Tenían miedo a los fantasmas, [a] que viniera el mal. Los bautizaban a los tres días. Claro, antes se bautizaba al niño según nacía. Decían que si después le pasaba algo al niño sin bautizar..., ni salían a la calle..., pa[ra] ningún sitio. No los bautizaban si no les hacían antes el rezado ese... ¿cómo se llama?, santiguado, como decían que se reventaba [el niño] si tenía mal de ojo. Primero lo santiguaban y después lo bautizaban por si tenía el mal de ojo. Creencias antiguas...».
O este otro testimonio de Teresa Quevedo:
«Mi hijo, el que se santiguó, fue el más viejo, le hicieron un rezado desde que nació o al día siguiente. Bautizaban a los quince días. Antes, si los dejaban, estaban santiguando al niño un día sí y otro no, para que no le diera mal de ojo. Mi madre tenía miedo y una vecina hacía el santiguado. Los otros como no vivían con mi madre no se lo hicieron. Antes había muchas supersticiones».
Algo de superstición había y queda en la práctica de tirar a un tejado el primer diente de leche que se perdía:
Dientito, dientito, que me salga otro más bonito (Francisca Rivero).
O esta variante también muy conocida recogida por Concepción (1996: 63):
Tejadito, tejadito, ahí te va un dientito pa que me salga otro más bonito.
Francisca Rivero nos cuenta además que su abuela, para quitar la disípela (así se le llamaba a la erisipela en Canarias), cogía unas hojas de naranjo amargo y las iba pasando por donde la persona tenía la rojez, por la mano, por la pierna, o por donde fuera y le hacía la señal de la cruz y decía:
Eres rosa dolorosa que chupa y mata cristianos, te corto y te tiro, donde el perro no ladre, ni el gallo le cante (quería decir que se fuera lejos).
La noche de San Juan era la propicia para curar a los herniados, según el testimonio recogido de Heriberto Rodríguez:
«La noche de San Juan sobre las cinco de la mañana, antes de que sea [fuera] de día, íbamos a la mimbrera con un niño que está[ba] rendido, con la tripa fuera, íbamos mis abuelos. El niño estaba herniado y había que pasarlo por la mimbrera la noche de San Juan antes del día. Llevaban al niño uno que se llame Juan y una que se llama María y entonces se formaba un arco con la mimbrera. Se pasaban el niño del uno al otro tres veces y decían:
¡Oh cha María, aquí te entrego estas carnes rotas pa que me las entregues cosías!
»Y le pasaba a la mujer el niño por el medio del arco de la mimbrera.
»Y ella contestaba:
¡Oh cho Juan...!
»Se pasa tres veces al niño por en medio de la mimbrera diciendo eso. Cuando se termina se lleva el niño pa la casa.
»El gajo de la mimbrera no se ha partido del todo y se vuelve a enterrar en la tierra. Y cuando el gajo esté pegando en la tierra se están pegando las carnes del niño, pero si la mimbrera se secaba el niño no se curaba. Había que ir a regar el mato todos los días para que el niño se curara.
»Nosotros, mi mujer y yo, trajimos aquí este rezo. Ya no se hace tanto»[4].
En la misma noche de San Juan, noche propicia para conocer el devenir de los amores, Marcos Molina nos ilustra sobre algunas prácticas relativas al hecho:
«Se rompía un huevo, se metía en un vaso debajo de la cama y luego según la forma que tuviera por la mañana pues era una persona afortunada en amores o no. El huevo roto se interpretaba como leer la palma de la mano, según la forma. Ir a la orilla del mar, bañarte desnudo. Hacer un rezado y tirar cuatro piedras patrás. Pedir las gracias de conseguir una chica. Las noches de San Juan se hacían muchos corros, yo me acuerdo cuando empezaba a enamorar, siete u ocho años “mirando pal cañiz”». Hacíamos asaderos con piñas y luego saltar por arriba de las brasas para que las chicas te miraran. La clara del huevo la interpretabas tú mismo o había personas entendidas».
También se conoce, según el testimonio de Norberto Guerra, de Tejeda, la figura del estragador:
«En La Culata vivía Cho Juan Jesú, y cuando las personas se ponían malas del estómago lo llamaban y les restregaba con aceite por el estómago».
Tradiciones, fiestas y rogativas
Algunas de las fiestas tradicionales conservan todavía ese carácter supersticioso anejo a los buenos augurios, así como la práctica de invocar a los santos para que el tiempo, sobre todo las lluvias, lleguen en el momento propicio.
Así, María Molina nos habló de las rogativas que se hacían en distintas ocasiones:
«En Agaete[5] hay la fiesta de la Rama, reminiscencia de una fiesta canaria. Se cogían ramas del campo y las azotaban en el agua del mar. Creo que esta fiesta primitiva era para pedir la lluvia».
En el curso de la entrevista con esta informante, hablamos bastante sobre las plagas de langosta que arrasaban el campo —me pareció curioso pues yo también lo había vivido[6]— hoy desparecidas, pero entonces: eran del tamaño de un dedo y se veían nubes de ellas; para ahuyentarlas, se hacía humo y ruido con latas. Demos la palabra, no obstante, a María para que nos cuente sus recuerdos:
«En Guía (otro pueblo de Gran Canaria) en una época que vino la langosta hicieron promesa a la Virgen [para] que se llevara la langosta. Y la langosta se fue y entonces le regalaron a la Virgen una langosta de oro y todos los años cogían ramas y le bailaban a la Virgen con las ramas. Y al Niño le ponían en un dedo la langosta de oro. Es el día de la Virgen de la Rama de Guía, que es el segundo domingo de septiembre».
Todavía se conservan en Canarias algunas fiestas que se remontan a la época de los aborígenes. Así sucede con la fiesta del Charco en La Aldea.
«A la desembocadura de un barranco se formaba un gran charco cuando bajaba la mar y se le llamaba la mar ciega (mar muerta). Los aborígenes canarios pescaban allí los peces después de haberles echado la savia de los cardones y la tabaiba (plantas autóctonas de Canarias), es decir los narcotizaban y luego los cogían (Teresa Santana)».
Esta tradición se rescató y se convirtió en una fiesta que tiene lugar el 15 de septiembre.
En Valsequillo se celebra «la fiesta del perro maldito».
«El perro maldito viene a ser el perro que el arcángel san Miguel tiene atado y que es en realidad el demonio. La víspera de San Miguel, a finales de septiembre, el demonio se soltaba o [lo] soltaban. Esa noche las mujeres y los niños estaban muy asustados y se quedaban en casa. Los hombres salían y se disfrazaban de perro, de lobo, iban a la caza del perro (Teresa Santana)».
Otra fiesta que se remonta a tiempos lejanos es «la fiesta del agua» en el Cotillo (Fuerteventura), se celebra el 16 de agosto, según nos cuenta Milagrosa Monzón:
«Al entrar la marea se forma en el litoral del Cotillo un lago donde se ha puesto una red, y cuando baja la marea se quedan los peces atrapados en la red. Los chicos jóvenes del pueblo vienen a tirar de la red y cogen el pescado, mientras otros van a coger mariscos. Reparten el pescado entre la gente del pueblo, y el que sobra lo dejan para la fiesta.
»Todos en la playa se ponen a jarear el pescado y por la noche colocan parrillas grandes para asar el pescado fresquito. El vino lo ponen en la orilla y si vas a por vino te echan al agua. Las mujeres se ponen en los balcones y en la azoteas de las casas con baldes (cubos) de agua y cuando alguien se acerca se lo tiran».
Los llamados ranchos de ánimas representan en las islas el culto a la muerte. Son grupos de hombres que van de puerta en puerta en el Día de Difuntos, y pasan por las casas con el ánimo de recaudar fondos para las almas de los muertos que penan en el purgatorio. Entonan poemas populares acompañados de una música muy antigua y con letras alusivas a la muerte. Es una tradición católica basada en el concepto postmorten, en la comunión de los santos y en el purgatorio.
Una costumbre canaria que se ha perdido y que a Teresa S. se la contó su tía, Reyes Díaz de 81 años, es la del «zorrocloco»:
«Cuando la mujer estaba pariendo, el hombre decía que sufría al ver sufrir a su mujer, y se metía en la cama y le llamaban el zorrocloco. La persona que atendía a la mujer le daba calditos. Se le llamaba así porque estaba zorrito y clueco como una gallina clueca».
Respecto a las rogativas, contamos también con el testimonio de Heriberto Rodríguez, que las escenificó en el teatro Pérez Galdós de Las Palmas, dentro del Proyecto Comunicativo de La Aldea de San Nicolás:
Niño chiquito que es tan fervoroso,
que nos mande agua para regar nosotros,
y si no la manda no nos hace bien,
porque el millo y el trigo se lo va a perder.
¡Pero mira, mira que está lloviendo!
Miren si está lloviendo.
Miren si no fue bueno,
miren si nos oyó,
que nos está mandando,
el agua con todo fervor.
«Es antiguo, pero nadie, nadie de los que están aquí en el grupo lo sabía. A mí me lo enseñó mi abuela hace ya 50 años... Mi abuela vivía en el Chorrillo de Tejeda y cuando yo vine aquí al grupo de La Aldea, nunca nadie había oído la poesía esa que decía yo cuando pedía agua, para pedir agua».
Los guirres
El guirre es un ave carroñera, especie de alimoche, muy popular en las Canarias. Esta popularidad de la figura del guirre —recordemos la comparación estereotipada flaco como un guirre— se mezcla a veces con cualidades extraordinarias, que le hacen confundirse con seres malignos como las brujas. Veamos el testimonio al respecto de Norberto Guerra:
«Mientras hubo ganadería hubo guirres. En la Huerta del Barranco se murió una vaca y la arrastraron; a las veinticuatro horas hubo un millón de guirres.
»Se contaba que el Bentayga (montaña muy elevada en el centro de la isla de Gran Canaria) había brujas».
A Heriberto Rodríguez le preguntamos también por los guirres:
«—¿Hay guirres por aquí?
»—Antiguamente se sentía el guirre a lo lejos, porque se ponía grrr... grrr... y todos decían: “¡Mira dónde va el guirre!”. Porque los había blancos y negruzcos. Y el guirre ese negruzco, ese suele ser más carnicero. Coge y llega donde están los pájaros, los pollos, las gallinas, y se los lleva; es más malo que el otro guirre.
»—Había un dicho que decía que cuando aparece un guirre es que alguien se va a morir.
»—Era un dicho que cuando pasaba, pero era un cuervo negro y decían: “Pues alguien se va a morir”. Y cuando los perros chaullaban, cuando los perros chaúllan abarruntan muerte, ya saben que alguien murió o va a morir»[7].
Predicción del tiempo. Refranes meteorológicos y de calendario
Los pronósticos basados en ciertos indicios reciben en Canarias el nombre general de cabañuelas[8]. Hemos recogido varios de estos directamente de nuestros informantes.
«Las cabañuelas predecían las lluvias que va a hacer durante el año» (Marcos Molina de La Aldea de San Nicolás).
Norberto Guerra nos habla también de los pronosticadores, que «era gente que se las daba de que entendían el tiempo que iba a hacer».
«En todos los campos había pronosticadores, especialmente en los Altos de Guía y de Moya, en la parte de la Medianía de la isla. La gente vivía de la tierra y de la agricultura y lo que les preocupaba era eso, el tiempo que iba a hacer, la lluvia. Estaba relacionado con los intereses económicos.
»En la noche de San Juan no sé lo que hacían que pronosticaban el tiempo que iba a hacer el siguiente año, se hacía con vistas al próximo invierno».
Por la posición de los astros en el cielo. Venus, por su brillo, al que suele denominarse Lucero es el principal referente.
«Cuando el Lucero está situado al Norte, es que va a venir agua. Cuando está al Sur no va a venir» (Pérez Jiménez).
«El Lucero según en qué zona estuviere en ciertos días, un poco más adelante o más atrás, va a ser el año de agua o más claro o con calma» (María José García Herrero).
Los marineros tenían sus puntos especiales de referencia, según nos cuenta Marcos Molina de La Aldea de San Nicolás[9]:
«Los marineros predecían el tiempo de acuerdo, en relación, con la Saharita (una constelación) y hacían las observaciones.
»Los pronosticadores son los que predicen el tiempo que va a hacer. Sobre todo los pastores y marineros que predicen si va a hacer buen año o no, saben leer lo que es la Saharita. La Saharita es lo mismo que ves la Osa Mayor, Menor, hay una estrella que se llama la Saharita, entonces depende de por dónde salga y de los movimientos que haga esa estrella. Con una observación de largo tiempo, predicen, sobre todo los pastores, si va a haber un buen año de agua o mal año. La Saharita es una seña que hay en el firmamento que tiene unas posiciones a lo largo de un tiempo, en la primavera o en el verano. Son unas posiciones de las estrellas.
»El mareante, mariante, es el marinero que iba a remo a la labor de la pesca, ese es el mareante, mariante. Es el que hacía las faenas de la pesca; podía ser de litoral, que iba a remo, o a vela. Los que iban a la costa africana, que iban en parejas, eran dos veleros de un porte de unos ocho o diez metros, iban a la pesca de la corvina y del cherne para salarlo después. Esa gente estaba dos o tres meses, se llamaba hacer una marea, iban recogiendo pescado y salándolo, lo descabezaban, los desviceraban, lo salaban, y entonces en todo ese tiempo que lo hacían, fundamentalmente a liña (a cordel) con una tanza de 200 o 250 metros y todo eso a brazo, en todo ese tiempo que pasaban tenían tiempo para observar el firmamento, y sabían por las señas que tenían en el cielo, en la noche mejor dicho, sabían la orientación para regresar a casa, y el tiempo que iba a hacer».
La importancia y prestigio de los marineros en Canarias la podemos ver reflejada gráficamente en esta frase que nos regala también Marcos Molina:
«Marinero viejo dice “que el que se levanta temprano para ir a pescar tiene derecho a cagar donde le dé la gana”».
La posición de las nubes es también un buen indicador para predecir el tiempo a largo plazo:
«Las cabañuelas eran sobre las nubes, cómo estaban en ciertos días del año, son muy exactas» (María José García Herrero).
«Las predicciones las hacían los pastores. Las cabañuelas, en los primeros días de agosto, según la forma de las nubes, en forma de caracol, de coliflor, y también de los vientos» (Marcos Molina, de La Aldea de San Nicolás).
También los animales dejan algunas pistas acerca de cómo va a ser el tiempo:
«La lana grande de las ovejas es el mejor meteorólogo. Si hablas con un pastor le da datos de esos, cómo cambian los tiempos.
»Las cabras cuando empezaban a brincar… iba a llover» (Pérez Jiménez).
En Canarias, como en la península, se conocen distintas series de refranes relativas a los meses del año, como los tres siguientes facilitados por Pérez Jiménez:
En agosto refresca el rostro;
En abril y mayo cantan los gallos;
En noviembre y diciembre el que quiera pan que siembre.
Además conocemos el refrán:
En abril, la vieja arrima al veril[10],
que significa que en abril es el tiempo adecuado para pescar este pescado.
Hemos recogido además dos series distintas:
En Telde, Francisca Rivero nos recitó las siguientes cabañuelas:
Enero, pone la gallina un huevo.
Febrero, un día malo otro bueno.
Marzo, quema la vieja el mazo.
Abril, aguas mil.
Mayo, la gallina llena/harta el payo[11].
Junio, queda la tierra con jugo.
Julio, recoge la siembra que hubo.
Agosto, refresca el rostro.
Septiembre, el que quiere pan que siembre.
Octubre, las cabras hacen ubre.
Noviembre, castañas y nueces.
Diciembre, abundancia de bienes.
En La Aldea de San Nicolás, Heriberto Rodríguez nos dio la siguiente versión, que recogemos en el orden que nos la facilitó:
En marzo coge la vieja el mazo. (Pa escojotar [cortar] la cebá [cebada] en el tiempo del hambre y echarla en el tostador pa hacer gofio)[12].
En abril jambre a morir (porque no hay nada).
En mayo le crece a la vieja el payo.
En agosto, refresca el rostro.
En septiembre, el que quiere pan que siembre.
En octubre las ovejas hacen ubre.
En enero pone la gallina un huevo.
En febrero uno malo y uno bueno.
Algunos de los refranes anteriores son glosados por uno de nuestros informantes, Norberto Guerra, de Tejeda, que añade también otros:
En abril, aguas mil[13].
Una llovida en marzo y otra en abril vale más que todo el arca de oro del rey David.
En octubre las vacas hacen ubre. (Cuando finaliza el verano es la mejor época para que den leche porque hay más alimento, más pasto.)
Agua de San Juan quita vino y no da pan. (El agua de San Juan es mala porque estropea la viña en junio y en cambio no hay trigo que regar.)
Francisca Rivero, de Telde, nos recuerda también el siguiente pronóstico popular entre los pescadores:
Montaña clara, mar oscura, sardina segura.
En Gran Canaria encontramos también esta creencia muy generalizada respecto al arcoíris:
«Los viejos de antes contaban que el que se mea en el arco iris si era macho se volvía hembra, y si era hembra se volvía macho»[14].
En el mismo lugar, La Aldea, y el mismo informante nos recuerda la conocida fórmula dirigida a santa Bárbara, abogada contra las tormentas:
«Cuando llovía mucho, todos se agarran a santa Bárbara:
¡Ay santa Bárbara bendita, en el cielo está llorando!,
y todos se acuerdan de ella sino cuando está tronando,
»porque es la que quita el tiempo, los truenos».
Finalizamos estas muestras con el testimonio de Norberto Guerra en Tejeda, que nos habla del trueno como buena señal:
«Cuando estaba preparándose el tiempo para llover, si venía una tronada, el tiempo se dispersaba; en general el trueno es señal de que el tiempo se arregla».
Informantes:
Carmen Alemán, 70 años, licenciada en Filosofía y Letras.
Norberto Guerra Guerra, 74 años, natural de Tejeda, vive en Las Palmas de Gran Canaria, profesor mercantil.
Marisa Hernández, 65 años, profesora de francés, nacida y residente en Las Palmas de Gran Canaria, coautora de este trabajo.
Adelina Herrera Marrero, 69 años, ama de casa, nacida en Tejeda y residente en La Aldea de San Nicolás.
Marcos Molina Aragón, 64 años, director de empresa, natural de La Aldea de San Nicolás, vive en Las Palmas de Gran Canaria.
Milagrosa Monzón, 60 años, empresaria, de Las Palmas de Gran Canaria.
M. Pérez Jiménez, 74 años, funcionario de Ayuntamiento.
Teresa Quevedo Cabrera, de 50 años, maestra, nacida en San Bartolomé de Tirajana y residente en Telde.
Francisca Rivero Jiménez, 60 años, enfermera, nacida en Telde y residente en Las Palmas de Gran Canaria.
Heriberto Rodríguez Arencibia, 73 años, artesano, nacido en Tejeda y residente en La Aldea de San Nicolás.
Teresa Santana, 45 años, secretaria, de Telde.
Bibliografía
alvar, Manuel (1981): Dialectología y cultura popular en las Islas Canarias. Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canaria. Las Palmas.
Bethencourt Alfonso, Juan (1985): Costumbres populares canarias de nacimiento, matrimonio y muerte. Santa Cruz de Tenerife. Cabildo Insular de Tenerife. Museo Etnográfico.
Concepción, José Luis (1996): Costumbres y tradiciones canarias con anexo de santiguados.
Diccionario de expresiones y refranes del español de Canarias (2000): Ediciones del Cabildo de Gran Canaria. Las Palmas de Gran Canaria.
Galván Tudela, Alberto (1987): Las fiestas populares canarias. Santa Cruz de Tenerife. Editorial Interinsular Canaria.
Guerra Navarro, Francisco (1983): Contribución al léxico popular de Gran Canaria. Edirca. Las Palmas de Gran Canaria.
Hernández, Orlando (1981): Decires canarios I. Excma. Mancomunidad de Cabildos de Las Palmas. Las Palmas de Gran Canaria.
Navarro Artiles, F. y Navarro Ramos, Alicia: Aberruntos y cabañuelas. Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canaria. Las Palmas de Gran Canaria, 1982.
Poggio Capote, Manuel y Luis Regueira Benítez (2009): La isla perdida. Cartas diferentes. Ediciones Isla de la Palma.
Saralegui y Medina, Manuel (1917): Refranero español náutico y meteorológico. Barcelona: Riensset.
Notas
[1] María Molina Molina, ama de casa de Las Palmas de Gran Canaria, tenía 75 años cuando fue entrevistada por María Luis Hernández González, coautora de este trabajo.
[2] En estos fragmentos reproducimos el parlamento de los informantes lo más fielmente posible.
[3] Pila: donde se pone el agua que después se bebe [para filtrarla] y cría moho.
[4] Marcos Molina de La Aldea alude también a estas mimbreras de San Juan: «Por San Juan, las hogueras, las mimbreras...».
[5] Ciudad del norte de Gran Canaria.
[6] María Luisa Hernández, coautoa de este trabajo.
[7] Parecido testimonio obtenemos de A. Herrera.
[8] Según el DRAE, cabañuelas es ‘el cálculo que, observando las variaciones atmosféricas en los 12, 18 o 24 primeros días de enero o de agosto, forma el vulgo para pronosticar el tiempo que ha de hacer durante cada uno de los meses del mismo año o del siguiente’.
[9] Como en los otros casos, la entrevista con Marcos Molina está registrada literalmente, a sabiendas de que se producen repeticiones y algunas incoherencias.
[10] Veril: Orilla de un risco o alto respecto a otro terreno más bajo. Especialmente las colgadas sobre el mar. Siempre implica sitios peligrosos (Guerra, 1983: 299). Guerra incluye en esta entrada el refrán y añade que «es castellano, pero de mucho uso en Gran Canaria por haberlos [veriles] en cantidad y peligrosos».
[11] Payo: Nombre que el labrador isleño da a la panza, o primera de las cuatro partes en que se divide el estómago de los rumiantes (Guerra, 1983: 224).
[12] Incluimos entre paréntesis las explicaciones que iba intercalando el informante. Además, Norberto Guerra de Tejeda nos amplía la información sobre los mazos: «El mazo era una cosa para majar los granos, de madera. La gente pobre para sacar cebada, trigo, cogía una gavilla y le daban a las espigas para sacar un poquito de grano y la daban con el mazo. Aunque el mazo también era una palo que se empleaba para estacar los animales en el campo, en los cercaos cuando iban a comer en el campo, los animales, los clavaban con el mazo para que no huyeran».
[13] Muchos, como este, son bien conocidos en el ámbito peninsular.
[14] Facilitado por Heriberto Rodríguez de La Aldea de San Nicolás.