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Si bien el fin primordial de la primera obra teórico-musical del padre Eximeno no es otro que facilitar un acercamiento de los principios básicos de la música a un nuevo público alejado de los cánones rigoristas y caducos con arreglo a las nuevas corrientes estético-musicales, todo ello aderezado con reflexiones filosóficas e históricas, una pretensión sin duda alguna tremendamente ambiciosa, influenciado en todo momento por el pensamiento enciclopedista francés, su planteamiento filosófico no puede dejar de eludir lo popular, presentando como ejemplos incluso distintas transcripciones musicales procedentes de la expresión tradicional tanto de la cultura europea como de la extraeuropea, entre las que establecen unas claras diferencias jerárquicas. Aunque las pretensiones finales de su libro van encaminadas hacia otro camino perfectamente delimitado, en sus planteamientos no deja de abordar el elemento musical popular y en parte tiene mucho que ver su concepción acerca del origen que atribuye a la música. A pesar de ello, en momento alguno hemos de contemplar en él a un incipiente etnógrafo, ni mucho menos; se limita prácticamente a plasmar una serie de reflexiones y comentarios, no siempre del todo acertados, y a copiar distintas melodías que habían ido apareciendo en diversas publicaciones, unas en su época y otras en momentos algo anteriores, a muchas de las cuales es difícil otorgarles una credibilidad absoluta puesto que los criterios de recogida y transcripción en aquellas épocas carecían de un total rigor científico y eran completamente diferentes a los exigidos en la actualidad. Los únicos materiales originales que realmente aporta en su libro, muy probablemente sacados del fondo de su memoria y vivencia personal, son una seguidilla y una dulzaina españolas que le sirven para plasmar el reflejo de nuestras manifestaciones folklóricas tradicionales.
En su concepción teórica, la lengua, la geografía, el clima, las leyes e incluso las relaciones con otros pueblos influyen decisivamente en la formación de los caracteres musicales nacionales de cada país. No duda siquiera lo más mínimo en clasificar a las lenguas europeas con arreglo a su mayor o menor aptitud para la música. Según su parecer, la música popular no es más que una muestra del nivel de la musicalidad de una lengua: en relación a las características de cada lengua, la música creada será de buen o mal gusto. Partiendo de estas premisas teóricas, hay que comprender y valorar las distintas opiniones expresadas acerca de los diferentes ejemplos musicales que incluye en su obra, la gran mayoría completamente fuera de lugar. En todo momento encontramos presente en su pensamiento etnocentrista una estratificación que hoy en día no va de acuerdo con nuestros principios científicos. En primer lugar y por encima de todo este entramado, y siguiendo la corriente filosófica francesa, se encontraría la verdadera música, la culta, que en su obra trata de estudiar en todas sus vertientes posibles, teatral, instrumental y religiosa, división plenamente establecida en su época. A pesar de que en su ideología el concepto historicista está presente, es totalmente intransigente, luchando descaradamente contra una manera de componer que le parece totalmente caduca y anticuada, de ahí que prácticamente acepte como únicamente correcta la nueva corriente de su tiempo capaz de mover al espíritu sensible.
Injustamente, en un escalón completamente inferior coloca las manifestaciones musicales europeas de tradición oral a las que llega a contemplar, casi despectivamente, incluso como «graciosas». Ahora, según su opinión, no todas ellas son completamente iguales, dependiendo del carácter nacional y de la melodiosidad de la lengua establece una subclasificación en cuya cúspide se encontrarían los países meridionales como Italia y España, cuya lengua por naturaleza es mucho más musical; en un segundo lugar se encontrarían Francia e Inglaterra, cuyas lenguas son algo más duras que las anteriores, y en el último escalón, el más bajo de este apartado: Alemania, cuyo lenguaje por su pronunciación es contemplado de por sí como el más bárbaro de todos. Delimitar estas conclusiones a unos pocos países determinados, tal y como hace —solo incluye ejemplos musicales de Italia, Francia, Inglaterra, Alemania y España—, es al día de hoy completamente inaceptable e incluso absurdo, al igual que el marco global de su teoría, totalmente jerarquizada. El lenguaje de un país, por muy ásperos que puedan llegar a ser su lengua y pronunciación, no puede influenciar absolutamente en nada en la musicalidad y en la propia creación musical, son parámetros que no van ni tienen por qué ir necesariamente aparejados, siguen caminos y rutas completamente distintas. Según su parecer, no toda la música popular europea tiene el mismo nivel de calidad, el carácter nacional y sobre todo su lengua influyen decisivamente en el gusto y en el resultado del producto creado, premisa totalmente errónea, pero base fundamental de su pensamiento. Por lo que respecta a nuestro país, juzga a los romances nada menos que como «un residuo del canto de los africanos o un antiguo brote del canto llano», pareciéndole las seguidillas un género de mucho mejor gusto, quizás por su carácter mucho más alegre y divertido, afirmaciones muy poco científicas y que, sin duda, debería haberse ahorrado. Un caso particular que le llama mucho la atención, por vivirlo personalmente en las calles de Roma, es lo que sucedía frecuentemente en algunas ciudades de Italia, donde señala cómo lo culto, en este caso concreto determinadas célebres arias operísticas, se difundía entre el pueblo, que según su criterio en todo momento se encontraba en una posición subordinada, haciéndolas suyas. Se trata de un caso muy particular de foklore urbano que se produciría únicamente en grandes urbes desarrolladas, generalmente con teatro, y que no convendría contemplar como manifestación propiamente popular; el pueblo ha demostrado poseer tal capacidad de creación que no necesita para expresarse ningún tipo de influencia de la creación culta, si bien en ocasiones no duda en aceptarla.
En el círculo más bajo de toda esta trama ficticia se encontraría la música extraeuropea: la música indígena, la canción canadiense, el canto chino o la canción persa que incluye en su obra serían sus ejemplos. Imbuido de lleno por las reflexiones de Rousseau, tomará de su obra los ejemplos que este presenta a este respecto, quien a su vez los había copiado de otras fuentes escritas anteriores. Al analizarlos, los muestra como una muestra más de lo que constituye para él la universalidad del único sistema musical, una concepción completamente equivocada. Este convencimiento, unido a toda una serie de prejuicios totalmente erróneos, le lleva a plasmar opiniones que caen por su propio peso. Según su parecer, como son pueblos cuya lengua es bárbara o incluso primitiva, musicalmente no pueden nunca llegar a producir más que subproductos. La simplicidad y rusticidad de sus melodías, presididas por la escasez de variedad de sonidos, era para él consecuencia inmediata de su lenguaje rudimentario, bárbaro y atrasado.
En todo momento el padre Eximeno, que parte —por lo que atañe a este respecto— de las ideas expresadas por el enciclopedismo francés, especialmente del pensamiento de Rousseau, aborda el estudio de la música tradicional tanto europea como extraeuropea que, no olvidemos, siempre se encuentran en un nivel inferior respecto a la verdadera música. Desde la comparación, a pesar de que según su opinión ambas comparten los fundamentos del sistema musical que para él es único y universal, de ahí que llegado el momento no dude lo más mínimo en juzgar sus productos incluso de acuerdo con las reglas musicales expuestas en su tratado, lo que no deja de ser una auténtica aberración. El padre Eximeno no duda lo más mínimo en comparar algunos ejemlos extraeuropeos con el canto llano, pensando en una monodia acompañada de bajos basados en grados tonales que afortunadamente no se atreve a plasmar. Su manera de buscar las cadencias en los mismos es la del pensamiento occidental, que no admite más parámetros que los que conoce. En este sentido, la posición del padre Eximeno no es en modo alguno innovadora; sigue los principios expresados por los enciclopedistas, que habían introducido ejemplos musicales de músicas extraeuropeas en sus obras, estudiándolas desde el etnocentrismo y el comparativismo, partiendo en todo momento de la música culta europea con la que intentaban trazar analogías y comparaciones. A pesar de los esfuerzos realizados, el desconocimiento de este tipo de músicas durante esa época era elevado, no se llevarán a cabo estudios profundos que analizan esta relidad musical en su medio hasta mucho más tarde. El estudio de lo popular es, por tanto, en todo momento tergiversado y parcial, juzgándose desde el desconocimiento más absoluto y desde el punto de vista comparatista. Los principios occidentales guían en todo momento sus reflexiones, juicios y valoraciones. Por su parte, esta tradición oral llegó adulterada, ajustada al sistema tonal imperante y transcrita en compases regulares y condicionada en todo momento al oído occidental. Tardarán todavía muchos años para contemplar lo popular como lo concebimos actualmente(1).
NOTA
(1) A través del presente escrito quiero aprovechar para puntualizar unas cuestiones sobre Eximeno que aparecen vertidas sobre mí en un artículo del número XXXVI de la Revista de Musicología. Al menos por lo que a mi obra respecta, el maestrazo Hernández Mateos demuestra una escasa comprensión de lo que lee, afirmando en ocasiones lo que no corresponde con la realidad, tergiversando palabras y aprovechando sus afirmaciones para lo que le conviene.
La polémica ocasionada en el Diario de Madrid con motivo de la publicación en castellano Del origen del padre José Antonio Eximeno, que por cierto, a mi modo de ver, prolonga más de lo debido puesto que a partir de cierta fecha la polémica propiamente dicha como tal ya no existe, se reduce a simples comentarios que no fraguan apenas reacciones. La expuse hace unos años en un artículo publicado en la revista Ars longa n.º 18 (Valencia, 2009) que no cita en su artículo pero que conoce muy bien, ya que en su tesis lo menciona. Si lo lee atentamente, podrá comprobar que los autores que dice que incluyo en la polémica referida no aparecen en parte alguna, cuando hago escuetamente una sola alusión en mi libro a ellos, y nunca relacionándolos con la polémica surgida en Madrid ni sitio alguno. Por tanto, una vez concluido el apartado referente a dichas polémicas, en todo momento cito a Mitjana, de quien extraigo incluso un párrafo. Tendría que remitirle al primer capítulo de mi tesis doctoral que Vd. cita pero que jamás ha consultado. Si es discutible su inclusión, no hace falta que le diga nada, Vd. mismo.
Por mucho que Iriarte citase la obra de Eximeno en su obra, e incluso es más, compartiera concepciones estéticas, cosa que nunca han sido puestas en duda por mí, en ningún momento demuestra conocerla a fondo en toda su amplitud al cien por cien. Citar una obra no implica en ningún momento conocerla en su profundidad. Sin ir más lejos, Vd. mismo cita en su tesis obras que desconoce por completo y que ni siquiera ha consultado, como por ejemplo la tesis acerca de Eximeno del austríaco Dietmar Haas que, a diferencia de la suya, que no aporta nada novedoso por mucho que Vd. la presente como la mayor aportación jamas realizada —en ningún momento supera al profesor León Tello ni llega a su altura—, es innovadora y relevante. Tampoco ha consultado el interesante libro ni los varios artículos en alemán que este investigador tiene publicados al respecto mucho antes de que Vd. leyese su tesis. La obra de Eximeno, por tanto, fue como mucho parcialmente conocida antes de su traducción, por mucho que Vd. se empeñe en afirmar lo contrario.
En ninguno de mis escritos o libros publicados hasta la fecha, y ya no solo referidos a este tema que nos ocupa, podrá encontrar la afirmación que a continuación Vd. expresa y me atribuye referente al «total» atraso en el que estaba sumida la música española de la época. Vd. habrá leído, en todo caso, «parte», pero interpreta, no sé por qué, «toda». Sea meticuloso y aprenda a entender y reflejar lo que lee y aparece escrito. Es una tergiversación suya de palabras que nunca han sido escritas. Si Vd. interpreta eso, es su problema, pero, por favor, no pretenda confundir a los lectores ni tergiverse ni ponga en mi boca lo que nunca he dicho.
Del mismo modo, he de manifestarle que en ningún momento me he pronunciado acerca de si Eximeno conoció la polémica que se desató en el Diario de Madrid; lo que sí he considerado, y quiero matizar que en todo momento es una opinión personal, es, por un lado, que desconoció en su integridad el insignificante tratadito que publicó Iranzo en Murcia, que, por descontado, no tiene nada que ver con otras cuestiones a las que Vd. quiere hacerme llevar indebidamente, y, por otro, que en ningún momento lo rebatió de manera científica punto por punto en tratado alguno, al menos que se conozca hasta la fecha. Si lo conoció, ¿por qué no lo rebatió como debía, y era costumbre en esa época, contestándole a todas sus propuestas aunque fuese en un opúsculo? Una novela no era el sitio más idóneo para criticar un libro teórico de manera científica y en ningún momento era el procedimiento habitual de Eximeno ni de otro teórico del momento. Que recibiera algunas referencias por carta por parte de Gutiérrez u otros de lo que ocurría en la prensa no se pone en duda, nunca lo he hecho, como Vd. pretende. Por otra parte, las ambigüedades lazarillescas corresponden y no corresponden con lo que queramos pretender imaginar. No especule ni conduzca afirmaciones tergiversándolas en todo momento hacia donde no debe. Refleje en todo momento las opiniones que aparecen reflejadas y no lo que Vd. imagina. En todo caso, considero que esta cuestión es totalmente intrascendente e irrelevante, y en ningún momento conviene elevarla en modo alguno a la categoría especial a la que Vd. pretende.