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Revista de Folklore número

386



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Sobre el agua (cultos y ritos acuáticos)

RODRIGUEZ PLASENCIA, José Luis

Publicado en el año 2014 en la Revista de Folklore número 386 - sumario >



Si mi destino fuera
inventar una nueva religión,
recurriría al agua.

Philip Larkin

De los cuatro elementos —entendidos como estados de la materia— que aceptaban los clásicos griegos —tierra, agua, aire y fuego— ya desde la época presocrática y como uno de los medios a través de los cuales se revelaba la energía del universo, el agua tal vez fue el más importante; o al menos así lo creía Tales de Mileto, para quien era el único elemento verdadero. Por eso no es de extrañar que las antiguas teogonías dieran muestras de fervor hacia ella y le dedicasen ceremonias y ritos especiales y que en todas las culturas del mundo el agua haya sido un símbolo de purificación. Tal sucede con el Ganges, el río más sagrado del mundo a pesar de ser también el más contaminado, que también ha sido objeto de culto, por creerlo una encarnación de la diosa Gaga, diosa de la purificación. Y a poco que nos paremos a considerar hemos de reconocer que —como escribe Ramón Grande del Brío, p. 90— «el medio acuático ha inspirado a los hombres de todas las épocas un sentimiento de veneración» y de respeto, aunque los estudios realizados desde el punto de vista de la fenomenología de las religiones señalan «que no han existido cultos al agua en cuanto que el agua no es propiamente una deidad» —José Antonio Quijera Pérez, p. 63—, de ahí que deba hablarse de cultos en torno al agua, visto que el medio acuoso no es más que «un modo de expresión de lo sagrado, y nunca lo sagrado en sí mismo». Es decir, que las aguas de ríos, fuentes, lagos o pozos, a veces asociados a montañas, rocas, árboles o fuentes, han sido lugares donde habitaron o se manifestaron númenes sacros tutelares —generalmente femeninos—, venerados desde antiguo por los pueblos indígenas que habitaron esos lugares, algunos desde la Prehistoria, antes de ser santificados por la Iglesia naciente bajo advocaciones de santos y santas, aunque muchas veces esta nueva pátina no fuese capaz de erradicar de las mentes campesinas las antiguas creencias. Sin embargo, para Mircea Eliade, el gran número de cultos y de ritos acumulados en torno a las fuentes, los arroyos y los ríos se deben en primer lugar «al valor sagrado que tiene el agua como elemento cosmogónico[1], pero también a epifanías locales, a las manifestaciones de la presencia sagrada en una corriente de agua o en una fuente determinadas», epifanías locales que son independientes de las diversas adaptaciones y de las subsiguientes estructuras religiosas que se les superpusieron paulatinamente a lo largo de los siglos.

Y el agua es también fuente de vida, germinativa, fertilizadora… Y como tal ha sido considerada por los hombres desde que el mundo es mundo, especialmente cuando nuestros ancestros se hicieron sedentarios y agricultores. Circunstancia esta que ha llevado a todas las religiones —la católica inclusive— a usarla en sus ritos, algunos de claro matiz pagano tendentes a lograr la fertilidad de cosechas y animales, tal como sucede con la bendición de los ramos el Domingo de igual nombre o la de los campos mediante la aspersión de agua bendita sobre ellos.

En Guijo de Coria, el llamado Lunes de Cruces —el lunes siguiente al Domingo de Resurrección—, tras una procesión mariana a las eras, el sacerdote bendecía los campos[2].

En Barrado, durante la fiesta de San Gregorio —9 de mayo— el santo es colocado mirando a las diferentes fincas del pueblo, a petición de los asistentes para que bendiga sus cosechas y las libre de las epidemias. Incluso cuelgan al santo de su mano un racimo de cerezas que los lugareños le ofrecen y que al finalizar la misa se comen entre todos.

O en la misma capital cacereña el primer domingo de mayo, cuando se sube la Virgen de la Montaña y se saca la imagen de la patrona en procesión alrededor de la primitiva capilla que levantó Francisco Paniagua en los primeros años del siglo xvii para que bendiga los campos.

En Navaconcejo, durante la procesión, se cantan coplas alusivas a la hagiografía de san Jorge —23 de abril—, momento elegido por los labradores para implorar por sus cosechas, dando tres vueltas a la ermita con el santo, a quien ponen un ramo de cerezas en la mano.

En La Garganta, durante la fiesta de San Gregorio[3] en mayo, se bendicen los campos desde la cruz de hierro que hay sobre una piedra, próxima a la ermita desde donde se divisa todo el valle del Ambroz, y se celebra una misa. Al mismo santo le celebran en Pozuelo de Zarzón. Ese día se le saca en procesión y es llevado hasta el Calvario donde se bendicen los campos y las cosechas. San Gregorio, nombre que se relaciona con los baños de igual nombre en Brozas, ubicados junto a la ermita[4].

En Santibáñez el Alto, durante la fiesta del Cristo de la Victoria se cantan canciones al Cristo pidiendo agua.

La fiesta a Ntra. Sra. de la Oliva en Serrejón —el 15 de agosto— se convirtió en un importante cen-tro de devoción y peregrinación, por su fama de milagrosa para curar enfermedades y conseguir agua.

En Villanueva de la Sierra, la romería de Dios Padre se celebra el lunes siguiente al de Pascua. Es tradición en esta romería sacar la imagen de Dios Padre y subirla a la ermita, situada en la sierra de igual nombre, con el fin de que bendiga los campos y a la vez se hacen rogativas para que mande el agua para regar los cultivos.

En Villar de Plasencia no hacen uno, sino dos ofertorios: uno el 15 de agosto, a la Virgen de la Asunción, y otro el primer domingo de octubre, a la del Rosario, donde las témporas y la acción de gracias se ofrecían para lograr buenas cosechas…

¿Y las procesiones por las calles lugareñas qué son, sino otra forma de que los patronos y patronas locales bendigan a sus devotos y casas?… ¿Y las romerías?… ¿Y la antigua costumbre de ofrecer productos del campo —los Ofertorios— a santos y santas —o Cristos— en los conocidos como Ramos, que antaño eran de productos del campo y que hoy han sido sustituidos por otras ofrendas, como dulces, animales, cuadros… generalmente después de haberse recogido las cosechas?

Por lo que respecta a las apariciones marianas en Extremadura, son numerosas las que se relacionan con cuevas o medios acuáticos, o incluso árboles y rocas, o con lugares donde presentían la presencia de fuerzas telúricas capaces de sanar el cuerpo o de establecer relaciones con divinidades, muchos de ellos relacionados con restos arqueológicos que nos retrotraen a posibles cultos relacionados con el agua. Mas no quiero incidir sobre ello porque el tema lo traté más profusamente en esta revista con una serie de trabajos sobre el tema[5].

Eso sin contar los vestigios de dos ermitas —posiblemente templos paganos cristianizados— que menciona Félix Barroso —pp. 54-55—, situadas en el término de Santibáñez el Bajo —la de San Albín— y en el de Ahigal la dedicada a Santa Marina, santa de la que trataré más adelante, ubicada en el lugar conocido como El Tablero, que, al parecer, conducía desde la mansio romana de Cáparra a Coria.

Barroso Gutiérrez menciona a la par el topónimo conocido en Santibáñez el Bajo como La Madre del Agua, con inmediatos vestigios de factura romana y un enorme peñón de granito, en cuya base «se han recogido fragmentos de cerámicas calcolíticas y un hacha de piedra pulimentada, de las denominadas “votivas”».

Otro de los topónimos con correlaciones paganas es el conocido como Pozo Airón. Airón fue un dios indígena con un culto muy arraigado en la Hispania prerromana, culto que fue respetado por los invasores tras la conquista. Se relacionaba con aguas profundas —pozos y lagunas, principalmente— y con simas, circunstancia esta que lo asociaba directamente al inframundo en su aspecto negativo, pero al positivo con la vida, pues del inframundo emerge el agua como fuente de la vida y la vegetación.

De los casi cien topónimos Airón existentes en España —más los ocho de Portugal[6]— referidos a pozos, cuevas, lagunas, simas, fuentes o arroyos, en Extremadura hay quince, seis en la provincia de Badajoz —tres pozos cegados en Almendralejo, Cabeza del Buey y Campanario; una laguna en Orellana la Vieja y dos parajes, en Puebla de la Reina y La Zarza— y el resto en la de Cáceres: siete pozos —en Bohonal de Ibor, Brozas, Herreruela (pozo y sima), Serradilla, Valdefuentes y Valdelacasa de Tajo— y un paraje con charcha junto al río en Cadalso. Lo que demuestra lo extendido que estaba el culto a este dios indígena por la geografía extremeña.

En torno al topónimo Airón han surgido numerosas leyendas, algunas relacionadas con crímenes, como la recogida en la leonesa localidad de Tejerina —comarca de Riaño—, donde se cuenta —quimera que se viene repitiendo por distintos lugares del continente europeo— que una joven envidiosa empujó a su bella hermana al pozo Airón o Lairón, mientras bailaban en la orilla[7]. Igualmente, con el pozo Airón —aquí Ayrón— de la localidad conquense de La Almarcha, se dice que a principios del siglo xvii corrió la fábula protagonizada por un tal don Bueso o Buesso —que según dicen era lugarteniente en La Almarcha del rey moro de Sevilla—, que había arrojado a él a veinticuatro damas de su harén… Aunque según otra conseja, fue una de las damas quien aprovechando un descuido del caballero lo empujó al fondo, adelantándose a las aviesas intenciones del tal don Buesso. Igualmente se cuenta en la localidad del Pinar, en Burgos, que doña Lambra, personaje de la leyenda de Los siete infantes de Lara, no se suicidó en la soriana Laguna Negra, sino en el pozo Airón del Pinar.

Pero retomando el hilo del topónimo en tierras extremeñas, cabe decirse que son pocas las noticias que por estas latitudes han pervivido, si es que alguna vez hubo algo más que el simple topónimo, circunstancia que me hace sospechar que Airón o Lairón simplemente se identificó con lugar profundo, insondable[8], de donde no salía quien allí caía —como corolario o remedo de la común creencia que corría por la península— aunque en el caso de Campanario tal pozo tuvo siempre muy poca agua o incluso llegó a secarse alguna vez. No así el conocido como pozo de La Noria, situado en la misma vega. No obstante, en esta localidad badajocense corrió una leyenda, datada en el siglo xvi, que narraba cómo una niña, que cayó a un pozo, logró salvarse por la intercesión de la Virgen de Guadalupe. Y aunque Bartolomé Díaz, cronista local, no puede asegurar que tal pozo fuese el Airón, pues el dato no ha trascendido, tal vez solo sea una leyenda piadosa atribuida a la Virgen. Aunque quién sabe si en el trasfondo de la leyenda mariana no lata la quimera antigua que corrió en otras localidades sobre las niñas o niños que hallaron su muerte en tales pozos. Lo que sí parece cierto es que hace unos cincuenta años, un campanariense que se dirigía trotando en su mula a la romería de la Virgen de Piedraescrita, patrona de la localidad, cayó de bruces en el Airón, cuando al llegar a su orilla la mula frenó en seco y él saltó por los aires... Mas como en aquel medio acuático no había sierpe ni nada parecido que le engullera, el empapado jinete volvió a su casa, donde cambió su ropa mojada por otra seca para volver a la romería, adonde llegó esta vez sin sufrir percance.

Donde sí se sitúa un suceso que reproduce otras leyendas de espanto peninsulares es en Orellana la Vieja. En esta localidad badajocense existe una laguna Airón aunque, según información recabada en la localidad, esa laguna no es tal, sino una poza que se forma en un arroyo secundario afluente del Guadiana y que según algunos se ubica sobre la boca de lo que fue una antigua mina. Pues bien: de ella se dice que se tragó una carreta con bueyes y ocupantes incluidos, de los cuales nunca más se supo. Fábula semejante se cuenta en la aldea burgalesa del Pinar.

Costumbre algo lúgubre se daba en el pozo Airón de Cabeza del Buey, donde antiguamente el vecindario iba a lavar el colchón y la ropa de las personas que morían. Al menos esto es lo que me dijo el guarda rural local.

Herreruela —localidad cacereña de la comarca Sierra de San Pedro-Los Baldíos— cuenta con un pozo Airón —en el nacimiento del arroyo Guadalto— y una sima de igual nombre dentro del cauce. Según me informa Serafín Hidalgo desde el Ayuntamiento, ninguno de los dos topónimos guarda nada que pueda relacionarse con el tema tratado. Circunstancia que se da en otras localidades como La Zarza —localidad badajocense— y en las cacereñas de Serradilla, donde hay un majadal llamado Lairón de escasa profundidad, o Brozas, que guarda con el topónimo de Herreruela la característica de su profundidad.

Y por último, en Bohonal de Ibor, el pozo Airón no es tal, sino un dolmen que los bohonalos confundieron con un pozo derruido, del que solo quedan las lajas, pues fue expoliado desde antiguo. El dolmen —de nombre Pibor— se encuentra en la conjunción de los ríos Tajo e Ibor.

Es creencia antigua muy extendida que las propiedades medicinales o curativas de algunas aguas fueron descubiertas por animales —tanto aéreos como terrestres— que, aquejados de algún achaque y guiados por su instinto se acercaban a los manantiales de agua caliente, o con un sabor u olor distinto al normal, para encontrar alivio a sus dolencias. Y fue observando esta circunstancia la que indujo al hombre a conocer directamente en ellos mismos tales beneficios terapéuticos. Circunstancia que no es exclusiva de España o de Extremadura.

Los beneficiosas propiedades de las aguas de Tiflis —capital de Georgia— las descubrió el rey Vajtang Gorgasiali cuando observó que un ciervo —otros dicen que un faisán—, que él había herido durante una cacería, curaba sus heridas y se perdía en la espesura sin que el monarca pudiera alcanzarle, tras bañarse en una fuente en el valle del río Mtvari.

El marqués de Rosset de Rocezels observó cómo un caballo, que padecía una afección cutánea y al que había dejado en libertad por temor a que contagiara al resto de la recua, curaba tras bañarse y beber unas cuantas veces en una fuente. El resultado fue el descubrimiento de los baños de Avène, en el Languedoc francés.

Según otra leyenda, los beneficios dermatológicos de las aguas termales de La Roche-Posay —población y comuna francesa en el departamento de Vienne— fueron descubiertos en la Edad Media cuando el caballero Bertrand du Guesclin —famoso también en España por haber intervenido en las campañas que Enrique II de Trastámara, el Fratricida, sostuvo contra su hermano el rey Pedro I el Cruel de Castilla— se detuvo en el manantial para beber él mismo y su caballo, aquejado de un eczema, que curó.

Otras fueron constatadas personalmente por alguna persona concreta. El actual balneario de Carlovy Vary —en checo: ‘termas de Carlos’— fue fundado por el emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico Carlos IV, cuando curó de una dolencia de rodilla tras haber bebido de unas fuentes que había en el lugar.

Ya dentro de España, y según cuenta la tradición, las propiedades benéficas del balneario de Cestona —municipio de Guipúzcoa— fueron conocidas en 1760, cuando unos perros sarnosos se curaron tras bañarse en unas pozas de agua caliente próximas al río Urola.

Las del balneario de Villanueva de la Tercia —en León— las descubrió el doctor Roque de Acebedo observando la costumbre de su viejo, reumático y asmático caballo, que él solía dejar suelto por el lugar mientras pasaba visita a sus enfermos. Observó que siempre acudía a beber a determinado lugar de las afueras del pueblo, y aunque el animal no curó totalmente, sí mejoró mucho.

Un vecino de la localidad gaditana de Chiclana de la Frontera solía pasear por el campo con su perro. Cuando lo dejaba suelto, siempre acudía lleno de fango. Pero lo más curioso que observó el chiclanero fue que su can, que tenía una serie de erupciones en la piel, se curó con el tiempo. Intrigado, siguió al animal… Y así descubrió el actual manantial de Fuente Amarga.

Según cuentan, lo beneficiosas y salutíferas que eran las aguas del balneario de La Toja fue detectado por un capellán que abandonó a su borrico, aquejado de tiña y lleno de mataduras, en la entonces desierta y árida isla, para que muriera. Su sorpresa fue mayúscula cuando al regresar al cabo de unos meses al lugar para sepultar los restos del pobre animal, lo encontró retozando y sin heridas.

Otra tradición cuenta que el descubrimiento del manantial de Solán de Cabras —Beteta, Cuenca— se debió a un pastor que observó cómo sus cabras enfermas se curaron tras bañarse en ellas. Solo que esos bienes salutíferos ya habían sido conocidos por los romanos.

Por lo que respecta a Extremadura, actualmente existen siete balnearios en funcionamiento, amén de otros lugares de baños utilizados de forma esporádica, los abandonados definitivamente y numerosas fuentes con propiedades minero-medicinales utilizadas por el vecindario para el tratamiento de ciertas enfermedades, bien mediante baños, bien por ingestión[9]. Y algunos de ellos, como en los casos de otras partes de España o el extranjero, fueron descubiertos por animales.

Por ejemplo, el baño de La Cochina, en pleno campo y al aire libre, en el término municipal de Villasbuenas de Gata, famoso por sus lodos y aguas curativas, apropiadas para enfermedades de la piel y el reumatismo, fue descubierto cuando una cochina —de ahí el nombre— que estaba muy enferma y apenas podía andar se bañó en sus aguas y a los pocos días estaba completamente curada y se desplazaba de un lugar a otro con toda normalidad.

Las cualidades terapéuticas de los baños de La Guarrapa —término de Valdastillas, en el Valle del Jerte[10]— fueron igualmente conocidas cuando observaron que una cerda parida, que estaba muy enferma, curó sus dolencias tras bañarse en sus aguas. Como curiosidad histórica cuentan en el balneario —hoy llamado Valle del Jerte, nombre digamos oficial del baño de la Guarrapa— que el historiador José Orlandis Rovira —historiador y jurista español que destacó por sus investigaciones sobre la cultura y las instituciones visigóticas—, en su libro La vida en España en los tiempos de los godos, sitúa a orillas del río Jerte la finca «Villa Gérticos», lugar donde falleció el rey godo Recesvinto, y donde existía una surgencia de agua termal.

Igualmente, fueron animales porcinos los descubridores de las propiedades saludables de las aguas del Salugral —Hervás— cuando unos cerdos, aquejados de dermatosis, curaron al bañarse allí. Y también de los baños de La Cochinina o Cochinita —balneario El Raposo, término municipal de la Puebla de Sancho Pérez, Badajoz—, cuya historia se inició hacia 1860 cuando curó una cerda —cochinina— de la finca El Raposo que tenía inflamadas las articulaciones y no podía seguir al resto de la piara. Un día, el porquero la echó de menos y, tras buscarla durante largo tiempo, la encontró tumbada en una charca del arroyo que atravesaba la finca. Al acercarse a ella, creyendo que estaba muerta, se sorprendió al comprobar que vivía, que los movimientos renqueantes del animal habían desaparecido y que se movía con la soltura y agilidad de los otros miembros de la piara. La noticia corrió entre los vecinos, de modo que a partir de entonces no solo los ganaderos locales comenzaron a utilizar la charca como remedio para las dolencias de sus animales enfermos, sino que también las personas acudieron al lugar con idéntico propósito.

Y, por último, según cuenta otra leyenda de Valdecaballeros —en la comarca badajocense de La Siberia— los beneficios salutíferos de los baños de Valdefernando fueron descubiertos por un ganadero llamado Miguel Jiménez en 1820, cuando una de sus cabras sanó de ciertas afecciones que tenía en la piel tras bañarse en aquellas aguas.

Aunque en un principio se creyó que el uso de aguas termales como terapia para diversas enfermedades se remontaba a griegos y romanos y que nada impide sospechar que sus beneficios curativos no fuesen ya conocidos por los hombres del Paleolítico, lo cierto es que su empleo más seguro se retrotrae al Neolítico, cuando el sedentarismo y la revolución económica que se produjo con la aparición de la agricultura y la ganadería en Oriente Próximo unos 8500 años a. de C. permitió el conocimiento de las características especiales de ciertas aguas, tal vez observando el comportamiento de algunos animales. Así, por ejemplo, de la etapa neolítica se han encontrado gran cantidad de restos y asentamientos en las proximidades de los baños de la localidad murciana de Mula; del Neolítico final es el conjunto dolménico próximo al balneario granadino de Alicún de las Torres, y de la cultura ibérica, creadora o heredera de la cultura megalítica, es el importante yacimiento denominado Castillejo de Los Baños, un poblado situado en las cercanías de los manantiales del Balneario de Fortuna —Murcia—, que debe su nombre a la fuente de aguas termales usadas ya por los romanos no solo como lugar de descanso terapéutico sino también como complemento a los cultos que realizaban en la cercana Cueva Negra, un santuario dedicado al agua donde se realizaban ofrendas a divinidades y se practicaba la lavatio, rito anual en honor a los dioses consistente en tomar un baño de aguas calientes, que aquí procedían del complejo termal.

De la conocida como cultura de los castros —poblados que se remontan a la Edad del Bronce (siglo viii a. de C.)—, que alcanzaron su mayor desarrollo en la del Hierro, son los conocidos monumentos con horno, conjuntos que en un principio se creyeron funerarios, hornos de fundición o incluso de panificación, pero que actualmente, tras los últimos estudios realizados, existe la certeza de que se trata de baños con carácter termal o medicinal, cuyas dependencias —cabecera con horno, cámara de vaporización y un pequeño vestíbulo— serían equivalentes al caldarium, tepidarium y frigidarium de las termas romanas.

Por otra parte, no está de más recordar aquel pasaje del geógrafo e historiador griego Estrabón —Geografía, II, 3, 6— donde dice que los lusitanos —alrededor del siglo vi a. de C.— que habitaban en las inmediaciones del río Duero «tomaban baños de vapor que se desprenden de piedras candentes bañándolas en agua fría».

También es sabido que el uso de los baños en establecimientos públicos era conocido desde tiempos muy antiguos en Oriente. Así, en la ciudad paquistaní de Mahenjo Daro se han encontrado instalaciones termales que datan del año 2000 a. de C., y en la India y China, de donde la costumbre pasó primero a Grecia y más tarde a Italia.

En Grecia, las primeras manifestaciones termales aparecen en Epidauro —pequeña ciudad del Peloponeso, conocida principalmente por su santuario al dios de la medicina Asclepios—, pues para los griegos la relación entre salud, agua y religión estaba muy enraizada, de ahí que además de en Epidauro, otro de sus más importantes santuarios —Delfos—estuviese igualmente situado junto a un manantial con propiedades curativas.

Y es que la terapia hidrotermal —según algunos estudiosos— aparece ya en su mitología. Así, el doctor José Pedro Martínez Larrarte, asesor de la Revista 16 de Abril —en «Balneoterapia: Leyenda o realidad…»— dice que la historia atribuye a Hércules o Heracles la invención de la balneoterapia, de ahí que en varios lugares de la Antigua Grecia los edificios en que estaban emplazados los baños para estos fines se hallasen consagrados al dios, donde se prescribían baños de agua fría para fortalecer los músculos. Señala que sobre las monedas de Therme —o Therma—, ciudad fundada por los cartagineses al norte de Sicilia, se ven, por un lado, la cabeza de Hércules, y por el otro, las ninfas que por complacer a Minerva, hicieron brotar la fuente destinada a reparar las fuerzas del héroe que ella protegía. Y concluye: «La misma Minerva, según una leyenda, y otra referente a Vulcano habían hecho correr en las Termopilas, al borde del mar, las fuentes sulfurosas en que Hércules reparó sus fuerzas después de realizar los 12 trabajos[11] que le fueron encomendados, de aquí que aquellos baños medicinales fueran denominados los baños de Hércules». Por ello, la denominación hercúlea pasó a ser sinónimo de balnea, lugar de cura por aguas minerales.

Sin embargo, Robert Graves— Los mitos griegos, tomo II, pp. 243-244—, tal vez el estudioso más versado en asuntos mitológicos griegos, no alude en ningún momento a esa cuestión. Escribe que cuando el centauro Neso intentó violar a Deyanira, Heracles le hirió con una flecha en el pecho. Neso se arrancó la flecha y recomendó a Deyanira que mezclara el semen que había derramado con la sangre de su herida y que le añadiese aceite de oliva para hacer un filtro amoroso con el que debía untar la camisa del héroe; de ese modo ella no volvería a tener motivos para quejarse de sus infidelidades. Según otra versión, Neso ofreció a Deyanira la lana empapada en su propia sangre para que le tejiera con ella una camisa y, según una tercera, le dio su propia camisa manchada con sangre como talismán amoroso.

Deyanira decide seguir los consejos del centauro, pues no siendo ya joven teme perder el afecto de su mujeriego marido y le teje una camisa para los sacrificios, untándola con el filtro que había preparado siguiendo las instrucciones de Neso. Después se la dio a Licas —el heraldo y compañero de Heracles— para que se la llevase al promontorio de Cenea, donde el héroe iba a ofrecer un sacrificio de acción de gracias a su padre Zeus por la toma de Ecalia. El correo había partido ya cuando Deyanira miró distraídamente un trozo de lana que había arrojado al patio iluminado por la luz del sol y se quedó horrorizada al ver que ardía como aserrín y que en las losas se formaban ampollas de espuma roja. Comprendió entonces que Neso la había engañado, por lo que envió inmediatamente un correo para que advirtiese a su esposo del peligro que corría si se ponía la camisa. Pero el correo llegó demasiado tarde, pues el calor había ya derretido el veneno de la Hidra en la sangre de Neso y se había extendido por todos los miembros del héroe, corroyéndole la carne. Heracles —añade Graves, pp. 252-253— «trató de arrancarse la camisa, pero se le había pegado de tal modo que salía carne con ella y dejaba los huesos al descubierto. Su sangre silbaba y burbujeaba como el agua de manantial cuando se templa el metal candente. Se arrojó de cabeza en la corriente más próxima, pero el veneno le quemaba todavía más; y desde entonces las aguas escaldan y se las llama Termópilas, que quiere decir “pasaje caliente”». Como puede verse, aquí no se habla ni de que Minerva ni Vulcano hubiesen hecho correr una fuente sulfurosa en las Termópilas y menos que Heracles reparara en ella sus fuerzas después de haber realizado los doce trabajos. Tal vez se dijo esto porque tanto los canales, como los túneles o cauces naturales subterráneos, fueron descritos con frecuencia como obra de Heracles. Así, se dice que a través del centro de la llanura feacia abrió un cauce para el río Aroanio; o que abrió profundas grietas al pie de los montes Feneos para desviar el agua de las inundaciones; o que en su quinto trabajo, para limpiar los establos de Augias desvió los ríos Alfeo y Peneo o Meneo…

Tampoco parece cierto que el dios Marte o Ares —tras su combate con Diomedes, durante la guerra de Troya— fuese curado de sus heridas por la diosa Hebe mediante las aguas de una fuente. Al menos es lo que se desprende de lo que escribe Homero en la Ilíada —rapsodia V, tomo I, p. 113—: Zeus «ordenó á Peón[12] que curase al herido, [Ares, Marte] y curóle éste vertiéndole en la llaga dulces bálsamos que mitigan los sufrimientos de quien no es mortal. […] Le bañó después Hebe, cubriéndole de hermosas vestiduras[13]…». Y en la edición de la Ilíada de la Editorial Juventud —p. 83—, se dice que «Peón le aplicó “drogas” calmantes» a Marte. El resto es igual.

A este tenor tampoco puede deducirse con certeza una posible referencia a los efectos saludables de la balneoterapia en el recibimiento que la maga Circe hizo a Ulises y en el hecho de que una de las cuatro criadas calentase el agua para bañar al héroe. Homero —Odisea, rapsodia X, pp. 156-157— escribe que eran cuatro las siervas —otros dicen ninfas— que pululaban por la casa, nacidas «de las fuentes, de las selvas y de los ríos sagrados que mueren en el mar», únicos datos estos que pueden corroborar aquella creencia. Porque más adelante Homero escribe: «La cuarta—sirvienta o ninfa— trajo agua y encendió una gran fuego en un hermoso trípode, donde la puso á templar[14]. Y cuando el agua se hubo templado en el bronce reluciente, me condujo al baño y me lavó la cabeza y los hombros con el agua dulcemente vertida del hermoso trípode. Y cuando me hubo lavado y ungido con el suave aceite, me vistió…».

Otra traducción de la misma rapsodia o capítulo es la que hizo Carlos García Gual para Alianza Editorial, que dice «… me hizo sentarme en la bañera y me la echaba [el agua] desde el amplio caldero, templándola a mi gusto, sobre mi cabeza y mis hombros, hasta que desapareció el cansancio de mi cuerpo…». Y en la de Editorial Alba, que la ninfa le echó agua «hasta quitarme de los miembros la fatiga que roe el ánimo».

Lo que sí parece cierto es que las termas romanas más antiguas son las estabianas, que se encuentran en Pompeya, y que junto con las del foro y las centrales dan una idea precisa sobre el gusto por el aseo que había en aquella ciudad, que algunos arqueólogos han considerado como un lugar de descanso y relax para romanos pudientes. Las primeras fueron construidas en el siglo iv a. de C. Más tarde las termas públicas se extendieron por toda Italia, convirtiéndose en uno de los edificios públicos de mayor éxito, no solo por su componente higiénico y medicinal, sino también porque se convirtieron en un punto de encuentro social y político.

Y con los conquistadores romanos el hábito de las termas y el uso de las aguas termales como práctica saludable se extendió por los territorios conquistados. Y así llegó a Hispania. Y a la Lusitania…

La Vía de la Plata es una antigua vía romana de comunicación que atravesaba parte del oeste peninsular desde Mérida hasta Astorga, a la que más tarde se añadieron dos nuevos tramos: uno de Sevilla a Mérida y otro de Astorga a Gijón, pasando a denominarse desde entonces Ruta de la Plata, nombre con el que actualmente se conoce. El origen histórico de esta ruta es incierto, aunque por los restos arqueológicos hallados en sus proximidades tal vez fuese usada ya desde la época prehistórica, coincidiendo con la presencia tartesia en la costa suroeste peninsular, cultura que mantuvo su influjo cultural y comercial con las tierras del interior.

Lo cierto es que a lo largo de esta vía o ruta, que cruza de norte a sur Extremadura, no solo se han encontrado yacimientos prehistóricos, sino también numerosos centros termales y de culto a las aguas «que —como escribe Andreu Pintado, p. 3— solo puede explicarse por un arraigo que debe hundir sus raíces en unos rituales prerromanos, que, desde luego, no son suficientemente conocidos», pero que debió de tomar forma luego en divinidades romanas bien conocidas como Aquae, Salus, Nymphae o Fons…, interpretaciones latinas de antiguos cultos locales, como Nabia, Aracus, Arantoniceo, Remetibus, o Trebaruna, «divinidades todas de carácter local y raigambre indoeuropea».

Así, próximo al municipio de Cáparra, aparece Baños de Montemayor, cuyas aguas fueron veneradas ya por los romanos, como se desprende de los epígrafes dedicados a las Nimphae —deidades femeninas menores asociadas, en este caso en concreto, a un manantial—, a Salus, diosa de la salud —y a Fortuna, diosa de la suerte— que, al parecer, tuvo aquí un templo. También en este entorno están los centros termales de El Salugral —con raíz salu-, de salus, -ūtis latino, salud, bienestar, equilibro—, uno en el término de Hervás y otro en el de Jarilla, en cuyo municipio y a casi mil metros de altura se hallan los restos del templo romano conocido como de Piedras Labradas, que para algunos estudiosos pudo estar dedicado al culto imperial y para otros consagrado a alguna divinidad salutífera o acuática, pues son abundantes los manantiales próximos a los restos.

Ya cerca de Plasencia, y próximo como los anteriores a la Vía de la Plata, se encuentra el balneario —hoy sin actividad— de Valdelazura. Los restos encontrados en la finca hacen suponer que allí hubo un asentamiento romano importante, donde debió de rendirse culto al dios indígena Salus.

Y al sur de Plasencia, también en la Vía de la Plata, se alza la que fuera una ermita medieval dedicada a Nuestra Señora de Fuentedueñas, tal vez ligada a la fuente, hoy cegada, que se percibe al noroeste de la ermita que —según Salvadora Haba y Victoria Rodrigo, p. 368— «bien pudo tener un carácter sagrado, unido a posibles cualidades medicinales», según podría desprenderse de los posibles restos de un ara votiva con dedicatoria «a alguna divinidad o fuerza salutífera vinculada al agua de la fuente inmediata».

En el término municipal de Brozas y en un territorio con numerosos restos que denotan una viva presencia romana, se encuentran los baños de San Gregorio, junto a la ermita del santo de igual nombre. El descubrimiento en las proximidades de una lápida dedicada a Nabia —diosa indígena relacionada con el mundo acuático— y la existencia de una fuente sacralizada con la advocación de santa Catalina tal vez para ocultar a una deidad indígena— permiten suponer que las aguas de san Gregorio fueron objeto de algún tipo de culto en la Antigüedad.

Dentro de esta misma área deben mencionarse los balnearios de Ceclavín y Zarza la Mayor y, ya en Portugal, las termas de Fuente Santa, en Monfortinho, que también fueron utilizadas ya por los romanos.

Siguiendo en la provincia de Cáceres y en el término municipal de Alcuéscar, se halla la ermita visigoda de Santa Lucía del Trampal[15] que, junto con otras dos ermitas destruidas, dedicada una a Santiago y otra de advocación desconocida, que se levantaban en el mismo lugar, inducen a sospechar que allí existió un foco monástico[16] desde tiempos visigodos, erigido aprovechando los elementos romanos ya existentes, procedente de un templo pagano anterior con un posible culto a las aguas, datado alrededor del siglo vi a. de C.; convento destinado a sacralizar aquel lugar de gentilidad. Según algunos historiadores, y debido a la gran cantidad de inscripciones dedicadas a Adaegina o Ataecina, el lugar estuvo dedicado tal vez a esta deidad indígena —asimilada por las diosas romanas Ceres y Proserpina romana—, diosa infernal a la que se la atribuía la resurrección de la Naturaleza una vez pasado el invierno, entre cuyas atribuciones estaría la de ser protectora de las aguas y la fertilidad, de ahí que se escogiera este lugar de fértiles tierras y bien regado para erigirle un templo, junto con el de Endovélico —dios muy bondadoso—, el más conocido de los dioses celtibéricos prerromanos de la Edad del Hierro, dios de la salud y protector de la tierra y la naturaleza, especialmente de los bosques, muy extendido en los territorios comprendidos entre el Tajo y el Guadalquivir. Igualmente, las inscripciones hacen también referencia a la ciudad celtibérica de Turóbriga, que no ha podido ser localizada aún, donde estaba el principal centro de culto de Ataecina. Por ello, bien podría suponerse que la arruinada ermita de Santiago —cristianizada como la de Santa Lucía y la otra de dedicación desconocida— estuviese bajo otra advocación pagana, puede que Endovélico o que se tratase de un livi o Júpiter, al que han aparecido dedicadas otras inscripciones en los alrededores.

En esta misma área de Montánchez, Haba Quirós y Rodrigo López —op. cit., p. 377—han localizado otras fuentes o manantiales que, como ellas dicen, analizados aisladamente quizá carezcan de significación, pero que «adquieren una nueva luz, si se ponen en relación con varias inscripciones que han ido apareciendo en diversas épocas y dedicadas a divinidades de carácter salutífero». A ello deben añadirse las aras votivas dedicadas a Nabia, halladas en el cercano puerto de Las Mezquitas y en la finca El Gaitán, en plena sierra de San Pedro, y dos inscripciones dedicadas a Salus, una encontrada en Robledillo de Trujillo —sierra de Santa Cruz-Montánchez— y otra procedente también de los alrededores de Montánchez. Eso sin olvidar el pozo Airón de Valdefuntes, cuyo término municipal limita por el sur con el montanchego.

También dentro del área de influencia de la Vía de la Plata, el investigador Carlos Callejo Serrano menciona unos restos próximos a la conocida como Fuente Blanca —en el término municipal de Valencia de Alcántara y en el ramal de la calzada que unía Norba Caesarina (la actual Cáceres) y Conímbriga, en la vecina Portugal—, que él considera restos de un santuario romano, donde se ha encontrado una inscripción dedicada a Salus —dato que hablaría del carácter bienhechor de sus aguas—, y otra consagrada a Apolo que además de ser el dios de la muerte súbita, de las plagas y las enfermedades, lo era también de la curación, según el calificativo medicus que aparece en epígrafes a él dedicados.

Aún dentro de la provincia de Cáceres, cabe hacer mención a una desaparecida ermita dedicada a Nuestra Señora de Fuente Santa —el nombre ya de por sí es ilustrativo—, en Galisteo, que formó parte de un convento dominico destruido totalmente tras la desamortización, donde había una fuente hoy desaparecida, que tenía fama de milagrosa, especialmente por lo que se refería a enfermedades oculares. Otra fuente con igual nombre se documenta en Zorita, donde tienen como patrona a Nuestra Señora de la Fuensanta que, según la tradición se apareció en forma de silueta de mujer a unos peregrinos que peregrinaban a Guadalupe y que estaban a punto de morir de sed. La aparición les ordenó cavar con sus cayados y manó agua a flor de tierra. Y próximos a otra ermita, la de Cabezón, donde se venera la Virgen de igual nombre, patrona de Cañaveral, están los baños de Cabezón, de aguas que, previo calentamiento, son indicadas para afecciones reumáticas. Y aunque no se tienen noticias de culto o veneración, «es posible intuir, como en el ejemplo anterior de Galisteo, una continuidad desde épocas más antiguas» (Salvadora Haba Quirós y Victoria Rodrigo López, op. cit., p. 370).

Y con la denominación de Aguas Santas hay un convento franciscano en Jerez de los Caballeros —Badajoz—, que se construyó sobre una ermita anterior de igual nombre a finales del siglo xvi, venerado desde antiguo, especialmente una fuente en la que los jerezanos se bañaban para encontrar remedio a sus males. Y en las proximidades de Jerez, hay dos imágenes que son especialmente veneradas: Nuestra Señora de Soterraño, en Barcarrota, cuya capilla mayor se levanta sobre unas rocas de las que mana una fuente que según los vecinos tiene propiedades curativas; y la de Nuestra Sra. de Loreto, en Higuera la Real, que se levantó sobre una fuente que recibió el calificativo de santa por los numerosos milagros que se sucedieron a partir de 1668, con anterioridad a su construcción en 1670. El origen de todas ellas, como puede deducirse, se relaciona con las aguas salutíferas de aquella zona fragosa, donde abundan las corrientes subterráneas.

También en la provincia de Badajoz, en las proximidades de Mérida, se encuentra el balneario de Alange, que ha aprovechado parte de las antiguas termas romanas para sus actuales instalaciones. Entre los restos de las primitivas termas se encontró un ara votiva dedicada a Juno, diosa del matrimonio, por el procónsul de la Capadocia Licinio Sereniano y su esposa, por la curación de su hija Varinia Serena, a la que le había resuelto un problema, probablemente —como escriben Haba Quirós y Rodrigo López— «de orden ginecológico». Y añaden que José María Álvarez Martínez habla de una posible zona sagrada, constituida por un templo romano, quizá un ninfeo, que posteriormente habría sido sustituido por una basílica visigoda. «Debido a este mismo fenómeno de continuidad, hoy podemos ver allí una ermita con pórtico lateral de arcadas, dedicada al Cristo de los Baños».

En el yacimiento del conocido como Palacio Real de Rena, y en las proximidades del río Ruecas, se han encontrado restos romanos, entre los cuales apareció un epígrafe dedicado a Salus, dato que hace presumir que allí había aguas salutíferas.

Mención aparte merecen las conexiones existentes entre Santa Marina y las aguas termales. Santa Marina —la Mariña gallega— nació en Balcagia, la actual Bayona de Pontevedra. Pero Marina —de origen latino, con significado de marino, hombre del mar— tiene una biografía muy parecida a la de Santa Margarita de Antioquía, circunstancia que ha hecho pensar a más de un estudioso que se trate de una misma persona. Ambas fueron decapitadas, solo que la cabeza de la santa gallega dio tres golpes en el suelo, dando lugar a tres manantiales —otorgando así el nombre de Aguas Santas al lugar de la decapitación— que son considerados de aguas milagrosas y poseedoras de poderes curativos.

El culto a esta santa cristiana, relacionada con fuentes, en Extremadura estuvo presente: en la ermita que hasta principios del siglo xvii se erigía cerca del arroyo Palomero, en Ahigal, con el nombre de Sta. Marina la Vieja, donde pervive hoy día una fuente que con toda seguridad posibilitó que el enclave fuese dedicado a Marina. En el lugar, entre otros restos arqueológicos que hablan de una continuidad de poblamiento desde al menos la Edad de Bronce, se encuentra un ara votiva con una inscripción que, aunque está dedicada a una deidad indeterminada, que estaba ya implícita en el carácter del monumento, bien podría ser una divinidad relacionada con el agua.

En las ruinas de otra ermita medieval dedicada a esta santa, junto a las cuales existe una fuente o pozo mineromedicinal en Casas de Millán. No se han encontrado restos que avalen un antiguo culto pagano pero, debido a la situación, cabe la posibilidad de que el lugar fuera cristianizado para cubrir otro culto anterior.

Por último, en Zarza Capilla, Salvadora Haba Quirós y Victoria Rodrigo López documentan otra ermita arruinada dedicada igualmente a Santa Marina. Según cuentan, esta santa era bajada desde su parroquia, en la tarde de Pentecostés, y recibida por los romeros de otros pueblos aledaños como Peñalsordo y Capilla. Era conocida, popularmente, como la Virgen de la Culebra, por la serpiente que iba enroscada a sus pies. Y añaden: «Llama la atención el que se relacione a Santa Marina con la culebra, teniendo en cuenta que a la Salus romana se la representaba con una serpiente». Curiosamente, cuando regresaban al pueblo, lo hacían con otra santa, santa Catalina, asociación de ambas santas con las aguas medicinales que también se dio en la localidad de Brozas.


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[1] Recuérdese que en algunas religiones, como la hebrea, el mundo nacía de un medio caótico, sin orden, donde, sin embargo, aparece el agua: «… pero el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas» (Gen. 1, 2). Este versículo, sin embargo, planteó ya una cuestión a los filósofos griegos: ¿debe darse por sentado que las aguas fueron creación divina o pensar que preexistieron a la formación del mundo? Nácar y Colunga (nota 2, p. 27) piensan que el autor bíblico no se planteó ese problema y que se limitó a decir que Dios había creado al mundo y cuanto en él existe. En la mitología india se habla de las aguas primordiales sobre las que flotaba Nārāyaṇa, el dios supremo; aguas que preceden a la creación, a la cual sustentan.

[2] En otras localidades, como Brozas (CC) se bendicen los animales (día de San Antón).

[3] San Gregorio, obispo de Ostia, fue enviado por el papa Benedicto IX (1040) para combatir una plaga que azotaba los campos de Navarra. Resuelto favorablemente el encargo, Gregorio se quedó en España, de modo que su fama fue aumentando, razón por la cual muchos municipios y lugares lo tienen como patrón, al considerarlo protector de los campos.

[4] Y cabe recordar aquí el caso concreto que recogieron L. Yravedra y E. Rubio —citados por Quijera Pérez en su obra antes mencionada— en una fiesta de Calahorra. En una localidad riojana, el día 12 de mayo se traía agua de la población navarra de Los Arcos, agua que era conocida como el agua de san Gregorio y considerada como fertilizante para los campos y milagrera para las personas. Con ellas se bendecían los terrenos de labor, esparciéndola al aire.

[5] Números 357 y 358 (año 2011), 363 y 365 (año 2012).

[6] También hay topónimos Airón en Francia, Inglaterra, Italia, Brasil y México.

[7] En las proximidades del pozo Airón de Almendralejo —año 1920— tuvo lugar un crimen pasional del que se hizo eco la prensa de la época y que incluso dio lugar a romances de ciego.

[8] Del topónimo han quedado las expresiones Echar algo al pozo Airón o Caer algo al pozo Airón, para indicar que algo se ha perdido sin esperanza de recuperarlo, debido a la insondable profundidad que se les atribuye a estos pozos, simas o lagunas.

[9] Vid. Rodrigo, V. y Haba, S. Aguas medicinales y culto a las aguas en Extremadura. Espacio, Tiempo y Forma, serie II, H.ª Antigua, t. V, UNED, 1992, págs. 351-382.

[10] El lugar fue conocido también como Fuente Salada y Fuente del Salobral.

[11] Otros dicen que para curar sus heridas tras el enfrentamiento que sostuvo con la Hidra en Lerma y el enorme cangrejo que salió del pantano para ayudar a la Hidra y que mordió a Hércules en los pies.

[12] Peón, o Peán, divinidad cuya función era de médico de los dioses.

[13] Igual traducción hace Enrique Rull de este pasaje.

[14] En Grecia y Roma los primeros centros termales solo tenían agua fría; los primeros registros de uso de agua caliente en las termas datan de finales del siglo v a. de C. Y Homero escribió sus obras aproximadamente en el siglo viii a. de C.; si es que realmente fue él su verdadero autor.

[15] Trampal: ‘sitio pantanoso’, ‘atolladero’.

[16] La ermita, en la zona, es aún conocida como el monasterio. Y hasta finales del siglo xix se celebraban allí cultos religiosos y era aún el destino de una romería.


Sobre el agua (cultos y ritos acuáticos)

RODRIGUEZ PLASENCIA, José Luis

Publicado en el año 2014 en la Revista de Folklore número 386.

Revista de Folklore

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