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La localidad palentina de Abastas —anteriormente «de Campos», aunque el apellido lo haya perdido ya— es hoy una pequeña población terracampina, sesgada en su población con apenas una treintena de habitantes y enclavada en el valle del Retortillo, dependiente de ayuntamiento de Villalumbroso, que acoge en su consistorio a tres pueblos más, aparte de los dos citados: Abastillas, Añoza y Villatoquite. En 1850, Madoz anotaba que era una localidad de 52 casas, «la mayor parte de un solo piso y de mediana distribución interior, con calles irregulares sin empedrar y muy sucias, especialmente en invierno; tiene una plaza pequeña en la que se halla la casa municipal; está dividida en dos barrios por el riachuelo denominado Villalumbroso comunicándose sus vecinos por medio de un puente de piedra de un solo ojo y de muy buena construcción; cuenta con dos iglesias parroquiales la una dedicada a Santiago, está servida por un cura párroco y un capellán y la otra con advocación de San Salvador por un vicario nombrado por el gobernador; el curato se provee en oposición por el obispo de León; hay una escuela de primeras letras dotada en 164 reales a la cual concurren 16 niños de ambos sexos y una fuente pública para el consumo de sus habitantes». Para las labores del campo poseían sus vecinos 22 carros, 50 caballerías mayores y 12 menores, útiles para los 48 vecinos que sumaban 180 almas, pocas menos de las que ahora mismo se recogen entre los cinco pueblos del municipio.
Una dualidad manifiesta durante siglos en la zona, un pueblo diferenciado en dos barrios (Barrio Arriba y Barrio Abajo), un cercano y hermanado pueblo de Abastillas, que anteriormente venían siendo Abastas de Yuso (arriba) y de Suso (abajo), dos parroquias… Llama la atención cuando menos esta duplicidad en la que ha vivido nuestro pueblo de tiempo atrás. Dividido en dos barrios, siguiendo la denominación medieval de Yuso y de Suso, cada una con sus respectivas parroquias, nos da pie para pensar cómo sería esa vida tan diferente de nuestros bisabuelos y tatarabuelos, cuando el pueblo contaba con trescientas o más almas (180 habitantes y 52 vecinos había registrados en 1850, como ya indicamos, y en el censo de 1842, 40 hogares y 208 habitantes que subieron hasta los 316 en 1877, iniciando desde entonces una pérdida poblacional palpable hoy día). El caso es que un pueblo separado se nos antoja difícilmente creíble hoy en día, habida cuenta de la unión vecinal, incluso en todo el valle. Pensemos pues en dos núcleos diferenciados en un mismo pueblo, más o menos amplios, un barrio de abajo más pequeño —al menos desde el siglo xix— pero que podría contar con una población entorno al centenar de personas. Un núcleo activo, con sus solanas, sus charlas de tarde tras el trabajo, sus veladeros familiares invernales, sus hornos de pan para abastecerse, sus pozos y fuentes para lavar, sus huertos, etc. y su propia parroquia, la de San Salvador, para sus rezos diarios, misas y atenciones sacramentales. Realmente se pasarían meses en los que muchos vecinos de un lado y otro seguramente no se vieran o no se saludaran, salvo en bodas y bautizos, la fiesta local o la visita al herrero y su fragua —tal vez hubiera una en cada barrio— o al médico o notario, funcionando en cierto modo como pueblos independientes. Tal vez los únicos puntos de reunión a la semana serían los bailes de los domingos (a son de pandereta, tamboril y dulzaina cuando no había salones) en los que se juntaran mozos y mozas, del mismo modo que las bodegas (todas en el barrio alto) servirían de excusa para convidarse unos mozos con otros.
Poca población y dos parroquias, tal vez demasiado patrimonio que atender para un pequeño pueblo que iba perdiendo parroquianos y donde el sustento de dos curatos no medrara lo suficiente como para mantenerlos desahogadamente, siendo este el gérmen del conflicto que ahora exponemos. Bueno, pues vista esta presentación, no tan alejada realmente en el tiempo como pensamos (basta con recordar a los vecinos mayores de ambos barrios que conocimos a quienes, salvo el domingo para la misa, no volvíamos a ver sino de lejos, atendiendo sus ocupaciones diarias) vamos a dedicar unas páginas sobre esta dualidad de los abasteños, condicionada en este caso, por las parroquias de Santiago y San Salvador.
Situémonos hace exactamente 155 años, en el año 1858. Pensemos por ejemplo en los antepasados e imaginemos el entorno: un cura y un capellán en Santiago y un vicario en San Salvador, el señor cura con sotana y teja, todos los vecinos vestidos de paño de Astudillo, ellas de manteos encarnados, chambra y mantones, ellos con faja ancha, enrollada hasta el pecho y calzados de albarcas y choclos, carros de mulas y algunos de vacas, siembra de lenteja, poca, trigo, avena y cebada, muchos majuelos, casas de adobe y tapial, glorias, cántaros a la cadera para ir a por agua, barro hasta las orejas en invierno y media docena de chiquitos o más por cada casa… Bueno, pues en ese ambiente tan familiar se desarrolla la historia que traemos, verídica; al menos los documentos que referenciamos se conservan en el Archivo el Obispado de Palencia, firmados y rubricados por el mismísimo obispo de León, a cuya diócesis pertenecía Abastas en ese momento.
A finales del xix comienza el declive de muchos pueblos, cuyo éxodo, migraciones de ultramar, conflictos políticos… harán mella más si cabe en todos ellos, perdiendo población e importancia en la vida social, cuyo estado se agravará a partir de 1950 con el desarrollo de las ciudades. Muchos de los bienes eclesiásticos se abandonan, venden o enajenan con la desamortización de Mendizábal a mediados del siglo xix. Tal cantidad de bienes hace imposible un correcto mantenimiento de los mismos y esto acaeció en la parroquia de San Salvador del Barrio Abajo que, imposible su mantenimiento por el corto caudal de sus vecinos, hubo de cerrarse al encontrarse en estado de peligro y amenaza de ruina. El obispo decide pues, en esta situación, dar media vuelta a la llave en 1855 y trasladar a su párroco don Nicolás María de la Hoz a la de Santiago, con sus objetos litúrgicos, santo incluido, y aprovechar y cubrir así temporalmente una plaza que por fallecimiento del titular se hallaba vacante. Al poco tiempo, el Obispado de León nombra nuevo párroco para Santiago pues, a pesar de ser un pueblo pequeño, no quería dejar de recibir sus rentas, diezmos y primicias que salieran de Abastas dado que el gobernador de Palencia era el que se encargaba de proveer vicario para San Salvador, nuevamente en esa dualidad de la que hablamos. A partir de aquí se desarrolla nuestra historia, que como podrán intuir está basada en los enfrentamiento de los dos sacerdotes, de las dos feligresías y hasta de los dos santos titulares del pueblo. Tras el nombramiento del nuevo párroco, empiezan las diferencias entre los dos sacerdotes por las rentas obtenidas de los feligreses, menguadas según los barrios, por no repartir las ganancias y por otras faltas personales. Entre estas faltas cometidas por el nuevo párroco de Santiago, don Antonio Allende, hacia el viejo párroco del Salvador, don Nicolás María de la Hoz, se suman los desaires y ofensas personales, entre otras acusaciones la de quitar el felpo (felpudo) de la sepultura de su hermana, una gran ofensa, pues no es ni más ni menos que quitarla el sitio en la iglesia. Esto ha de entenderse en el contexto de una tradicional costumbre, olvidada a principios del siglo xx, cuando el interior de las iglesias era un solar de piedra, sin apenas bancos, escaños ni reclinatorios y donde señoreaban los hacheros mortuorios, nada más, en un suelo embaldosado cuasi empapelado de múltiples esterillas. La señora Pepa Santiago, nacida en el pueblo hacia 1913, me relataba hace años con cierta honra cómo ella había sido la primera mujer de Abastas, casi de niña, en tener un reclinatorio fabricado por un familiar, lo más moderno del momento. Iba, pues, olvidándose poco a poco la costumbre de acudir a la iglesia con un banquillo bajo el brazo y aposentarse las mujeres en estas esterillas (felpos o felpudos) de trenzada espadaña que quedaban de un domingo para otro en el sitio y que marcaba el lugar donde se arrodillaban o sentaban las mujeres almohadillándose sobre la colección de manteos y refajos que llevaban. Dichas esterillas se colocaban en las llamadas «sepulturas», que eran los lugares enlosados de los enterramientos de los familiares hasta que por precepto legal se prohibieron a partir de 1781 y a propuesta del conde de Florida Blanca, cuando el Consejo de Castilla comenzó las diligencias para informar sobre el restablecimiento de cementerios. Esas esterillas se colocaban sobre las losas de piedra —hoy casi todas las iglesias están entarimadas o enlosilladas—, en donde con el paso de los años se iría colocando la familia, en un puesto que se heredaba y que se mantuvo incluso al llenarse las iglesias de bancos. En esas mismas esterillas se recordaba a los difuntos, se colocaban los hacheros y se hacían las ofrendas de velas, panes u hogazas, en las festividades de Todos los Santos, cabo de año y demás. Este es un detalle importante, pues genera una de las disputas de las dos parroquias, especialmente sentido por el viejo sacerdote del Salvador, y era precisamente el no haber repartido el nuevo sacerdote con él el pan entregado por los responsos que se rezaban al lado de las sepulturas y que posteriormente recogía el sacristán, pasando a disponer de ello el sacerdote como quisiera (vendiendo la cera, repartiendo el pan a los pobres, etc.). Mi tía Nemesia Díez me recordaba hace años cómo llegó todavía a conocer de muy joven —antes de la Guerra Civil— la costumbre de dar «el pan de caridad» el día del funeral a las puertas de la iglesia donde cada vecino cogía un trozo del pan que, en un cestillo, llevaban los familiares del finado, entregando otro a la iglesia. Estas dos costumbres desaparecidas sirven de introducción y explicación para mejor entender la carta que el párroco del Barrio Abajo envió a S. E. I. (Su Excelentísima e Ilustrísima), el obispo de León, quejándose y estableciendo claramente la disconformidad del modo y manera en la que el nuevo párroco don Antonio acometía la dirección de la ya única parroquia:
Excelentísimo e Ilustrísimo Señor Obispo de León
Nicolás María de la Hoz, cura párroco de San Salvador de Abastas a S. E. Ilustrísima respetuosamente expone que en el año de 1855 fue declarada facultativamente y previos los informes también del señor arcipreste, ruinosa e insusceptible de reparar la dicha mi parroquia; por cuya circunstancia ordenó S. E. I. suspender la celebración de los Divinos oficios y trasladar el culto y sagrados efectos de la misma a la parroquia de Santiago Apóstol con el ejercicio de todo ministerio parroquial. Obedecido en todo en todas sus partes este superior mandado, dando de él conocimiento a mis feligreses se tomó posesión de aquel templo y quedó incorporada desde entonces la parroquia de San Salvador a la de Santiago apóstol de la que también el exponente había sido nombrado por su Ilma. cura ecónomo por defunción de Don Pablo Vicente que lo era en propiedad. Así las cosas tuvo la dignación su excelentísima e ilustrísima de sacar a concurso esta vacante y agraciar con ella al Pbro. Don Antonio Allende quien tomó posesión y fijada su residencia determinó, acordamos y convenimos en el modo y forma de levantar las cargas de nuestro deber como así también la percepción de derechos parroquiales. La avenencia, Excelentísima e Ilustrísima, no podía ser en mi concepto más justa, más congruente, más racional. La contribución mancomunada de nuestros servicios en todo caso y el turno por semanas en la rigurosa asistencia a los divinos oficios y por consiguiente la igual participación de los rendimientos parroquiales. Por mi parte, su Ilustrísima, no sólo he cumplido con exactitud mi deber y compromiso sino que he cedido la elección de las respectivas cargas a placer a mi compañero y si bien hasta el finado mes de agosto tuvo cumplido efecto nuestro acuerdo, no así desde la citada época como tengo el sentimiento de participar a S. E. I. entre los diferentes hechos que me reservo enunciar a S. E. I. en tiempo oportuno; citaré sólo los que han tenido lugar en el mes corriente. Después de haber turnado como llevo dicho en el levantamiento de las cargas espirituales sin haber faltado ni un solo día ni una sola hora al cumplimiento de mi deber con notable recargo sobre el de mi compañero, se ha apropiado éste en los días de Todos los Santos y Ánimas, todas las ofrendas de pan cocido, sin siquiera haberme cedido la parte de un solo panecillo para repartir a mis pobres feligreses como tenía de costumbre todos los años. Esta misma arbitrariedad e injusticia ha cometido con las limosnas de responsos que debían utilizarse en sufragio de los fieles difuntos, sin darme tampoco participación, ni en la celebración de los Santos oficios ni en la percepción de los ya cumplidos. Estos hechos demasiado significativos de una idea inconveniente y azarosa los hubiera pasado desapercibidos del conocimiento de su ilustrísima y jamás de ellos hubiera tomado acta, si otros de más entidad no me lo aconsejasen. Uno es el haber separado del nicho que ocupaba en el altar mayor el patrono de mi Iglesia San Salvador y colocado en la parte accesoria de otro colateral. Otro el haber mandado a su criada arrancar el felpo y quitarme la sepultura que ocupaba mi señora hermana para ponerse aquella en su lugar y finalmente, Excelentísima e Ilustrísima, que es el que me mueve a promover esta queja el que tiene reservado según me han asegurado confidencialmente para impedirme el ejercicio de todo solemne acto propio del ministerio parroquial; lo que prueba evidentemente que creyéndose el dicho don Antonio único y exclusivo cura párroco de la Iglesia de Santiago solo me dispensa como un favor el uso de mi ministerio. Todos estos sucesos y otros más que no son de referir en este escrito les he dejado pasar con tranquilidad y mansedumbre, sin siquiera haberle convertido la más leve queja por la sencilla razón de sostener la paz y evitar el escándalo. Eso no obstante y por más que mi carácter se haga superior a la debilidad humana no han dejado de producir desagradables efectos, debilitando mi quebrantada salud, la de mi hermana y sobrinita. Por todo lo expuesto y animado por los mejores deseos a favor de mi compañero y mi pueblo, suplico a su Excelentísima e Ilustrísima humilde y encarecidamente, se digne autorizarle para pasar a mi pueblo natal a restablecer mi salud y encomendarme a Dios sin que por eso me olvide por mis feligreses en mis imperfectas oraciones como así mismo por que es una necesidad, el que S. E. I. determine y deslinde las retribuciones que en la ya unida parroquia de Santiago corresponden a el exponente. Dios Guarde a usted muchos años.
Abastas y noviembre 17 de 1858.
Firma: Nicolás María de la Hoz.
Dos sacerdotes, dos parroquias y dos feligresías todo reunido en una, es como una caja de truenos, no nos cabe la menor duda, al menos en esa época. Dos parroquias enfrentadas con una única sede, al tenerse que abandonar y cerrar la parroquia del Salvador, daría lugar a no pocas situaciones como las aquí expresadas, hasta la disputa de qué santo titular habría de presidir el altar mayor. Recibida la misiva, el obispo, enternecido tal vez por la delicada salud del viejo párroco, de su hermana y sobrinita y la sentida carta, pidiendo vacaciones, seis días después concede el descanso por un mes al antiguo párroco de San Salvador mientras establece una auditoría con el actual párroco de Santiago, una entrevista y reunión de las quejas expuestas a través del arcipreste de Cisneros, don Miguel Zurita, evitando de esta manera un desplazamiento a nuestra localidad y poder lograr el punto de vista de la parte contraria. Así lo notifican desde el obispado:
León, 23 de noviembre de 1859
Concedemos al suplicante la licencia que solicita para un mes y respecto a los particulares que contiene una exposición informe del arcipreste del partido oyendo al párroco de Santiago lo que se le ofrezca y parezca. El Obispo de León.
Por mandado de S. E. Ilmo. Obispo de León:
Miguel Zurita Arias.
Y en la misma carta, transcurrido el mes de descanso se recogen las explicaciones del párroco de Santiago expuestas al arcipreste, pues lógico era que fueran escuchadas las alegaciones que contra él hacían ofensa, con respecto al reparto económico de los derechos de pie de altar, o derechos de altaragium, los ingresos reservados para el capellán (o servidor del altar) al margen de los ingresos como párroco. También se conocen como honorarios, estipendios o derechos de estola y proceden de las celebraciones de las misas y la administración de sacramentos.
Cisneros 23 de diciembre de 1858
Nada pareció mas oportuno al infraescripto para… con algún fundamento el informe que se le pide como el hacer comparecer a mi presencia los dos párrocos contenidos en esta exposición y otros si de ambas partes: como quiera que hasta ahora no se halla canónicamente unida la Iglesia del Salvador de Abastas a la de Santiago del mismo pueblo el párroco de esta, opina que no está obligado a la dicha distribución por mitad entre los dos párrocos de los derechos llamados de estola y pie de altar en razón a que si bien es cierto que inmediatamente de tomar posesión de Santiago su cura párroco d. Antonio Allende convino amistosamente no más, con el que lo es del Salvador en la alternancia rigurosa en las funciones y servicios del de una y otra parroquia y en la percepción igual por tal concepto de todos los derechos parroquiales, esto no obstante viendo hoy el citado don Antonio, evidente de toda evidencia, que no son idénticos los productos de entrambas parroquias como ignorantemente se le hizo creer en aquel entonces se hallase en el caso (a menos que s. e. i. disponga otra cosa) de no perjudicarse por más tiempo sus intereses; más una vez en desavenencia los dichos dos párrocos, es clara que se explica por si mismos los demás hechos que por voluntad o aquiescencia del párroco de Santiago habían tenido lugar y consignar en este inmenorial; por lo que a mi toca he procurado inculcar y he inculcado sin efecto el deber en que están los enunciados dos párrocos que no dar a sus respectivos feligreses ocasión ni motivo de escándalo mayormente cuando este suele ceder y por desgracia cede siempre en vituperio del ministerio sacerdotal y por lo demás S. E. I. determinará en su alta penetración lo que juzgue mas conveniente a conciliar todos los extremos que abarca esa solicitud.
Su Ilustrísima escuchó las alegaciones del párroco de Santiago, expresadas a través del arcipreste de Cisneros, y de manera resolutiva, trascurridas las Navidades y ya en el año siguiente, envía el 24 de enero de 1859 una misiva con el siguiente contenido:
Consultando al mejor servicio espiritual de los fieles de las dos parroquias unidas de Santiago apóstol y San Salvador de este pueblo y a la paz y buena armonía que debe de haber entre los dos párrocos declaramos refundidas en una las dos feligresías y mandamos que alternen por semanas los párrocos en las prestaciones de todo el servicio del ministerio parroquial con la administración de los santos sacramentos, incluido bautismo y matrimonio para lo cual les autorizamos en debida forma con la explicación de la doctrina cristiana, vista a los enfermos y demás actos del ministerio siendo sin embargo obligado cada uno por si, a aplicar el santo sacrificio de la misa por sus respectivos feligreses en los días festivos y de precepto mandando asimismo que el de todos los derechos de estola y pie de altar sea cual sea su procedencia y la especia en que consistan se forme un acerbo común y se distribuyan entre los dos por partes iguales y que se restituya al nicho que ocupaba en el altar mayor la efigie del santo patrono de la de San Salvador exhortando finalmente a los dos párrocos en el obsequio de la paz el buen ejemplo que deben dar a sus feligreses hagan el sacrificio de condonarse todo resentimiento y de concluirse en lo sucesivo en santa concordia y cristiana armonía.
Comuníquese esta providencia por nuestra secretaría de cámara de arcipreste del partido para que le haga notoria a los interesados y procure su cumplimiento. Lo decretó, mandó y formó el S. Ilmo. Obispo de León.
Resolución salomónica, los ingresos a medias y el altar para las dos esculturas titulares del pueblo, en pos de la buena imagen de la parroquia que, nos imaginamos, andaría toda revuelta con tanto cambio y desorden sacerdotal, disputas y enfados de ambos barrios por el menosprecio a sus respectivos santos. No quedó conforme con ello el párroco de la iglesia de Santiago y meses después, el 19 de mayo mandó una carta a su ilustrísima donde exponía y recalcaba el supuesto engaño por parte del párroco de San Salvador sobre los beneficios y lo que rentaban las misas y otros oficios de una y otra parroquia que, a simple vista, dado el tamaño de ambos lugares, era más que desigual. Exponía también el atropello del altar mayor de Santiago, colocando casi con calzador la talla de San Salvador (la que se conserva en la ermita de Mediavilla) al modo de los santos hermanados, como san Cornelio y san Cipriano, santos Facundo y Primitivo, los santos Justo y Pastor o Emeterio y Celedonio, aunque en este caso sin parentesco familiar. También pedía al obispo que, aunque se utilizara la parroquia de Santiago, cada sacerdote se hiciera cargo de su feligresía y por tanto de los tributos y ganancias dependientes de cada barrio, que por fuerza habían de ser muy desiguales.
Excelentísimo e Ilustrísimo Señor:
Don Antonio Allende cura de la parroquia de Santiago de la villa de Abastas a Vuestra Excelencia Ilustrísima con respeto expone que desempeñando don Nicolás de la Hoz cura propio de la de San Salvador de la misma villa el economato de la expresada de Santiago desde su última vacante hasta que de ella tomó posesión el exponente, a pretexto de estar ruinosa la de San Salvador que le es propia, obtuvo el cerrarla y trasladarse a la mencionada de Santiago. Estas dos parroquias Excelentísimo e Ilustrísimo señor tienen su feligresía y demarcación señalada. El cinco de noviembre de 1857 tomó posesión de ésta el exponente en cuyo día le propuso el referido don Nicolás y le dijo que los productos de una y otra parroquia eran iguales sobre muy corta la diferencia y por consiguiente que convenía hacer acuerdo de partirles iguales a lo que el exponente accedió de palabra y en la disposición de que fuese exacto lo que le decía. Pasados no muchos días advirtió que había sido engañado en un todo pues además de no tener la parroquia del Salvador ni aún la tercera parte de vecindario que la de Santiago, hay la de no dar producto sino ésta; pues aquella es tan poco el que da que se puede decir ninguno. A pesar de el exponente de haber palpado el evidente engaño siguió partiendo los productos con su compañero para ganarle afecto y de este modo ponerle en santa concordia y cristiana armonía con los vecinos y moradores de dicho Abastas. Más viendo el exponente sus frustrados deseos y por otros motivos que omite tuvo por conveniente recogerse él solo los derechos de su parroquia sin perjudicar a su compañero de los de la suya. Otro si, dicho don Nicolás trasladó de su parroquia a la de Santiago la efigie de San Salvador su patrón, y la puso en el altar mayor en el mismo trono de Santiago, ladeando la de éste a la izquierda y colocando la de aquel a la derecha. Como el trono de Santiago se había hecho para él solo no cogía con la efigie de el Salvador y por consiguiente estaban de una manera que causaba irreverencia. Se quejaban al exponente con frecuencia sus feligreses diciendo que pusiese en otro sitio la efigie del Salvador para poner la de Santiago como debía de estar y oyendo las justas quejas pues se perjudicaba a su patrono, mandó poner en ejecución lo que se le pedía. Con fecha veinte de noviembre último elevó el expresado don Nicolás una exposición a Vuestra Excelentísima e Ilustrísima y Vuestra Excelentísima se dignó mandar a su arcipreste de Cisneros oyese ahora al exponente sobre los particulares de aquella solicitud, oído éste, remitió el informe de aquella solicitud a la secretaría de cámara de vuestra excelencia el que vuestra excelentísima e ilustrísima había visto. El 17 de febrero último se le notificó al ahora exponente una providencia declarando unidas las dos parroquias mandando partir entre los dos párrocos todos los derechos de estola y pie de altar y que se alternen por semanas en la prestación de todos los servicios del ministerio parroquial autorizándolos por todo aún para celebrar matrimonios, como también que se vuelva al nicho que ocupaba en el altar mayor la efigie del santo patrón de la de san Salvador. El exponente excelentísimo señor ha respetado y cumplido esta disposición de vuestra excelentísima e ilustrísima pero no puedo por menos que manifestar a vuestra excelencia que quedan lastimadas sus derechos y los de sus feligreses y que no se ha ayudado a uno y otros en un asunto de tanta trascendencia por lo que se ruega encarecidamente a su excelentísima e ilustrísima se sirva disponer y mandar que queden las dos parroquias en el estado en que estaban cuando el mismo exponente tomó posesión de la de Santiago cuyos derechos entonces adquirió sirviendo cada párroco su respectiva feligresía según ha estado siempre demarcada, cuidando y custodiando cada párroco e igualmente los libros sacramentales con todos los demás que han sido propiso de un párroco; y en orden a lo que el del Salvador se le ofrezca para la administración del pacto espiritual de sus feligreses se le permitirá el uso libre y conveniente de la iglesia y que ponga la capa en las funciones que le sean propias de su feligresía o de su parroquia con todo lo demás que vuestra excelentísima e ilustrísima considere conveniente; así lo expresa el suplicante de la notoria bondad de su excelentísima e ilustrísima cuya vida Dios Guarde Muchos Años. Abastas y mayo 19 de 1859.
Excelentísimo e Ilustrísimo señor don Joaquín Barbageno, obispo de León.
No sabemos si el obispo se dignó a contestar de nuevo a esta última carta o dejó el caso ya sentenciado con su resolución anterior, por lo que imaginamos que la situación quedara con los beneficios partidos, aunque cada sacerdote oficiara con especial dedicación a los fieles de cada barrio. Las desavenencias seguirían —como es lógico cuando hay tanta inquina— hasta que, tras el hundimiento y desmonte de la iglesia de San Salvador y la reforma de la ermita de Nuestra Señora de Mediavilla en 1894, se trasladaría de nuevo la traída y llevada imagen de San Salvador a su nueva sede hasta la actualidad, la ermita. Todos estos detalles nos acompañan en la intriga: ¿quién tendría razón en el fondo y de dónde partiría el desencuentro? ¿El párroco del Salvador, ninguneado por el de Santiago al no repartir con él las ganancias, ni el pan de los difuntos? ¿O el de la parroquia de Santiago, que se había visto «timado» al establecerse a medias con el del Salvador? Unos verán al sacerdote del Barrio Abajo frotándose las manos al hincarle el diente a la parroquia de Santiago; otros al de Santiago querido darle una lección de humildad al susodicho… ¡Si es que las medias, ni pa las piernas!...
El caso, en el fondo, es que quien salió favorecida con el conflicto de ambos santos fue la imagen de Nuestra Señora de Mediavilla, patrona querida del lugar, que se devocionaba en un pequeño humilladero o ermita de muy escasos recursos que se había edificado a mediados del siglo xviii cerca de la iglesia del Salvador. Esta sería la única imagen que existía en la ermita, pues tan escueto recinto apenas si daría para albergar un altarcillo desde el que se dispensaran las misas a los cofrades el día de la función, rematada en una sencilla espadaña, tal vez pendiente de los muros, incluso, donde se colocaría y recogería una única campana, según se anota en el libro de cuentas.
La iglesia parroquial de San Salvador aguantó en pie hasta 1888 aproximadamente, al menos ese es el año de cierre de los libros de fábrica. El desplome posterior de la misma despertó a los vecinos del Barrio Abajo hacia 1892-93, pero en esos años la iglesia se hallaba prácticamente desmontada y abandonada, a la espera de su triste final. Según la nota del viejo párroco, se habían trasladado «los sagrados efectos» a la de Santiago, esto es: ropas vestiduras, ornamentos litúrgicos e imágenes, dejando en el lugar presumiblemente la factura inmueble, las puertas, las campanas y demás. Así, dichos materiales se utilizaron en la ampliación y reedificación de la ermita de Mediavilla, en 1894, aprovechando los materiales desaparecidos tras el desplome de la iglesia vieja. Ahí quedaron alojados, además de la imagen de San Salvador, media docena de santos más, algunos adornos, la pila bautismal y aun las puertas, en una excelente y agradable obra de ebanistería local, fechada en 1759, como aparece tallado en uno de los cuarterones. Esta reforma obligó a cambiar la situación de la entrada, que estaba orientada hacia el este y que tras la obra pasó a abrirse al oeste, mirando al Barrio Abajo, el barrio que por tradición siempre tuvo más devoción a Nuestra Señora dada la cercanía. En la espadaña nueva de la misma, de tres vanos, se conserva una lápida en la que se lee:
se hizo esta obra a espensas de los fieles siendo párroco don Cipriano Castellanos lo izo Juan Diez año de 1894 e del Salvador.
Los ladrillos macizos que sobraron sirvieron para la edificación en esos años de los muros de refuerzo de un original frontón que tenía la fachada del trinquete de tapial, un detalle tremendamente original en estas construcciones y casi único en la provincia que perdimos lamentablemente hace unas décadas.