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Según la Real Academia, refrán es todo «dicho agudo y sentencioso de uso común, repetido tradicionalmente de mono inalterable». Aunque como escribí en el prólogo de mi obra De tomo y lomo (El origen y significado de frases hechas, dichos populares y refranes) (1997: 19), autores hay que amplían esta definición y señalan que, además de simbólico, el refrán, expuesto en forma poética, debe manifestar una verdad comprobada. Lo que presupone la existencia de una experiencia personal anterior al enunciado del mismo. Es decir, que los dichos y refranes no nacieron caprichosamente. Todos tienen su fundamento, su génesis… y su porqué. De ahí su continuidad a lo largo de los años, ya que esa experiencia primera se sigue contrastando de modo continuado. Claro que algunos de ellos —los meteorológicos principalmente— han cambiado… Y no por culpa de quienes los lanzaron al ruedo de la vida, sino por motivos que no hace el caso referir aquí.
El temario de los refranes es muy variado, pues abarca desde los referidos al amor-noviazgo a los de amor-matrimonio, pasando por los alusivos a la agricultura, la ganadería, el tiempo, los meses, la caza y la pesca, la comida y la bebida, el dinero, la salud, las enfermedades… Y a personajes, reales unos, imaginarios o mitológicos otros. Personajes que han pasado a formar parte de nuestro acervo popular, a nuestra gramática parda, a nuestra filosofía popular, sin que en la mayor parte de las ocasiones tengamos noticias de su vida y de sus obras. Este ha sido el motivo que me ha impulsado a escribir el presente trabajo: descubrir a algunos de estos personajes —reales o de fábula— que hemos incorporado a nuestro acervo cultural.
He aquí algunos de ellos.
MARI ANGOLA/ MARIANGOLA.- Personaje proverbial que es mencionado en el dicho Las gracias de Mari Angola, para referirse a una persona simple y sin gracia o, como escribe Luis Montoto (Personajes, personas y personillas, que corren por las tierras de ambas Castillas, tomo II, citado por M.ª Soledad Carrasco en su edición de la Vida del escudero Marcos de Obregón, de Vicente Espinel, tomo I, descanso 8.º, nota 45, p. 167): «La Mariangola de la frase debió de ser una mujer que alardeando de graciosa, jamás dijo gracia alguna, sino insulseces y pampiroladas». Así, escribe Espinel: «Asomó mi despensero con un platillo de mondongo, más frío que las gracias de Mari Angola».
MARICASTAÑA.- La expresión proverbial En tiempos de Maricastaña se emplea para referirse a un tiempo muy remoto, de leyenda y fantasía, cuando cualquier cosa, aun disparatada, era posible.
Se la tenía, pues, como un personaje genérico, no específico, como Marizápalos, Marisabidilla, Marimacho, Mariquilla, Marisarmiento… Aunque Julio Cejador, en su edición de Los sueños dice que Maricastaña significó antiguamente mujer casta, recogida y defendida en su virtud, como la castaña, protegida y encerrada en su erizo.
José Godoy y Alcalá (Ensayo histórico-etimológico-filosófico sobre los apellidos castellanos, pp. 68-69. Cit. Vega, 1952: 54) dice que Maricastaña, cuyo apellido cree femenino de Castaño, estuvo en el siglo xiv con su marido y dos hermanos al frente del partido popular de Lugo, que resistía el pago de los tributos que el obispo, como señor, imponía; «resistencia —añade— en que no escasearon excesos y violencias, hasta matar al mayordomo del mismo obispo. La nombradía de hembra tan varonil debió extenderse por la comarca, y no es improbable que sea la misma que ha asumido la representación de vagos tiempos remotos. Por lo menos, no registra la Historia otra Maricastaña más célebre, ni tanto».
Según otros autores, la tal Maricastaña fue dueña de una taberna o al menos empleada en una de ellas, ya que castaña es, entre otras cosas, vasija o frasco de forma semejante a la de la castaña, utilizada para contener líquidos, alcohólicos, por ejemplo. Y en México, es un barril pequeño. Con lo cual todo quedaría en el mundo de los mesones, antiguos lupanares donde alcohol y sexo venían a ser una misma cosa.
Lo de castaña no pasaría de ser el femenino de castaño, color.
El dicho ha quedado actualmente para referirse a una antigüedad muy remota.
Como respuesta a cualquier afirmación desatinada o quimérica suele decirse también: «En el tiempo de Mari Castaña y del rey don Tereso, sucedió eso»; rey que no consta en ningún epítome o crónica por lo que se presupone que es una invención destinada a buscar un nombre que rimara con eso. De todos modos al igual que Maricastaña es un sustantivo que alude a un tiempo tan inaccesible, tan legendario, que ni memoria queda de él o su tiempo.
MARIMORENA.- Según el Diccionario de la Lengua Española, marimorena es camorra, es decir, riña o pendencia y buscar camorra, provocar a alguien para hacer que se enfade, pelee o discuta. Se menciona en la expresión proverbial Armarse la Marimorena.
Clemencín (Comentarios al Quijote. Nota 36, cap. XXVI, 1.ª parte, s/f: 1269), glosando la expresión proverbial «sobre eso morena» (El Quijote, 1.ª parte, cap. XXVI, pág. 225) dice que «hay quien atribuye el origen de esta voz a las quimeras que antiguamente excitó una “María Morena”, tabernera de Madrid, y dieron ocasión a ruidosos procesos judiciales, que se guardaban, según se dice, en el archivo de Sala de Alcaldes de Casa y Corte».
José María de Zuaznávar (Noticias para literatos acerca de los Archivos públicos de la hoy extinguida Sala de Señores alcaldes de Casa y Corte. Folleto, 8 páginas, impreso en San Sebastián en el año 1834. Cit. de Iribarren,1996: 39), aludiendo a las causas judiciales anteriores a 1700, escribe que había entre ellas algunas curiosas, como la formada el año 1579 contra Alonso de Zayas y Mari Morena, su mujer, «tabernera de corte», por tener en su casa cueros de vinos y no quererlos vender. Y añade: «Es muy verosímil que el nombre y apellido de esta mujer encausada, su clase y la calidad de su culpa, hubiesen dado origen desde el año 1579 a la expresión, hoy muy usual de “Marimorena” por pendencia».
Otros autores consideran significativo que la mayoría de las taberneras y venteras del siglo xvi se llamasen María —recuérdese la Maritornes del Quijote, criada de la venta de Palomeque el Zurdo, donde fue apaleado nuestro hidalgo, nombre que familiarmente ha pasado a designar a la criada ordinaria, fea y hombruna—; mujeres rudas y desvergonzadas todas ellas, asturianas en su mayoría, que no dudaban en enzarzarse en las pendencias con los hombres. Con lo cual el dicho tanto pudo referirse a la mujer de Alonso Zayas como a una tabernera —María— cualquiera.
Lo de morena —también según estos autores— solo sería un modo típico y tópico de referirse a la mujer española en general.
Otra versión, que se equivoca en cuanto a la fecha, sitúa la acción en una taberna madrileña del siglo xix, cuya propietaria era una mujer de mucho carácter, la Marimorena. Según parece, tanto ella como su marido, reservaban los mejores vinos para los clientes de alcurnia, hasta que un grupo de parroquianos asiduos le echó en cara tal preferencia, y exigieron deber los mismos caldos que aquellos. Se negó el matrimonio a sus requerimientos, por lo cual se armó una trifulca tal que hasta tuvo que intervenir la justicia para poner orden.
NANITA, LA.- Nombre que aparece en las expresiones familiares En tiempos de la Nanita o El año de la Nanita, con la cual nos referimos a una época remota e incierta.
En el ABC de 18 de noviembre de 1952 —Sección Miscelánea pintoresca—aparecía un despacho de la Agencia Cifra donde podía leerse que en el archivo parroquial de San Juan Bautista y Santo Domingo de la villa de Cillón (Ciudad Real), se insertaba en el libro octavo de bautismos, en su folio 253, vuelto, una nota de tipo folklórico, muy curiosa, que decía así: «Este año de 1634 es llamado de la Nanita porque una mozuela de 15 a 16 años paseó, según parece, toda la España cantando la Nanita en coplas que decían:
¡La Nanita se murió!
Y la llevan a enterrar
Con espuelas y botines
Y manto capitular».
Este año fue muy estéril. Valió el pan dos reales y la fanega de trigo ochenta. Por ello, se concibe que el recuerdo de un año fatal se ligase al de una canción puesta en boga en esas fechas. Pero Iribarren se pregunta (1990: 167) si esa canción de la Nanita que se murió no aludiría a un personaje proverbial anterior. «De todas formas —añade—, ya sabemos que para los manchegos el año de la Nanita fue 1634, año célebre por su esterilidad y por el precio escandaloso que alcanzó el pan».
PACHECA.- Nombre que se cita en el dicho Esto parece el corral de la Pacheca para referirse a un lugar donde predomina el barullo y la confusión, habida cuenta de la barahúnda, la anarquía y el desorden que en tales locales solía producirse.
En sus inicios, el teatro español fue una actividad cultural de origen popular, de ahí que las primeras representaciones tuviesen lugar en los conocidos como corrales de comedias, es decir patios interiores de alguna manzana de casas, en donde se montaba un escenario simple y se habilitaban para los espectadores tanto el espacio descubierto restante del mismo como las habitaciones, palcos, que daban a él. Otros corrales de estos primitivos teatros nacieron en los corrales de las posadas.
El primero de estos corrales, por antigüedad, fue el Corral de Isabel Pacheco, apodada la Pacheca.
PEDRO BOTERO.- Forma parte del dicho Las calderas de Pedro Botero donde las calderas, figurada y familiarmente, se refieren al infierno, y Pedro Botero al diablo en persona.
Según Fernández Garmón (1986: 89-90), Botero y sus calderas provienen de un famoso tintorero manchego que tenía ocho enormes tinajas de cobre para dar tintura al paño. Aunque, en realidad, se llamaba Pedro Gotello, «pero como siempre el pobre andaba pringado de pez, se quedó con el “Botero”». Calderas que se hicieron famosas en toda La Mancha tanto por su tamaño como por el color el color rojo, muy vivo, que estampaba a sus paños.
Covarrubias (1964: Art. Caldera) escribió que Caldera de Pedro Botero se toma por el infierno y que se fundaba en algún particular que él no alcanzaba a dilucidar, aunque sospechaba que «debía ser algún tintorero caudaloso que hizo cualquier caldera capacísima».
Correas (1924: 36) recoge En las ollas de Pedro Botello, y escribe: «En las calderas; tómalas el vulgo por tinas infernales de fuego y penas: dicen que comenzó de un rico hombre de pendón y caldera y después maestre de Alcántara, que desbarató muchas veces a los moros con varios ardides, y coció muchas veces cabezas de ellos en unas grandes calderas, y sería para presentarlas, y dicen que los despeñaba en una sima u olla muy profunda».
PELAYA.- Nombre proverbial que aparece mencionada el dicho Como el juramento de Pelaya, que hace alusión a la persona que promete o jura algo e inmediatamente se retracta de lo prometido o jurado.
Personaje al parecer imaginario que aparece mencionada en la siguiente cuarteta atribuida a Góngora:
Pariendo juró Pelaya
De no volver a parir,
Y luego volvió a decir
Jura mala en piedra caya…
PENSEQUE.- Personaje ficticio que se cita en el dicho A Penseque lo ahorcaron. Según el Diccionario de la Lengua Española, es vocablo que deriva de la expresión pensé que y que coloquialmente es excusa o explicación que se da por un error nacido de ligereza, descuido o falta de meditación. Es voz de necios, pues se refiere a los mentecatos, que disculpan sus yerros con un «pensé que...» resignado. Claro que el número de necios, como el de tontos, debe de ser enorme, si nos atenemos a la copla popular:
A Creíque y a Penseque
Los ahorcaron en Madrid;
Pero han debido dejar
Muchos hijos por ahí.
Así, no es de extrañar que popularmente se diga: Penseque, asneque y burreque, todos son hermanos.
PEROGRULLO.- Perogrullo («Pedro —según él mismo confiesa en La visita de los chistes,1996: 528) de Quevedo—, y no Pero Grullo, que quitándome una d en el nombre, me hacéis el santo, fruto») es un personaje fantástico al que la tradición popular atribuye máximas, axiomas y verdades —Verdades de Perogrullo— tan evidentes por sí mismas que por sabidas y probadas es sandez o simpleza decirlas; es decir, perogrulladas o verdades o certezas que, por notoriamente sabidas, son necedad o simpleza el decirlas.
De Pero Grullo escribe José Godoy (Ensayo histórico etimológico filológico sobre los apellidos castellanos, citado por Iribarren, pág. 161-162): «Este personaje aparece como testigo de escrituras de 1213 y 1227 del becerro de Aguilar de Campoo. Coetáneo y coterráneo suyo era un Pedro Mentiras, con quien debió formar antítesis, si es que se trata del que ha hecho famosa la naturalidad de sus verdades».
Para José Godoy, pues, este personaje era palentino. Sin embargo para el anónimo autor de La pícara Justina (1981: 254-255), novela de principios del siglo xvii, Pero Grullo era asturiano, «porque hay una profecía de Pero Grullo, que fue asturiano, de que en Asturias ha de venir por el río una avenida de oro y toneles de vino de Ribadavia, y por estar prevenidos para la pesca andan siempre descalzos».
Y Quevedo (1996: 528-531) atribuye las siguientes verdades al tal Pero:
Muchas cosas nos dejaron
Las antiguas profecías:
Dijeron que en nuestros días
Será lo que Dios quiera.
Si lloviere hará lodos;
Y será cosa de ver
Que nadie podrá correr
Sin echar atrás los codos.
El que tuviere tendrá,
Será el casado marido,
Y el perdido más perdido
Quien menos guarda y más da.
Las mujeres parirán
Si se empreñan y parieren,
Y los hijos que nacieren
De cuyos fueron serán.
PETETA.- Según el Diccionario de la Academia, Peteta es, familiarmente, Patillas o el diablo. Se usa en frases como estas: Ya se lo llevó Pateta y No lo hiciera Pateta. En esta acepción se escribe con mayúscula. Familiarmente, es persona que tiene un vicio en la conformación de los pies o de las piernas. Según consejas de viejas, se quedó cojo cuando fue despeñado a los abismos infernales por el arcángel san Miguel.
El Diccionario de Autoridades (1979: Art. Peteta) dice que es apodo que se da a quienes tienen algún defecto en los pies, y anota la expresión No lo hiciera, o no lo dijera Pateta, frase con que se pondera la disonancia que hace alguna acción o se da a entender que una cosa está mal hecha.
Se lo llevó Peteta se emplea para decir que el diablo se llevó a alguien.
PICIO.- Autores refieren que a principios del siglo xix existió en Granada un zapatero de nombre Picio, natural de Alhendín, que por matar al amante de su mujer fue sentenciado a la última pena. A última hora se recibió la noticia del indulto, pues se demostró que el pobre zapatero tenía razones más que sobras para hacer lo que hizo y fue tal y tanta la sorpresa que le causó tan inesperada nueva, que cayéndosele a poco el cabello, las cejas y las pestañas, y llenándosele de tumores la cara, quedó tan monstruoso y deforme, que en breve pasó a ser citado como tipo de la fealdad más horrorosa.
Se retiró después a Lanjarón, donde, por no querer quitarse de la cabeza el pañuelo que constantemente le tapaba a fin de no descubrir la calva, jamás entraba en la iglesia; y por no descubrirse ante el Santísimo en la procesión del Corpus, fue desterrado de Lanjarón y marchó a vivir a Granada donde acabó sus días.
El dicho Más feo que Picio se refiere a una fealdad desproporcionada e inusual.
PIYAYO.- Según Manuel Barrios (1982: 71), el Piyayo fue un cantaor ambulante que supo imprimir una característica tonalidad sudamericana a los tangos malagueños.
El poeta José Carlos de Luna escribió una original semblanza de este viejo artista callejero.
¿Tú conoces al Piyayo:
Un hombrecillo renegro,
Reseco y chicuelo;
La mirada de gallo,
Pendenciero,
Y hocico de raposo,
Tiñoso...
¡A chufla lo toma la gente,
Y a mí me da pena
Y me causa un respeto imponente!...
Como referencia a este personaje andaluz se dijo lo de Eres más feo que el Piyayo.
RITA LA CANTAORA.- Con este nombre fue conocida la cantante de flamenco Rita Giménez García, nacida en Jerez de la Frontera (1859) y muerta en Zorita del Maestrazgo, Castellón (1937). Se inició en el cante en su ciudad natal, para pasar posteriormente a cantar junto a La Macarrona, Fosforito el Viejo, La Coquinera y Juan Breva en los cafés cantantes madrileños, entre ellos el Café Romero, donde se ofrecían pequeños espectáculos de flamenco a los clientes mientras consumían sus bebidas. Su última actuación ante el público tuvo lugar en el Café de Magallanes (1934) con motivo de un festival benéfico que reunió a varios artistas veteranos.
Debido a su genio alegre y su facilidad para arrancarse a bailar o a cantar cada vez que un parroquiano o espectador se lo pedía, su nombre y su figura quedaron inmortalizados en las populares frases ¡Eso, a Rita, la cantaora! y ¡Eso lo va a hacer Rita, la cantaora!, que no dejan de tener su toque chulesco y despectivo, para indicar que nadie de los presentes quiere hacer una cosa.
ROQUE.- Según el Diccionario de la Lengua, la casa de tócame Roque es, figurada y familiarmente, aquella en que vive mucha gente, hay mala dirección y el consiguiente desorden. Y añade que se dice aludiendo a la casa de vecindad de este nombre que hubo en la calle del Barquillo, de Madrid, y que hizo famosa el sainete de don Ramón de la Cruz: La Petra y la Juana o el buen casero, más conocido por La casa de tócame Roque, y por los numerosos alborotos que en ella se organizaron cuando las autoridades municipales decidieron demolerla en 1850 por insalubre y ruinosa.
Iribarren (1990: 216) cita a Natalio Rivas (Memorias contemporáneas. Séptima parte del Anecdotario histórico, págs. 29-31, Madrid, 1953), para quien el referido inmueble de la calle del Barquillo fue derribado en septiembre de 1850. Lo habitaban más de 80 vecinos, que armaban continuos ciscos y marimorenas entre ellos. Cuando el dueño comunicó a los numerosos inquilinos que tenían que desalojar la casa, estos le amenazaron con matarle. Les dio un plazo de dos meses para marcharse. Volvió a darles un segundo plazo de tres meses. Y como se negasen nuevamente, puso el caso en conocimiento del jefe político don José Zaragoza, quien consiguió, por fin, que los tozudos ocupantes abandonasen sus inmundas y ruinosas viviendas.
Por su parte, Fernández de los Ríos (Guía de Madrid, 1876. Cit. por Vicente Vega 1960: 244-245) escribe que a través de la espaciosa huerta del convento de Santa Teresa, extinguido en 1868, se prolongaron algunas calles que se estrellaban en sus tapias. «Entre ellas figura la costanilla de Santa Teresa (hoy Campoamor), donde se alzaba la casa en que Juan y Roque, dos hermanos, disputaban diciendo: “Tócame a mí, tócame Roque”, tan famosa en Madrid».
Otros dicen que la fama que alcanzó dicha casa no fue por las disputas fraternales de Juan y Roque, sino por la extraordinaria cantidad de vecinos que albergaba, cuyas frecuentes pendencias llegaron a ser tan sonadas en la Corte que vino a quedar en la expresión mencionada.
Luis Coloma (1923: 5) escribe que tan célebre como la Casa de Tócame Roque fue el también madrileño Corral de los Chícharos: “Formaba éste, como aquélla, una especie de Arca de Noé, en que sin más lazos de unión que la recíproca vecindad y la general pobreza, anidaban no siempre en paz ni en gracia de Dios, individuos, parejas, familias y aun tribus, de todos estados, condiciones y oficios” (sic.).
El Corral de los Chícharos tenía dos fachadas formando escuadra: una a la calle del Cerro-Fuerte, otra a la de Antón Martín.
SANTIAGO.- Sabido es que, desde la antigüedad, los pueblos solían tener un grito de guerra, una voz comúnmente aceptada para excitarse y animarse al entrar en combate, o durante él. Una muestra de ello se encuentra en la Biblia (Jueces 7, 18). Cuando Gedeón se disponía a atacar a los madianitas, advirtió a sus tropas: «Cuando toque yo la trompeta y la toquen los que van conmigo, la tocaréis también vosotros en derredor de todo el campamento y gritaréis: ¡Por Yavé y por Gedeón!».
«Afirman algunos que “¡Santiago y cierra España!” era el grito más común con que los ejércitos cristianos acometían a los agarenos y algún autor ha precisado que comenzó a usarse en tiempos de don Alonso el Casto (791-842), aunque otros objetaron que su antigüedad fuese tan remota, pues no se encontraba en el “Poema del Cid”, ni consta que se diese en la batalla de las Navas, ni en la de Nájera, ni en la de Olmedo, ni en la de Villalar siquiera» (Vega, 1952: 191).
Rodríguez Marín no está de acuerdo con esta última apreciación y en su edición crítica del Quijote (segunda parte, cap. LVIII, tomo 8.º, 1931: 56-57) escribe que la costumbre, hoy perdida, de invocar a Santiago en las batallas, «si no nació en la de Clavijo, en que es fama que el Apóstol, en un caballo blanco, asistió por su persona, matando infinidad de moros, viene —al menos— de tiempo muy remoto, como se echa de ver por estos dos pasajes del Cantar de Mío Cid» (edición crítica de don Ramón Menéndez Pidal, 1982: 731 y 1137-1139).
Los moros llaman Mafómat, et los cristianos santi Yague.
..........................................................................................
Con los alvores mio Cid ferirlos va:
«¡En nombre del Criador e d’apostol santi Yague,
feridlos, cavalleros, d’amor o de voluntad!»
Es decir, que fue en la batalla de Alcocer —según refiere el poema del Cid (verso 731)— donde aparece la primera advocación escrita a Santiago, y que fue desde la supuesta batalla de Clavijo cuando quedó la piadosa costumbre de solicitar la ayuda del santo.
Al primitivo grito de «¡Santiago!» se añadió más tarde lo de «¡Cierra, España!», que algunos han entendido mal y escrito «¡Cierra España!», como si se dijese a Santiago que debía cerrar España, protegerla, guardarla, cuando en realidad lo que se pide al santo es que faje, que acometa contra el enemigo. Así Covarrubias (1984: Art. Cerrar) señala que «“cerrar con el enemigo” es embestir con él». Igualmente lo recoge el Diccionario de Autoridades y el actual de la Lengua Española entre las acepciones de cerrar. Así, el primero, dice: «Cerrar. Metafóricamente, acometer un ejército á otro», y el segundo, «trabar batalla, embestir, acometer».
La diferencia entre cierra España y cierra, España, aparece ya en el Quijote (2.ª parte, cap. IV): «Sí, que tiempos hay de acometer, y tiempos de retirar, y no ha de ser todo “¡Santiago, y cierra, España!”», por ejemplo.
TÍA COTILLA.- Era la tal tía Cotilla, apodo con que se conoció en Madrid a una tal María de la Trinidad, mujer de sesenta y cuatro años, esquelética y ligera en el andar que, puesta al frente de una sanguinaria pandilla de milicianos, acometía con una enorme navaja a cuantos liberales indefensos hallaba a su paso, acompañada por sus lugartenientes García y Sieteiglesias. Condenada varias veces a galeras, el asesinato de un tambor de urbanos la llevó al cadalso, donde pereció el 25 de mayo de 1838, junto con sus compinches. Estos, según se dice, se mostraron arrepentidos de sus acciones, no así la tía Cotilla.
La expresión tía Cotilla o Cotilla, simplemente, quedó en lenguaje popular tanto como sinónimo de mala mujer o como referencia a la mujer que se entrega con pasión a murmurar y a traer y llevar chismes y cuentos.
TÍO PACO.- Personaje proverbial ficticio —o al menos no se sabe que existiera—, arquetipo o paradigma de la experiencia, del desencanto o el desengaño. La frase Ya vendrá el tío Paco con la rebaja explica que las fantasías, los sueños o las esperanzas que ponemos en algo o alguien —esperanzas que el ensueño y la imaginación agrandan—, cuando llega el momento de la verdad no se muestran o no son tan buenas y favorables como se imaginaron en el momento de concebirlas, ya que el tiempo, es decir, el tío Paco, se encarga de ponerlas en el sitio que les corresponde o de darles la justa medida.
TOSTADO, EL.- Alonso Tostado, también conocido en su tiempo como Alonso de Madrigal, por su lugar de origen, y como el Abulense, por ocupar el obispado de Ávila, fue un eclesiástico y escritor español nacido a principios del siglo xv, un pozo de sabiduría que ya a los veinticinco años tenía fama de ser una de las personas más sabias y doctas de su tiempo. Fue catedrático en la Universidad de Salamanca y asistió al Concilio de Basilea. Realizó una labor enciclopédica tal, que solo de los libros históricos de la Biblia escribió veintiún volúmenes, amén de otros tratados y estudios diversos, como Historia Sagrada y Mitología pagana. Según dicen, en su vida llegó a escribir unos 53.880 pliegos. De ahí provino Escribir o saber más que el Tostado, dicho que se emplea para indicar que una persona sabe mucho, como es obvio.
Sobre su sepulcro se puso la inscripción: Hic stupor est mundi, qui scibile discutit omne: «Aquí está el estupor del mundo, que discute todo lo que se puede saber».
TURPÍN.- Juan Turpín fue un prelado francés que murió en el 800. Nada se sabe de su nacimiento y posiblemente su nombre no se habría hecho tan famoso de no habérsele atribuido erróneamente una crónica sobre Carlomagno, dejándole para la posteridad el sambenito de mentiroso, ocasión que dio lugar al dicho Ser más mentiroso que Turpín.
Se sabe que Turpín era monje de Saint-Denis cuando fue llamado a ocupar la silla episcopal de Reims. Turpín fue uno de los doce obispos franceses que asistieron al Concilio de Roma, presidido por el papa Esteban II. A este buen prelado se le atribuyó un historia de Carlomagno, que fue considerada durante la Edad Media como la verdadera historia de ese rey y su sobrino en España, a pesar de estar plagada de fábulas y dislates. La crónica, que fue redactada años después de la muerte de Turpín, se trata de una pura ficción, y fue escrita en su primera parte —cinco capítulos— en Santiago de Compostela por un monje español, según unos, o por un monje o clérigo francés afincado en Santiago, según otros. El resto de los capítulos —que comprenden la segunda parte—, fueron compuestos por un monje del monasterio de San Andrés de Viena, sobre canciones de gesta o tradiciones épicas.
VARGAS.- Averígüelo Vargas es una frase proverbial que se dice para indicar que un asunto o negocio está muy intrincado y es difícil de averiguar o resolver.
Sobre su origen corren varias versiones, aunque la opinión más generalizada es que se dijo por el licenciado Francisco de Vargas, colegial que fue de Santa Cruz de Valladolid, hombre despierto y de gran talento, al que eligió por su secretario el rey don Fernando el Católico, y a quien remitía todos los memoriales para que él los informara, diciéndole: «Averígüelo, Vargas».
VITO.- Según unos era hijo de Hylas, rico pagano de Sicilia y, según otros, de un senador romano que tuvo por nodriza a Crescencia y por preceptor a Modesto, ambos cristianos, con quienes fue martirizado durante el gobierno de Diocleciano.
En cuanto a su relación con la afección nerviosa, baile o mal que lleva su nombre y que ha dado lugar al dicho El baile de San Vito, nada concreto hay. Para Fernández Garmón (1986: 100), sin embargo, la cosa parece estar clara. La iconografía representa al santo con una caldera al hombro, aludiendo a la muerte en aceite hirviendo que Diocleciano le había preparado como premio al haber curado a su propio hijo de unos horribles ataques epilépticos que padecía desde niño. Pero cuando todos esperaban verle morir achicharrado, lo que vieron fue que el santo se arremangó la capa y empezó a bailar una especie de rock-and-roll que contagió a toda la corte imperial empezando por el emperador.
Sin embargo, Garmón no explica el porqué de esa afición tan repentina del santo por el baile; aunque fácil de suponer es que las convulsiones entre las que murió se debieran a las torturas a que fue sometido.
Más plausible es suponer que el baile de San Vito recibiese este nombre porque, siglos atrás, se invocaba a este santo implorando su curación; o porque al curar la epilepsia al hijo de Diocleciano, los movimientos espasmódicos, involuntarios, desordenados, amplios y desprovistos de ritmo —semejantes a un baile alocado—, que caracterizan la enfermedad, quedaran asociados con quien logró hacerlos desaparecer y se identificaran con él en su aspecto externo o de baile.
El dicho hace referencia a personas muy inquietas, que no pueden estar tranquilas durante mucho tiempo.
BIBLIOGRAFÍA
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*Don Quijote de la Mancha (1931). Ed. Fco. Rodríguez Marín. Espasa-Calpe. Madrid.
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Fernández Garmón, M. (1986): Con la cruz y los faroles. Origen y picaresca del dicho religioso. PS editorial. Madrid.
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