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Santiago de Chile
Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, 2012, 220 págs.
El Archivo de Literatura Oral y Tradiciones Populares de la Biblioteca Nacional de Chile conserva una colección de manuscritos originales y fotografías de Rodolfo Lenz (1863-1938), un filólogo y folklorista alemán naturalizado chileno quien, además de sus recopilaciones y estudios sobre la lira popular, la cultura y la lengua mapuche y el vocabulario popular de Chile, recogió en las chinganas o tabernas, de la boca de las cantoras, las tonadas y canciones transcritas y reproducidas en este libro.
Mucho llama la atención el que se trate de un género casi exclusivamente femenino (aunque la composición perteneciera a algún hombre) y que, en este cancionero amoroso, la impronta española (y, vía la española, la árabe) pueda resultar tan presente como bien lo deja probado la introducción de M. Salinas (un extenso estudio de 91 páginas) y el cotejo de las versiones recopiladas por Rodríguez Marín en sus Cantos populares españoles. Y también que muchas de las 140 tonadas agrupadas por los editores en cinco apartados temáticos (Declaraciones de amor, Amor constante, Quejas de amor y otras, Pícaros y críticas a los hombres, Festivos) sigan vigentes hoy en día, según consta por los precisos comentarios y notas de Patricia Echevarría, investigadora e intérprete actual del cancionero campesino.
Un lector no chileno y/o no especialista podrá echar en falta alguna aclaración sobre los distintos subgéneros (para saber, por ejemplo, lo que es una «tonada para esquinazos») y las escasas referencias a la música (a algunas interpretaciones de Violeta Parra se remite) o a los aspectos performanciales: algunas tonadas, según Lenz (p. 186), se cantaban «cuando la cabeza no está muy fría» y al lector le queda la frustración de no poder haber acudido a ninguna changana. Tiene que contentarse con lo que sugiere la bonita foto de cubierta: La Cantina de Harry Holds (Valparaíso, 1899).
Una muy oportuna opción de los editores ha sido reproducir las propias transcripciones originales de Lenz, cuyos criterios parece que pudieron haber variado ya que, si en algún caso la transcripción parece casi fonética («Malaya, quién dijo amor», «Malalla, quién se fía/De hombre alguno»), las más resultan ortográficamente casi correctas.
En este mundo de la canción «para amar a quien yo quiero», bastante extraño resulta encontrarse con un enigmático fray Sarmiento, con su burro, su camisa, sus calzones, su escopeta y su guitarra (p. 206), y mucho menos con unos franceses que se ve que, como en España, no tienen muy buena fama, aunque en alguna ocasión pudo mandar la rima, como «puntapiés» asociado con «francés» (p. 175).
Como escriben Maximiliano Salinas y Micaela Navarrete, este libro es un verdadero «regalo para todos los chilenos», pero para los no chilenos también podrá ser toda una revelación.
J.-F. Botrel
Univ. Rennes 2