Si desea contactar con la Revista de Foklore puede hacerlo desde la sección de contacto de la Fundación Joaquín Díaz >
La lengua castellana o española -que tanto monta- se nutrió en sus comienzos de las hablas de los distintos pueblos que fueron invadiendo nuestro patrio solar. Inmigraciones, colonias, conquistas (iberos, celtas, fenicios, germanos, romanos, visigodos, árabes). Todos aquellos pueblos fueron dejando en nuestra Península vestigios de sus diversas formas lingüísticas. Pero de todas ellas, el latín fue la lengua que más influyó en la formación del primitivo romance castellano, que más tarde pasó a ser la lengua castellana.
Ya en los primeros tiempos de la romanización de España existían dos formas latinas: el latín literario, que empleaban los escritores romanos, y el latín vulgar, de uso cotidiano, hablado sin preocupación literaria por el pueblo conquistador. De ahí que, como afirma Menéndez Pidal, "en los casos en que un mismo tipo latino produjo una voz en boca del pueblo y otra en los escritos de los eruditos, la voz popular tiene una significación más concreta y material, mientras la culta la tiene más general y elevada".
Nuestra lengua tiene, pues, su origen propiamente en el latín, pero evolucionó creando dialectos regionales, de los cuales el que adquirió en seguida más preponderancia fue el castellano, que el rey Alfonso X el Sabio declaró lengua oficial de España en el siglo XIII.
A partir de entonces, nuestro idioma ha ido enriqueciéndose con la obra literaria de nuestros mejores escritores, pero también -y no echemos en saco roto- con la jugosa y constante aportación de la cultura popular, que ha ido dando nueva savia, y gracia, y colorido, y variedad de expresión a nuestra lengua.
"El uso -en afirmación de Julio Cejador- es la verdadera ley del lenguaje. El pueblo habla generalmente mejor que la mayor parte de nuestros literatos. Pueblo son los labriegos de Tierra de Campos, de León, Burgos, Santander, La Mancha, Aragón... El que haya vivido entre ellos no dudará que hablan un castellano más puro y castizo y riquísimo y sabrosísimo que el de todos nuestros eruditos juntos.
Mucho antes que Cejador, Baltasar Gracián, en 1648, elogiaba El Conde Lucanor por ser un libro escrito con naturalidad y sencillez. "El estilo natural -dice Gracián- es el que usan los hombres más bien hablados en su ordinario trato, sin más estudio".
En aquel año de 1648 no se había publicado aún el Diálogo de la Lengua, la famosísima obra de Juan de Valdés, a pesar de que había sido escrita a principios del siglo XVI. El Diálogo de la Lengua fue impreso por primera vez en el año 1737. De Juan de Valdés se ha dicho que "es indiscutiblemente el mejor prosista de su tiempo", y que aún más tarde, "es difícil encontrar otro que le iguale". Cuando, en 1737, se publicó el Diálogo de la Lengua fue un momento en el que se puso muy de moda la lengua castellana en casi todo el mundo. En Italia -por citar algún ejemplo concreto- "así entre damas como entre caballeros, se tenía por gentileza y galanía saber hablar castellano".
En una nota que Eduardo de Mier pone en la reimpresión que hizo del Diálogo de la Lengua, en el año 1873, se dice: "En el Prólogo a la Elocuencia española, de Paton, se exponen varios hechos que prueban lo extendida que estuvo en toda la Europa culta, en la época de nuestra grandeza nacional, la lengua española. En tiempo de Carlos V se estudiaba, escribía y hablaba en Alemania, Flandes, Italia, Francia, y más tarde, desde el casamiento de Felipe II con María de Tudor, en la misma Inglaterra. Domenichi dijo del español que "es lengua muy común a todas las naciones". Richelieu, según Havemann, "era aficionado a escribir en español".
Juan de Valdés, en su Diálogo de la Lengua, dice: "He aprendido la lengua latina por arte y libros, y la castellana, por uso, de manera que de la latina podría dar cuenta por el arte y por los libros en que la aprendí, y de la castellana no, sino por el uso común de hablar."
Y ya viniendo a nuestro siglo XX, recordaré que en cierta ocasión se acusó a don Miguel de Unamuno de emplear en sus escritos literarios algunas palabras que no figuraban en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, y Unamuno contestó: "¡Ya las pondrán! Y las pondrán cuando los escritores llevemos a la literatura las voces españolas que andan, desde siglos, en boca del pueblo."
En suma, cabe concluir que la lengua que hablamos es obra de todos, es labor de cultura popular, y la cultura popular es una manifestación más del Folklore, "algo que como el lenguaje -y con él- se adquiere casi irreflexivamente y llega a constituir un importante ingrediente de nuestra identidad entre los demás pueblos. En nuestra niñez y en nuestra familia hemos aprendido refranes, cuentos, anécdotas, chistes, historias, canciones, una forma de vivir y de mirar la vida" (Luis y Joaquín Díaz).
La valiosísima aportación del Folklore al enriquecimiento de nuestro idioma es, pues, evidente, y se manifiesta de una manera muy señalada en el uso de modismos, locuciones populares que forman una parte muy importante y esencial de la lengua castellana.
Los modismos son peculiares modos de decir, expresiones de tono irónico, ponderativo, comparativo., pero siempre de raíz puramente familiar, que sin someterse estrictamente a las reglas gramaticales, y aun a veces desfigurando de cierta manera el puro, castizo, concepto original, comunican al lenguaje hablado cierto donaire, le prestan una muy expresiva viveza.
No debemos confundir el modismo con el refrán. Los refranes tienen más bien una finalidad didáctica; dan la sensación de que se proponen, muy principalmente, enseñar, adoctrinar en las más diversas materias del pensamiento.
Por eso, los refranes adoptan siempre un tono sentencioso, un cierto empaque filosófico, parecen proponerse, sentar cátedra, como quien dice cátedra popular. No parece sino que pretenden imponer ciertas normas de conducta social o de regla moral.
En cuanto a su forma, el refrán se nos muestra siempre con un pretencioso ropaje, literario y se expresa en versos, a modo de pareados, pero siempre defectuosos de forma.
En cambio, los modismos, sin apariencias literarias, sin pretensiones filosóficas, como quien no hace la cosa, aportan al caudal popular de nuestra lengua sencillas frases o locuciones que representan variados y certeros modos de decir las cosas, pero siempre con un rigor lógico que ya quisieran para sí muchos "pensadores".
Respecto al empleo de los modismos, la Real Academia de la Lengua dice que "no los desdeñan escritores muy pulcros", y el ilustre, maestro del lenguaje don Narciso Alonso Cortés dice a este respecto: "Los modismos, lejos de ser dañosos a un idioma, le dan un sello peculiar. Deben usarse, sin embargo, con oportunidad. En un escrito de carácter serio, por ejemplo, sería inoportuno emplear determinados modismos de tono claramente familiar y chancero".
Efectivamente, no es raro encontrar, leyendo buenos escritores, algún que otro modismo bien empleado, que no quita brillantez al lenguaje empleado por el escritor, antes "caen bien".
No hace muchos días, leía yo un artículo periodístico de Fernando Altés Bustelo, periodista que maneja admirablemente el castellano, y refiriéndose al reciente fallecimiento del insigne Jorge Guillén, recordaba con cariño una carta manuscrita del gran poeta, y decía que la conservaba "como oro en paño". He aquí, pensé, un modismo estupendamente empleado.
Y también muy recientemente leía yo un libro del famoso sociólogo Amando de Miguel y en cierto pasaje decía muy oportunamente "buena jera", que es un modismo muy usado en la provincia de Zamora. No en balde Amando de Miguel nació en el pueblecito zamorano de Pereruela.
Los modismos son siempre anónimos. No es conocido el nombre de la persona que lo inventó o lo usó por primera vez. Todos tienen su autor en el pueblo. Son hijos legítimos del acervo común de la cultura popular, de ese "leal saber y entender" que atesoran las gentes del pueblo, las gentes anónimas. Pero revelan siempre ser producto de una muy atenta y muy certera observación de la vida real y una manera muy sutil de conocer, comprender y saber expresar todos los azares, todas las peripecias, de la popular vida cotidiana. No hay idea, no hay pensamiento, no hay latido de la vida popular que no pueda expresares con un modismo, y así a cada paso, nos encontramos en un diálogo corriente con las gentes ante expresiones, aparentemente sin sentido lógico, como "colgar los hábitos", "tirar la casa por la ventana", "ahogarse en poca agua", "darse tono", "estar en Babia", "hablar por los codos", "no dar su brazo a torcer"..., y por este mismo tenor miles y miles de modismos, frases, locuciones, que al parecer carecen de sentido, pero que son dichas con naturalidad y todo el mundo las entiende en todo su rigor semántico. A veces, y en determinados casos, mejor entendidas que si fueran expresadas en lenguaje directo.
Queremos ponderar la asistencia de público a un determinado espectáculo, y decimos: el local estaba "de bote en bote", "estaba abarrotado de público", "estaba a tope", "allí ya no cabía ni un alfiler"...
Queremos trazar la figura de una persona conocida, pero no precisamente por su buen comportamiento, y decimos: "¡Buen pájaro de cuenta está hecho!", "no es trigo limpio", "no fue nunca de fiar", "es de los de la cáscara amarga", "es un viva la virgen", "es un locatis", "es un zángano de colmena"...
Por el contrario, deseamos poner de manifiesto las buenas cualidades de una persona conocida, y diremos que "es un bendito", que "es más bueno que el pan", que "se da maña para todo", que "todo lo encuentra hecho", que "es muy mandado", que "jamás dio que decir en el pueblo", que "es un buenazo", que "es de los que bailaron en Belén", que todo lo hace "a la buena de Dios"...
Acudimos a los modismos cuando queremos expresar determinadas ideas de una manera indirecta, menos brusca que la que suele emplear el lenguaje normal. El modismo permite exponer ciertas ideas con un rodeo o perífrasis, o bien con una metáfora, lo que equivale a emplear palabras que tienen una relación de semejanza o de comparación con la idea que deseamos expresar. La metáfora es el tropo 'más usado. Constantemente, en toda clase de escritos y aun en la conversación corriente, a cada paso tropezamos con la piedra de la metáfora, y decimos que "se suda tinta", o que la noche está "negra como boca de lobo", o que la familia es "la piedra angular de la sociedad", o que llovía con tal fuerza que "caían chuzos de punta"...
Modismos, perífrasis, metáforas son, en suma, eufemismos, o sea medios que empleamos, aunque no sepamos que se llaman así, para dar a nuestro lenguaje un tono más ameno, más variado, para no hablar tan descaradamente con nuestros amigos, con nuestros convecinos, con las gentes que de ordinario tratamos.
Los modismos nos permiten expresar conceptos que de otro modo tendríamos reparo en expresarlos, porque. podrían caer mal en quienes nos escuchan. A veces, encierran más valor, son más expresivos no por lo que en si dicen, sino por la forma en que los decimos. Ya es sabido aquello de "no me molesta lo que me han dicho, sino el retintín con que me lo han dicho". De ahí que, con el paso de los tiempos, muchos modismos muy usados han perdido una parte de su consagrada frase, que, sin embargo, queda bien entendida por la intención que se ponga al pronunciar el modismo. Un ejemplo: "De casta le viene al galgo el ser rabilargo". Este modismo, con el uso, ha perdido la segunda parte, "el ser rabilargo"; pero ya se encarga el uso cotidiano de poner un especial énfasis al decir "de casta le viene al galgo..." y quedar intencionadamente suspendido el resto de la afirmación. El final queda sobradamente entendido.
Se decía "quien hace un cesto hace ciento, si le dan mimbres y tiempo". El uso vino a quedar este modismo en "quien hace un cesto hace ciento", y basta para expresar lo que se daba a entender con el modismo anterior.
"Cuando el río suena, agua lleva". Hoy día ya basta con decir: "Cuando el río suena...", y el pensamiento queda completo solamente con dejar expresada la segunda parte en la manera de decirlo, y también gracias al conocimiento podríamos decir universal que ya se tiene de aquel modismo.
Podría, naturalmente, multiplicar los ejemplos, pero no es necesario. Sin embargo, no puedo menos de referirme al caso del muy antiguo modismo "¡A robar al monte!", porque en mi ya vieja manía de realizar estudios en torno al lenguaje, topé un día con una edición del famosísimo libro de Juan de Valdés "Diálogo de la Lengua" por el que supe que ya a principios del siglo XVI, en que fue escrito dicho libro, se usaba dicho modismo, pero nada menos que en esta forma: "¡A robar al Monte de Torozos!". Así se decía con cajas destempladas a quien pretendía abusar en el precio de una mercancía o de un servicio. Según aclaró en una nota al pie de página el editor de una edición del "diálogo de la Lengua" (Buenos Aires, 1940), en el "Diccionario Geográfico Popular" de Vergara Martín (1923) se recoge dicho modismo con esta explicación: "Los Montes de Torozos (provincia de Valladolid) se citaban en aquel dicho popular como terreno peligroso por los ladrones que en ellos había en otro tiempo". Aludía, claro está, a los tiempos en que Juan de Valdés escribió su "Diálogo de la Lengua", que según ya dije antes, fue en los primeros años del siglo XVI, aunque el libro no se publicó hasta el año 1737.
En suma, en aquellos tiempos que digo, este modismo decía exactamente "¡A robar al Monte de Torozos!", y con el tiempo se quedó en la expresión "¡A robar al monte!".
Dada, ya digo, mi vieja manía de interesarme mucho por los estudios del lenguaje, y más concretamente por los que atañen a la lengua castellana -escribí y publiqué en los primeros años cuarenta, cinco libros sobre estas materias-, podría completar este trabajo con más de dos mil modismos castellanos que tengo recogidos, tomados siempre directamente del uso popular. Pero comprendo que sería un material excesivo para el espacio de una revista, que bastante complacencia tiene conmigo al publicar todas estas ocurrencias en torno a la ayuda que, el Folklore presta a nuestra lengua.