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Raro debe de ser el pueblo de España, y por ende de Extremadura, que no conserve entre sus tradiciones festivas, civiles o religiosas —y no digo populares, porque tanto los festejos de una u otra índole tienen como denominador común la característica de popular; es decir: que en ellos participa todo el pueblo— aunque, como nota particular tales eventos se enlacen de una u otra forma con celebraciones eclesiales: llámense romerías, procesiones, santos patronos... o incluso la llamada fiesta del emigrante donde, en algunos pueblos, han sacado de sus fechas originarias las celebraciones patronales para hacerlas coincidir —del mes de agosto en adelante— con el regreso al pueblo de los vecinos emigrados a otras comunidades.
Cierto es también que algunas de estas celebraciones campesinas —algunas curiosas— poco divulgadas en su momento fueran perdiéndose como parte de un acervo cultural y etnográfico que venía de siglos. Pérdida propiciada unas veces por la propia incuria popular, otras por la apatía de eclesiásticos nada enraizados con sus parroquias u obsesionados con ver solo lo profano —pagano— en cualquiera de esas celebraciones y, cómo no, por el abandono del solar patrio de una juventud obligada a emigrar.
En el presente artículo pretendo dar a conocer un acopio musical que perdura todavía hoy en el pueblo cacereño de Guijo de Coria; reserva lírica que no deja de sorprender, dada su existencia en una comunidad que no llega a los trescientos vecinos. El motivo de mi trabajo es, pues, divulgativo, esperando que futuros musicólogos puedan encontrar en él paralelismos suficientes como para profundizar en un estudio más amplio de la música religiosa popular, relacionada con la Semana Santa en este caso.
Pero antes de pasar a la parte musical, haré referencia a unas costumbres, ya perdidas, que tenían lugar no solo en Guijo de Coria, sino en todas las municipalidades extremeñas y españolas durante dicha Semana, como la obligación que tenían las mujeres de ir a la iglesia con la cabeza cubierta por un velo negro. Aunque solo sea como nostálgica memoranda.
A Guijo de Coria —como a otros muchos pueblos—, cuando se acercaba la Cuaresma llegaban los llamados Padres misioneros, que durante esos días penitenciales acudían para ayudar a los párrocos en confesiones, charlas y sermones. Estos misioneros realizaban su labor, mereciendo a veces el respeto y el cariño de sus feligreses ocasionales que, como despedida, solían recitarles:
Padre misionero,
no se vaya usted,
que chicos y grandes
lloran por usted.
En Guijo de Coria hubo una temporada durante la cual asistían al sacerdote local dos misioneros, llamados padre Tarín y padre Milán. Y los guijeños les cantaban:
Con alegría y contento
salimos todos a recibir
al hombre sabio de más talento:
a nuestro noble padre Tarín.
Con alegría y gran contento
salimos todos a esperar
al hombre sabio de más talento:
a nuestro noble padre Milán.
Ya durante la Cuaresma se comenzaban a cubrir las imágenes y los retablos de la iglesia con sábanas negras en señal de dolor, luto que desaparecía con la celebración de la Resurrección del Señor en la Vigilia Pascual o en la eucaristía del Domingo de Pascua, ceremonias durante las cuales se alzaban estas colgaduras en el momento del Gloria[1]; el morado presidía desde entonces los ropajes eclesiales y las campanas silenciaban sus sones, para dejar paso unas veces al sacristán y otras a los monaguillos que recorrían las calles convocando a los files a los oficios con el eco seco de la matraca.
Tanto el uno como los otros eran acompañados por la caterva animosa de una desigual chavalería que, a su vez, hacían sonar sus carracas[2].
Era costumbre en el pueblo que los quintos colgasen de un antiguo olmo, hoy desaparecido, que había en el atrio de la iglesia un monigote representativo de Judas. Las anderas, por su parte, hacían una pequeña bolsa de tela, donde introducían treinta monedas hechas con cartón. El muñeco sería quemado, finalmente[3].
Por lo referente al trabajo laboral, el Jueves Santo se reducía a media jornada. Por otra parte, las tabernas y bares no abrían o —en caso de hacerlo— permanecían cerrados durante los oficios y las procesiones.
Esta fiesta religiosa se iniciaba en Guijo con una novena, que tenía lugar ocho días antes del Domingo de Ramos.
He aquí la novena:
Te predijo que a Aquel que en tus brazos
presentabas al tempo piadosa
en la cima de un Gólgota umbrosa
te llenó de amargura y dolor. (bis)
Si los Reyes de Oriente adoraron
al infante Dios, hombre en pobreza,
un tirano con odio y vileza,
degollar los infantes mandó.
Y del fiel corazón traspasado,
las maternas entrañas sustentas
y al Egipto, Señora, te ausentas,
con el Hijo que al mundo salvó. (bis)
Por tus dolores ten compasión
y pide alcanzar nuestro perdón,
nuestro perdón.
¿Quién es esa mujer que angustiada,
vacilante y llorosa camina?
¿Quién esa mujer celestial?
Esa triste mujer es María
que en el templo perdió a su Hijo amado
y en el rostro divino ha grabado
la congoja su huella fatal. (bis)
Por tus dolores ten compasión…
Si en el Santo Lugar le perdiste
a tu amado Jesús allá luego
y escuchaste su voz en el fuego,
a los sabios sapiente orgullo.
En la calle Amargura, ¡oh, María!
ya le encuentras rendido y cansado,
con el peso del leño sagrado
de aquel leño fatal espiró. (bis)
Por tus dolores ten compasión…
Oscurécese el sol de repente;
se cumplió la fatal profecía;
mira, mira a tu Hijo, María;
mira, mira, qué cadáver está.
Ya lo descienden del Árbol Sagrado
y en tus brazos le ponen, Señora;
ese pecho que amante le adora
el puñal del dolor hiere ya. (bis)
Por tus dolores ten compasión…
Del discípulo amado en compaña
desolada tu Hijo seguiste,
y de agudo dolor presa fuiste
cuando al monte Calvario llegó.
Allí el eco repite el sonido
de martillos, clarines y voces.
Le suspenden, ¡oh, Madre!, y entonces,
a Dios Justo clavado se vio. (bis)
Por tus dolores ten compasión…
«¡Hijo mío! —clamaba—. ¿Quién pudo
consumar tan terrible martirio,
cuando al ver de su madre el delirio
darte muerte intentaba el traidor?».
Del sepulcro la losa le oculta
a sus ojos que anéganse en llanto.
Sola quedo, Hijo mío, y por tanto,
sola espero morir de dolor. (bis)
Por tus dolores ten compasión…
La procesión del Domingo de Ramos se realizaba antes alrededor del templo. Actualmente se va a la conocida como Huerta del Cura, donde se bendicen los ramos. Desde allí se sale en procesión hasta la iglesia cantando:
Las calles entapizadas
con muchos rasos y telas;
las capas se las quitaban
tirándolas por la tierra
por donde el Señor pasaba.
Fueron muchos los obsequios
y grandes recibimientos
de nuestro Padre amoroso.
«Santo, santo rey del cielo»;
«Santo», repitieron todos.
Y todos en procesión
le siguieron muy contentos.
No te cause admiración,
que hasta los niños de pecho
alababan al Señor.
Con sus lenguas tiernecillas
dejándose de mamar,
decían: «¡Viva el Mesías
que nos vino a rescatar
nuestras almas este día!».
Con grande triunfo y amor
hasta el templo lo llevaron
y las puertas se cerraron,
pero las abrió el Señor;
los judíos se pasmaron.
Dos entradas se le hicieron
con notable variedad:
el domingo entró con palmas
y volvió el jueves a entrar
con las manos maniatadas.
Por este raro misterio,
dulce Pastor de las almas,
concedednos la victoria
y llevadnos entre palmas
a gozar la eterna Gloria.
Los principales momentos de la Pasión —salvo el Vía Crucis— eran cantados dentro de la iglesia por un coro formado por dos grupos distintos que se situaban en un principio a ambos lados del altar, cobijados por el velo que cubría el retablo, y que se alternaban en el canto de las estrofas. Cuando el retablo dejó de cubrirse, el coro pasó a la tribuna situada al fondo de la iglesia. Actualmente el coro se acomoda en los bancos situados junto a la tumba de la conocida como Sabia de Coria, la venerable María de Jesús, nombre religioso de María Ruano Gutiérrez, nacida en Guijo de Coria en marzo de 1616 y coetánea que fue de Teresa de Ávila.
Lunes Santo
Probó la Santa Virtud
por culpa de los mortales,
martirizado en la cruz,
sufriendo grande inquietud
y tratamientos fatales.
Sus palabras amorosas
al Eterno dirigidas,
cual plegarias amorosas
en las regiones gloriosas
fueron al fin atendidas.
Cristiano: si consideras
lo que Jesús padeció
y la salvación esperas,
arrepiéntete de veras
pues por tu culpa murió.
Y con la misma música utilizada para el Lunes, se cantaba:
Martes Santo
Martes Santo se juntaba
en la casa de Caifás
la sinagoga malvada,
que a Jesús, sin más ni más
darle muerte intentaba.
Allí todos contestaron
si merecía la muerte.
Varios juicios se formaron
y por fin de aquesta suerte
«que muera Jesús» clamaron.
Uno dice: «Decir va,
mi parecer es que muera,
porque predicando está
y nuestra ley verdadera
pronto la derribar».
Otro dice: «No tardarse,
que muera según la ley,
que la doctrina que esparce
prohíbe al César ser rey
y Él por rey quiere ensalzarse».
Otro dice con porfía:
«Que muera es mi parecer,
porque predicó estos días
queriendo hacernos saber
que es verdadero Mesías».
Por fin todos a una voz
prorrumpieron: «¡Muera, muera!».
¿Qué cometiste, mi Dios,
contra esta gente tan fiera
que todos van contra vos?
Miércoles Santo (venta de Jesús)
Miércoles Santo salió
Judas, con falsos intentos,
en casa de Caifás entró
y juntos los fariseos
de esta suerte les habló:
«Príncipes, ¿qué es lo que hacéis?
¿Estáis de Jesús tratando
y el cómo lo prenderéis?
Yo lo pondré en vuestras manos
si algo me prometéis».
«Y si no le conocéis
una señal también dejo:
para que sepáis quién es
al que habéis de prender».
«No penséis que esto es engaño,
de mi Maestro maldigo
boca, lengua, pies y manos».
Respondió el falso concilio:
«Treinta dineros te damos».
Dice Judas: «Me contento;
pero tengo algún recelo
y el alma se me inquieta,
que juntos mis compañeros
me han de dar muerte alevosa».
«Judas, no tengas temor,
que soldados de valor
bien armados te daremos
para prender al traidor».
Fue donde estaba la Virgen
y con una sonrisa falsa,
le dice: «¿De qué te afliges
si conmigo solo basta
para que tu hijo se libre?».
Del gozo que recibió
aquella Virgen Sagrada
de cenar muy bien le dio.
Fue la cena tan colmada
que ninguna falta le halló.
¡Oh, Judas, falso, traidor!
Tú pagarás el pecado
de haber vendido al Señor
en quien todos confiamos
que nos dé su salvación.
El lavatorio
Cuál humilde y amoroso
tomó una blanca toalla
el Señor, y puesta al hombro
y una bacía con agua
para hacer el lavatorio.
Púsose a los pies de Pedro
el Señor, para lavarlo.
Al punto se arrojó al suelo,
diciéndole: «Maestro amado,
eso yo no lo consiento».
«Eso de lavar los pies
para mí, Señor, se queda.
Soy un pobre pecador
que vengo de baja estofa,
mas no vos, mi Redentor».
«Vos sois un señor tan grande,
y yo cual vil gusanillo.
Primero prefiero que antes
sea de fieras comido
que consentir que me laves».
Lo miró el Señor y dijo:
«Si no te dejas lavar,
no me tendrás por amigo,
ni menos podrás gozar
del eterno Paraíso».
Al punto arrojose al agua
diciendo: «Lava mis pies
y todo mi cuerpo lava.
Señor, aquí me tenéis,
vuestra voluntad se haga».
La cena
Jueves por la noche fue
cuando Cristo enamorado
con todo el pecho abrasado
quiso darnos de comer
su Cuerpo Sacramentado.
Sentose Cristo a la mesa
con todo el apostolado;
tomó y con su mano diestra
un pan fue consagrado
que a todos les repartiera.
Pero aquel manso Cordero,
con todo el poder y gracia
quiso darnos por entero
su glorioso Cuerpo y Alma;
mas le dio a Judas primero.
Antes de haber comulgado
a todos los pies lavó.
También a Judas malvado
un sermón le predicó,
mas poco le ha aprovechado.
Judas desoyó el sermón,
pues ya tenía tratada
la venta de su Señor
con el senado inhumano
para darle muerte atroz.
Se salió desesperado
y marchó a Jerusalén,
diciendo al pueblo malvado:
«Salid, salid a prender
a mi Maestro, el falsario».
¡Oh, Judas, falso, traidor!
Tu pecho la infamia abriga;
entregas al Creador
a gente vil y lasciva
sin usar de compasión.
Entró el Señor en el huerto
a orar a su Eterno Padre,
alzó los ojos al cielo,
sudó raudales de sangre
afligido y sin consuelo.
Por vuestra santa oración,
digna de eterna memoria,
que nos queráis perdonar
y nos llevéis a gozar
con los santos en la Gloria.
El prendimiento
Estando el Rey Celestial
en el huerto en oración
llegó Judas infernal
con su lucido escuadrón,
siendo de ellos capitán.
Entraron con gran silencio
al huerto de Getsemaní,
saliéndoles Cristo al encuentro.
«¿A quién buscáis, gente vil?».
«Buscamos al Nazareno».
Díjoles luego: «Yo soy».
Al punto todos cayeron
en pasmosa confusión,
como muertos, en el suelo.
Luego el Señor, al instante,
dio licencia al escuadrón
para que se levantase,
y con grande indignación
le embistieron como alardes.
Con rabia ensoberbecidos
le dieron fuertes puñadas;
san Pedro, que aquesto vido,
sacó su arrogante espada
con un ánimo atrevido.
Dice el Señor: «Tente, Pedro,
que si la defensa quisiera
ángeles tengo en el cielo
que a defenderme vinieran».
«Pero es preciso morir
y que derrame mi sangre
para el hombre redimir,
que si yo quisiera huir
el poder tengo bastante».
Las siete palabras
Viernes Santo, ¡qué dolor!,
expiró crucificado
Cristo nuestro Redentor.
Mas antes dijo angustiado
siete palabras de amor.
La primera fue rogar
por sus propios enemigos.
¡Oh, caridad singular,
que a los que fueron testigos
mucho les hizo admirar!
La segunda: un ladrón hizo
su petición especial,
la que Jesús satisfizo
diciéndole: «Hoy serás
conmigo en el Paraíso».
A su Madre la tercera
palabra le dijo,
diciéndole «recibirás
por hijo a Juan», y añadió
que por madre la tuviera.
La cuarta, a su Padre amado
dirige con afecto pío,
viéndose tan angustiado
dijo dos veces: «¡Dios mío!
¿Por qué me habéis desamparado?».
La quinta estando sediento
por estar tan angustiado
dijo, casi sin aliento:
«Sed tengo». Y allí le fue dado
hiel y vinagre al momento.
La sexta, habiendo acabado
y plenamente cumplido
todo lo profetizado
dijo muy enternecido:
«Todo está ya consumado».
La séptima con fervor
su espíritu entrega en las manos
de su Padre, con amor.
De esta manera, cristianos,
murió nuestro Redentor.
Y cuando se vuelve de la procesión del Jueves Santo dentro de la iglesia se canta esta
Despedida
Hijo, que a morir te vas,
adiós, fin de mi suspiro,
ya no te veré jamás,
pues nací para serviros
y para penar no más.
Adiós, lucero inmortal,
adiós, lumbre de mis ojos,
que me dejas cual rosal
entre espinas y entre abrojos
y en una pena mortal.
Adiós, Jesús amoroso,
adiós, claro sol del alma,
adiós, celestial esposo
de mi virginal palma,
de mi vientre fruto hermoso.
Según escribe Antonio Lorenzo Vélez —Simbología del número en el folklore y en la canción tradicional, pp. 28-29—, nuestro cancionero tradicional cuenta con numerosos ejemplos «donde se comparan motivos no religiosos (barajas, arados, plantas…) con elementos cristianos», tales como la Pasión de Cristo, los Mandamientos, los Sacramentos… Este es el caso del romance anónimo popularmente conocido como La baraja de los naipes, una adaptación «a lo divino» de un tema profano (Lorenzo Vélez, Fuentes documentales de algunos temas seriados profanos-religiosos, p. 61) incluido en el ciclo de cuaresma en numerosos pueblos tanto españoles como americanos, y cacereños como el Piornal, Portaje y Guijo de Coria, donde se sigue entonando el Viernes Santo cuando se vuelve de la procesión.
En el as yo considero,
yo considero en el as,
que es la carta más hermosa
y en ella no puede haber más.
En el dos yo considero,
que son dos cartas frondosas,
toda la pasión de Cristo
angustiada y dolorosa.
En el tres yo considero
que son aquellos tres clavos
los que traspasan a Cristo
sus pies y dolorosas manos.
En el cuatro considero
que son los cuatro Evangelios,
los que conservan las leyes
de nuestros padre primeros.
En el cinco considero
que son las cinco llagas,
las que traspasan a Cristo
aquella divina espalda.
En el seis yo considero
que son las seis espinas,
las que traspasan a Cristo
aquellas sienes divinas.
En el siete considero
que son las siete palabras,
las que Cristo dio en la Cruz
a su Madre soberana.
En la sota considero
aquella mujer piadosa
que con un paño limpió
a Jesús su cara hermosa.
Al caballo lo cogieron
rendido y avergonzado,
porque vive por las leyes
y muere por el pecado.
En el rey yo considero
que es aquel manso cordero,
que amarrado a la columna
muerte alevosa le dieron.
La baraja de los naipes
ya la tenéis explicada:
toda la pasión de Cristo,
dolorosa y angustiada.
Viacrucis
Primera estación: Jesús es condenado a muerte.
Segunda estación: Jesús sale con la cruz a cuestas.
Con la cruz de tus culpas cargado,
exhausto de fuerzas camina tu Dios.
Y al subir la pendiente le impelen
por fuerza sayones, por dentro tu amor.
Dulce Redentor,
mi pecado esos hombros oprime.
Ya lloro mis culpas y os pido perdón.
Madre afligida…
Tercera estación: Jesús cae por primera vez.
Con sus alas de nieve los ángeles
pasmados de espanto, cubriendo su faz,
bajo el tosco y pesado madero
en tierra caído su Dios al mirar.
Dulce Redentor,
por mis yerros caísteis en tierra.
Ya lloro mis culpas y os pido perdón.
Madre afligida…
Cuarta estación: Jesús se encuentra con su Madre.
Del calvario subiendo a la cumbre
el Reo Divino a su Madre encontró,
y una espada de filos agudos
del Hijo a la Madre hirió el corazón.
Dulce Redentor,
yo esa herida causé a vuestra madre.
Ya lloro mis culpas y os pido perdón.
Madre afligida…
Quinta estación: El Cirineo le ayuda a llevar la cruz.
Porque al monte con vida llegase
los duros escribas, con saña infernal,
a Simón Cirineo obligaron
a que a Cristo ayudase la cruz a llevar.
Dulce Redentor,
yo también quiero ser Cirineo.
Ya lloro mis culpas y os pido perdón.
Madre afligida…
Sexta estación: La Verónica enjuga el rostro de Jesús.
Con ternura y piedad la Verónica
el rostro de Cristo sangriento enjugó
y entre los pliegues del lienzo, por premio,
grabada la imagen llevó del Señor.
Dulce Redentor,
en mi pecho grabad vuestra imagen.
Ya lloro mis culpas y os pido perdón.
Madre afligida…
Séptima estación: Jesús cae por segunda vez.
Otra vez el señor de los Cielos
volvió fatigado el polvo a besar,
y otra vez los esbirros crueles
en Él desfogaron su ira y crueldad.
Dulce Redentor,
nunca más caeré yo en pecado.
Ya lloro mis culpas y os pido perdón.
Madre afligida…
Octava estación: Jesús habla a las hijas de Jerusalén.
Vio Jesús que unas cuantas mujeres,
movidas a lástima, lloraban por Él
y les dijo: «Llorad por vosotras,
piadosas mujeres, por mí no lloréis».
Dulce Redentor,
vuestras penas taladran mi pecho.
Ya lloro mis culpas y os pido perdón.
Madre afligida…
Novena estación: Jesús cae por tercera vez.
Con sus duras caídas, cristiano,
las tuyas pretende Jesús resarcir.
A tu Dios por tercera vez mira
de polvo y de sangre cubierto por ti.
Dulce Redentor,
vuestro amor del infierno me libra.
Ya lloro mis culpas y os pido perdón.
Madre afligida…
Décima estación: Despojan a Jesús de sus vestiduras.
Con furor los vestidos quitaron
del monte en la cumbre, al paciente Jesús.
Y por no iluminar tanta afrenta
las puras estrellas negaron su luz.
Dulce Redentor,
ya no más liviandad ni impureza.
Ya lloro mis culpas y os pido perdón.
Madre afligida…
Undécima estación: Jesús es clavado en la cruz.
Ya, alma mía, en la cruz, duro lecho,
sus miembros sagrados extienden, mi Bien.
Y con clavos agudos taladran
los viles soldados tus manos y pies.
Dulce Redentor,
yo esos clavos clavé en vuestros miembros.
Ya lloro mis culpas y os pido perdón.
Madre afligida…
Duodécima estación: Muerte de Jesús.
Tiembla el orbe y el sol se oscurece
al ver en un palo expirar a su Dios.
Rompe en llanto también tú, alma mía,
pensando que muere Jesús por tu amor.
Dulce Redentor,
mis pecados os dieron la muerte.
Ya lloro mis culpas y os pido perdón.
Madre afligida…
Decimotercera estación: Jesús muere en brazos de su Madre.
De Jesús el cadáver sagrado
María en sus brazos, llorando, tomó,
y con voz de dolor le decía:
«¿Quién muerte te ha dado, mi bien y mi amor?».
Dulce Redentor,
respondedle que aquí está el culpable.
Ya lloro mis culpas y os pido perdón.
Madre afligida…
Procesión del Jueves Santo
La procesión sale de la iglesia y se dirige a la ermita del Cristo, donde María se «encuentra» con su Hijo. Cuando el tiempo está lluvioso, los cánticos se entonan dentro de la iglesia.
Virgen de la Soledad,
dónde vas con tanto entierro.
«Voy en busca de mi Hijo (bis)
que lo suben al madero».
Virgen de la Soledad,
no tengáis pena ninguna,
que a tu Hijo lo verás (bis)
entre las doce y la una.
(Se intercala Perdona a tu pueblo)
Muy triste y muy dolorida
a ver a su Hijo ha llegado,
con lágrimas de dolor (bis)
y el corazón traspasado.
«Adiós, claro sol del alma,
que penas por ti suspiro.
Me voy muy desconsolada (bis)
llorando por tus martirios».
(Intercalan El Rey del cielo)
Estrellas de dos en dos,
luceros de cuatro en cuatro,
alumbrad bien al Señor (bis)
la noche de Jueves Santo.
Por el calvario se oía
el eco de un moribundo
y en su lamento decía:
«Me encuentro solo en el mundo (bis)
con mi cruz y mi agonía».
Ya llegó al monte Calvario
la madre del Afligido,
limpiando su bello rostro (bis)
con el corazón partido.
(Se concluye con Oye alma de tristeza).
Con la misma música del Jueves Santo se entonan los cantos del Viernes.
Virgen de la Soledad
dónde vas con tanto llanto:
«Voy en busca de mi Hijo (bis)
que lo están crucificando».
Muy triste y muy dolorida
a ver a su Hijo ha llegado.
Con lágrimas de dolor (bis)
se despide de su lado.
Ya vienen las golondrinas,
ya vienen de dos en dos,
a quitarle las espinas (bis)
a Jesús, Hijo de Dios.
La Virgen bordó su manto
y le quedó muy bonito
que lo estrenó en Viernes Santo (bis)
en el entierro de Cristo.
Ya vienen las golondrinas
con el pico ensangrentado,
de quitarle las espinas (bis)
a Jesús Sacramentado.
Ya vuelve la pobre madre;
entra muy triste en su casa
al ver que queda su Hijo (bis)
metido entre dos lanzas.
La Virgen subió a los cielos
a cambiar su manto azul
por uno de raso negro (bis)
para el luto de Jesús.
El Domingo de Resurrección, los fieles salen de la iglesia divididos en dos grupos: uno que acompaña a la Virgen, que es portada por los anderos del año —es decir, por los muchachos y muchachas que cumplen veintiún años— y otro, que sigue un itinerario distinto, al Resucitado, a hombros de los padres y madres de aquellos, para encontrarse ambos en una de las plazas del pueblo, donde se ha levantado un arco floral y donde una de las anderas le cambia a la Virgen el manto negro que la cubre por otro de color encarnado. Luego, ambos pasos continúan juntos hacia la iglesia, entonando nuevos cantos, estos de gozo y esperanza por la resurrección de Cristo.
Cantos de la Procesión de Pascua
Después de muerte en la cruz
que los judíos le dieron,
fue bajado y sepultado
por José y Nicodemo.
Herido de amor divino
le va a buscar al sepulcro
para ver si en él encuentra
al que en él era difunto.
En la calle se encontraron
María y su Dulce Prenda.
Se ha trocado en alegría
la amargura de sus penas.
El manto negro le quitan
a la Virgen del Rosario,
el manto negro le quitan
quedándole el encarnado.
Regina Caeli le dicen
a esta Reina Soberana.
Cantemos con alegría
en esta alegre mañana.
Hoy nuestra Madre la Iglesia
con ostentoso agravado
celebra y hace gran fiesta
a Cristo resucitado.
Resucitó nuestro bien,
hoy de la Madre la vida
sanando de aquesta suerte
de nuestra culpa la herida.
Alegrémonos, señores,
de aquesta resurrección.
Nos hemos quedado libres
de aquella infernal prisión.
Al resucitar hoy Cristo
fue por nuestra conveniencia.
Razón es le alabemos
con caridad y conciencia.
Corred, señores, corred,
invitando a Juan y a Pedro
por haber resucitado
hoy nuestro querido dueño.
Salió del sepulcro alegre
hoy nuestro querido dueño
y de Dios nos ha alcanzado
el perdón de nuestros yerros.
Dios con su vista alegría
a todo el género humano,
pues con su resurrección
nos redimió del pecado.
Dio libertad a los justos
que estaban depositados
en aquel seno de Abraham
para a la gloria llevarlos.
Glorioso subió a los cielos
cumplidos cuarenta días,
y en este valle nos deja
llenos de gozo y alegría.
Desde el trono de su gloria,
que Él mismo gobernará,
para vencer al demonio
buenas armas nos dará.
El lunes siguiente al Domingo de Resurrección se celebraba en Guijo el conocido como Lunes de Cruces–—Lunes de Pascua o in albi— con una procesión que, partiendo de la iglesia parroquial, se dirigía a la ermita de Santa María con la imagen de la Virgen. Tradición con igual nombre en la próxima Coria–—donde igualmente se conocía como día de las roscas por bendecirse las que llevaban los niños durante la visita a las cuatro cruces de la ciudad–— o en el Casar de Cáceres.
En Guijo se cantaba:
Al pie de esta Cruz bendita,
ha llegado el Sol hermoso
con la Virgen del Rosario
y todo el pueblo devoto.
La gracia de Eva
bajó a entretenerse
entre las verdades
que pena merece.
Ese Lunes de Cruces se hacían bailes en los salones del pueblo y a ellos acudía la juventud de otros pueblos próximos, como Calzadilla, Pozuelo o Villa del Campo, que, una vez terminaba la sesión matutina del bailoteo, se iban al campo a comer, para volver más tarde al casco urbano, cuando el baile se iniciase de nuevo.
La tradición guijeña de Cruces se enlazaba indirectamente con la fiesta de Todos los Santos, ya que el 1 de noviembre las mozas daban a los mozos las castañas para que ellos los asaran en comunal calbotada. En las Cruces los mozos devolvían el regalo a las féminas en forma de huevos pintados. Para ello, los cocían con mondas de cebolla, para que su cáscara adquiriese un tono rojizo oscuro; con lirios, o con lanas de distintos colores. Por eso, en Guijo se dice —incluso hoy en día— que en los Santos, las muchachas daban a los muchachos la castaña —eufemismo del órgano genital femenino— y el Lunes de Cruces los muchachos estaban obligados a darle los huevos a las mozas, sugestión relacionada con los genitales masculinos. Lo que alude indudablemente al sentido fecundador que algunos aplican a esta celebración, puesto que el traslado de las imágenes a los campos tenía como objeto la bendición de estos para que la tierra fuese fecunda y diera frutos abundantes.
Por último, quisiera agradecer a Diego Galindo y a José Sudón la ayuda prestada en la transcripción al pentagrama del cancionero guijeño, ya que sin su ayuda no podría ofrecer a los lectores de Revista de Folklore y a los posibles musicólogos interesados en el item, un acervo musical tan interesante. Igualmente, quiero expresar mi agradecimiento a José Córdoba y a su mujer Carmen Roncero, y a mi mujer Emilia y a su hermana Mercedes Gutiérrez por haber puesto voz a las letras que componen el cancionero de su pueblo.
BIBLIOGRAFÍA
DOMÍNGUEZ MORENO, J. M. Fuegos rituales extremeños: Entre San Antón y el tiempo Pascual. Revista de Folklore. Anuario 2010. Fundación Joaquín Díaz. Valladolid, 2010.
FLORES DEL MANZANO, F. Gran Enciclopedia Extremeña, tomo VI. Mérida, 1991.
LORENZO VÉLEZ, A.
*Fuentes documentales de algunos temas seriados profanos-religiosos. Revista de Folklore, n.º 20. Fundación Joaquín Díaz. Valladolid, 1982.
*Simbología del número en el folklore y en la canción tradicional. Revista de Folklore, n.º 3. Fundación Joaquín Díaz. Valladolid, 1981.
[1] Fue a partir del siglo xvi cuando se impuso la costumbre de cubrir retablos e imágenes durante la Cuaresma y Semana Santa, cuando la iglesia Católica reaccionó ante la Reforma Protestante con la Contrarreforma.
[2] Aunque matraca y carraca suelen referirse a un mismo instrumento musical, en Guijo de Coria, Cilleros y otros municipios de Sierra de Gata, la matraca es un tablero de madera con unas aldabas metálicas móviles, provista de un mango para sujetarla, por donde se sujeta para hacerla girar a derecha e izquierda. Entonces, las aldabas golpean contra la madera produciendo un sonido seco y estridente. Por el contrario, la carraca, mucho más pequeña que su hermana mayor, está formada por una rueda de madera con dientes, los cuales, al hacerla girar sobre el eje que le sirve de mango, tocan una lengüeta flexible y produce un sonido semejante al otro.
[3] Numerosas son las interpretaciones que los estudiosos hacen de este pelele: de las que lo relacionan directamente con el apóstol traidor –entonces por qué lo queman, si Judas se ahorcó–, de los que ven en ello un paso del invierno –simbolizado por el pelele– a la primavera (Domínguez Moreno, pp. 211-212) –cristianización del Annus pagano, paso de lo viejo a lo nuevo–; o de los que creen descubrir en ello la pervivencia del sustrato judeo-converso y de la Inquisición (Flores del Manzano, tomo VI, p. 120), caso del Judas de Cabezuela del Valle.