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El imaginario medieval de personajes fantásticos y seres monstruosos se fue completando en épocas posteriores, principalmente con las ilustraciones de libros de contenido gráfico pero también con aquellos artificios teatrales usados en representaciones públicas y que procedían, tanto de la imaginación de los propios artistas que interpretaban a su modo esas imágenes como de una tradición plástica muy arraigada y dilatada en el tiempo. La mentalidad que aceptaba la existencia de esos monstruos y su cruel comportamiento estaba además avalada por los «estragos» que se decía causaban en las poblaciones en que aparecían. La fiera Corrupia o Correpia, el alarbe de Marsella, el monstruo de Oporto, la fiera del Espinar, la harpía Americana y tantos otros prodigios descritos con exageración y minuciosidad, servían para despertar la imaginación y para causar espanto y miedo en quienes escuchaban aquellos textos o veían los grabados que encabezaban los pliegos. Parte de la iconografía sobre su aspecto y reacciones venía a recuperar sin dificultad fragmentos legendarios hagiográficos en los que santos o santas acudían en auxilio de pueblos aterrados y paralizados por el temor que estas fieras les causaban. En esa iconografía los artistas detallaban curiosidades sobre los monstruos que se convertían en constantes: aparecían restos de sus fechorías alrededor de ellos (generalmente miembros de seres humanos), se consignaban gráficamente aquellos aspectos espantosos que los textos recogían y que podían impactar más a la vista y al oído, se les dotaba de las cualidades con que mejor podían cumplir su horroroso papel (garras, dientes afilados, bocas enormes, alas negras o de vampiro, etc.) e incluso a veces se les representaba tragando o destrozando a seres humanos con sus terribles fauces. A todo ello vino a contribuir una tradición oral salpicada de relatos acerca de criaturas monstruosas, mantenida por la ingenua curiosidad y por el morbo. La pantera gigantesca y monstruosa que se aparece por mandato divino en Espinar de la Sierra en 1847, el día de San Antonio, parece un dragón extraido de un cuento medieval pues aparece en la propia iglesia cuando el sacerdote va a cantar el Gloria y solo es abatida cuando a uno de los perseguidores se le ocurre rezar a la Virgen y finalmente pueden liquidarla de un tiro. Estos castigos divinos solían coincidir con épocas de tibieza religiosa o de peligrosas desviaciones, de modo que los monstruos del averno salían de sus escondrijos para advertir a los mortales de las consecuencias de sus comportamientos inadecuados.