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Entre los muchos artistas extranjeros —dibujantes y grabadores— que reprodujeron estampas del natural de la España del siglo xix, una buena parte eligió el sur como motivo principal de sus obras. ¿Cómo no, si Andalucía llamaba tan poderosamente la atención? Lo oriental, lo misterioso, lo oculto se sublimaba y mitificaba en las mentes románticas de viajeros y artistas que llegarían hasta aquí seducidos por esa magia milenaria de Al Andalus; pasearían por sus calles y dormirían en sus ventas; recorrerían sus caminos en busca de emociones soñadas que rara vez se convertirían en realidad: majas, bandoleros, duelos a navaja, noches de perfumado encanto, leyendas y romances de guapos y valentías... Todo ello contribuirá a recrear una imagen mistérica y muy a menudo exageradamente irreal de Andalucía en Europa.
Si se quiere penetrar en esa imagen y en su significado, basta con leer las frases que acompañan al grabado y que tienen mucho que ver con el personaje al que sirven de pie; alguna alusión, con frecuencia irónica, a su oficio o a las características que le dan notoriedad. En cualquier caso, majos, bandoleros, toreros y mendigos aparecen como personajes pseudonacionales, aunque muchos de ellos tengan su génesis o su desarrollo particular en el sur de la península y vayan a imponer, poco a poco, sus atuendos, convirtiéndolos en estereotipos.
Aunque no todos los grabados llevan específicamente el nombre de Andalucía, algunos de esos personajes de los que hablábamos (venteros, bandoleros, gitanos, etc.) aumentan el número de tipos estudiables por su atuendo. En lo que respecta a los hombres, comienza a predominar el sombrero pavero, y el calzón ya aparece sustituído en alguno de los casos por el pantalón a media pierna que se impondrá como prenda característica de ganaderos y caballistas. Todos suelen llevar polainas de cuero, algunas con sobrepuestos formando dibujos. Los gitanos acostumbran a llevar a la cintura las tijeras del oficio de pelar caballerías, bajo la capa. De nada sirvieron los bandos de los generales franceses durante la invasión napoleónica en contra del uso de tal prenda. Vaqueros, venteros y contrabandistas llevan chaquetilla, mostrando a veces unas charnelas en vez de botones.
En cuanto al bandolero, no nos resistimos a copiar la descripción que de él hace el barón Charles Davillier: «Su chaqueta de cuero leonado, el marsellés remendado, tenía toda clase de adornos y de bordados de seda e innumerables botones de filigrana de plata que se agitaban como cascabeles al menor movimiento. Un pantalón corto, ajustado y marcando las formas, caía hasta las pantorrillas, medio ocultas por elegantes botas de cuero bordado, botines de caída, entreabiertas por un lado y de las que colgaban largos y delgados flecos de cuero. En los pliegues de una ancha faja de seda que ajustaba su cintura, se hundían dos pistolas cargadas hasta la boca». Descripciones de este tipo sirvieron para crear una iconografía que duró hasta bien entrado el siglo xx en el teatro y el cine y que alimentaron los escritores de un costumbrismo tardío.