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Revista de Folklore número

373



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Los viejos molinos de papel madrileños

PERIS BARRIO, Alejandro

Publicado en el año 2013 en la Revista de Folklore número 373 - sumario >



La fabricación de papel tuvo un carácter artesanal en España hasta la segunda mitad del siglo xix, que es cuando se empezó a obtener en gran cantidad utilizando como materia prima la madera. Hasta esa época se fabricaba el papel a mano empleando trapos viejos que se dejaban pudrir en el agua, se batían y se trituraban en un batán compuesto por unos mazos de madera accionados por una rueda hidráulica. La pasta obtenida se extendía sobre unos bastidores formados por finos tamices metálicos que permitían que el agua escurriera dejando una hoja blanda que se colocaba en un fieltro muy seco. Después se apilaban las hojas y se prensaban, encolándolas tras sumergirlas en un baño de gelatina o cola de hueso.

Esta fabricación artesanal de papel necesitaba mucha mano de obra: laborantes, ponedores, pilateros, mozos de traer trapo, de trasladar el papel, de traer leña, etc.

Se empleaban mujeres, que eran las encargadas de seleccionar el trapo que en sacos llevaban los traperos y de esquinzar o desquinzar, que era partir el trapo en trozos pequeños con el desquince o cuchillo apropiado.

Todos ellos eran trabajos muy penosos realizados en locales poco ventilados, con mucho ruido y en continuo contacto con el agua.

A pesar de que el primer lugar de Europa donde se fabricó papel fue en Játiva (Valencia), hasta el siglo xviii casi la totalidad del papel que se utilizaba en España procedía de Italia, Holanda y de otras naciones más. Entonces empezó a fomentarse este tipo de industria tan necesaria, concediéndose franquicias y privilegios a los que instalaran molinos de papel. Desde el 1 de enero de 1725 se estableció la obligatoriedad de que todos los impresos, libros, memoriales, etc. se hicieran con papel fabricado en España, que era de buena calidad aunque menos blanco que el italiano.

Durante los siglos xviii y xix funcionaron molinos de papel en varios pueblos de la provincia de Madrid. Algunos de ellos alcanzaron bastante importancia por la cantidad y calidad del producto obtenido.

La materia prima, los trapos, que se necesitaba en estos molinos procedía en buena parte de la capital. En Madrid existieron en siglos pasados, y hasta unos años después de mediados del siglo xx, los traperos o basureros que desde los barrios de la periferia se desplazaban diariamente antes de amanecer con sus carros tirados por caballerías hasta la capital para recoger los desperdicios que se generaban en los domicilios de los vecinos. Tenían los traperos licencias concedidas por las autoridades municipales y solo podían trabajar en las calles que se les asignaban. Una vez terminada la recogida, a las nueve o las diez de la mañana, regresaban a sus casas situadas generalmente en Tetuán de las Victorias, la Ventilla, los Carabancheles, las Ventas del Espíritu Santo, etc. y se dedicaban a clasificar la mercancía transportada, vidrios, botes, papel, trapo, etc. que luego vendían en los distintos almacenes que había en la capital.

Los trapos eran adquiridos en las traperías que hubo en Madrid (que a finales del siglo xviii eran 40). El 3 de julio de 1783, las autoridades madrileñas ordenaron que estos almacenes de trapos no estuvieran en el centro de la ciudad sino en las afueras y que no se pudieran vender en ellos comestibles, como solía hacerse.

Estos almacenistas facilitaban los trapos guardados en sacos a los molinos de papel. A veces los mismos traperos vendían directamente en ellos su mercancía.

El señor Custodio, uno de los personajes de la novela La busca de Pío Baroja, tenía el oficio de trapero y vivía en las afueras de la capital entre los puentes de Segovia y de Toledo. Vendía el trapo que recogía a los dueños de los molinos de papel.

A veces el suministro de trapo disminuía debido a que muchas familias aprovechaban sus ropas viejas para sacar de ellas tiras para sus candiles y de esa forma evitaban comprar torcidas de algodón, muy caras para su escasez de recursos.

Los molinos de papel que funcionaron en la provincia de Madrid fueron estos:

1.- Rascafría. El molino que llamaban «de los batanes» existía unos años antes de 1390, año en el que fundó el rey Juan I de Castilla en sus proximidades el monasterio de El Paular al que perteneció. Los frailes accedían al molino utilizando el cercano puente del Perdón, que se conserva.

En el siglo xvi era muy utilizado el papel que se obtenía en este molino por su buena calidad. Con él se imprimió en 1604 la primera parte del Quijote en el taller de Juan Cuesta, que estaba situado en la calle de Atocha de Madrid.

A mediados del siglo xviii tenía el molino unos beneficios de 14.300 reales. Había sufrido un incendio y fue reedificado.

A finales del mismo siglo trabajaban en este molino 60 empleados que fabricaban 5.000 resmas de papel al año que se vendían en Madrid.

A principios del siglo xix seguía perteneciendo el molino al monasterio. En 1824 se transformó en una fábrica de papel con seis cilindros que elaboraba 68 resmas diarias y daba empleo a 30 o 40 operarios de ambos sexos[1].

La fábrica pasó a ser propiedad de una compañía anónima que en 1860 llevó a cabo una reforma en su reglamento y estatutos, que era aceptada el 20 de agosto de ese año por el gobernador de la provincia puesto que «se proponía la confección de un producto reconocido ser escaso en el país y de necesidad su desarrollo»[2].

El nombre de la sociedad era «Fábrica de papel continuo de Rascafría» y estaba formada por un capital social de 1.800.000 reales dividido en 900 acciones de 2.000 cada una. Tenía factoría en Segovia y almacén en Madrid.

Perteneció luego la fábrica de papel a otros dueños y se cerró definitivamente al canalizarse el río Lozoya para surtir de agua a Madrid.

2.- Orusco. En esta villa madrileña funcionaron desde el primer tercio del siglo xviii dos importantes molinos de papel instalados en la ribera del río Tajuña.

El molino llamado «de arriba», por su situación, fue fundado en los primeros años del siglo por D. Juan de Goyeneche. Fue una más de las instalaciones industriales creadas por este noble en Nuevo Baztán y en los pueblos próximos.

Estuvo considerado el molino por su dueño como «una de las principales alhajas que tenía sobre el río Tajuña[3]»:

…una de las principales alhajas que tengo sobre el río Tajuña y que incorporo en este mayorazgo es el molino de papel que fabriqué desde sus cimientos.

A la muerte de D. Juan de Goyeneche, el molino pasó a su hijo mayor, Francisco Javier, por testamento otorgado el 16 de marzo de 1733. Estaba formado entonces por 32 pilas con sus mazos, 4 ruedas, 2 tinas y demás pertrechos necesarios, y daba trabajo a unas 30 personas.

Se fabricaba en el molino papel fino, entrefino y de imprenta.

Hacia 1770, el nieto de D. Juan de Goyeneche arrendó el molino de arriba a D. Lorenzo Guarro, catalán, y poco tiempo después se obtenían en él 4.000 resmas de papel anuales.

El molino de abajo se fundó en 1733 por D. José Solernou, probablemente catalán, con licencia y facultad dadas por la Real Junta General de Comercio y Moneda el 23 de febrero de ese año. Tuvo un coste de más de 24.000 pesos y tenía 4 ruedas, 2 tinas y 24 pilas con 3 mazos cada una.

Para trabajar en su molino papelero, trajo Solernou a Orusco a varias familias catalanas.

Al morir Solernou en 1736, pasó el molino por herencia al presbítero Nicolás de Gozque, a quien el rey Fernando VI por cédula de 21 de enero de 1747 prorrogó por seis años más las franquicias y gracias que había tenido su antecesor en el negocio, con la obligación de fabricar cada año 4.000 resmas de papel[4]:

Por cuanto Nicolás de Gozque, presbítero, me representó que por fallecimiento de José Solernou recayó por herencia en él, el molino y fábrica de papel que en el término de la villa de Orusco del partido de Alcalá de Henares, en la ribera del Tajuña, siete leguas de esta Corte, hizo con casa, oficinas e instrumentos con licencia y facultad que se le dio por mi Real Junta General de Comercio y Moneda en 23 de febrero de 1733, el cual a costa de más de 24.000 pesos había construido y fabricado con 4 ruedas, 2 tinas, 24 pilas con 3 mazos cada una y el ingenio de batir donde se elaboran todos los días de trabajo 20 resmas de papel florete, de segunda fuerte e imprenta… he venido en prorrogar a Nicolás de Gozque y sus herederos y sucesores por seis años más las mismas franquicias y gracias que se le dispensaron por las tres expresadas reales cédulas con la obligación de hacer cada año 4.000 resmas de papel…

D. Nicolás de Gozque, los maestros, oficiales, aprendices, etc. quedaban libres de todos los oficios y cargas concejiles, quintas y levas para soldados, cuarteles, construcción de puentes y otra cualquier carga.

No se podían embargar las carretas y caballerías que condujeran trapo y papel para Madrid u otras partes, excepto en el caso de ser para servicio de la Real Casa.

El propietario y demás dependientes del molino gozarían de exención de todos los derechos reales y municipales de 30 arrobas de vino y 4 de aceite, cada mes.

Quedaban las instalaciones bajo la real protección y sobre la puerta podían poner el escudo de armas que de orden de la Real Junta General tuviese el papel que fabricase, en la lonja en que se vendiera en Madrid, el de las Reales Armas con la inscripción de «Real Fábrica de Papel de la Villa de Orusco».

A mediados del siglo xviii, los beneficios obtenidos en este molino eran de 26.400 reales, según el Catastro de Ensenada, descontando los 80.000 de gasto que suponían los sueldos de 18 o 20 oficiales, administrador, trapos, cola, etc.

En los dos molinos papeleros de Orusco debieron de estar empleados la mayor parte de sus vecinos, que en el año 1752 eran solo 80. Los jornales que cobraban variaban según las distintas categorías y funciones ejercidas:

Laborantes: 2 a 6 reales

Ponedores: 2 a 5 reales

Lavadores: 1 a 5 reales

Pilareros: 8 reales

Oficiales: 4 a 6,5 reales

Oficiales de cortar trapo: 3,5 reales

En 1764 era propietario del molino D. José de Gozque.

En 1826 los dos molinos de papel de Orusco seguían trabajando. Unos años después solo funcionaba uno porque el otro estaba abandonado. A finales de siglo la situación era la misma.

3.- Ambite. Además de atender el molino arrendado en Orusco, D. Lorenzo Guarro fundó otro en Ambite. Hacia 1780, se obtenían en él 2.500 resmas según el Interrogatorio de Lorenzana.

Al morir D. Lorenzo, le sucedió su hijo Juan y el molino debió de estar activo poco tiempo, pues no se vuelve a citar posteriormente.

4.- San Fernando de Henares. A mediados del siglo xviii existió en esta población un molino de papel que tuvo una vida breve, como el resto de las instalaciones que allí existieron, al tener que abandonarse ese lugar a causa de una epidemia que produjo bastantes muertes.

El resto de los establecimientos existentes en la provincia de Madrid para la elaboración de papel se fundaron posteriormente y fueron ya fábricas de «papel continuo», es decir, hecho en forma de cinta y que se vende en grandes rollos. Utilizaban como materia prima la madera y mecanismos modernos, como cilindros para la trituración de la pasta de papel.

Además de la fábrica de Rascafría, ya mencionada, hubo otras en Colmenar Viejo, Manzanares el Real, Lozoya y Morata de Tajuña. Esta última se fundó en la segunda mitad del siglo xix utilizando la fuerza de un salto de agua. En su época de esplendor llegó a producir de 900.000 a 1.000.000 de kg. de papel al año[5].

Tenía esta fábrica la contrata del periódico El Imparcial y en ella trabajaban 150 obreros.


[1] MADOZ, Pascual. Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar. Madrid, 1847, Tomo XIII, página 375.

[2] Archivo de Villa de Madrid. Secretaría 4-219-16.

[3] Testamento de D. Juan de Goyeneche. Archivo Histórico de Protocolos de Madrid. Protocolo l6.l61.

[4] Colección de Reales Cédulas, Pragmáticas, Decretos y Órdenes de S. M. Archivo Histórico Nacional. Libro 1.513, número 33.

[5] DIEGO ARRIBAS, Juan de, Morata de Tajuña. Madrid, 1891.



Los viejos molinos de papel madrileños

PERIS BARRIO, Alejandro

Publicado en el año 2013 en la Revista de Folklore número 373.

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