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La memoria, no es ninguna novedad decirlo, se erige como uno de los pilares básicos en el desarrollo y evolución del individuo. Sin memoria no es posible la experiencia y sin experiencia se repetirían hasta el infinito los errores humanos. Sin embargo hay varios modelos de memoria que merecerían más espacio del que se puede dedicar en un simple editorial. La memoria individual, por ejemplo, nos atañe a cada uno de nosotros pero está condicionada por las circunstancias personales, a menudo inserta sus recuerdos de forma ordenada en un continuo vital y termina siendo un archivo monumental del que echamos mano en el momento oportuno para centrar y rememorar instantes concretos de nuestra existencia. La memoria colectiva, por otro lado, está formada por imágenes, fijas o en movimiento, que corresponden a situaciones sociales, a circunstancias compartidas, a partir de las cuales un grupo de individuos asume de forma común esas mismas situaciones; a esa memoria pertenecen buena parte de las instantáneas que componen los archivos fotográficos de finales del siglo XIX y comienzos del XX porque los monumentos, calles o edificios que aparecen en ellas llegaron y se instalaron en nuestras vidas ya desde nuestro nacimiento pero evidentemente existían antes que nosotros y probablemente seguirán ahí después de que nos vayamos. Es una forma de memoria histórica a la que contribuyen las fotografías con sus imágenes fijas que hablan a quien quiera escuchar. Por supuesto que siempre cabe la precisión, el comentario, la objeción, porque aunque sean imágenes fijas y por tanto aparentemente inamovibles, cada uno tenemos una forma de mirar o una perspectiva particular que ha conseguido que almacenemos los datos de diferente manera. Hacer caso omiso de esa llamada o tratar de dinamitar el pasado pensando solo en el futuro, equivale a que explosione en nuestras manos el olvido. Y bien está que la causa de ese olvido sea el desgaste con que el tiempo devastador pule la madera de nuestras cabezas hasta convertirla en serrín, pero que nunca sea por nuestra voluntad. Beatriz advertía a Dante, en el Purgatorio de su Divina Comedia, que los razonamientos debían ser más claros en la medida en que el entendimiento estuviese oscurecido o cerrado, que es lo que parece que nos pasa cuando queremos borrar conscientemente cualquier vestigio de nuestro pasado:
Y si de ello memoria no tienes,
respondió sonriendo,
recuerda
sin embargo cómo bebiste del Leteo;
y si del humo el fuego se deduce,
este olvido claramente indica
culpa en tu voluntad, atenta en otras cosas.