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Si un día recorremos el mercado franco de Cáceres, Badajoz o de alguna otra ciudad, probablemente encontraremos candiles en algún puesto de hierros artesanales, y sin temor a equivocarnos. podremos afirmar que han sido realizados por el último herrero, ya retirado, que aún queda en Zarza la Mayor, don Teodoro Antúnez Vinagre, que acaba de cumplir 68 años de edad y lleva trabajando más de cincuenta en el oficio.
Como homenaje a este hombre y a otros muchos artesanos que han pasado por este pueblo, hemos escrito este artículo, para que de alguna forma su esfuerzo y trabajo no queden en el olvido, escondidos en las cazoletas de sus candilejas.
Nos contaba el señor Teodoro que, cuando comenzó a trabajar como aprendiz en este oficio tenía solamente 13 años, siendo su maestro Enrique Baz; éste, a su vez, lo aprendió de Antonio Villariño, oriundo de Alcántara, y que llegó al pueblo en el que se casó con una moza del lugar hace más de un siglo.
En la fragua, cuando empecé -nos decía- trabajaba Luciano Márquez y el hito del maestro. Más tarde, Luciano se instaló por su cuenta, pero murió joven. También yo me establecí, cuando estalló el Movimiento, pero, nada más comenzar, tuve que incorporarme a "filas".
Nuestro trabajo se basaba principalmente en la preparación de útiles de hierro, como tenazas, cucharetas "jerreñas", cazos, calderetas, balconadas, cerraduras, etc., amén de herramientas agrícolas y las necesarias para la fragua; también nos dedicábamos a hacer candiles.
Nos interesan en particular estos utensilios de iluminación, objeto de nuestras investigaciones, que forman una colección que ya sobrepasa los dos centenares de piezas. En el presente estudio iremos explicando el proceso de elaboración que el candil exigía antiguamente, y cómo varía con respecto a la actualidad.
El material que se empleaba era la chapa de 1 mm. de espesor, comprada en Cáceres, o bien se aprovechaban los bidones de aceite, gas-oil, etcétera que enderezaban a "macha martillo"; modernamente la chapa es más floja. Se hacían tandas de 50, 60 y hasta 100 candiles; de hecho hemos encontrado en Plasencia un candil con el número o referencia 99. Entonces se vendían a 15 ptas. la unidad. Ahora, sin embargo, más feos y peor preparados, valen 400 pesetas.
PROCESO DE ELABORACION
Rayado y cortado En primer lugar, sobre la chapa de hierro, se raya con una lezna o puntilla de trazar, siguiendo una plantilla semejante a dos hojas acorazonadas con sus peciolos, uno más largo que el otro, que acaban en un espacio rectangular; el conjunto corresponde a los dos cuerpos, es decir, al candil completo.
En los últimos años esta plantilla se ha modificado para mayor facilidad de trabajo y para aprovechar mejor la chapa, separando los remates (V. lámina 1,2 y 3); se marcan de dos en dos las piezas del vaso inferior (V. lámina I, 1) e independientemente la silueta de la candileja (V. lámina I, 4).
Una vez dibujados los patrones, se procede a separarlos de la chapa con la ayuda de una tijera de mano y de un cortafrío para los recodos.
Estampación
Posteriormente se forman las cazoletas en las estampas, colocando una copia de la plantilla y comprimiéndola entre dos moldes; uno de ellos, el inferior, está grabado en hueco y el otro en relieve, de manera que pueda encajar éste en aquél. Se comienza por darle algo de forma con un martillo de bola sobre la estampa fija, matriz o "la hembra", como él llama a este molde en hueco que había sacado de la mesa de un yunque viejo; encima va la otra herramienta de moldear, estampa manual, "el macho" o punzón de embutir, que lleva grabado en relieve la forma de, la cazoleta (V. lámina II, 4), y con el martillo de "machar" se golpea fuerte sobre el cilindro de hierro, prolongación del molde superior, sujetándolo con la mano izquierda, mientras va entrando en la matriz hasta la totalidad. Así se obtienen, al hondonar la plantilla, los vasos, anchos y poco profundos. Hemos de añadir que antiguamente esta operación se hacía "en caliente", es decir, caldeando la plantilla en la fragua, que ardía con carbón de brezo y se aireaba por medio de un fuelle de manga; un par de calentones eran suficientes para completar este trabajo.
Primero se realiza el recipiente del candil de garabato y después, sin quitarlo de la matriz, se estampa el de la candileja; de esta forma se consigue que ambas cazoletas encajen y que la superior quede más pequeña.
Posteriormente, en una "burra de trabajo" , sobre unas "bigorninas" (tas), con un pequeño martillo, se perfeccionan los vasos, quitandoles las arrugas que habían quedado de la labor anterior.
También en otra "burra" con una bigornia se retocan las piqueras o salientes de los recipientes mediante una cuña especial (V. lámina II, 2), que se sujeta con las yemas de los dedos índice y pulgar de la mano izquierda, mientras se golpea con un martillo. Primeramente se moldea la piquera o nariz de la candileja (V. Lámina V, 5) -recibe este nombre, como nos explicó con cierta sonrisa el señor Teodoro, porque por esta punta suelta el "moco" la "torcía"- y luego la del candil de garabato, y también las dos juntas para que se acoplen bien.
Hemos de observar la necesidad de mantener constantemente emparejados a estos dos componentes del candil, para evitar que, se confundan unos con otros, dando lugar a malos ajustes.
Engalanado
Otro trabajo consiste en rayar las pantallas sobre las superficies rectangulares de los recortes (V. lámina I, 2 y 3); es posible que la denominación de pantalla se deba a la finalidad primitiva de usarse como reflector, al igual que todos los aparatos de luz. Es curioso anotar que siempre se ha usado la misma plantilla para las dos piezas del candil. Se siguen las labores de "recortado" con el cincel y la tijera de chapa; de "calado" con el cortafrío, la pinceta (cortafrío estrecho) para los tramos rectos, y las uñetas más o menos abiertas para los trazos curvos, como el "ribeteado" de la clavelera y la rosa; la labor de "punteado" o "picao" con el granete, y el "moldeado" con el "ojo de gallo". Con estos punteros (nombre genérico dado a estas pequeñas herramientas -V.lámina II, 7) sobre la mesa del yunque se engalanan las pantallas de los candiles (V. lámina V, 1).
En los últimos años, estos adornos se plasman en las pantallas separadas del resto del candil, que se unirán con un remache en el ángulo que se forma al extremo de cada mango o vara (V. lámina V, 2).
Los motivos que ornamentan los candiles han sido principalmente la rosa, ideada por este último artesano de Zarza la Mayor, así como una modificación de las pájaras adosadas y la clavelera; también ha preparado en latón (metal amarillo) el modelo nº. 4 (V. lámina III), el material utilizado ha sido, curiosamente, recortes de una cama niquelada; la esmerada confección y terminado se iguala a los de antaño. Antes, se habían trazado otros dibujos, como el águila, las cruces caladas, el clavelón y otros más antiguos de composiciones difíciles de describir (V. lámina IV).
El limado
Con la lima plana y la media caña se consigue planificar los bordes de los vasos, los lados de las varas y la silueta de las crestas; para la nariz, es preciso introducir una pequeña cuña que queda a ras del recipiente (V. lámina II, 5), pues de lo contrario se aplastaría con la presión del torno, y que es algo mayor para la cazoleta grande; con el limatón (rabo de rata), se limaban las labores de calado de las pantallas.
También hay que diferenciar lo costoso de este, trabajo en tiempos pasados y cómo ahora se limita solamente, a las varas y cazoletas.
Pitón y ranura
Aparte, en la vara más larga, a la altura tercia, se hace un agujero con un puntero, por donde se introduce el pitón (V. lámina V, 3), pequeño saliente en punta, al que se le ha hecho una "espiguita" para que entre en el orificio, y en el torno se remacha lo sobrante, quedando fijo.
Casi a todo lo largo del mango de la candileja se perfora con el cortafrío y la pinceta una ranura vertical (V. lámina V, 4), por donde sale el pitón que corre por la abertura, de aquí el nombre de corredera que recibe. El objetivo de estas piezas es mantener derecha a la candileja y evitar que se derrame el aceite.
Es extraño que en el pitón de estos candiles nunca se haya realizado una "escalerilla", con el fin de ir embrocando el recipiente y de esta manera aprovechar mejor el combustible (1); puede que se deba a que en esta comarca no escasea este preciado líquido o porque en estos candiles tan "panditos" sería poco ventajoso.
El garabato
Antes de completar el candil se levantan los mangos hacia la vertical y se doblan los extremos hasta que forman ángulos de 90 grados, para que las pantallas queden delanteras; en la doblez más alta se taladra un agujero por donde pasa una "púa" a modo de cáncamo cerrado y romo, que, enlazará con el vástago del garabato; éste se saca de un alambre que, se calienta en la fragua para aplastarlo, machacándolo sobre el yunque, y también se retuerce en caliente para realizar ese imprescindible y a la vez innecesario rizo; en un extremo se traza una argolla y en el otro el garabato.
Prácticamente ya está terminado el candil, cuya longitud total es de 27 cms.; el diámetro de las cazoletas es de 7 cms., por 2 cms. de profundidad (V. lámina V).
Lustre
Esta última tarea, que encarece mucho el coste del candil, ya no compensa realizarla: consistía en darles un baño de estaño para que fueran más vistosos; pero previamente se les marcaba con un mismo número a cada pareja de pantallas, lo que se hacía con un troquel de enumerar. Actualmente no se enumeran, sino que simplemente se les ata con una cinta para que no se truequen. También se les quitaba el óxido, introduciéndolos en una pila de granito con ácido sulfúrico, hasta que quedaban completamente limpios, después de permanecer sumergidos uno, dos y hasta tres días; posteriormente, se les daba con ácido clorhídrico para que agarrase bien el baño y, por último, se fundía estaño en un "calderín" o caldera especial, de forma rectangular, a modo de caja sin un extremo (V. lámina 11, 1); se calentaba en una fragua portátil aireada por medio de un ventilador centrífugo accionado a mano.
Para llevar a cabo esta operación, se necesitaba cierta maestría y práctica: con la mano derecha, y ayudado de una tenaza de mandíbulas, se sujetaba la pantalla y se introducía en el "calderín" por el lado abierto, y ya dentro, con la tenaza corva (V. lámina II, 3) en la mano izquierda, se tomaba por la cazoleta, para que se impregnasen la pantalla y el garabato, es decir, lo que. faltaba; se sacaba, y sin soltarlo, inmediatamente con un hisopo de plumas de ave se quitaban el estaño "emborronao", los grumos y motas extrañas, para dejarlos secar después sobre el suelo empedrado del taller.
Esta operación tan trabajosa y paciente, se repetía con cada una de las piezas de la tanda. Después sólo quedaba buscar la pareja para "casarlos", esto es: cada candil con su pareja.
Añadiremos, para finalizar, que siguiendo el mismo proceso, se preparaban unos candiles pequeños, de juguete (V. lámina VI), que servían para regalar a las niñas en contadas ocasiones; una de ellas era, por supuesto, en Reyes. Entonces no había juguetes, sino aquel1os que los artesanos confeccionaban: botijos, cestas, mesas, sillas, candiles, etc., útiles necesarios para la vida de la familia, pero que para los pequeños constituyen elementos escénicos del teatro que representan en sus juegos.
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(1) Véase el artículo "El viejo oficio de candilero", que publicamos en la revista Nuevo Guadiana, Badajoz, nº. 14, julio 1981, pp. 16 y 17.