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Entre la leyenda local de Madrid y el cuento maravilloso: La bota de piel de caballo y La silla de piel de piojo (ATU 857)[1]
En el año 1882, el entonces muy conocido y hoy más que olvidado editor y periodista Dionisio Chaulié y Ruiz (1814-1887) publicó un artículo de costumbres en la Revista contemporánea que se hacía eco de unos cuantos de los dimes y diretes que anduvieron corriendo por Madrid tiempo atrás. Entre ellos uno de la época de “los artesanos antiguos” que no identificó claramente, pero que cabe localizar en la primera mitad del siglo xix, ya que el periodista señaló que aquellos hechos “antiguos” le fueron referidos por “sujetos que en ellos tomaron parte”. Anteriores pues, pero no muchísimo, al año 1882 en que puso aquellos recuerdos por escrito:
Las perniciosas tertulias de café, u otras peores, han sustituido a las que de ordinario mantenían los oficiales en casa del maestro, donde se jugaba a la brisca o el tute hasta reunir con las ganancias para un día de diversión, y gracias si tan sencillas costumbres no se han abandonado por el club político, de que el mismo Proudhon aconseja a los trabajadores se aparten como de su mayor perjuicio, cualquiera que sea el nombre con que se disfrace. Y en verdad que el voto es de persona bien práctica en la materia, y nada recusable.
Como un hecho es la demostración más elocuente, he de contar algunos que, a falta de circunstancia mejor, tienen el mérito de habérmelos referido sujetos que en ellos tomaron parte, y que prueban el carácter original y resuelto sin malicia grave de los artesanos antiguos.
Apareció una mañana en el escaparate de cierto taller de obra prima una bota sin costura, con un letrero, o más bien cartel de desafío, en que se leía: “se da una onza de oro a quien presente la compañera”.
Cundió la nueva entre los del oficio, y era de ver cómo se agrupaban ante la pieza en cuestión, volviéndose mohínos y cabizbajos sin acertar con el problema. Por fin hubo quien dio en la dificultad. Se averiguó que la bota estaba hecha de la piel de una pata de caballo, arrancada sin abrir, que bien curtida y amoldada a la horma, daba el resultado de no necesitar costura.
Yo no vi la obra, ni creo fuese muy perfecta; pero ello es que era una bota, que hicieron la compañera con la mayor reserva, que una comisión la llevó en una calesa al taller del envanecido y confiado maestro, que éste pagó la onza prometida, retiró del escaparate el provocativo reto, y todo el gremio celebró el suceso con huelga hasta el día siguiente[2].
El “hecho” borrosamente evocado por Chaulié se halla adobado de marcas textuales que para el estudioso de la literatura tradicional resultan muy interesantes. Su mismo etiquetado de “hecho” resulta paradójico, pues reclama un cierto estatus de verosimilitud que se halla irónicamente desmentido por el contexto en que lo sitúa su amanuense: el de ciertas antiguas timbas y corrillos madrileños de maestros y oficiales de taller que aunque no fuesen tan nocivas como las más modernas y “perniciosas tertulias de café, u otras peores”, tampoco debían ser santuarios de la ciencia ni de la verdad. Ahí están, además, las glosas relativizadoras del propio Chaulié, quien dejó indicado que el relato estaba garantizado “por sujetos que en ellos tomaron parte”, aunque él se cuidó mucho de identificarlos y matizó además que “no vio la obra” prodigiosamente zapateril referida. En realidad, Chaulié no se atrevió a ponerle a aquel acontecimiento ni fecha (remitió ambiguamente a la época de los viejos corrillos de taller, anteriores a las modernas tertulias de café) ni lugar (habló de un abstracto taller de zapateros sin decir cuál) ni narrador (se refirió a que conocía a “sujetos que en ellos tomaron parte” sin dar nombres ni detalles).
Declaraciones, en fin, perfectamente equiparables a las que suelen acompañar, todavía hoy, a lo que llamamos leyendas urbanas o contemporáneas, relativas a “hechos” (que al final acaban siendo siempre fabulosos) que algunos han escuchado relatar a otras personas, o a conocidos de otras personas, o a conocidos de otros conocidos de otras personas que fueron supuestos testigos presenciales. En fin, que no es difícil reconocer aquí el caldo típico del rumor, la coartada difícilmente creíble de la leyenda local.
Todas las marcas de poética apuntan, pues, a que estamos no ante un “hecho” real, sino ante un relato de ficción. La trama sintéticamente evocada por Chaulié apunta, por otro lado, hacia algo más: hacia que estamos ante un caso de adaptación local, urbana, burguesa se podría decir incluso, de un viejo y muy arraigado cuento tradicional (o, más en concreto, de su primera parte), el que tenía el número 621 en el viejo catálogo de cuentos internacionales de Aarne-Thompson, y tiene ahora el número 857 en el mismo catálogo revisado por Uther, quien ha ofrecido de él este resumen:
La piel de piojo: un piojo que ha sido encontrado en una princesa (o en un rey) engorda hasta alcanzar una talla enorme (o se hace tan grande como una oveja, o una ternera, o un buey) y es sacrificado. El rey (o la princesa, o la reina) exhibe la piel en público (convertido en un vestido, o en unos zapatos, o en unos guantes; o cubriendo una silla o tambor; o cocinada su carne); y anuncia que quien adivine a qué clase de animal pertenece la piel recibirá el reino y la mano de la princesa.
Un monstruo (disfrazado) o un mendigo verdadero o falso, o un pastor, o un animal, o un ladrón disfrazado, o el demonio, o un ogro caníbal) que se entera del secreto mediante alguna argucia resuelve correctamente la adivinanza y gana a la princesa.
En algunas variantes la princesa es rescatada de las garras del monstruo. Escapa mediante un vuelo mágico (o con la asistencia de ciertos ayudantes sobrenaturales o habilidosos)[3].
El gran catálogo de cuentos de Aarne-Thompson-Uther da cuenta de una profusa cantidad de versiones registradas en tradiciones orales del mundo entero, desde Finlandia hasta Indonesia, y desde Chile hasta Egipto. Y no solo en la tradición folclórica moderna, porque una versión sumamente interesante, bastante similar a la típica que acabamos de ver resumida, la publicó también el napolitano Giambattista Basile en Lo cunto de li cunti (I:5), que vio la luz póstuma en 1634-1636. He aquí todo su episodio inicial:
Ocurrió una vez que el rey de Altomonte, picado que fue por una pulga, atrapóla con gran destreza y, encontrándola muy hermosa y de buena planta, le pareció un crimen ajusticiarla en el patíbulo de la uña, por lo que la encerró en una garrafa y, alimentándola cada día con la sangre de su propio brazo, aquélla se crió tan bien que, al cabo de siete meses, cuando hubo que cambiarla de jaula, estaba más gorda que un letrado.
Viendo lo cual el rey la mandó desollar y, una vez curtida la piel, hizo publicar un bando: que quien supiese decir de qué animal era la piel había de recibir la mano de su hija. Divulgado que fue este bando por doquier, la gente empezó a llegar en manadas y desde el culo del mundo para someterse al escrutinio y poner a prueba su destino. Y hubo quien dijo que era de gato maimón, quien de lince, quien de cocodrilo y quien de una bestia y quien de otra; pero todos se quedaban a mil leguas y ninguno daba en el clavo.
Por último acudió a este examen de anatomía un ogro, que era la cosa más contrahecha del mundo, tanto que su sola vista causaba escalofríos y diarrea, hacía estremecer y llenaba de gusanos al mozo más intrépido de este mundo. Y fue que este ogro, apenas llegó y se puso a dar vueltas en torno a la piel y a olfatearla, dio al punto en el blanco y dijo: “Esta piel es del archipámpano de las pulgas[4].
El resto del cuento, muy extenso y lleno de lances maravillosos, es mejor que lo dejemos cifrado en el resumen con que el propio Basile lo precedió: “Un ogro la reconoce por el olor y se lleva a la princesa, que luego es liberada por los siete hijos de una vieja, mediante igual número de pruebas”.
En el ámbito hispánico, el monumental catálogo de Julio Camarena Laucirica y Maxime Chevalier (1997) identificó trece versiones registradas en castellano peninsular, varias catalanas y gallegas, una vasca, diversas sefardíes, dos estadounidenses, siete mexicanas, una panameña, una boliviana, cuatro chilenas, cinco argentinas, aparte de una decena de versiones portuguesas. Y una anotada por Fernán Caballero en el siglo xix[5]. Después de la publicación de aquel catálogo han seguido siendo identificadas otras versiones del cuento, que no tenemos ahora espacio más que para dejar citadas aquí[6]. Como complemento de la antigua y carismática versión de Basile que ya he reproducido, me limitaré a dar como paralelo, para que el lector pueda hacerse una idea más cabal de la relación que parece haber entre la leyenda evocada por Dionisio Chaulié en el Madrid decimonónico y el tipo cuentístico internacional ATU 857, de una versión que registré yo en el año 1990 en el pueblo de Fuente del Maestre (Badajoz). Interesantísima por razones diversas, entre ellas porque ofrece un tesoro (homologable a la onza de oro del relato de Chaulié) para quien adivine de qué piel está hecho el enigmático objeto:
El rey tenía hecha una silla que dijo que el que atinara de lo que estaba hecha la silla se casaba con la hija. Y un zapatero dijo:
-Yo voy ahora mismo, a ver eso.
Yendo por el camino, va y viene uno que estaba arando. Dice:
-Amigo, ¿por donde se va a Madrí?
-Espere usté.
Pos que coge la clavija del arao, y coge el arao así, coge un lápiz y dice:
-Por ahí.
Le señaló.
-¿Cuánto gana usté?
-¿Yo? A peseta me dan aquí por estar aquí.
-Vente conmigo, así ganamos esto.
Más alante ven a uno arrancando encinas en un monte, que arrancaba las encinas con una mano, le tiraba ¡pum pum! a la otra.
-¿Y qué está usted haciendo?
-Mire usté, como me lo han preguntao, pues arrancando este monte.
-Vente con nosotros. Vámonos.
Ya iban tres.
Más alante ven a uno que estaba con el culo en pompa, puesto en un morro, desatacao. Dice:
-Amigo, ¿qué hace usté ahí?
Dice:
-Aquí, que con el aire que yo estoy echando por el culo hago que caiga el higo.
-¡Cago en diez! Pos ¿y cuánto gana usté ahí?
-Ná.
-Pos véngase usté también p’aquí. ¡Amos!
Ya llegando a Talavera la Reina, cerca de Madrí, ven a uno tirado allí en la carretera. Dice:
-Está muerto.
Apartan de la carretera, van y le dan con el pie:
-¿Qué estás haciendo?
Dice:
-Aquí que hay ocho años que se comieron una caldereta y entoavía huele esto a carne.
-Pos véngase usté con nosotros.
Iban los cinco. Llegan al rey. Llega el zapatero, que iba al mando. Entra. Estaba allí la silla puesta. Dice:
-Vamos a ver.
Dicen de todos los bichos, del pellejo de un lobo, del pellejo de un zorro... en fin, de todos los pellejos de todos los animales del mundo. Y dice el rey:
-No vale, usté no atina.
Dice:
-¿Quiere usté que entre uno que viene conmigo?
Y le dice a aquel el del [ol]fato, dice:
-Vas a ir tú, a ver si por el [ol]fato la sacas.
Con que verdaderamente entra aquél y... puso la [nariz] en el hondón de la silla, y la cogió y dice:
-Esta silla es del pellejo de un piojo,
y los aros son de cinojo.
Cinojo es una planta que aquí se cría mucho en el campo. Dice el rey que él es el que se casaba. Pero claro, los ministros:
-Cagüen, ¿y va usté a casar con un pordiosero...? ¡Que vienen cinco en compañía! ¿Por qué en vez de darle la mano de su hija, no le dan ustedes que vayan a la Casa la Monea y cojan tó el dinero que quieran?
Esa Casa es donde se fabrica tó el dinero de España. Coge y se lo dice el zapatero. El zapatero dice:
-Eso es mejor, eso es mejor, sí, eso.
-Ea, pues vamos.
Se van a la Casa de la Monea, estaban los guardias allí puestos. Venga, empieza el zapatero a llenarse los bolsillos de dinero y le dice el de la encina:
-¡Suelta esas perras ahí!
-¿Y qué hacemos, hombre?
-Pues a llevarnos la casa entera.
-¡Calla, muchacho!
-¡Bueno, bueno!
Se arrimaron los dos a la paré. Los centinelas se quedaron allí traspuestos de que vieron que se echaron la casa a cuestas.
-Su Majestá, que se llevan los cinco esos la Casa la Monea.
-¡Venga un batallón de soldaos a caballo que los detengan!
Sale un batallón de soldaos y comienza a decir el zapatero:
-¿Ves? ¡Ahora ni perras ni ná! Nos hieren y nos matan y ya está.
Dice el del aire por el culo, dice:
-¡Quítate de ahí que estás más tonto que...!
Se desataca y se pone en el umbral de la puerta... Hubo soldaos que los metió en Portugá. ¡Cómo corrían p’atrás los soldaos derribaos[7]!
El relato de La bota de piel de caballo que Dionisio Chaulié decía que él había escuchado como si fuera un “hecho referido [por] sujetos que en ellos tomaron parte” en el Madrid de la época de “los artesanos antiguos” es claramente un relato ficticio, al que él mismo no parecía otorgar demasiado crédito, si juzgamos por las inconcreciones con que lo rodeó y por el hecho de que matizase, con bien medida distancia, que “yo no vi la obra, ni creo fuese muy perfecta”.
Hemos de creer, pues, que el narrador no vio aquel extravagante calzado. Aunque en algunos lugares del mundo, como en la Argentina gaucha, sí se han confeccionado tradicionalmente botas de piel de pata de potro sacada entera, sin trocear[8], el relato de Chaulié no alude en absoluto a aquellas exóticas manufacturas ni deja lugar a más dudas: el desafío prepotente del maestro zapatero que puso aquel extraño calzado en su escaparate, y la reacción asombrada de los zapateros que acudieron a admirarlo para averiguar de qué material estaba hecho indica que al menos en Madrid un objeto como aquel era considerado sumamente novedoso.
Tenemos pues, por un lado, la trama argumental de la leyenda madrileña de La bota de piel de caballo, con el personaje eminente (aquí maestro de taller) que exhibe una bota hecha de una piel y con una confección misteriosas, que ofrece una recompensa en oro a quien resuelva el enigma, y que al final pierde la apuesta cuando alguien adivina “que la bota estaba hecha de la piel de una pata de caballo, arrancada sin abrir”. Tenemos, por el otro lado, el cuento maravilloso de La piel de piojo, ATU 857, con su personaje eminente (un rey) que exhibe un objeto (a veces un calzado también) hecho de una piel y con una confección misteriosas, y que pierde el oro (y la hija) que compromete porque algún personaje ingenioso resuelve el misterio.
Las analogías son obvias. Y las discrepancias también, porque el cuento suele incorporar, como resulta propio de su género, un cierto surtido de personajes y de acontecimientos maravillosos que no asoman, lógicamente, en la leyenda local madrileña, que había de ceñirse a un guión mucho más realista y verosímil.
Los vínculos entre ambas ramas de relatos resultan, en cualquier caso, innegables. Algo que no debe extrañar, porque está claro que el cuento y la leyenda compartieron no solo motivos argumentales, sino también tiempos, espacios, caldos de cultivo, narradores: muchos madrileños y muchos españoles de la primera mitad del xix en que Chaulié parece situar su relato debían conocer versiones orales y tradicionales del cuento ATU 857, que ha seguido vivo hasta hoy, aunque cada vez más precariamente, en nuestro país. Alguna de tales versiones parece debió bajar del limbo inconcretamente palaciego de los cuentos maravillosos y encarnarse en una zapatería madrileña cuya localización se cuidó Chaulié de concretar. El rey del cuento se convirtió en maestro de taller en la leyenda madrileña; los pretendientes de la princesa obligados a descifrar el secreto de la piel maravillosa se transformaron en zapateros aplicados a desvelar el misterio de la otra piel extravagante; y el tesoro y la hija que el rey acababa entregando a quien resolviese el enigma se devaluó hasta la categoría de modesta y verosímil onza de oro en el relato ambientado en un Madrid de gremios y burgueses. Rara, valiosa y muy pedagógica exhibición de los profundos cambios de poética que se precisan para que la materia narrativa del cuento maravilloso acabe transformándose en leyenda local.
La bota de piel de caballo evocada con sus explicaciones previas y sus glosas por Chaulié debe ser, por todo esto, tenida como un documento folclórico-literario de cierto valor para quienes nos dedicamos al estudio de la literatura oral, de su evolución y sus metamorfosis. Porque se trata de una de las primeras leyendas urbanas, incluso se podría decir que burguesas, que tenemos atestiguadas en el Madrid decimonónico; porque su autor la supo rodear de reflexiones metaliterarias llenas de interés, que permiten enlazar rasgos de la poética oral de entonces con rasgos de la poética oral de hoy; porque nos sitúa ante un caso de trasvase de géneros (del cuento maravilloso a la leyenda local) cuyos rastros no son fáciles de seguir de modo tan claro como aquí; y porque nos permite conocer, en fin, algo de la asombrosa ingeniería narrativa a la que son capaces de recurrir los relatos orales para adaptarse a tiempos, lugares, comunidades, costumbres, sujetos, ideas que están siempre en constante evolución.
NOTAS
[1]Este artículo se publica dentro del marco de la realización del proyecto de I D del Ministerio de Ciencia e Innovación titulado Historia de la métrica medieval castellana (FFI2009-09300), dirigido por el profesor Fernando Gómez Redondo, y del proyecto Creación y desarrollo de una plataforma multimedia para la investigación en Cervantes y su época (FFI2009-11483), dirigido por el profesor Carlos Alvar. También como actividad del Grupo de Investigación Seminario de Filología Medieval y Renacentista de la Universidad de Alcalá (CCG06-UAH/HUM-0680). Agradezco su ayuda y orientación a José Luis Garrosa Gude y Ángel Hernández Fernández.
[2]Dionisio Chaulié, “Madrid en peligro”, Revista contemporánea XLI (15 de septiembre de 1882) pp. 313-340, p. 410.
[3] Traduzco de Hans-Jörg Uther, The types of International Folktales. A Classification and Bibliography, Based on the System of Antti Aarne and Stith Thompson (Helsinki: Suomalainen Tiedeakatemia-Academia Scientiarum Fennica, 2004) núm. 857.
[4]Giambattista Basile, Pentamerón. El cuento de los cuentos, ed. César Palma (Madrid: Siruela, reed. 2006) pp. 77-82, pp. 77-78.
[5]Julio Camarena Laucirica y Maxime Chevalier, Catálogo tipológico del cuento folklórico español. Cuentos maravillosos (Madrid: Gredos, 1997) núm. AT 867.
[6] Véanse Carme Oriol y Josep M. Pujol, Índex tipològic de la rondalla catalana (Barcelona: Generalitat de Catalunya, 2003) núm. 621; Jesús Suárez López, con la colaboración de José Manuel Pedrosa, Folklore de Somiedo (Leyendas, cuentos, tradiciones) (Gijón-Somiedo: Museo del Pueblo de Asturias-Ayuntamiento, 2003); Camiño Noia Campos, Catálogo tipolóxico do conto galego de tradición oral: clasificación, antoloxía e bibliografía (Vigo: Universidade, 2010) pp. 195-200; Rafael Beltrán, Rondalles populars valencianes: antologia, catàleg i estudi dins la tradició del folklore universal (Valencia: Publicaciones Universitat de València, 2007) núm. 77; Carlos González Sanz, De la chaminera al tejao... Antología de cuentos folklóricos aragoneses, 2 vols. (Cabanillas del Campo, Guadalajara: Palabras del Candil, 2010) p. 336. Y además, Bernardo Canal Feijoo, La leyenda anónima argentina (Buenos Aires: Paidos, 1969) cap. IV, pp. 71-79; Esteve Busquets i Molas, La piel en el folklore (Vic: Colomer Munmany, 1977) pp. 167-168; “El saco de piojo”, en Magic Tales of Mexico, collected by Gabriel A. Cordova, Jr.
http://www.g-world.org/magictales/
[7] El narrador fue Fernando García Gómez, quien había nacido en 1907, y a quien entrevisté en su pueblo el 29 de junio de 1990.
[8] Véase al respecto “El calzado en la Argentina colonial”, Revista de Artes 7 (julio 2007), en
http://www.revistadeartes.com.ar/revistadeartes 7/argentinacolonial.html