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Se habla mucho y con frecuencia -incluso es frase aceptada y comprendida en el lenguaje coloquial- de “las canciones de nuestra vida”. En esa expresión se incluyen habitualmente todos aquellos temas musicales que nos han llegado a través de diferentes medios -radio, televisión, espectáculos, etc.- y, por diversas razones nos han causado un impacto estético o emocional. En consecuencia, esas canciones han pasado a formar parte de nuestra existencia y se han grabado en nuestra memoria, condicionando o modificando en ocasiones nuestro propio comportamiento. Una canción puede entrar en ese repertorio porque su letra o su música nos agradan, porque el texto contiene algunos elementos que se corresponden o se ajustan a nuestra concepción de la vida o bien porque despierta en nosotros antiguos recuerdos o suscita nuevas posibilidades de afrontar esa misma vida. El repertorio comienza a almacenarse desde edad temprana, la infancia, continúa nutriéndose en los años jóvenes y se completa en la madurez. Tan fuerte es su influencia en nuestras vidas que es muy frecuente escuchar como ejemplo -hoy día que por desgracia está tan de moda el mal de Alzheimer- que algunas personas que padecen tal enfermedad sólo reaccionan ante situaciones que incluyan una melodía o una cancioncilla de su niñez. Quiere esto decir, probablemente, que esos recuerdos quedan grabados tan profundamente en nuestro inconsciente que no se borran ni se atenúan con el paso de los años o con la afectación de algunas funciones de nuestro cerebro.
Hay pocos trabajos sobre la importancia de la mentalidad en la elección del repertorio personal y en la formación en definitiva de un corpus propio, cuestión que se ha venido obviando en la mayoría de las encuestas y recopilaciones de tiempos pasados como si el narrador o el cantor sólo fuesen autómatas que repetían lo que antes escucharon sin poner nada de su parte.
Sin embargo, de entrada, ponen la selección, ya que si no hubiesen tenido el interés o la predilección por lo que nos están transmitiendo, no habríamos tenido ocasión de escuchar su versión: es decir la pequeña joyita no existiría y nadie podría admirarla.
Otra aportación podría ser la de la concisión o la capacidad de sintetizar, de esencializar las historias. La brevedad sustituye, generalmente a algunos circunloquios y excesos verbales que abundan en las recreaciones literarias.
La tercera aportación sería la necesidad de comunicar, es decir la posibilidad de entregar historias o mitos de forma muy cercana y atractiva.
Es evidente que en este caso la mentalidad, es decir el conjunto de creencias y conocimientos que identifican y sitúan culturalmente a un individuo, le sirve también para elevarse de lo cotidiano -gracias a la palabra y a la idea- hacia un universo creativo que le dignifica y le mejora.