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Todavía hoy las prácticas y ritos religiosos se mezclan con los paganos en muchas localidades de la comarca del Arlanza, donde se adquieren aún en cierto Monasterio cartillas con extraños ensalmos para luchar contra el mal de ojo; o bien se pueden observar sobre los pétreos dinteles de las viviendas particulares todo tipo de cruces (fundamentalmente esvásticas y hexapétalas), con un fin similar: combatir los aojamientos, atribuidos invariablemente a las brujas, enigmáticos seres de piel y hueso con un maligno poder en su forma de mirar.
Desde tiempos remotos se creía que las malas intenciones expresadas a través de la mirada -los ojos eran considerados las ventanas del corazón-, podían causar grandes estragos. El mal de ojo, ojeriza o envidia (palabra que procede del latín invidia, derivado de in videre) se consideraban tanto o más peligrosos que cualquier epidemia o catástrofe natural. Dichas ideas sobre la influencia de ciertos individuos en otros convivían en el sustrato oral con leyendas imaginarias acerca de seres mitológicos portadores del mal, medio animales, medio humanos, que podía presentarse repentinamente en cualquier momento y lugar, con lo que los terrenos de la fantasía y la realidad no terminaron nunca de distinguirse con clarida (1).
La villa de Lerma, capital del Arlanza, de origen prerromano, vivió su época de esplendor y se configuró tal y como la conocemos en la actualidad a principios del siglo xvii, cuando el tercer conde y primer duque de Lerma, Don Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, favorito del rey Felipe III, erige una serie de obras monumentales para hacer de la villa un exponente de su omnipotencia política. El duque dota a la villa de múltiples conventos y pasadizos aéreos que comunican su Palacio ducal con la Colegiata, que se podían transitar sin la necesidad de pisar el suelo (probablemente inmundo y pestilente) de la villa. Estos pasadizos daban acceso a todas las construcciones, por las que el duque y sus nobles invitados caminaban libremente, sin la necesidad de rendir cuentas a nadie. Se cuenta que eran frecuentes las fiestas y orgías para las que se seleccionaban jóvenes vírgenes de las localidades vecinas.
Pero como resulta evidente, no todas las jóvenes casamenteras de los pueblos de la comarca mantenían intacta su virginidad: buena parte de ellas había contraído matrimonio en su juventud, o bien aun sin casarse ya habían sido desposeídas de su virtud. Esta circunstancia enojaba sobremanera a los nobles, quizá por ello existían en algunos pueblos las denominadas brujas, no por usar escobas voladoras ni por firmar pactos con el diablo, sino por recomponer el himen a estas jóvenes desfloradas, o a quienquiera que se lo solicitase. Hay que recordar que uno de los seis oficios de la inmortal Celestina, del escritor manchego Fernando de Rojas, era el de «rehacedora de virgos». La Tragicomedia de Calisto y Melibea, vio por primera vez la luz en Burgos, en la imprenta de Friedrich Biel (castellanizado como Fadrique Alemán), en 1499, por lo tanto estamos hablando de una profesión documentada y con una cierta solera dentro de la picaresca española. Dentro del primer acto de esta obra leemos de boca de Pármeno “Esto de los virgos, unos hacía de vejiga y otros curaba de punto [cosía]. Tenía un tabladillo, en una cajuela pintada, unas agujas delgadas de pellejeros, y hilos de seda encerados, y colgadas allí raíces de hojaplasma y fuste sanguino, cebolla albarrana y cepacaballo. Hacía con esto maravillas, que cuando vino por aquí el embajador francés, tres veces vendió por virgen una criada que tenía”. ¡Así pudiera ciento! Le contestó enfáticamente Calisto, ciego en su amor por Melibea.
Se da la curiosa circunstancia de que la localidad de Quintanilla de la Mata, situada a apenas tres kilómetros de Lerma, conserva su gentilicio de brujos/ brujas, que ya recogía el etnógrafo Domingo Hergueta en 1934, aunque data de mucho más atrás. Es aquí, en Quintanilla, al pie del tupido monte de encinas de La Andaya, donde con más fuerza se han mantenido estas tradiciones relacionadas con el mal de ojo, pues es difícil encontrar una vivienda tradicional que no conserve en sus cuadras (denominadas cortijos) una cartilla o evangelio colgado para espantar a las temibles brujas. El día de la Pascua Florida, se llenaban los jarros de agua en la pila aguabenditera, que se empleaba para regar los lindes de la vivienda, evitando de esta manera la entrada de seres malignos que incomodasen al ganado. Tampoco encontraremos una cuadra desprovista de polvorientas telas de araña: las mismas servían -según la tradición- para atrapar a las brujas que atacaban a los ganados, y suponía una temeridad el hecho de limpiarlas. Claro que con la llegada de la moderna ciencia veterinaria, se descubrió que las arañas eran el mejor aliado de la cabaña porcina pues mantenían las cuadras limpias de ciertos insectos propensos a transmitir enfermedades infecciosas a los animales…
Las brujas son viejas, desgreñadas y envidiosas, y su poder procede, en última instancia, del mismísimo diablo; causan enfermedades a animales y a personas, pérdida de cosechas, desgracias, locuras, enfermedad y hasta la muerte. En Quintanilla, hasta no hará más de sesenta años, cuando se señalaba a alguno de sus habitantes como brujo o bruja, resultaba tremendamente duro arrancarse el sambenito: “El tío J. iba a haberse casado con la señora L., pero ésta era hija de la C., que tenía fama de bruja, y le dijo su madre que ni hablar, que no lo consentiría, que le podía caer una terrible maldición que afectaría a toda la familia” (2).
De las cartillas hablaremos más tarde; en Quintanilla encontramos también diferentes tipos de cruces sobre los dinteles de las viviendas: por un lado las hexapétalas, cruces de seis brazos de inspiración mariana, muy populares en toda la comarca de la Ribera del Duero y del Arlanza, representadas con profusión desde la época románica, y que viene a buscar la protección de la casa bajo el manto de la Virgen María. La hexapétala se puede asimilar a los dos triángulos entrelazados que forman la estrella de David, a cuyo linaje pertenece Jesucristo, y por ende su madre María, según el libro del Apocalipsis (22, 16), donde dice Cristo: “Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella brillante de la mañana” (3). Las más antiguas hexapétalas que encontramos representadas en la comarca, se remontan al templo visigótico de Santa María de Quintanilla de las Viñas, en la sierra de las Mamblas, de finales del siglo vii; y tal vez la más monumental corresponde a la que adorna la fachada principal de la Catedral burgense, dedicada a Santa María.
Junto con la hexapétala, otro signo repetido en la comarca lermeña, pero poco frecuente fuera de ella, es la esvástica o cruz gamada (figura 1), que no es otra que una cruz de brazos iguales y los cuatro ejes en la misma dirección rotatoria; se corresponde con el movimiento y la fuerza solar. La esvástica más antigua representada data de dos mil años antes de Cristo, en un sello encontrado en Harappa (India). Se trata de un símbolo de buena suerte, o antídoto contra la mala fortuna, que pudo ser introducido en la Península por los romanos, y que en esta comarca encontramos en la casa de Bartolomé de Arriba, de Quintanilla de la Mata, e igualmente en Fontioso, y en Rabé de los Escuderos (figura 2), lugares muy próximos entre sí.
Todos estos motivos decorativos (hexapétalas y esvásticas) con finalidad exorcizadora fueron muy populares en los dinteles de las viviendas de la comarca del Arlanza durante los siglos xviii, xix y principios del xx. No deja de ser tremendamente llamativo el hecho de que en el caso de la vivienda de Quintanilla de la Mata, se mezclen símbolos religiosos con símbolos paganos, y más aún si profundizando en la vida de ese tal Bartolomé de Arriba, descubrimos que nos encontramos ante un médico ilustrado, que al parecer mandó levantar la casa en el año de 1762, y uno de cuyos hijos, Francisco Arribas, alcanzó una alta dignidad eclesiástica como canónigo del Cabildo de la Catedral de Burgos. Por su parte, las hexapétalas son muy recurrentes en pilas bautismales y frisos del periodo románico, como en el monasterio de San Pedro de Arlanza.
Las cartillas y los evangelios de Villamayor
El gran periodista burgalés, Eduardo de Ontañón, escribía sobre el monasterio de Villamayor de los Montes, en 1931, para la revista Estampa, titulando su artículo «Cómo luchan contra Satanás las monjas de un convento castellano». En el artículo se reproducía el contenido de una cartilla en latín, en un formato que no ha cambiado demasiado hasta nuestros días, sólo que ahora se venden menos, se ha corregido su precio con el índice de precios al consumo (60 céntimos), y la impresión láser hace que, al doblarse, las letras se peguen, quedando casi inservible al poco tiempo.
Las cartillas y evangelios, dispensadas por las monjas cistercienses de Villamayor, población ubicada a unos ocho kilómetros de Lerma, servían para proteger a las familias y a los ganados de los aojamientos y de todo tipo de hechizos brujeriles; las cartillas se vendían cuidadosamente dobladas en un saquito de raso, y se colocaban en un lugar visible de las cuadras del ganado o habitaciones de la casa. Hay quien dice que tenían una caducidad limitada a un año, y que perdían todo su valor si eran desdobladas y extraídas de su saquito, incluso, al traducirlas al castellano vulgar aseguran que han perdido todo su misterio, pues «cualquiera puede leerlas». Los evangelios, de los que hablaremos más tarde, eran más gruesos y solían dispensarse cosidos para evitar toda tentación de abrirlos. Hoy son una curiosidad arqueológica, pues ya no se despachan.
La imprecación principal de la cartilla, recogida en latín, es «Vade Retro Sathana/ Nunquam Suadeas Mihi Vana/ Sunt Mala Quae Libas/ Ipse Venena Bibas/ Crux Sancta Sit mihi Lux/ Non Draco Sit mihi Dux», que se podría traducir al castellano por «Apártate Satanás/ Nunca me aconsejes cosas vanas/ Son males que tú mismo das/ Tu propio veneno bebas/ La Cruz Santa sea para mí la Luz/ Que el Dragón [metáfora de Satanás] no sea quien me conduzca» (figura 3). La primera letra de cada palabra se inscribe dentro de un cuadrado de arriba abajo y de derecha a izquierda, así, se lee VRSNSMVSMQLIVB, todo ello coronado por el monograma de Cristo (IHS). Las letras iniciales de la última parte de la oración (CSSML y NDSMD), se trazan en forma de cruz dentro del cuadrado sacro, que no es otra cosa que la denominada medalla de San Benito, atribuida a este santo italiano, que amaba la cruz, confiando en que con ella Jesucristo fue capaz de derrotar a las fuerzas del mal. Las letras que quedan en los ángulos de la cruz (CSPB) son las iniciales de Crux Sancti Patri Benedicti.
El resto de la oración ya viene traducido íntegramente al castellano al dorso de la cartilla, y es una especie de exorcismo que literalmente dice que «Cristo vence, Cristo reina, Cristo te proteja contra todo mal. Malvados y condenados demonios: en el nombre de los santos nombres de Dios; Mesías, Emmanuel, Soter, Sábaoth, Agios (Santo), Ischiros (Fuente), Athánatos (Inmortal), Jehová, Adonai y Tetragrammaton, os arrojamos y separamos de esta criatura [Ahí se dice el nombre de la persona, familia o animal sobre quien se quiere interceder]. También de esta casa y todo lugar donde estuviesen estos nombres y los signos de Dios, y os mandamos y obligamos a que no tengáis poder alguno para causar peste ni maleficio que pueda dañar ni al cuerpo, ni al alma. Idos, idos, idos, malditos, al estanque de fuego a donde Dios os lanzó. Os lo manda Dios Padre, os lo manda Dios Hijo, os lo manda Dios Espíritu Santo, os lo manda la Santísima Trinidad, el único Dios. Amén».
Acerca del significado de esta cruz, la tradición cuenta que el propio San Benito rompió un vaso que contenía veneno con la sola señal de la cruz hecha en él (de ahí el ipse venena bibas). La configuración tal y como conocemos la cruz benedictina, podría datar de la Edad Media, pues se ha localizado en un Códice del siglo xiv una figura de San Benito alzando su mano derecha con parte del texto citado con anterioridad. Además, parece que ya se menciona en un proceso inquisitorial en Baviera (Alemania) de esa misma época, aludiendo a que fue pintado como exorcismo antibrujeril en las tapias del monasterio benedictino de Metten, en dicha región alemana, tradicionalmente católica. El Papa Benedicto XIV aprobó el uso de esta cruz o medalla en 1742, difundiéndose de esta manera su empleo.
No sólo en Villamayor se vendían estas mágicas cartillas, Juan José Martín recoge en un artículo (4) ciertas costumbres similares en la zona serrana de Pradoluengo, las conocidas como «Cédulas de Ubaga», hojitas impresas con la medalla de San Benito y las mismas imprecaciones, y que vendían en este caso los frailes benedictinos de Santa María de Ubaga, monasterio cercano a Ezcaray, en La Rioja, que permaneció en pie hasta el siglo xix, cuando la Desamortización exclaustró a los frailes que lo regentaban. La imagen titular de Santa María de Ubaga se trasladó hasta la iglesia parroquial de Ezcaray, y a partir de entonces, las cédulas o cartillas fueron suministradas por el sacristán de esta última parroquia, quien a su vez disponía de comisionados en las localidades limítrofes. Según el investigador, en Pradoluengo las vendía uno de estos comisionados, un tal Benito Mingo, en una casona de la Antigua Plaza Vieja, hasta que se frenaron las ventas a causa de las presiones de las altas esferas eclesiásticas, que veían supercherías en lugar de beneficios espirituales para sus feligreses. Como se ha dicho, las monjas de Villamayor las siguen despachando, pero sólo «para ser rezadas», por supuesto nunca aluden a los supuestos beneficios como talismán o antídoto contra las brujas.
El investigador antes citado, igualmente documenta entre las localidades de Espinosa del Valle y Santa Olalla del Valle, la Fuente de Lamiturri, que la asocia a las lamias, esos espíritus femeninos dotados de cola de serpiente y cabeza de mujer, representados profusamente en el arte románico como personificación del mal, y de quienes se decía que mataban a los niños y robaban la energía de los jóvenes chupando su sangre, un anticipo clásico de los modernos vampiros. Precisamente, la crueldad de las lamias o lamiae las llevó a confundirse con las arpías, animal mitológico tentador y traicionero, seductora y, por tanto, ligada a la lujuria; ávida, ansiosa, también representa el pecado de la avaricia. Según San Isidoro en sus Etimologías, si la imaginamos con alas y garras, es porque «el amor vuela y araña». Encontramos buenos ejemplos de arpías de piedra en toda la comarca del Arlanza, por ejemplo en el pórtico de la iglesia parroquial de Castrillo Solarana.
Terminaremos hablando de los evangelios, unos papeles impresos que contienen algún párrafo de los evangelios, metidos en saquitos cosidos, más o menos lujosos, según su precio. Los vendían en los conventos de monjas como el de Villamayor, y en algunos puestos de santeras en las romerías. Se los ponían los creyentes colgados del cuello o cosidos a la ropa interio (5)r. También en la puerta de la casa o del establo, o colgados de la cama. Los textos seleccionados eran Lucas 11, 14-22; Juan 1, 1-14; Marcos 16, 14-20 y Mateo 4, 1-11. El pasaje de Juan hace referencia al poder de la Palabra, y fue elegido, sin duda, porque con la palabra de Dios se pretende combatir el mal; en los otros tres Cristo vence o expulsa a los demonios. En otro tiempo, los evangelios los escribían los curas a mano; en el año 1875 en algunos lugares de Galicia ésos eran los que se consideraban verdaderos, y no los impresos, por lo que resulta fácil imaginar el mercadeo que podía existir con esta especie de talismanes, mitad religiosos, mitad profanos.
Nota de la Redacción: Jesús Borro Fernández (Burgos, 1972) es Licenciado en Económicas y escritor, ha publicado recientemente «Arlanza Mágica y Embrujada» (Ed. Gran Vía, Burgos, 2011).
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NOTAS
1 Tausiet, María; en artículo en Historia National Geographic (Número 42).
2 Testimonio oral de C.R.S., año 2011.
3 Sepúlveda, Ma de los Ángeles. Los anagramas y el programa iconográfico de Quintanilla de las Viñas.
4 Diario de Burgos, 2 de septiembre de 2009.
5 Mariño Ferro, Xosé Ramón. La brujería en Galicia (2006), citando a Rodríguez López (1971).