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Las Rogativas
Modesto Martín Cebrián
Prácticas de intercesión y cohesión social
Como es sabido, a partir del siglo IV, la Iglesia fue estableciendo en Europa su poder religioso y simbólico, contraponiéndose a la superstición que invade al común de las gentes (1); para ello, genera un nuevo calendario, cristianiza las viejas tradiciones paganas y los antiguos espacios sagrados, y evangeliza a unas gentes cuya existencia depende, en general, de la solidaridad colectiva o de la protección de un “señor”, de manera que, como señala J. C. Schmitt:
En el plano de las relaciones sociales, la Iglesia buscará tomar el control del culto de los muertos (liturgia cluniacense), de las alianzas matrimoniales y del parentesco (ver la progresiva definición del matrimonio como sacramento) y de todos los ritos de paso en general. A nivel de realidades económicas, las campanas alejan el pedrisco, las rogativas y las bendiciones aseguran las cosechas y son eficaces a la hora de producir el grano lo mismo que el arado o el molino (2).
Una protección que también incumbe a lo más alto para poder sobrevivir, más si se posee una visión providencialista de las cosas, en la que el plan creador de Dios y su santa voluntad prevalecen con una mentalidad colectiva sacralizada que la Iglesia fue generando durante siglos, de manera que: la visión común en los siglos XVI y xvii era que la apariencia física de la Tierra era resultado casi enteramente de fenómenos naturales, y la idea del hombre como agente geográfico de primer orden, cuya acción es capaz de transformar a gran escala el medio que le rodea, sólo será expresada con claridad a finales del siglo xviii. Dominaba aún una visión providencialista, de forma que la responsabilidad del hombre ante el mundo físico era algo bastante secundario. El orden de los seres existentes y las armonías de la naturaleza venían garantizados por el plan creador de Dios (3).
Bajo esta concepción del mundo, la preocupación del campesino por “una buena o mala nube” o por la acción devastadora de una plaga -sintiéndose impotente ante ella, considerándola muchas veces como un castigo divino (miedo convenientemente alentado por la Iglesia en determinados momentos), dejándole indefenso no solo ante la ira de Dios, sino también ante el hambre y la miseria-, no hallaba otros remedios que los de la súplica a ese Dios mediante unos ritos y ceremonias encauzados por la propia Iglesia o con procesiones y rogativas para que llueva o se aleje una plaga merced a la intercesión de Dios, la Virgen y los Santos.
Unas prácticas en las que se sigue un orden litúrgico, es decir, se incluyen la palabra y la acción, sometidas a una regulación tanto civil como eclesiástica, con un protocolo claro de actuación: petición de los interesados, generalmente labradores, a la autoridad civil; ésta solicita a la autoridad eclesiástica inmediata celebrar las rogativas, que, a su vez, lo traslada al obispo para su aprobación y, una vez aprobado, se efectúa la comunicación y la solicitud de participación de la comunidad, guiada por el clero.
Son prácticas que, como recoge Antonio Lobera y Abio, además de los días señalados por la Iglesia, pueden celebrarse:
siempre y cuando las ciudades, Reinos y Lugares padecen algunas calamidades y aflicciones, v. g. por sequedad, por ahuyentar la peste, por la conversión de los Infieles, de los pecadores, por alcanzar la paz y sosiego de los enemigos, por acción de gracias (4).
Y procesiones y rogativas que, amén de lo estrictamente religioso, confieren identidad social, pues cohesionan e integran al grupo social que las realiza estableciendo lazos comunitarios, dado que el Cristo, Virgen o santo al que se ruega y procesiona simbolizan una identidad social y cultural (5).
Clases de rogativas y finalidad de las mismas
Aparecen, pues, las rogativas (instituidas en los primeros siglos de la Iglesia para sustituir la fiesta pagana romana denominada Robigalia) como ciertos días de penitencia y de oración que la Iglesia distingue por el canto de las Letanías de los Santos y procesiones públicas y solemnes, y podían ser de dos clases: rogativas mayores y menores, amén de las que podían determinarse en cualquier época del año por motivos extraordinarios. Las mayores tenían lugar entre el 25 de abril, fiesta de san Marcos Evangelista, y el 15 de mayo, festividad de san Isidro, y se rezaban para atraer del Cielo bendiciones sobre las mieses y ahuyentar los males temporales. Las menores, por su parte, fueron instituidas en el 470 d.C. por san Mamerto, obispo de Viena, y se celebraban en los tres días anteriores a la Ascensión.
Estos rituales surgen, por tanto, para conjurar un peligro que acecha mostrando las turbaciones, preocupaciones o ansiedades de la comunidad, en la que el miedo y la dependencia se hallan presentes de manera constante. Miedo tanto a las personas o instituciones que pueden sustraer lo único que se posee, la tierra o el ganado, como a los agentes atmosféricos o las plagas, que también lo pueden hacer. Y dependencia de la familia, de la comunidad, de la Iglesia, o de quien mayor poder económico o social tenga, pues, como manifiestan P. Aries y G. Duby:
En la edad Media, como en muchas sociedades en las que el Estado es débil o simbólico la vida de cada particular depende de solidaridades colectivas o de dominios que desempeñan una función de protección. No se tiene nada –ni siquiera el propio cuerpo- que, llegado el caso, no se halle en peligro y cuya supervivencia no esté supeditada a un vínculo de dependencia. En tales condiciones, lo privado y lo público, se confunden. Nadie tiene vida privada, pero todo el mundo puede tener un papel público, aunque solo sea el de víctima (6).
Miedos y preocupaciones que, generalmente, conllevan también un sentimiento de culpa que necesita el arrepentimiento y la súplica para restablecer un equilibrio perdido sustentado en lo sobrenatural (de aquí que estas prácticas hayan estado muchas veces más unidas a rituales de exorcismo y conjuro, dominadores de las fuerzas naturales y los espíritus malignos, que al propio ritual cristiano en sí) y que solo la Iglesia, representante de Dios en la tierra, puede proporcionar mediante las imágenes sagradas que, paseadas por el campo para que contemplen su desolador aspecto, intercedan ante Dios y así conseguir su intervención en los fenómenos meteorológicos.
Una “intervención divina” que puede traducirse en la producción de la lluvia (recordando con ello a los antiguos “hacedores de agua”, es decir, a los hechiceros o a los antiguos reyes que conseguían su poder gracias a la capacidad de dominar las lluvias a su antojo) (7) o, si esta no llega, recurrir, los propios creyentes, a la “magia-simpática” (son muchos los casos de inmersión, en los que empapan o sumergen las imágenes en el agua o castigan al intercesor si en un plazo determinado no concede los beneficios solicitados, tapándole con un paño durante algún tiempo o cambiando su cabeza por otra).
El protagonismo de las imágenes sagradas intercesoras suscita en nosotros, pues, la reflexión acerca de lo que pueden representar en una Iglesia Católica que profesa la fe en un solo Dios, al que tributa adoración, aunque también se venera a la Virgen con el culto denominado hiperdulia y a los santos con el culto de simple dulia. La Iglesia, por tanto, debía velar por que los creyentes no adoraran las imágenes de la Virgen y de los santos por sagradas que estas fueran y no cometieran, por ello, el pecado de idolatría.
En este sentido, la historia nos muestra que desde los primeros siglos de la Iglesia el culto a los mártires y a sus reliquias dio motivo a la creación de lugares santos, con grandes peregrinaciones de enfermos, paralíticos o epilépticos que acudían en busca del milagro de su curación. La proliferación de los lugares de peregrinación determinó la sustitución de las reliquias por las imágenes (primero por los iconos, lo que originó la polémica iconoclasta, y más tarde, a partir del siglo x, por la imagen exenta) con el fin de venerarlas y suplicar su intercesión ante Dios. Sin embargo, pese al celo mostrado por la Iglesia, ¿cuántas veces la religiosidad popular no habrá convertido tales veneración y súplica en auténtica adoración a la imagen de la Virgen o del santo de turno? Y ello a pesar de explicaciones como las que a este respecto daba Antonio Lobera y Abio:
No se crea que en las imágenes hai alguna divinidad o virtud, por la que deben ser reverenciadas; ni se les pide cosa alguna, fijándose la confianza en la Imagen, coma antiguamente hacian los Gentiles, que en los idolos ponían toda su confianza. La honra y veneración, que se les da, se dirije a los originales, que representan; de suerte que en la Imágenes, que adoramos y reverenciamos humillándonos e inclinando nuestra cabeza, a Christo Señor nuestro adoramos, y a sus Santos porque siguieron sus pasos; todo es del Santo Concilio de Trento. No oran los Católicos a las Imágenes; sino es a lo representado por ellas; porque saben que son inanimadas, y que carecen de todo sentido. Adoran a los Santos, de quienes las mismas Imágenes hablan, venerando en ellas a Dios nuestro Señor, autor de toda santidad, gracia y virtud (8).
Con todo, la procesión de las imágenes sagradas para procurar la intercesión ante Dios no ha excluido el recurso por parte de la Iglesia a otros remedios y maneras, unos naturales y otros más religiosos y crípticos, para deshacer o evitar tormentas o reducir las plagas.
Las tormentas
Las tormentas son muy temidas por algunas personas del ámbito rural que, como pudimos constatar en un trabajo de campo realizado en los años noventa, aún relacionan el poder de las brujas y los brujos y su capacidad para desencadenar algunos fenómenos meteorológicos como las tormentas o el granizo, es decir, para poner en peligro los bienes o los campos de otras personas de la comunidad (9). Tal relación nos resulta extraña en la actualidad, pero entre los propios teólogos de la edad moderna se debatía sobre el poder de los brujos o las brujas para, con la ayuda del diablo, provocar tempestades que aniquilaran los frutos de la tierra. Así, autores como Pedro Ciruelo creían en su poder maléfico:
... Y dado caso que por nuestros pecados alguna vez al cabo de muchos años permita Dios, que los diablos traygan nublados y tempestades a nuestra tierra: aquello es por maleficio de algun nigromantico que haze cerco, e invoca los diablos para hazer mal y daño en algun lugar (10).
Por el contrario, otros, como el jesuita P. Gil, sostenían que la maldad brujeril no era sino producto del propio pueblo, que busca chivos expiatorios en su vida cotidiana frente a las continuas adversidades que padecen:
...comúnmente los pueblos y gentes digan contra las brujas, que hacen infinitos males, y que merecen mil muertes, y así los jueces se inclinan a mandar ahorcarlas. Porque como son pobres, desamparadas, cortas de juicio, ignorantes en la fe y religión cristiana, y observancia de los mandamientos y buenas costumbres, ninguno aboga por ellas. Algunos jueces proceden a castigarlas con pena de muerte, sólo por haber sido convencidos por testigos, de que ellas han causado en tales días tempestades de truenos, rayos y piedra, en tales términos, o distritos de tales ciudades y villas (11).
Y es que ya sean las brujas y los brujos, los diablos, la ira de Dios o los miedos ancestrales por lo desconocido que llega del Cielo, lo cierto es que, en ciertas personas, existe tal temor a las tormentas que buscan prevención para el peligro que acecha al tiempo que se implora al Cielo. Ese temor también se inculca a los niños desde muy pequeños. Los niños de Villabrágima (12), como presumiblemente los de otros muchos lugares, eran machaconamente advertidos por las madres y las abuelas de la necesidad de resguardarse en casa tan pronto se viera el cielo nublo o se levantaran remolinos de polvo (13) y, estando ya en ella, apagar la luz eléctrica, si estaba encendida, cerrar todas las puertas para evitar las corrientes de aire, no acercarse a las ventanas, encender la vela que ha ardido en el monumento de Semana Santa, hacer la señal de la cruz cada vez que se oye un trueno y empezar a rezar y a decir jaculatorias a santa Bárbara. Y la turbación de los niños aumentaba con la narración de determinadas leyendas que oían de labios de sus madres o abuelas: a fulanito, estando en el campo, le cayó un rayo y lo mató (o a las mulas que llevaba); que a zutano le cayó un rayo mientras estaba en la cama con la ventana abierta y le quemó las sábanas; que merengano tenía una piedra del rayo que encontró después de una tormenta. Sucesos, en fin, que se contaban unos a otros y que llegaban a atemorizar a las gentes en un medio en el que los sistemas de alerta o de protección y ayuda organizada solían ser los vecinales, y en las que cualquier desastre, como podía ser el ocasionado por una tormenta, dejaba una huella imborrable y su recuerdo, transmitido generalmente de forma oral, perduraba durante muchas generaciones, distorsionándose o transformándose hasta llegar a ser un mito.
Para prevenir y apaciguar los efectos de tales tempestades la Iglesia empleaba, sobre todo desde la edad moderna, remedios naturales como, por ejemplo, los toques de campanas o los disparos de artillería en dirección al nublado, o bien remedios más espirituales cuando se creía que, con el permiso de Dios, estaba actuando el diablo.
Según la creencia popular, la eficacia de tales remedios naturales se fundamentaba en que el estruendo producido por los tañidos o los disparos provocaba un calentamiento del aire que deshacía la masa de aire frío de la nube portadora del granizo o la desplazaba, tal y como indica en 1628 el padre Pedro Ciruelo:
Que se hagan los mayores estruendos y movimientos que pudieren en el ayre, conviene a saber; que hagan tañer en torno, y a soga las mayores campanas d que hay en las torres de las iglesias y las que mas recio sonido hagan en el ayre, y junto con esto hagan soltar los mas rezios tiros de artillería que fe pudieran armar: en el alcaçar, o fortaleza de la ciudad: y los tiren contra la mala nuve: la razon de esto es, porque ella es vna espessura, o congelacion hecha por el frío: y haziendo aquel grande movimiento en el ayre con las campanas y bombardas: despárzese y calienta fe algo el ayre: y ansi, la nuve fe disuelve, o derrite en agua limpia fin granizo, o piedra: y también hazen mouer de allí la nuve a otro lugar con el grande movimiento del ayre (14).
Movimientos y ruidos que, para algunos sectores de la Iglesia, deben ser controlados, pues es “superstición e invención diabólica” lo que acostumbran en algunas partes de las Indias,
... encender hogueras en los cerros, dar gritos en casa, aullar en los sembrados, açotar a los perros, &c. para aplacar el ayre, y al Cielo en tiempo de tempestad (15).
Pero como los remedios naturales no siempre eran suficientes, a veces, cuando se creía que estaba actuando el diablo, con permiso de Dios naturalmente, se hacía necesario el recurso a otros remedios más espirituales como, por ejemplo, el conjuro:
“mas dado el caso, que por nuestros pecados, permitiesse nuestro Señor, y lo ordenasse assi para castigarnos en los frutos de la tierra conforme el Psalmo 77. Misit in eos iram indignationis, sila indignattonem, iram tribulationem, immisiones per Angelos malos. Envia Dios su ira sobre algunos, por mano de ángeles malos Debe el exorcifta acudir a los exorcismos permitidos. De aquí se infiere, que los curas, y clérigos de aldea, por aver algun nublado, no necefitan de hazer luego sus conjuros; sino es cuando tuuiessen muy suficiente razon para pensar, que vienen demonios en él por las razones ya referidas, o fuesse la tempestad tan grande que juzgasse ser necessario pedir a Dios misericordia, y socorro, por razon del peligro y daño que amenaza a los campos” (16).
Tal remedio debía realizarse, sin embargo, de una manera determinada:
“Y, entonces hagan acudir a los mas del pueblo a la Iglesia, con velas benditas encendidas, para que delante del Santisimo Sacramento demanden a Dios misericordia y socorro en tanto trabajo, y peligro: y le supliquen, que por fu infinita potencia haga dissolver aquella nube, y libre el lugar, y sus terminos del daño, que podra hazer aquella tempestad. Y para esto puesto el Missal a la parte del Evangelio abierto por las imágenes,: Te igitur, abran con mucha reverencia el Tabernáculo del Santissimo Sacramento; de manera que fe parezca la Custodia,o la Ara del Corpus Christi, mas no la saquen fuera de fu Tabernáculo; y si ay Reliquias de Santos en la Iglisia, traygalan todas al Altar puestas al lado del Sacramento, fin que fea necesario salir fuera de la Iglesia, para hablar con la nube, porque con mas devocion hablaran con Dios dentro de la Iglesia, que no defuera” (17).
Algunos teólogos advertían, no obstante, de lo erróneo que era pensar que el demonio se hallara en todos los nublados, pues más bien:
todos proceden de causas naturales, como largamente enseña Aristoteles en los Meteoros”(18).
Aunque otros, como el franciscano Fray Martín de Castañega, en 1529, a pesar de que proponga que no se utilice abusivamente la figura de la posesión diabólica y se respete la acción de los médicos, relativizando incluso el propio concepto de milagro, diga:
si bien es cierto que no en todas las nubes preñadas de pedrisco va el demonio, sabido es que sí en alguna de ellas (19).
O, un siglo después, el polifacético aragonés, Pedro Ciruelo, ensalce a los médicos, atacando al tiempo a los sanadores y saludadores, a pesar de que vea en el fenómeno atmosférico una intervención diabólica, si bien de un modo excepcional,
que tengan por cierto, que de cien mil nublados que vean venir sobre fu tierra, apenas en vno dellos vienen diablos; porque todos ellos vienen por curso natural desus causas corporales: que engendran aquellas nuves, aguas y granizos en el ayre de los vapores que sube de la tierra, y de la mar, y de los rios. Y los angeles buenos y malos, no tienen virtud natural para los engendrar. Y aunque despues que fon engendrados los nublados tengan los demonios poder para los llevar de un cabo a otro por los ayres: mas aquello no lo permite Dios fino muy poquísimas veces (...) Y dado caso que por nuestros pecados alguna vez al cabo de muchos años permita Dios, que los diablos traygan nublados y tempestades a nuestra tierra: aquello es por maleficio de algun nigromantico que haze cerco, e invoca los diablos para hazer mal y daño en algun lugar. Y aun algunas vezes lo hazen los diablos por mandado de Dios: que esta ayrado contra algun pueblo y embia sobre el aquellos alguaziles del infierno para castigar en los frutos de la tierra, porque le han ofendido en grandes pecados: especialmente en los pecados contra el primero mandamiento, que tocan a Dios en la honra (20).
Lo cierto es que bien por las dudas de los sacerdotes sobre la presencia del demonio en los nublados, bien por las retribuciones que aquellos recibían de los asustados labradores, los conjuros se sucedían por doquier, como manifiesta Fray Martín de Castañega:
Por experiencia vemos cada día que las mujeres pobres y los clérigos necesitados y codiciosos, por oficio toman de ser conjuradores, hechiceros, nigrománticos y adivinos, por se mantener y tener de comer abundosamente y tienen con esto las casas llenas de concurso de gente (21).
O también, dos siglos más tarde, el Padre Feijóo:
Con esto representaban al público utilísima su ocupación, hacen más respetable y acaso más lucrativo el ministerio. En caso de que no intervenga el incentivo de la codicia, subsiste el de la vanidad. No pocos sacerdotes, desnudos de todas aquellas buenas dotes, que se concilian al efecto y la veneración, se hacen expectables y respetables a los pueblos con la opinión de buenos conjuradores (22).
Aunque dentro de la Iglesia se levantaron fuertes críticas respecto a la práctica de los conjuros (también a los realizados para reducir las plagas de oruga, pulgones, langostas, ratas y demás insectos dañinos para las cosechas, tal y como nos lo presenta el Padre Feijóo en 1750) y los exorcismos, esta forma de prevenir los efectos de las tempestades por medio de las campanas, aún sigue viva a mediados del XIX:
¿Hemos enumerado ya todos los servicios de la campana? No por cierto, hermanos queridos; también ella conjura el espíritu de las tempestades. Que recibe esta virtud en la ceremonia de su consagración, no permiten dudarlo las fórmulas espresas de nuestra liturgia. Léanse las hermosas oraciones que a su favor se recitan, y se verá estarle concedido el imperio de los aires, sobre los cuales reina como soberana, disipando las influencias malignas que pueden alterar su pureza o turbar su serenidad; pero ¿de qué manera y en qué circunstancias ejerce esta acción bienhechora? En este particular debemos abstenernos de toda exageración, que más bien ofendería que honraría a la verdadera piedad. Creer, confiando humildemente en la bendición de la Iglesia y la protección de Dios, que el son de la campana, acompañada de los piadosos impulsos de un corazón fiel, posee de ordinario y con prioridad de poder, usando el lenguaje escolástico, la virtud de serenar y purificar los aires, e impedir la formación de las tempestades, manteniendo el equilibrio de los elementos que componen el rayo y el granizo; es una creencia santa e irrepetible. Cuando empero se condensan los pesados vapores, y se amontonan las nubes, y el trueno retumba sobre el campanario, acompañado de fulguraciones siniestras, suponer que la campana echada al vuelo en la región de la tormenta, desviará sus golpes y calmará sus iras; o en otros términos, pretender que rechazará un azote con abrirle ancho paso en el confín de la nube que rasga, esto es pegar fuego a una mina para contener su esplosión, ¿qué es sino tentar y retar a Dios, pidiéndole un milagro contrario a todas las reglas de su sabiduría, y ofender su bondad con una confianza que él reprueba por temeraria e insensata, ya que con tal confianza se afecta despreciar los consejos de la prudencia más vulgar? Si se nos opone la costumbre que por mucho tiempo ha estado vigente en el campo, de tañer durante la misma tormenta, responderemos que no por ser antigua una costumbre es siempre legítima; y mas de una reconocida algún tiempo por buena, ha debido modificarse en el sentido de su primitiva institución. Respecto a la de que tratamos, es presumible que su causal primera, enteramente caritativa y religiosa, debió trocarse con el tiempo y según la interpretación de los hombres, en una falsa idea de socorro y protección. Acaso algunos toques lentamente repetidos sin otro objeto al principio que llamar a la oración o anunciar la proximidad de un abrigo al viandante sujeto a los furores de la tempestad, originaron paulatinamente aquellos ruidosos y desatentados campaneos que atraen y provocan los males de que una fatal preocupación los supone enemigos (23).
E, incluso, podríamos afirmar que, hasta épocas un tanto recientes, en algunos lugares del ámbito rural todavía se ha interrelacionado esa percepción natural, cristiana y pagana de concebir el origen de las tempestades que tenía la iglesia tridentina. Unas tormentas que, como ya hemos afirmado, podían ser ocasionadas por el curso propio de la naturaleza como castigo divino por las faltas cometidas por los seres humanos, o, excepcionalmente, por una intervención diabólica, eso sí, con la autorización de Dios.
Y es que esta fobia por las tormentas va unida a los miedos ancestrales por lo desconocido que llega del Cielo, de aquí que ayer al igual que hoy se implore de nuevo a los santos, en este caso a santa Bárbara (santa a la que se ha acudido y aún se acude en tal circunstancia aunque el concilio Vaticano II la haya eliminado del calendario litúrgico), con oraciones como esta:
Santa Bárbara bendita
que en el cielo estás escrita
con papel y agua bendita
en el ara de la cruz
Pater noste amén Jesús (24).
O se utilicen las mencionadas formas apaciguadoras como son las campanas o el lanzamiento de cohetes.
Los toques de campanas responden a la creencia de que en determinados días del año se engendra el granizo anual que dañará las cosechas, por ello es necesario tocarlas para impedir que el agua se congele y se forme la piedra (25).
En Villabrágima, según las respuestas al Catastro de Ensenada, se pagaba a los sacristanes del pueblo por estar tocándolas la noche de santa Brígida. Algunos de los informantes de esta localidad, los de más edad, nos han confesado haber oído a sus abuelos que las campanas atraían la lluvia buena y alejaban los granizos, por ello, cuando se aproximaba una tormenta, la gente acudía a la iglesia y, mientras el cura sacudía el hisopo hacia las nubes para que las gotas de agua bendita redujesen la tormenta, se realizaba un toque de campana llamado “a tente nube”, en el que, al son del toque lento de las campanas, se recitaba:
Tente nube, tente tú
que Dios puede más que tú.
Si eres agua vente acá,
si eres piedra, vete allá.
Siete leguas de mi pueblo
y otras tantas más allá.
Eso sí, las campanas las tocaba el sacristán desde la torre, arrostrando el peligro de un posible rayo, mientras el cura lanzaba el agua desde la puerta de la iglesia, acompañado de los feligreses que acudían a ella.
El lanzamiento de cohetes cuando se veía aparecer nubes negras en el cielo, con el fin de que “la nube se abriera y, en vez de caer piedra, lloviera”, también era una práctica utilizada por algunas personas de la localidad en pleno siglo XX, lo que muestra la reminiscencia de esos ritos de magiasimpática de que venimos tratando. Y no deja de llamar nuestra atención el hecho de que algunas de las prácticas señaladas, que no se han realizado en la localidad al menos en todo el siglo XX, fueran recordadas en 1983 por los informantes mayores de ochenta años; recordatorio que procedía de sus padres o abuelos.
Las plagas
Pero no solo la sequía o la tormenta y el granizo eran temidos por la población, también el azote de las plagas alteraba la producción agraria y provocaba auténticas crisis con las consiguientes carencia y carestía de los cereales que empobrecían sobremanera la vida de la sociedad. Ante este azote, además de los remedios temporales que solían consistir en arar y pisar los campos para seguidamente incinerar los insectos recogidos, se volvían de nuevo los ojos al cielo, clamando la misericordia y clemencia divinas con la intermediación de la Virgen y los santos, combinando rogativas con rituales de conjuro y exorcismo, tal y como lo expresa Benito Remigio Noydens en 1681:
El remedio licito contra todo genero de sabandijas, puede fer de dos maneras, o espiritual, o natural; el remedio espiritual, como agua bendita, ruegos, y conjuros santos, que estrivan en la divina bondad, y misericordia, y fus santas palabras, e institucion de la Iglesia, ayunos, y limosnas, y sobre todo la verdadera penitencia, pues fuele enviar nuestro Señor tales castigos por los pecados del pueblo (26).
arremetiendo también contra los conjuradores que son utilizados por el demonio:
Los conjuradores de langosta, del pulgon y otros animales, que infestan los campos, pecan gravemente, en vsar de medios ilicitos. Suelen algunos descomulgarlos, y llega a tanto fu desvario, que fulminan contra ellos cabeá de processo, procediendo en el, hasta dar sentencia: de modo que el conjurador fe haze juez, y delante de fu Tribunal, comparecen dos Procuradores; el vno por parte del pueblo, que demanda justiçia contra la lamgosta, y el otro pone la justiçía del Rey por parte de la langosta, pulgon, y oruga &c. Y despues de muchas demandas, y respueftas, de vna, y otra parte, el juez sentencia, que la langosta fe aparte de los terminos del lugar, so pena de excomunión mayor latesentencie. Quien no ve la ceguedad de esta gente, y las ceremonias superfticiosas que introduce el demonio para engañarlos? Que seso tienen los animales para armarles pleyto? Y como la descomunion, que ordena la Iglesia, para reducir a los hombres contumazes a fu obediencia fe puede fulminar contra animales, que nunca pecaron, ni tienen libre albedrío, para cumplir el Mandamiento? (27)
Rogativas e intervención contra el azote de las plagas, cuyo representante en favores y garantías es el obispo de Ostia, san Gregorio Ostiense. Según la leyenda, este santo acudió a las tierras de Navarra y La Rioja en 1039 enviado por el Papa Benedicto IX, con el fin de aniquilar la terrible plaga de langosta que asolaba esas tierras. Tras cinco años de penitencias, ayunos, procesiones y rogativas, la plaga se disipó aunque tras ella murió el infortunado obispo predicador, que fue enterrado en las proximidades del pueblo de Sorlada en Navarra.
Tras dos siglos de olvido de la tumba del santo, esta fue hallada y en su lugar se erigió un santuario al que se acudía para solicitar su intercesión ante las plagas de langosta. Esta intercesión in situ parece que no fue suficiente pues pronto se adoptó la costumbre de pasar agua entre las reliquias del santo con el fin de transportarla y esparcirla por los campos. Tal costumbre traspasó los lugares inmediatos y se extendió prácticamente por todos los rincones de España, cuyos campos se regaban, con procesión y súplica de por medio, a base de hisopazos que desparramaban el agua milagrosa con el fin de que no penetrara el azote de la temible langosta. Y, por si esto fuera poco, en situaciones extremas en que el agua bendita parecía no ser bastante, el relicario-cabeza del santo era devotamente transportado a los lugares amenazados por el insecto, siendo la de mayor repercusión la acaecida en 1756 por la enorme plaga que llevó a Fernando VI a determinar la salida de la reliquia del santuario con el objeto de recorrer todas las regiones españolas afectadas por la plaga. El viaje duró cuatro meses, aunque por estas tierras de Castilla y León no tuvo necesidad de pasar, si bien, al igual que en muchas localidades españolas, la intercesión de este santo era reconocida y se difundió principalmente durante los siglos XVII y XVIII, tal y como podemos comprobar en Villabrágima, donde conocemos la cofradía de san Gregorio Ostiense, nacida de un voto de villa de 1674, cuando “estando en la casa del ayuntamiento de esta villa a campana tañida según costumbre”, la justicia y regidores de la villa dijeron y decretaron:
... que por quanto a muchos años hay plaga de langosta y coco que destruien panes y viñas y que el presente y otros años antes a harasado los panes y viñas de la comarca sin que en esta villa se haya reconocido notable daño por la misericordia de Dios e intervención deel glorioso san Gregorio Ostiense abogado contra dichas plagas esperando intercedera con su divina magestad libre para adelante queriendo hacerle algun serbicio a honrra y gloria de su Divina magestad. Dijeron que de aqui adelante el dia nuebe de mayo que se celebra su fiesta sea dia festibo con obligación de dicho dia oyr missa cesando todas las labores serbiles aprobandolo y confirmandolo y dandolo por vueno su Ilmo el Sr. Obispo de este obispado de Palencia y que dicho dia se diga una missa cantada antes de la mayor y se haga procesion con toda solemnidad en la conformidad que otras festividades y se de a los sres de el cavildo lo que se conviniere con ellos y se haga concejo publico y se de cuenta a los vecinos de esta villa que dicho decreto y ansi lo proveyeron y firmaron...”.
Y en ese mismo día reunieron al pueblo en concejo abierto:
Al salir de la missa mayor de la iglesia de sta María de esta villa donde el pueblo estaba en la missa mayor por mandado de los señores Justicia y regimitento de esta villa se hizo tocar campana a concejo abierto según costumbre y estando debajo de los portales de las casas del ayuntamiento donde se junto la mayor parte de los vecinos de esta villa, por mi el escrivano les fue dicho el efecto para que se habian juntado y les ley el decreto de los dichos de regimiento de forma que pudo benia a noticia de todos los quales unánimes y conformes dijeron que lo consentian y tenian por bien y que pedian y suplicaban a su Ilma el Sr Obispo de Palencia lo apruebe y confirme y ansi lo declararon de todo lo qual yo el escribano doy fee deello lo firme (28).
Vemos, pues, como han existido manifestaciones que evidencian una acción e intervención en los ritos agrarios, que bien podríamos considerar magia natural más que fenómeno religioso, por más que fueran oficiados por eclesiásticos.
En este sentido, conviene traer a colación los muchos actos, usos y costumbres, referidos por los informantes, que ponen de manifiesto esta frontera magia-religión-superstición: Colocar cruces como elementos protectores contra brujas y malos espíritus; colocar el ramo bendecido el Domingo de Ramos en la ventana más alta de la casa para que no entre ningún enemigo; rociar la casa con el agua bendita de la Vigilia Pascual para que Dios guarde del mal a la familia; saltar la hoguera de san Juan para preservarse de enfermedades y contratiempos; santiguarse al salir de casa o al pasar por una iglesia para que Dios te conserve sano; rezar un responso a san Antonio de Padua para encontrar algún objeto perdido; llevar un escapulario para prevenir las enfermedades; decir ¡Jesús! al estornudar, para que el mal no entre en el cuerpo; chocar dos piedras recogidas del suelo durante las estaciones del Vía Crucis para que desaparezca una tormenta; clavar una herradura en la puerta para que no entren malos espíritus..., todos ellos son ejemplos de esa “religión mágica” que aún pervive en el recuerdo de las personas de mayor edad. Y es que los contactos entre el ser humano y los seres espirituales han estado siempre presentes; contactos votivos, de comunicación, que han contribuido a organizar su propia existencia y su cosmovisión. Resulta en este sentido curiosa la cantidad de votos o promesas hechos a Dios o a determinadas vírgenes o santos que continuamente nos han comunicado los informantes. Votos o promesas hechos antes o después del beneficio pretendido, como cumplimiento de “contrato” o compromiso contraído entre la persona peticionaria y la divinidad. Las peticiones que hemos recogido son de todo signo, pero predominan las que se refieren a la curación por alguna enfermedad o accidente (no solo de personas sino también de los animales de labranza), búsqueda de trabajo, petición de buen parto, petición de regresar sano del servicio militar, e incluso las que tienen por motivo problemas económicos como, por ejemplo, rezar rosarios, colocar velas, exvotos o flores o visitar descalzo la ermita de Castilviejo, distante de la población de Villabrágima unos 5 km (29).
En esta localidad, al igual que en otros muchos lugares, las principales rogativas se realizaban (y aún se realizan) entre san Marcos (25 de abril) y san Isidro (15 de mayo) y en el mes de septiembre, pidiendo agua a Cristo, a la Virgen o a los santos. Además, en el mes de abril, en el día de san Marcos se efectúa la bendición de los campos.
Por un lado, existen las rogativas que se realizan dentro del templo, mediante novenas, implorando la lluvia, y las rogativas que se realizan sacando las imágenes fuera de la iglesia. En este caso, los actos consisten en una misa seguida de una procesión hasta el campo. La procesión se inicia con la cruz procesional flanqueada por los ciriales; a continuación se lleva en andas al Cristo, Virgen o santo y detrás de él el sacerdote con ornamentos morados y un monaguillo que lleva el hisopo. Los hombres acompañan la procesión colocándose en su parte delantera y las mujeres en la parte de atrás y, al llegar al campo, el sacerdote lo rocía con el hisopo, volviendo de nuevo al pueblo al son de los rezos y letanías a los santos que en todo momento acompañan a la procesión:
Agua te pedimos
Cristo del Amparo
Agua te pedimos
para nuestros campos.
Agua te pedimos
Cristo la Capilla
Agua te pedimos
para nuestra fincas.
Agua te pedimos
Virgen del Rosario
agua te pedimos
para nuestros campos
Ayer tarde salí al campo,
y vine desesperada
al ver que los pajarillos,
con el pico piden agua;
Con el pico piden agua,
con las alas piden pan.
Dadnos un poquito de agua,
bien veis la necesidad.
¿Quién es ese que está ahí,
metido entre cuatro velas?
Es el Cristo la capilla
que le tienen en novena.
¿Quién es ese que está ahí,
con la cabeza ladeada?
Es el Cristo la capilla,
que nos viene a dar el agua.
Como podemos ver, las viejas creencias del Dios misericordioso o de la Virgen o Santo que le implora, aún se hallan presentes en esta sociedad que ha llegado a tantos descubrimientos científicos y tecnológicos, ¿no será que la fe es como un paso en el vacío que se da sin saber por qué?
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NOTAS
1 SCHMITT, J. C. (1992)
2 SCHMITT. J, C. (1976), citado por MARTÍNEZ MONTOYA, Josetxu. (2004)
3 RAMOS-GOROSTIZA, José L. (2009). Ver también URTEAGA, L. (1987:15).
4 LOBERA Y ABIO, Antonio (1796: 134).
5 MARCOS ARÉVALO, Javier y BORREGO VELÁZQUEZ, Enrique (2006).
6 ARIES, P. y DUBY, G. (comps.) (1989, Tomo 3: 17)
7 FRAZER, J. G. (1981a: 90).
8 LOBERA Y ABIO, Antonio (1796: 36)
9 En el trabajo de campo realizado en la comarca zamorana de Aliste en los años noventa, pudimos recoger tales
creencias.
10 CIRUELO DE DAROCA, Pedro (1628: 197)
11 GIL, P. (1619)
12 Pueblo terracampino de la provincia de Valladolid con una población de 1200 habitantes.
13 En Villabrágima a los grandes remolinos de polvo se les denomina “brujas”, aunque no hemos encontrado la relación que hace BLANCO, J. (1988): “De entre las múltiples metamorfosis de las brujas, los remolinos de polvo, o polvaredas, es una de las más extendidas. En la provincia de Salamanca recibe el nombre de brujas y putas ciegas, asegurándose que se trata de brujas recién casadas. Cuando aparecen en el campo, en días de viento, las gentes los rechazan haciendo una cruz con los dedos y pronunciando un conjuro”.
14 CIRUELO DE DAROCA, Pedro (1628: 199)
15 NOYDENS, Benito Remigio (1681: 14)
16 NOYDENS, Benito Remigio (1673: 123.)
17 NOYDENS, Benito Remigio (1681: 24)
18 NOYDENS, Benito Remigio (1681: 24)
19 CASTAÑEGA, Fray Martín de (1529, pg. 80)
20 CIRUELO DE DAROCA, Pedro (1628: 196-197)
21 CASTAÑEGA, Fray Martín de (1529, pag. 80)
22 FEIJÓO (1739: 10). Ver también CIRUELO DE DAROCA, Pedro (1628) y CÉSPEDES, Fray diego de (1641). Son interesantes, asimismo, el artículo “Un conjuro latino (siglo viii) contra la tormenta y la cuestión de orígenes de la poesía tradicional románica y europea” de PEDROSA, José (2000); GELABERTO VILAGRÁN, Martín (1991: 325-344); CARO BAROJA, Julio (1984: 11-132); ALBEROLA ROMÁ, Armando (2003); DÍAZ CRUZ, R. (1989); DURKHEIM, E. (1993): LEACH, E. (1978); RAPPAPORT, R. A. (2001) y CAMPAGNE, F. A. (2000)
23 RODRÍGUEZ, José Ma, R.P. (1858, Tomo VI: 430)
24 BLANCO, J. Francisco (1988), recoge varias oraciones diferentes de Salamanca, León y Palencia.
25 FEIJÓO (1739: 559). También FRAZER J. G. (1981b: 558-586), muestra el poder que se ha dado a la campana para
ahuyentar a los espíritus malignos en diferentes culturas y en concreto en la cristiana.
26 NOYDENS, Benito Remigio (1681: 25)
27 NOYDENS, Benito Remigio (1681: 25). Ver también LORENZO VELEZ, A. (1981: 32-36) y ALBEROLA ROMÁ, Armando (2003)
28 Archivo Parroquial de Villabrágima, carpeta digitalizada 19.
29 Respecto a estas manifestaciones remitimos a los siguientes estudios: RODRÍGUEZ PASTOR. J. (1985); PUERTO, José Luis (1990); DOMÍNGUEZ MORENO, J. .Ma. (1983); PANIZO RODRÍGUEZ, Juliana (1991a y 1991b): y BLANCO, Juan Fco. (1985). Es interesante también la obra de SCHMITT, J. C. (1992).
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