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INTRODUCCION
La toponimia o nomenclatura en lengua vernácula con la que el hombre designa a los parajes donde habita o desarrolla su actividad, constituye un acervo cultural importante que pone de manifiesto el vínculo ancestral existente entre el ser humano y su medio. Los topónimos atesoran una importante riqueza cultural, generada en el habla durante siglos, donde aparecen reflejados desde avatares históricos y tradiciones religiosas hasta los elementos naturales del paisaje y la impronta dejada en el mismo por la acción humana. La toponomástica como "rama de la onomástica destinada al estudio de los nombres de lugar" (1), es una ciencia auxiliar de inestimable utilidad para la arqueología, la etnografía, la historia, la ecología, la paleobotánica, la lingüística, etc. pues en forma de palabras, la toponimia o conjunto de nombres de lugar de una determinada región recoge el archivo de parte de nuestra herencia cultural.
Como ciencia independiente y reconocida, los inicios de la toponomástica son próximos en el tiempo, a pesar de la antigüedad de su objeto de estudio. Parece, de acuerdo con la opinión de muchos estudiosos, que su origen se remonta al siglo xix, considerándose las aportaciones del erudito lingüista alemán Wilhelm von Humboldt (1767-1835), cofundador de la Universidad de Berlín y hermano del célebre naturalista y explorador Alexander von Humboldt, como su más próximo antecedente. En lo que respecta a España, podemos destacar como introductores y precursores de la toponomástica científica a figuras tan notables como Eugenio Coseriu (1921-2002), Ramón Menéndez Pidal (18691968), Antonio Tovar (1911-1984), Joan Coromines (1905-1997) y Manuel Alvar (1923-2001).
Además de su valor científico y académico, los topónimos sirven fundamentalmente para que los seres humanos puedan identificar y ubicar espacialmente los lugares. No obstante, el abandono o simplificación de los modos de vida que los crearon, la despoblación rural y consiguiente aculturación están provocando en los últimos decenios su olvido, una cierta "erosión lingüística" que puede entrañar pérdidas. Para evitarlas en lo posible, con estudios como el presente nos esforzamos en recopilar los topónimos e interpretarlos.
Por otra parte, no hay que perder de vista el valor social añadido que tienen los nombres de lugar, de modo que si se cambian o se olvidan, la sociedad puede perder su marco espacial de referencia. A lo largo de la historia, los topónimos han sufrido cambios. En su creación, no ha faltado la necesidad de los primitivos hablantes de acudir a descripciones físicas del terreno para facilitar la orientación y la identificación de los lugares que frecuentaban. Simplemente por mero afán de supervivencia era preciso dar nombre y situación a los territorios de caza, a los lugares peligrosos, a los lugares donde había agua, etc. Más adelante, cuando el hombre se organiza socialmente de forma compleja, los topónimos han adquirido además connotaciones vinculadas con la propiedad, de tal forma que se utilizan para diferenciar parcelas, fincas o heredades en un sentido no solo físico sino también jurídico. A menudo, muchos nombres de parajes no son otra cosa que el nombre de un determinado dominio. En la gestación y evolución de la toponimia, las conquistas militares han sido tal vez el principal factor de cambio. Cuando un territorio era conquistado, solía ser repoblado con personas procedentes de otras regiones que traían consigo su propia lengua. Otras veces se mantenía la población indígena o autóctona, pero ya sea por superioridad cultural o bien por la fuerza, acababa por asumir como propia la lengua del colonizador. Como la toponimia se crea en la lengua vernácula del lugar, y siempre motivada por alguna característica de éste o del hablante, podían darse varias situaciones. Una, que los topónimos preexistentes se conservaran a pesar de la inmersión lingüística, en su forma original o más o menos transformados (endónimos). Así, dentro de nuestro ámbito castellano, disponemos de topónimos procedentes de lenguas prerrománicas no indoeuropeas (vascuence) e indoeuropeas (celta) que se han mantenido a pesar de la desaparición de la lengua original, como ocurre en algunas comarcas donde la influencia vasca fue importante (Sierra de la Demanda, Condado de Treviño). Otras veces, fueron los repobladores vascos traídos por los conquistadores de tierras en poder de los musulmanes durante la Reconquista, los que rebautizaron no pocos lugares, entre los que podemos sacar a colación el nombre de la localidad de Ibeas de Juarros, que deriva del vascuence zuhar (olmo) por evolución fonética zuhar-zubarro-zugarro-xuharro-juarro (2). Al mismo tiempo, apenas se conoce toponimia de origen árabe en el ámbito estudiado, lo que puede deberse a la temprana reconquista de esta parte de España o bien, como parece más plausible, a que se trataba de un territorio escasamente poblado antes de la llegada de los repobladores cristianos. Otro importante factor de cambio en la toponimia es la llamada etimología popular. Ocurre cuando un topónimo preexistente y opaco, es decir imposible de interpretar ya sea por desconocimiento de la lengua en la que se originó o bien por quedar desfigurado debido a un proceso de evolución fonética, es reinterpretado por el hablante y transformado en un nuevo topónimo aparentemente transparente, pero cuyo nombre nada tiene que ver con el significado del nombre original. Por último, hay que tener en cuenta como factor de cambio la aparición de topónimos de nuevo cuño, debido a modificaciones en los usos del suelo (roturaciones, deforestaciones, construcción de caminos, creación de núcleos de población, etc.), y últimamente al modo en que el hombre se relaciona con las nuevas realidades del territorio, con la creación de nuevos nombres llenos de tópicos y ajenos a la tradición, utilizados para nominar urbanizaciones, campos de golf, parques temáticos, complejos turísticos, etc.
No obstante, los avances en toponomástica en nuestro país han sido bastante desiguales en función de si el territorio tiene lengua propia distinta al castellano o no la tiene. Para algunas Comunidades Autónomas, la recuperación de la toponimia ha sido también recuperar parte de su identidad nacional, de tal modo que recoger, compilar y estudiar los nombres de lugar ha sido una cuestión prioritaria.
Como hemos señalado, las características que inspiraron la creación de los topónimos, referidas a un tiempo pasado, pueden servirnos para la reconstrucción y averiguación de paisajes desparecidos (Paleogeografía), de la cubierta vegetal preexistente (Paleobotánica), de la existencia de restos arqueológicos (Arqueología), de antiguos usos del territorio, mitos y creencias (Etnografía), del alcance de hechos históricos como migraciones y expansiones de pueblos antiguos (Historia) y, como no, para la identificación de los distintos substratos lingüísticos de un determinado territorio, que permita el estudio de la expansión y evolución de las lenguas y dialectos, ya sean vivas o muertas (3). En lo que respecta al estudio de los molinos, como parte del patrimonio etnográfico y arqueoindustrial, también la toponimia es una fuente inestimable de información, que nos permite extraer conclusiones sobre la existencia de molinos, ya sea desparecidos pero de los que ha quedado su impronta reflejada en el nombre de un paraje, accidente geográfico o población, o bien de otros de los que todavía se conserva algún resto, y que puede ayudarnos a su localización.
Para poder dar a conocer los resultados de los trabajos de investigación toponomástica a un público amplio, es necesario informar de los distintos tipos de topónimos que pueden establecerse, de acuerdo con varios criterios. En primer lugar, según la importancia o rango de la entidad nombrada, tenemos por una parte los topónimos mayores o macrotopónimos, que son aquellos que designan poblaciones, entidades administrativas (municipios, provincias) o accidentes geográficos importantes (cordilleras, ríos, mares, lagos, etc.). Por otra parte, están los topónimos menores o microtopónimos, que se refieren a parajes o pagos, pequeños cursos de agua (arroyos, barrancos, manantiales, etc), accidentes de menor importancia (cerros, vaguadas, crestas, peñas, etc.) o elementos de presencia muy localizada en el paisaje en los que ha intervenido el ser humano (molinos y demás construcciones aisladas, acequias y canales, azudes, caminos, etc.). En cuanto a las fuentes inspiradoras de toponimia, podemos destacar entre las más importantes cuantitativamente las formas del relieve (orónimos), la flora y la vegetación (fitónimos), los nombres propios de persona (antropónimos), la religión (hagiónimos), la hidrografía (hidrónimos), las vías terrestres de comunicación (odónimos), la fauna y la ganadería (zoónimos), etc.
En la toponimia castellana, y burgalesa en particular, se observa la existencia de un bilingüismo en ocasiones superpuesto. En la primera de las situaciones, conviven topónimos en dos lenguas distintas, como ocurre en la comarca leonesa del Bierzo o en las zamoranas de la Sanabria y la Carballera, donde la lengua oficial es el castellano pero se reconoce el gallego sin estatus de lengua oficial. Aunque en estos ámbitos la toponimia es mayoritariamente gallega, sobre todo en lo que concierne a la microtoponimia, también existe toponimia castellana. Parecida situación se da en la Montaña de Riaño y en la Montaña de Luna, en el norte de la provincia de León, con respecto a la lengua astur-leonesa. En ciertas zonas de la provincia de Burgos, como la Sierra de la Demanda o el Condado de Treviño, donde solo se habla castellano, conviven topónimos en esta lengua con otros de origen euskera o vascón, que se han conservado como una reliquia lingüística.
Los otros protagonistas de nuestro trabajo son los molinos y la molinería, cuya importancia en la vida de las comunidades humanas es vital prácticamente desde la propia aparición de éstas. Al igual que otras actividades, nos ha dejado un testimonio indeleble en la toponimia. La invención del molino se encuentra estrechamente ligada a las fases en las que se desarrolló la alimentación humana y al modo en que el hombre preparaba sus alimentos. Primero consumía lo que cazaba y recolectaba directamente de la naturaleza. Posteriormente aprendió a domesticar a los animales y a las plantas más útiles a sus fines, naciendo así la ganadería y la agricultura. Finalmente, adquirió la pericia y el conocimiento empírico suficientes para someter a los productos primarios que proporcionaban aquéllas, a técnicas que mejoraban sus características organolépticas y facilitaban su conservación a largo plazo. Ya sea para su más fácil ingesta, o bien por mejorar su disposición para el cocinado, era conveniente romper, triturar o machacar ciertos productos. Durante el periodo Paleolítico (entre los años 150.000 y 9.500 a. C.), el ser humano machaba y molía los alimentos principalmente con piedras que encontraba en su entorno. Posteriormente, el ingenio y la inteligencia le hizo sustituir las piedras por útiles, aunque rudimentarios, preparados al efecto. Surgían así los primeros molinos de mano, propios del Neolítico, entre los años 6000 y 4000 a. C. en el Oriente Medio. Durante las edades del Bronce y del Hierro aparecieron los molinos de mano perfeccionados, primero de tipo amigdaloide y barquiforme, con pulimento de las piedras, y de tipo rotativo después, éstos ya con dos muelas, que son los precursores de los molinos de empiedro conocidos hasta nuestros días. El descubrimiento del movimiento rotativo supuso un salto cualitativo decisivo en la historia de la molinería. Primeramente permitió, como hemos dicho, el perfeccionamiento de los molinos de mano y después la obtención de dicho movimiento por medio de otras fuentes de energía, principalmente hidráulica, eólica o animal. Nacen así los molinos hidráulicos, de viento y de sangre.
Las primeras referencias a los molinos hidráulicos, de acuerdo con la hipótesis sostenida por nuestro gran antropólogo Julio Caro Baroja (4), corresponden a unos versos de Lucrecio del año 95 a. C. que dicen "...ut fluvios versare rotas atque austra videmus...", que puede traducirse como "...como vemos volver los ríos ruedas y arcabuces..." No obstante, hacia finales del siglo i d. C., resulta evidente la implantación del ingenio hidráulico fluvial en la técnica molinera, tal y como lo acreditan las descripciones del ingeniero y arquitecto romano Marco Lucio Vitrubio en su obra Los Diez Libros de Arquitectura. Durante el Medioevo, los molinos hidráulicos proliferaron por la geografía castellana, sobre todo en manos de los estamentos más poderosos, que eran la nobleza y la iglesia, dado el elevado coste que suponía la construcción de un molino. Como la mayor parte de los campesinos y particulares en general carecían de medios para acometer la construcción de un molino, tampoco faltaron los molinos concejiles o propiedad de una sociedad de vecinos, autorizados siempre y cuando no supusieran competencia para los molinos en manos eclesiásticas o de la nobleza, a los que acudían por obligación los vasallos. A veces, la construcción de un molino requería de la aprobación real, ya que las aguas de los ríos se consideraban propiedad de la corona y por tanto su aprovechamiento estaba sujeto al visto bueno de ésta. La mayor parte de los molinos de nuestro ámbito eran molinos de rueda horizontal o de rodezno (5), debido a las características hidrológicas de nuestros ríos (caudal irregular, poca profundidad, pendientes acusadas, etc.), quedando los grandes molinos de rueda vertical o aceñas restringidos a los más principales ríos de la región (Duero, Pisuerga, Esla, etc.) donde el caudal estaba siempre asegurado y la topografía y el perfil del cauce permitían su construcción. En torno al siglo X, ateniéndonos a la autoridad de Julio Caro Baroja, aparecieron las primeras referencias a los molinos de viento. Aquellos primitivos molinos accionados por la energía eólica se situaban en Irán y Afganistán. En principio, a igualdad de condiciones eran preferidos los molinos hidráulicos ya que dependen de una fuente de energía cuya disponibilidad, en general, es bastante más previsible. El caudal de los ríos es mucho más regular, conociéndose de antemano sus altibajos, que en las condiciones del clima mediterráneo, por ejemplo, coincide su mínimo con el estío. En cambio, a la frecuencia, dirección e intensidad de los vientos, pese a manifestar tendencias más o menos definidas en cada zona, no le falta cierta proporción de aleatoriedad. Por este motivo, salvo en regiones sin corrientes superficiales suficientes o bien sin desniveles apreciables, son preferidos los molinos hidráulicos a los de viento. De ahí que los molinos de viento, en lo que hoy es el territorio de Castilla y León, solo tuvieran implantación en la zona de Tierra de Campos, donde las condiciones son poco adecuadas para la instalación de molinos hidráulicos.
A partir del siglo XV, con la llegada del renacimiento y de figuras como las de Leonardo Da Vinci, Juanelo Turriano (6), Francisco Lobato (7) o Lastanosa (8), el perfeccionamiento tecnológico basado en los nuevos conocimientos matemáticos y de mecánica de fluidos, propiciaron que en los siglos siguientes la molinería tradicional alcanzara su época de mayor esplendor. Con las desamortizaciones decimonónicas, eclesiástica y civil, se produjo un cambio de manos en muchos molinos. Los molinos propiedad de la iglesia y de los concejos pasaron a manos privadas, generalmente burgueses o sociedades de particulares constituidas de este modo con el objeto de reunir el capital necesario para su adquisición. A partir de mediados del siglo xix tuvo lugar la invención de los molinos de cilindros, precursores de las modernas fábricas de harina, lo supuso el inicio del declive de la molinería tradicional. En dicho sistema, se sustituían las muelas de piedra por varios pares de cilindros, que hacían posible graduar la finura de la trituración. En su accionamiento ya no se emplea la energía hidráulica sino otras fuerzas motrices, como la máquina de vapor, el motor diesel o el motor eléctrico. De esta manera, se desvincula la localización de los molinos de la cercanía a los cursos de agua, pudiéndose ubicar éstos dentro de los núcleos de población y próximos a las vías de comunicación. Va desapareciendo aquella figura legendaria del molinero que vivía aislado en su molino y que suscitaba sensaciones de envidia y desconfianza entre sus vecinos y clientes, para dar paso a unos nuevos empresarios harineros que ya no trabajan solo para una comunidad que sobrevive en régimen de autarquía, sino para un mercado más amplio y alejado. Durante el siglo xx, la molienda fue adquiriendo una complejidad técnica que obligaba a desembolsar importantes capitales para el montaje de las instalaciones, la construcción de los edificios y el pago de la mano de obra, de tal modo que pasó de ser una actividad artesanal a toda una industria. De los antiguos molinos solamente van quedando aquellos situados en comarcas donde el aislamiento impide la llegada de la modernidad, pero que a medida que la influencia industrial y urbana va haciéndose más sensible, ni siquiera en éstos lugares puede perdurar esta actividad milenaria, que acaba por desaparecer junto con toda la cultura popular que en torno a ella subyace. De la mayoría de los molinos ya solo nos quedan sus ruinas y el testimonio dejado en la toponimia.
FUENTES TOPONOMÁSTICAS
La información toponímica ha sido extraía de dos voluminosas fuentes. Por una parte, para los microtopónimos -nombres de parajes o pagos-, hemos utilizado la base de datos toponímica de la Dirección General del Catastro -Ministerio de Economía y Hacienda-. Por otra, para los macrotopónimos -núcleos de población, orografía, hidrografía, vías de comunicación, etc.- hemos aprovechado la base de datos georreferenciada de nombres geográficos NOMGEO, versión 29.09, del Instituto Geográfico Nacional, -Ministerio de Fomento-. Para el estudio de la microtoponimia, el catastro constituye el más rico banco de datos informatizado disponible. En particular, son especialmente valiosos los catastros antiguos, por el rigor con que recogían los topónimos de cada término municipal, respetando su correcta fonética y ortografía.
La primera de las bases de datos contenía nada menos que 109.432 topónimos menores o microtopónimos, de los que 803 tienen inspiración molinológica (0,73 %). La base de datos del IGN reúne 24.876 macrotopónimos, en 78 de los cuales aparecen aludidos los molinos (0,32 %).
Dos ejemplos de molinos burgaleses primitivos de sencilla compostura: a la izquierda el Molino de Pineda-Trasmonte visto desde el lado de la balsa, cuyos restos se aprecian en primer término, por delante del edificio; a la derecha, el Molino de Horas en Cabañes de Esgueva, con su cárcavo adintelado sostenido mediante viga de madera
RESULTADOS Y DISCUSIÓN
Los resultados obtenidos del estudio de las fuentes toponímicas se muestran en la tabla 1. Su análisis nos sugiere numerosas consideraciones y comentarios, pero vayamos por partes. En primer lugar, debemos diferenciar los topónimos alusivos a aceñas o molinos de rueda vertical, de aquellos que presumiblemente están inspirados en molinos de rueda horizontal o rodezno. Estos fueron, sin lugar a dudas, los molinos más abundantes y frecuentes en la geografía burgalesa, ya que aquéllos para su instalación precisan ríos con caudal abundante y regular, y con suficiente profundidad para poder introducir la parte inferior de la rueda en el agua, circunstancias poco habituales en nuestra hidrografía. No obstante, si que parece más que plausible que ríos como el Duero, el Ebro, el Pisuerga o el Arlanzón movieran aceñas en el pasado. La toponimia nos confirma el hecho. Así tenemos el topónimo Aceña (Fresnillo de las Dueñas), del que el Catastro de Ensenada (8) nos informa de su significado "dijeron que en esta villa ay solo una Azeña o molino arinero de dos ruedas corrientes sobre el río Duero al sitio que llaman la Recovilla distante un quarto de legua propia del común y vecinos de esta villa que produze en arrendamiento en cada un año, ciento y treinta fanegas de trigo que a prezio de doze reales cada una según llevan declarado ymporta mil seiscientos y veinte reales de vellón". Otro topónimo que bien puede aludir a este tipo de ingenios de rueda vertical lo encontramos en Castrillo de Ríopisuerga, donde si bien el Catastro de Ensenada no es tan explícito, si que deje entrever en su descripción que pudieran tratarse de aceñas los dos molinos existentes en esta localidad a mediados del siglo xviii, al señalar que disponían de cuatro paradas o empiedros, lo que denota la necesidad de una importante fuerza motriz, que se situaban sobre el propio río Pisuerga, y no a cierta distancia del cauce como suelo ocurrir con los molinos de rodezno y que además generaban una renta muy superior a la habitual en los molinos burgaleses de la época: "A la decima septima dijeron que no ay en este pueblo ni en su término cosa alguna de lo contenido en la pregunta excepto dos molinos arineros el uno con quatro paradas o ruedas, sito sobre el Riopisuerga y el otro de las mismas ruedas y sobre el referido río, que el primero es propio del común y concejo de este lugar, por tenerle a censo perpetuo de D. Francisco Melgosa Regidor perpetuo de la ciudad de Burgos, que un año con otro regulado por un quinquenio produce de utilidad setenta y dos fanegas de trigo, ciento veinte y dos fanegas de centeno, de cevada cincuenta y seis y cuatrocientos y cincuenta reales de vellón en dinero, y el otro pertenece al lugar de Guadilla de Villamar y al Monasterio de San Pedro de Cardeña, cuio útil consideran ser el mismo que el que produce el de este dicho lugar en corta diferencia aunque los costos y reparos de el no son tantos o que les consta estar por estar contiguo a este pueblo". En Celada del Camino hay otro paraje llamado Aceña, y en dicho término el Catastro de Ensenada menciona la existencia de dos molinos sobre el río Hormazuela. Uno con dos paradas, sin que se informe acerca del tipo de rueda hidráulica, lo que induce a pensar que se trataba de un molino de rodezno horizontal, ya que al referirse al otro lo hace en los siguientes términos "otro molino de aceña sobre el mismo río distante del pueblo medio quarto de legua, con solo una rueda, es propio de D. Francisco Fernández Orozco, quien le tiene arrendado a Miguel Ruiz vezino de dicha villa en cuatrocientos treinta y seis reales de vellón, y la utilidad que a este le queda se manifestará en la (pregunta) treinta y dos". El paraje La Aceña se repite en los términos municipales de Las Hormazas, Los Balbases, Puentedura, Sotresgudo, Villadiego y Villazopeque. En las Hormazas, el Catastro de Ensenada alude a la existencia de dos molinos harineros a mediados del siglo XVIII, sobre el río Hormazuela, ambos con dos ruedas (¿rodeznos o vitrubianas?), que muelen durante todo el año, aunque sin señalar explícitamente si alguno era del tipo aceña, cosa poco probable teniendo en cuenta las características hidrológicas del río Hormazuela. En Los Balbases, nos encontramos ante una situación parecida, si bien en este caso hubo tres molinos harineros, cada uno de una sola rueda, y dos batanes, llamados los primeros de María Díez, de Charcón y de Santa Cruz respectivamente, alguno de los cuales pudo ser de rueda vertical al situarse sobre el río Arlanzón. En Puentedura, se cita un molino de dos ruedas sobre el río Mataviejas, que difícilmente pudo ser una aceña dada la modestia de este curso fluvial. En el término de Sotresgudo no se menciona la existencia de molinos de ningún tipo. En Villadiego, el Catastro de Ensenada habla de dos molinos de dos ruedas cada uno, llamados respectivamente de Arriba y de Abajo, que evidentemente no podían ser aceñas ya que se situaban "sobre el riachuelo que pasa por la villa" moliendo solo la mitad del año. Más verosímil parece la hipótesis de existencia de una aceña en Villazopeque, pues uno de los dos molinos que se mencionan en la fuente de referencia se situaba sobre el río Arlanzón, disponía de dos ruedas y molía durante todo el año. El otro obtenía su fuerza motriz del arroyo Hormaza lo que solo le permitía estar en funcionamiento dos meses al año. En el término de Sasamón encontramos el paraje Aceñas, pero consultado el Catastro de Ensenada solo se nos informa de la existencia hace 250 años de tres molinos de una sola rueda que muelen durante cuatro meses del año, dos de ellos movidos por las aguas del río Brullés y el restante con las del Olmillos, descripción que no concuerda con el concepto de aceña. Es por ello que el topónimo se nos muestra aparentemente opaco, tal vez debido a etimología popular. Por último, en los municipios de Villoruebo y Jurisdicción de Lara aparece el topónimo Camino de la Aceña, y en ambos la información del Catastro de Ensenada parece desmentir la existencia de aceñas a mediados del siglo xviii. En el primero, se habla de un único molino de una rueda, que solo muele durante cuatro meses en el invierno y que produce de renta cuatro fanegas de comuña al año. Es interesante resaltar en este caso la alusión a la comuña, que es el nombre con que se conoce en las provincias del norte de Castilla y León (Burgos, Palencia, León) a una mezcla de leguminosas (titarros, yeros, etc.) y cereales (cebada, avena) destinada a la alimentación animal y que, evidentemente, era objeto de molienda en los molinos de la región. En el segundo término municipal se menciona la existencia nada menos que de tres pisones de prensar sayales y de siete molinos harineros de una sola rueda, todos sobre un arroyo y molientes durante cuatro meses en invierno por la escasez de agua.
Interesante es igualmente la alusión en la toponimia a otros ingenios accionados por el agua, como los batanes o pisones, utilizados para enfurtir los paños de lana. Así tenemos los microtopónimos Pisón, que se repite en los términos de Avellanosa de Muño, Rublacedo de Abajo, Valle de Valdelaguna, Jurisdicción de San Zadornil, Valle de Tobalina, y Las Hormazas, El Alto del Pisón en Ibeas de Juarros y El Batán en Torregalindo. Los martinetes o martillos pilones, empleados para trabajar el cobre, aparecen recogidos en la toponimia burgalesa en dos parajes, El Martinete y El Carril del Martinete, ambos en Castrillo de la Reina, aunque el Catastro de Ensenada solo alude a la existencia en este municipio de cuatro molinos harineros de dos paradas, dos de ellos sobre el río Arlanza y los otros dos sobre otro río de nombre ilegible.
En alusión a ciertas partes del molino o de su infraestructura hidráulica, la toponimia burgalesa es igualmente pródiga en nombres. Relativos a la presa y a los sistemas de conducción del agua podemos destacar La Presa (Arandilla, Berberana, Bugedo, Busto de Bureba, Caleruega, Castil de Peones, Castrillo de la Reina, Celada del Camino, Condado de Treviño, Espinosa de Cervera, Fuentecén, Huerta del Rey, Junta de Villalba de Losa, Melgar de Fernamental, Merindad de Río Ubierna, Quintanaélez, Quintanar de la Sierra, Quintanilla del Agua-Tordueles, Quintanilla San-García, Rucandio, Sotresgudo, Tórtoles de Esgueva, Tubilla del Agua, Villanueva de Teba, etc.), La Represa (Belorado), Arroyo de la Represa (Merindad de Cuesta Urría), La Pesquera (1) (Cardeñajimeno), El Calce (Bozoo, Merindad de Castilla La Vieja-Villarcayo, Valle de Santibáñez), Entradero del Agua (Villalba de Duero), Prado de la Presa (Campolara), La Presilla (Gumiel de Izán), Alto de la Presa (Hontoria de Valdearados), Campo la Presa (Villadiego), Presilla de Abajo y Presilla de Arriba (Villaquirán de los Infantes), Cauce Molinar (Belorado, Cardeñajimeno, Castrillo de la Reina, Cerezo de Riotirón, Condado de Treviño, Fresno de Riotirón, Galbarros, Grijalba, Hornillos del Camino, Los Barrios de Bureba, Monasterio de la Sierra, Monasterio de Rodilla, Palacios de la Sierra, Peral de Arlanza, Quintanilla del Agua-Tordueles, Rabe de las Calzadas, Revillacruz, San Mamés de Burgos, Santa Cruz del Valle Urbión, Sotragero, Tardajos, Valle de Santibáñez, Zazuar), Cauce del Molino (Arauzo de Salce, Arlanzón, Atapuerca, Brazacorta, Cabia, Estepar, Isar, Huerta del Rey, La Vid, Melgar de Fernamental, Quintanaortuño, Rojas, San Millán de Lara, Tórtoles de Esgueva, Valle de Santibáñez, Villadiego, Villagas, Zael), Acequia del Molino Hoyal (Fuentecén), Canal del Molinar (Medina de Pomar), Caz del Molino (Merindad de Río Ubierna), Camino de la Compuerta (Arauzo de Salce), etc.
Con respecto a partes del molino propiamente dichas tenemos Empiedros (2) (Alfoz de Bricia), El Enarinal (3) (Alfoz de Quintadueñas), El Cuezo (4) (Covarrubias) y el enigmático y en apariencia poco específico Pieza del Molino (Miranda de Ebro). No obstante, este último microtopónimo podría significar más bien parcela, finca o pago donde se encuentra el molino. También abundan por la geografía burgalesa Las Muelas (Campolara), El Molar (Cayuela) y Los Molares (Frías, Huérmeces, Huerta del rey, Ibeas de Juarros, etc.), que aunque podrían referirse a canteras o lugares donde se extraían piedras de molino o muelas, nos parece mucho más verosímil que se trate de orónimos inspirados en formas del relieve, alusivos a elevaciones con cima plana. El topónimo Cárcava (5) aparece con cierta reiteración (Arlanzón, Belbimbre, Castellanos de Castro, Cerratón de Juarros, Isar, Las Hormazas), aunque de nuevo, y esta vez con menos dudas, nos encontramos ante otro orónimo, en este caso procedente del latín concavus, cuyo significado viene a ser el de barranco excavado por la erosión sobre materiales litológicos deleznables o poco cohesionados (9).
Hay un significativo contingente de topónimos alusivos a medidas de capacidad utilizadas en molinería, tales como Cuarenta Fanegas (Merindad de Río Ubierna), Siete Fanegas (Alfoz de Quintanadueñas), Veinte Fanegas (Burgos), El Celemín (Cardeñadijo, Mahamud, Saldaña de Burgos), Celemines (Hurones), Los Tres Celemines (Vilviestre del Pinar), etc., pero en este caso, su inspiración no debe de ser estrictamente molinera sino más bien alusiva a su uso como medidas de superficie, igualmente muy arraigado en la tradición castellana. El topónimo Tahona y sus derivados, que es como se conocía a los molinos de sangre o accionados por la fuerza de un animal, solo aparece en la toponimia burgalesa en el municipio de Alfoz de Santa Gadea, lo que puede ser indicativo de la escasa importancia que tuvieron este tipo de molinos frente a los que utilizan el agua como fuerza motriz. Significativa es igualmente la ausencia de toponimia asociada o inspirada en molinos de viento. Sí que llama la atención, no obstante, el topónimo Camino de la Almazara, recogido en Sotresgudo, donde parece más que dudosa la existencia de olivos en el pasado. En cuanto a topónimos que expresen alguna característica concreta del molino hidráulico, hemos encontrado El Molino Cubo (Hontangas, Isar), que evidentemente alude a molinos de esta tipología, es decir provistos de cubo (6). También el despectivo Molinacho (Condado de Treviño) parece informarnos de la existencia de un molino de mala compostura.
Molinos sencillos, de uso estacional y por turnos (por horas), situados junto a cursos fluviales de escaso caudal y, por lo general, de propiedad comunal no asistidos por molinero, proliferaron por la geografía burgalesa, conviviendo con otros de naturaleza más industrial. Se trata de los molinillos, de los que apenas se han conservado restos debido a su mala y humilde compostura, pero que han dejado huella de su impronta en la toponimia, con numerosos parajes en los que se alude a ellos (Molinillo, Molinillos, Camino del Molinillo, Arroyo del Molinillo, Molino Chiquito, Arroyo Molinillos, etc.), y que hemos recogido en los municipios de Alfoz de Quintadueñas, Arauzo de la Torre, Belorado, Bozoo, Burgos, Busto de Bureba, Cardeñajimeno, Estepar, Ibeas de Juarros, Iglesiarrubia, La Sequera de Haza, Las Hormazas, Lerma, Llano de Bureba, Los Altos, Medina de Pomar, Merindad de Castilla la Vieja-Villarcayo, Merindad de Río Ubierna, Merindad de Valdivielso, Miranda de Ebro, Oña, Padrones de Bureba, Quemada, Quintanaélez, Rebolledo de la Torre, Revillaruz, Revilla-Vallejera, Rojas, Santa maría del Campo, Sarracín, Sasamón, Sordillos, Susinos del Páramo, Tinieblas, Traspaderne, Valle de Losa, Valle de Sedano, Villadiego, Valdemiro, Villanueva de Teba y Villayerno Morquillas.
Curiosos son también ciertos topónimos, como uno que hemos recogido en Merindad de Sotoscueva, llamado La Molienda, donde parece aludirse a la actividad del molino propiamente dicha, o el aparente hagiónimo San Molino, encontrado en Las Quintanillas. Juan Domingo Molino, recogido en Pardilla, puede tratarse de un antropónimo, o más probablemente haya derivado, por etimología popular, de la existencia de un molino conocido por el nombre de su propietario. Algunos molinos harineros disponían de panadería, integrándose verticalmente las dos partes del proceso de fabricación del pan, aunque esto no era frecuente en los territorios de lo que hoy es Castilla y León. Pese a ello, topónimos como La Panadera (Belorado), Panadera (Atapuerca), Panadero (Cabezón de la Sierra) o La Panera (Canicosa de la Sierra), pueden referirse a la existencia de panaderías, asociadas o no a molinos, o tal vez, como es habitual por ejemplo en el norte de Aragón, a terrenos donde se cultivaban los cereales destinados a panificación.
Comentario aparte merece la toponimia molinera de origen vasco, aunque muy escasa en nuestro ámbito, resulta significativa por constituir una reliquia lingüística. Originados en euskera o vascón, hemos encontrado los microtopónimos Borimbidea (Condado de Treviño), que significa camino del molino, Boriuma (La Puebla de Arganzón), que significa el molino, Molinazar (Pradoluengo), cuyo significado es molino viejo, Buruncalze (Santa Cruz del Valle Urbión), que se traduce como caz del molino, y Bolincalze (Monterrubio de la Demanda), de análogo significado.
Por último, hay que reseñar la existencia de dos macrotopónimos cuyo nombre está inspirado en los molinos. Por un lado tenemos el pueblo de Fuentemolinos, situado al sur de la provincia, en la comarca de la Ribera del Duero, donde existió un molino, hoy reconvertido en vivienda, movido por las aguas de un arroyo, afluente del río Riaza, que nace junto al mismo pueblo. No debió ser molino importante, a juzgar por la descripción del mismo contenida en la respuesta a la pregunta diez y siete del Catastro de Ensenada (8) "A la decimaseptima que hay un molino harinero perteneciente a Angel Briviesca vezino de Fuentezen que al presente está sin uso por falta de las aguas por lo que nada le produze y en caso de estar corriente renta trescientos reales de vellón". Sin embargo, la circunstancia de existir un manantial cuyas aguas movían al menos un molino, fue motivo suficiente para inspirar el nombre del pueblo. El otro macrotopónimo es un orónimo, la llamada Sierra Molinos, situada en el municipio de Salinilla de Bureba.
(Para consultar la tabla de referencia, pueden descargarse la Revista de Folklore número 361 en formato PDF)
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BIBLIOGRAFÍA
(1). LÁZARO CARRETER, F. Diccionario de términos filológicos, Biblioteca Románica Hispánica, Editorial Gredos, Madrid, 1987, pp. 1-448.
(2). SANZ ELORZA, M. La flora y la fauna en la toponimia segoviana. Estudio sobre el léxico de la naturaleza en la provincia de Segovia. XIX Premio de Medio Ambiente. Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Segovia, Obra Social y Cultural, 2008, pp. 193-194.
(3). LAPESA, R. La toponimia como herencia histórica y lingüística, Istmo, Biblioteca Española de Lingüística y Filología, Madrid, 1992, pp.249-250.
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(6). JUANELO TURRIANO. Los veintiún libros de los ingenios y de las máquinas, edición facsímil de 1983, Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, Madrid, 1564.
(7). GARCÍA DIEGO, J.A. Y GARCÍA TAPIA, N. Vida y técnica en el Renacimiento. Manuscrito de Francisco Lobato, Valladolid, 1987, pp. 1-126.
(8). GARCÍA TAPIA, N. El autor aragonés de los veintiún libros de los ingenios. Instituto de Estudios Altoaragoneses. Diputación Provincial de Huesca, 1990, pp. 1-142.
(9). Catastro de Ensenada. Respuestas Generales. http://pares.mcu.es/Catastro (10). ROLLÁN, J.M. Y SASTRE, E. Hablares. El mundo rural y sus aportaciones al léxico castellano: III el entorno. Junta de Castilla y León. Consejería de Agricultura y Ganadería, Salamanca, 2001, pp. 122.
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NOTAS
1 A la presa del molino se le suele llamar de este modo, pues era habitual aprovechar la pesca que en ella se acumulaba como complemento económico a la actividad molinera.
2 Recibe el nombre de empiedro cada unidad completa de molienda formada por la pareja de muelas (volandera y solera) y sus elementos auxiliares (tolva, burro, guardapolvos, etc.).
3 Creemos que puede estar inspirado en harinal, que es el cajón de madera donde cae la harina procedente del
empiedro.
4 En el argot molinero de algunas zonas de Castilla se llama cuezo a una tablilla de madera que sobresale de la canaleja y que contacta con el soniquete, que es un cilindro estriado solidario al palahierro o eje del molino, produciendo un golpeteo rítmico que permite la caída del grano en el ojo de la muela volandera.
5 Se llama cárcavo a la bóveda inferior del molino donde se encuentra instalado el motor hidráulico (rodezno o turbina).
6 Recibe el nombre de cubo el depósito de forma cilíndrica o prismática utilizado para aumentar la presión de salida del agua en ciertos molinos accionados por ríos de escaso caudal.