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A comienzos del siglo XVI el apogeo de la industria textil se traduce en una abundancia de patrones pero también en un recargamiento de detalles superfluos que llega incluso a embrollar los dibujos y trazados. Como consecuencia de esa exuberancia, de ese gusto por lo recargado, se produce un uso exagerado del adorno por parte de oficiales y menestrales de costura, viéndose precisados los gobernantes a publicar pragmáticas que vendrían a actualizar otras ya dictadas antes. Se quería evitar gastos surperfluos a quienes preferían vestir aparentemente bien antes incluso que comer, derivándose de esa actitud un desorden social y económico, pues era de todo punto descabellado que las gentes llanas quisieran engalanarse y usar el oro, la plata y los brocados con la misma prodigalidad que algunos nobles. Por eso las Cortes de Valladolid, con la excusa de que quienes se empobrecían de ese modo ya no podían contribuir a la Hacienda pública, suplicaron a su Majestad que acabase con esa nefasta costumbre. La respuesta del rey a esta demanda, publicada en una Pragmática de 1537, fue de circunstancias.
Este es el ambiente que va a encontrar en España Christoph Weiditz, platero y grabador de Estrasburgo, que llega a nuestro país acompañando a Johannes Dantiscus, embajador del rey de Polonia y posteriormente obispo de Clelmno y de Warmia. Dantiscus, protector de Weiditz, intervino ante el Emperador Carlos para favorecer con sendos privilegios al joyero y grabador a quien comenzaban a incomodar las acusaciones de sus colegas, maestros plateros que le achacaban no haber justificado suficientemente su magisterio o incluso haber usado plata de calidad ínfima en sus medallas. La juventud de Weiditz en el momento del viaje a España con el séquito del embajador polaco que acompañaba al Emperador, no le impide realizar un trabajo extraordinario que constituye un documento único conservado en el Museo Nacional Germánico de Nuremberg desde 1868, fecha en la que el médico alemán Johannes Egger lo donó a la institución. De Dantiscus se ha escrito mucho no sólo por su relación con Copérnico sino por sus aficiones -la poesía y las mujeres- que pudo desarrollar a su gusto en España donde parece que, además de recibir tierras de Carlos I, tuvo una hija -la Dantisca- con una tal Isabel Delgada o Delgado, de Toledo.
El manuscrito está integrado por 77 hojas dobladas, que se convierten en 154 hojas en papel de hilo y algodón.
José Luis Casado Soto, en el estudio que acompaña la edición facsímil que publicó hace años la editorial Grial, comenta la posibilidad de que el ejemplar hubiera perdido algunas hojas más, hoy desconocidas, en la larga peripecia seguida hasta descansar en el museo alemán. La influencia de esta colección sobre otros tratados y libros posteriores ha sido puesta de manifiesto en numerosas ocasiones, y bastará un ejemplo, el del aldeano de Vizcaya armado con una ballesta -reproducido después por Jost Amann y Hans Weigel-, para demostrar que fue así.
De hecho, colecciones de estampas sueltas sobre trajes españoles algo posteriores, como la de Enea Vico, demuestran no sólo que las imágenes se copiaban (como puede comprobarse en algunas láminas pertenecientes a Vico y a Vecellio, por ejemplo) sino que desaparecían o se acumulaban según la suerte o el interés de sus coleccionistas a lo largo de los siglos. La de Vico que se conserva en la BNF (signatura BNF Est.Ob-51a-4) tiene 95 láminas en la serie mientras que la del Museo Vasco de Bayona tiene menos de la mitad y otros museos sufren la misma suerte.
Las estampas de Vico y otras similares se enmarcan en una época en que el interés por los viajes y por los conocimientos va parejo con la curiosidad por la indumentaria y el desarrollo de una cartografía cada vez más precisa. No es extraño, por todo ello, que algunos de los libros de ese período reflejen el resultado de un viaje -en textos e ilustraciones- a lugares obligados (centros de peregrinación, puertos de largas singladuras) o a lugares exóticos (países de oriente o de la recién descubierta América).