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Parece probable que las fiestas denominadas “de locos”, que han adornado el calendario europeo durante cientos de años y que suelen coincidir con el final del mes de diciembre, procedan de las antiguas celebraciones romanas dedicadas a Saturno. La inversión de los papeles sociales, la insólita crítica a personas e instituciones, el disfraz o la máscara hablan de un deseo no encubierto de retroceder hacia épocas más felices y más naturales que algunos han denominado como edad de oro monoteísta. En cualquier caso el trastornamiento del orden y la manifestación incontrolada de los sentimientos sí que puede inscribirse en un hipotético período en el que las relaciones entre los individuos o la relación de éstos con sus representantes políticos o religiosos no habían entrado aún en las fases del engaño y la contradicción.
También protectora, como Saturno, de la agricultura y de las cosechas, se cuenta una leyenda de la diosa Deméter sobre su presunta e inevitable tristeza al descubrir que los dones entregados por ella a los hombres -el cultivo de los cereales y la esperanza de otro mundo mejor- no habían conseguido suavizar el malévolo fondo de sus corazones. El relato, mejorado por las sucesivas versiones, venía a contar que la diosa salió de su depresión al ser sorprendida y tener que soltar una inevitable carcajada ante una danza desquiciante de su propia sirvienta que, haciendo el pino, había dejado al aire sus vergüenzas mostrando sobre su pubis invertido el retrato de un rostro sonriente.
O sea, el mundo al revés. Al revés de lo “normal”, claro. Lo cual quiere decir lo contrario a la norma. Y si la norma era de carácter moral, el “mundus inversus” se transformaba en “mundus perversus”, cómo no.
A comienzos del siglo xvii todo parecía estar en crisis una vez más. Esa zozobra queda plasmada en imágenes que se imprimen en un tipo de estampas populares que, salvando las escasas distancias de épocas y modas, llegan casi hasta nuestros días. Encabeza las viñetas un dibujo del mundo con una figura humana invertida atravesándolo, mientras otras dos personas pretenden corregir la inestabilidad que sugiere la idea de que todo esté “patas arriba”. En las siguientes viñetas un matrimonio cambia sus papeles (ella va a la guerra fumando y él se pone a hilar en la rueca), unos alumnos castigan a su maestro con unos palmetazos en las nalgas, un buey maneja un arado del que tiran unos labradores, unos caballos colocan las herraduras a un jinete, un cazador persigue a un venado por el mar mientras los peces vuelan por el aire, un molinero carga sobre sus espaldas unos sacos de trigo que le proporciona un jumento a la puerta de un molino que aparece al revés, unos caballos que van a lomos de sus propios jinetes emulan una justa en un palenque, de un mar en el que nadan aves y animales terrestres surge la figura de un hombre pescado a caña por un pez, unos cerdos hacen una matanza con una persona a la que están desangrando, una vaca destaza a un carnicero que aparece colgado de los pies y la locura se completa con una especie de ciudad celestial que está por encima de unos montes sobre los que han caído el sol, la luna y las estrellas. Las explicaciones que aparecen bajo los dibujos son casi siempre las mismas, no importa si el grabado es francés, inglés, italiano, alemán o ruso. Más que una pregunta -¿qué sucedería si algunos roles se intercambiaran?-, la estampa parece advertir acerca de un caos catastrófico provocado por una eventual perturbación del universo: ¿resistirán el mundo y la sociedad, el desorden o la desaparición de los principios que parecían regirlos?