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Determinados oficios, particularmente aquellos que hacían autónoma en recursos a una comunidad, estaban relacionados con las materias y productos que proporcionaba el entorno, especialmente la madera de los árboles. Con la madera se construían cabañas y casas, así como vallas para proteger la propiedad y el ganado. Con ella hacía el hombre muebles que le servían para sentarse, para dormir, para comer. Con ella también fabricaba carros y aperos para trabajar en el campo. En la casa, utilizaba madera para arcones, ruecas, tornos, devanaderas y telares en los que tejía y guardaba sus vestidos. De ella hacía hasta los platos, cuencos y cubiertos con que se llevaba el alimento a la boca. Ya en el trascurso de las primeras civilizaciones los individuos descubrieron que, además de ser un recurso muy rico, la madera ofrecía su mayor valor en el hecho de ser un material vivo y en constante evolución, así como en la circunstancia de ser renovable. De la raíz a la copa, pasando por el tronco, ramas y follaje, todo en el árbol era útil, tanto en la naturaleza (fijación de terrenos, fotosíntesis, etc.) como separado de ella. De esa manera, e indudablemente acuciado por la necesidad, pronto descubrió asimismo el ser humano la posibilidad de crear herramientas que le sirviesen para cortar, ensamblar y tallar mejor la madera. Así fueron naciendo las sierras, las hachas de labra, las azuelas, raseros, cepillos, garlopas y guillames, formones, barrenas y taladros, berbiquíes, clavos, escofinas y limas, que le ayudaron a perfeccionar un oficio muy valorado dentro de las pequeñas comunidades rurales. Oficios como el de ebanista, carpintero, carretero o cubero estaban muy relacionados con el de herrero, ya que buena parte de las herramientas de los primeros se hacían en la fragua del segundo. Con el tiempo se fueron creando cofradías y gremios que agrupaban a los individuos por oficios; en esos gremios se aprendía a trabajar en determinadas actividades y se valoraba más el buen trabajo. De ese modo los jóvenes comenzaban como aspirantes en la jerarquía y llegaban a ser maestros artesanos para poder enseñar a otros los secretos de la buena labor. Otros quehaceres artesanales también guardaban relación, siquiera indirecta, con los productos de la naturaleza al transformar las pieles o la lana de los animales o al servirse de barro -ya crudo, ya cocido-, para crear formas y recipientes útiles y bellos. La arquitectura y la indumentaria son testigos -eso sí, cada vez más escasos- de la importancia que el adobe o el vellón tuvieron en León y Castilla durante muchos siglos; un varón no podía presumir de tal si no había conseguido hacer el número suficiente de adobes para construir su propia casa y una mujer parecía serlo menos si no había bordado su ajuar de lana y lino y lo había mostrado a toda la comunidad orgullosamente.