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San Blas, gargantero,
Tiene su fiesta
El tres de febrero.
Escribe Voltaire (1978: 143-144) que lo que tal vez nos instruya más sea saber que una de las primeras ideas de los hombres fue siempre “la de colocar seres intermediarios entre la Divinidad y nosotros”; tales serían esos demonios, o esos genios, que inventó la antigüedad; demonios y genios -o ángeles- que ejercían la función de correos entre la Deidad y los hombres, o de protectores de éstos; ángeles o demonios, que fueron promovidos -entre otras religiones- por el judaísmo como asistentes espirituales de Dios y reconocidos y aceptados con posterioridad por el cristianismo naciente junto a otros personajes más o menos legendarios del Antiguo Testamento distinguidos por sus cualidades morales o porque Yahvéh tenía una relación directa con ellos. Más tarde, y a raíz de las persecuciones que los emperadores romanos acometieron contra los creyentes cristianos, fueron reconociéndose como santos hombres y mujeres diferenciados por su defensa de la fe como mártires, al igual que se tendrían como benditas aquellas otras personas que decían mantener una relación especial con la Divinidad o que destacaron por sus virtudes, pasando por ello a considerarse como modelos a seguir dentro del camino de constante perfección que la Iglesia católica pide a sus fieles. De ahí que actualmente la palabra santo se utilice como indicativo de quien mantiene una relación directa con Dios, y que en numerosas tradiciones religiosas se les tenga como intercesores o protectores de una individualidad o una colectividad y se les rinda culto por entender que su proximidad a la Divinidad, una vez muertos, les concede ciertas prerrogativas vetadas al ser humano. Dependencia que según Sendín Blázquez (1990:290) “se ha mantenido constante durante toda la historia” por parte del cristianismo, “aún a riesgo de confusiones”. Tal es el caso de San Blas, en cuyos festejos se perciben, según Domínguez Moreno (1992:9) “connotaciones etnográficas de orígenes remotos, donde el ritual pagano de antiguos pueblos agrícolas y pastoriles” no pudieron ser acalladas por el naciente cristianismo.
San Blas -de posible origen latino, con los significados de tartamudo, que tiene las piernas hacia afuera, zambo, o también arma de la divinidad, conocido por otros como Blasius- nació en Armenia, en la ciudad de Sebaste, al sur de Rusia, la actual Sivas, en la segunda mitad del siglo iii, de padres nobles. Estudió Ciencias Naturales, cultivo que despertó en él la vocación veterinario y de médico, profesiones que le hicieron conocer de cerca los males de la gente humilde y que le llevaron finalmente a abrazar la fe cristiana, que había llegado a Armenia gracias a la evangelización de los apóstoles Judas Tadeo, Simón y Bartolomé.
Su vida y martirio provienen del siglo ix. Sin embargo, la tradición sobre su existencia piadosa, sobre sus milagros y su posterior martirio estaba muy arraigada ya entre los cristianos, de ahí que tanto Ragusa, como Tarento y otras ciudades europeas asegurasen tener alguna reliquia de este santo,(1) hasta el extremo de convertirse en uno de los más populares de la Edad Media.
En un primer momento ejerció la medicina, lo que aprovechó, dada su influencia como excelente médico, para infundir en sus pacientes la doctrina de Cristo y conseguir así muchos adeptos. Pero eran tiempos difíciles aquéllos. La persecución desencadenada por Diocleciano a principios del siglo iv -la décima contra los cristianos-, y continuada por sus sucesores Galio, Máximo Daia y Licinio, se ensañó particularmente en la Iglesia de Sebaste -conocida por ello como la ciudad de los mártires-, donde se produjeron numerosos martirios, unos diecisiete mil según el martirologio, entre los que se encontraron los cuarenta soldados de la Legio XII Fulminata, debidos al gobernador de Capadocia y Armenia, Agrícola. Entre los mártires se halla el obispo de la ciudad. Vacante la sede episcopal, las muchas virtudes de Blas contribuyeron a que fuese propuesto por unanimidad del clero para desempeñar el cargo.
El acoso a los cristianos arreciaba y San Blas huyó a las montañas, refugiándose en una gruta del monte Argeo, donde llevaba una vida eremítica, entregado a la penitencia, aunque de noche bajase a la ciudad para socorrer y consolar a sus fieles. Tal es el caso de San Eustracio, que esperaba en la cárcel el momento de su ejecución. San Blas obtuvo por dinero acceso a la prisión y pasó toda la noche confortándolo. Eustracio fue martirizado al día siguiente.
La hagiografía describe cómo, allá en el Argeo, las fieras esperaban en la entrada de la gruta a que el santo terminase sus oraciones para recibir su bendición y obtener la curación de sus males. Un cuervo le llevaba cada día un trozo de pan para su sustento.
El Edicto de Milán -conocido también como de La tolerancia del Cristianismo-, promulgado por Constantino el año 313, legalizaba el cristianismo, y aunque no lo hacía religión oficial del Imperio, sí devolvía las posesiones despojadas a las congregaciones cristianas. Esta calma permitió a Blas volver a su sede episcopal. Pero no por mucho tiempo, pues no habían transcurrido ni dos años cuando Licinio -Emperador de Oriente y enemigo de Constantino-, al ver que éste apoyaba a los cristianos, desencadenó nueva persecución contra la Iglesia. Y por segunda vez Blas emprendió su camino hacia el Argeo.
El propósito del prefecto Agrícola era acabar con los cristianos que tenía presos haciéndolos despedazar por las fieras en el circo. Para ello envió a sus sicarios por los bosques para cazar cuantas fieras pudiesen… Y allí, en la entrada de la cueva, sorprendieron al santo en contemplación, rodeado de sus amigos los animales. Pero los cazadores no osaron apresarle y, ya de vuelta en la ciudad, dieron razón a Agrícola de cuanto habían visto en el Argeo. Agrícola reaccionó y mandó de nuevo a sus soldados para que apresasen al santo eremita. Según otra versión, cuando Blas se percató de la presencia de los cazadores, ahuyentó a los animales para así evitar que los capturasen. Entonces los cazadores, en venganza, se lo llevaron preso.
En su traslado a Sebaste, una madre presenta ante Blas a su único hijo, moribundo a causa de una espina que tiene atravesada en la garganta. San Blas se compadece, le impone las manos, hace la señal de la cruz sobre la garganta del moribundo, reza y el niño se cura.
Ya ante Agrícola, éste procuró que Blas renunciase a su fe, pero él se negó, lo que le desencadenó una serie continuada de suplicios que el santo soportó estoicamente:
1º.- Fue apaleado con varas sin que los verdugos consiguieran arrancarle una sola queja.
2º.- Lo volvieron a la cárcel y al cabo de unos días fue presentado de nuevo ante Agrícola. Y de nuevo se negó a hacer sacrificios a los dioses. Lo ataron entonces al potro, donde fueron desgarrando su cuerpo con garfios o peines de hierro(2) como los usados por los cardadores de lana. Todo resultó inútil. El santo obispo aguantó el suplicio.
3º.- De nuevo fue reintegrado a la cárcel. En el camino hacia la prisión, su cuerpo iba derramando abundante sangre. De entre las personas que presenciaban su paso, se adelantaron siete mujeres, que recogieron la sangre del mártir para ungirse con ella. Son arrestadas y llevadas ante Agrícola, que procuró atraérselas con promesas e intimidaciones. Respondieron ellas que enviase sus dioses a la laguna próxima a Sebaste, para que, purificándose ellas, pudiesen ofrecer el sacrificio debido. Él mandó que así se hiciese, mas las matronas, asiendo las imágenes, las arrojaron a la laguna, diciéndoles: “Salvaos, si sois verdaderamente dioses”. Sabedor Agrícola de lo ocurrido, las sometió a tormento, pero alentadas por el ejemplo de su obispo, resistieron los suplicios con entereza; finalmente, fueron decapitadas. Una de ellas tenía dos hijos de tierna edad, que encomendó al cuidado del obispo.
4º.- Por tercera vez fue sacado Blas de la cárcel y llevado a la orilla de la laguna, seguido de un gran gentío. El obispo trazó la señal de la cruz sobre las aguas, que al instante se volvieron sólidas como el hielo y caminó -¿levitación?- sobre ellas hasta llegar al centro de la laguna, donde se sentó, a la vez que interpelaba al prefecto y a los asistentes, diciéndoles: “Si vuestros ídolos tienen algún poder, o si tenéis en ellos la más pequeña confianza, entrad también en la laguna y en nombre de vuestros dioses caminad por encima de las aguas para que su poder quede manifiesto”. Al oír estas palabras algunos de los presentes, invocaron el auxilio de sus dioses y avanzaron decididos en pos él, pero se ahogaron. Entonces, Blas se levantó y salió de nuevo a la orilla sin sufrir percance alguno.
De nuevo le planteó Agrícola el dilema: u ofrecer sacrificios o morir. Blas no se arredró y se mantuvo firme en su fe. Fue decapitado, junto con los dos niños que aquella mujer le había confiado, a las afueras de Sebaste. Corría, probablemente, el año 316 de nuestra Era. Los cristianos tomaron sus cuerpos y los enterraron con respeto y devoción. Su culto se extendió rápidamente entre los cristianos de Oriente.
Se le cuenta entre los catorce santos protectores, llamados así por tenérseles como abogados oficiales en las penalidades humanas, y especialmente de los males de garganta. Es tenido, también, como personal protector de los niños y en Rusia de los ganados, porque las bestias salvajes iban a su caverna del Argeo para que las bendijera. Igualmente, los cardadores y sombrereros lo consideran como tal. Curiosamente, ya en la Edad Media lo invocaban como patrono de los cazadores; patronazgo que no deja de ser chocante, tratándose de un santo que amaba y respetaba a los animales. También se le tenía como patrono de los porqueros y protector contra huracanes y tempestades.
En algunas diócesis de Europa el día de su fiesta se bendice aceite, en el que se sumerge el pábilo de una vela; y pan, vino, agua y sal para curación de enfermedades de hombres y bestias; y frutos que se reparten luego, indistintamente, entre personas y animales; se da la bendición por medio de dos velas cruzadas puestas sobre la cabeza de los devotos y se les unge el cuello con una candela mojada en aceite bendecido, mientras se decía como plegaria: “Por intercesión de San Blas, te libre Dios de los males de garganta”. Y si el enfermo era un niño, la madre repetía: “San Blas bendito, que se ahoga el angelito”. La imposición de cintas rojas bendecidas es igualmente muy común en algunos pueblos europeos y numerosas localidades extremeñas; imposición que antaño se hacía también con los animales en localidades cacereñas como Ahigal, Santibáñez el Bajo, Malpartida de Plasencia o en algunas poblaciones de la Vera. Otro ritual ya desaparecido en la también cacereña Sierra de Gata -como Cilleros (CC)- era tocar o pasar por el cuello de los animales domésticos el báculo del santo. De este modo se prevenía al animal contra la mordedura del lobo. En Zorita (CC), a principios del siglo pasado existía un báculo que había pertenecido a cierta imagen de San Blas, “y los que querían preservarse de las enfermedades de la garganta se ponían al cuello el mango del báculo (que era cayado de pastor) y le daban vueltas alrededor, rezando un Padrenuestro por cada vuelta”. (Hurtado, 1902: 133-134). Así pues, San Blas es el santo gargantero por antonomasia. Ya en el Corbacho, el Arcipreste de Talavera (1930:204, lib. II, cap. I) nos manifiesta que en el siglo xv era popular la maldición de que Espina o huexo comiendo se le atravesase en el garguero, que Sant Blas non le pusiese cobro” .
Se le representa con dos velas cruzadas en una mano, con el peine de hierro, con el niño al que sacó la espina, con un puerco -que un lobo había arrebatado a una mujer, a la que le fue devuelto por orden del santo- o, incluso en la cueva, rodeado de bestias del bosque. La Iglesia oriental le venera el 11 de febrero. La latina el 3 del mismo mes.
Así pues, el obispo de Sebaste pasó a formar parte de los médicos milagreros, como los hermanos gemelos Cosme y Damián y San Pantaleón, personaje éste que guarda gran similitud con aquél, ya que en ambos se perciben indicios simbólicos que suponen por encima de la verdad real, como escribe Atienza (1977:184-185), “la realidad primigenia de un mito ocultista”, donde está patente el “contacto directo con la Naturaleza”.
También a Pantaleón le presentaron un niño, éste, mordido y muerto por una víbora. El médico imploró la ayuda divina. El niño resucitó y la víbora murió. Más tarde curó a un ciego. Fue acusado de cristianismo por sus celosos colegas y detenido. Intentaron que renegase de su fe, pero en vano. Lo ataron al potro y desgarraron sus carnes con garfios de hierro; le aplicaron teas encendidas sobre las heridas; fue arrojado a una caldera de plomo fundido, que se heló al contacto del cuerpo del santo; fue arrojado al mar con una gran piedra atada a su cuello, pero él regresó a la playa caminando sobre la superficie de las aguas; fue llevado al circo y las fieras se rindieron a sus plantas sin hacerle el menor daño; se le sometió al suplicio de la rueda; fue azotado y finalmente condenado a la decapitación, para luego reducir su cuerpo a cenizas. Lo ataron a un olivo. El verdugo alzó la espada para ejecutarlo, pero en el momento de dar el golpe el hierro se ablandó y el mártir ni siquiera recibió el metal sobre su cuello. En ese momento el mismo Pantaleón suplicó a sus verdugos que cumpliesen la sentencia. Los verdugos, que inicialmente se resistían, accedieron por fin, y cumplieron el veredicto. Saltó la sangre e instantáneamente floreció el olivo y se llenó de frutos. El cuerpo no fue quemado. Los soldados no se atrevieron y los cristianos pudieron llevarse su cuerpo para darle sepultura.
Para Atienza (1977:170) la leyenda hagiográfica de San Pantaleón es una historia en clave, que tiene su origen en la tierra donde nació, ya que en la zona de Asia Menor -Nicomedia, la actual Turquía- “es comarca originaria de los más profundos cultos mistéricos”, pues los de Cibeles, Atis y Mitra proceden de allí.
Y si el origen de la leyenda de San Pantaleón (1977:171) surge como una conjunción de elementos mistéricos y ocultos al mismo tiempo, “ocultos por su carácter de prohibidos, que habrían sido anatematizados inmediatamente por la Iglesia triunfante si se hubiera sospechado su identidad ancestral”, cabria decir lo mismo de la hagiografía fabulosa de San Blas, ya que en su vida y en su martirio se perciben igualmente reflejos de un simbolismo si no mistérico, sí iniciático, o de ambas cosas a la vez, ya que también él tuvo que superar pruebas indecibles, impensables para un ser humano normal; pruebas a las que puso fin con su propia decisión al solicitar del verdugo la muerte, como demostración palpable de que era digno de ser tenido entre los elegidos, capaces de inmolarse por la divinidad. Recuérdese en este sentido -como indica Atienza (1977:176-177)-, “que también las religiones mistéricas tuvieron sus pruebas cruentas de iniciación y que los sacerdotes de los misterios frigios llegaban a la autocastración con cuchillos de pedernal -porque el metal era maldito- en recuerdo hemolátrico del paralelo sacrificio del dios Attis”.
Pero retomemos al santo de Sebaste. Según los mitólogos, San Blas es la encarnación cristiana de Orfeo, el poeta -anterior incluso a Homero para el logógrafo griego Hellánicos de Lesbos- y músico -según la mitología era hijo de la musa Calíope, lo que le relacionaría con el arte- de las leyendas tracias. Si Orfeo lograba dominar y llevar en pos de su música a los animales, y aun a las plantas y a las rocas, San Blas usó como lira su amor hacia ellos. Pero a Orfeo se le atribuyó, además de la invención de la lira, la de los ritos mágicos y adivinatorios. Y puede añadirse que para los artistas cristianos primitivos Orfeo se presentaba como una prefiguración pagana de Cristo en su descenso al limbo de los justos -recuérdese que Orfeo bajó a los inviernos en busca de su esposa Eurídice- y como cautivador de todas las criaturas. Se dice que en el momento en que comenzó “la historia positiva de Grecia, es decir, a mediados del siglo vi a. de J.C.”, (Espasa, tomo XL: 292) Orfeo (3) era ya el objeto de múltiples tradiciones de origen muy oscuro, pues se le celebraba como argonauta, como poeta y como fundador de los cultos ancestrales y adivino, y “al desarrollarse en los territorios que integraban la antigua Grecia, junto à la religión popular, una secta de teólogos que perseguían una reforma à la vez dogmática y moral, […] sus directores, a fin de disimular la novedad de la doctrina que predicaban, consideraron prudente imaginarla al amparo de un nombre en cierta manera consagrado, y por esto se llamaron órficos”. De ahí que los jefes o cofundadores de este movimiento teológico, atribuyeran a Orfeo sus fórmulas mágicas o de purificación, su teogonía, sus himnos sagrados, etc., al objeto de propagar sus ideas.
Sobre la muerte de este personaje mítico o legendario corrieron dos leyendas. La más conocida dice que Orfeo murió a manos de las mujeres tracias, excitadas por Baco, que vio en él un rival dispuesto a destronarlo. Otra tradición sustenta la idea que las ménades desgarraron el cuerpo de Orfeo porque abandonó por el de Apolo el culto de Dionisio-Zagreo. Aunque los órficos “hacían provenir de Tracia los misterios báquicos que se identificaban à menudo con los órficos, y cuya fundación, o por lo menos transformación, se atribuía igualmente a Orfeo”. (Espasa, tomo XL: 293)
No debe extrañar, pues -como escribe Félix Barroso Gutiérrez al tratar la fiesta de Nuñomoral (CC), (1982:7) que los ritos de San Blas jurdano, como el de otros pueblos extremeños respondan “a vestigios culturales remotísimos, donde descuella un papel primordial el factor mágico-animista. Todo ello hay que ligarlo con un sustrato religioso, común a numerosos pueblos del viejo continente y que a lo largo de los tiempos, se ha ido particularizando según los lugares y según los aditamentos añadidos por la Iglesia”. Y tal parece, sin nos fijamos en lo expuesto más atrás: bendición del pan, del vino, del agua y de los frutos, que se daban como alimento tanto a personas como a animales; velas cruzadas; unción con aceite de la garganta; colgar cintas- amuletos o talismanes,(4) al fin y al cabo -en el cuello; etc.- como muestras de una magia ritual que nos allegan a la Prehistoria y a rituales primitivos, tal vez totémicos o iniciáticos de origen órfico, destinados a acercar el hombre a la divinidad y viceversa. ¿Iniciáticos he dicho? Juan G. Atienza escribe (1977:185-186) que se da el caso de que, en determinadas localidades próximas a los que él llama núcleos mágicos, el culto a San Blas adquiere caracteres ocultistas más puros. Tal es el caso de Logrosán,(5) donde hasta no hace muchos años subsistió una fraternidad de corte originariamente esotérico, llamada hermandad de San Blas, precisamente. Entre sus hábitos y costumbres se guardaban una serie de reglas en las que dominaba tanto el secreto como los ágapes iniciáticos, pruebas para los neófitos que solicitaban su ingreso en la cofradía y, sobre todo, “ese principio de mutua protección que ha distinguido, desde que el mundo es mundo, a los miembros de las sociedades secretas”.
Y Atienza añade que la hermandad de Logrosán, de origen que se remonta a la Edad Media, era conocida por los logrosaniegos como de los Borrachos, por las libaciones que efectuaban en el ágape de la fiesta patronal. El origen de tales libaciones estaría en un antecedente dionisíaco de aquella asociación, que subsistió latente bajo su forma cristiana. La cofradía, además, tuvo siempre a gala su laicismo. Jamás fue presidida por ningún miembro de la Iglesia, ni siquiera a título honorífico. Y sus estatutos, como la enseñanza druídica, estaban en la memoria de su jefe, el Hermano-Regla, y nunca fueron escritos.
Según me informa el profesor Esteban Cortijo -natural de Cañamero, localidad próxima a Logrosán, que ha estudiado el tema-, las primeras noticias de la hermandad logrosaniega se deben a Roso de Luna, y añade que dicha hermandad no tenía en absoluto el carácter esotérico y anticlerical que Atienza le atribuye. Era una hermandad de amigos que se reunían en fechas señaladas para confraternizar y tomar unas copas como hoy lo hace cualquier peña de camaradas, y que el Hermano Regla -entre otras- tenía la función de mantener el orden y cierta moderación en el beber de los cofrades. Y que si nunca formó parte de la misma ningún eclesiástico fue por su carácter puramente laico, donde hubiese estado mal vista -en una sociedad tan puritana y pacata como la de entonces- la presencia eclesiástica, debido a las libaciones etílicas -siempre exageradas- que el pueblo atribuía a la hermandad. Estos cofrades el día de San Blas participaban en una carrera a caballo, en que se tenía como objetivo decapitar con la espada simbólica de la hermandad un gallo colgado a cierta altura en una de las calles del pueblo.
La cofradía de Logrosán ya no existe, pero sí otra en Pasarón de la Vera (CC) que es llamada igualmente de los borrachos. Este apelativo le viene -según me informa el secretario de la Cofradía- porque el día de las Candelas las cajas(6) salen por el pueblo anunciando la festividad de San Blas. La Cofradía, con sus tambores dan más de una vuelta al pueblo y son obsequiados cada cierto tiempo, entre otras cosas, con vino, por lo que hay cofrades que terminan las rondas algo ebrios.
Igualmente, en Puerto de Santa Cruz (CC) existió hace algunos años otra cofradía de San Blas. Cillán Cillán (1997:73-74) dice haber localizado tres capítulos de las ordenanzas más antiguas de dicha congregación. Uno de ellos, el XX, que está dedicado al oficio de diputado, recoge la antigua costumbre de comer en hermandad el día del Patrón, tradición “que desapareció a comienzos del siglo xviii por orden de los visitadores del obispado, tal vez por los abusos que se venían realizando, a pesar de que unos días antes, en asamblea, se votaba si ‘se había de comer o no’, y los acuerdos eran vinculantes. Los diputados estaban obligados a ‘buscar la carne, el vino y todo lo demás que fuese necesario y guisar de comer y poner las mesas y haçer lo demás que convenga para la dicha comida juntamente con el mayordomo y a cobrar el repartimiento que aquel día fuese fecho’”. ¿Otra hermandad de borrachos?
Pero pasemos a otro tema.
En el mundo clásico, una cista era una especie donde se guardaban, por ejemplo, ungüentos o joyas. Y más concretamente la Mysticae Cistae -literalmente cofre sagrado- era una cesta que se utilizaba en las ceremonias de iniciación en los cultos agrícolas de Deméter y Ceres o en los de carácter mistérico, como los de Dionysos y Baco. Estas cistas -cuyo contenido no estaba permitido ver a los profanos- eran portadas por los cistóforos o por jóvenes relacionadas con el culto, hasta el templo de la divinidad festejada. En el culto eleusino, ritos anuales de iniciación a los ritos de las diosas agrícolas Deméter y Perséfone, que se celebraban en Eleusis, pequeña ciudad agrícola productora de trigo y cebada, a unos 30 kilómetros de Atenas, según Caro Baroja (1974:55) el contenido de las cistae era variado, “pero predominaban las tortas y pasteles de formas diversas” hechos con harina de cereales de distintas clases, flores, frutos y también “pasteles redondos”. El contenido de las cestas era conocido como mundus o mundum cereris.
Esto nos lleva a reconocer que otra característica propia de la celebración de San Blas -existente en numerosos pueblos españoles y por supuesto también extremeños-, es la relacionada con la fabricación de tortas, bollos, o roscas que, una vez bendecidas, son repartidas o adquiridas por los fieles por la creencia de que éstas tienen virtudes curativas o preservativas.
En Baterno (BA) no pueden faltar las conocidas como roscas de candelilla; en Cáceres capital, una de las costumbres más arraigadas los las tradicionales roscas del santo, fabricadas con harina y anís en grano; en Campo Lugar (CC) se ofrecen los típicos hornazos y bollas durante la misa; en Garrovillas (CC), las tardes del 2, 3 y 4 de febrero, las jóvenes llevan al paseo cestas con el clásico bollo -el bollu chorizu- en forma de paloma, elaborado con pan y anís, y en cuyo buche se le introduce un chorizo de lomo y en la parte posterior del abdomen un huevo cocido, perrunillas, quesadillas, buñuelos, etc.; en Montánchez (CC), del día de San Blas, al finalizar la misa, unas cuarenta jóvenes recorren el pueblo llevando sobre sus cabezas las populares tablas, unos tableros profusamente adornados, con ramos de ofrendas de repostería, especialmente escaldones, muérdagos y escabeches que terminarán convirtiéndose en dinero para el santo; la Puebla de Sancho Pérez (BA) son típicos los perritos -¿o lobos? (Domínguez Moreno. 1992:9) hechos con masa dulce, “donde parece que se respira un trasfondo totémico y se observa una estrecha vinculación al mundo pastoril al amparo del mismo San Blas”; en Puerto de Santa Cruz (CC) son también tradicionales las roscas del santo, al igual que en Segura de León (BA), donde, con fines curativos y preventivos, se cuelgan de un cordón, generalmente rojo, aunque se admiten de otros colores con diferenciación según el sexo de quien lo lleva, los roscones bendecidos. Así pues, estas tortas, así como los cestos o canastos donde son depositados y transportados a la cabeza -caso de Montánchez- y las jóvenes que las transportan son rememoración de aquellas otras doncellas que portaban las cistae en honor a Ceres o Deméter, diosas de las cosechas y del trigo, al igual que en las Grandes Dionisias griegas, donde detrás de la imagen del dios marchaban las cenéforas -o cestéforas- doncellas que conducían canastillas con frutas y culebras astadas. En otros lugares, delante de la imagen de un santo titular, durante la procesión del mismo, iba un joven con un ramo o algo que se le asemeje.
En el ramo o en la enramada de muchos pueblos, entre ellos los extremeños, se vislumbran restos de antiguos ritos relacionados con el culto al árbol, con un significado religioso de fecundidad, directamente enlazados con los conceptos y mitos de renovación, muerte y resurrección. Así, los godar o sacerdotes escandinavos celebraban sus cultos originariamente al aire libre, bajo árboles custodios, cerca de fuentes sagradas, símbolo del origen de la vida, antes de usar templos de madera. O los druidas celtas que otorgaban una especial importancia a los árboles y era habitual que celebrasen sus rituales en bosques de robles. O como el árbol de mayo, que refleja el arcaico rito de regeneración colectiva en la primavera.
Durante las fiestas que se celebraban en Atenas en honor a Dionisos, el dios del vino, un muchacho ateniense llevaba procesionalmente una rama de olivo adornada con pedacitos de lana blancos y morados y cubierta con frutos de diferentes clases, mientras el coro cantaba las excelencias de aquellos frutos. La procesión seguía hasta el tempo de Apolo, ante cuya puerta se depositaba el ramo sagrado. “Ramos semejantes -añade Frazer (1914:238)- adornados con higos, uvas, aceitunas, miel, etc., eran colgados al propio tiempo en las puertas de las casas atenienses, quedando allí por espacio de un año, después del cual era renovado” y que mientras el ramo se colgaba a la puerta, un muchacho, cuyos padres debían estar vivos, recitaba versos alusivos a los frutos que llevaba suspendidos. Solemnidad que, según Aristófanes, fue instituida “para pedir a los dioses que acabara con un período de sequedad y miseria que amenazaba diezmar a la población ateniense”.
La presencia del árbol se patentiza también en los festejos que a San Blas dedican numerosos pueblos extremeños, tal vez como símbolo religioso de fecundidad y regeneración, de divinidad como árbol de la vida… Así, en Gata (CC) el ofrecimiento del Ramo al santo es una parte importante de la fiesta. Un romero sostiene un palo -estilización del árbol- de donde penden cintas de colores que son tejidas y destejidas por las rameras a la vez que cantan y danzan en torno a él; en Las Mestas también se ejecuta la danza del Ramo, que tiene como centro un ramo generalmente de tejo, pero que también puede ser de laurel o de pino; en Nuñomoral, los llamados mozos de la danza o ramajeros cortan un arbolillo o una rama de tejo y la adornan con cintas de colores, naranjas, roscones de pan, dulces caseros, tabaco y botellas de vino; Ramo que queda expuesto junto al altar mayor de la iglesia hasta la mañana de la fiesta de San Blas. Según Barroso Gutiérrez (1990: 235-236), una vez terminada la misa, comienza la procesión, y los ramajeros al llega a la altura del Ramo, hacen una reverencia y cuando dan la vuelta y se ponen cara al santo, hacen lo mismo. Ya en la plaza se coloca al santo sobre una mesa y a su lado se sitúa el mozo que lleva el Ramo. Es el momento en que las personas ofrecen sus dones a San Blas, donativos que antiguamente eran productos de la tierra -lino, patatas, aceitunas, castañas, roscones de pan, cabritos…-, que hoy han sido sustituidos por dinero en efectivo. Y concluidas las ofrendas, se pasaba al baile propiamente del Ramo. “Hace unos años -matiza Barroso Gutiérrez-, al concluir la danza, el Ramo era sacado a la puja; hoy en día es rifado por el sistema de papeletas o boletos, vendidos en los días precedentes a las fiestas”. En Pasarón de la Vera (CC), la Hermandad de San Blas es la encargada de preparar el ramo, un armazón troncocónico cubierto de ramas verdes y de roscas, que se coloca sobre una andas engalanadas que son portadas por cuatro jóvenes. Los vecinos compran las roscas y el dinero recaudado pasa a engrosar el peculio de la Hermandad. En Valencia del Ventoso (BA) adornan al Santo con romero, roscas de pan y cordones colgantes, romero, roscas y cordones que los vecinos también llevan a misa para que los bendigan; las roscas son consumidas más tarde en medio de una alegría general.
Pero volvamos a Dionisos-Baco, conocidos como Liber o Liber Pater, el libre, entre los latinos-etruscos, nombre que dio origen al verbo libar -beber vino- o hacer libaciones de vino a los dioses, y al que los sabinos llamaron Leobasius.
Para los mitólogos parece indiscutible que Dionisos-Baco es la síntesis de varios personajes que el sincretismo de los tiempos unificó en una sola personalidad. Así, sería la conjunción de una deidad griega de la Naturaleza y de otro tracio o frigio como Sabacio, el dios de la cebada, de modo que el descubrimiento de la cerveza y el posterior del vino fueron asociados por los agricultores a un mismo dios. Para otros, su personalidad parecía ser el resultado de una fusión entre un dios griego del vino y de los viñadores y de una deidad tracia de culto mistérico en el que figuraba un alegre cortejo de sátiros, silenos, ménades y bacantes. Así pues, Dioniso sería -según James (1984:161-162) “mucho más que un dios de la vegetación, aunque exhibiera esas funciones y atributos como deidad de los poderes de la naturaleza, con una muy considerable clientela de adeptos”.
Pues bien, en honor a Dionisos-Baco se celebraban las enisterias, fiestas destinadas a los adolescentes, en las que los jóvenes bebían su primera copa de vino, simbolizando así su entrada en la virilidad, y las antisterias. Éstas celebraciones rituales tenían lugar entre el 11 y el 13 del mes antesterion -marzo- en Atenas, y las flores -antohs, flor- que florecían ese mes. El primer día era llamado Pithoigía, porque en su transcurso se bebía vino de la cosecha anterior, conservado en toneles -pitos- de barro cocido; el segundo día era el de los jarros, que festejaba el final de la fabricación del vino con una procesión hasta el templo de Dioniso-Baco -el Lenaion-, donde tenía lugar la representación del misterio de las bodas del dios con Koré. Y el tercer día, llamado de las marmitas, se destinaba a honrar a los muertos. (Vermant, (2001:181). Igualmente, en el segundo día de las fiestas había un concurso de bebedores. Se llenaba un cántaro de vino y se trataba de ver quién se lo bebía lo más rápido posible.
¿Pero qué paralelismos puede tener este dios del vino con San Blas? Además de las ya mencionados misterios órficos y la posibilidad de que Orfeo hubiese inventado los de Dionisos, deben citarse las cistas o cestas con roscas y otros productos que se usaban en las ceremonias de iniciación de Ceres o del dios griego y que aparecen en las fiestas de San Blas, o que las bacantes, adoradoras de Baco, domesticaban leones y panteras que hacían aparecer durante las bacanales… ¿No recuerda esto la familiaridad y el trato que el santo de Sebaste tenía con las fieras del bosque? También Dionisos era taumaturgo, con poderes para obrar milagros, y médico que curaba “los cuerpos y las almas, principalmente por la purificación, ya sea por medio del agua, del fuego o del aire”. (Espasa, tomo VII, p.70). Y si el de Sebaste vio cómo desgarraban sus carnes con garfios, Dioniso fue desmembrado por los Titanes y hervido en una caldera -¿el mar al que fue arrojado nuestro santo?-, aunque más tarde fuera reconstruido por su abuela Rea, que le devolvió a la vida y luego, por orden de Zeus, Hermes lo transformó temporalmente en un chivo o morueco, regalándolo a las ninfas del mote Nisa -¿el Argeo de San Blas?- que lo cuidaron en una cueva… (Graves, 1985:130). Cueva que apareció también en su juventud, pues cuando el joven Dioniso desembarcó en Tracia tuvo que arrojarse al mar para escapar de Licurgo, que se oponía a la instauración de su culto en su reino, lo que obligó a la diosa Tetis a ocultarlo en una cueva de las profundidades marinas durante algún tiempo, de donde salió después de una especie de iniciación clandestina. (Vermant, 2001:181).
Graves añade también que a Dionisos se le describe como un niño cornudo, aunque sin particularizar si los cuernos “eran de cabra, de ciervo, de toro o de morueco” pues ello dependía del lugar donde se le rindiera culto. ¿Hará referencia a esta representación la presencia de machos cabríos en algunas localidades extremeñas, como Ahigal (CC), donde la víspera de San Blas los quintos paseaban un macho engalanado por todo el pueblo; en Santibáñez el Alto (CC), con lo mozos corriendo el macho adornado de flores y serpentinas, al igual que en el otro Santibáñez, el Bajo, donde al mismo tenor los quintos comían el macho que engalanaron la víspera?
Pero aún hay algo más que nos recuerda especialmente a la fraternidad o cofradía de los Borrachos de Logrosán. Entre los griegos estaba mal visto emborracharse, excepto en el contexto concreto de las Antesterias de los concursos de bebedores. Juan Carlos Rodríguez dice que aparte de estos cultos, que eran oficiales de la ciudad, había otras agrupaciones más privadas, en las que se juntaban varones a beber, donde incluso estaba mal visto emborracharse. Y añade que “incluso según van pasando los siglos, en el siglo ii ya hay noticias de que existía como el personaje con la varita que al que se pasaba le llamaba la atención”. ¿El Hermano Regla de Logrosán?
Estas asociaciones o congregaciones báquicas privadas -según Juan Carlos Rodríguez- también se dieron en Roma; congregaciones secretas de las que se tienen pocas noticias. “Lo que sí se sabe, por ejemplo, es que en el período romano cuando en el siglo ii se dan cuenta de que hay ‘bacanales’, y que hay agrupaciones de estas que pueden suponer un peligro para la propia sociedad romana, se decide prohibirlas y se hace una persecución y matanza”,… Asociaciones incluso de mujeres; clubes de asistencia o de incorporación restringida a un número concreto de féminas…
Y para concluir, un último detalle: ¿cómo concordar la celebración de las Antesterias dedicadas a Dionisos, ubicadas entre el 11 y 13 de marzo, con la de San Blas, del 3 de febrero? Sencillamente, el mes antesterión -de anthos, flor, de ahí fiesta de las flores- era el octavo mes ático, que tras los cambios promovidos primero por Julio César -calendario juliano- hacia el 46 antes de nuestra Era, y más tarde por el papa Gregorio XIII -calendario gregoriano-, pasó a corresponder en este último a finales de febrero y principios de marzo, una diferencia de fechas que en sí puede considerarse insignificante si tenemos en cuenta que tal diferencia pudo deberse a los ajustes efectuados en el paso de un calendario a otro, o -siendo mal pensados- a que la Iglesia pudo manipularlas para evitar suspicacias en las concordancias. No sería la primera vez que tal hiciera.
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NOTAS
(1) En Cifuentes (Guadalajara), había un convento de Santo Domingo, donde, según decían, se hallaba el sepulcro del santo de Sebaste.
(2) Por eso en algunos grabados antiguos se le representa con un rastrillo y también con un cirio encendido, símbolo
de su afán por curar enfermedades.
(3) Por eso en algunos grabados antiguos se le representa con un rastrillo y también con un cirio encendido, símbolo
de su afán por curar enfermedades.
(4) Talismán. Del árabe talism, conjuro, encantamiento, y éste del griego bizantino télesma, rito religioso. Objeto, a veces con figura o inscripción, al que se atribuyen poderes mágicos, y que entre los pueblos primitivos solía estar relacionado con la magia simpática o analógica.
(5) Cuenta Mario Roso de Luna -Logrosán (legajo histórico)-, al explicar el posible origen del topónimo Logrosán, que en un enfrentamiento entre moros y cristianos durante la Reconquista, el ejército de los segundos fue derrotado en las inmediaciones del cerro de San Cristóbal, en Logrosán. El jefe cristiano, natural de Guadalupe, escapó herido y pudo refugiarse en un matorral de escobas y helechos que rodeaban a una límpida fuente, donde lavó sus heridas y apagó su sed. Sin duda -como escribe Roso- el agua fría de la fuente, obrando como sedante y cicatrizante poderoso hubo de poner al guerrillero en vías de curación, y curado ya se unió a sus gentes, ponderando las excelencias de la fuente en que LOGRO SANAR Pasó el tiempo, comentáronse por unos y por otros las virtudes de la fuente; hablase del sitio en que aquel jefe logró sanar y el sitio de Logrosanar fue conocido por todos los contornos. Vino después la poderosa lima del tiempo y por síncopa o contracción al uso suprimió la terminación “ar”, de larguísima cacofonía y quedó así constituido el nombre de Logrosán. Dejando aparte el motivo que guió a Roso de Luna en el intento de buscar los orígenes de su pueblo natal, ¿no resulta significativa la aparición de una fuente, considerada como símbolo del origen de la vida? ¿Es por ello que Atienza considera a esta localidad cacereña lugar mágico?
(6) Nombre que reciben los dos tambores que salen la víspera de la Inmaculada, de los difuntos, de San Blas, Navidad y Reyes anunciando al pueblo tales celebraciones.