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INTRODUCCIÓN: EL SUEÑO DE CORTÉS
Recogida por diversos cronistas, la vida y figura del conquistador español, Hernán Cortés, incorpora en ocasiones elementos arquetípicos que la envuelven del mismo modo que ocurre con diversos personajes históricos cuyos perfiles se alimentan de elementos externos a los mismos. De entre los datos a menudo ambiguos que tenemos de Cortés, llama poderosamente la atención un suceso que es narrado, entre otros, por Francisco Cervantes de Salazar en su Crónica de la Nueva España, concretamente en su capítulo «Del pronóstico que Hernando Cortés tuvo de su buena andanza», donde podemos leer los siguientes párrafos:
«No es de pasar en silencio, antes que trate las pasiones que Cortés tuvo con Diego Velázquez, el pronóstico que él muchas veces contó de la prosperidad en que vino; porque con haber estado en Puerto de Plata con otros dos compañeros, tan pobre que se huyeron por no tener con qué pagar el flete, estando en Azúa sirviendo el oficio de escribano, adurmiéndose una tarde soñó que súbitamente, desnudo de la antigua pobreza, se vía cubrir dericos paños y servir de muchas gentes extrañas, llamándole con títulos de grande honra y alabanza; y fue así que grandes señores destas Indias y los demás moradores dellas, le tuvieron en tan gran veneración que le llamabanTeult, que quiere decir «dios y hijo del sol y gran señor», dándole desta manera otros títulos muy honrosos; y aunque él como sabio y buen cristiano sabía que a los sueños no se había de dar crédito, todavía se alegró, porque el sueño había sido conforme a sus pensamientos, los cuales con gran cordura encubría por no parescer loco, por el baxo estado en que se vía, aunque no pudo vivir tan recatado que en las cosas que hacía no mostrase algunas veces la gran presunción que tenía en su pecho encerrada. Dicen que luego, después del sueño, tomando papel ytinta dibuxó una rueda de arcaduces; a los llenos puso una letra, y a los que se vaciaban otra, y a los vacíos otra, y a los que subían otra, fixando un clavo en los altos. Afirman los que vieron el dibuxo, por lo que después le acaesció, que con maravilloso aviso y subtil ingenio, pintó toda su fortuna y subcesos de vida.
Hecho esto, dixo a ciertos amigos suyos, con un contento nuevo y no visto, que había de comer con trompetas o morir ahorcado, e que ya iba conosciendo su ventura y lo que las estrellas le prometían; y así de ahí adelante comenzó más claro a descubrir sus altos pensamientos, aunque, como luego diremos, la fortuna le contrastaba cuanto podía para que entendamos que, como dixo Aristóteles, la virtud y la ciencia se alcanzan con dificultad».
El texto del cronista toledano recoge un sueño premonitorio en el cual a Cortés se le anticipaba toda la gloria, bien que de forma confusa y alegórica, que halló en Tierra Firme, es decir, en Nueva España, donde se desarrollaron los célebres episodios que acarrearon la caída del imperio azteca y la incorporación al orbe cristiano y a la Monarquía Hispánica de estos vastos territorios con capital en Tenochtitlán.
No es, sin embargo, el propósito de este trabajo analizar tan complejo tiempo histórico, sino tratar sobre las relaciones entre una institución tecnológica: la rueda de arcaduces, que sirvió para «ilustrar» el sueño de Cortés, y la idea de Fortuna que llevaba acarreada. Se trata, en definitiva, de mostrar hasta qué punto, muchas de las consideradas«grandes Ideas» o «Ideas filosóficas», no han descendido desde un cielo hiperuránico o han ascendido desde un profundo mentalismo, sino que, muy al contrario, se surten de artefactos y objetos concretos, corpóreos en suma.
En efecto, el sueño descrito por Cervantes de Salazar o Bernal Díaz del Castillo, aun soportado en la imagen de una ruedade arcaduces, describe el futuro perfecto –terminado– que situaba a Cortés como gran señor, empleando incluso un vocablo –Teult– ajeno a la lengua española que hablaban el conquistador y sus cronistas. Un futuro, en todo caso, que sólo pudo serlo, visto de forma retrospectiva, en cuanto convergente con la realización de un futuro infecto –inacabado, en construcción–, el que incluía las acciones del propio Cortés, entre las que se puede citar la también mitificada «quema de naves» olas alianzas establecidas con los tlaxcaltecas, pueblo sometido por los aztecas a cuya cabeza se situaba Moctezuma.
Lo que interesa a nuestro propósito, es la conexión entre la rueda y la Fortuna, razón por la que habremos de manejar antecedentes de esta relación, pues, en ningún caso, el sueño de Cortés tuvo originalidad alguna al unir suerte y rueda.
LA RUEDA. ETIMOLOGÍA Y REPRESENTACIÓN
Los primeros indicios que se tienen en relación con la aparición de la rueda, pudieran ser una serie de anillos de marfil de elefante aparecidos en yacimientos auriñacienses (1), si bien no se pueden descartar otros usos para estas reliquias que, en efecto, permitían hacerse rodar. Como es bien sabido, las ruedas, unidas a ejes, dieron lugar a artefactos tan importantes como los tornos de alfarero o la rueda de moler cereal. Por su parte, la presencia de ruedas, en su dimensión simbólica, es también muy lejana. En efecto, en la India se encuentran representaciones de esvásticas, palabra de origen sánscrito cuyos significados, no en vano, son: «auspicioso», «afortunado», etc. Pero si la esvástica –que reaparecería con fuerza durante el nazismo ligada a otro mito: el del progreso–, desde el Neolítico, se halla a menudo inscrita en diversos soportes de dos dimensiones, las reliquias más antiguas que se conservan de ruedas empleadas con fines prácticos nos hacen retroceder al menos 5. 000 años en el tiempo.
La indagación etimológica, como se observa, nos puede dar importantes pistas en torno a las aludidas conexiones entre Fortuna y rueda. Un salto en el tiempo nos colocará frente al vocablo que los griegos empleaban para referirse a la rueda:κυκλος (círculo), que en latín será cyclus. La palabra, incorporada con pocas variaciones al español, abre otra vía de investigación, pues ciclo dice repeticióny nos sitúa ante el probable origen significativo de las representaciones de diversas ruedas y figuras semejantes. Este conjunto de símbolos, aluden a un orden astrológico, estacional, agrícola en definitiva. Los sacerdotes e intérpretes de las señales del cielo, situados en una perspectiva propia de religiones secundarias (2), una vez eliminados de su mundo entorno los rivales directos (los númenes animales), con las deidades proyectadas sobre la bóveda celeste en forma de «zoodiaco», e integrados en sociedades que dominan las técnicas de la agricultura, confiarán, tendrán fe, en que el ciclo de la vida, desde la diaria aparición y ocaso del sol, al paso preciso de las estaciones, se repita; que las semillas enterradas en la tierra, germinen y den sus frutos.
Por lo que respecta a una representación de la fortuna más desarrollada, con aspecto personiforme, en Grecia nos encontramos con Tiqué (Τυχη), hija de Tetis y Océanos, aunque otros la consideran hija de Hermes y Afrodita. Por su parte, la mitología romana tiene a la diosa Fortuna (Fors) pero, sobre todo, su panteón contaba con otra diosa, la diosa Ocasión, representada como una bella mujer situada de puntillas sobre una rueda, con un cuchillo en la mano y con alas en los pies oen la espalda, por delante se observaba un hermoso mechón de pelo en su frente y calva en el resto de s u cabeza, lo que dió origen al popular dicho.
Paralelamente a la elaboración de los relatos mitológicos, los ingenios hidráulicos se fueron desarrollando en Grecia. Ya en funcionamiento, las ruedas recibirán un trato sistemático por parte de autores como Filón de Bizancio, quien trata de las mismas en el libro Pneumática. Posteriormente, en Roma, muchos son los autores que aluden a las ruedas hidráulicas –Lucrecio, Estrabón, Tertuliano– entre los que destaca Marco Vitruvio, padre de la llamada rueda vitruviana. Démosle la palabra al autor de Los diez libros de Arquitectura:
«Asimismo en los ríos se construyen ruedas de una manera semejante a las precedentementedescritas . En torno a su frente se fijan unas paletas que, cuando son impelidas por el ímpetu dela corriente del río, hacen girar las ruedas; y así, sacando el agua en los arcaduces, la hacen ascender sin necesidad de la intervención de los hombres, y por el solo empuje de la corriente delrío suministran el agua que para el uso sea menester» (3).
Roma nos aportará la raíz de la palabra rueda ahora manejada en español. Su origen es el vocablo rota, vocablo de raíces indoeuropeas que hace referencia a esta institución cíclica.
Paralelamente al desarrollo tecnológico, y en un plano simbólico, surgieron sistemas adivinatorios que incorporaron imágenes referenciales entre las que pudieron incluirse diversos ingenios. De origen incierto, la primera referencia escrita acerca del tarot en Europa, es un manuscrito italiano (Trattato de governo della familia di Pipozzo) de 1299, donde ya se habla de naipes en los que pudieron incorporarse representaciones de ruedas ligadas a la suerte, al azar. Estamos situados ya en plena era eotécnica, si nos atenemos a la clasificación dada por Lewis Mumford en su Técnica y Civilización(4), y el nexo rueda-Fortuna, parece estar plenamente consolidado.
2. RUEDA Y FORTUNA EN LA LITERATURA ESPAÑOLA
Pero regresemos a la España imperial. En el mundo en el que se movió Cortés, las ruedas hidráulicas y la simbología de éstas eran ya cosas corrientes, razón por la cual no resulta extraño que en su sueño aparecieran imágenes tan recurrentes. La tradición literaria tenía ya en la rueda de la fortuna, uno de sus recursos habituales. Veamos:
Décadas antes del nacimiento del conquistador de Tenochtitlán, el poeta toledano Juan de Mena, formado en la misma universidad salmantina a la que acudió brevemente Hernán Cortés, publicó su obra Laberinto de Fortuna, también conocida como Las Trescientas, dedicada al rey Juan II y de inspiración dantesca, en la cual, al margen de la presencia de la Fortuna en el devenir de los hombres, seda una visión mecanicista del mundo, movido por una serie de ruedas:
«Tus casos falaçes, Fortuna, cantamos,
estados de gentes que giras e trocas,
tus grandes discordias, tus firmezas pocas,
y los que en tu rueda quexosos fallamos;
fasta que al tempo de agora vengamos
de fechos pasados cobdiçia mi pluma
y de los presentes fazer breve suma:
y dé fin Apolo, pues nos començamos».
Para, más adelante, continuar:
«Bolviendo los ojos a do me mandava,
vi más adentro muy grandes tres ruedas:
las dos eran firmes, inmotas e quedas,
mas la de en medio boltar non çesava;
e vi que debaxo de todas estava,
caída por tierra, gente infinita,
que avía en la fruente cada qual escripta
el nombre e la suerte por donde passava»
Pero si ignoramos el conocimiento que Cortés pudo tener de este romance, lo que podemos asegurar es que conocía el Amadís de Gaula, obra muy frecuentada por los que pasaban a América. En las páginas de este clásico de las novelas de caballerías, encontramos un pasaje referido a la trayectoria del rey Lisuarte (Libro IV, Capítulo 83 «Cómo con acuerdo y mandamiento de la princesa Oriana aquellos caballeros la llevaron a la Ínsula Firme»), que se ajusta de forma sorprendente al sueño de Cortés:
«Así, que si la fortuna volviendo la rueda te fuere contraria, tú la desataste donde ligada estaba».
La fórmula del Amadís, la reproduce el propio Bernal Díaz del Castillo en su Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, escrita en 1632, del siguiente modo:
«La adversa Fortuna vuelve presto su rueda».
La rueda de la fortuna también aparecerá en La Celestina, escrita por Fernando de Rojas en 1499, durante el reinado de los Reyes Católicos. Sirva como ejemplo este diálogo entre la alcahueta y Lucrecia, en el que Celestina repasa su vida, que vuelve a remitirnos al sueño que estamos tratando:
«Mundo es, pase, ande su rueda, rodee sus arcaduces, unos llenos otros vacios. Ley es de fortuna que ninguna cosa en un ser mucho tiempo permanesce: su orden es mudanzas».
3. INGENIOS E INGENIEROS HISPANOS
Así pues, a principios del siglo XVI, para un español medianamente leído, e incluso para aquellos que nunca pisaron un aula –ejemplo de ello son las palabras puestas en boca de la Celestina–, el azar, la suerte, que tan presente estaba en un tiempo en el que todo un continente iba abriendo sus horizontes, tenía en la rueda hidráulica un referente reconocible, acaso por ser uno de los más comunes y complejos industriales, tanto en su versión asinaria como en su aspecto hidráulico, que se recortaban en el paisaje hispano. Y ello al margen de ejemplos que maravillaron al público, como el famoso ingenio que encadenaba varias ruedas destinado a subir agua «contra natura» del Tajo a la ciudad de Toledo, obra del ingeniero italiano Juanelo Turriano.
A la figura de Juanelo, y contra la extendida opinión del retraso tecnológico hispano, hemos de unir las de Lastanosa o Lobato, personajes de referencia en la historia de la ingeniería española, así como el más tardío, Jerónimo de Ayanz y Beaumont, quien desarrolló su acción entre dos épocas tecnológicas bien diferenciadas por los tratadistas. El militar navarro, Administrador General de las minas del Reino de España, mostró su talento en muy diversos campos al margen del de la Minería, tales como la Náutica, inventando un traje de buceo que se probó con éxito el día 1 de septiembre de 1602 en el río Pisuerga ante los ojos del propio Felipe III; la Agricultura, reinterpretando las bombas de Ctesibio y mejorando molinos de viento y «de sangre» y, sobre todo, por la trascendencia que para la historia de los orígenes del empleo del vapor como fuente energética, tiene la máquina térmica a él debida, empleada para desaguar de las minas, máquina que, bajo un «privilegio de invención», que hasta en número de 48 atesoró el polifacético navarro, se anticipa en casi un siglo a la máquina de Tomás Saber y patentada por el inglés en 1698 y casi idéntica a la del español.
Ya en la España que se expande por el Nuevo Mundo, es notoria la puesta en marcha de los llamados ingenios, empleados para el procesamiento de la caña de azúcar. Aunque algunos de ellos se movían mediante energía fluvial, la gran mayoría lo hicieron las fuerzas de los esclavos negros traídos a estas tierras, pues los indios gozaban de una especial y explícita protección por parte de la Corona. Las razones de este desigual trato entre indios y negros, hemos de buscarlas en argumentos de carácter religioso que rebasan los límites de este trabajo. Asimismo, las conexiones entre tecnología y esclavismo, volverán a manifestarse siglos después, cuando en los Estados Unidos, con el invento de la desmontadora de algodón por parte de Eli Whitney, la demanda de mano de obra, esclava, se disparó para poder alimentar a dichas máquinas. Sea como fuere, las ruedas, en este caso dentadas, que movían los cilindros en los que la caña de azúcar se machacaba para obtener melaza, eran una imagen común a los habitantes del Caribe de la época de Cortés.
No es, por tanto, insólito que el conquistador extremeño dibujara una rueda y la rodeara de letras, que confeccionara, en definitiva, un croquis de una institución fabril, acaso intuyendo que los ingenios, situados junto a las técnicas en la base de las ciencias, sirven para construir el mundo. Pero si en Cortés resulta natural soñar con una rueda de arcaduces, no podemos decir lo mismo de Moctezuma, del que no se conoce dibujo alguno de un ingenio de este tipo, inexistente en Tenochtitlán a pesar de ser ésta una ciudad cuasi flotante y atravesada por numerosos canales. Los aztecas, en efecto, conocían la rueda, que no podían emplear vinculada a los carros, hecho que, si hacemos caso de las tesis de Jared Diamond en su Armas, gérmenes y acero, era imposible por la inexistencia de animales de tiro, teoría que bien podría refutarse introduciendo en escena a los hombres esclavizados por el pueblo mexicano, de dudosa consideración como personas por parte de éstos, lo cual les permitía sacrificarlos a los dioses zoomorfos y aún fagocitarlos de forma ritual. Por decirlo directamente, los esclavos bien pudieran haber operado como animales de tiro. La realidad es que los indígenas americanos no disponían de carros, pero tampoco de las ruedas hidráulicas y otras máquinas que los españoles emplearon en otra importante actividad: la minería. Pese a la dureza de tal actividad, los ingenios traídos desde España, permitieron la explotación del subsuelo, de la llamada res nullius (cosa de nadie), con el Cerro de Potosí como emblema que ha dejado también su huella en el idioma español, sirviendo para referirse a algo de gran valor.
4. CONEXIONES ENTRE INSTITUCIONES TECNOLÓGICAS E IDEAS
Si hasta el momento las Ideas de «fortuna» y «rueda» se mantenían unidas por medio de una conexión simbólica, será en el siglo XVII cuando el matemático francés, y también teólogo jansenista cultivador de la idea de predestinación, Blaise Pascal (1623–1662), invente la ruleta de la fortuna. La rueda, colocada en posición horizontal, no servirá ahora para desarrollar ningún trabajo industrial, sino que su empleo, una vez perfeccionada, tan sólo irá encaminado al «reparto de la suerte» gracias a una bolaque se detiene en según qué número.
Así pues, la rueda de la fortuna, muy transformada, no llega a desprenderse de su referente fisicalista, como ocurre con otras ideas tales como el Progreso o la Evolución, si bien parece claro que una institución tecnológica se sitúa en la base de lo que hoy se entiende por Fortuna. Estas conexiones han sido extensamente analizadas por el filósofo español Gustavo Bueno, por ejemplo en la conferencia titulada «Espiritualismo y materialismo en filosofía de la cultura. Ciencia de la cultura y filosofía de la cultura» y pronunciada en la Universidad Johannes Gutenberg de Maguncia, el día 14 de mayo de2002, al presentar la edición en alemán de su obra El mito de la cultura(5). De la intervención en tierras alemanas destacaremos el siguiente párrafo:
«Las Ideas proceden, en suma, de conceptuaciones previas; de conceptuaciones tecnológicas o científicas. Si nos atenemos a las tres Ideas por antonomasia de la tradición escolástica vigente aún en Kant (es decir, a la Idea de Mundo, la Idea de Hombre y la Idea de Dios), podemos ensayar esta tesis: la Idea de Mundo no sería una suerte de «secreción» de la razón pura funcionandopor silogismos hipotéticos, sino una construcción límite procedente acaso de un objeto técnico, el «cofre de la novia» (o mundus) ampliado a dimensiones tales que lo hagan capaz de contener a todas las «joyas» que Dios creador haya podido ir introduciendo en su interior. Ni la Idea de Dios procedería de lo alto, ni de la razón subjetiva pura ejercitando los silogismos disyuntivos, sino de las experiencias técnicas o políticas con animales numinosos de muy distintas especies y géneros. Tampoco la Idea de Alma, humana o animal, procede de vivencias internas dadas en la conciencia, sino de sensaciones «propioceptivas» compuestas con representaciones de otros hombres o animales que se mueven o se transforman en cadáveres. Y en cualquier caso, el número de Ideas, que la historia ha ido acumulando rebasa ampliamente las tres ideas tradicionales. Enl a medida en la cual las Ideas derivan de conceptos, cabría considerarlas como conceptos ampliados transcategoriales o como «conceptos de segundo grado».
Así pues, Ideas sublimes como «Evolución» o «Progreso», procederán, a su vez y respectivamente, del gesto de desenrollar –desarrollar– un libro en formato de rollo, la poetarum evolutio de los clásicos; y, en el segundo caso, el del progreso, del empleo de escaleras o escalas de grados.
A las conexiones que unen cofres con Mundos, escaleras con Progreso, rollos con Evolución, hemos de sumar –al menos éste ha sido el propósito del presente trabajo– ruedas y Fortuna.
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NOTAS
(1) Véase MUMFORD, Lewis (1967): El mito de la máquina. Técnica y evolución humana. Hemos manejado la edición de laeditorial Pepitas de Calabaza. (Logroño, 2010, Cap. 5. p. 186).
(2) Para esta clasificación de las religiones, véase BUENO MARTÍNEZ, Gustavo: El animal divino. Ensayo de una filosofía materialista de la religión(2a edición, corregida y aumentada con catorce escolios), Pentalfa Ediciones, Oviedo 1996.
(3) VITRUVIO, L. :Los diez libros de Arquitectura, Libro X, Cap. X, «De las ruedas de agua y de los molinos de agua», Ed. Iberia, pp. 268–269).
(4) MUMFORD, Lewis (1934): Técnica y civilización. Versión de Constantino Aznar de Acevedo, Alianza Editorial, Madrid 2006.
(5) BUENO MARTÍNEZ, Gustavo: El mito de la cultura, Prensa ibérica, Barcelona, 1996.