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INTRODUCCIÓN “Los recuerdos que se pierden ¿a donde van?”
(Gerardo Diego) 34
En el momento de redactar estas líneas (el otoño de 2009) se cumplen veinte años de mi primera publicación de tema medieval. En verdad, tal ámbito, junto al de la cultura popular, que me interesó prácticamente desde la infancia gracias a las leyendas de la montaña leonesa que me contaba mi madre desde pequeño, han determinado una parte importante de mi trabajo intelectual a lo largo de estas dos décadas.
Sin embargo, tras mucho bregar en busca del conocimiento, hay que admitir las limitaciones, no sólo como acto de sinceridad, sino también como elemento imprescindible a la hora de afrontar nuevas búsquedas.
Don Julio Caro Baroja, con su acostumbrada agudeza crítica, metió el dedo en la llaga de estas limitaciones, cuando escribió, con una humilde franqueza digna de ser elogiada:
“De vez en cuando en la soledad del estudio se le presentan a uno, como fantasmas, flaquezas extraordinarias, inmensos vacíos en la propia información o preparación. Esto es triste y repetido. También se repite en la vida otra experiencia: la de comprobar que las mismas ignorancias se dan en flamantes colegas y especialistas conocidos” (1).
Pues bien, la lectura de dos autores latinos, Tácito y Juvenal, me ha puesto frente al espejo de cuántas cuestiones de singular interés ignoramos para conocer los entresijos de la vida cotidiana de una época distinta a la de los autores citados (2): los siglos altomedievales (3). Detalles que, probablemente, no sean de demasiado interés para los historiadores, influidos quizá en exceso por la tradición de considerar la “historia política” como “el sustento de las demás historias” (4), lo que se constata considerando los temas que normalmente son trabajados. Sin embargo, y sin menoscabar la importancia que, sin lugar a dudas, posee la historia política, posiblemente los estudiosos del pasado deberían ocuparse más de cuestiones que podríamos calificar de detalle. Umberto Eco escribió en cierta ocasión: “Considero que para contar lo primero que hace falta es construirse un mundo lo más amueblado posible, hasta los últimos detalles” (5). Pues bien, si esto es válido para la creación literaria, para la novela, cuánto más lo debería ser para la historiografía.
Sea como fuere lo anterior, obviamente estas cuestiones sí resultan de máximo interés para los etnohistoriadores. En el presente artículo reflexionaré sobre algunos ejemplos al respecto.
Comenzando por Tácito, entre las muchas informaciones que transmite en su Germania (6), selecciono algo que escribe tras exponer ciertas costumbres respecto al adulterio y su castigo, y que muestra el carácter moralizante que quiso dar a su obra el citado historiador latino (7):
“Nemo enim illic vitia ridet” (8).
Esta información respecto a lo que es risible y lo que no, algo tan importante a la hora de entender la mentalidad de las gentes de un lugar y una época determinadas, contrasta con las escasísimas informaciones sobre la misma cuestión referidas a la Alta Edad Media (9), alguna de las cuales –de época algo posterior– resulta muy conocida, tanto por lo chocante para nosotros, los humanos del siglo XXI, como, precisamente, por la escasez de datos sobre el tema (10).
Más casos para el análisis he tomado de Juvenal. El primero lo expondré a través de las palabras de un conocido autor de nuestro Siglo de Oro, Sebastián de Covarrubias:
“Los antiguos contaban por las manos diestra y siniestra los años. Verás a Pierio Valeriano, lib. 37, De digitorum divisione,mihi fol. 352. Hasta los noventa contaban por la mano izquierda, y desde ciento adelante con la mano derecha. De donde se entenderá el lugar de Juvenal:
Rex Pulius, mano si quidquam credis Hom.ero.
Exemplum vitae fuit a cornice secundae,
Felix nimirum qui tot per saecula vitam
Distulit, atque suos iam dextera computat annos” (11).
Resulta curioso comprobar el detalle y profundidad con los que se conoce de qué manera aprendían matemáticas los aspirantes al monacato en algunas abadías centroeuropeas altomedievales (12), y sin embargo las fuentes históricas apenas aciertan a indicarnos cómo contaba la gente sencilla, por ejemplo, en el noroeste hispano en la misma época, es decir, si se mantenía la costumbre romana (porque es de suponer que hubiese existido, como consecuencia del proceso de romanización, al menos en los ámbitos urbanos) o no.
Un aspecto de la vida altomedieval que se nos escapa es el de cómo se encontrarían normalmente las puertas de las casas: ¿abiertas o cerradas?, ¿abiertas siempre o sólo por el día?
Juvenal tiene un verso que dice:
“quandoquidem accepto claudenda est iaunua damno” (13).
Comentándolo, escribe Dª Rosario Cortés:
“Durante el día las puertas permanecían siempre abiertas bajo la vigilancia de un esclavo. Cerrarlas era una señal más de luto” (14).
La evolución cultural ha afectado en las últimas décadas a la costumbre referida, y no pocas veces he escuchado cierto lamento por el hecho de que actualmente, en los pueblos, ya no se dejan las puertas de las casas abiertas como se encontraban antes. Pero, ¿cómo se dejaban las entradas de las casas en el alto medievo del noroeste hispano? En verdad, pocas noticias se encontrarán en la documentación de la citada época sobre este detalle, aunque, curiosamente, se conoce cierta normativa tocante a las puertas de los domicilios a través, por ejemplo, de textos legales como el Fuero de León de comienzos del siglo XI (15).
En otro lugar, escribe Juvenal:
“…gaudent ubi uerticve raso garrula securi narrare pericula nautae” (16).
Explicando a qué hace referencia esta mención de los marineros con la cabeza afeitada, escribe Dª Rosario Cortés:
“Quienes habían estado expuestos a un naufragio se rasuraban después la cabeza en señal de acción de gracias” (17).
Los navegantes romanos expuestos a tales peligros también llevaban ofrendas a los templos, y representaban su situación en tablas pintadas (18). Los exvotos de agradecimiento, como es sobradamente sabido, se siguieron usando en el cristianismo, y nada de extraño tendría que esta práctica romana, cristianizada, se realizase en época altomedieval. Pero, volviendo a la costumbre de rasurarse la cabeza, la pregunta subsiguiente, considerando la línea argumentativa del presente trabajo, resulta clara: ¿pasaba algo similar entre los trabajadores del mar de los puertos atlánticos y cantábricos del noroeste peninsular altomedieval?
Una de las características que definen la Alta Edad Media es que el porcentaje de población alfabetizada era muy bajo, bastante más que en la sociedad romana, por la decadencia de su sistema escolar (19). Ello me lleva a confrontar dos informaciones, una procedente de Juvenal, y otra proporcionada por la etnografía histórica. Comenzando por la primera, el citado autor escribió este verso:
“qui uenit ad dubium grandi cum codice nomen” (20).
El objeto escrito citado hace referencia, tal como indica Dª Rosario Cortés, al “voluminoso libro de cuentas del acreedor” (21).
La segunda información a la que aludía procede de la etnografía. Se trata, concretamente, de las varas de cuentas que existieron en los concejos leoneses, donde se llevaba la contabilidad mediante incisiones realizadas en la madera (22). La pregunta es clara: considerando el elevadísimo analfabetismo, ¿cuándo se pasaría de los registros escritos, como el que menciona Juvenal, a este otro sistema? ¿Acaso ya en la Alta Edad Media era empleado?
En este caso, la etnografía podría proporcionar el elemento referencial para reconstruir, hipotéticamente, una situación cultural concreta de hace un milenio, y algo más.
Podría prolongar mucho más estas páginas, pero estimo que son suficientes para mostrar cómo, respecto a una época, las noticias de otra pueden ofrecer vías para la profundización de esos detalles de la vida cotidiana que tantas veces pasan desapercibidos en la cultura escrita (23), y que entran de lleno en el campo de interés de la etnohistoria.
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NOTAS
(1) CARO BAROJA, Julio: Reflexiones nuevas sobre viejos temas, Madrid, 1990, p. 9.
(2) Obviamente, también la comparación entre los conocimientos que se poseen de una misma época pero en lugares distintos conduce a resultados similares. Por citar un solo ejemplo: ¿tenían los monjes altomedievales del noroeste hispano relojes de sol de bolsillo como los que poseían sus colegas sajones en Canterbury? Vid. uno fotografiado y explicado en KEATES, Jonathan y HORNAL, Angelo: Canterbury Cahtedral, London, 2008, p. 25.
(3) Tengo bien presentes las palabras de don Francisco Rico al respecto de que “Cada texto va de la mano con un tiempo y cambia de valor cuando se desplaza a otro, sea del autor o sea del lector, a corto o a largo plazo” (RICO, Francisco: El texto del “Quijote”. Preliminares a una ecdótica del Siglo de Oro, Madrid, 2005, p. 431). Aquí precisamente lo que me interesa es el reflejo que los textos transmiten de las costumbres contemporáneas a la redacción de los mismos.
(4) DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: España, tres milenios de historia, Madrid, 2004, p. 17.
(5) ECO, Umberto: Apostillas a El nombre de la rosa, Barcelona, 1985, p. 27.
(6) P. CORNELI TACITI: De origine et sitv Germanorvm. Cito por el texto latino publicado en www.thelatinlibrary.com/tacitus/ tac.ger.shtml.
(7) CARO BAROJA, Julio: O. c., p. 86: “Las descripciones de los pueblos que hacen los griegos parecen, en general, más desinteresadas que las de los romanos; pero mentiría quien dijera que todas las de estos se hallan dominadas por complejos de superioridad. Porque cuando Tácito hace la descripción de la vida de los germanos tiene claros propósitos moralizadores y quiere dar ejemplo a sus compatriotas, a quienes considera depravados”.En nota (nota 26, p. 115), continúa Don Julio: “Aunque se haya polemizado acerca de la intención de Tácito al escribir la Germania, casi siempre se vuelve a resaltar los muchos párrafos en que se hace gran aprecio de la moral de los bárbaros”.
(8) TACITI: O. c., p. 19.
(9) Algo sobre esta temática traté en “Estudios sobre aspectos culturales medievales de los Reinos de Asturias y León”, en VV. AA.: El Reino de León en la Edad Media, XII, León, 2008, pp. 137–299, concretamente pp. 139–141.
(10) Me refiero al famoso juego de los ciegos en las bodas reales, celebradas en León en 1144, que recoge la Chronica Adefonsi Imperatoris.
(11) COVARRUBIAS OROZCO, Sebastián de: Tesoro de la lengua castellana o española. Edición de Felipe C. R. Maldonado revisada por Manuel Camarero, Madrid, 1994, p. 734.
(12) PETER OCHESENBEIN: “Enseñar y aprender en el monasterio de Sankt Gallen”, en WERNER VOGLER (dir.): La cultura de la abadía de Sankt Gallen,Madrid, 1992, pp. 133–144, concretamente p. 140: “Así pues, los escolares de Sankt Gallen no sólo estudiaban con sus maestros la Institutio arithmetica de Boecio, sino que aprendían a calcular con la ayuda del ábaco. A un nivel superior, y en relación con la astronomía, se proseguía con el cálculo de la fecha de Pascua y de todas las fiestas móviles que dependen de ella, es decir el cómputo. No sabemos hasta qué punto se enseñaba la geometría en el plan de estudios normal. Pero la biblioteca abacial posee un ejemplar, con numerosas figuras geométricas, de la Altercatio duorum geometrorum, diálogo entre maestro y discípulo sobre cuestiones de geometría, que en la Edad Media se atribuía erróneamente a Boecio”.
(13) IVVENALIS: Saturae, XIII, p. 129. En el presente trabajo cito por JUVENAL: Sátiras. Edición bilingüe de Rosario Cortés Tovar, Madrid, 2007.
(14) Ibíd., p. 518, nota 129.
(15) RISCO, Manuel: España Sagrada. XXXV. León, Madrid, 1784 (facsímil, León, 1980), p. 346: “XLI. Et mandamus, ut Majorinus, vel sajo, aut dominus soli, vel aliquis senior non intrent in domum alicujus hominis Legione commorantis, pro ulla calumnia, nec portas auferant à domo illius”.
(16) IVVENALIS: Saturae, XII, pp. 81–82.
(17) JUVENAL: Ed. cit., p. 499, nota al verso 81.
(18) IVVENALIS: Saturae, XII, pp. 27–28. Sobre estos versos comenta Dª. Rosario Cortés ( ed. cit., p. 494): “Las tablas votivas, colgadas en acción de gracias en las paredes de los templos, daban testimonio con sus pinturas de tormentas y naufragios de los peligros sufridos […] A Isis, como protectora de los marineros, se le dedicarían muchas: de ahí la alusión satírica al beneficio de los pintores”. También interesan al respecto los versos XIV, pp. 301–303, sobre los que escribe la citada Dª. Rosario Cortés ( ed. cit., p. 551): “Los náufragos pintaban su desgracia en una tabla del barco siniestrado y salían con ella a mendigar”.
(19) MARTIN, René: Aproximación a la literatura latina tardía y protomedieval. (De Tertuliano a Rábano Mauro), Madrid, 1999, p. 58 (en referencia a la época de las invasiones bárbaras): “desaparecen un poco por todas partes las sólidas estructuras escolares de Roma”.P. 75: “En Italia la invasión de los lombardos; en África, después en España en el siglo VIII, la invasión de los árabes, terminaron por arruinar lo que quedaba del sistema escolar heredado de la Roma antigua, y que en las Galias ya había desaparecido desde el siglo VI, donde una cultura (muy relativa) sólo subsistía en las grandes familias de la aristocracia. El analfabetismo se extiende entonces, en todas las clases sociales, a una velocidad fulgurante; únicamente los medios eclesiásticos continúan practicando (al ser el cristianismo una «religión del Libro») como pueden la lectura y la escritura…”.
(20) IVVENALIS: Saturae, VII, p. 110.
(21) JUVENAL: Ed. cit., p. 384.
(22) RUBIO PÉREZ, Laureano M.: “Gobierno y administración provincial”, en RUBIO PÉREZ, Laureano M. (coord.): La Historia de León. Edad Moderna, III, León, 1999, pp. 29–185, concretamente p. 172: “La vara de cuentas de concejo sirvió durante siglos para anotar las derramas y cuentas concejiles ante la carencia de papel y de conocimientos contables. Signos y muescas hechas en una vara verde recogían las aportaciones de cada vecino. Este arcaico sistema de contabilidad se mantuvo hasta el siglo XIX.”.
(23) No puedo terminar sin expresar mi deseo de que algún historiador descubra respuestas para alguno de los vacíos aquí planteados. Pero nuestra principal intención no es tanto la investigación de algún detalle concreto entre los aquí apuntados como la de proporcionar materiales para ir abriendo nuevas líneas de investigación.