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Entramos en Junio, cuarto mes del año, con 26 días, en el antiguo calendario romano, que pasó a tener 30 en la reforma de Rómulo y 28 en la reducción que hizo Numa, para terminar definitivamente con los 30 que actualmente tiene por decisión de Julio César. Y a tenerse más tarde como el sexto del año en el calendario gregoriano. La etimología del nombre es dudosa. Diferentes autoridades lo derivan de la diosa romana del matrimonio, de la condición femenina y de los partos, Juno – Iunius, mes de Juno–; o del nombre de un clan romano, Junios; o de Junio Bruto, fundador de la República romana, que de este modo fue honrado. Otra teoría localiza su origen en el latín iuniores –jóvenes–, en oposición a maiores–mayores–, el mes de mayo, por ser ambos lapsos dedicados a la juventud y a la vejez respectivamente.
En Cilleros, Junio, al parecer, se entronizaba con la fiesta de San Antonio, onomástica que se celebra el día decimotercero del mes, como preludio en nuestro hemisferio al solsticio de verano y a una ceremonia –la noche de San Juan– que durante siglos se tuvo como la noche mágica donde incidían todas las fuerzas secretas de la Naturaleza, y donde todo era posible, ya que según creencias ancestrales, a esa noche se le otorgaba la capacidad de convertir los deseos de amor, de salud o de riquezas en realidades.
Posiblemente más antigua que la ya aludida fiesta de San Marcos, la de San Antonio, de supuesta celebración en Cilleros en un lejano pasado, y que como la de San Juan caía dentro del ciclo solsticial de verano, debió de formar parte de un antiguo culto popular de los pueblos pastores a los manes protectores del ganado.
Se trataría, pues, de un culto relacionado con el animalismo –término empleado en la Historia de las religiones comparadas–, aplicado a un conjunto de concepciones que proponen una íntima vinculación mágica, mística o religiosa del hombre con los animales, en su aspecto zoolátrico, es decir, basado en la existencia de espíritus protectores de los animales (1). Con lo que estaríamos remontándonos a cultos propios de pueblos primitivos. Pero, como digo, son tan vagos los recuerdos que sobre esta celebración se tienen en Cilleros, que no sería errado pensar que tan sólo fue un momento de transición hacia la fiesta de San Juan, donde las hogueras y los ritos de la noche anterior a la onomástica del Bautista recuerdan en gran medida a las Pallilies romanas, instituidas en honor a la diosa del fuego. Aunque el hecho de que hoy sólo queden vagas reminiscencias en la memoria de mis paisanos mayores, no debe tomarse como un argumento definitivo y concluyente para rechazar la existencia de una primitiva celebración. ¡Son tantas las ceremonias, los ritos y creencias unidas a nuestros ancestros que el tiempo y los hombres, especialmente de iglesia, han hecho olvidar!
Día 24 de junio, fecha en que la Iglesia Católica celebra el nacimiento de Juan el Bautista –circa 8 a. C.–27 d. C.–, precursor y primo de Jesús, según los Evangelios. Día de fuego y agua, cataclismos regeneradores del mundo… Los festejos de San Juan entran, pues, dentro del ciclo solsticial y en ellos se rinde culto a la Naturaleza por medio de ritos que no sólo previenen contra las enfermedades a hombres y animales, sino que también garantizan la fructificación de la tierra y de las plantas, y preveén la posibilidad de múltiples adivinaciones. Sánchez Dragó (2) considera estas fiestas como “las más naturalistas y por ello las menos cristianas” de las que se celebran en el año. Y añade: “Están los ingredientes cabales: fuego de hoguera y de canícula, aguas jordánicas y de mar y de río, todo el aire en suspenso del amanecer, y alrededor, la tierra preñada de frutos que en seguida sazonarán”. Pero no es sólo eso. En algunos lugares, como Galicia, esa noche no hay fronteras, no hay límites. Nada debe impedir nada. Las inhibiciones están prohibidas. De ahí que lo mismo se pueda entrar en casa ajena, o soltar los bueyes del vecino, que arrancar puertas, o lo que sea. Las hogueras no sólo derogan el código social, “sino que para mayor escarnio de los valores establecidos conceden amnistía e indulgencia plenaria carbonizando en su vientre de tiburón al rojo, las culpas y rencillas de los lugareños” (3) .Y, con la mañana, renace la normalidad, lo consuetudinario. El esperar que llegue una nueva sanjuanada, el solsticio de otro año.
Las fiestas de San Juan fueron de gran raigambre en Cilleros. Con la antelación necesaria, se iba almacenando el tomillo y el romero, base de las hogueras que habrían de iluminar las calles y plazuelas del pueblo. En la tarea participaban tanto chicos como mayores o jóvenes. Y a los elementos básicos se añadían muebles viejos, puertas, maderas… Y se recogían las hierbas que se creían mágicas o que tenían virtudes curativas… Y en algunas majadas campesinas, se encendían cuatro hogueras para iluminar los cuatro puntos cardinales como protección contra la malaventura y los espíritus nocivos tanto para animales como para hombres…
Al atardecer, ya estaban preparadas las piras. Sólo faltaba prenderles fuego para que el crepitar de las llamas purificase los cuerpos, y ahuyentase los malos espíritus e impulsasen al Sol –abrasador y fecundo – en su continuo deambular por el firmamento (4). Luego venía el rito de saltar sobre las hogueras, por tres veces, para alcanzar salud y felicidad. Primero, los que habían acarreado el combustible, solos o en pareja, a la vez que se decían aleluyas o letanías como “Salú p’amí y p’a toos los qu’están aquí”; o “Salú p’a la levadura y sarna p’al señol cura”… Así se alejaban los males, que simbolizaba la sarna, a seres inanimados. Luego, iban las cuadrillas de muchachos y muchachas recorriendo las calles, dispuestos a no dejarse atrás ni una sola fogata sin saltar. Y mientras las hogueras permanecían encendidas, las puertas de las casas estaban abiertas. El humo, al penetrar en ellas, ahuyentaba los males contagiosos, las tormentas, los incendios y el mal de ojo. Magia… Magia simpática, pura y simple.
Más tarde se iba a la alberca que había antaño en la carretera de Valverde –en el lugar conocido aún hoy, como La Laguna– a lavarse o a bañarse, o incluso a coger agua que llevar a casa para rociar las paredes y así preservarlas de los poderes malignos. El hecho de lavarse antes del amanecer era un remedio contra las enfermedades cutáneas. Los mismos efectos, al parecer, surtían sobre los animales que hubieran bebido o mojado sus pezuñas antes de las claras del día.
Mientras, se cantaban canciones como éstas:
Esta noche con la luna
Y mañana con el sol
iremos por la laguna
A coger peces de amor
San Juan y la Magdalena
Fueron a robar melones
Y en la mitad del camino
San Juan perdió los calzones
San Juan perdió los calzones
La Magdalena el mandil
Otra versión de la segunda canción es:
San Juan y la Madalena
fueron a robar melones
y en la mitad del camino,
por huir del alguacil,
San Juan perdió los calzones
y la Madalena el mandil.
Y estas otras:
Mañanitas de San Juan,
cuando las zorras (5) madrugan,
el que borracho se acuesta
con agua se desayuna (6).
Noche de San Juan alegre,
noche triste para mí,
que Juanito (7) se llamaba
la prenda que yo perdí.
También era costumbre entre los muchachos más jóvenes sacar la víspera de San Juan pequeños dados de mica negra de la canchalera sobre la que se asienta la ermita de San José y echarlos en un candil. Si se había sido bueno, los daditos se convertían en dinero. Pequeña ilusión que los chicos considerábamos como un ritual.
Otra de las fiestas más celebradas en Cilleros fue la de Ánimas. Con antelación al catorce de agosto –o del segundo domingo de septiembre según otros–, los mayordomos –que lo eran por promesa–, iban pidiendo de puerta en puerta al son del tamboril. Llegaban a una casa, llamaban y decían:
– Somos las Ánimas benditas. Rezamos, cantamos o bailamos.
Si en la vivienda había habido alguna desgracia reciente, se rezaba. En caso contrario se bailaba y, finalmente, se entonaban canciones laudatorias para la familia, si el donativo había merecido la pena (8):
Esta casa es casa grande
y la habita un gran señor.
Tiene una mujer hermosa
y unos hijos como el sol (9).
Esa hija que tú tienes
Dios te la guarde,
que no tiene espejo
donde mirarse.
Las Ánimas benditas
no gastan puntos (10),
que le llevan las ofrendas
a sus difuntos.
Si la donación no era muy apropiada con la posición de la familia visitada:
A tu puerta llegamos,
Maricordera (11);
una arroba de higos
que te cayera.
El día de fiesta, por la mañana, había misa. Y más tarde, baile. Y por la tarde, en la puerta de la iglesia, la ceremonia de ofrendas. Se colgaba el cuadro de Ánimas –que para algunos se quemó en el incendio que sufrió la iglesia en 1931– y el pueblo iba desfilando ante él y ofreciendo palomas, conejos, algún cordero, trigo… Todo ello, junto con lo que había conseguido el mayordomo, se subastaba posteriormente y lo recaudado era destinado a decir misas por las almas del purgatorio. Finalmente, había corrida de toros.
Y no había más fiestas dignas de mención hasta que llegaba la Navidad.
El villancico –de villano,campesino–, como se sabe, es una composición popular con estribillo, principalmente de asunto religioso, que se canta en Navidad y otras festividades. Se ha cultivado en todas las épocas, constituyendo la manifestación lírica más sencilla y popular, y evolucionando desde el estilo más rústico y vulgar a las formas más perfeccionadas de las cantatas barrocas, hasta el punto de ser recogidos en numerosos cancioneros; uno ellos –Recopilaciones de sonetos y villancicos– debido, precisamente, al extremeño Juan Vázquez.
En mi época juvenil y moza, en Cilleros se solían cantar los villancicos tradicionales, como:
Los pastores no son brutos,
que son ángeles del cielo,
que en el parto de María
ellos fueron los primeros.
Y otros más conocidos como: En el Portal de Belén / hay estrellas, sol y luna…, que se acompañaban del también popular estribillo: Pastores, venid, / pastores, llegad,… Y cuando Raphael puso de modo su tamborilero, pues también se cantó.
Pero tuvo que ser García Matos (12) quien recogiera uno que yo, al menos, nunca había oído cantar en Cilleros:
Los pastores de la sierra
Y las gitans de Egipto
Han venido de sus tierras
A ver al niño chiquito.
Han venido de sus tierras
A ver al niño chiquito
La Semana Santa cillerana era y es como la de cualquier pueblo extremeño: misas, procesiones, oficios… Pero en la noche del Viernes Santo, y durante el Entierro, mientras las mujeres entonan el Perdona a tu pueblo, Señor, acompañando a la Dolorosa, los hombres y también algunas féminas cantan su particular Miserere (13) por las calles del pueblo (14):
Miserere mei, Deus, secundum misericordiam tuam et secundum miserationum tuarum dele iniquitatem meam. Amplius lavame ab iniquitate mea et a peccato meo mundame. Quoniam iniquitatem meam ego cognosco et peccatum meum contra me est semper. Tibi soli pecavi, tibi soli peccavi, tibi soli peccavi et malum coram te fecit ut iustificeris in sermonibus tuis et vincas cum iudicaris. Ecce enim in iniquitatibus coceptus sum et in peccatis concepit me mater mea. Ecce enim veritatem dilexisti: in certa et occulta sapientae tuae manifestasti mihi. Asperges me hyssopo et mundabor, lavabis me et super nivemde albabor. Adi tui meo dabis gaudium et laetitiam et exsultabunt osa humiliata. A ver te faciem tuam a peccatis meis, et omnes iniquitates meas dele. Cor mundum crea in me, Deus, et spiritum rectum innova in visceribus meis. Ne proicias mea facies tua: et Spiritum Sanctum tuum ne auferas a me. Redde mihi laetitiam salutaris tui et spiritu principali confirmame. Docebo iniquos vias tuas et impii ad Te convertentur. Liberame de sanguinibus, Deus, Deus, salutis meae: et exultabit lingua mea iustitiam tuam. Domine, labia mea aperies et os meum anuntiabit laudem tuam. Quoniam si voluises sacrificium dedisent utique: holocaustis non delectaberis. Sacrificium Deo, spiritus contribulatus: cor contrium et humiliatum Deus non despicies. Benine fac Domine, in bona voluntate tua Sion: ut aedificentur mujri Ierusalem. Tunc acceptabis sacrificium iustitiae, oblationes et holocausta: tunc imponent super altare tuum vitulum
Y para concluir esta tercera entrega sobre los aspectos etnográficos de Cilleros, un cuento que escuché de pequeño a mi abuelo, al calor de la lumbre en las noches de invierno, titulado El lobo ingenuo. Dice así:
Este era un lobo que andaba solo por el monte. Andaba y andaba, pero no encontraba por ninguna parte cosa que comer. Entonces decidió bajar al llano y por más que buscaba no encontraba nada que llevarse a la boca.
Yendo por un camino, se tropezó con una yegua recién parida y le dijo:
– Yegua, dame tu potro, que me lo voy a comer.
– Me da mucha pena, pero antes de que te lo comas, me tienes que sacar el clavo de la herradura de esta pata, que me hace mucho daño.
– ¿Y cómo te lo saco? Ç
– ¡Cómo va a ser! Con los dientes. Yo levanto la pata y tú, con los dientes, lo agarras por la cabeza y tiras de él.
Confiado el lobo, hizo lo que la yegua le decía, y cuando abrió la boca para coger el clavo, la yegua le soltó una coz que dejó al pobre lobo sin dentadura. Y mientras éste se lamentaba y gemía, aquélla y su cría se quitaron de en medio.
Siguió el ingenuo lobo camino adelante, diciendo para sí: “¡Esto me pasa a mí por meterme a dentista!”. Y llegó a un valle donde pastaba un rebaño de ovejas, con sus carneros. El lobo dijo a éstos:
– Preparaos, que os voy a comer, aunque me duelan los dientes y las muelas.
– Está bien –dijeron los carneros–. Pero antes de comernos tienes que dejarnos que terminemos de tasar el valle. Tú, quédate aquí sin moverte, mientras nosotros vamos uno a aquella punta y otro a esta otra. Cuando lleguemos a la mitad, entonces partimos y puedes comernos.
Así lo hicieron y el confiado lobo esperó donde los otros le dijeron. En esto, los carneros arremetieron contra él cada uno de una parte y le dieron tales topetazos que lo dejaron medio muerto. Y el rebaño se quitó del medio, refugiándose en la majada, que estaba próxima.
Cuando el lobo se recuperó de las embestidas, se dijo: “¡Madre mía! Soy el más desgraciado de los animales... ¿Quién me mandaría a mí ser primero herrador y ahora tasador de valles?”.
Y siguió, anda que te anda, hasta que se encontró una cochina parida con siete lechones.
– ¡Eh, cochina! Como tengo mucha hambre me voy a comer tus lechones.
– Si no queda otro remedio… Pero antes de que te los comas hay que bautizarlos… ¿Ves aquel pozo? Pues tú te escarrapachas (15) sobre el brocal y yo te los paso uno a uno. Entonces tú los zambulles en el agua un par de veces y así quedarán todos bautizados.
El cándido lobo hizo lo que la cerda le pedía, y cuando estaba escarrapachado sobre el brocal para coger el primer lechón, la cochina le dio con el hocico tal empellón que lo mandó al pozo de bruces. Y cuando salió del atolladero, la cerda y sus cerditos habían puesto tierra por medio. Así que el pobre lobo siguió su camino lamentándose de su mala suerte.
En esto que se levantó una gran tormenta y se cobijó debajo de una olivera, mientras meditaba sobre cuanto le había ocurrido: “¡Qué desgraciado soy! –se dijo–. ¿Quién me mandaría a mí ser herrador de yeguas, tasador de valles y bautizador de cochinos? Ya sólo me falta que me parta un rayo.
Y de la tormenta salió un rayo que lo mató (16).
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NOTAS
(1) El animismo comprende también la metempsicosis –trasmigración del alma humana a los animales–; el totemismo –dioses y fundadores de estirpe zoomorfa– y los aspectos de la magia cinegética, relacionados con la caza.
(2) Tomo 2º, p. 374.
(3) S. Dragó, Ibíd., p. 376.
(4) En Cuzco –Perú– el día 24 de junio se celebra el Inti Raymi, o fiesta del Sol por la Comunidad Andina.
(5) Zorras tiene aquí el significado de borrachera. Recuérdense los dichos: Pillar la zorra, dormir la zorra o desollar la zorra.
(6) En Madroñera: La mañana de San Juan /cuando la zorra madruga, /el que borracho se acuesta/con agua se desayuna.
(7) Cada moza decía el nombre del amado perdido.
(8) Algo semejante hacen en el Puerto de Santa Cruz mientras piden el aguinaldo en Nochebuena.
(9) En el Puerto de Santa Cruz tienen esta variante: Esta casa es casa grande / y aquí vive un labrador, / tiene la mujer bonita / y los hijos como un sol.
En Aceuchal (Badajoz) es en Nochevieja cuando las pandillas de chiquillos preguntan en las casas: ¿Se canta o no se canta? En caso de que se pueda cantar, y dependiendo de lo que reciben, cantan: Estas puertas son de acero /y aquí vive un caballero; /tiene la mujer muy guapa / y los hijos como luceros. O: Estas puertas son de alambre, / y aquí vive un miserable; / tiene la mujer muy fea / y los hijos muertos de hambre.
En Ceclavín, el día 26 de diciembre, cuando los grupos de las borrascas vuelven de la Virgen del Encinar, el pueblo los recibe con vítores y les obsequia con dulces y vino. Cuando los romeros se despiden agradecen la atención, cantando: Esta casa es casa grande /y aquí vive un labrador, / tiene la mujer bonita / y los hijos como una flor.
(10) No gastan puntos. No se molestan, no se enfadan.
(11) Su verdadero nombre María Cordero, con fama de tacaña en el pueblo.
(12) Cancionero popular de la provincia de Cáceres. Lírica popular de la Alta Extremadura, vol. II.
(13) Antiguamente, eran sólo los hombres quienes lo cantaban.
(14) La transcripción musical fue hecha por el desaparecido musicólogo emeritense Manuel Domínguez Merino, sobre la interpretación que del Miserere hizo mi querido amigo y paisano Valentín Campa.
(15) De escarrapacharse: sentarse a horcajadas sobre algún objeto o lugar.
(16) Según otra versión, que recoge el escritor costumbrista Valeriano Gutiérrez Macías en su obra Relatos de la tierra parda, pp. 169– 170, encima de la olivera había un hombre mondando el árbol y dejó caer sobre el lobo la segureja que tenía en la mano. En esta versión también hay una tormenta, aunque parezca extraño, pues a ningún hombre de campo en su sano juicio se le ocurre permanecer sobre un olivo con tormenta y menos con una herramienta de hierro. Claro que los cuentos…
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BIBLIOGRAFÍA
GUTIÉRREZ MACÍAS, Valeriano: Relatos de la tierra parda, Edición Autor, Cáceres, 1984.
RODRÍGUEZ MOÑINO, Antonio R.: Diccionario geográfico popular de Extremadura, Revista de Estudios Extremeños, Badajoz, 1960–1964.
SÁNCHEZ DRAGÓ, Fernando: Gárgoris y Habidis (Una historia mágica de España), Argos Vergara, Barcelona, 1982.