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En la civilización occidental es Homero quien primero trasciende del mundo de la abstracción al arte verbal para acceder después al estadio de la escritura, (que hoy conocemos y del que posiblemente seremos los últimos usuarios), en el que lo fijado en caracteres se erige en ley. Por supuesto que hay muchos cantores anteriores a Homero que narraron las hazañas de los héroes, pero quien convierte las emociones en poesía es él y él es también quien une con habilidad a hombres y a dioses en una trama interminable de pasiones y enredos que se han seguido reescribiendo hasta hoy. No podemos asegurar que cualquiera de las tres fórmulas clásicas de comunicación –la imaginativa, la oral o la escrita– sea la mejor o la más eficaz. Parecen estadios consecutivos en la historia pero independientes por lo general. El jesuíta bretón Marcel Jousse se pasó toda su vida predicando que la palabra, al fijarse por escrito, había perdido la mayor parte de su fuerza expresiva. Sostenía que Jesús de Nazaret había sido un extraordinario trasmisor de ideas porque su mensaje se apoyaba en un dominio perfecto del lenguaje oral. Ese modo de potenciar la expresión por medio de la entonación, las fórmulas y los recursos orales había ido desapareciendo desde San Pablo al imponerse la escritura sobre la comunicación verbal. Parece evidente que hoy podrían tomarse como fórmulas complementarias pero han sido siglos de predominio, de tiranía de la literatura y del lenguaje escrito para que no se hayan resentido las otras dos vías. ¿Cuánto hemos perdido al intentar comprender el universo sólo a través de lo textual? Malinowski escribió a propósito de la transcripción de las creencias legendarias al frío escrito de las anotaciones antropológicas: “Limitar el estudio del mito al mero examen de los textos ha sido fatal para una comprensión adecuada de su naturaleza. Las formas del mito que nos vienen de la Antigüedad clásica y de los antiguos libros sagrados del Este y de otras fuentes similares nos han llegado sin el contexto de la fe viva, sin la posibilidad de obtener comentarios de los verdaderos creyentes, sin el conocimiento concomitante de su organización social, su ética y sus costumbres populares”. Y Paulo Freire, el educador comprensivo, afirmaba: “Jamás acepté que la práctica educativa debiera limitarse sólo a la lectura de la palabra, a la lectura del texto, sino que debería incluir la lectura del contexto, la lectura del mundo”.