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INTRODUCCIÓN
Ya en 1848 el eminente historiador Arnold J. Toynbee señala la posibilidad de una íntima y similar relación entre todas las civilizaciones que conocemos y que ya han entrado en colapso.
Vamos a fijarnos en la génesis y en la evolución de la crisis romana, para que nos sirva tal vez de lección y advertencia. Es cierto que este proceso se ha dado prácticamente en todos los ocasos de las civilizaciones que nos precedieron, pero el ejemplo del Imperio Romano es tan claro y paralelo, que puede constituir un auténtico modelo para la crisis actual, por la que nadie duda estamos atravesando.
I. ORÍGENES DE ROMA, LAS VIRTUDES DEL CAMPESINADO
Dos mil años antes de Cristo llegan a Italia, procedentes de los Alpes, nuevas tribus que vienen avanzando desde los lagos hacia el Sur, estableciéndose principalmente cerca de la actual Bolonia, y fundando entre otras la ciudad de ALBA LONGA, capital del LACIO, ámbito que iba a ser el del pueblo romano.
Con su avance se introducen la ganadería y la agricultura, y con ello un sentido eminentemente mítico que extiende la participación de lo sobrenatural a todo lo fundado: agrícola y a la vez mítico es el rito de la fundación de ROMA.
Los latinos eran rústicos. Sus características son pues las de todo labriego: tenacidad, culto a lo práctico, respeto innato a la autoridad, sentido fuerte de la disciplina y patriotismo inconmovible. Virtudes muy dignas de tener en cuenta para comprender la posterior grandeza de Roma.
En contacto con los vecinos etruscos, comerciantes e industriales, los latinos van adquiriendo un espíritu de conquista, aunque hasta el cuarto rey etrusco todavía prevalece el elemento campesino. Si no supiéramos por la Historia que los latinos eran campesinos y pastores lo podríamos deducir por su lenguaje, dice Félix Restrepo, uno de los pioneros de los estudios semánticos. El vocabulario de los legionarios revela este origen.
También evolucionará la vivienda. Desde las aldeas dispersas y aisladas, compuestas de chozas elípticas (tugurium), se pasa a la concentración, a la ciudad. Se inicia pues el abandono del medio rural y más aún, con las conquistas y sus necesidades bélicas, se estimula la industria y la ambición comercial.
Los soldados enriquecidos en las guerras ya no vuelven al campo.
II. LA REPÚBLICA: EL ORIGEN DEL CAPITALISMO Y DE LA CRISIS
Desde los fines de la época real, el territorio romano se reparte entre dieciséis tribus cada una con el nombre de una gens patricia. Este patriciado, propietarios poderosos, organiza el nuevo gobierno a su provecho: el Senado y el Consulado sólo serán accesibles a los patricios. La distinción que surge entre los patricios y plebeyos es una consecuencia meramente económica. Los patricios eran sobre todo ganaderos, los plebeyos agricultores. Los primeros reducen a servidumbre a los segundos que, apenas sin mano de obra, se dedican a un cultivo precario de legumbres, como demuestran los nombres patronímicos de las familias: Léntulo (lentejas), Capiones (cebollas), Fabios (habichuelas). Roma vivía de esta precaria agricultura; y en tanto prosigue su expansión con orgullo de misión universalizadora, se va llenando de un proletariado pobre, formado de excampesinos.
Todavía se conservan algunas virtudes rurales como la lealtad y la sobriedad, pero la ruina de la agricultura, por la creciente despoblación del campo, era inevitable.
La República para a ser dominada por un Senado que si al principio fue compuesto por una aristocracia agraria, pasará ahora a ser una aristocracia de dinero, y sus miembros, teóricamente electivos van a ser impuestos por la corrupción y la intriga.
Al fin de la tercera guerra púnica habían muerto más de trescientos mil hombres, la flor y nata del campesinado, cuatrocientas ciudades arrasadas y la mitad de las granjas (sobre todo de la Italia meridional) saqueadas.
La importación creciente de trigo, procedente de las tierras conquistadas y repartido a bajo precio e incluso regalado, y la mano de obra gratuita (esclavos) para los terratenientes, empeoran la situación del escaso campesinado libre, precisado a vender sus modestas fincas que pasarán a incrementar los latifundios de los patricios.
Comienzan a implantarse los viñedos y los praderíos precipitando sin remedio el éxodo rural masivo.
En el año 104 antes de Cristo, entre cuatrocientos mil ciudadanos, sólo hay en Roma unos dos mil propietarios, en contraste con los orígenes cuando todos lo eran.
Sila intentará desanimar el éxodo distribuyendo tierras a cien mil veteranos, licenciando al ejército y suprimiendo la distribución gratuita de trigo, pero la corte prosigue su ritmo con una vida urbana corrompida. Terencio Varrón, autor del primer tratado en prosa sobre la vida rural, nos muestra a los padres dejando el arado y emigrando a Roma; Mientras un contemporáneo de Terencio, el célebre, y para muchos tan noble, Cicerón, poseía a fines del 63 una finca en Fornia de cincuenta mil sestercios, otra de quinientos mil en Tusculum y un palacio de tres millones en el Palatino. Y Bruto, el no menos noble e hijo adoptivo de J. César, prestaba a través de intermediarios a un 48% de interés.
El ocaso de la República, con la ruina de la agricultura y de las costumbres, era inminente. Campea una riqueza minoritaria insolente y estéril y una masa ociosa y mísera que estaba perdiendo las virtudes naturales del campesinado de donde procedía. Había nacido el capitalismo.
César va a intentar luchar contra este ambiente. Su paternalismo es un mal necesario para tal situación.
LA DECADENCIA DEL IMPERIO: EVIDENTES PARALELISMOS CON LA ACTUALIDAD
Los romanos dejan de creer en las Instituciones, porque conocen su corrupción. Octavio Augusto, en el año 32 antes de Cristo, liquida al ejército compuesto de medio millón de hombres, afinca a trescientos mil como labradores y utiliza al escritor Virgilio como auténtico instrumento de propaganda para estimular la vuelta al campo, pero la "literatura" no convence porque describe el campo en un tono idealizante, como un paraíso, un Arcadio que no refleja la auténtica crudeza del cultivo, sino una vida placentera donde los pastores y los agricultores dialogan idílicamente.
En cambio Ovidio es desterrado, porque describe un ambiente urbano relajado, pervertido, donde imperan los placeres sexuales y la gula. Las ciudades se corrompen cada vez más. En las paredes de Pompeya junto a las pinturas obscenas, aparecen "graffiti" (pintadas actuales) denunciantes de malversaciones de fondos ejecutadas por aquellos que ocupaban cargos importantes.
Fallaban de raíz los valores, las convicciones y los principios que habían recogido a los primeros latinos. Y ahora los "ciudadanos" se oponían a cualquier intento de volver a las antiguas virtudes. Se oponían incluso con violencia: de diez sucesores de Augusto, en 126 años, siete murieron asesinados.
Se había perdido el respeto innato a la autoridad, el sentido de la disciplina. Se había pasado de una vida rural a una vida urbana, pero las ciudades se habían desintegrado en una minoría viciosa y enriquecida y en un proletariado de excampesinos marginado, inculto y ya sin convicciones morales de ninguna clase. Diez siglos de corrupción y tres de despotismo habían conducido a la vieja y austera población agrícola hacia una sociedad urbana ruralizada, sumergida en un estado de miseria material y moral.
Ya no se guardaban las costumbres tradicionales, ni se venera a los dioses, ni se honra a los padres, ni se respeta a los ancianos, ni se obedecen las leyes. El cultivo de las tierras ya no interesa, el trabajo es despreciado, es indigno, porque supone esfuerzo corporal y "mancha", por tanto es signo de exclavitud y debilidad. Las únicas ocupaciones nobles son las guerras o los deportes.
Polibio afirma que no fue el sistema político la causa de los éxitos romanos, sino las virtudes de sus dirigentes y que aquellos duraron hasta que los ciudadanos se entregaron a la avaricia. La crisis definitiva, antes de nada, fue entonces una decadencia biológica. La aristocracia agraria primera que había sido valerosa y patriótica se hace viciosa y egoísta. Ni el valor ni la justicia eran ya los móviles de la conducta. Roma había superado sus trances, duros, sus crisis pasajeras anteriores, gracias a una minoría política ejemplar, pero la extinción de este núcleo selecto humano perpetúa el estado crítico y la historia de los últimos romanos constituye una historia fracasada en cuanto a la misión de difundir universalmente la civilización. No se puede difundir lo que ya no se tiene. El nada sospechoso Rostovtzeff concluye que la degeneración no se extendía sólo al campo político, sino a todos los estratos.
La lección resulta bien patente para nuestros días. El proceso de decadencia y de crisis total en cualquier imperio, en cualquier gran civilización es siempre el mismo:
Las primeras guerras de cada país, con las conquistas, son las que introducen el primer cambio de mentalidad. Las necesidades bélicas estimulan el comercio y la industria, y así desde las aldeas más aisladas se pasa a una mayor concentración. Pasado el conflicto, los soldados, imbuidos ya del sentido de conquista y ambición, regresarán de mala gana al campo, las tierras serán vendidas, alquiladas o abandonadas. La ruina de la agricultura se hace inevitable. Van a nacer las ciudades minadas por la riqueza estéril y el consumismo sin freno. La comodidad y el placer sustituirán a la austeridad, al espíritu de entrega y a la disciplina: el único móvil de conducta será la ambición. Por eso decía Gandhi: "El movimiento obrero capitula, porque en lugar de esterilizar el capital, intenta posesionarse de él para convertirse, a su vez, en capitalista".
Este proceso se ha dado prácticamente en todos los ocasos de las civilizaciones, siendo el cambio de valores y de mentalidad el origen de las crisis.
En el siglo IV d.C., encontramos dos paralelismos definitivos con el mundo actual: 1. El cronista Anmiano Marcelino, muestra su asombro ante las decadentes costumbres de Roma: "los jóvenes se dejan crecer las melenas (crines mayores), usan pantalones ajustados que deshilachan (bracae y racae) y se ponen chaquetas de piel de vaca (como los rockeros)" y hasta en cierta ocasión, Anmiano nos habla de una cantante que reunió en el foro romano a 20.000 jóvenes, que la aclamaban.
2. El escritor romano Juvenal nos describe muy plásticamente el estado de la capital en el momento de máxima ruralización. Roma tendría entonces casi un millón y medio de habitantes, y su descripción coincide casi plenamente con la de cualquier urbe presente: "Aquí muchos enfermos mueren de insomnio. ¿Es que hay habitaciones alquiladas que permiten dormir? En Roma sólo los potentados pueden conciliar el sueño. He aquí la causa principal de las enfermedades: el tránsito de los carruajes por la estrechas curvas de las calles, el alboroto de los rebaños detenidos. El rico, en cambio, si algún quehacer le llama se hará transportar, a través del gentío, que le abrirá paso, y él circulará veloz a través de las cabezas en una amplia litera. Durante el camino dentro de ella, leerá, escribirá o bien dormirá porque la litera con la ventana cerrada, invita al sueño. Y llegará antes que nosotros, ya que delante de mí hay una oleada de gentes que nos impide el paso, y por detrás la plebe, en un número incontable, me oprime los riñones. Uno me da un codazo, otro me golpea con una dura barra, otro me mete un palo en la cabeza, otro una jarra. Tengo las piernas llenas de lodo, por todas partes me pisan pies enormes, y un clavo de bota militar me ha atravesado un dedo" (Sátira III).
Esta masificación de las ciudades, trae consigo no sólo riesgos de tráfico, sino algo más profundo y de mayor peligro, que es la pérdida del sentido del deber, de la jerarquía de valores, hace perder al hombre su alta conciencia de "Homo Politicus", de ciudadano, de solidarización y, en definitiva, puede implicar la extinción de una cultura, el fin de una época.
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BIBLIOGRAFÍA
LÉRIDA, J.: Polibio y las formas de gobierno, Salamanca.
ORTEGA Y GASSET, J.: En torno a Galileo, Austral.
ROSTOWTZEFF: Historia social y económica del Imperio romano.
RUANO, E. B.: El concepto histórico de decadencia y su aplicación a la historia romana.
TOYMBEE, A.: La historia, Ed. Noguer.