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“Si la ‘mmidia fosse febbre,
ugnunu ce l’avrebbe”
(Si la envidia fuese fiebre,
todos la tendrían).
(Refrán popular)
INTRODUCCIÓN
La interpretación de lo que hoy la antropología define como “síndromes culturales” –envidia, mal de ojo u ojeo– han interesado a estudiosos de diversas culturas y épocas.
Acercamientos desde diferentes puntos de vista como: religión, medicina, psicología y la psiquiatría folklórica, la antropología en sus ramas cultural, social y médica, confirman la vigencia de la envidia y el mal de ojo en contextos sociales muy variados: desde las grandes urbes europeas a los pequeños poblados de países de América Latina. Pero, ¿en qué varian los casos? varían los operadores terapéuticos, los métodos para el diagnóstico, los medios usados para la protección y curación de la envidia y del ojeo. Sin embargo, la función que cumplen sigue siendo la misma.
En el caso del mal de ojo, el diagnóstico a través de la lecanomancia que se remonta a los babilonios y griegos es difundido en Europa del Oeste, como lo demuestra el material bibliográfico que he podido comparar. Su presencia en el contexto de América del Sur lo vuelve un tema aún más atrayente para profundizar.
Nuestra zona de investigación es Leonessa, pequeña ciudad en los Apeninos centrales italianos, zona de influencia española (tres siglos de dominación, primero bajo los Aragoneses y después bajo el reino de España XV–XVII), con todo lo que ello implica, es decir, todas las vertientes que forman dicha cultura.
Casi en el mismo periodo, el reino español se extendía hasta América Latina con sus virreinatos del Perú y de Nueva Castilla, razón histórica por la cual se podrían establecer comparaciones y encontrar las posibles interacciones culturales entre las posesiones españolas de entonces con la misma España.
Algunos estudiosos de la historia del mal de ojo en España, han puesto en relieve la influencia del interés sobre el mal de ojo que se desarrolló en la penísula Ibérica en relación con los posteriores estudios realizados en Italia. A nuestro parecer, faltaría extender el estudio comparativo a América Latina (2).
En el presente artículo, trato de tres “síndromes culturales”, es decir síndromes que no pueden ser interpretados bajo los cánones de la medicina oficial ya que el origen de los mismos va más alla de lo biológico involucrando lo psicológico, social, económico y cultural.
Se han establecido variadas clasificaciones de los síndromes culturales tomando en cuenta su origen. Para nuestro caso usamos una distinción básica que a mi parecer es suficiente para encuadrar el material que se expone:
1. Síndromes culturales cuyo origen está relacionado con entidades del mundo sobrenatural (en esta categoría se encuentra la paura). Requieren la intervención de un operador terapéutico carismático
2. Síndromes culturales cuyo origen no está relacionado con entidades del mundo sobrenatural, dentro de las cuales están los llamados síndromes culturales de origen social, como la envidia y el mal de ojo. Requieren la intervención de un operador terapéutico no–carismático conocedor de las fórmulas y métodos terapéuticos tradicionales.
I. EL CONTEXTO: LEONESSA
La ciudad de Leonessa se encuentra a una altura de 1.000 m. s.n.m. Desde 1927 forma parte de la provincia de Rieti, región Lacio (antes pertenecía a la región de los Abruzos).
Tierra de origen sabino, su historia ha sido caracterizada por muchas ocupaciones empezando por la romana (III a.C.), posteriormente los longobardos (VI–VIII d.C) trajeron el credo Ariano, y con los Normandos se formó el “Reino de las dos Sicilias” y el territorio de Leonessa colindaba con el Estado Pontificio. Luego pasó a ser dominio de los Anjou (franceses) los cuales fundaron la actual ciudad en 1278. Desde el S. XV, con los Aragoneses, fue territorio español hasta el S. XVII. Las últimas dinastías que los gobernaron han sido la de los Habsburgos y de los Borbones destituídos con la unificación del reino de Italia en 1860.
Actualmente, la posición geográfica de esta ciudad hace de ella un sitio sumamente interesante desde la perspectiva cultural y demológica ya que la altiplanicie donde se levanta, queda incluída entre los linderos con otras regiones donde la tradición ha sido y (en parte) es todavía muy activa: Umbria, los Abruzos y Las Marcas.
La dinámica de intercambios culturales con estas regiones era muy activa siendo impulsada por las actividades comerciales, como el importante mercado de la lana ovina, o por las necesidades económicas que obligaban a los pastores de Leonessa a emigrar cada año, junto con sus rebaños, hacia la llanura romana al comenzar el invierno, o a los obreros de las regiones aledañas a prestar su mano de obra en las faenas agrícolas en la campiña de Leonessa (cosecha del trigo, labores pastoriles como el trasquilamiento de las ovejas, etc.). Las comparaciones demuestran a todas luces las similitudes existentes entre la cultura local y la cultura de las mencionadas regiones, sobre todo de Las Marcas y los Abruzos.
II. EL CRITERIO DE LA INVESTIGACIÓN
Se entrevistaron a personas de un promedio de 80 años de edad, con buena memoria, las cuales proporcionaron noticias valiosísimas concernientes a su mundo y su antigua manera de sentir y vivir.
De las 37 aldeas (“ville”) que conforman el territorio administrativo de Leonessa, se trató de tomar una primera muestra representativa realizando entrevistas tanto en las aldeas de la parte “de abajo” del territorio (entre las mencionadas en este trabajo son: Villa Carmine, Villa Gizzi, Villa Bigioni, Casale dei Frati, Villa Pulcini, Villa Colapietro y Ocre) –conlindantes con la región de Umbria – como las aldeas “de arriba” (elegimos la de Terzone por ser la más poblada de la zona) conlindantes con las regiones de los Abruzos y de Las Marcas. Además, obviamente, del centro urbano de Leonessa.
Debido a la falta de material bibliográfico de valor científico sobre la zona que, a pesar de su relativa cercanía con la ciudad de Roma, no ha sido objeto de estudios por parte de especialistas, a excepción del trabajo realizado conjuntamente con mi colega Mario Polia (3), se ha utilizado en la primera etapa de la investigación material etnográfico recogido en la región de los Abruzos en el siglo XIX. Este abundante y detallado material me permitió elaborar una primera serie de preguntas las cuales se fueron adaptando, ampliando y modificando según los avances de las entrevistas y el aporte de los datos obtenidos.
Por último, debo confesar que ha sido toda una experiencia y aventura el hecho de ser yo una “extracomunitaria” y hacer trabajo de campo en un país extranjero y con personas tan distintas culturalmente de la gente de mi tierra. Quedo agradecida a todos aquellos que vencieron el prejuicio de considerar a toda mujer latina como empleada doméstica o “badante” (4) y aceptaron revelarme sus creencias, a pesar de que éstas, al ser publicadas, podían ser vistas como supersticiones. Se lo agradezco sobre todo por hacerme confidente de sus tristezas y alegrías.
III.
1. La envidia
La envidia era y es concebida como un fluído negativo, emanado por el envidioso, que contagia la víctima, el envidiado, sea vanificando los frutos de su trabajo, sea atacando su propia persona. En el primer caso, la envidia puede actuar negativamente sobre la cosecha, sobre los animales que la persona posee, sobre su trabajo en general; en el segundo caso actúa directamente sobre la salud de la persona misma. El fluído, la energía de la envidia, es más fuerte cuanto más fuerte es el carácter del envidioso y actúa tanto más potentemente cuanto más débil es el carácter del envidiado (5).
La acción de la envidia actúa comúnmente en modo negativo, más o menos grave, especialmente sobre: la fermentación de la levadura del pan; el cuajo usado para hacer el queso; la abundancia de la cosecha; la salud y fecundidad de los animales; la leche de las ovejas o de las vacas; la leche de la mujer durante la lactancia; la salud de la persona en general y del niño en particular y también sobre la armonía entre esposos que, a causa de la envidia de otros, pueden ser inducidos a furiosas peleas (6).
Como protección contra la envidia, se usaba colgar sobre la puerta de la casa dos cuernos de bovinos, las crines del caballo y sus herraduras, y éstas últimas eran más efectivas si eran robadas o encontradas. Se creía que la sal protegía contra la envidia y cuando se veía pasar por la calle una persona envidiosa, se tiraba un poco de sal por las escaleras. El pelo de tejón era tenido por un óptimo protector, junto a la mandíbula del puercoespín. Para ser eficaz, el pelo de tejón debía ser regalado por un cazador o robado, mas nunca comprado.
En los Abruzos existía la usanza de poner en los cabezales de los bueyes, o vacas, que transportaban la dote de la novia desde la casa paterna a su futura morada conyugal, un mechón de pelo de tejón, un lazo rojo y unas campanas colgadas al cuello de los animales con la finalidad de alejar la envidia [De Nino (1988), pp. 2–18].
Particularmente eficaz era considerado el coral, por su color intensamente rojo y por la forma del coral natural que se presenta con ramitas puntiagudas o minúsculos cuernos.
Los mismos amuletos usados para protegerse de la envidia eran válidos para el mal de ojo.
2. El mal de ojo (“l’occhiu”/“occhiaticciu”)
El mal de ojo, llamado localmente “occhiu” y también “occhiaticciu”, tiende a confundirse a menudo con la envidia pero, en realidad, el proceso de fascinación que produce el contagio negativo, en la mentalidad popular, es tendencialmente distinto porque, en la envidia, tal proceso presupone una actitud consciente, intencional e implícitamente culpable (la consciencia de ser envidioso y desear el mal ajeno).
En el mal de ojo, al contrario, la proyección de la energía negativa puede acontecer de modo inconsciente e inintencional: aquel que contagia tal energía es un envidioso inconsciente. El mal de ojo, además, se transmite siempre por medio de la mirada y actúa especialmente en los animales y niños (7).
Debo decir que muchos de los informadores tienden hoy a confundir el mal de ojo con la envidia, o tal vez esta confusión en la práctica existía de antaño. Según los informadores la dinámica del mal de ojo está relacionada con la envidia, o sea la envidia produce el mal de ojo que, a su vez, produce los efectos negativos. Es decir:
Maldad-----› envidia-----› ojeo-----› efectos del mal de ojo
En este caso, el mal de ojo es interpretado como un fluído contagioso que se desprende de la persona envidiosa, como se expresó una informante de Villa Pulcini: “sin la envidia, el mal de ojo no existiría: es un producto de la envidia”.
La capacidad de contagiar el mal de ojo es puesta en relación con el poder de la mirada. El carácter del ojeador es fuerte y es egoista. Para que el mal de ojo pueda actuar, es necesario que la persona expuesta al influjo de la mirada sea más débil que la mirada del ojeador.
La bibliografía italiana sobre el ojeo es muy amplia. Menciono referencialmente, por su cercanía geográfica, las investigaciones en Roma [Zanazzo (1908), p.16] y en los Abruzos [Giancristofaro (1995), pp. 279–282].
1. PROTECCIÓN Y CURACIÓN
1.1. De la persona, de la casa y sus actividades domésticas
Una persona, para protegerse del ojeo, debía llevar un mechón de pelo de tejón, o un pedacito de piel del mismo animal asegurado a la ropa interior, que generalmente era un polo de lana que se lleva debajo de la camisa, o en todo caso a la misma camisa.
La mujer, en particular aquélla que estaba dando de lactar, debía prestar mucha atención a la envidia y/o mal de ojo sobre la leche materna, tenía que esconder su seno si era presente una persona que no pertenecía a la familia. Y, cuando salía a la calle, tenía cuidado que la ropa que llevaba no se hubiese mojado de leche demostrando su abundancia. Casos en los cuales la “ladrona de leche” fue reconocida y fue obligada a devolverlo fueron recogidos en el reino de Nápoles. Incluso las fórmulas que se recitaban para que vuelva la leche robada [De Martino (1996), pp. 55–59]. En los Abruzos [Giancristofaro (1970–1971)]
Sobre la puerta de la casa, se usaba colocar dos cuernos de buey, y al interno de la misma puerta, una herradura de caballo, que para funcionar adecuadamente, no debía haber sido comprada sino encontrada o robada. De esta manera se alejaba la envidia.Cuando se llegaba a una casa donde se estaba preparando el pan o el queso, el visitante debía decir: “Come Santu Martinu” o “San Martino te ll’acresca” (Como San Martín, San Martín te lo aumente); y la persona respondía “Ben venga” (Bien venga / vale) de otro modo el pan no se aleudaba: “veniva sommo”. Así la dinámica de la envidia y del mal ojo quedaba impedida al nacer al demostrar de esta manera el recién llegado sus buenas intenciones (8).
La recitación de estas fórmulas y de otras semejantes pronunciadas cuando se visitaba a una mujer que elaboraba el pan, o que estaba dando de lactar, era considerada necesaria. Es más, se interpretaba como un apreciado acto de cortesía y, aun más, una sincera declaración de amistad que, tomando por testigos a los santos, ponía el visitador al reparo de cualquiera sospecha acerca de sus sentimientos.
1.2. De los animales
Cuando se visitaba a alguna persona que se encontraba en el establo donde una vaca acababa de dar, o tenía las mamas llenas de leche se acostumbraba decir: “Sant’Antoniu te ll’aiuti” (San Antonio te lo ayude) y el dueño de la vaca debía responder: “Sant’Antoniu lu faccia” (San Antonio lo haga).
En el caso del mal de ojo sobre la leche de las vacas, se usaba llevarlas delante del convento de los padres franciscanos y hacerles dar tres vueltas alrededor de una antigua cruz puesta delante del convento; en las aldeas, se las hacía girar alrededor de la capilla local. Después de haber girado alrededor de la cruz, uno de los padres del convento recitaba los Evangelios y bendecía la vaca concluyendo así la bendición : “Dio te lla binidica e Sant’Antoniu te ll’aiuti” (Dios te la bendiga y San Antonio te la ayude) (9).
Trátase de San Antonio Abad, protector de los animales prácticamente en toda Europa del Oeste, cuya fiesta se celebra el 17 de enero. En Leonessa, la noche de la vigilia se hacía un gran fuego (focaracciu) bendito por el cura y todas las familias colaboraban entregando la leña necesaria. Al día siguiente, los carbones que quedaban eran llevados a las casas para defenderlas del rayo. También se entonaban canciones que narraban las innumerables tentaciones que padeció el santo “del puerco” (llamado así para diferenciarlo del otro santo de Padua).
Cuando había la seguridad que una persona conocida era la responsable del mal de ojo que, por ejemplo, había contagiado un animal, se le pedía que trazase sobre el mismo animal el signo de la cruz pronunciando la fórmula “Dios te lo bendiga” o “San Antonio te lo ayude”.
Cuando no había esta seguridad, se tomaba un poco de agua bendita de la pila de la iglesia para echarla a los animales “ojeados”: se creía, en efecto, que ella actuaría no sólo en virtud de la bendición del sacerdote, sino por el hecho que la mano de aquel que había producido el mal de ojo, entrando o saliendo de la iglesia, ciertamente había tocado el agua bendita: cuando nuestro informador era joven, todos diariamente iban a la iglesia. En otras palabras, no conociendo la identidad del responsable del mal de ojo, se obtenía de todos modos que su mano –aunque sea de modo diferido– tocase, por medio del agua a la cual había comunicado su fluído, el animal ojeado que, de tal modo, quedaba curado. Se creía, en efecto, que quién había contagiado el mal ojo pudiese también cortarlo.
1.3. Invocación a Jesús y María para alejar el malojo
Las fórmulas usadas tradicionalmente para “cortar” (togliere) el mal de ojo eran secretas y podían ser transmitidas solamente en la noche de Navidad. Esta es una de las pocas fórmulas conocidas:
“…la oración que decía cuando quitaba el mal ojo: decía el credo, después algunos Padre Nuestros y después decía:
Oh, Jesús, crucifijo,
liberanos del mal y de los peligros,
en nombre de Jesús y de María,
el mal de ojo ¡mándalo fuera!
[“O Gesù crocifisso, liberaci dal male e dai pericoli, in nome di Gesù e di Maria, il malocchio màndacelo via!”].
Esta era la oración, la había aprendido de nuestros viejos, de mi abuela. Mi abuela lo quitaba, yo era entonces una niñita, estaba ahí y escuchaba cómo lo decía y entonces me decía cómo se debía hacer… Si no crees no se puede hacer, mi mamá por ejemplo, no creía, decía: «¿qué cosa es esta? Son las brujas». Mi abuela me decía: «Escucha, yo te lo enseño pero tú lo debes creer, porque si no no funciona, ¡eh!»”.
La misma fórmula era empleada para proteger a los niños de la “fascinación”, con esta finalidad se usaba persignar al niño con el agua bendita y el último verso de la fórmula recitaba: “… el malojo a esta criatura mándalo fuera” (Leonessa).
2. PRÁCTICAS MÁGICO–RELIGIOSAS CONTRA EL MAL DE OJO: LA LECANOMANCIA
El nombre, técnicamente, indica la práctica divinatoria consistente en el escrudiñar la forma asumida por el aceite echado en el agua contenida en un cuenco (en griego lekan_ / lakan_). La lecanomancia servía para diagnosticar la presencia del mal de ojo. Venía vertido el aceite en un plato lleno de agua y, por la disposición de las gotas, el especialista –ya sea un hombre o una mujer llamada “sfasciatrice d’occhiu” (deshacedora del mal de ojo)– deducía la presencia del mal de ojo recitando fórmulas apropiadas y haciendo una serie de signos de la cruz sobre el cuerpo de la persona, o del animal, para deshacerlo. Expresiones dialectales intercambiables son: “guastà’ l’occhiu” o “reguastà’ l’occhiu” (romper el mal de ojo, o romperlo de nuevo). La lecanomancia todavía es ampliamente practicada en el territorio de Leonessa.
Por el número de las gotas de aceite que se exparcían sobre el agua la lecanomante infería el número de las personas responsables de la producción del mal de ojo, mientras por la velocidad con la cual las gotas se expandían deducía cuándo había sido hecho:
“…las gotas que se abrían eran las personas que podían haber hecho el mal de ojo. A veces sucedía así, que las gotas apenas echadas sobre el agua al momento estaban quietas, intactas, después de un poco comenzaban a ensancharse. Entonces decía: ¿Sabes pór que? Porque éste es mal ojo viejo. Sucedía además otra cosa: se unían las gotas, podía darse que antes estuviesen todas y cada una en su puesto, después de un minuto, veías que se movían por si solas sin tocarlas, y se tocaban una con la otra, tres, cuatro juntas. Entonces papá decía: ¿Ves? Estas se unen, son las habladurías que están haciendo en común contra ti”.
La consulta era repetida por tres veces; después de cada consulta el agua era tirada sobre el fuego de la chimenea o en un cruce de caminos: “En el fuego, dice, porque así se queman aquellos que te han hecho el mal de ojo, así se quema, se consume y termina el mal de ojo”.
Si en la última consulta las gotas quedaban quietas sobre el agua, el mal de ojo se consideraba curado.
En la aldea de Terzone, se ha documentado una ceremonia de lecanomancia en la cual las gotas de aceite vaciadas sobre el plato eran tres. De la disposición de las gotas la lecanomante puede establecer el sexo del autor del mal de ojo: si la gota, o las tres, se fragmentan expandiéndose sobre el agua y forman una serie de minúsculas gotitas (“perlitas”), o si dos gotas, una más grande y otra más pequeña, se unen sugiriendo la forma de un pendiente, el sexo del ojeador es femenino; si las gotas se pulverizan formando una suerte de tenue “niebla”, el sexo es masculino.
Si las tres gotas tienden a reunirse, significa que el mal de ojo ha sido hecho por más de una persona.
Si las tres gotas, al contrario, quedan inmóviles sobre la superficie del agua, no hay presencia del mal de ojo.
Por la velocidad con la cual las gotas se expanden, puede establecerse si el mal de ojo es reciente, o añejo: en el primer caso, las gotas se expanden rápidamente, lentamente en el segundo caso.
La ceremonia es repetida por tres veces. Tirando (en este caso) después de cada vez el agua a una calle concurrida, habrá la posibilidad que por ahí pase el autor del mal ojo: mediante el contacto de una parte de su cuerpo (los pies) con un elemento que ha tocado el paciente –el aceite a través del dedo del lecanomante– la misma energía de la persona que produjo el mal de ojo lo deshace.
Cuando el mal de ojo es muy fuerte, según algunos, el aceite se expande sobre el agua formando la figura de una serpiente.
Otros operadores, además de las fórmulas, usaban ungir a la persona o animal ojeado con el aceite que tenían en la cuchara trazando cruces en su cuerpo.
Hay otros operadores que en vez de usar el aceite utilizan el trigo: si los granos de trigo se reunen, revelan la presencia del mal de ojo. Según otras “escuelas”, si los granos se van al fondo, significa que no hay presencia de mal de ojo, si uno o más granos quedan a flote significa que el mal de ojo ha sido producido por una o más personas según el número de los granos.
En general, el agua usada para el rito de la lecanomancia era y es agua común recogida del pozo o del caño; el aceite es aceite de oliva de cocinar.
Cualquier día era apto para hacer la consulta, no había días especiales; se prefería la mañana a la noche.
La fórmula para cortar el mal de ojo era y es tenida celosamente secreta por parte del lecanomante y podía ser transmitida solamente durante la noche de Navidad “entre campana y campana”, o sea en el periodo que va de la medianoche a la misa del alba. Existe la convicción que, transmitida la fórmula, el autor de la transmisión no puede seguir operando: se trata de una definitiva transmisión de poder.
Un lecanomante de la aldea Casale de Frati, después de haber vertido tres gotas de aceite, traza con el dedo una cruz sobre la superficie del agua: si una gota se mueve al lado de la otra que es más pequeña se le atribuye la forma de un sombrero y se deduce por conclusión que el autor es un hombre, pero si las gotas se alargan formándose como serpientes se declara que la responsable es una mujer. Se nota la antigua asociación entre serpiente–mujer no necesariamente deducida del simbolismo bíblico, sino procedente tal vez de arcaicos horizontes culturales autóctonos.
Damos la descripción de una ceremonia de lecanomancia realizada en la aldea Terzone (30 de septiembre de 2001):
1. La operadora, murmurando una fórmula, traza el signo de la cruz sobre el paciente: en la frente, la parte izquierda y la derecha de la espalda, sobre la mano izquierda y la mano derecha repitiendo la operación por tres veces.
2. Mojando el dedo indice de la mano derecha en el aceite de oliva, sin dejar de murmurar su fórmula, hace caer en el agua contenida en un plato una gota de aceite la cual se alarga inmediatamente formando una suerte de tenue velo: la operadora diagnostica mal de ojo grave hecho en tiempos recientes.
3. La operadora repite el mismo rito descrito en el paso 1.
4. Moja de nuevo el dedo en el aceite y lo hace caer sobre el agua. Una gota se subdivide formando una especie de collar hecho de diminutas gotitas, la lecanomante diagnostica: ojo de mujer; hace caer entonces otras tres gotas de aceite las cuales se alargan levemente hasta apróximadamente un centímetro de diámetro indicando, si bien de manera reducida, la presencia del mal ojo.
5. La operadora vuelve a repetir el punto 1.
6. Hace caer tres gotas de aceite en el agua y éstas permanecen inmóviles sin cambiar de diámetro, hecho que indica la cesación del mal de ojo.
7. El agua usada para la operación es tirada en la calle pública.
Por todo el tiempo en que duró la ceremonia, una segunda lecanomante, más joven y alumna de la primera, estuvo lista para intervenir si, después de la tercera vuelta, el mal de ojo no hubiese desaparecido.
En otra curación de mal de ojo, se diagnosticó a una mujer joven mal de ojo “mixto”, es decir de hombre y de mujer. Y que era reciente.
La lecanomante afirmó que la primera vez que vió a esta joven sintió que estaba ojeada porque era bonita y recién había llegado al pueblo.
La joven me refirió que antes de ir a la operadora sentía como una fuerte tensión en la base de la nuca y en la nariz, después de la curación, afirmó que inmediatamente no se sintió mejor, sino después de unos pocos días el dolor desapareció.
3. “La Paura” (el susto/ espanto)
En el dialecto leonessano el término “paura” (miedo, susto), es aplicado sea la impresión traumática sufrida por la aparición de una entidad sobrenatural (un fantasma, una bruja, un animal–espíritu), sea a la entidad sobrenatural que produce tal impresión. Los efectos de la paura sobre el organismo son: pérdida de consciencia, inapetencia, insomnio junto con graves disturbios mentales y por último la muerte.
Se conocen muchos casos de muerte debida a la paura que han envuelto a personajes reales. La paura, en general, se manifiesta de noche, a menudo en forma de un animal que goza de prestigio mágico (perro, asno, caballo, enorme gato). El animal–fantasma en general, desaparece de improviso.
1. Casos de paura Con la finalidad de ilustrar la dinámica de la paura, resumimos algunos casos significativos documentados en nuestras entrevistas.
Caso 1: 1. Una persona sueña con un difunto y éste le dice que hay un tesoro escondido en una cierta zona en las pendientes del Monte Tilia pero, para poder apoderarse del tesoro, debe ir acompañado por la primera persona que saldrá de la iglesia al final de la novena en honor de San José de Leonessa. 2. La persona, “por codicia”, desatiende la advertencia y va sola a buscar el tesoro el cual estaba custodiado por un guardián asesinado en ese mismo sitio el día en que fue sepultado el tesoro. 3. Mientras excava, siente una mano que se apoya sobre su espalda y una voz que le dice: “¡Valor, que ahí estás!” 4. La persona siente pánico, se voltea, ve una llamarada y huye del lugar. 5. Desde entonces, el hombre que había sufrido “la paura” inició a comportarse como un demente, se enfermó de gravedad y, por último, lo encontraron muerto en un rincón de Leonessa (Villa Colapietro).
Caso 2: 1. Una señora de Villa Carmine, sueña con un difunto que le revela el escondite de un tesoro. 2. La señora tiene miedo y, despreciando la advertencia, no busca el prometido tesoro. 3. Seguidamente, cada noche siente golpear los muebles de su habitación que condivide con su hija, pero al prender la luz no ve a nadie. 4. La señora conscientemente relaciona los rumores nocturnos con el difunto que se le apareció en sueños. 5. La víctima de la persecución expectral busca poner remedio cambiando de casa varias veces, pero los rumores nocturnos siempre se repiten. 6. La señora encarga una serie de misas para el consuelo del difunto y, poco a poco, los rumores disminuyen y desaparecen. 7. Libre de la persecución nocturna, la señora camina como atontada y ya no es la misma de antes, el estado de confusión se prolonga y la mujer sufre alteraciones mentales por el resto de su vida (Villa Colapietro).
Caso 3: 1. Una noche de plenilunio de junio, un joven va a encontrar a su novia a Villa Gizzi, es el día viernes, día en el cual los encuentros amorosos quedan prohibidos, provocando de lo contrario, un escándalo. 2. Después del encuentro amoroso, baja de su caballo para recoger un niño abandonado que llora pero no halla al niño llorón sino a dos gatos que están entre la mata y que brincan. 3. Aterrorizado, el joven comienza a correr hacia la aldea de Ocre y los gatos lo siguen. 4. A la altura del cementerio, los gatos desaparecen entre las tumbas. 5. El joven queda traumatizado, se enferma de gravedad, abandona a su novia y se va para siempre de su aldea (Villa Gizzi).
Caso 4: 1. Dos amigos regresan a su casa de noche, después de una fiesta en Leonessa. 2. Durante el camino se les acerca un perro blanco que luego desaparece en el campo. 3. Uno de los dos amigos tiene miedo y pide a su amigo de acompañarlo hasta Villa Carmine porque en el camino hay un lugar de donde frecuentemente “scappa [sale] la paura”. 4. Llegan al puesto fatídico, aparece un perro negro que se lanza en dirección al cementerio, el amigo asustado afirma tratarse de un espíritu. 5. Deja a su amigo en su casa, mientras el perro espera en el camino, el joven lo persigue con un bastón hasta alcanzarlo cerca de un farol donde el animal desaparece. 6. Si bien el joven queda asombrado, no concede espacio al miedo y no sufre ninguna consecuencia debido al misterioso encuentro. 7. Su amigo, al contrario, “el miércoles que vió «la paura» y se le metió, le vino el agotamiento y murió, porque «la paura» es como el agotamiento, te bloquea la sangre” (Villa Bigioni).
Estos casos documentados en la altiplanicie leonessana, pueden ser útilmente confrontados con un caso de “paura” documentado por Mario Polia (Mayo, 1990), en sus investigaciones entre los habitantes de Castelluccio di Norcia. Se trata de un caso emblemático donde una joven llamada Paola, a la edad de quince años, mientras daba cebada a una vaca, fue tirada a tierra por un toro enfurecido corriendo el riesgo de terminar encornada. Después de este incidente, Paola inicia a perder el apetito, vaga como pérdida. Durante la noche sueña frecuentemente con el accidente ocurrido y adelgaza hasta convertirse en una sombra de si misma. La chica es inútilmente sometida a exámenes de médicos y curaciones pero ninguna de ellas surte el efecto deseado. Una noche Paola sueña con Jesús vestido con una capa roja, con una mancha de sangre sobre el corazón que combate con un gran toro negro. Ganada la lucha, Jesús se dirige a Paola y le dice: “yo te salvaré porque humilde es tu corazón”. Después de aquel sueño, Paola es liberada definitivamente de su pesadilla y vuelve a tener salud, apetito y ganas de vivir.
2. La dinámica de la “paura”
En los casos documentados y en todos los demás casos recogidos, la dinámica es la siguiente:
1. Un evento traúmatico inesperado afecta a la víctima e interrumpe, o altera la normal función del control de la mente: a veces, el evento consiste en la aparición de un fantasma, o en la manifestación de fenómenos relacionados a la presencia invisible de un difunto, o en la aparición de un animal fantástico, o de animales que se transforman en la figura de un difunto; otras veces, el evento traumático consiste en un accidente que adquiere valores de presagio, o de manifestación negativa en relación al mundo de los muertos y de las fuerzas de la noche, o bien el evento tiene relación directa con la aparición del diablo. La víctima prueba un estado de “paura” que varía de intensidad según el evento y su predisposición caracterial.
2. Se manifiestan las consecuencias patológicas del susto debidas, según la interpretación popular, a una corrupción de la sangre. Tales consecuencias consisten, en los casos leves, en un sentido de pérdida o de confusión mental que durará un breve periodo de tiempo, o en los casos menos leves, por toda la vida. En los casos graves, el susto produce manifestaciones interpretadas como ataques de epilepsia, o una parálisis temporal. En los casos aún más graves, produce un estado de confusión mental severa interpretada como demencia, o como agotamiento nervioso y puede llevar, como consecuencia última, a la muerte. Tal dinámica puede expresarse en este modo:
trauma---> susto---> corrupción de la sangre---> consecuencias patológicas.
El análisis de los casos evidencia también que las consecuencias del susto son tanto más intensas cuanto más acentuada es, de parte de la posible víctima, la propensión a creer en el susto y en sus efectos, pero aún antes, a creer en la existencia de un mundo nocturno y agresivo poblado de diablos, muertos y fantasmas.
Las consecuencias de la “paura” sobre el estado de salud son directamente proporcionales a la fuerza del carácter de la persona: más fuerte es el carácter, menor la posibilidad de que la “paura” altere el funcionamiento de la psique.
En el caso 3, la manifestación de los dos gatos, animales asociados a las brujas, viene inconscientemente interpretada por parte del protagonista como un castigo por haber violado el tabú que prohibía los encuentros amorosos en el día viernes. El latente temor de un castigo actúa como catalizador y transforma el probable evento natural (dos gatos en amor que maullan bajo una mata) en un evento sobrenatural: el maullar es el vagido de un niño, los gatos son una manifestación diabólica puesta en relación con la noche y el cementerio, etc. En este caso se nota claramente la relación entre la predisposición cultural de la víctima de la paura y los eventos que se convierten en acontecimientos altamente traumáticos y producen la manifestación del síndrome cultural de la paura.
ALGUNAS INTERPRETACIONES APROXIMATIVAS
Cada uno de los tres temas tratados, podrían extenderse a una monografía. Me detendré en algunos puntos que creo significativos y esbozaré algunas conclusiones que me ha sugerido mi investigación.
I. La envidia es un tema presente en la literatura clásica. En la península itálica el sabio reatino Marco Terencio Varrón (116–27 a.C.) en su Lengua Latina 6,8:
“Video a visu, id a vi: quinque enim sensuum maximus in oculis: nam cum sensus nullus quod abest mille passus sentire possit, oculorum sensus vis usque pervenit ad stellas (…) Et Acci: Cum illud oculis violavit is, qui invidit invidendum”.
Veo (video) procede de vista (visu), y ésta procede de fuerza (vi): de los cinco sentidos, en efecto, el de los ojos es el más poderoso ya que mientras ninguno de los sentidos puede percatarse de lo que está lejos mil pasos, el poder del sentido de los ojos llega hasta las estrellas (…) por eso Accio dice “Aquel que envidia lo que es envidiable, lo viola con los ojos”.
Marco Tullio Cicerón (106–43.a.C.), en Tusculanae, Liber III, caput IX, 20, prefiere usar “invidentia” en vez de “invidia” que juzga ser “ambiguum nomen”: término anbiguo.
Publio Ovidio Nasón (43 a.C.–17 d.C.), en Metamorfosis describe física y caracterialmente a la diosa Envidia además de su casa:
“Protinus Invidiae nigro squalentia tabo / tecta petit: domus est imis in vallibus huius / abdita, sole carens, non ulli pervia vento, / tristis et ignavi plenissima frigoris et quae / igne vacet semper, caligine semper abundet. / Huc ubi pervenit belli metuenda virago, / constitit ante domum (neque enim succedere tectis / fas habet) et postes extrema cuspide pulsat; / concussae patuere foves: videt intus edentem / vipereas carnes, vitiorum alimenta suorum, / Invidiam visaque oculos avertit; at illa / surgit humo pigre semesarumque relinquit / corpora serpentum passuque incedit inerti, / utque deam vidit formaque armisque decoram, / ingemuit vultumque ima ad suspiria duxit. / Pallor in ore sedet, macies in corpore toto, / nusquam recta acies, livent robigine dentes, / pectora felle virent, lingua est suffusa veneno. / Risus abest, nisi quem visi movere dolores; / nec fruitur somno, vigilacibus excita curis, / sed videt ingratos intabescitque videndo / successus hominum carpitque et carpitur una / suppliciumque suum est....” (Metamorfosis, II: vv. 760–782).
“Primeramente se dirigió a la casa de la Invidia, escuálida de negra podredumbre, escondida en unos hondos valles, de sol privada, impenetrable para todos los vientos, triste y repleta de indolente frío, y careciendo siempre de fuego, en ella siempre la calígine abunda. La virgen temible en la batalla, llegada al lugar, se para frente a la casa (piensa que no le es lícito entrar) y toca la puerta con la extremidad de su lanza; al ser golpeda, la puerta se abre: al interior ve a la Envidia, comiendo viborinas carnes, alimentos de sus vicios, y a esa vista volvió la mirada; mas ella se levanta flojamente del suelo, de las mordisqueadas serpientes deja los cuerpos, y avanza desganada. Al ver la diosa, por sus formas y armas hermosa, gimió frunciendo el rostro en hondos suspiros. La palidez cubre su rostro, delgadez en todo el cuerpo, nunca mira de frente, lívidos están de orín sus dientes, sus pechos verdosos de hiel, su lengua impregnada de veneno. Le falta la risa, salvo cuando se excita al ver alguien sufriendo; no disfruta del sueño, roída por las angustias que la hacen velar, y viendo los éxitos de los hombres, se consume al verlos, corroe los demás y se corroe a si misma: es éste su suplicio”.
Más adelante el poeta dice que la envidia “inficit tabe”: “contagia con su veneno” (v. 784).
La envidia como origen del mal de ojo fue una teoría desarrollada por el médico Dionisio de Samos en su Fragmentum apud Galenum, II, 6, citado por el portugués Gaspar de Ribero, médico de la reina Catalina, esposa de João III de Portugal:
“Pues si uno retuviere en sí los malos humores y se le presenta alguna cosa hermosa, crece la envidia, en razón de la cual el calor se retrae adentro y en ese retraimiento se fortifica. Así algunos humores venenosos, que tiene, se esfuman y tratan de salir por los ojos ya que éstos no tienen piel. Y como son venenosos y proceden de materia venenosa, infestada igualmente la naturaleza, inficcionan la cosa que se les presenta; se comunica algún prejuicio a la cosa” (Sanz, 2001, p. 241)
Hoy en día, podemos afirmar que el de la envidia es un tema común presente en todas las sociedades rurales tradicionales en las cuales pobreza y precariedad crean un natural recelo hacia cualquiera, aunque sea por poco, que salga del estándar general. No importa si las mejoras económicas de la persona o de la familia sean el resultado de un tenaz trabajo y representen el meritado fruto de años y años de fatiga y de ahorros. El hecho de ser distinto expone de todas maneras a la persona a ser víctima de la envidia.
Una expresión común en la altiplanicie leonessana es “la envidia ha secado la fuente de la piedad”, es decir, ha vuelto a los hombres insensibles, despiadados. En la práctica, de todos modos, los resultados negativos de la envidia y del mal de ojo son parecidos y no distinguibles.
También son símiles los métodos de prevención y de cura.
II. Quiero agregar una líneas sobre la palabra fascinación, en latín fascinum. Ella tiene dos significados relacionados estrechamente: 1. encantamiento; 2. el miembro viril como medio contra la brujeria y el encantamiento. (Calonghi, 1962, p. 1094).
Según Plinio (Historiae naturalis 28, 39), en el Penus Vestae habría estado custodiada con fines apotropaicos una imagen fálica tallada en el leño del higo, que representaba el dios Fascinus, el protector contra la envidia y médico de los daños producidos por ella. Agrega el autor, que la figura de un pene llamado fascinum era llevado en el cuello por los niños para protegerlos de la envidia.
El dios Fascinum de los romanos no sería otro que Priapo de la mitología griega. Cuando su madre Afrodita estaba embarazada Hera, por envidia y celos, la tocó haciendo que el hijo que tenía en su vientre naciera monstruoso, así Priapo nació con la lengua larga, una panza prepotente y un enorme pene. Afrodita (su padre Dioniso o Zeus), lo abandonó y fue criado por unos pastores, pues al verlo con ese enorme pene lo tuvieron como augurio de la fecundidad de las plantas y animales.
En Sicilia (Italia), utilizan los amuletos fálicos sean para colgar al cuello, a la pared o en tumba contra el mal de ojo de la época greco romana, ya sea en calizas locales como en arcilla y bronce. Por ejemplo, un amuleto en forma de falo con patas de felino, con el miembro extendido y cola con la punta fálica. O también amuletos en forma de mano con el gesto de la higa.
Ya Ovidio decía: “signaque dat digitis / medio cum pollice iunctis”: da una señal con los dedos habiendo juntado el medio con el pulgar (Fasti, 5, p. 433).
Sobre la etimología de la palabra fascinum, algunos estudiosos italianos, como Polia, afirman que puede derivar del sustantivo griego baskanía, “encantamiento”, “envidia”, “calumnia” y “mal de ojo”, o del latín fari (“hablar”) expresando el poder mágico de la palabra (Polia, Chávez, 2002, p. 149).
En el mundo clásico, sea griego y latino, podemos encontrar una serie de menciones sobre la fascinación / mal de ojo.
El poeta griego Teocrito (324/321 a.C.–259 a.C. apróx.) escribió: “para que no me ojeen, tres veces escupir en mi seno: esto me enseño la vieja Cotuttaris” (Idilio, 6, pp. 39-40). El verbo griego es baskaíno, que quiere decir “fascinar”, “hechizar”, “mirar produciendo malojo”; baskaínein tiní significa “envidiar a alguien”.
Catulo (84–54 a.C. apróx.), dedicó un poema (el quinto de su obra) a su amada Lesbia cuya traducción sería así: “Dame mil besos, después cien, después cuando nos habremos dado muchos millones, los mezclaremos para que nadie sepa y ningún malévolo pueda envidiarnos (hacer el mal de ojo) sabiendo que tan grande es el número de besos”.
Este poema refleja un elemento importantísimo que rige aún la elección de los objetos apotropaicos (herraduras usadas de caballo o de asno, pelo de tejón, etc.) y es el concepto de “la cantidad no revelada”: no se puede saber cuánto ha sido usado la herradura de estos animales que siempre están en movimiento; la cantidad de pelos que tiene el tejón, o la cantidad de pelos que tiene la cola de un caballo. El ojeador deberá contar primero, antes de provocar el maleficio. (Lo mismo deberán hacer las brujas antes de entrar a la casa para intentar raptar a un niño de su cuna). En el caso de la herradura de caballo/asno, su poder apotropaico es reforzado por el poder del hierro.
Continuemos con los clásicos: Publio Virgilio Marrón (70 a.C–19 a.C) afirma que los pastores creían que la fascinación podía ser ejercitada sobre los corderos por el ojo maligno: “Nescio quis teneros oculus mihi fascinat agnos”: No se cuál ojo ojea mis tiernos corderos (Bucoliche III, p. 103).
Evidencias históricas de la fascinación son mencionadas por el gran médico persa Avicena (980–1037), quien afirmaba que el mal de ojo provenía del alma del individuo. Algunas almas son de un orden más alto, otras de un orden inferior. Las de más alto orden, pueden cambiar a voluntad la materia exterior y, por lo tanto, pueden ojear y exterminar a los que vieren (Los Naturales,V). El alma puede modificar el cuerpo con la imaginación y puede modificar cualquier materia corporal. Las almas de pasiones fuertes son aventajadas en la imaginación maligna y pueden aojar plantas, animales y hombres (Los Naturales VI, p. 3). Avicena desarrolla todo un discurso en torno al cual podemos comparar lo que él llama “imaginación” con lo que en términos antropológicos sería el poder del “doble anímico”. El doble anímico de algunas personas es más fuerte y tiene la posibilidad de influir, incluso físicamente, en otros individuos.
El monje benedictino italiano Leonardo Vairo, en De fascino (1589), veía el ojeo como un pacto con los demonios. En tiempos más modernos, y desde una perspectiva científica, Ernesto De Martino escribe a propósito de la fascinación:
“Con este término se indica una condición psíquica de impedimento y de inhibición, y al mismo tiempo un sentido de dominación, un ser dominado por una fuerza oculta y potente, que deja sin margen de autonomía a la persona y su capacidad de decisión y elección. Con el término affascino se designa también la fuerza hostil que está en el aire, y que insidia inhibiendo u obligando (…).La fascinación comporta un agente fascinador y una víctima, y cuando el agente es configurado en forma humana, la fascinación se determina como malocchio, es decir, como influencia maligna que proviene de la mirada envidiosa (donde el malocchio es también llamado invidia)…” (De Martino, 1996, p. 15).
Por último, la literatura etnográfica actual sobre diversas culturas Europeas y de América Latina demuestra la universalidad del síndrome cultural del ojeo. Y, a groso modo, se pueden establecer básicamente dos tipologías comunes a muchas de las etnografías y ya referidas en algunos escritos desde el siglo XVI:
1. Basado en su origen: a). el intencional y b). el inintencional.
2. Basado en su duración: a). reciente y b). “pasado”. Cuando la persona permanece ojeada sin ser curada a corto plazo, el ojeo con el pasar del tiempo se vuelve más fuerte y por lo tanto es más difícil de curarlo.
En Europa, el caso de España la cual jugó un rol de notable importancia en la historia de este continente, posee una notable literatura, iniciada por el Marqués de Villena y retomada después por religiosos y médicos (10) IV.
Protectores contra el mal de ojo: el coral y el tejón
He seleccionado dos tipos de amuletos que han sido de gran difusión en Europa del Oeste (también fuera de dicho contexto).
1. El coral. Para protegerse del mal de ojo, era muy difundido llevar al cuello un pedazo de coral. El valor apotropaico del coral es muy antiguo en Europa, el mito de origen es una versión de la muerte de la Medusa por Perseo. Medusa era una de las tres Gorgonas que habitaban en el extremo occidente, cuyas cabezas eran rodeadas de serpientes, con gruesas patas parecidas a las del jabalí, manos de bronce y alas de oro, pero lo más peligroso en ellas eran sus miradas que tenían el poder de petrificar a quién las mirase, sea mortal o inmortal.
Al ser decapitada, brotaron de su cuello gotas de sangre con las cuales se formaron los corales, los cuales poseen parte de la esencia petrificadora, y por lo tanto, defienden de las miradas negativas.
Pedanio Dioscórides Anazarbeo (40 D.c.–90 D.c) recomendaba el uso del coral colgado en el cuello cuya virtud era purificar el aire ( Materia Medecinal VI, p. 76).
El Mediterráneo era el hábitat del coral rojo y éste fue usado comúnmente en España, Francia e Italia como protector. La colección de amuletos de Guiseppe Bellucci, a inicios del siglo XX, describe una serie de objetos de diversos materiales y entre ellos una mano de plata que sostiene una rosa hecha de coral. En la cultura campesina italiana, se acostumbraba regalar un collar de coral a la futura esposa que, además de su valor estético, tenía obvias connotaciones apotropaicas. También en las pinturas y frescos españoles e italianos podemos apreciar el coral llevado por el niño Jesús. En Italia, hasta antes de la mitad del 1500 era frecuente el pintar a la Virgen con el niño Jesús que llevaba en el cuello un collar de coral. Por ejemplo “La Madonna col bambino e i santi Nicola e Procolo” (1332) de Ambrogio Lorenzetti (“Galleria degli Uffizzi”, Florencia) (11).
2. El Tejón. En italiano tasso, en el dialecto local tasciu, animal muy esquivo que vive en la espesura del bosque: Meles meles (fam. Mustelidae). La garra de tejón, engastada en plata, era usada como amuleto. En España, en museos como el Etnológico de Navarra y el de antropología de Madrid, se conservan garras de tejones engastadas en plata para ser colgadas. Es conocido su uso entre los siglos XV–XIX y, en la corte española especialmente entre los siglos XVI–XVII.
La tradición documentada en los Abruzos que prescribe defender con amuletos a los animales que transportan las pertenencias de la futura esposa existe también en algunas localidades españolas:
“…en forma de mano, la higa se colocaba en la puerta de las cuadras, sobre el cabezal de las bestias, en la silla de las caballerías y sobre el lomo de los bueyes que llevaban el ajuar de los novios en algunas localidades españolas. También era usada por mujeres y niños como eficaz protección contra el mal de ojo (…). La virtud era la gran cantidad de pelo fino del animal cosa que obliga al aojador a detenerse a contar todos los pelos antes de echar el conjuro. Las cinco uñas también sirven para ahuyentar el maleficio por el valor mágico de este número” (Irigaray, 2001, pp. 56–57).
Su uso como amuleto es relatado también en textos como el Tratado del Marqués de Villena: como prevención, poníanse en los arreos de los animales de carga junto con las nóminas un cuero con pelo del tejón . En el “Opúsculo sobre el Aojamiento” de Juan Lázaro Gutiérrez De Sepúlveda (1653):
“…la costumbre antigua y actual de colgar de los hombros de los bebés las manos del mele (en español tejón), medio con el cual opinan religiosamente las nodrizas que se previene el aojo de los niños y tienen por sacrílego no subvenir con aquel o semejante amuleto el mal tan grande que es para ellas el aojo. Lo que también hasta ahora se observa en los brutos, en los que cuelgan los campesinos un pellejo de tejón, para que, como sospechan, no les cause prejuicio el ojo hechicero.
Lo que puede advertirse en el caballo, mulo y asno, en cuyas colas ponen los campesinos una buena parte del pellejo de ese animal como defensa contra las miradas de los fascinadores” (Sanz, 2001, p. 360).
V. La lecanomancia
La lecanomancia es una práctica adivinatoria que se remonta a la religión asirio–babilonense en donde el sacerdote principal encargado de la adivinación (Barû) vertía el aceite sobre el agua e interpretaba la respuesta de acuerdo a las formas que tomaba el aceite:
“Si el aceite echado en el agua asume una forma alargada, un impuro se ha acercado al sacrificio. Si el aceite produce una espuma, el enfermo morirá. Si el aceite forma cinco bolas: manifestación del espíritu del muerto. Si los cuernos (las extremidades) del aceite están rotos a la derecha y a la izquierda, la mujer del hombre en cuestión se irá” (Cagni, 1971, 2, p. 123)
Tratábase de una forma divinatoria que daba respuesta a situaciones como enfermedades, problemas de la vida conyugal, etc. Habría que indagar el por qué este tipo de diagnóstico se restringió principalmente al mal de ojo como consta en el material bibliográfico que he podido consultar tanto de Italia como de otros países de Europa del oeste. Es muy probable que fuera usado más ampliamente, como ocurre todavía en algunas regiones de Portugal (por ej. Beira Baixa) y de España (por ej. Extremadura) donde, además de servir como diagnóstico del mal de ojo, lo es también de otros síndromes culturales.
Noticias en distintas regiones italianas como en lo que fue el reino de Nápoles, De Martino documentó la lecanomancia :
“En Grottole, la mujer que sufre de dolor de cabeza, de origen mágico, puede en ciertos casos, operar por si sola: echar una gota de aceite en un recipiente de agua y observar si el aceite se expande o no: si se expande se trata de fascinación, si no se expande es un común dolor de cabeza” (De Martino, 1996, p. 16).
En otras regiones italianas también está documentada su práctica tanto en los Abruzos (Giancristofaro, 1971, p. 204) como en Calabria.
En la región de Las Marcas, se usan más bien granos: se echan en el agua cinco granos; si la persona esta ojeada, desde la extremidad del grano se despega una bolita de aire o se despega desde el centro, en el primer caso el ojeo es ocasionado por un hombre, en el segundo caso por una mujer (Crocioni, 1951, p. 131) (12).
Podemos concluir al respecto que la lecanomancia en Europa fue y es vigente principalmente como diagnóstico del mal de ojo. Faltaría desarrollar la difusión de la lecanomancia en América Latina: es autóctona o importada de Europa vía los españoles u otros (13).
VI. El tema de la paura y sus implicancias desde la perspectiva de la medicina tradicional, abren un fecundo campo de investigación y de comparaciones con el contexto médico–tradicional universalmente difundido, conocido en la literatura antropológica americanista con el nombre de “susto”, o con la denominación anglófona de “fright”, “soul loss”, “pérdida del espíritu”. Según la medicina de otras culturas de interés etnológico, en efecto, un fuerte susto produce la pérdida del ánima revelada por una sintomatólogía muy similar a aquella que caracteriza la “paura” en el ámbito de la sociedad rural leonessana.
VII. Las posibles comparaciones que pueden establecerse con la etiología y la fenomenología del “susto” o “espanto” (término que viene a ser la traducción exacta del italiano paura) entre las culturas de interés etnológico de América meridional, no sólo autorizan a formular la identidad “susto”–paura a pesar de toda diversidad histórica y cultural, sino permiten también de reconducir el efecto de la paura misma a la mayor o menor propensión de la víctima hacia el susto, propensión que en la teoría médica popular es identificada con una menor o mayor fuerza de la sangre. En ambos contextos, en la altiplanicie leonessana y en los Andes, la sangre es considerada no sólo como componente biológico de la persona: en los Apeninos centrales la sangre es el vehículo de la fuerza anímica, y los disturbios psíquicos y los que afectan el comportamiento (derivados de la paura) son imputados a una alteración de la sangre. En los Andes, la sangre es la sede de los cuerpos anímicos de la persona (la sombra) asociada a la fuerza del carácter y a la energía vital (Polia, 1996, 2, pp. 500–523).
En ambos contextos culturales, el apenínico y el andino, el “susto” y la “paura” pertenecen a la categoría de los “síndromes culturales”.
A diferencia del “susto”, o más genéricamente de los síndromes culturales agrupados en la denominación etnológica definida como “fright”, la “paura” de los campesinos de Leonessa, no produce “la pérdida del ánima” y tampoco la producía hasta donde alcanza la memoria de nuestros informantes. Por este motivo, la cura de la “paura” no prevée la intervención de un especialista médico–tradicional, el mismo que en otra parte del mundo se identifica con la figura del shamán encargado de recuperar el ánima fugitiva. En un tiempo, sin embargo, la “huída del ánima” era la consecuencia de un evento traumático, o de una fuerte alteración mental y debía ser conocida en esta parte de los Apeninos y en la teoría médica popular.
Baste un único ejemplo, de consideración: Orlando enamorado, loco de celos y de rabia, pierde el “juicio” y es necesario que alguien (Astolfo) “vuele”, montado sobre un mágico corcel alado, hasta la luna para poderlo coger de nuevo. Este “vuelo” y la mágica cabalgadura recuerdan demasiado de cerca conocidos contextos shamánicos. Por esta razón el tema mismo merecería ser adecuadamente profundizado en otro trabajo. Mencionaremos tan sólo unas estrofas significativas:
La primera describe el estado de Orlando después de haber perdido su razón:
Casi escondidos los ojos tenía en la cabeza,
el rostro demacrado, y como hueso seco,
el pelo enmarañado, horrible y triste,
la tupida barba, espantosa y fea… (XXIX, p. 60).
Esta describe la subida de Astolfo a la luna montado en el alado corcel:
Luego sube al volador y se levanta
para alcanzar la cumbre de aquel monte,
que en su parte más alta quedar creen
no lejos del círculo de la luna… (XXXIV, p. 48).
Astolfo se encuentra con San Juan y éste le dice:
Cierto es, viajar debes de nuevo
conmigo, y dejar toda la tierra.
En el círculo de la luna guiarte yo debo,
que de los planetas el más cercano gira,
porque el remedio que más cuerdo puede
volver Orlando, allí dentro se encierra... (XXXIV, p. 67).
El santo muestra a Astolfo algunas ampollas que encierran la razón de varias personas:
Era como licor blando y sutil,
que se evapora, si no se le encierra;
recogido se veía en varias ampollas,
mayores o menores, aptas al uso.
La mayor de todas, del loco señor
d’Anglante la gran razón encierra;
distinguirse se podía porque en ella
escrito estaba: La razón de Orland… (XXXIV, p. 84).
Astolfo, volviendo de la luna, busca a Orlando:
Astolfo preparado había el vaso
que encerraba la razón de Orlando;
a las narices se lo acercó de manera
que al inspirar todo lo vació:
¡caso maravilloso! Que su mente
intacta volvió como era antes… (XXXIX, p. 57).
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NOTAS
(1) Museo Demo-antropológico de Leonessa, Italia. Agradezco a los Ministerios de Relaciones Exteriores de Italia y de España, así como a la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI) que me concedieron becas de investigación.
(2) Basándome en mi experiencia etnográfica llevada a cabo en el departamento de Piura (Perú Septentrional) en el estudio de la medicina tradicional andina, en el cual recogí casos de envidia, mal de ojo y de susto/espanto con la consecuencia de la pérdida del doble anímico (sombra) he llegado a la conclusión que es posible la confrontación del material europeo sobre la envidia y el mal de ojo sea en su sintomatología, diagnóstico y curación y respecto al susto-espanto con la paura en el contexto italiano. Si bien la paura en la actualidad no representa la pérdida del doble anímico como en América Latina ni la exigencia de la existencia de un operador terapeutico carismático que lo cure.
(3) Desde el 2001 veninos conjuntamente desarrollando la recolección de material etnográfico. Parte ha sido ya publicada en el 2002 (ver bibliografia) y el resto vendrá publicada próximamente.
(4) Significa cuidar. Actualmente este término es asociado a las extra–comunitarias ya que son ellas las que desarrollan dicha labor de cuidar ya sea a los ancianos como a los niños.
(5) El estudio más completo sobre la envidia en el contexto de América Latina y desde una perspectiva de la antropología social fue el de George Foster entre las comunidades de Tzintzuntzán. Estudio que permitió formular el concepto de “Imagen del bien limitado”. Concepto que se puede aplicar válidamente en otros contextos culturales.
(6) La maledicencia, el hablar mal de otras personas, llamado en dialecto local: “le mmale lengue”, acompaña a la envidia pues es madre y al mismo tiempo hija de ella. Para alejarla de la familia el remedio más eficaz era: en la mañana de Pascua de Resurreción, cuando sonaban las campanas de la iglesia, se lanzaba lo más lejos posible una piedra con la intención de botar de la casa el pernicioso y temido efecto de las “mmale lengue”.
(7) Es difundido aún hoy que los más propensos a ser ojeados son los niños. Son numerosos los tratados que concuerdan con esta idea. Autores españoles del siglo XV, como el médico sevillano Diego Álvarez Chanca, quien dió el primer acercamiento clínico al mal de ojo en su escrito “El Tratado del Aojo, dado a la luz por Diego Álvarez Chanca. Doctor y médico del Rey y de la Reina, nuestros señores, empieza felizmente” (1499?) dice que además de los niños son los de “sangre débil” (Sanz, 2001, p. 136). Lo mismo afirmaban Enrique de Aragón y Antonio de Cartagena (1529); éste último especifica la sintomatologia y curación de los niños ojeados (Idem: pp. 203–204; pp. 210–211) (8) En Galicia, España, se ha documentado la recitación de ensalmos durante la elaboración del pan. Citamos uno en donde no solamente se pide la protección de San Vicente Ferrer para que salga bien el pan, sino que a la vez se aleja a las brujas: “San Vicente te acrecente, como o millo da semente, pra ricos e pobres, pras bruxas cornos” (Lis Quibén, 1953, p. 527). Sobre la bendición al queso, existe una fórmula en el Rituale Romanum.
(9) El culto a San Antonio Abad es vigente principalmente en las sociedades rurales europeas. En Extremadura, por ejemplo, encontramos una fórmula muy semejante: “San Antonio los guarde” (Guio, 1990, 1, p. 541).
(10) En los siglos XVI–XVII, algunos estudiosos españoles desarrollaron la teoría retomada de principios establecidos en el mundo clásico y la aplicaron para explicar el origen y las posibles formas de curación del ojeo. Una era que el aojar era ocasionado por algunas sustancias nocivas que tenían en los ojos u otras partes del cuerpo determinadas personas y que eran transmitidas a través de la contaminación del aire: Fray Martín de Castañega, franciscano, “Tratado muy sotil y bien fundado de las supersticiones y hechicerías y varios conjuros y abusiones, y otras cosas…” (1529).
Sobre todo las mujeres en menopausia al no poder expeler la sangre impura, expelen sus impurezas a través de los ojos.
Junto con Fray Martín Castañega está Pedro Sánchez Ciruelo que en su libro (1538), “Reprobación de las supersticiones y hechicerías. Libro muy útil y necesario a todos los buenos cristianos…”, tipifica el ojeo: Un tipo es producido por “curso natural” el otro tipo es producido por hechicerías de maleficios diabólicos. Ambos autores desaconsejan recurrir a las “santiguadoras”.
Los portugueses también en los círculos cercanos a la nobleza eran partícipes del mismo interés –si bien un poco posteriores cronológicamente – como el médico portugués Tomás Rodrigues da Veiga en sus “Relecciones sobre el aojo” (1561) (Sanz 2001, p. 286).
Volviendo al material que he recogido en mi trabajo de campo, si bien en la zona investigada además del ojeo a la leche materna, no he encontrado hasta el momento el ojeo a otra parte específica del cuerpo es significativo a mi parecer que sí ocurra en otras partes de Europa como en Valencia (España) en donde se cree que se puede ojear la cabeza y el método para curarlo es la lecanomancia: se pone sobre la cabeza una taza de porcelana con agua a la cual se vierte una gotas de aceite y se recita una fórmula (Seijo, 1974, p. 175).
(11) En España, al coral se le atribuía la “virtud natural de purificar el el aire” (Aragón, 2004, p. 58; p. 67). En Extremadura por ejemplo, se cree que si el coral cambia de color o se rompe, la persona que lo lleva está ojeada (Guio, 1990, 2, pp. 610–611).
(12) Enrique de Aragón, Marqués de Villena en su carta llamada “Tractado de Fascinación o Aojamiento” (1411) describe la lecanomancia como una forma de diagnóstico: las gotas de aceite eran lanzadas con el “dedo menor de la mano derecha” sobre un vaso con agua y si se extendían, se iban al fondo, cambiaban de color se sabía si la persona era fascinada (Aragón, 2004, p. 59).
En un proceso de hechicería de la Inquisición en España (Tribunales de Toledo y Cuenca) del año 1664:
“En tierra de Fuensalida y Alcabón conocían los hechiceros a los aojados porque estaban muy tristes y caídos los ojos; o también echando una gota de aceite y si quedaba entera sobre el agua, no había mal de ojo, pero en caso contrario si la gota de aceite se deshacía o hundía, era cierta seguro el aojamiento” (Legajo 89, núm. 140. Cirac Estopañán 1942, p. 80).
A inicios del siglo XX, Rafael Salillas, “La fascinación en España (Brujas.Brujerías–Amuletos)” (1905), hace una panorámica de la distribución de la creencia, sus operadores, los talismanes usados y entre los procedimientos para su curación, menciona la lecanomancia.