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Antonio Castillo de Lucas trascribe en su Refranerillo supersticioso unos versos en los que se atribuye a la luna la máxima influencia sobre la naturaleza humana y de los animales, de ahí la denominación de “lunáticos” dada a los que cambiaban el carácter según las fases lunares o la creencia de que dichas fases agudizaban las crisis epilépticas:
No dio sangría Galeno
En conjunción cuarto lleno
Ni estando luna en león
Ni en el signo de escorpión.
Los médicos prohibieron
El purgar cuando esté en Aries
O en Virgo o León la luna,
En frío o caniculares.
Estas y otras consideraciones por el estilo provienen de la propia experiencia o de la que se fue acumulando en libros como el lunario de Jerónimo Cortés, quien recomienda taxativamente que no se tomen purgas estando la luna en signos que dominan como Aries, Tauro y Capricornio, porque se vomitan y no se pueden retener en el estómago, y continúa diciendo: “Siempre que la luna se hallase en signos acueos, hará buen efecto la purga. Pero adviértase que si la purga fuese bebida conviene que la luna esté en escorpión, y si fuese bocado o lectuario la luna debe estar en Cáncer. Y si fuesen píldoras en Piscis: y de esta manera los efectos saldrán muy buenos y salutíferos”. Cortés termina el capítulo dando una tabla de purgas y sangrías para saber cuándo convendrá aplicarlas y cuándo no.
Nicolás Florentino confería también gran importancia a la luna aunque se curaba en salud haciendo la salvedad de que “aunque la luna señale e influya una cosa, Dios nuestro señor puede, y está en su mano ordenar, otra muy diferente, y que no pocas veces por yerro de los médicos, por algún desorden de los enfermos o por otras causas, se hace mortal la enfermedad que de suyo no lo fuera”. Pese a tales vaguedades –o tal vez precisamente por ellas– estos libros tuvieron un éxito notabilísimo, sobre todo entre los que quedaban vivos y podían contarlo, resultando del todo imposible a los muertos hablar en contra de sus efectos.