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Frente al mundo actual, repleto de técnica y hedonismo, se alza otro mundo de mitos y leyendas, sin duda hoy en día superado en ciencia y conocimiento y tal vez en progreso puramente material, pero desde luego nunca superado en aventuras y sentimiento. Aquel mundo medieval de antaño, poseía tal riqueza de misterios, algunos de ellos aún sin desvelar, que dio lugar a toda una amplísima literatura de inagotable imaginación.
Al amparo del magno acontecimiento histórico de Las cruzadas (1095–1291) durante cien o ciento cincuenta años, la existencia europea se impregnó de un ansia incontenible por sufrir toda clase de penalidades (hambre, piratas, hordas de beduinos) sólo con tal de llegar a los lugares donde había vivido Jesucristo. Aquellos lugares estaban además cuajados de las más atrayentes maravillas: elefantes, topacios, perlas, esmeraldas, sedas, espadas de Damasco, alfombras persas y toda suerte de tapices adornados con dragones y grifos, que luego pasarían a los capiteles románicos.
Muchos de los individuos que partían como peregrinos, a su regreso, escribían relatos de viajes y crónicas, donde junto a las descripciones más fantásticas, exaltaban la elegancia, el honor y la caballerosidad de una civilización oriental, por supuesto mucho más refinada que la europea y, todo esto, será en definitiva lo que hará surgir una ingente literatura romántica caballeresca.
Y es así como a partir del último tercio del siglo XII se produce una interminable serie de novelas, la mayoría de ellas en el Norte de Francia y en Gran Bretaña, algunas de autores conocidos como las del famoso Chretien de Troyes (1160–1190), muy pronto traducidas al castellano y a cuya imitación surgieron las no menos famosas de Tirante el blanco y el Amadís de Gaula. Pero muchas otras novelas, precisamente las que más nos interesan en relación con la leyenda del Santo Grial, son anónimas, como sucede con las que tratan de Perceval y de otros héroes del ciclo del rey Artús y de su Corte.
Artús era “le bon roi”, hermoso y de agradable aspecto, imberbe como un doncel, y de ordinario permanecía pacíficamente en su castillo en alegres fiestas. Representaba perfectamente la caballerosidad mundana y especialmente se le consideraba como el caballero de las damas y el apoyo de los débiles.
Artús y su esposa Ginebra se sientan en el trono y en torno a ellos los caballeros que forman la orden de la Tabla o Mesa redonda, que no se limitaban a gozar de las delicias de la Corte, sino que salen en busca de todo tipo de aventuras intrincadas, entre ellas la más digna y misteriosa, la de la conquista del Santo Grial.
En estas novelas se describe con todo realismo y prolijidad las costumbres de la nobleza y a su vez la vida aventurera que se desarrolla en los caminos.
Lo más importante, sin embargo, son los intentos hechos por el clero para dignificar dichas aventuras, infiltrando de espíritu cristiano toda esta literatura. El intento de mayor envergadura en este sentido, fue el realizado por los monjes con La leyenda del Santo Grial, contraponiéndola no sólo como modelo frente al culto terrenal del El Santo Cáliz de Valencia honor caballeresco, sino incluso como ejemplo de maravillosas aventuras, que excedían con mucho a todas las presentadas en las novelas del ciclo del rey Artús.
De tal modo fue creciendo esta leyenda, que se desarrollan las más diferentes versiones procedentes de los más apartados lugares del mundo, formando un todo enteramente caótico, aunque naturalmente siempre conteniendo unos mismos rasgos esenciales comunes: el cáliz en el que bebió Cristo durante la Santa Cena, el mismo en el que José de Arimatea recogió la sangre de su costado.
Este vaso o Grial (palabra que procede del bajo latín), resplandecía tanto, que oscurecía el fulgor de los cirios y poseía un interminable poder.
Pero antes de adentrarnos en el relato completo de la leyenda, queremos hacer constar algo muy significativo, que contribuye aún más, si cabe, a realzar el misterio que envuelve aquel mundo medieval tan romántico y lleno de aventuras fantásticas, todo eso que se echa de menos en este mundo en el que ahora vivimos. Prácticamente han desaparecido todas las novelas que tenían como único tema central la leyenda, y sólo se conserva precisamente el primer libro de caballerías en el que se trataba, el titulado “La demanda del Sancto Grial” traducido de un original francés, también desaparecido. Un ejemplar de la primera impresión realizada en Sevilla, en 1535, se conservaba en la Biblioteca Nacional.
II. LA LEYENDA, SÍMBOLO DE TODA UNA RELIGIÓN
Las intrincadas aventuras caballerescas medievales, surgidas al amparo del fenómeno histórico de Las Cruzadas, se transforman artísticamente por los poetas, a través de las novelas bretonas del siglo XII, y a la vez en símbolo de la perfección cristiana por la influencia del clero.
Pero a estas narraciones, donde al amor terrenal se une el principio del honor sumamente exacerbado, les falta el espíritu y las virtudes realmente religiosas, y es precisamente con La leyenda del Santo Grial como, al fin, este espíritu, se logra plenamente.
La Conquista del Grial, no es sólo una mera aventura más, sino la suma hazaña, pues su búsqueda es como una especie de peregrinación apoteósica, peligrosa y compleja, a cuyo término los caballeros más perfectos y puros, que encarnan todas las virtudes cristianas, son los únicos que triunfan al conseguir la corona de la vida, la gracia eucarística y la comunión en éxtasis con Dios. En realidad esto es lo que constituye, en definitiva, el ideal de toda la Humanidad. De ahí que la lectura de este tipo de novelas despierte tanto interés, incluso entre los santos como Santa Teresa.
En todas las cinco partes que componen la historia caballeresca de La Tabla redonda, llamada “Ciclo de la Vulgata” o “Ciclo de Lanzarote–Grial”, está presente este trasfondo religioso, donde se funden estrechamente los aspectos guerreros con los piadosos.
Entre estas cinco partes:
“Historia del Grial, Merlín, Lanzarote del Lago, La búsqueda del Santo Grial y la muerte del Rey Arturo”, a nosotros la única que realmente nos interesa es “La búsqueda del Santo Grial”, porque en ella es donde podemos encontrar la leyenda completa, que tiene sus verdaderas fuentes en el Evangelio de Nicodemo una invención del siglo IV y que forma parte de los Evangelios Apócrifos.
La leyenda erige incluso a José de Arimatea como patrón de la Caballería y santo patrón de los británicos. Resumámosla ahora lo más clara y brevemente posible:
José de Arimatea, amigo de Jesús, obtiene de Pilato el cuerpo y la copa que Jesucristo había utilizado en la última Cena. Reducido a prisión durante la persecución de los cristianos o bien encarcelado por los propios judíos, es milagrosamente alimentado por el vaso, apareciéndosele Cristo, quien le instruye en el rito de la misa y le revela la mística y el poder de dicha copa.
Liberado al fin, también milagrosamente, forma una Hermandad en torno al Grial, dedicada a conmemorar la Santa Cena. La Hermandad se va al lejano Occidente a esperar la venida de un vástago que será el guardián eterno del Grial.
Los hermanos, como caballeros misioneros, llegan por mandato celestial, a Inglaterra, para evangelizar y bautizar a sus habitantes, y en su peregrinación, todos son alimentados por el Santo Grial, aunque quien pretenda contemplarlo o se sienta a la mesa sin derecho o impuro, será herido o cegado por una celeste espada. Antes de llegar a Inglaterra, todo el camino del Grial queda señalado por numerosos milagros.
Por fin llegan a un desconocido palacio, donde se oculta y guarda celosamente el vaso sagrado, por temor a que caiga en poder de los impíos. En este castillo, un rey vigila la copa, pero está enfermo (El rey Tullido) y no puede morir ni sanar hasta que no llegue un caballero totalmente puro que le pregunte acerca del Grial.
Merlín es el enviado de los infiernos, como una réplica del mismo Cristo, para confundir a los caballeros, y funda la orden de los caballeros de la Tabla redonda con la finalidad de encontrar el Grial y tal vez destruirlo, pero al final la Suma Bondad se impone en Merlín, que cambia los planes al ver transformada su naturaleza diabólica.
Sólo Perceval o –según otros– Galaad, el hijo de Lancelot, del mismo linaje de José, alcanza el Castillo de Cobernic, hace las preguntas rituales y se convierte en el rey eterno del Grial.
El obispo Josefes, sucesor de José de Arimatea, celebra una misa en el salón del Castillo, y Cristo crucificado sale del mismo Grial y administra la Comunión a la Hermandad y al caballero.
Esta magnifica leyenda que encierra y sintetiza en sí misma la unión total perfecta de La Religión, lo sagrado, con el Hombre, sufrió después, durante varios siglos, algunas terribles consecuencias por tener cierta relación más o menos directa, con los caballeros templarios y cayó como ellos en desgracia y olvido.
Pero ésta, es ya otra historia.
III. LOS TEMPLARIOS CUSTODIAN EL GRIAL
La Orden de los Templarios ofrece toda clase de misterios y de especulaciones y una de estas últimas es, sin duda, una cierta vinculación con la Leyenda del Grial.
Pero antes hemos de conocer su propia historia.
La fecha de la fundación de la orden aunque incierta, se acerca al año 1118, cuando Hugo de Payens, noble emparentado con los condes de La Champagne y otros ochos caballeros hicieron sus votos de pobreza, castidad y obediencia y debido a su celo al servicio de Dios, recibieron del rey Balduino II, un palacio edificado sobre el mismo solar donde había estado el Templo de Salomón, de donde tomaron su nombre.
El objeto de su milicia era proteger el camino de los peregrinos a Tierra Santa. Los nueve templarios permanecieron nueve años sin regla que les guiara hasta 1127, año en el que, tras larga deliberación en el Concilio de Troyes, se la concedieron.
En la redacción de la regla intervino directamente San Bernardo de Claraval, quien les aplicó el mismo hábito blanco que ya usaban los cistercienses. La cruz roja sobre el pecho y la capa se la concedió el Papa Eugenio III en 1147.
En la severa regla de la Orden figuran, entre otros, los deberes sagrados del silencio, el rechazo de todo lo superfluo, la donación de todos los bienes a la Orden y el rezar, a la muerte de algún hermano caballero, cien padrenuestros hasta el día séptimo,porque este número es justamente el de la perfección.
Su influencia ante los poderes temporales, y aún de los obispos, así como su expansión por toda Europa y sus riquezas, se incrementaron a un ritmo vertiginoso, gracias, en su mayor parte, a las donaciones de los propios reyes, que les regalaron castillos, tierras, diezmos e incluso les dejaron exentos de toda clase de tributos. El cúmulo de sus tesoros llegó a ser incalculable cuando establecieron una especie de Banca Universal. Tenían una flota propia y prestaban a todos los reyes de Europa.
Todo ello no es de extrañar que suscitara envidias y recelos por doquier, sobre todo del rey de Francia, Felipe IV el hermoso, quien en el año 1306, tras las acusaciones de dos templarios resentidos y expulsados de la Orden, el rey los denunció ante el Papa Clemente V, y sin esperar su respuesta, saltándose toda jerarquía eclesiástica, mandó encarcelar a todos los templarios de Francia y confiscar todos sus bienes.
Algunos de los delitos de los que se les acusaba eran ciertamente horrendos: escupir sobre la Cruz, adorar la figura de un gato y practicar ritos sodomitas.
Cincuenta y cuatro templarios fueron quemados vivos en París, y el 3 de abril de 1312 el rey francés logro, con el apoyo del Papa, la anulación de los Templarios, siendo quemados en la plaza de San Antonio de París, el gran Maestre general y otros grandes caballeros.
Se habla de una maldición lanzada por el Maestre antes de morir, pues muy pocos meses después morían el Papa Clemente V y el Rey Felipe IV.
En España, establecidos desde 1147, llamados por el Rey de Aragón, aunque fueron absueltos, la pérdida del prestigio y las graves acusaciones vertidas contra ellos, fueron la causa de su paulatina y lenta disolución. Y si bien muchos de sus bienes fueron repartidos entre otras órdenes como Hospitalarios, Montesa, Santiago, Calatrava y también entre las coronas de Francia y Castilla, aún cabe cierta posibilidad de que otros grandes tesoros hayan sido ocultados ante la anunciada condena y presumible desaparición.
Hasta aquí la Historia. Ahora la leyenda: Corre el rumor de que los Templarios sobrevivieron y permanecen todavía soterradamente entre nosotros, ocultos bajo otras denominaciones, teniendo en su poder muchos objetos mágicos como las columnas y el candelabro del Templo de Jerusalén y sobre todo el GRIAL, al que consideran como la llave del dominio del Mundo, porque el Grial no es sólo un objeto material, copa o cáliz que un día contuviera la sangre de Cristo, sino el símbólo del camino de perfección, el CONOCIMIENTO TOTAL, el gran secreto, la clave de la pervivencia y el sumo poder de los Templarios, en definitiva.
Este CONOCIMIENTO se fue transmitiendo, en clave, por medio de números (3, 7, 9), de figuras geométricas, y de cientos de signos esotéricos (serpientes, águilas, soles…) siendo plasmados a través de los siglos por canteros en muchas de esas maravillas arquitectónicas que pueblan el Camino de Santiago (Jaca, San Juan de la Peña, Cuenca) catedrales, monasterios y ermitas de algunos pueblos conocidos, en algunos de los cuales se dice que se venera el auténtico Grial.
No debemos olvidar, finalmente, la relación de la orden con la Masonería, ya que ésta apoyó su rico y complicado simbolismo idealista en la tradición templaria y a su vez transmisora de su saber total, que pudo haber comenzado en los celtas, egipcios, griegos y también cabalísticamente por los canteros del Templo de Salomón y por los esenios, hoy vueltos a la actualidad gracias a los rollos del Mar Muerto.
Sea cual sea la verdadera realidad, no hay duda de que el ser humano, después de tanta Ciencia y tanta Técnica, sigue necesitando, más que nunca, de lo incierto y de la aventura y nada mejor para satisfacer esta necesidad que un regreso a esa Edad Media que nos brinda toda suerte de misterios intrigantes, de los que resulta todo un paradigma la leyenda del Grial.