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La civilización del ocio, esa en la que nos encontramos inmersos y de la que disfrutamos hoy, nos ha traído muchas costumbres novedosas que, si bien no han modificado las esencias del individuo, al menos le han aportado nuevas formas de mirar y nuevas sensaciones que se derivan de esas miradas. La contemplación de un paisaje durante una excursión de fin de semana, por ejemplo, no nos provoca las mismas impresiones que pudo producir a un pastor o un agricultor del siglo XVIII, pendientes ambos del crecimiento de los cultivos o de los pastos, del diseño lógico de las sendas o de los peligros inherentes a las zonas boscosas. Lo que sí que nos ha aportado esa contemplación, es la certeza de que la naturaleza no existe en estado puro. No sólo porque probablemente advertiremos la presencia de plásticos o cascos de botella –elementos que distraen nuestra atención de sensaciones más estéticas o elevadas– sino porque percibiremos una cierta “manipulación” en el panorama observado. Alguien trazó aquí un camino aprovechando determinadas características del terreno, otro creó allí un plantío deliberadamente para usar las ventajas de la humedad en el suelo y alguien más sembró de cereal aquella planicie para utilizar más fácilmente los aperos que otros mejoraron para él. En suma, en toda visión general de un paisaje, por natural e intacto que nos parezca, aparecerán las huellas de diferentes y sucesivas manos que intervinieron en una evolución interesada.
Pero del mismo modo que la mano del individuo ejerció una influencia modificadora sobre su entorno, las bases de su pensamiento se fueron estableciendo sobre antiguas creencias que generaron mitos, conformaron relatos legendarios, hicieron nacer fórmulas de comunicación, etc. El individuo de hoy, al igual que lo hicieron sus antepasados, piensa, cree, se expresa, transmite, advierte a otros, se muestra satisfecho de lo que consigue… Pero no pensemos que esa civilización del ocio, de la tecnología o de los avances informáticos le ha servido para solucionar sus contradicciones, sus angustias o sus problemas vitales.