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En cuanto llega la Navidad (incluso en algunos comercios, casi desde el día de los Santos) los medios de comunicación comienzan a hablar acerca de los villancicos o a difundir permanente y machaconamente sus grabaciones. Frente a esos indefendibles villancicos sin sustancia, monótonos y enfadosos de los altavoces callejeros que nos suelen traer ecos de panderetas y zambombas artificiales, reinvindicamos la actitud, loable pero cada vez más escasa, del que celebra la Navidad por convicción y, por tanto, necesita saber qué y por qué canta. Esos son los villancicos, romances, aguinaldos y representaciones que defendemos. Más que ésta o aquella cancioncilla cuyo origen nadie sabe y que todos remontan a los tiempos de Maricastaña, nos interesa el planteamiento de quien reflexiona con letra y música sobre su pasado y quiere recordar, personal y voluntariamente, aquellos temas que adornaron su niñez y le hicieron reír o llorar. No importa que no recuerde la letra: su interés le llevará a encontrarla, o alguna parecida, a cantarla y a transmitirla a sus hijos por cumplir al menos con la responsabilidad de no abandonarles a la globalización cultural sin haber luchado antes un poco por lo suyo.
Hasta hace tres o cuatro décadas en España se cantaba de todo: se pedía por las calles, se entonaba a la luz de la lumbre, se actuaba en las iglesias, se recordaba ante el belén y se hacían planes para el futuro, por imperfecto que pudiese llegar a parecer. Todo eso lo hemos hecho los niños de otras épocas y quieren revivirlo los padres que todavía hoy consideran la tradición como una herencia y no como una carga. Pero detrás del villancico concreto hay algo más: un talante y un comportamiento inequívoco ante ese patrimonio inmaterial que luego todos aseguramos defender. Quien mantenga esa actitud como norma de vida, apenas necesitará que se le recuerden géneros y títulos; quien es contrario, tampoco precisará –por considerarlos superfluos– de datos. Quede pues el recuerdo de cada uno como testigo y defensa de pastoradas, villancicos, aguinaldos, romances y canciones seriadas que nos legaron nuestros padres y abuelos en aquellos tiempos en que todavía el paraíso estaba defendido por un ángel guardián empuñando la espada de la memoria.