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Había una vez. Así comienzan muchos de los cuentos tradicionales. Como si se tratara de un talismán o como si tras esas palabras mágicas acechara la sombra de un encantamiento. Una vez pronunciadas tanto el narrador como los escuchantes ya están en otro sitio, como si esas tres palabras tuvieran la virtud de iniciar un viaje que los rescatara del presente y los trasladara a un espacio y a un tiempo legendario donde todo es posible, donde lo más sorprendente puede suceder.
Entre el amplio movimiento de narradores orales que pueblan el mundo, alguno repite la fórmula de manera sistemática pues no se limita a pronunciarla una sola vez, sino que tratando posiblemente de enfatizarla, la pronuncia hasta en tres ocasiones. Y, por lo que sé, lo hace con persistencia tenaz, como un marchamo. Creo que, por ello, pierde fuerza y se convierte en una simple muletilla con la que caracteriza el inicio de sus cuentos. Tal es el caso del narrador cubano Garzón Céspedes a quien escuché hace muchos años la fórmula repetida tres veces en todos sus cuentos. Pero lo que podría haber sido un rasgo de originalidad, me pareció una tic de repetición chocarrera cuando, en la segunda parte de aquella contada, los escuchantes comprobamos que el maestro se la había impuesto a sus alumnos. Comprendí entonces que, también entre los narradores orales, había clónicos perfectos.
Cuando la historia ya ha sido contada y hemos asistido a los avatares sorprendentes que han tenido que superar los personajes para salir victoriosos de su empeño, hay una fórmula muy extendida para cerrar el relato que sitúa a los personajes en la posterioridad de la narración: y fueron felices, comieron perdices y a nosotros nos dieron con el plato en las narices.
El “había una vez” y el “fueron felices y comieron perdices” son las dos fórmulas más extendidas con las que la tradición oral en castellano acuña el principio y el final de los cuentos, pero el repertorio es vastísimo. Porque, como dijera don Ramón Menéndez Pidal, la cultura tradicional vive en variantes, es decir se multiplica. Y en cada tierra o cada narrador tiene las suyas.
En las fórmulas para acabar los cuentos subyace, por lo general, un afán de vuelta a la realidad, un reencuentro con el tiempo presente y con el espacio real del que habíamos salido al entrar en la geografía encantada del cuento. De ahí que abunden las fórmulas rimadas en las que suele haber algún desplante verbal o alguna provocación.
Cuando, siendo niños, en Lastras de Cuéllar, mi madre o mis abuelos nos contaban cuentos a mis hermanos y a mí, una fórmula muy común para acabarlos era: “Colorín, colorete, por la chimenea sale un cohete que va a dar en el tete de…”, y aquí decían nuestro nombre y, seguidamente, nos hacían cosquillas en el ombligo. Porque “tete”, en Segovia, significa ombligo. Y lo aclaro, porque hace años, empleé esta palabra de manera inocente en un colegio de Puerto de Santa María. Nada más decirla se produjo un silencio embarazoso. Intuí enseguida, por la espesura del silencio, que había cometido una incorrección. Se trataba de un colegio privado donde niños y niñas vestían con uniforme y corbata, es decir de un colegio donde las formas pesaban mucho. Y es que allí “tete” tiene otro significado más ordinario o grosero. Tal era el silencio y la cara de sorpresa de los alumnos que, de manera espontánea, me vi obligado a aclarar qué significaba “tete” en mi tierra. Recuerdo que el profesor, entonces, respiró aliviado. Y los alumnos, tras los instantes de tensión y desconcierto, rieron relajados por los equívocos a los que nos puede conducir la lengua.
Pretendo a continuación, aprovechando la gentileza de cuatro grandes narradores orales, ofrecer algunas de las fórmulas empleadas por ellos en sus repertorios: Miguel Ángel Martínez, integrante del dúo madrileño “Cuentos y cantos”, maneja un amplio repertorio de fórmulas para comenzar sus narraciones:
– Pues señor…
– Érase que se era…
– En cierta ocasión…
– Esto era…
– Has de saber para contar y entender para saber que esto era…
– Haga usted cuento de saber que…
– Era esta vez como cuentista que es…
– Allá por las tierras del rey que rabió cuentan los que lo vieron, yo no estaba pero me lo dijeron…
– En tiempos de Maricastaña…
– Cuando las ranas tenían pelo y las gallinas tenían dientes…
Hasta aquí las fórmulas para el comienzo. Vayan ahora las del final:
– Aquí se acabó el cuento, como me lo contaron te lo cuento.
– Se acabó el cuento con pan y rábano tuerto.
– Aquí se rompió una taza y cada quien para su casa. (Por cierto, esta fórmula me recuerda a la que empleábamos los niños de Lastras en las noches de verano cuando, tras dar por acabado el juego, decíamos a modo de despedida:
“Por aquí viene un gallo,
por allí una gallina,
que cada cual se vaya a su cocina”.
– Se acabó el cuento y se lo llevó el viento y se fue por el mar adentro.
Por su parte, Charo Pita, narradora oral gallega, suele hacer uso de estas fórmulas:
“Como me lo contaron,
te lo cuento,
no me lo invento”.
“Y así pasaron muchos años
y este cuento se perdió entre castaños”.
“Todo esto fue cierto
y pudo no haber sucedido”.
“Victoria, victoria,
se acabó esta historia”.
La propia Charo me aportó estas dos fórmulas:
“Conte, contat, conte acabat”, dicen en Cataluña, es decir, cuento contado, cuento acabado.
En Portugal se dice: “Quen conta un conto, acrescenta un ponto”, cuya traducción sería: “Quien cuenta un cuento, tiende un puente”.
Cristina Verbena, narradora oral de Zaragoza, suele incluir en su repertorio habitual fórmulas curiosas para comenzar y terminar sus cuentos.
“Una vez mi bisabuelo anduvo y anduvo, anduvo todo lo que pudo, semana tras semana, mes tras mes, años y años, hasta que llegó a un lejano pueblo en que…”.
O fórmulas más rápidas: “Antaño…” / “Cierto día…” / “Una vez era…” / “Pues señor…” / “Cuentan que…”.
En ocasiones hace referencia a un pasado remoto y extraño: “Hace mucho tiempo, cuando el mundo todavía estaba formándose y los animales aún hablaban…”.
“Hace mucho tiempo, cuando todavía los cerdos usaban sombrero…”.
En este tiempo nuevo que se abre, la fantasía tiene todo el espacio que quiera. Son, además, fórmulas muy útiles a la hora de narrar una historia como indicadores de inicio de discurso, llamada de atención a los oyentes para hacer silencio.
A veces Cristina hace referencia a quién le ha contado la historia que está a punto de narrar:
“Mi abuela siempre contaba que allá en…”.
“Cuentan los ancianos en el norte de África que…”.
“Una vez mi bisabuela me contó que fue lejos, bien lejos, aún más lejos de lo que yo podría explicar y entonces…”.
O utiliza preguntas centradas en el tipo de circunstancias que se van a narrar o el personaje.
“¿Ustedes sabían que…?”.
“¿Alguno de ustedes ha visto…?”.
En el caso de las fórmulas para el final de los cuentos, hace una llamada a la realidad de una manera más o menos juguetona. Porque, para Cristina Verbena, los finales grotescos muestran el regocijo del cuento que ha terminado felizmente y del narrador/a que ha llegado hasta el final:
“…y colorín colorado, por la chimenea sale un cohete, y tú que lo viste, ¿por qué no lo cogiste?”.
“…y se acaba mi cuento con pan y rábano tuerto”.
“y viruento viruento , este cuento se lo llevó el viento”.
A veces Cristina defiende el valor de su función como narradora que ofrece un testimonio:
“…y ahora se acaba el cuento y como me lo contaron te lo cuento”.
“y este cuento se ha acabado, tal como me lo contaron te lo he contado”.
Otras veces deja claro la dureza de su trabajo. Y no sólo la dureza, sino el legítimo afán de profesionalizarse ganándose la vida con él. Y recuerda por ello que los viejos narradores tradicionales normalmente pedían dinero al público después de una narración.
“…y yo me fui y vine y no me dieron ni para unos botines”.
“…y lo pasaron muy bien, y yo fui y vine y no me dieron nada, sino unos zapatitos de cobre, otros de cristal, otros de azúcar y otros de cordobán; y éstos me los puse, los de cristal se me rompieron, los de azúcar me los comí y los de cobre son para ti”.
“…y yo fui y volví y sólo me dieron unos zapatos de manteca que se me derritieron en el camino”.
Una variante de las fórmulas de final empleadas por Cristina Verbena son las fórmulas para invitar a narrar, que abren el diálogo al público: “…Ancha la mar, angosto el camino, cuenten el suyo que yo ya conté el mío”.
“…Y como mi cuento fue tu arrullo ahora yo quiero conocer el tuyo”.
“…vine por un río y encontré un puente
aquí estoy yo para que usted me cuente”.
Por su parte, Ana Cristina Herreros (1), narradora oral leonesa afincada en Madrid, autora de “Cuentos populares del Mediterráneo”, (Siruela, 2007) enriquece con su libro las fórmulas del final de los cuentos, con las siguientes variantes:
– Y colorín, colorao, este cuento es regalao.
– Y el que no quiera creer esta historia verdadera, ojalá la cabeza se le vuelva de cera.
– Y kikirikí el cuento acaba aquí, y cocorocó, el cuento se acabó.
– Y cric cric, mi cuento se acaba aquí. Y crac crac, mi cuento se acaba ya.
– Cuento corto, cuento largo, yo ya le he contado, cuéntate tú algo.
–Y se divirtieron con música y canciones muchos días y nosotros nos quedamos con las manos vacías.
– Y vivieron contentos y felices y nosotros nos quedamos al lado del fuego porque del frío se nos hielan las narices.
– Estuvieron contentos y felices, y nosotros nos quedamos con tres palmos de narices.
– Y estuvieron contentos y felices y nosotros nos comimos un puñado de raíces.
– Tuteh, tuteh, mi cuento ha madurado y por eso he ha acabado.
– Cuento verdadero, cuento inventado, cuenta el tuyo que el mío se ha acabado.
– El pájaro voló por el cielo y buen día os deseo.
– Mi cuento ha fluido como un río, para los hijos de Yuad lo he dicho.
– Dios maldiga a los chacales y a nosotros no nos depare males.
– Y ellos se quedaron con bien y nosotros también.
Hasta aquí algunas de esas variantes. Sólo pretendo ofrecer un pequeño muestrario de estas fórmulas que contienen una invitación a la felicidad. Porque detrás de un cuento o de una narración, se agazapa siempre una promesa de dicha, a veces también de compromiso con nuestros semejantes, de ensoñación y de búsqueda de la felicidad. Pero no sólo de los que escuchan, también para felicidad de los propios narradores. Lo expresa muy bien Gustavo Martín Garzo en “El cuarto de al lado”: “Igual que la esposa del Cantar de los Cantares ella cuenta su historia sólo para demorarse en la contemplación del que ama. Para eso se han inventado todos los cuentos que existen, para poder contemplar mientras contamos el rostro de quien nos escucha”.
De ahí que, en estos tiempos dominados por la imagen, hayan surgido los cuentistas y narradores con una fuerza sorprendente, reclamados con tanto ahínco por la sociedad. Por paradójico que parezca.
Los cuentistas que me han facilitado estas fórmulas son el mejor exponente de ese movimiento. Los cuatro han hecho de la narración oral una forma de vida. Pero hay muchos más, cientos y cientos, yendo y viniendo por esa geografía encantada a la que se accede con una llave tan sencilla como el “había una vez” y de la que se sale con cualquiera de estas fórmulas finales que nos sacuden el encantamiento para situarnos de nuevo en el aquí y ahora cotidianos.