Si desea contactar con la Revista de Foklore puede hacerlo desde la sección de contacto de la Fundación Joaquín Díaz >
Calzadilla es un municipio cacereño de la comarca de Coria, en el Valle del Alagón, con un terreno ondulado de sierras y lomas de poca elevación.
Su fundación, al norte del río Alagón, está ligada a Coria, cuando esta ciudad recibió Fuero en el primer tercio del siglo XIII, permitiéndole repoblar los terrenos que le habían sido asignados. El predominio de bosques en la zona permitió encaminar la economía de estos nuevos asentamientos hacia la explotación de terrenos adehesados para aprovechamiento ganadero. Calzadillas perdería su condición realenga cuando en el siglo XV pasó a depender de la Casa de Alba, marqueses de Coria.
Según Madoz, este lugar se llamó antiguamente Calzadilla de la Cuesta, tal vez porque para llegar a él desde Coria, hay que subir una pendiente que comienza en un pequeño riachuelo situado al sur de la localidad.
El lugar recibe su nombre de la calzada de la Dalmacia que, partiendo de la mansio o estación de la Vía de la Plata localizada en el paso o vado de Alconétar, seguía hasta Coria –Caurium–, continuaba hacia Calzadilla –siguiendo aproximadamente el trazado de la actual carretera EX109–, se encaminaba –según algunos– hasta Laconimburgo –poblado de origen prerromano que ciertos autores sitúan en la confluencia de los ríos Árrago y Tralga, en el término de Villa del Campo–, cruzaba Sierra de Gata por Valdárrago y ascendiendo a Robledillo de Gata por el llamado Puerto Viejo se introducía en tierras salmantinas para finalizar en Miróbriga, Ciudad Rodrigo.
Su gentilicio normativo es calzadillanos. Y popularmente se les conoce como lagartos, que algún autor ha asimilado con avisados, astutos y sagaces. Sin embargo el lugar se conoce como el pueblo del lagarto por un milagro atribuido al Cristo de la Agonía.
Según la tradición, hace más de cuatrocientos años –según otros aconteció en el siglo XVIII– en los alrededores de esta localidad de pastores había muchos reptiles, y especialmente un lagarto tan grande que diezmaba los rebaños, y engullía a algún pastor que anduviese descuidado o que había osado hacerle frente, de modo que los habitantes de la localidad andaban atemorizados. Uno de éstos, de nombre Colás, se topó cierto día con el maligno animal, que hizo ademán de atacarle, tras despedazar a uno de sus perros. Colás se encomendó entonces al Cristo de la Agonía, que milagrosamente convirtió su cayada de pastor en una escopeta o trabuco –otros dicen que fue una ballesta – con la cual, y de un certero disparo, acabó con la bestia. Una vez muerto el lagarto, el arma se rompió, mientras Colás escuchaba una voz sobrenatural que decía: ¡Rota quedarás para que a nadie mates más! El agradecido Colás decidió ofrecer como presente a su Divino Protector la piel del animal, de la cual –aunque carcomida por los años– aún pueden verse algunos retazos en la ermita del Cristo, erigida entre los siglos XVI y XVIII.
La tradición dice que la imagen del Cristo procede de Roma. Tal justificación deriva de la pretendida nacionalidad italiana del escultor de la segunda mitad del siglo XVI –Luchas Mitata– a quien se le atribuye la escultura. Sin embargo, un romance escrito entre los siglos XVII y XVIII desmiente el posible origen romano con otra procedencia que no deja de ser fantasiosa. Reza así:
En las Islas de Israel
el Duque de Alba mandó
que le hagan un Santo Cristo
con curiosidad y primor.
Ya que lo tenían hecho
a este Divino Señor
lo embarcan en una nave,
nave de marca mayor.
Nave de marca mayor,
nave de mercaduría;
en ella va el Redentor
también la Virgen María.
Pero tuvo tal desgracia
que la nave cautivó
una chusma de argelinos,
que con ella en Argel dio.
Le echan una soga al cuello
y otra que a la Cruz no alcanza,
y lo sacan arrastrando
desde la nave a la playa.
Un mercader valenciano
que vio arrastrar al Señor,
de pesar el Cristo a plata,
al moro le prometió.
El moro le ha respondido
con la cabeza que no:
Si no lo pesas a oro,
no llevarás a tu Dios.
Hízose una grande hoguera
para quemar al Señor,
cuanto más ardía el fuego,
más hermoso el Redentor.
Mas viendo aqueste milagro
de este Divino Señor,
a pesar el Cristo a oro
al moro le prometió.
Seis arrobas y seis libras
pesó el Divino Señor,
y puesto en una balanza
en treinta reales quedó.
El moro se ha atado a engaño,
al rey fue la apelación
y la sentencia que ha dado,
que le entreguen a su Dios.
Un jueves en la mañana,
entró en Valencia el Señor,
repicaron las campanas
y hubo Misa con sermón.
Lo colocan en un coche
a este Divino Señor,
y hasta llegar a este sitio,
no hizo el coche suspensión.
Doce carros se juntaron
para llevar al Señor,
todos doce se rompieron
y Él de aquí no se movió.
Mas viendo aqueste milagro
que de aquí no “quié” moverse
el Duque de Alba dispuso
que aquí un templo se le hiciese.
El pueblo de Calzadilla
tiene mucha devoción
al Cristo de la Agonía
que el Duque de Alba mandó.
Echadnos la bendición
con el corazón y el alma
con las manos no podéis
que las tenéis enclavadas.
Hombres, niños y mujeres
del pueblo de Calzadilla,
decid todos a una voz:
¡Viva el Cristo de Agonía!
Otra versión, ésta más verosímil cuenta (1) que al encontrarse algunas ovejas muertas en los mismos rediles, se conmovió todo el lugar, pues en aquella comunidad de pastores, la supervivencia dependía de la suerte o desgracia que puedan correr los rebaños; de ahí que el hallazgo conmocionó a todo el lugar: Durante la noche un extraño animal penetraba en los apriscos y mataba a las mejores ovejas.
Se reforzaron las vigilancias y pudo descubrirse al causante de los hechos: una especie de gigantesco lagarto que se acercaba a los desprevenidos animales y los sangraba para beber la sangre y comer sus despojos. Se formó entonces un destacamento de voluntarios y de noche hicieron frente a su enemigo. A la luz de una luna de primavera lo descubrieron. Unas fauces provocativas se abrían ante los estremecidos vigilantes. Las escamas óseas rechazaron los primeros disparos y todos pensaron que se trataba de un monstruo invencible. Por fin al abrir la boca alguno tuvo la fortuna de encajarle un carabinazo en ella, provocándole la muerte. Cuando lo llevaron al pueblo como trofeo acordaron curtir su piel y entregarla como agradecimiento al Cristo que había propiciado el éxito de su empresa.
Un romance actual relata, en malos versos, la tradición del pastor y el lagarto:
La memoria de este pueblo,
desde siempre Calzadilla,
refiere con maravilla
un prodigioso suceso.
Escuche la tradición,
no existe otro documento,
juzgue luego del portento,
y aprenda su gran lección.
El pastor calzadillano,
¿cuál era su nombre, hermano?
¿en qué sitio pasó esto?
¿en qué fechas, en qué año?
Un pastor calzadillano,
cumplía su trabajo honrado,
cuidando de sus ovejas
en las colinas del campo.
El pastor sintió que un día
se espantaba su rebaño
y corrían sus corderos
dispersos por todos lados.
¿Qué sucedía, Señor?
se preguntaba el pastor
que era el hombre buen cristiano,
¿algún lobo, alguna zorra?,
algo espantoso, muy raro,
algo que hizo temblar
al pastor con sobresalto.
De entre zarza y matorrales,
de humedales y peñascos,
surgía una figura horrible,
la de un inmenso lagarto
que con las fauces abiertas
atacaba a su ganado.
¿Qué era aquello, aquél diablo?
¿un cocodrilo, un caimán?
¿una fiera de otros lados?
¿qué hacía el dragón rabioso
devorando a su ganado?
El pastor calzadillano
también comprendió enseguida
el peligro de su vida,
aunque usara su cayado
que como una inútil arma
removía desesperado.
Pero el pastor, buen cristiano,
recibió una inspiración:
la de suplicar al Cristo,
la de llamar al Señor,
la de pedir un auxilio
en aquella turbación.
Al Cristo de la Agonía
al de su ermita querida
gritó el hombre con valor
en plegaria y en promesas
de arraigada devoción:
“Que el Cristo me ayudara
y mi cayado arma fuera
a mi rebaño salvara,
a este lagarto venciera,
y sus restos ofrendara
cuando a la ermita volviera”.
Pues los hechos así fueron.
El pastor calzadillano
sintió la ayuda divina,
venció con sus pobres manos
aquella bestia tan fiera
que destrozaba el rebaño.
Y desde entonces el pueblo
a aquel prodigio tan raro
lo consideró un milagro;
desde entonces el suceso
con respeto meditando.
Esta leyenda se une –según algunos– a la presencia en la población de un indiano, natural de Calzadilla, que una vez enriquecido en las américas volvió a la población y pudo traer la cría de uno de estos saurios, que al crecer sembró el pánico en la población. Del único calzadillano del que se tiene noticias como pasajero a Las Indias es el dominico reverendo Fray Tomás Ortiz. De él dice el también sacerdote D. Vicente Navarro del Castillo (2): “Estaba en Salamanca en 1510, en la isla de Santo Domingo en 1516 y en Méjico en 1526, de donde era Vicario General de su Orden. Vino a España en 1528, regresando de Nuevo Méjico con 20 religiosos. Este mismo año fue nombrado Obispo de Santa Marta y al regresar a España para ser consagrado murió en 1532”. ¿Fue este prelado el indiano al que se une la leyenda? ¿O fue otro personaje desconocido, de los muchos que de las Tierras de Coria emigraron clandestinamente a América, quien trajo el lagarto a su pueblo, si es que volvió? Sea como fuere, lo cierto es que todos los años –en la segunda quincena de septiembre– se celebra en Calzadilla la fiesta del Cristo, patrón de la localidad.
Pero la leyenda del lagarto no es exclusiva del pueblo de Calzadilla. Al SE de la provincia de Salamanca –a unos 54 kilómetros de la capital– se encuentra la localidad de Santiago de la Puebla, donde conservan una fábula semejante a la cacereña.
Cuentan sus vecinos que durante una crecida del río Margañán apareció por sus inmediaciones un enorme caimán, que atemorizó a los naturales con sus ataques. Cierto día, el animal se tragó a una niña de corta edad; ello hizo que los santiagueses –armados de valor– se dispusieron a dar caza y matar a tan nefasto animal. Conseguido el objetivo, y abierto en canal lograron sacar con vida a la niña. Luego, los restos del lagarto fueron disecados y colocados a la entrada de la iglesia parroquial de Santiago Apóstol, donde pendió de un pilar.
En realidad, el caimán fue el regalo de un familiar del Licenciado Toribio Gómez de Santiago, que se encontraba en América. Después de ser disecado, el fundador de la iglesia mandó colocarlo a la entrada. Y durante mucho tiempo sirvió como símbolo de identificación del pueblo, que –al igual que los calzadillanos –, eran conocidos popularmente como lagartos. En la Copla de los pueblos de Salamanca (4) –recogida por D. Dámaso Ledesma– se dice:
En Santiago está el lagarto
embalsamado en la iglesia.
Actualmente los restos se encuentran en mal estado de conservación, pues ha perdido la cabeza.
Por cierto, en Calzadilla existe otra tradición –conocida como Tradición del pozo– que también tiene como protagonista a una niña que es salvada por intercesión del Cristo. Con una enseñanza moral al final (4), dice así:
Estando un día en la Ermita
en sus inocentes danzas
al pozo cayó una niña (5)
tras una dulce naranja.
Con los gritos de dolor
de la familia afligida
subió al Cristo la plegaria:
que la niña de su amor
no pereciera allí ahogada.
Imposible de explicar
el modo en que aquella niña
sobrevivió sin nadar
por las bajas galerías.
Salida encontró a otro pozo
apareció sana y salva,
llena la niña de gozo
y en la mano su naranja.
Un vestido de la niña
hasta los años cincuenta
se conservó en esta ermita
como una sencilla ofrenda
En un trabajo titulado Ritos y leyendas de Jaén, que aparece recogido en Internet, se cuenta la leyenda del lagarto de la Malena que –según el autor del mismo– es la que tiene mayor raigambre popular en la ciudad jiennense, y que ha sido objeto de algunos estudios, el más significativo de los cuales se debe a Juan Eslava Galán. Su implantación en los habitantes fue tal que durante décadas se creyó que el pellejo del lagarto se hallaba expuesto en uno de los muros de la iglesia de San Ildefonso. En realidad parecía ser más bien el cadáver disecado de un caimán enviado desde el Nuevo Mundo por algún paisano, “una costumbre –según el autor del artículo– muy en boga siglos atrás”.
Según un relato recogido por Eslava en 1977 –de un magdalenero llamado José García Martos– en el venero situado frente a la iglesia de la Magdalena había un lagarto muy grande que salía y se comía a cuantos acudían allí a buscar agua, de ahí que los asustados magdaleneros no se atreviesen ni a salir de sus casas para ir al trabajo. Mas hete aquí que un convicto condenado a muerte –que esperaba en la cárcel el cumplimiento de la sentencia – pidió de las autoridades locales la remisión de sus penas si lograba acabar con tan sanguinario animal. Tal era la desesperación vecinal, que no dudaron en aceptar tan inusitada petición. El penado solicitó un caballo, una lanza, un saco de panes calientes y otro de pólvora, y con todo ello se plantó de noche frente a la cueva. Cuando el lagarto olió los panes, abandonó su escondrijo y trató de embestir al hombre, quien, a lomos de su caballo, fue alejándose del lugar, a la vez que iba echándole los panes que llevaba en el saco; así hasta llegar frente a la iglesia de San Ildefonso, donde le tiró el saco de pólvora envuelto en la piel de un cordero, envoltorio que el lagarto se tragó creyendo que –en efecto – se trataba de un borrego. Y el lagarto reventó.
Dice el autor del artículo que, con más o menos variantes, ésta es la leyenda más conocida y contada en la ciudad.
Según otra versión, un guerrero vestido con traje de espejos esperó al animal y al salir éste de su cueva, quedó deslumbrado por los reflejos que se desprendían de los espejos, ocasión que el guerrero aprovechó para asestarle un golpe mortal por la espalda. Esta leyenda tiene –según el autor del artículo – réplicas literarias más “del norte y tiene que ver con las gestas de caballería”. Incluso podría recordarnos la de San Jorge y el dragón.
Una tercera adaptación de la leyenda –que guarda cierta semejanza con la tradición de Calzadilla – tiene como protagonista a un pastor rústico, pero de agudo ingenio, que tendió una trampa a la serpiente que diezmaba su rebaño. Cansado de sufrir sus ataques, rellenó de yesca la piel de un cordero. El ofidio se tragó el engaño y se abrasó. Para el autor del artículo citado, tal vez sea esta la versión más popular y, si cabe, la más verosímil. Por cierto: Ximénez Patóh, en su Historia de la antigua y continuada nobleza de la ciudad de Jaén, de 1628, recoge ya la leyenda del pastor y de la serpiente. Aunque la presencia del lagarto en la simbología de la ciudad es anterior y frecuente. El obispo de Baeza, Fray Domingo, lo incluyó en su blasón en 1227 y tres años después de la conquista de Jaén –en 1249– el lagarto o serpiente aparece como signo oficial de la ciudad (6).
Para el autor del artículo el tema de la leyenda confluye con otros mitos de lucha frecuente en las regiones mediterráneas. A juicio de Eslava, se transmitió a Jaén entre los siglos VI y I antes de nuestra era. “Siguiendo su interpretación –añade– nos encontraríamos ante mitos relacionados con las sociedades agrarias, en las que se relata simbólicamente las relaciones entre muerte y resurrección de la vida según las estaciones y en torno al agua y el sol. Ureña Portero también recuerda alusiones al tema del Lagarto en la tradición judía”.
En la iglesia de San Ginés, en la madrileña calle del Arenal, había un enorme reptil bajo el altar de una capilla dedicada a la Virgen, que hoy no está a la vista. Se le conoce como la Capilla del Lagarto. Según cuentan, a finales del siglo XV se hallaba en América como comisionado de los Reyes Católicos D. Alonso de Montalbán. En cierta ocasión un grupo de cocodrilos atacó su barco. Viéndose en situación tan apurada, decidió refugiarse en la isla de Portobello. Más, una vez en tierra, les empezó a perseguir un enorme caimán. La mujer de D. Alonso pedía al Altísimo que les sacara de aquel trance, cuando el tronco de un árbol se abrió de arriba abajo, cayendo sobre el caimán, matándole. Y en el hueco del árbol apareció una bellísima imagen de la Virgen a la que D. Diego y su mujer bautizaron como de los Remedios. La imagen y el caimán fueron traídos a Madrid por el matrimonio que, en acción de gracias, erigió un altar en el templo de San Ginés, colocando en él la imagen de la Virgen y el reptil, disecado.
Finalmente, diré que una de las tres galerías que originalmente tuvo el Patio de los Naranjos de la catedral de Sevilla es conocida como Nave del Lagarto (7), nombre que procede del cocodrilo disecado que cuelga del techo y que, como en otras catedrales, fue colocado allí como exvoto.
¡Ah! Y como curiosidad añadiré que en Palencia –partido judicial de Saldaña– existe un pueblo llamado Lagartos, que –como puede suponerse– es conocido en los alrededores como “el lugar de los lagartos”.
____________
NOTAS
(1) Senderos del Valle del Alagón, p. 74.
(2) P. 173.
(3) Véase Internet.
(4) Escrita, como la Tradición del pastor y el lagarto, por T. B. P. J. en 1998.
(5) El pozo al que se hace referencia tiene un brocal en el interior de la ermita, a la derecha de la puerta principal y se comunica con otro brocal situado fuera de la misma.
(6) Existe una importante identificación entre la ciudad y su mito –escribe el autor del artículo–, que protagoniza eventos y celebraciones, desde la celebración de conciertos de rock hasta cabalgatas y carnavales. Un dicho acuñado en la ciudad, a modo de maldición, sería “así revientes cono el lagarto de Jaén” o también “de la Malena”. También se ha identificado el mito del lagarto con la forma que el plano de ciudad adopta al enroscarse sobre el cerro de Santa Catalina, que asemejaría la figura de un lagarto. De esta opinión era el Deán Mazas.
Lo cierto es que el mito del lagarto figura en un lugar de honor en el patrimonio cultural y en muchos sitios de fuera, es la principal reseña que de ella se tiene.
(7) Su techumbre es una obra mudéjar del siglo XVI, y procedía de un convento sevillano desaparecido.
____________
BIBLIOGRAFÍA
GARCÍA MARTÍN, Bienvenido: El paisaje agrario de la tierra de Coria. Sus transformaciones e incidencias, Institución Cultural El Brocense de la Excma. Diputación Provincial de CáceresEdiciones Universidad de Salamanca, Salamanca, 1985.
NAVARRO DEL CASTILLO, Vicente: La Epopeya de la Raza Extremeña en Indias, Granada, 1978.
SENDEROS DEL VALLE DEL ALAGÓN, Adesval, Cáceres, 2002.