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La situación política vivida durante los siglos VIII al XI en la península llamada “Hispania” por los cristianos y conocida por los musulmanes con el misterioso nombre de al–Andalus, estuvo marcada por la presencia de dos dinastías que iniciaron su presencia casi al mismo tiempo, una goda en Asturias, desde la entronización de Alfonso I “el Católico” en 737 (que tuvo directa continuidad en la sede de León entre 910 y 1037), y otra árabe en Córdoba, donde el damasceno Abdarrahmán I “el Emigrante” logró imponerse en 756 e independizar el emirato (califato entre 929 y 1031).
Luego, aunque los cristianos (llamados en el sur “al–nasara” = nazarenos) lograron ampliar lentamente su territorio, mediante la ocupación de grandes extensiones sin señor, hasta el mismo Sistema Central (y cuando el reino de Pamplona ocupaba la actual Rioja y el condado de Barcelona ansiaba la todavía despoblada Tarragona), lo cierto es que la desigualdad cultural, social y económica entre cristianos y musulmanes (llamados en el norte “caldeos”, “ismaelitas” ,“agarenos” y “sarracenos”) fue siempre muy favorable a estos últimos, por más que en el campo militar se produjeran recíprocas incursiones militares que llevaron a los más poderosos a atacar plazas septentrionales de tanta importancia como Coimbra, Viseo, Oporto, Santiago, Astorga, Oviedo, León, Zamora, Salamanca, Osma, Pamplona, Gerona y Barcelona; replicadas por los otros, en cuanto se les presentaba la ocasión, mediante ataques a Lisboa, Évora, Coria, Mérida, Talavera, Madrid, Talamanca, Atienza, Calahorra, Tudela, Zaragoza, Huesca, Lérida, Tortosa y la mismísima Córdoba (el “ombligo de al–Andalus”), que sufrió de forma muy especial, coincidiendo con el inicio de las guerras civiles que acabaron con el califato, cuando el término al–Andalus había adquirido ya una significación netamente geo-política, de estricto dominio musulmán.
Los ataques militares ocasionaban no sólo la ruina, el sufrimiento y la muerte de muchos, sino que añadían el infortunio más absoluto para las pobres gentes que eran cautivadas a un lado y otro de las fronteras, como cuando el emir Hisam I lanzó en 794 un furibundo ataque contra Gerona… y la Cerdaña, donde mató hombres y apresó mujeres y niños (1). En 846 fue Abdarrahmán II el que ordenó atacar León, de modo que sus habitantes la evacuaron por la noche y huyeron a quebradas, densas espesuras y escabrosos montes… entraron en ella, saqueando su contenido… llevando al enemigo por doquier muerte, cautivero, quebranto, destrucción e incendio hasta el colmo (2). E igual de contundentes fueron en 913 los leoneses de Ordoño II en la ciudad de Évora… entrándoles en la ciudad, donde el combate y la matanza alcanzaron el paroxismo… pues el número de mujeres y niños cautivos allí pasó de 4.000, y el de hombres muertos dentro de la ciudad, fue de 700, de modo que nunca habían sufrido los musulmanes… derrota más espantosa y horrible de ve… montones de cadáveres entre los que alguien había apilado a hombres y mujeres, puestos los cuerpos en hileras sucesivas… constituía un espectáculo aterrador (3). Crueldades sin fin, en suma, que a veces llegaban a lo inimaginable, como cuando Almanzor, tras acampar en el llano de Barcelona (985) y hacer no pocos prisioneros, ordenó que sus máquinas de guerra arrojaran a la ciudad cabezas de cristianos en lugar de piedras, de modo que estuvieron lanzando diariamente mil cabezas hasta que, finalmente, fue conquistada, lo que le permitió hacer muchísimos cautivos ente mujeres y niños (4).
Algunos de estos desgraciados cautivos tenían la “suerte” de ser entregados a los habitantes de las fronteras para servir de intercambio, según hizo Alhakam I (796-822) cuando acampó en… Guadalajara… entró… en territorio enemigo… cautivando muchedumbres… y cediendo a los moradores algunos cautivos para rescatar a los propios (5); y en 941 fue Ramiro II el que devolvió a Abdarrahmán III el precioso Corán que había perdido en la batalla de Simancas juntamamente con 30 prisioneros musulmanes y muchas preciosidades (6). Otros prisioneros notables eran ejecutados en pleno espectáculo público, según lo ordenado en 939 por Abdarrahmán III en Córdoba: Escogió a los 100 bárbaros más principales… fueron llevados allí, coincidiendo su paso con la salida de la gente de la mezquita aljama… con lo que se agruparon y fueron muchos hacia la almunia a ver qué destino se les daba… y todos los prisioneros, uno a uno, fueron decapitados… a la vista de la gente… prorrumpiendo en bendiciones al califa (7). Hasta que Almanzor (978-1002) decidió retrasar el destino de estos nobles cautivos destinándolos a trabajar en la ampliación de la mezquita de Córdoba, pues hasta terminar la obra trabajaron allí nobles “yalaliqa” (“galaicos”, esto es, del reino leonés), “ifrany” (catalanes y francos) y “rumaniyyun” (griegos o bizantinos) encadenados, además de los obreros (8). De modo que eran los más jóvenes y los más agraciados los que pasaban a constituir un lucrativo negocio.
En efecto, es Ibn Hawkal, viajero oriental que visitó en el año 948, el que nos cuenta que un artículo de exportación muy conocido consiste en los esclavos, muchachos y muchahas, que han sido tomados de Francia (condados catalanes) y Galicia (reino de León) (9), todos los cuales iban a parar a un gran mercado especializado, con una perfecta organización, donde eran vendidos en públicas subastas, según constata la doctora parisina Rachel Arié, quien se refiere asimismo a la existencia de específicos “tratados” sobre las cualidades o las taras corporales de los esclavos:
“Mercaderes especializados en la compraventa de esclavos disponían en cada metrópoli de cierta importancia de un mercado especial (ma’rid) donde se ofrecían cautivos de ambos sexos a los posibles compradores… Entre las esclavas del sexo femenino, las blancas eran presentadas según su origen: francas, gallegas o bereberes; en cambio se consideraba a todas las negras originarias de Sudán. Las ventas se hacían al mejor postor, y antes de redactar el acta en que se hacía constar la transacción, el comprador tomaba toda clase de precauciones para evitar un posible fraude” (10).
Lo que no es extraño, si tenemos en cuenta el contencioso en el que se vio envuelto el mismísimo emir Alhakam I (796-822), en relación con una esclava (madre ya de un hijo suyo) cuya propiedad no le correspondía, en base a la sentencia comunicada por el cadí o juez de Córdoba, Ibn Basir (nombrado por el propio monarca), según el relato de un contemporáneo, que alude incluso al fundamento jurídico: Cierta esclava y madre de un hijo del emir Alhakam resultó ser propiedad ajena, según fallo del cadí Muhammad b. Basir, el cual escribió al emir comunicándole la constancia ante él de dicho derecho de propiedad y exigiéndole la entregase para cumplimiento de lo sentenciado. Éste se sometió a la ejecución que le hacía, y la esclava hubo de ser tasada, y su precio pagado al detendador del derecho, según una “fatwa” de Malik b. Anas, a la que se recurrió como solución del caso y cuya aceptación por el emir se tuvo por uno de sus actos virtusosos (…) Un anciano mercader de esclavos de conocida reputación me contó que había asistido a la presentación de la tasación de la esclava dentro del Alcázar, pues fue uno de los tasadores: el dueño legítimo aceptó recibir su precio, y el acatamiento de esto por el emir fue uno de sus acto virtuosos (11).
De modo que (“del rey abajo ninguno”) no cabe sorprenderse de la escrupulosidad general existente en materia de esclavos, que incluso llegó a obsesionar al siguiente emir Abdarrhman II (822-852), un hombre que no obstante ser perdidamente mujeriego (fue padre de 100 hijos e hijas, mitad y mitad) cuando le traían una esclava, ordenaba a personas de su confianza investigar su origen, la legitimidad de su posesión y su casta, tras lo cual tenía a la esclava comprada en periodo de prueba durante unos meses, aun siendo virgen, hasta cesar toda posible incertidumbre con respecto a los previsibles defectos ocultos del sexo, más allá de los conocibles antes por la apariencia. Sólo entonces la acogía en su lecho, tranquilo de tomarla… Entre sus favoritas estuvo Tarub… que dominó el corazón de Abdarrahman en sus últimos tiempos… Otra fue Mua’ammarah… Otra fue Assifa’, calificada de inteligente y generosa, además de espléndidamente hermosa, la cual le sorbió el seso por algún tiempo… Otra fue Fahr… Otra fue Fadl, conocida por “la medinesa”… hábil en el canto… de origen y educación bagdadíes, y allí comprada… Otra de las medinesas era Qalam… cautiva vascona e hija de un notable entre sus condes, llevada de niña a Oriente, donde fue a parar a Medina y aprendió canto hasta dominarlo, siendo luego comprada por el emir. Había cautivos que llegaban incluso a ser liberados y a casarse con sus dueños, como el padre de un conocido poeta, comprado por –la señora– Muzahimah… para luego manumitirlo y casarlo, cediéndole en legado pío su cortijo. Otros, como en época clásica, eran destinados por los poderosos, y por el citado emir Abdarrahmán II (822-852), para la educación de sus hijos, al ser dichos esclavos excelentes preceptores que acudían a ellos en el Alcázar, con emolumentos fijos, dádivas magníficas y primas mensuales. Los había que pasaban a formar parte del ejército o de la mismísima guardia palatina, como los ciento treinta, llamados guardia especial, procedentes la mayoría del botín de Narbona, que fueron transmitidos por Hisam I ( 796) a su hijo Alhakam I, quien a su vez compró muchos más que heredaron sus hijos en 822: Lo primero de que se ocupó el emir ‘Abdarrahman –II–, al reinar, fue comprar, para luego manumitirlos, las participaciones de sus hermanos en los esclavos extranjeros… tres mil caballeros montados… los llamados “mudos”, a causa de su lenguaje extranjero, y dos mil peones a los que tuvo estacionados ante la puerta y portillos del Alcázar… llamados en el uso corriente “los comprados”, a los que… manumitió también, tras justipreciarlos (12). Y otros pasaban a tener suertes muy dispares, desde funciones principalísimas en los palacios y los harenes (eunucos), a trabajos muy humildes en las casas y en el campo.
Y por lo que respecta a los reinos cristianos, conocemos su “modus faciendi”, en relación con la venta pública de prisioneros, gracias a la excepcional noticia recogida en una pequeña crónica escrita en Oviedo a finales del siglo nono, en la que se nos cuenta cómo el rey Ordoño I (850-866), después de tomar batallando la ciudad de Coria... y otra ciudad parecida, Talamanca… a los guerreros todos los mató, y al resto de la gente, con sus mujeres e hijos “los vendió en subasta”, literalmente sub corona uendidit (13), esto es, que procedió a “vender a los prisioneros de guerra [que eran expuestos coronados de flores]” (14). Una expresión, “sub corona vendere”, sinónima de la también clásica “sub hasta vendere” (vender bajo la lanza), de la que deriva la actual “subasta”.
Dentro de la desgracia, el porvenir para la inmensa mayoría de los cautivos (niños, jóvenes y adultos, varones y mujeres) era mucho más oscuro y falto de perspectiva alguna en los reinos cristianos, donde pasaban a convertirse en siervos rurales o en pequeños artesanos, siempre sin derechos, destinados a ser comprados y vendidos con otros muchos objetos, o con el mismo precio que tenían asignado, como si fuesen ganado, mediante el frecuente trueque o a cambio de viejas monedas romanas, suevas y visigodas, o de las contemporáneas francas y cordobesas, a todas las cuales se conocía indistintamente con el nombre de “sueldo” (simple moneda de cuenta, en realidad), pues los monarcas septentrionales sólo comenzaron a acuñar numerario propio desde 1034.
Y si en al–Andalus los esclavos no eran considerados como meros objetos, y si los dueños no tenían derecho sobre su vida, ni siquiera el de inhumano castigo, lo cierto es que los varones corrían un directo riesgo de muerte con la práctica de la castración, susceptible de practicarse a cualquier varón, pero especialmente sufrida por los eslavos, según nos informa Ibn Hawkal al hablar de los artículos más conocidos de exportación: Todos los eunucos eslavos que se encuentran sobre la superficie de la tierra provienen de España. Se les hace sufrir la castración cerca de este país; la operación es hecha por comerciantes judíos (15), los cuales se resarcían de las muchas muertes que ocasionaban las infecciones poniendo alto precio a los supervivientes, que eran mostrados en los muy animados y bulliciosos mercados, donde tan frecuente la venta pregonada (“munadat” = almoneda):
“En las callejuelas próximas al “suq” (feria al aire libre) era frecuente asistir al pintoresco espectáculo de los ciudadanos y los campesinos, venidos a efectuar sus compras, formando un círculo para oir la venta pregonada en alta voz por los agentes de almoneda. La subasta se practicaba no sólo con las mercancías de ocasión sino también con las nuevas. Los comerciantes al por mayor depositaban sus mercancías en unos almacenes llamados “funduq”, en los que se guardaban los granos que los corredores de cereales compraban en el campo, y en los que se subastaba el trigo, convertido o no en harina” (16).
Y todo ello en medio de una constante prosperidad, en especial desde que el emir Abdarrahmán II (822-852) acuñó moneda propia (el “dinar”), pues desde entonces, en los zocos o bazares se entrodujo… ajuar precioso de excelente material, perlas preciosas, suntuosas vestiduras y tapices caros, al venir los comerciantes marítimos con nobles preseas y mercancías preciosas… quedando ellos satisfechos con sus ventas y continuando sus ofertas, y todo en la misma época que reinaba en Bagdad el famoso califa de las “Mil y una noches”, pues ello coincidió con la pugna en Oriente entre los dos hijos de Harun Arrasid… saqueando sus tesoros, de manera que los mercaderes que se hicieron con ellos, para evitar reclamación, recurrieron a llevarlos al otro extremo de la tierra, a Alandalús…, por lo que su soberano pudo conseguir… algunas piezas de inigualable prestancia. Entre las más famosas estuvo el conocido collar real llamado… “el Dragón”, y luego entre nosotros “el collar de Assifa”, favorita del emir ‘Abdarrahman, quien se lo regaló (17). Luego, fue Abdarrahmán III (ya proclamado califa, por vez primera en Occidente) el que en 929 acuñó dinares y dirhemes en oro y plata puros, que fueron denominados, incluso en el reino de León, con el nombre de “qasimíes” (nombre debido a su excelente acuñador Qasim b. Jalid, muerto luego por mano de sus esclavos), lo que provocó la atracción de nuevos y lejanos mercaderes, como los que vinieron en 942 desde Amalfi (Campania, Italia): Comerciantes amalfitanos, llegados por mar para comerciar con sus mercancías… pues se acogieron al salvoconducto del sultán y trajeron de su país peregrinos productos como excelente raso y púrpura, y otras mercancías preciosas… todos hicieron buen negocio y quedaron satisfechos de las transacciones, continuando en adelante sus venidas a al–Andalus con gran provecho (18), en el que siempre estuvo presente el lucrativo tráfico de esclavos, como las hermosas y bonitas mulatas que salían desde Kairuán y los hermosos esclavos de Europa que llegaban a dicha plaza tunecina, juntamente con el ámbar, la seda, los vestidos de lana muy fina y otros hábitos de este tejido, los paños de cuero, el hierro, el plomo, el mercurio, los esclavos importados del país de los negros, así como los esclavos procedentes de la región de la Eslavos, por el canal de España, principalmente desde los puertos de Tortosa (con sus astilleros, sus pinares y su apreciada madera de boj, exportada al mundo entero), Pechina (cerca de Almería), Málaga, Algeciras (con el puerto más cercano a la otra orilla del Estrecho) y Sevilla (la novia de al–Andalus) a través del río Guadalquivir, del que añade un autor musulmán que no había en todo el mundo río mejor que éste, y que incluso puede compararse en belleza y hermosura con el Tigris, el Eúfrates, el Nilo o el Jordán (19).
No es de extrañar, en consecuencia, que al poco de iniciarse el siglo XI, durante el reinado del infeliz Hisam II (rubio y de ojos azules, como sus predecesores, debido a la plurisecular predilección de los omeyas por las pelirrubias y pelirrojas galaicas, vasconas, francas y germanas), los cordobeses, acostumbrados como estaban a un próspero comercio nacional e internacional, se quejaran al nuevo chambelán Abdalmalik, hijo y sucesor del terrible Almanzor ( 1002), de que no se les proveyera adecuadamente de los ansiados esclavos, tal y como los tenía acostumbrados su padre, pues hablaban de que consideraban insuficiente sus esfuerzos para aumentar la magnitud del bienestar y los beneficios de la fortuna. Los mercaderes de esclavos estaban verdaderamente codiciosos en la traída de nuevos esclavos, y por ello insinuaban a ‘Abd al-Malik su frustración, dirigiéndole frases como: «murió el tratante de esclavos, murió el tratante de esclavos», lo que a éste le creaba intranquilidad en su corazón y no era la primera vez que surgían regañinas con la plebe cordobesa por esta causa (20).
En efecto, a partir de 1009 las regañinas se convirtieron (aunque por muchos más motivos) en una cruenta y suicida guerra civil, que terminó por borrar todo el esplendor del gran califato de Occidente. Los reyes cristianos tomaron entonces el testigo del predominio militar, y en adelante ya nada sería igual para nadie, o mejor dicho para casi nadie, pues lo cierto es que todavía estaba por llegar el lejano siglo en el que las subastas de seres humanos serían sólo una terrible historia.
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NOTAS
(1) Dikr bilad al-Andalus; trad. L. MOLINA: Una descripción anónima de al-Andalus, Madrid 1983, p. 129
(2) IBN HAYYAN; trad. M.A. MAKKI y F. CORRIENTE: Crónica de los emires Alhakam I y 'Abdarrahman II entre los años 796 y 846 [Almuqtabis II-1], Zaragoza 2001, pp. 322 y 81-83, respectivamente.
(3) IBN HAYYAN; trad. M.J. VIGUERA y F. CORRIENTE: Crónica del califa ‘Abdarrahman III an-Nasir entre los años 912 y 942 (al-Muqtabis V), Zaragoza 1981, pp. 81-83.
(4) Dikr; trad. MOLINA, p. 199.
(5) IBN HAYYAN; trad. MAKKI y CORRIENTE, pp. 130-131.
(6) IBN HAYYAN; trad. VIGUERA y CORRIENTE, p. 356.
(7) IBN HAYYAN; trad. MAKKI y CORRIENTE, p. 322.
(8) Dikr; trad. MOLINA, p. 44.
(9) IBN HAWKAL: Configuración del mundo; trad. M.J. ROMANI SUAY, Valencia 1971, p. 62.
(10) R. ARIÉ: España musulmana (siglos VIII - XV): Historia de España dirigida por Manuel Tuñón de Lara, III, Barcelona 1989, pp. 272 y 254, respectivamente.
(11) IBN HAYYAN; trad. MAKKI y CORRIENTE, pp. 117-118.
(12) IBN HAYYAN; trad. ID., pp. 190-193, 133, 253, 64 y 185.
(13) Adefonsi Tertii Chronica; ed. y trad. J. GIL FERNÁNDEZ y J. L. MORALEJO: Crónicas asturianas, Oviedo, 1985, pp. 220 y 148, respectivamente.
(14) Diccionario ilustrado latino-español, español-latino, Barcelona 1972, voces “corona” y “hasta”.
(15) IBN HAWKAL; trad. ROMANI SUAY, p. 62.
(16) Vid. ARIÉ, España musulmana, p. 247.
(17) IBN HAYYAN; trad. MAKKI y CORRIENTE, pp. 180-181.
(18) IBN HAYYAN; trad. VIGUERA y CORRIENTE, pp. 187 y 358-359.
(19) IBN HAWKAL; trad. ROMANI SUAY, pp. 50, 80, 89, 73 y 68.
(20) IBN IDARI; trad. A. ARJONA CASTRO, Anales de Córdoba musulmana, 711-1008, Córdoba, 1982, pp. 201-202.